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domingo, 27 de diciembre de 2020

Las minas de Pozo Rico

"Señora, la Mina de Guadalcanal en Sierra Morena da cada día a Vuestra Alteza más de tres mil ducados de plata” 

De esa manera se expresaba San Francisco de Borja a Doña Juana de Austria, hija del Emperador Carlos V, en el año 1558.
Las minas del Pozo Rico fueron en aquellos tiempos el caudal que alimentó a España para sus grandes empresas y conquistas; caudal que no consiguieron agotar los antiguos porque, hipotéticamente, es muy posible que aún quede mineral argentífero en sus interiores, basándome, repito, para esta hipóstasis, en las versiones que sobre el tema dieron algunos estudiosos de la época, versiones que a la par que ayudarán a trazar la historia de estas famosas e importantes minas.
De remotos tiempos solamente sabemos lo que nos dice Menéndez Pidal en su
“Historia de España”: “Yacimientos casi exclusivamente de plata son los de Guadalcanal los cuales fueron explotados por cartagineses y romanos y probablemente a los árabes”
Es a partir del siglo XVI cuando comienza la época del resurgir y máximo apogeo estas minas. Redescubiertas por Gonzalo Delgado, vecino de Guadalcanal, en el año 1551 en los pagos del Molinillo, fueron trabajadas de forma particular y rudimentaria hasta 1555; el 5 de diciembre de ese mismo año y, mediante renuncia y cesión de todo derecho y acción sobre ellas a favor del Emperador Carlos les fue concedido el privilegio de asentarlas a los Condes Fugger (Fúcares), famosos financieros alemanes, que ya tenían, en su poder el gobierno de las de Almadén, y que las explotaron hasta su total abandono. Según el autor Alonso de Carranza, fueron treinta y seis los años trabajados en la mina; para Guillermo Bowles son ochenta y cuatro. De cualquier forma, el rendimiento que de ella se sacó, y la cantidad de mineral que se extrajo de sus once pozos (Pozo Rico, Campanilla, Devanadera, Cuarto, Quinto, Traviesa, Mineta   Gran Campaña, Red, Contramina y San Antonio) fue muy superior a lo normal; “que rendía el quintal del metal de ella de toda broza a la mitad de plata, y mucho más...”, nos dice Carranza en su libro.
También don Juan de Tejada, que por Real Orden visitó la explotación en 1556, encontró "no sólo por experiencias repetidas que él mismo hizo, más por testimonio de hombres peritísimos en el arte metálica y minera, una de las más fecundas y una fecundas y ricas de cuantas hasta entonces se conocían en el mundo". Y volviendo a Alonso de Carranza que, en su obra "Tratado de Moneda en España", continúa diciendo: "   que de ella se sacaban cada semana una con otros sesenta mil ducados, que, en dichos treinta y seis años de su labor, montan sobre ciento y doce millones". Dejo al propio cálculo del lector lo que esta cantidad representaba en aquellos días; tengamos en cuenta que el ducado era una pieza de oro cuyo valor oscilaba entre siete u ocho pesetas. En es­tos libros se habla de ducados de plata, pero no quiere decir que esta moneda se acuñara en este metal, sino que era, simplemente, su equivalencia.
Más importante aún se puede considerar el comentario que hace el Cardenal Cienfuegos, el cual hablando de esta mina nos doce que "era en aquel tiempo la fuente preciosa de donde bebía su riqueza España'.
Guadalcanal, este bendito pueblo que albergó en sus entrañas tanta y tanta riqueza no encontró en sus minas la más mínima fuente de beneficios.
Las reatas cargadas con la plata salían del Molinillo a través del Camino Real por la Atalaya y el Postigo iban a dar a la Ribera de Benalija para continuar viaje a Sevilla. De Guadalcanal no salió ni la mano de obra; mineros especializados venía de Almadén y para los trabajos duros compraban esclavos negros en las ferias de Zafra. Guadalcanal sólo era para sus minas un extraño que, al otro lado de la Sierra del Puerto, servía de parada y fonda cuando algún contable de S. M. las visitaba, solamente recibió una vez cierta cantidad, ignoro el porqué, la cual se empleó en ce las campanas de Santa Ana. Guadalcanal...  ¡ese gran extraño!, que contemplaba pudoroso cómo su riqueza se iba por derroteros que no eran los suyos.
Alrededor de la mina se formó un pequeño pueblo que lo describe muy Carranza cuando añade "Y que respecto de ser tan grandiosa se fundó junto a ella un lugar muy cumplido con calles formadas, y mesones, y tiendas de mercaderes, carpinteros, herreros y otros trabajadores; donde concurría mucha gente, particularmente a los mer­cados francos que había entre año". Las ruinas que aún quedan así lo atestiguan, de­mostrando a su vez la independencia y desligamiento entre la explotación minera y nuestra Villa.
La plata de Guadalcanal se destinaba a grandiosas empresas. Tiempos eran aque­llos de conquistas y descubrimientos. Tiempos, cuando en los dominios de España no se ponía el Sol. Tiempos del Rey Felipe II que construyó el Monasterio de San Lo­renzo muy cerca de Madrid. Referente a esta obra en la "Historia de la Casa de Herrasti", página 264, se dice que: "esta, mina había producido ocho millones de pesetas, cuya suma se empleó con otras en la fábrica del Escorial". Tiempos, en que a la an­tigua Hispania llegaban barcos y galeras procedentes del Nuevo Mundo cargados con fortunas inmensas.
Y quizás fuera éste uno de los motivos que ocasionara el fin de las Minas de Guadalcanal. El Reino de España, ciego por los tesoros de América, descuidó en gran parte la administración de las mismas. Los Fúcares, al amparo de esta desidia, se encargaron de que la riqueza que salía de ellas fuera a parar al otro lado de nuestras fronteras e intereses. Dentro de los mismos pozos instalaron una fábrica de moneda clandestina. La acuñación de piezas de plata les permitía evadir más fácilmente el capital que de ellas se obtenía. Al cabo de los años, allá por el 1634, el gobierno de S M. se propuso incautar la explotación dado el poco beneficio que parecía producir.
Los Fúcares, por aquel entonces descendientes de los Condes, pensando en posibles represalias y en que el peso de la Justicia caería sobre ellos, inundaron una de las galerías produciendo adrede el hundimiento del pozo principal (el Rico) y abandonaron el Molinillo en 1635. Reinaba por entonces D. Felipe IV.
Pero volvamos a lo que nos dice Carranza, que nos deja en extrema perplejidad sus palabras: "...y que al tiempo que se hundió el pozo, la mina había, mostrado riqueza que nunca".
Cabe preguntarnos, ¿por qué se dejó de trabajar en Guadalcanal? Guillermo Bowles inspector de Carlos III, que visitó la mina en 1758, nos da la respuesta más lógica "...que la abundancia, de la plata en las Américas hizo olvidar los trabajos de y la política persuadió que debían reservarse para cuando aquéllas pudieran faltar”
¡Y claro que faltaron!  Pero desgraciadamente, desde que se fueron los Fúcares manera poco convincente, dejándolas en total olvido, nadie se ha preocupado de investigar más a fondo por qué las Minas del Molinillo, las MINAS DE PLATA DE GUDALCANAL, se quedaron en ascuas de borrajas.

Juan Bautista RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ

Revista de feria 1980

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