Subvicaría de Santa María
III.- GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN DE
LAS PARROQUIAS
Los provisores y
vicarios supervisaban el gobierno eclesiástico de las parroquias, conventos,
ermitas, cofradías, capellanía y obras pías de los pueblos incluidos en su
jurisdicción, cuidando que el clero y los feligreses se atuvieran a la
doctrina de la Santa Sede y la institución santiaguista. Para ello, giraban
periódicas Visitas Pastorales, levantando actas en los Libros Sacramentales y
en los Libros de Fábrica de cada uno de los institutos religiosos tutelados,
complementando o sustituyendo a las visitas que hasta finales del XVI giraban
los visitadores de la Orden.
A cargo de la
parroquia se situaba el cura parroquiano, o un teniente de cura si es que se
trataba de la iglesia de un lugar o aldea anexa a determinada villa cabecera.
El nombramiento de los curas correspondía al maestre y más tarde al Consejo de
Órdenes, teniendo dichos párrocos la facultad de nombrar a un teniente en las
iglesias de su jurisdicción. Unos y otros se encargaban de organizar y
presidir el culto (misas, procesiones y otras manifestaciones religiosas);
además, instruían a los parroquianos en los asuntos de fe, vigilaban el
cumplimiento de la preceptos religiosos (10), administraban los sacramentos,
cumplimentaban los Libros Sacramentales (bautismos, confirmaciones,
velaciones, desposados y difuntos) y supervisaban la administración
económica de sus iglesias y de las capellanías, cofradías y ermitas que
quedaban bajo su jurisdicción. Para cubrir sus necesidades alimenticias disfrutaban
del beneficio curado, o conjunto de rentas y bienes asignados para este fin.
Consistía en determinadas cantidades de dinero contante con cargo a la Mesa
Maestral, más las rentas de ciertas tierras y censos cedidos por los maestres.
Asimismo, con la
finalidad de proveer de objetos sagrados a los templos y para su decoro y
mantenimiento, la Orden dotó a cada parroquia de ciertas rentas, que
globalmente se conocían como bienes de fábrica. Su administración correspondía
a un mayordomo seglar, quien se encargaba de recaudar las rentas derivadas,
atender a los gastos y llevar la contabilidad en el denominado Libro de
Fabrica. Terminada su mayordomía, rendía cuentas ante el nuevo mayordomo, el
párroco y un regidor comisionado al efecto, que se hacía acompañar del
contador del cabildo. Con estos ingresos se atendía al decoro y ornamentación
del templo, se pagaban los salarios y gajes a sacristanes, acólitos,
organista, ministriles y trabajadores eventuales (carpinteros, albañiles,
etc.), y se corría con los gastos generales de cera, aceite y trigo. El dinero
sobrante se aplicaba en la compra y reparación de objetos destinados al culto
(imágenes, coronas, cálices, custodias, casullas, etc.), que constituían los
bienes muebles de carácter inventaríales. En el mismo Libro de Fábrica, de vez
en cuando vienen descritos con detalles cada uno de estos objetos sagrados,
especificando el uso, color, calidad y peso (11), fundamentalmente
cuando se producía un relevo de sacristán o a resulta de las visitas.
Para estudiar las
particularidades que concurrían en Guadalcanal, utilizamos como referencia
la visita de 1575 y otros datos tomados de sendos pleitos (1642 y 1786) que los
párrocos de Guadalcanal sostuvieron con los administradores de la encomienda
y del Hospital de la Sangre (12). Se completan con los recogidos del Catastro
(1753), del censo de Floridablanca (1787) y del Interrogatorio de la Real
Audiencia de Extremadura (1791).
Según las fuentes
citadas, durante el Antiguo Régimen coexistían en Guadalcanal tres parroquias:
Santa María o Iglesia Mayor, Santa Ana y San Sebastián. El párroco de Santa
María ostentaba también el título de subvicario de Santa María de Tudía y
Reina, sólo con jurisdicción en nuestra villa; es decir, dicho
párroco-subvicario tenía cierta autoridad sobre los otros de la villa, y no en
otra parte, quedando, sin embargo, bajo la jurisdicción del provisor de
Llerena.
Aparte las
parroquias, en Guadalcanal estaban presente numerosas ermitas y, asociada a
una u otra iglesia o santuario, numerosas cofradías, capellanías, obras pías y
memorias por difuntos. Para dar cobertura a las exigencias religiosas de estas
instituciones, asociado a cada parroquia existía una auténtica pléyade de
clérigos beneficiados, que se disputaban entre sí las asistencias más generosas
con dichos capellanes.
También hemos de
contemplar la presencia de cinco institutos de religiosos y religiosas, de
tres de los cuales (el monasterio de religiosos de la Observancia de San
Francisco, la casa asilo de monjes de San Basilio y las clarisas del convento
de San José) no tenemos noticias precisas, al estar exentos de la jurisdicción
eclesiástica santiaguista.
III.1.- PARROQUIA Y SUBVICARÍA DE
SANTA MARÍA (13)
El actual templo
de Santa María (de la Asunción) fue sede de la más antigua y principal
parroquia de Guadalcanal, con mayor número de feligreses, por lo que ostentaba
el título de Iglesia Mayor; es decir, donde tenían lugar las celebraciones
religiosas oficiales de la villa, por lo que, como contrapartida, recibía del
concejo cierta asignación anual para completar el salario de sacristanes,
organistas y acólitos. Desde el punto de vista arquitectónico, parece ser
el resultado de varias intervenciones, iniciándose su construcción ya en
el siglo XIII, seguramente reutilizando la infraestructura de una antigua
mezquita. La descripción arquitectónica más completa corresponde a la visita
de 1575, cuyos responsables nos dejaron las siguientes referencias:
“La iglesia es de tres naves sobre dos
danzas de arcos y de maderamiento; del cuerpo de la iglesia de obra morisca
pintada de lazos con sus bullones y racimos dorados.
Tiene una capilla mayor de bóveda
sobre crucero de piedra con doblones y dos escudos dorados en ella. Se sube al
altar mayor por seis gradas de azulejos, en el cual está una imagen de nuestra
señora adornada; tiene un retablo de tablas y pincel dorado, la mayor parte de
los tableros con imágenes; en medio del retablo, en un basamento, está una
imagen de tabla de la Ascensión de Nuestra Señora. A los lados del Sagrario (14), al
lado del evangelio, están dos imágenes de San Pedro y de San Pablo, y encima
una imagen de Nuestra Señora.
Bajando del Altar, al lado derecho
está una sacristía dividida en dos piezas.
En frente de la puerta de la
sacristía hay dos altares: el de la mano derecha se dice de Santiago, y el
otro de San Antón, que después se ha invocado de Santa Catalina.
Sobre la mano izquierda del Altar
Mayor está una capilla de bóveda mediana, con sus rejas de hierro, y tiene un
retablo en el altar de tabla y pincel, de la advocación de nuestra señora de
la Ascensión, y otra imagen de pincel a la mano derecha del altar que es de
Santiago.
Hay otra capilla pequeña con una
concavidad en la pared, que tiene un altar y una reja, el cual dicen que es de
San Francisco. Y junto a ésta en la misma concavidad de la pared otra
capillita con su altar, que dicen que es de Alonso Larios.
Y por bajo de la puerta de la dicha
iglesia hay dos capillas con sus rejas y dos retablos, uno enfrente del otro,
metidos en la concavidad de la pared. Al lado de abajo, en el testero de esta
pared, en una concavidad de ella está otro altar de azulejos, con un retablo de
tabla dorado y pincel, con un letrero en medio que dice que es de Juan
González, clérigo.
Hay un coro alto de madera de pino
bien labrado, sobre un pilar de mármol con su antepecho de pino. A un lado del
coro, en una pieza posterior, están los órganos.
Debajo del coro estaba una capilla
donde está la Pila del Bautismo, en la cual está una librería de diecinueve
cuerpos de libros que mandó a la dicha iglesia el bachiller Juan Caballero,
que están viejos y son de derecho canónico.
Y la dicha iglesia tiene una torre
donde están las campanas”.
Notas. -
(10) El primer acto de la visita, tras la recepción de los visitadores por el cabildo y el clero, consistía en una oración ante el Santísimo Sacramento, que según indicaron estaba (guardado en una cajita, junto a una custodia) en un sagrario con puerta dorada en el Altar Mayor, a la mano del evangelio, todo muy limpio y decente. De acuerdo con las referencias de esta visita tomadas en otros pueblos santiaguistas, esta posición lateral era habitual, circunstancia que debía ser subsanada por los visitadores, que ordenaron su reubicación en el centro del Altar Mayor.
(11) Indicando si eran de plata, latón, cobre, etc., su peso y procedencia.
(12) Especificaban los colores y estado de conservación: nuevo, en uso o viejo.
(13) Los visitadores traían unas instrucciones generales
que, indistintamente, aplicaban en todas las parroquias y ermitas visitadas.
Una de ellas se refería a las vestiduras deshonestas con las que, en opinión de
la Orden, solían vestirse a las imágenes de la Virgen y de los santos. Por otro
mandato prohibían las veladas en torno a las ermitas, pues entendían que se
prestaban a jolgorios y otros actos profanos, que poco tenían que ver con el
culto. También prohibieron a las plañideras su entrada en los templos durante
los funerales y misas de difuntos, pues estimaban que con sus llantos
desorbitados promovían la risa de los allí convocados. Finalmente, un mandato
más trascendental, que limitaba la confesión de los feligreses a su párroco, y
no a otro clérigo. Con esta última medida se perseguían dos objetivos:
aprovechar los buenos oficios y experiencia del párroco para conseguir de
moribundas mandas testamentarias en favor de la colecturía, y lo que no era
menos importante, cortar con el alumbradismo que reinaba en la zona, en
momentos en los cuales el Tribunal del Santo Oficio de Llerena desarrollaba una
enérgica actividad antialumbradista. MALDONADO FERNANDEZ, M. «Llerena y los
Alumbrados. El Auto Público de Fe de 1579», en Revista de Fiestas Mayores y
Patronales, Llerena, 1999.
(14)
Cada real equivalía a unos 34 maravedís.
Revista de feria de Guadalcanal 2004
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