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lunes, 13 de julio de 2020

Que levante la mano

PLAYA DE GUADALCANAL

¿Pero eso no está en el Pacífico?
La distancia no es el olvido. más bien todo lo contrario. Cuando uno se haya lejos de lo que le importa siempre tiene la memoria, los recuerdos. Se establece un vínculo imaginado y ensoñador que no sólo reduce el tiempo, sino el espa­cio. Cuando se evoca una mujer, hasta casi se puede oler su perfume. Cuando lo que se evoca es un pueblo, en este caso mi pueblo, imágenes, sonidos y sensaciones invaden, como si de una película se trata­se, mi cabeza.

“¿Pero eso no está en el Pacífico?” Ardua tarea la de explicar a los que te inquieren por tu lugar de nacimiento, por qué, siendo de Guadalcanal, uno es sevi­llano y no un aborigen de la Polinesia, con todos mis respetos, por supuesto, para mis hermanos de las Antípodas. Y todo por­que un paisano mío, siglos atrás, desem­barcó en la playa de una isla a la que, como hijo bien nacido, le puso el nombre del pueblo que le vio nacer: Guadalcanal. Una vez terminada la explicación, el interlo­cutor adopta varias posturas. A saber: pro­nuncia un “aaahhh” de curiosidad satisfe­cha, se encoge de hombros con indiferen­cia, o, las menos de las veces "pero de todo hay", no se vayan a creer simplemente no se lo tragan. Y es que la ignorancia es osada. Pero hay algo que inevitablemente sucede. Una vez finiquitada la conversa­ción, retorno al pasado. Comienzan a aflorar a mi mente vivencias, recuerdos, historias, sensaciones, sentimientos, per­sonas... Todo aquello que a lo largo de mi vida me ha acaecido e influido. Y mientras notas que la nostalgia se está convirtiendo en tu compañera de conversación, una sonrisa, mitad feliz mitad melancólica se te esboza entre los labios.

Luego llega una cierta sensación de vacío, de desamparo, de desarraigo. Es como un pequeño soplo de viento helado que te invade el corazón. Y surge la pre­gunta: ¿De dónde soy? Alguien dijo que uno no es de donde nace, sino de donde pace. Algo de razón hay en ello. Pero no es toda la verdad. Max Aub, escritor hispano-francés, dijo, con sarcasmo, que uno es de donde hace el bachillerato. Y yo, mien­tras, miro a un lado y a otro, y mientras me miro en el espejo, tras unos instantes de duda, me digo que el hogar está donde está el corazón.

Y si no todo mi corazón, por lo menos una parte importante de él, o la más pura e inocente estén en Guadalcanal. Está en los recovecos de cualquier esquina. En cualquier rincón de sus blancas calles. Entre los naranjos de la Plaza de España. Sobre el albero del Coso. Sobrevolando las copas de los árboles del Palacio. Atrapado en las pupilas de las mujeres de aquí que un día encendieron en mí las primeras llamas de amor. Y, sobre todo, está entre los olivos que, tiempo atrás, fueron bañados por el sudor de mis padres y de los padres de mis padres.

Vamos que soy guadalcanalense. Es decir, sevillano y andaluz.
Quien pueda decir lo mismo, que levante la mano.


Jesús Rubio
Revista de feria 1994

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