Y es que es curioso lo de Guadalcanal
-Buenos días nos dé Dios.
De tan castellana manera
saludaba el ya ex embajador de los
Estados Unidos en España, Edward
L. Romero, el 21 de noviembre de 1998 a todos los que, ateridos de frío, se
reunieron -nos reunimos- en la plaza principal de
la localidad
toledana de Corral de Almaguer para
celebrar uno de los actos del IV centenario de la llegada
del conquistador criollo Juan de Oñate a Nuevo México.
Una conquista en la que
hubo presencia guadalcanalense.
Pero no nos precipitemos.
Romero, nuevo mexicano
orgulloso de su pasado español e
indio, multimillonario y amigo personal del entonces presidente Bill
Clinton, había estado durante años obsesionado con instalarse en España para
conocer el pueblo en donde nació su antepasado, el alférez Bartolomé
Romero, corraleño que en 1580 partió a América y que fue, en 1598,
uno de los 129 expedicionarios que junto a Juan de Oñate fundara la segunda
ciudad de los Estados Unidos, San Juan de los Caballeros, que, al poco,
mudaría su nombre por el de San Gabriel del Yunque.
De ahí que el
rechoncho y afable empresario de cuchillas de afeitar no dudara en elegir la Embajada de España como premio a su generosa aportación a la campaña presidencial de Clinton.
Romero, nada más llegar a nuestro país, se puso en contacto con el alcalde de Corral, Antonio
Mancheño, para incluir
a este municipio en los actos de conmemoración del IV Centenario de la llegada de Oñate a
Nuevo México. Y
así Corral de Almaguer se convertiría en noticia mundial al ser el único lugar del orbe en el que una tribu de indios Pueblo mostró la
Danza del Búfalo fuera
de su territorio natural. Para ello fue preciso un permiso expreso de los líderes espirituales de esta tribu, permiso que no fue, ni
mucho menos, fácil
de obtener.
Una Danza del Búfalo que vieron bailar por primera vez en el verano de 1598 Diego Núñez y Diego
Núñez de Chaves,
dos soldados de Oñate que nacieron en Guadalcanal. Es decir: dos paisanos estuvieron presentes, con toda probabilidad, en la fundación
de la segunda ciudad
que se erigió en territorio norteamericano. La primera fue San Agustín, fundada en La Florida por Pedro
Menéndez de Avilés en 1565 y destruida
por el pirata inglés Francis Drake en
1586. En su lugar se erige otra ciudad con nombre dedicado al mismo santo, pero en inglés: Saint
Augustine.
El 18 de agosto de 1598 la
expedición de Oñate, formada en su mayoría por familias y con tres
mil cabezas de ganado pues la intención no era sino crear asentamientos
estables al norte de Nueva España llega a un enclave en la confluencia de los ríos Grande y Chuma, al norte de la actual ciudad que entonces -y ahora- se llama Española y muy cerca del actual “pueblo”(reserva)
de San Juan. Llamaron al lugar San Juan
de los Caballeros, en honor del general
Juan de Oñate, y de los indios de la
zona, que se portaron muy bien con los
expedicionarios. A los pocos días se
trasladaron todos a un pueblo abandonado
muy cercano, de nombre Yunqueinegge.
Allí se instalaron construyendo
casas de manera definitiva y rebautizaron
el enclave con el nombre de San
Gabriel del Yunque, aunque algunos
historiadores también llaman a esta ciudad
San Gabriel de los Caballeros. Hoy
no existe y sus ruinas están, ya
decimos, entre Española y San Juan Pueblo,
a unos cuarenta kilómetros al norte de Santa Fe, capital de este estado norteamericano. Por cierto: en aquel 1598, concretamente el 8 de septiembre, día en que se celebra en todo el mundo cristiano el nacimiento de la Virgen, se realizó en territorio de Estados Unidos la primera Acción de Gracias. Tan norteamericana festividad es de origen español. Para que vean. Otra curiosidad: en un país que
rinde culto a sus actores y actrices, los primeros que realizaron
una representación teatral fueron los españoles. Lo
hicieron ese 8 de septiembre con la escenificación de una pieza
titulada «Moros y Cristianos», cuyo autor era un tal
Martín de Farfán.
Diego Núñez era natural de Guadalcanal y era hijo de
Juan de Chaves. Según hemos podido saber, viajó en la expedición con cota de malla, arcabuz y un sirviente. También poseía armadura para él y para su caballo. De Diego Núñez de Chávez también se dice que era hijo de un tal Juan de Chaves. ¿Hermanos? Las normas de nomenclatura
de la época eran muy arbitrarias,
pero no tanto corno para que se
repitiera incluso el nombre. No obstante
sí parece claro que les unía algún parentesco. De este segundo
guadalcanalense, Diego Núñez de Chaves, se
dice que tenía treinta años de edad,
era de buena estatura, de poblada
barba castaña y tenía algunos dientes
de arriba rotos. Dada la brutalidad
con la que Oñate se empleó incluso
con los suyos (los ejecutaba sin temblarle el puso ante el más mínimo asomo de deserción y desertar en aquellas tierras era una tentación a la que podía sucumbir cualquiera)
y dadas las penalidades que sufrieron
los colonizadores en tierras tan
ásperas durante seis largos meses pudiera temerse que ambos no llegaran con vida a San Gabriel, pero en el listado de primeros vecinos de esta ciudad aparecen los apellidos Núñez y Chaves. Parece, pues, que lo lograron.
Y es que es curioso lo de Guadalcanal.
Dado que se trata de una
población pequeña es muy
significativo la gran cantidad de personas que aportó a la conquista y colonización de
América. De hecho, en la expedición de Oñate sólo otras 16 poblaciones
andaluzas aportan expedicionarios y todas ellas eran muy superiores en
habitantes a nuestro pueblo. Este hecho es algo que se corrobora si se ve el
censo de emigración a Indias: el número de vecinos de Guadalcanal que se
embarcaron es sorprendente.
Con el artículo de
Pepe Álvarez que antecede a éste y la aparición de los Núñez en la aventura
de Oñate cabe pensar que la nómina de pequeños -o grandes,
según se mire- héroes locales debe ampliarse. Motivo de
orgullo para todos y motivo de trabajo para los
que nos interesamos por bucear en la grande historia de nuestro
pequeño pueblo.
La figura de Oñate es
motivo de agria
controversia. Fue un hombre cruel, que
nadie lo dude, por eso fue desterrado
de Nueva España y enviado a la
Península como Adelantado de Minas.
La acción española en América es
contradictoria: es de naciones maduras
asumirlo ya que toda empresa humana tiene
claroscuros. Pero hay un dato objetivo del que este
cronista fue testigo. Alguien, entre ellos los Núñez que estuvieron con Oñate, enseñaron muchas cosas a los indios de Nuevo México. Entre ellas, un idioma, que ha perdurado generación tras generación
en aquellas lejanas y áridas tierras
que empleó un rechoncho, afable
emocionado embajador norteamericano
en la plaza de un pequeño pueblo
toledano el 21 de noviembre de
1998.Un idioma
que tiene un saludo que así:
-Buenos días nos dé Dios.
JESÚS RUBIO
Toledo, mayo de 2001. Revista de feria de Guadalcanal
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