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domingo, 28 de febrero de 2021

La lluvia infinita 3/18

Capítulo 3 

Diario de Pedro de Ortega 2

1 DE DICIEMBRE.

Hoy la nao capitana, hemos podido saber, ha perdido a un hombre.

Ha sido de madrugada: andaba un poco revuelto el tiempo y un golpe de mar, conjurado con la noche, ha debido acabar con él, pues con el fragor de las olas nadie ha escuchado sus gritos de auxilio.

Para cuando se le ha echado en falta era demasiado tarde.

En la almiranta ha cundido el desánimo cuando se ha sabido la noticia, pues entienden los marineros que si el viento y el tiempo han acompañado y, aun así, ya hay que llorar por uno de los nuestros, qué será de todos nosotros cuando llegue la época de las tormentas.

Yo también tengo miedo.

Pero he de disfrazarlo, pues una de las tareas de los capitanes, y de las más importantes, es la de infundir valor a sus hombres; si me vieran apesadumbrados, estaríamos perdidos: una leve brizna de flaqueza y la revuelta prendería el barco como una tea.

Pero tengo miedo, Isabel.

No tanto a la muerte como a la inmensidad.

 

2 DE DICIEMBRE.

Según la derrota trazada por Sarmiento, estamos a unos tres días de llegar a las primeras islas de Ofir, o de Salomón.

Pero ese nombre ya no hace brillar los ojos de los hombres de la nao: están preocupados.

Los temores de Gallego se han propagado entre todos los expedicionarios como el fuego en la selva y no veo a mi alrededor sino rostros sombríos y fúnebres, ojos apagados y cierta dejadez en todos sus movimientos.

Rezo porque el día 5 encontremos tierra, pues si no la gente no va a ser fácil de parar.

Rezo por ello y porque Dios, si llega el momento, me dé fuerzas para obrar según requiera el momento, pues aunque no me considero hombre tibio de carácter, Isabel, tú lo sabes, no sé con cuantas lealtades, aparte de la de los hombres que conozco desde hace años, puedo contar.

No incluyo a Jerónimo y Francisco, porque sólo la duda ofende.

Y Jerónimo, por cierto, me ha confesado que andan los marinos muy agitados, por obra de Hernán Gallego, que no sé muy bien a qué juega, porque si ahora tiene motivos para desconfiar, como yo mismo hago, no lo niego, no los tenía cuando partimos de Lima.

Sin su trabajo contra Sarmiento y sus rutas, la gente estaría algo más tranquila, y yo no pasaría la mitad de las noches en vela esperando un motín.

Sólo Juan de Torres, el franciscano, anda pidiendo a todos paciencia, que Dios está con nosotros y si confiamos en él, todo habrá de salir bien.

Tenían razón aquellos que decían que si ha de embarcarse un religioso, que sea franciscano.

 5 DE DICIEMBRE.

No hemos visto tierra y por la ruta seguida y el camino navegado ya deberíamos estar en ella.

Hoy hemos recibido instrucciones de la nao capitana aprovechando que casi se han juntado las dos naos: virar hacia la ruta Noroeste, algo que Gallego llevaba diciendo los tres últimos días.

Es la primera vez que he visto sonreír al piloto mayor.

-Al fin el intrépido marinero se aviene a razones. El sobrino de don Lope ha sido iluminado por Dios. Sarmiento equivocó la ruta desde el principio. Por fin llegaremos a tierra.

He sentido unos enormes deseos de azotarle, pero si me indispongo con el piloto mayor, ¿qué puede ser de nosotros? Además, la orden, aunque pudiera ser maquinada por Gallego, ha llegado de Mendaña, general de la armada, y no tengo nada que decir.

Y puede ser que Sarmiento, aunque como cosmógrafo y geógrafo goza de buena reputación, se haya equivocado, porque aunque marinero experto, puede no serlo tanto como Gallego.

Qué se yo.

Aquí, en el mar, yo, maestre de campo y capitán de la capitana, soy preso de los marineros, pero todo cambiará cuando lleguemos a tierra.

Por la ruta nueva, mudada a media mañana, el viento no parece tan favorable; el viaje va a alargarse y parece que voy a tener que pensar en ir reduciendo las raciones.

Hay que tener cuidado para cuando dé la orden: la reacción puede ser impredecible.

Isabel, cada vez os hecho más de menos a ti y a Pedro.

Jerónimo, también. 

6 DE DICIEMBRE.

Nada nuevo: la misma ruta y parece que el viento no es ahora más favorable.

Siguen los rostros serios y las manos crispadas, pero todos obedecen.

No estoy dentro de sus corazones, quién pudiera, pero aunque no discuten, sé que están deseando volver: se sienten engañados, y ni la promesa del oro gusta cuando uno no sabe si volverá a ver su tierra y los rostros amados y conocidos que allí aguardan. 

7 DE DICIEMBRE.

A media mañana, unas nubes bajas, en el horizonte, justo al frente, nos han hecho creer que llegábamos a tierra.

Gallego no ha podido ocultar su alborozo:

-Se lo dije, señor, que esta nueva derrota nos iba a traer la ansiada tierra de Ofir. Allí está, quizás a unas veinte leguas.

Dios siempre está con los marineros. Con los marineros.

Ha querido decir con él y con los suyos, no con los demás.

En otros momentos, el hecho de que no me consideraran marino, me hubiera halagado, pero el desprecio que teñían las palabras de Gallego me ha provocado tal ira que he preferido recluirme en mi camarote para evitar un altercado con el piloto mayor, hombre al que Isabel, lo digo bien alto, desprecio con toda mi alma.

Dios no está con gente cuyo doblez espanta y cuyas blasfemias hacen sangrar el cielo.

El silencio que reinaba en la nao, por la tarde, es lo que me ha hecho salir del camarote en el que me había recluido desde que viéramos aquellas nubes bajas.

Nubes bajas que se habían disipado cuando estábamos a punto de alcanzarlas y que han mostrado todo su secreto.

Y su secreto era ninguno.

Aunque la noticia no era grata no he podido dejar de alegrarme, y cuando me he cruzado con el serio rostro de Gallego he tenido que hacer un esfuerzo grande para no reírme.

Desde entonces el silencio reina en la almiranta.

Un silencio sólo roto por el rugido rítmico del mar y por el crujir de la madera, que hasta ella parece lamentarse. 

8 DE DICIEMBRE.

Misma ruta.

Mismo resultado.

Nada.

Sólo la inmensa mar océana.

Por la tarde, y por ser el día de Nuestra Señora, casi a horas de vísperas, Juan de Torres ha dicho misa, que yo, al menos, he escuchado con una devoción que no había sentido nunca.

Después hemos rezado una salve.

He escuchado a un marinero decir que Nuestra Señora, madre de todos nosotros, debía estar a otras tareas pues no nos ha servido la tierra.

He ordenado que se le azotase y advertido a todos que, a partir de ese momento, se acababan las blasfemias. 

14 DE DICIEMBRE.

Casi una semana sin anotar nada porque nada hay que anotar.

Mar, mar y más mar.

A partir de mañana las raciones se van a acortar. 

15 DE DICIEMBRE.

La mitad del agua se nos ha podrido, igual que el pescado.

La carne hace ya tiempo que se nos echó a perder; cuando he dicho a los hombres que sólo medio cuartillo de agua en la comida y en la cena, un trozo de mazamorra y unas almendras para cada uno de ellos, excepto para los enfermos, no han dicho nada, han aceptado sin rechistar.

Cada día que pasa me sorprende la condición humana: yo preveía algún intento de revuelta, hasta el punto de que cuando los he reunido, me encontraba escoltado por Enríquez y mi hijo Jerónimo, por si había que echar mano de la espada.

Pero no ha sido así.

Es como si asumieran su destino, fatal o no, y no dieran importancia a nada.

De todas formas, saben que es tarde para dar la vuelta: el regreso no les garantizaría la supervivencia.

Así que supongo que cada uno, como hago yo, Isabel, reza con humildad para que la Providencia no nos abandone.

Aunque no descarto que muchos de ellos en realidad a quien se estén encomendando sea al mismísimo Satanás. 

16 DE DICIEMBRE.

Hernán Gallego me ha contado el asunto del Santo Oficio.

Parece que el obispo de Guadalajara ha abierto un proceso contra Pedro Sarmiento por unos anillos y abalorios que cuentan que nuestro cosmógrafo ha vendido como proveedores de fortuna.

Me ha hecho pensar.

Puede que Sarmiento no sea un ejemplo de piedad, pero don Lope ha confiado en él.

Y antes que don Lope, el conde de Nieva, el virrey de la muerte oscura.

Puede que no sea un hombre pío, pero es el único, en esta armada, que sabe.

Sólo él puede salvarnos pues la derrota descrita por Gallego no deja de estar equivocada: no sólo no se ve tierra, sino que los vientos cada vez se acuerdan menos de nosotros.

Y Francisco Jiménez me ha dicho que ya hay marineros que desconfían del rumbo de Gallego; así son las cosas: hoy salvas, mañana condenas.

El hombre muda más rápido de parecer que las serpientes de pellejo.

Si don Lope confía en Sarmiento, quien esto escribe confía en Sarmiento, y si no, que venga aquí el obispo de Guadalajara a marcarnos la derrota correcta. 

17 DE DICIEMBRE.

La paz no debe ser tripulante de la capitana, pues en menos de dos horas nos han dado órdenes contradictorias: la primera, al alba, nos dictaba que virásemos de nuevo al Suroeste, y así lo hemos hecho, pese a la desgana de Gallego en dar las instrucciones a la tripulación: la segunda, que mudáramos de nuevo al Noroeste, como estos últimos días, resolución que tampoco ha gustado a Gallego.

-Sin hombres de mar al mando, en el fondo hemos de acabar antes del nuevo año.

Si bien no niego mis deseos de fulminar a este hombre en cuanto pueda, he de reconocer que tanto vaivén en las órdenes produce más cansancio que el propio navegar.

Se diría que más que navegar, los navíos bailan. 

18 DE DICIEMBRE.

Navegar a un lado y al otro, prácticamente volviendo una y otra vez sobre la misma ruta, sólo que unas cuantas leguas más allá, y así, con una ruta que sobre la carta parece una culebra, hemos de dar con las tierras que andamos buscando.

Hemos recorrido ya más de 1.300 leguas, con lo que, si alguna tierra habíamos de ver, ha debido quedar atrás. O fue tragada por las olas antes de que llegáramos. Gracias a Dios, no hemos topado con ninguna tormenta, porque con lo fatigados que van hombres y navíos, ya estaríamos haciendo compañía a los peces.

Y tal es la dejadez de la tripulación que he tenido que requisar todos los juegos de naipes y dados, pues sólo ponen ardor en el juego, como si quisieran probar todas las variantes de perder las pestañas antes de entregar su alma al Creador: las tablas de Borgoña, la primera de Alemania, el alquerque inglés, el pasar genovés, el flux catalán, la figurilla gallega, el triunfo francés, la calabrida  morisca, la ganapierde romana y el tres y as boloñés, no hay juego en el que estos marineros sean más astutos que el mismísimo Ulises.

Como el juego es el padre de las riñas, y como les sorbe el seso hasta el punto de hacer sus tareas a toda prisa para volver a jugar, he decidido quitarles las cartas y los dados y devolvérselos cuando lleguemos a tierra, pese a que he visto a Satanás en sus ojos.

No me importa.

Si no debo volver, Isabel, tanto da ahogado que acuchillado por la espalda.

Pero el capitán lo es por algo.

Si he dicho que el juego es el padre de las peleas he de añadir que la madre es la chicha, ese licor funesto que parece quemarles el alma.

Pero la chicha va la prohibí cuando embarcarnos.

Tras de nosotros, a últimas horas de la tarde han aparecido nubes tan negras como los cimarrones de Panamá, lo que hizo preocuparnos a todos. Pero no siguieron nuestro rumbo.

Jesús Rubio Villaverde. 1999

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