Corría el año de 1567.
Un gran desasosiego reinaba a la sazón entre la gente de esta ciudad a causa de las sublevaciones y motines que algunos habían hecho estallar, de ahí, por tanto, que el Gobernador se fijara en la prudencia y buen sentido de Ortega a la hora de tan escrupuloso cometido.
Mas, por lo que parece, el alistamiento adquirió un carácter extralocal, pues según declaró Francisco Gutiérrez, uno de los expedicionarios, él vio cómo un tal Alonso de Huerta, en la ciudad de Huanuco, por encargo de Pedro Ortega, alistaba gente para la jornada.
Ortega ejercía en Panamá el cargo de Alguacil mayor desde el año de 1563. Y como decimos, en esta ciudad vivía con su mujer Isabel Hidalgo y su hijo Jerónimo. La buena posición de Ortega llevó a muchos a extrañarse por la aventura que suponía el viaje. Más él argumentaba su acatamiento a la orden del Gobernador.
De singular resultado fue su labor en cuanto al alistamiento para la expedición. Entre otros, persuadió Ortega a Francisco Muñoz Rico su primo, y a Juan de Ortega, su sobrino, que fueron a sus propias expensas. Ambos, pues, costearon sus armas y bagajes y los de los servidores.
Se formó la tripulación con ciento cincuenta hombres, de los cuales más de sesenta eran soldados y el resto lo componía la gente de la mar y del servicio.
Nombró Castro por General de la Armada a Álvaro de Mendaña su sobrino Ortega capitaneó la nao "Almiranta" y llevó el cargo de maese de Campo de toda la Armada. Al mando de la nao "Capitana" fue Pedro de Sarmiento de Gamboa, cosmógrafo. Como Alférez general y capitán de Artillería fueron, respectivamente, Fernando Enríquez y Pedro Xuárez Coronel. Pilotaron las naves Hernán Gallego, Pedro Rodríguez y Gregorio González, el primero de los cuales llevó el cargo de piloto mayor. Y, aunque en la información se dice que asistieron "cuatro religiosos del hábito de San Francisco", no aparecen en la relación más que los nombres de F. Juan de Torres y F. Francisco de Gálvez.
Por su parte, Ortega llevó tres hombres para su servicio y dos negros que hicieron el oficio de lacayos; así como armas y mantenimientos para él y para ellos, por valor de más de tres mil pesos. Estos hombres sirvieron como buenos soldados en el campo de batalla y curaron a los enfermos de la nao de Ortega. durante el viaje. Andrés de Morales alférez que fue en la "Almiranta", se encargó de meter en la nao todo el matalotaje de Ortega.
Embarcaron el miércoles 19 de noviembre de 1567, y, tras los preparativos de rigor, el día siguiente en el puerto del Callao se hicieron a la vela. Abría rumbo la "Capitana", en la que iba Mendaña y pilotaba Hernán Gallego. Al mando de la "Almiranta", como se ha dicho, iba Ortega.
Habiendo navegado algunas leguas, Ortega procuraba que la nao de su mando se colocara a la altura de la "Capitana" a fin comunicarse con la tripulación de ella y persuadir a Hernán Gallego para que pusiera rumbo a quince grados y cuarto, en que según el cosmógrafo Sarmiento se encontraban las islas que buscaban. Pero lejos Gallego de acatar los consejos de Ortega, procuraba siempre alejarse de la "Almiranta" Para que el Maese de Campo se abstuviera de contradecirle en su derrotero.
Sin embargo, en dos ocasiones las naos se separaron considerablemente a consecuencia de otras tantas tempestades; la primera en lo que luego se llamaría bajos de la Candelaria y otra en los de Santa Isabel, "EN QUE MUCHAS VECES SE TUVIERON POR PERDIDOS” (dice la información señaladamente).
El jueves día 4 de diciembre “a la hora de vísperas” los soldados Alonso Rodríguez Franco y Manuel Álvarez gritaron “Tierra'. No consta que tierra seria, con todo, qué tierra sería. Habían navegado unas cuatro leguas al Nordeste de Lima en siete grados, cuando descubrieron una isla a la que llamaron Nombre de Jesús, por el día de esta festividad en aquella época el 15 de enero. De aquí pusieron rumbo al Poniente y tras navegar algo más de ciento treinta leguas en seis grados tercio, dieron con unos bajos a los que pusieron de la Candelaria, el 1º de febrero.
A poco de estos bajos, el día 7 de febrero, la Armada dio con la. isla de Atogla, que estos llamaron de Santa Isabel de la Estrella, situada a unas mil seiscientas leguas de la Ciudad de los Reyes y con un perímetro aproximado de unas doscientas leguas. Ortega, con un grupo de soldados, entró tierra adentro, quien al cabo de caminar una legua encontró a Vileban Harra Otauriqui, cacique de los naturales, que se dio como amigo de los españoles e informó a Ortega acerca de las condiciones de la isla, poniéndose a su servicio.
A pesar de la favorable acogida dispensada por el cacique cuando a los ochos días de la salida se disponían a regresar a la Armada, dos españoles resultaron heridos, uno de los cuales murió en una nave a consecuencia de las heridas recibidas en la lucha contra los indígenas. Ortega iba a la cabeza para advertir a los naturales la pacificada de sus intenciones. El P. Fray Juan de Torres, que tomó parte en esta expedición, asegura que de no haberse producido también una baja entre aquellos, la lucha se hubiera prolongado. El Maese de Campo, en vista de ello, efectuó el regreso por distinto camino a como había subido él y su gente, después de despistar a un grupo que les seguían por las márgenes de un río.
De vuelta en la Armada, el Maese de Campo organizó una nueva expedición con el objeto de inspeccionar la geografía del territorio. En principio no creyeron que se tratara de una isla, pues fue al caboo cuatro jornadas de camino de aspereza -que serian como unas dieciséis leguas-, cuando dieron, en la comarca de Tiaragajo, con el punto culminante de un sistema orográfico, desde donde pudieron observar que era una isla. Durante este duro recorrido de penalidades a consecuencia de lo accidentado del terreno, los españoles sostuvieron escaramuzas con los naturales, saliendo en ocasiones a luchar indígenas en número de quinientos contra el escaso de españoles. Y al regreso hubieron de sufrir también las consecuencias por la suerte de celadas que los naturales les habían puesto al paso. Los expedicionarios corrieron a pie estos trayectos, pues ni llevaban caballos ni los había en la isla. Y así cruzaron ríos que les cubría hasta el pecho y anduvieron por malezas, en tanto que esquivaban las flechas que les disparaban los indígenas, respecto a los que Ortega había ordenado a sus soldados no hacer frente ni daño alguno, sino en los casos de verdadera emergencia o apuro.
Mientras Ortega realizaba esta expedición tierra adentro por la Santa Isabel, los demás hombres que quedaron en el puerto estuvieron ocupados en la construcción -urgente- de un bergantín. A su regreso, y tras dar cuenta a Mendaña de los visto y sucedido, Ortega entró en dicho bergantín con veintiocho hombres, entre soldados y marineros, todos ellos armados, y se hicieron a la mar a descubrir nuevas tierras, al tiempo que se veía un camino por el que pasar las naos. Un mes duró este viaje, que hizo leve a la reciente marcha por la isla de Santa Isabel, pues a más de sostener duras "guazavaras" por mar y por tierra sufrieron un fuerte temporal de tormentas y vientos. Descubrieron la isla de Malaita, a la que Ortega llamó de Ramos, de unas cuatrocientas leguas de contorno, fértil y muy poblada de gente belicosa, que incluso guerreaba con los hombres de las islas vecinas. De aquí pasó a otra isla, que llamó Buenavista, grande, fértil y poblada. Arribó en ella, y, andando tierra adentro, llegó a la parte más alta, desde donde comprobar la existencia de otras islas. También en esta isla tuvo que batallar con los indígenas. Aquí hallaron cerdos y gallinas. Luego fue descubriendo, sucesivamente, las islas de la Galera, San Dimas, de las Flores y Sasarga (o Sarga), que de los dos modos aparece y de todas ellas tomó posesión en nombre de S.M., no escapando sino rara vez de sostener batallas con los naturales, que venían hacer frente en canoas cuando les veían aproximarse. Nuevamente, desde la isla de Santa Isabel, Ortega emprendió otra salida en el mismo bergantín, el 8 de mayo de 1568. Tres días después descubrieron una isla, llamada Gaumbata, "de cuatrocientas leguas de circuito, obox que es la mejor y más fértil y demás gente de todas porque en esta sola isla hay más de un millón de personas y más de trezientos mil hombres de guerra y tomo en ella poseisón y la llamó "Guadalcanal por ser de allí nactural, donde tuvo muchas guaçavaras y riesgos". (sic) (Era el día 11 de mayo). Ancló el bergantín en un puerto de la provincia de Mambubú, en que se ofició la santa misa y donde hallaron por cacique del territorio a un individuo llamado Mano, que vino de paz con los españoles y se sometió al servicio real de Castilla.
Desde la isla de Guadalcanal Ortega llegó a otra isla que llamó Boru, y, finalmente, dio con la de San Jorge, "que es muy poblada y grande". De aquí emprendió el regreso, que lo hizo rodeando el archipiélago, hasta llegar a la isla de Santa Isabel para reunirse con los demás. A su llegada Ortega dio cuenta a Mendaña de los episodios y relató los descubrimientos.
Durante el regreso soportaron una penosa travesía a causa de la furia de los elementos. Pasaron dos golfos con grandes riesgos, dado el escaso volumen y las proporciones del bergantín, oponiéndose Ortega en todo momento a la voluntad del piloto, que consideraba improcedente el plan de aquél. En una ocasión fue tal la magnitud que adquirió la tempestad, que el Maese de Campo decidió ir a con sus hombres a las proximidades de la isla de Guadalcanal, de donde pasaron a la Boru a hacer escala, para desde aquí llegar a la Santa Isabel. Llegaron a la isla con cuantas provisiones pudo transportarla el bergantín, que fueron depositadas en la Armada, la cual empezaba a escasear de abastecimientos.
Con el relato de Ortega de los hechos de su expedición el ánimo en la Armada de suerte que Mendaña ordenó la ida a la isla de Guadalcanal.
Cierto día en que la Armada se encontraba próxima a la costa de la isla de Guadalcanal, salió un batel de la "Capitana" con nueve soldados a tierra a buscar agua. Los naturales de la isla les tenían preparada una emboscada, con lo que dieron muerte a todos los soldados a un negro que escapó a nado y consiguió ganar la Armada. Más como el Maese de Campo, que se encontraba a bordo de la “Almiranta", oyese los gritos de las víctimas, saltó a una balsa de cañas, -enfermo como estaba de una pierna-, con un grupo de hombres y alcanzó la costa. Inútil fue el esfuerzo y coraje que los españoles pusieron en remar la media legua que les distanciaba, pues cuando a tierra llegaron encontraron los cadáveres de los españoles y el lugar desprovisto de indígenas. No obstante, Ortega inspeccionó toda la zona minuciosamente a fin de vengar a sus compatriotas, pero, como decimos halló el campo limpio. Entonces, regresó al lugar donde se encontraban los cadáveres, que los hizo trasladar al sitio donde se oficiaba la misa en donde se abrieron dos fosas en la tierra y se les dio sepultura de manera que los naturales no descubriesen el enterramiento, ya que Ortega conocía la cualidad de antropófagos de estos.
De nuevo en la Armada, el Maese de Campo preparó una expedición con el objeto de reconocer la isla. Para ello tomó veintiséis soldados y alguna gente de su servicio y desde la desembocadura de un rio comenzaron a navegar en un batel, internándose en la isla. El alférez Andrés de Morales quedó mientras tanto al mando de la "Almiranta” por orden de su Capitán. Como en la Armada empezara a sentirse la necesidad de provisiones, durante el recorrido Ortega se ocupó de acaparar existencias en víveres. Dieron con algunos poblados, con algunos de los cuales hubieron de guerrear. Una vez salieron a luchar multitudes de gente guerrera, siendo la victoria para los españoles gracias a la estrategia acertada de Ortega. Tan debilitados resultaron de dicha batalla, que decidieron volver a la Armada, a la que llegaron con un soldado gravemente herido, negro servidor de Francisco Muñoz Rico.
Llegados a la flota, ésta partió de la isla de Guadalcanal. Descubrieron otra isla a la que saltó el General y el Maese de Campo tomar posesión de ella en nombre de S.M., y la llamaron de San Cristóbal Desde el puerto de la posesión fueron enviados unos soldados a un poblado próximo a buscar comida. Más fue tan grande el alboroto que cundió entre los indígenas, que de ellos se pusieron en armas más trescientos. El Maese de Campo puso en orden a la gente y salió a estorbar la batalla, hasta que fueron acometidos. Se entabló una feroz lucha entre aquellos y los españoles, permaneciendo Mendaña y Ortega la retaguardia. Vencidos los indígenas, los españoles entraron en el pueblo al frente de Ortega y sacaron de él provisiones que se llevaron a la Armada.
Tras haber descubierto las islas mencionadas -y otras muchas de las que no nos han llegados noticias-, y después de transcurridos siete meses en tales descubrimientos, el General, con el acuerdo de Ortega y demás capitanes de la flota, determinó el regreso al Perú, "y ase puso por obra".
Fernán Gallego se disponía a obedecer la orden del General Mendaña, cuando Ortega trató con el piloto mayor -en presencia de los capitanes- sobre la conveniencia de que pusiera rumbo a Sureste todos los grados que le fuera posible con el fin de tomar el camino derecho al Perú. a la vez que se descubrían las islas que el capitán Pedro de Sarmiento, cosmógrafo de la Armada, sostenía que existían en aquella zona. Como el tiempo no se mostraba propicio, el Maese de Campo aconsejó la permanencia en un puerto de las islas conocidas en tanto se sosegaba la mar. Basaba su empeño Ortega en el objetivo de su expedición, el cual no era otro que el de descubrir todo lo posible. Por su parte, la gente -deseosa de arribar al continente- también se oponía a este plan.
Navegando por el cabo al que pusieron de San Lorenzo, una noche mudó de rumbo la "Capitana" de suerte que por la mañana apenas se veía desde la "Almiranta". Las naves llevaban rumbo norte susodicha nave había cambiado al Noroeste. La deriva hizo que naos volvieran a juntarse. Entonces, Hernán Gallego ordenó a los pilotos de la "Almiranta" que hiciesen el viento largo, pues pasada la línea hacia el Norte hallarían tiempos más navegación para alcanzar las costas de Nueva España, Ortega se ocupó resueltamente a la resolución del piloto mayor, mostrando su indignación a grandes voces desde la cubierta de la "Almiranta”. Mientras tanto Gallego mudaba derrota, no cumpliendo el acuerdo que previamente se había tomado sobre no hacer fuerza en los navíos por la banda del Sudeste por espacio de quince días, ya que la llegada al continente estaba prevista para antes de ese tiempo "por ciertas señales evidentes que tenían". Asimismo, estaba Ortega indignado por los capitanes y pilotos de la "Capitana" por poner el referido rumbo sin hacerselo saber, como solían, por medio de señales que hacían con faroles. Por lo cual Ortega sospechó que la "Capitana" intentaba abandonarles, toda vez que esta nao era de superior calidad -por porciones- que la que el Maese de Campo capitaneaba. No sabemos si fue por la causa de los elementos o por la voluntad de la "Capitana", más lo cierto es que durante dos meses ambas naves navegaron separadas.
Venían camino de Nueva España cuando de repente se sucedieron una serie de tempestades de las que escaparon “más por milagros que por industria humana" -en opinión del P. Torres en una ocasión fue tal el estrago causado en la "Almiranta" que Ortega se vio obligado a enrasarla, cortándole el palo mayor y la antena, juntamente con toda la jarcia, que fueron arrojados al mar. Y, ante el enorme peligro la tripulación entera se confesó. El agua entró en la nave de manera que se salaron las botijas de agua, así como el pan y el resto de las provisiones. En lo sucesivo, por espacio de tres meses se dio a la tripulación diaria de seis onzas de pan y medio cuartillo de agua a cada tripulante, "guardando igualdad en el repartir de las dichas raciones”. Ortega encargó al alférez Morales para, que en combinación con el despensero, hiciera el reparto de sus propias provisiones cada día, pues la escasez de alimentos en toda la flota hacía la situación cada vez más angustiosa. Únicamente, y como manjar extraordinario se daba jamón y tocino los jueves y domingos, pues ya fin a las existencias de queso, que se guardaba para los tiempos de auténtica necesidad. "Y ansí mismo mando tomar todo el vino y que no se tuviese la orden en el repartir dándolo a moderados precios y algunos no lo querían diciendo que lo querían dar para si por venderlo excesivamente y por lo que el contramaestre de la dicha nao no lo quería dar tuvo necesidad de ponerlo de cabeça en el cepo e mando que fuesen debjo de cubierta a sacar lo que tuviesen y sacándole dos botija, para el le tomó lo demás y lo repartió entre la gente del navio y lo mesmo hizo el de lo que traía para si, visto que si no se hacia ansi perecería la gente, todo lo cual hizo (Ortega) con celo de gran cristiandad y cuidado” (sic)
Para aprovechar el agua de la lluvia, siempre que llovía Ortega hacía extender sus sábanas en la cubierta de la nao, la cual se vertía y exprimía en tinajas que luego era almacenada en la bodega.
Ortega había autorizado a sus criados Hernando y Baltasar para que sin previa cédula suya dieran a los enfermos "almendradas y mazamorras”
Durante casi todo el viaje de regreso Ortega sufrió cuatro enfermedades juntas "que cada una de ellas bastaba para acabarle". Y como llegara “a punto de muerte sin tener esperança debida", con grandes esfuerzos, se despidió de la tripulación, animándoles a contar el viaje de vuelta. Para que le sucediese después de su muerte, Nombró a Pedro Ortega como capitán de la "Almiranta" a Francisco Muñoz Rico, al que tomó juramento de fidelidad a S.M. y le entregó unas instrucciones escritas. Le ordenó, asimismo, que acatara las decisiones del piloto mayor que eran las del General, según el cual debía seguir el rumbo a Nueva España, en donde habría de entregar la nao y su gente a Mendaña, o, en su defecto, lo haría al gobernador de aquel reino. Hasta cubrir dicho objetivo, Muñoz Rico debía emplear de la hacienda de Ortega según su voluntad, todo lo necesario.
Más de puertas para afuera, reinaba entre la gente una gran tensión a consecuencia del problema de arribar, "de los cuales los que eran temerosos de Dios solo suplicaban a su majestad diese vida al dicho pedro ortega por que entendían ser el todo para resistir a los que ansin levantados el cual no se levantaba de una cama ni podian dar sino gritos que causa la pasión de sus enfermedades y con este deseo de que viviese los pilotos y algunos marineros le velaban de noche con mano armada...". (sic)
Entre tanto, la nao "Capitanía" se había despegado nuevamente de la “Almiranta” Al cabo de algunos meses de pérdida, y en su estado de gravedad, Ortega arribó al puerto de Santiago de Colima, en la costa de Nueva España. Hallaron en esta puerta a la “Capitana” que había llegado tres días antes. El Maese de Campo entregó la nao y su tripulación al General y marchó a convalecer
Debido a los desvelos y trabajos de las expediciones en que Ortega puso el mayor celo, "escapo quebrado de una vedija” de la que consta que aún adolecía en 1569, esto es, dos años después.
En ningún momento, pues, olvidó Ortega su responsabilidad como Maese de Campo por el tiempo que duraron los descubrimientos “sin que se fe conociese perezca ni negligencia ni descuido con la gente", a la que observaba desde su puesto de soldado para corregirla y encauzarla por el camino de nuestro hispánico obrar. Asimismo, ayudó en todo al General de la Armada "como si fuera el rey don Felipe nuestro señor". Sostiene el P. Torres -que siempre acompañó a Ortega- que usó en todo el término que convenía, lo mismo para gobernar como para pacificar el campo. Y añade que era tenido por la mayoría como persona "áspera en su condición", cualidades que fue de sumo resultado sobre todo cuando se trataba de humillar a los soberbios o de calmar los ánimos, ávidos de regresar.
Hemerotecas
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