PLAYA DE GUADALCANAL |
¿Pero eso no está en el Pacífico?
La distancia no es el olvido. más bien todo lo
contrario. Cuando uno se haya lejos de lo que le importa siempre tiene la memoria, los recuerdos. Se establece un vínculo imaginado y ensoñador que no sólo reduce el tiempo, sino el espacio.
Cuando se evoca una mujer, hasta casi se
puede oler su perfume. Cuando lo que se evoca es un pueblo, en este caso
mi pueblo, imágenes, sonidos y sensaciones invaden, como si de una película se tratase, mi cabeza.
“¿Pero eso no está en el
Pacífico?” Ardua tarea la de explicar a los que te inquieren
por tu lugar de nacimiento, por qué,
siendo de Guadalcanal, uno es sevillano
y no un aborigen de la Polinesia, con todos mis respetos, por supuesto, para
mis hermanos de las Antípodas. Y todo
porque un paisano mío, siglos
atrás, desembarcó en la playa de una
isla a la que, como hijo bien nacido, le puso el nombre del pueblo que le vio nacer: Guadalcanal. Una vez terminada la explicación, el interlocutor adopta varias posturas. A saber: pronuncia un “aaahhh”
de curiosidad satisfecha, se encoge de hombros con indiferencia, o, las menos de las veces "pero de todo hay", no se vayan a creer simplemente no se
lo tragan. Y es que la ignorancia es osada. Pero hay algo que inevitablemente sucede. Una vez finiquitada la conversación, retorno al pasado.
Comienzan a aflorar a mi mente vivencias,
recuerdos, historias, sensaciones,
sentimientos, personas... Todo
aquello que a lo largo de mi vida me
ha acaecido e influido. Y mientras notas
que la nostalgia se está convirtiendo en tu compañera de conversación, una sonrisa, mitad feliz mitad melancólica se te esboza entre los labios.
Luego llega una cierta sensación de vacío, de desamparo, de desarraigo. Es como un pequeño soplo de viento helado que te invade el corazón. Y surge la pregunta: ¿De dónde soy? Alguien dijo que uno
no es de donde nace, sino de donde pace.
Algo de razón hay en ello. Pero no es toda
la verdad. Max Aub, escritor hispano-francés, dijo, con sarcasmo, que uno es de
donde hace el bachillerato. Y yo, mientras,
miro a un lado y a otro, y mientras me miro en el espejo, tras unos
instantes de duda, me digo que el hogar está donde está el corazón.
Y si no todo mi corazón, por lo menos una parte importante
de él, o la más pura e inocente estén
en Guadalcanal. Está en los
recovecos de cualquier esquina. En cualquier
rincón de sus blancas calles. Entre los
naranjos de la Plaza de España. Sobre el albero del Coso. Sobrevolando las copas de los árboles del Palacio. Atrapado en las pupilas de las mujeres de aquí que un día
encendieron en mí las primeras llamas de amor. Y, sobre todo, está entre los olivos que, tiempo atrás,
fueron bañados por el sudor de mis padres y
de los padres de mis padres.
Quien pueda decir lo mismo, que levante la mano.
Revista de feria 1994
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