CHAMIZO Y SU FAMILIA DURANTE LA GUERRA CIVIL
Ma. Victoria Díez Chamizo
(1)
Ante todo, quiero dar las gracias a mi madre y a mis tías, por las muchas historias que les he oído contar a lo largo de mi vida y que han hecho posible que pudiera escribir estas páginas. Huelga decir que, si algún mérito encierra, no es mío, sino de ellas y que mucho me temo que de los errores tengo la exclusiva. Asimismo, deseo hacer constar que en ningún momento he pretendido molestar u ofender a nadie. Y que sí, torpemente, lo he hecho, le pido perdón. Mi único interés es relatar unos hechos familiares con la máxima objetividad que he podido y con la esperanza de que haya llegado la hora de que todos sustituyamos antiguos resentimientos por un clima de afecto y compresión. Y en este sentido, también describo... ¡un sueño!
"Apenas
llegados, entramos, deliciosamente ignorados, -así me lo pareció en aquel
momento- en un modestísimo bar todavía en las afueras. Nadie descompuso el
gesto, ni hizo movimiento alguno que denotase la entrada de una persona
conocida. Bebimos unas cervezas y Don Luis pidió el importe de la consumición.
Entonces ocurrió lo que para mí hubo de representar una gran sorpresa. Mi
primera sorpresa de Mérida".
El mozo del bar, sin levantar apenas
los ojos hacia nosotros, sin detenerse siquiera un momento en su faena de
limpiar el mostrador, contestó poniendo cierto énfasis en las palabras:
Esta fue, como os
decía, mi primera sorpresa, acabados de llegar a Mérida. Hasta hacía poco yo
había vivido en una primerísima ciudad, en la que seguramente por su gran
población, todo el mundo, incluso los valores más constatados, se
impersonaliza, y nadie cuida de expresiones admirativas o deferentes -solo
quizás algún amigo- ni siquiera de esas tan sencillas y enternecedoras como ésta que había vivido al
lado del ilustre poeta, y que luego habían de repetirse en más de una ocasión durante nuestra corta estancia
en esta bella ciudad del Guadiana". (2)
Cuando estalló la guerra mi abuelo estaba en Guareña con su hija mayor, Ma. Luisa, visitando a su madre, Asunción. Intentó llegar a Guadalcanal en tren a fin de reunirse con mi abuela y sus otras cuatro hijas, pero no pudo. No consiguió pasar desapercibido. Le detuvieron unos milicianos, junto con otros viajeros, al hacer trasbordo en Mérida. De este episodio existen dos versiones. La primera de ellas (defendida por mi madre y por María Luisa, que aseguran habérsela oído contar a su padre) consiste en que estuvo preso varias horas, con la amenaza de que le matarían al día siguiente, de madrugada. Se quejó amargamente, alegando que iban a matar a un poeta que tanto había cantado a Extremadura y a sus gentes. Consiguió que le retaran a que lo demostrase. Y aceptó el reto, insistiendo que necesitaba las manos libres para poder recitar. Lo desataron y recitó "la nacencia" y "los héroes sin gloria". Les emocionó tanto que le dejaron marchar.
Dijeron
que no querían comprometerse. Volvió a Guareña en la máquina de un tren de
carbón. Llegó completamente tiznado. Como les suplicara tener noticias de su
familia, al poco tiempo esos mismos milicianos le comunicaron que su esposa y
sus hijas estaban huidas, que se encontraban bien y que se habían refugiado en
Malcocinado (Badajoz).
La segunda versión (defendida por mi
tía Ma Virtudes, que me ha dicho que se la contó su abuela Asunción cuando
vivió con ella en Guareña) (3) se remonta a
hechos que ocurrieron mucho antes de que se declarase la guerra civil. Al morir
mi bisabuelo Joaquín, su hijo se hizo cargo de la fábrica de tinajas y otros
utensilios (que ocupaba una gran superficie en la parte trasera de la
vivienda), con la ayuda de un operario de toda su confianza. Sólo ellos dos
tenían llave de la caja fuerte que había en la casa. Un día, mientras mi abuelo
dormía la siesta, oyó unos ruidos muy extraños. Con todo sigilo se levantó (sin
ponerse el ojo de cristal) (4), cogió un
arma, y fue a ver qué pasaba. Se encontró a su hombre de confianza con la caja
fuerte abierta, apoderándose del dinero. Al verle, el operario se echó a
llorar. Le contó una circunstancia familiar muy difícil que hizo que mi abuelo
no sólo le perdonase, sino que le regalase parte del botín que pretendía
llevarse. Además, le prometió que nunca diría nada (este trabajador, por
voluntad propia, se fue al poco tiempo). Y es así que cuando le cogieron
preso en Mérida, la casualidad quiso que uno de los milicianos que le
detuvieron fuera su antiguo hombre de confianza, que creyó reconocerle. Este
comentó a sus compañeros, "¡de ése me encargo yo!". Ya a
solas, le pidió que se quitara el ojo, cosa que hizo. Así comprobó su
identidad. El miliciano le dijo que una vez le había hecho un gran favor y que
él, ahora, se lo devolvía dejándole escapar. Le escondió en un pajar y ese
mismo día, por la noche, le permitió volver a Guareña, en un camión. (De ser
esta segunda versión cierta, mi abuelo sólo le contó este episodio a su madre.
Muy posiblemente, él mismo habría inventado la versión anterior.)
Sea quien fuere su liberador y las
razones que tuviera para dejarle marchar, el caso es que se libró de una muerte
casi segura (poco tardó en llorar que su misma suerte no la hubiese tenido
su amigo Federico García Lorca). Padre e hija permanecieron en Guareña unos
tres meses, hasta que fue tomada por los nacionales. Durante este periodo, mi
abuelo se escondió en los hornos de la casa, que en más de una ocasión
registraron, sin que lo encontraran. Normalmente los registros coincidían con
la llegada de "refuerzos" de Madrid. Cuenta Ma. Luisa que en
una de estas ocasiones la cogieron y la llevaron, a la fuerza, a la parte
trasera de la casa, cerca de donde estaban los hornos, amenazándola con pegarle
hasta que su padre saliera del escondite; y que, al primer impacto, antes de
que empezara a gritar, se cayó, golpeándose con fuerza la cara contra el suelo
y perdiendo el conocimiento (dice que desde entonces tiene la nariz torcida).
En casa de Asunción también vivían Marcial y Atanasia, hermanos solteros de
Asunción. Marcial trabajaba en las bodegas de vino del pueblo y tenía un hijo,
Joaquín, ya muchacho (Marcial y su hijo también se escondieron en los hornos
de la casa). Atanasia ayudaba en las faenas domésticas.
En Guadalcanal, pared con pared con la
casa de mi abuela estaba la de su hermana Consuelo, que vivía con su marido,
Juan Pastor (en realidad ambas casas eran sólo una, que se dividió en dos
cuando se casó Consuelo, que hasta su boda convivió con mis abuelos en la que
había sido la casa de sus padres). Consuelo y Juan no tuvieron hijos. La
relación entre las dos familias era muy estrecha, prácticamente vivían juntos.
Un poco antes de declararse la guerra varios amigos de la familia avisaron a mi
abuela de que la situación se estaba poniendo muy seria, que acumulara víveres
y que bajo ningún pretexto saliera a la calle. Las casas de mi abuela y de
Consuelo se unieron por un agujero en la pared, que disimularon con un mueble a
cada lado. Así se visitaban. Los milicianos registraron las viviendas en varias
ocasiones. Buscaban armas. Ya el primer día de guerra hubo muchos
fusilamientos, en el cementerio. Mi abuela, Consuelo y Juan decidieron huir de
Guadalcanal. Salieron del pueblo "medio disfrazados" (mal vestidos
y sin ningún equipaje) y se fueron, andando, a Malcocinado, a casa de
Rafaela, el ama de leche de mi madre. Eran las tres de la tarde y caía un sol
de justicia (por el camino se encontraron con una mujer que les regaló un
pan y una botella de aceite -con el tiempo mi abuela la pudo localizar y le
volvió a expresar su agradecimiento-). Llevaban consigo dinero, oculto en
la ropa. La casa de Rafaela era pequeña. Se apañaron cómo pudieron. Por las
noches se instalaba en el suelo un jergón muy grande de paja. Mi abuela,
Consuelo y Juan dormían "en la cabecera". Las niñas,
perpendiculares a ellos, "a los pies". Así estuvieron un mes.
Los milicianos se personaron en casa de Rafaela, buscando al tío Juan (que
había sido director del Banco de Guadalcanal). No lo encontraron.
Volvieron todos a Guadalcanal cuando
fue tomada por los nacionales. Las casas se las encontraron intactas, al
contrario de lo que había ocurrido con muchas otras casas, que las habían
saqueado y quemado. Y allí permanecieron hasta que "aparecieron"
mi abuelo y Ma. Luisa. Una vez todos juntos y pasado un tiempo, se fueron a la
finca "La Gastana", propiedad de Consuelo. En Guadalcanal
escaseaban los alimentos y se respiraba mucho terror. Muy cerca de La Gastana
estaba el cortijo de mi abuela, "El Burgalés". Mi abuela y sus
cinco hijas permanecieron en La Gastana el resto de la guerra, con Consuelo y
Juan. Mi abuelo, no. Se ausentaba a temporadas, incluso semanas o meses.
Colaboraba con Auxilio Social.
La vida en el campo transcurría
tranquila, lejos de los lujos y comodidades a los que la familia había estado
acostumbrada. Buen testimonio de ello es las siguientes canciones, de letra de
mi abuela y escritas en ausencia de mi abuelo, que tanto mi madre como mis tías
cantaban a voz en grito por La Gastana y El Burgalés (a todos los nietos y
nietas, estas coplas y otras parecidas nos las cantaba mi abuela y su hermana
Consuelo, y también nuestras madres, de pequeños).
Primera canción:
Somos los refugiados en La Gastana de Burgalésque vivimos felices sin servidumbre y sin parné.
Cuando tenemos mucho calor
vamos derechos hacia el albercón
y entre sus aguas frescas y claras
¡lavamos nuestros cuerpos y nuestras caras!
Cuando la servidumbre poquito a poco se fue a segar
nos quedaron tan solo las dos doncellas, Manuel y Juan.
Una doncella se descalabró (5)
la otra enfadada al pueblo marchó
por el alpiste (6) se fue el Sr. Juan
¡y Manuel con tito a Guadalcanal! (7) .
Cuando todos marcharon, que bien quedamos, ¡gracias a Dios!
comimos y cantamos y trabajamos con ilusión.
De cocineras tita y mamá
Ma. Victoria para lavar
con dos jarritas trae el agua Consuelo
¡mientras que Ma. Luisa da brillo al suelo!
La otra Ma. Victoria (8) y Virtuditas mondan patatas
mientras que Asuncioncita por cualquier cosa ¡nos da la lata!
Sólo nos falta para vivir bien
que tito traiga mucho que comer
y el panadero (9) le traiga a mama
¡la carta que impaciente espera de papá!
Para que no faltase ningún festejo en la Castaña
celebraron dos niñas una gran lucha greco-romana (10)
Que nadie sabe por lo que empezó
ni tampoco cómo terminó
pero si vuelven a boxear
¡ninguna de las dos se queda sin cobrar!
Segunda canción (11):
Consuelito y Asunción y Virtuditas Chamizo.
Las bañan y las perfuman, las visten de arriba abajo
y cuando pasa media hora parecen escarabajos:
se quitan los calcetines, pierden la traba y el pantalón,
se enchancletan los zapatos ¡y corren más que un ciclón!
Cuando las veas pasar en la chica fíjate
sí se ensucia los baberos se los vuelve del revés.
Pero la otra mayor tiene más mala intención
se rellena de papeles el babi y el pantalón:
por si su mamá le da una lección
y con la correa, la explicación;
pero su mamá la va a comprender
y en una tinaja la va a meter
a ver si así ¡se amansa bien!
Si pasas por Burgalés y no ves a Consuelito,
está dentro de una tinaja espiando su delito.
Y si no ves a Asunción ni a su hermana Virtuditas,
están en la habitación lo mismo que dos guarritas:
sin comer ricas cerezas, dulce de membrillo, ni salchichón,
veremos si estos castigos, ¡han servido de lección!
Durante la guerra, por casa de Asunción pasó mucha gente (como había ocurrido en otros tiempos de forma habitual) y eso implicaba muchas bocas que alimentar. Asunción había sido siempre una mujer muy generosa. Mi abuelo sentía por ella verdadera admiración. Marcial prestó dinero a su hermana, probablemente en muchas ocasiones, y también a mi abuelo. Ella le firmaba pagarés a cargo de la casa de Guareña. La deuda llegó a ser tanta que, con el tiempo, Marcial se quedó con la casa. Esto originó graves problemas en la familia, ya que no siempre las liquidaciones de Marcial coincidían con las cuentas que llevaba mi abuelo de las deudas pendientes. Aproximadamente al año de acabar la guerra civil murió Asunción, ajena al disgusto de su hijo (que se negó a decirle que había perdido aquella casa que tanto quería y añoraba, ¡antes de heredarla!). Con su muerte cesaron las visitas a Guareña.
¡Ay abuelo!Abuelo idealista,
abuelo bueno,
¡cuánto me hubiera gustado conocerte!
Y cuánto me gustaría que la casa de Asunción,
la casa de Joaquín, el tinajero,
esa casa a la que tanto añorabas volver...
"Aquella casona grande con su fachada de piedra,
con aquel pasillo largo que llevaba a las bodegas;
aquellas bóvedas altas, lo mismo que en las iglesias;
aquella cocina grande con su hermosa chimenea"... (12)
esa casa y no otra,
fuese algún día tu casa,
¡la casa de Luis Chamizo,
¡Casa de Cultura del Pueblo!
¡Reivindico este sueño!
A modo de apéndice:
Guareña tuvo un poeta,
un poeta muy castúo, que quiso mucho a su Tierra
y que cantó a sus campos, a su Extremadura entera,
bajo el sol abrasador de sus llanuras inmensas:
sus versos recios, rompieron las venas de gran poeta
y brotaron de su sangre más que de la inteligencia.
¡Cómo amabas, padre mío, aquellas tierras morenas
cuna de tus ilusiones y consuelo de tus penas!;
¡cómo añorabas volver a tu casa solariega
donde esperaba tu madre, donde tenías tu hacienda!
Aquella casona grande con su fachada de piedra
con aquel pasillo largo que llevaba a las bodegas;
aquellas bóvedas altas, lo mismo que en las iglesias;
aquella cocina grande con su hermosa chimenea
donde la leña al arder hablaba de tu nacencia
y prendía en ti sus llamas ardiendo tu inteligencia...
Todo aquello, ¡padre mío!, con desconsuelo te espera;
¡qué pena que estés tan lejos... que ni siquiera tu Tierra
te acompañe en las frialdades de esa soledad tan negra!
Solo estás, solo, muy solo... y muy lejos de Guareña:
tu madre, desde la tumba, te llama con la voz muerta,
y el miajón de una raza de castúos también te espera.
¡Qué lloren los extremeños, que solo está su poeta!:
su sombra vaga en la noche por las calles madrileñas
añorando sus terruños a los que tanto quisiera.
¡Qué redoblen las campanas! ¡qué redoblen con tristeza!,
el cantor de Extremadura polvo se hace en otras tierras.
Notas. -
(2)
Párrafo de la conferencia "Chamizo y Mérida en el recuerdo",
pronunciada por el Dr. Osuna el cuatro de abril de 1964, en la Sociedad Liceo
de Mérida. Folio 5. (Obra en mi poder el original de esta conferencia, que
el autor dedicó y regaló a mi madre, Ma Victoria).
(3) Ma.
Virtudes cuidó de su abuela, que estuvo muy enferma, casi un año. Ambas
llegaron a intimar mucho.
(4) Durante
toda su vida mi abuelo llevó un ojo de cristal que únicamente se quitaba para
dormir. (El ojo lo perdió al nacer, en el parto.)
(5) se
accidentó y se fue al pueblo.
(6) el
vino (mi abuela le despidió por borracho).
(7) el tío
Juan y Manuel se fueron a comprar víveres.
(8) una
sobrina de Málaga del tío Juan.
(9) el
panadero visitaba las distintas fincas y cortijos de la comarca una vez por
semana. Era costumbre que a la vez que vendía el pan repartiese el correo.
(10) pelea
muy sonada entre mi tía Consuelo y la sobrina del tío Juan, Ma. Victoria.
(11) esta
canción se canta con la tonadilla de "si vas a París papá..."
(12)
fragmento de la poesía "A mi padre” que se reproduce íntegramente a
continuación.
(13) poesía
de mi madre publicada el domingo uno de septiembre de 1957 en el
"Hoy" de Badajoz. (Los restos de mi abuelo yacen en su querida
Guareña, como fue siempre su voluntad, desde 1994, año del centenario de su
nacimiento, gracias al esfuerzo de las mujeres y los hombres de la villa muy
especialmente del Ayuntamiento- y de sus hijas).
Ma. Victoria Chamizo (Ceuta, 1957).
Publicado en la
Revista El Carro de Guareña 1997 (Año 4 nª2)
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