Yo vía escribir “La
Nacencia”
…“y las cepas dieron uvas
remojás con el süor del tinajero".
Aunque paisano de Luis
Chamizo, no lo conocí personalmente hasta mis quince años. Estudiaba yo
entonces el cuarto curso de Bachillerato y una epidemia de gripe obligó a
cerrar el colegio aquel otoño de 1918. Fui con mi familia al campo, a
Valdearenales, y nos instalamos en una casa cercana a la del poeta, que la
tenía en la famosa «viña del tinajero» de sus poemas.
Ya entonces había cantado
Chamizo a Valdearenales en ligeras seguidillas, por [os años de su
adolescencia. En ese otoño del 18 debía tener ya más de veinte años.
Chamizo había tomado
contacto en Madrid con la poesía del tiempo a través de los corifeos más
conocidos del modernismo en España: Salvador Rueda, Villaespesa, Nervo,
Carrere. Aunque ya tenía afición a lo dramático y a lo pintoresco del color
local, sus composiciones en extremeño eran raras y frecuentemente no se
sostenía el dialecto a lo largo del poema, sino en diálogos o monólogos puestos
en boca de los pastores y campesinos. --Por entonces él consideraba los
alejandrinos de “Renunciación” como sus mejores versos--.
Presentados, en el gran
salón del campo, por un amigo común, recuerdo que me recitó dos poemitas: uno
ligero y suave “¿Flores? ¿Mujeres?... ¿Qué más da? --Llenan de besos y
perfume s -- todo el jardín primaveral”; otro, recién compuesto,
describiendo un amanecer en el campo:
Un caldero de migas colgado de las llares
sobre las jaras secas en combustión sonora.
Un cielo de amaranto flotando en el oriente.
Un almaizal de oro velando los lugares
Y un disco de rubíes, que, a la luz de la aurora,
semeja la tiara de un dios omnipotente.
Algunos de estos poemas
fueron publicados en “La Semana”, el periódico de Don Benito, dirigido
por el Inolvidable Francisco Valdés.
Mi amistad con Chamizo
continuó en los siguientes años. Durante los veranos solía yo subir a su casa,
por las mañanas, con frecuencia. Me suministraba libros o los leíamos juntos.
Eran principalmente libros de versos. Pero también allí leí, por vez primera,
las “Meditaciones del Quijote” de Ortega y Gasset. En ocasiones, nos
entreteníamos en puntuar. --de cero a diez, como ahora en el Bachillerato-- los
poemas de Villaespesa y Amado Nervo. En estas lecturas llegamos a Antonio
Machado; pero hasta mi ida a Madrid no había de penetrar yo en la nueva modalidad
poética, que a Chamizo le era desconocida.
Su genio alegre y
realista le llevaba más a las formas vernáculas. Después del triunfo de “Los
consejos del tío Perico”, en los Juegos Florales de Almendralejo, es cuando
encaminó sus pasos decididamente por el sendero regional. En poco tiempo
escribió los poemas de “El miajón de los castúos”. Solía leérmelos al
día siguiente de escribirlos, salvo “La nacencia”, cuya escritura
presencié. Llegué a su casa, como de costumbre, por la mañana y entré directamente
a su despacho, que abría su puerta en primer término a la derecha, en el caño
de casa. Estaba escribiendo.
“Siéntate un momento
--me dijo-- estoy con otra poesía para el libro”. Y me fue leyendo las
estrofas del poema conforme salían, casi sin correcciones, de la pluma:
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s'agachó en un cerro,
y los artos cogollos de los
árboles
d'un coló de naranja se
tiñeron.
Pronto estuvo el libro
dispuesto y salió a luz pública con el prólogo de Ortega Munilla. Fue una época
brillante, aunque breve. Desde el elogio exaltado de Santiago Vinardell, hasta
las reservas de Salaverría sobre el baturrismo poético, la gama de juicios fue
muy variada. Pero el hecho de haber ocupado este juicio columnas de los más
importantes diarios madrileños,
prueba, sin más, el éxito. Para mí adquirió este cuerpo en el
banquete que se le ofreció en Don Benito, al que yo asistí, aunque todavía
colegial, por bondad de Don José María Manzano. El discurso de Reyes Huerta y una
poesía de Vicente Ruiz Medina cita cigüeña describe su parábola —por el
ancho zafiro de los cielos-- me impresionaron particularmente en ese
homenaje.
En sus viajes a Madrid,
Chamizo tomó contacto con Ardavín, amigo de Valdés, y con RAMÓN y su tertulia
de Pombo. Pero su modalidad poética estaba ya definida.
Emprendió la composición
de un poema largo, donde palpitaban las virtudes de la raza. Lo concibió como
una exaltación del extremeño y de la vinculación a la tierra, y tomó como
motivo la antigua fiesta de la Candelaría, cuando se llevaban las candelas --tizones
de las hogueras familiares-- a la tierra vinculada a la familia. EI poema
se titularía “La Juguera”. Después el poema cambió, y lo que, andando
bastantes años, se publicó fue el poema “Extremadura”, donde se inserta “La
noche de las candelas”. En relación con este poema, tengo que apuntar otro
recuerdo personal. En otra de mis visitas al poeta, lo encontré escribiendo y
me pidió que le copiara mientras él recitaba los Versos de turno. Fue en una
sala frontera al despacho, y. recuerdo a Chamizo paseando y dictándome Un buen
fragmento del que siempre he recordado dos versos, que figuran en el libro: “una
mano en el talle del mozalbete: y otra mano en el talle de la vigüela”.
Después de su matrimonio
vi menos a Chamizo, pues, aunque conservaba su casa en Guareña, residía
habitualmente en Guadalcanal. Las últimas vacaciones de verano que yo pasé
en mi pueblo fueron las del año 23, después de cursar segundo de Facultad. Por
entonces había yo alcanzado el nivel poético de la época. No sólo me había
familiarizado con Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, con los poetas
americanos y con los parnasianos y simbolistas franceses, sino que conocía los
primeros libros --entonces recién aparecidos-- de Vicente Huidobro,
Gerardo Diego, García Lorca, Dámaso Alonso, Juan Chabás y otros. Hablé de todo
esto con Chamizo paseando por la plaza y hasta hube de enseñarle alguno de mis
últimos poemitas. Aunque desvinculado de'este movimiento, dio muestras de su
aguda sensibilidad poética. A los pocos días me leyó dos poesías en el nuevo
estilo. Ciertamente se traslucía el modernismo de sus versos en castellano, pero
la aproximación era innegable.
No he visto después a
Chamizo, sino en dos ocasiones: una en Cáceres y otra, hace poco tiempo, en
Madrid. Pero seguí su labor y no me sorprendió el éxito de “Las Brujas”
pues conocía su maestría de versificador y su talento dramático. Hace muy poco
la prensa volvió a recordármelo con motivo de su homenaje. El mío es de
gratitud. Por él avancé en mi evolución lírica más deprisa que lo hubiera
realizado por mi cuenta. Me desvinculó de los clásicos y románticos --desvinculación
que considero tan necesaria como después el retorno a ellos--y me introdujo
en la versificación de la época. Mi gusto por lo íntimo y universal a un
tiempo, me alejaron de la poesía regional, aunque el campo extremeño sea
todavía el manantial más fuerte de mis imágenes. Chamizo estaba especialmente
dotado para ello, y eligió sabiamente su camino, aunque podía haber ganado un
puesto honroso en la poesía castellana.
He querido escribir estos
recuerdos como fluían de la memoria y del corazón, sin interponer papeles ni
citas. Van vinculados a una época de mi vida todavía clara y serena, donde la
ingenua alegría de los castúos no estaba envenenada por extrañas doctrinas. A
esta alegría sin sombras se me vincula el nombre de Luis Chamizo, que la gozó y
supo cantarla.
EUGENIO FRUTOS
MTM - Biblioteca Virtual Extremeña
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