¡Malas puñalás te den!
Desde que tuve uso de razón, si es que he llegado a
tenerla, me han entusiasmado los perros, pero no un algo, sino mucho. Hay
infortunados a quienes no les gustan; no los censuro, más bien los compadezco;
no saben lo que se pierden. Unos tienen miedo a posibles contagios. Otros no
quieren perros porque ensucian, etc. Me parece un razonamiento simplista; según
eso, tampoco se podrían tener hijos, ni mujer, ni suegra y la vida
transcurriría cómoda, eso sí, pero aburridísima. Pues bien, empujado por mi
afición a los perros he procurado leer todo lo que trata de ellos. Hace tres o
cuatro me dejaron un libro, se titulaba Martín el Podenquero, escrito por Alberto de Comege, el cual tiene el
prólogo del Dr. Muñoz Seca, dividido
en capítulos; uno de estos se titula "El Podenco Andaluz". Me
gustó tanto este capítulo del prólogo que decidí contar algo de lo que dice el
doctor, pero a mi manera, hablando de mis perros. En mi casa tengo dos podencos
que me quieren, todo lo que es capaz de querer un podenco, cada una en su
estilo.
No hay perro que interprete con más alegría la caza.
El podenco andaluz es como gitano, con sus defectos y virtudes: camorrista y
dicharachero; si te soporta es porque te necesita para la juerga que, para él,
es la caza. Canta y baila cazando. ¿Le
has visto salir proyectado del monte para orientarse en la huiza de la caza?
Y como necesita público, llama para que le vean cazar. Interiormente dice ¡Ole!
al terminar el lance, no hace muestra porque le "hierve" la sangre y se tira sobre la caza diciendo: ¡Malas puñalás te den! La muestra en la
caza la inventó seguramente un inglés para poder guardarse la pipa antes de
tirar.
Como es perro de jauría, en la caza menor considera
al cazador como jefe de jauría porque es el que mata con más facilidad, aunque
él no es torpe en estos menesteres, pero como trabaja para el jefe, le echa la
caza para que la tire. ¡Con que gracia y con qué astucia rodea el
conejo o la perdiz y les hace saltar hacia el cazador: que los tira a placer!
No hace muestras, pero se detiene y lima al cazador. La falta. De muestras
quita mucha emoción a la caza, pero en cambio permite sentir la emoción de ver
cómo sigue el rastro de la caza menor, que se vale de que la muestren los otros
perros para desaparecer a toda marcha.
¡Cuánto me he divertido con mi
poder en casi todo el término de Guadalcanal, en las sierras del Viento y del
Agua, Testerón, Hamapega, La Dehesilla, El Porrillo, Buena-Vista, La Plata,
Valdefuentes, Guaditoca, etc., ¡etc! Generalmente son malos cobradores si
no se les enseña bien. (Yo
particularmente no tengo queja, pues las dos lo hacen estupendamente). En
realidad, es que el podenco le habla de tú al cazador y nunca será un esclavo
suyo.
En el descanso de la cacería, el perdiguero, el
pointer, el setter se echa a tus pies o te pone las manos encima, etc.; el
podenco, a diez metros, escarba un poco alisando el terreno y se echa después
de dar unas cuantas vueltas. Estas vueltas de los perros antes de echarse son
para mí uno de los grandes misterios que envuelven su vida.
El podenco tiene, como otros perros, a enterrar lo
que le sobra de la comida con frecuencia, las piezas de caza menor que cogen
cuando no están bien enseñados.
En los podencos es tan importante y tan ciego este
instinto de enterrar provisiones, que he visto muchas veces el hecho fabuloso
de enterrar restos de comida en el rincón de la habitación donde estábamos;
naturalmente, con suelo de ladrillos o imposibles de escarbar. Allí hacía como
que escarbaba, ponía luego cuidadosamente el pedazo de pan o de hueso y con el
hocico le echaba la tierra, que no existía, y se quedaba tan contento.
Así es el podenco andaluz, con sus vicios y sus
virtudes; más abundantes éstas, pero siempre distinto de los demás perros.
Salvador RIVERO RIVERO
Revista de feria 1980
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