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lunes, 10 de agosto de 2020

El Podenco Andaluz

¡Malas puñalás te den!

Desde que tuve uso de razón, si es que he llegado a tenerla, me han entusiasmado los perros, pero no un algo, sino mucho. Hay infortunados a quienes no les gustan; no los censuro, más bien los compadezco; no saben lo que se pierden. Unos tienen miedo a posibles contagios. Otros no quieren perros porque ensucian, etc. Me parece un razonamiento simplista; según eso, tampoco se podrían tener hijos, ni mujer, ni suegra y la vida transcurriría cómoda, eso sí, pero aburridísima. Pues bien, empujado por mi afición a los perros he procurado leer todo lo que trata de ellos. Hace tres o cuatro me dejaron un libro, se titulaba Martín el Podenquero, escrito por Alberto de Comege, el cual tiene el prólogo del Dr. Muñoz Seca, dividido en capítulos; uno de estos se titula "El Podenco Andaluz". Me gustó tanto este capítulo del prólogo que decidí contar algo de lo que dice el doctor, pero a mi manera, hablando de mis perros. En mi casa tengo dos podencos que me quieren, todo lo que es capaz de querer un podenco, cada una en su estilo.

No hay perro que interprete con más alegría la caza. El podenco andaluz es como gitano, con sus defectos y virtudes: camorrista y dicharachero; si te soporta es porque te necesita para la juerga que, para él, es la caza. Canta y baila cazando. ¿Le has visto salir proyectado del monte para orientarse en la huiza de la caza? Y como necesita público, llama para que le vean cazar. Interiormente dice ¡Ole! al terminar el lance, no hace muestra porque le "hierve" la sangre y se tira sobre la caza diciendo: ¡Malas puñalás te den! La muestra en la caza la inventó seguramente un inglés para poder guardarse la pipa antes de tirar.

Como es perro de jauría, en la caza menor considera al cazador como jefe de jauría porque es el que mata con más facilidad, aunque él no es torpe en estos menesteres, pero como trabaja para el jefe, le echa la caza para que la tire.  ¡Con que gracia y con qué astucia rodea el conejo o la perdiz y les hace saltar hacia el cazador: que los tira a placer! No hace muestras, pero se detiene y lima al cazador. La falta. De muestras quita mucha emoción a la caza, pero en cambio permite sentir la emoción de ver cómo sigue el rastro de la caza menor, que se vale de que la muestren los otros perros para desaparecer a toda marcha.   ¡Cuánto me he divertido con mi poder en casi todo el término de Guadalcanal, en las sierras del Viento y del Agua, Testerón, Hamapega, La Dehesilla, El Porrillo, Buena-Vista, La Plata, Valdefuentes, Guaditoca, etc., ¡etc! Generalmente son malos cobradores si no se les enseña bien. (Yo particularmente no tengo queja, pues las dos lo hacen estupendamente). En realidad, es que el podenco le habla de tú al cazador y nunca será un esclavo suyo.

En el descanso de la cacería, el perdiguero, el pointer, el setter se echa a tus pies o te pone las manos encima, etc.; el podenco, a diez metros, escarba un poco alisando el terreno y se echa después de dar unas cuantas vueltas. Estas vueltas de los perros antes de echarse son para mí uno de los grandes misterios que envuelven su vida.

El podenco tiene, como otros perros, a enterrar lo que le sobra de la comida con frecuencia, las piezas de caza menor que cogen cuando no están bien enseñados.

En los podencos es tan importante y tan ciego este instinto de enterrar provisiones, que he visto muchas veces el hecho fabuloso de enterrar restos de comida en el rincón de la habitación donde estábamos; naturalmente, con suelo de ladrillos o imposibles de escarbar. Allí hacía como que escarbaba, ponía luego cuidadosamente el pedazo de pan o de hueso y con el hocico le echaba la tierra, que no existía, y se quedaba tan contento.

Así es el podenco andaluz, con sus vicios y sus virtudes; más abundantes éstas, pero siempre distinto de los demás perros.

Salvador RIVERO RIVERO
Revista de feria 1980

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