Rafael Rodríguez Márquez
Este año se cumplen diez de la muerte de un Guadalcanalense ejemplar y uno de los impulsores de esta revista, con ese motivo me puse en contacto con su familia para que me autorizada a publicar en mi Blog “Guadalcanal punto de encuentro” su libro póstumo GUADALCANAL, un pueblo en la memoria.
“Es
el nexo de unión entre los dos mundos; es el puente que hace que hoy Rafael
Rodríguez Márquez se haya convertido en inmortal, porque uno sólo se muere
cuando se olvidan de él, y no sólo estará en nuestros pensamientos, sino que
también lo tendremos a nuestra disposición y de las generaciones futuras en
nuestras bibliotecas”.
(Comentario
de Alberto Bernabé en la presentación del libro Guadalcanal, un pueblo en la
memoria, Guadalcanal, Cine Emperador, sábado 6 de diciembre de 2008).
Aquel
martes dos de enero de 2007, día de san Basilio Magno, apareció Guadalcanal
frío e impregnado de una ligera niebla procedente de la Sierra del Agua,
siempre presente en nuestro paisaje, altanera y velando por este pueblo serrano
que tanto amó nuestro amigo Rafael.
A pesar del frío
reinante, transcurría la jornada casi lúdica por la recién pasada fiesta de fin
de año y la proximidad de la festividad de los Reyes, por los Mesones y la
calle Santiago bullía la gente organizando compras y saludando a paisanos que
por estas fechas señaladas nos acercábamos en nuestro pueblo a pasar unas
pequeñas vacaciones e impregnas de amistad y cariño de familiares y amigos, de
pronto, parece que todo se detiene, la noticia va de boca en boca, ha muerto
Rafael el de Electrovira, a pesar de que familiares y amigos eran conscientes
de que el martillo de la vida estaba golpeando la salud de Rafael y que esto
nunca resquebrajó su espíritu, la sombra de la muerte vino a buscar a este
hombre noble y amigo de todos, para los que le conocimos, con solo el
comentario de la lectura de un libro, el murmullo de unas palabras en una
conversación de café, sus largos paseos por “su” paseo del Palacio con los
amigos o el comentario sobre cualquier noticia de actualidad, te hacían
entablar conversación con una de las persona más afable, sencilla, de gran
corazón y culta que yo he conocido en Guadalcanal.
Su nacimiento el 1 julio del 1938
fiesta de san Simeón, cuando España se encontraba inmersa en una fratricida
guerra civil y más tarde, su difícil infancia debido a las condiciones
familiares y una España devastada, forjaron a un hombre justo, honesto de trato
entrañable y un amor y compromiso reconocido con su pueblo, pueblo al que
encumbró a través de sus artículos en la revista de feria y en su libro legado
“Guadalcanal, un pueblo en la memoria”, que fue presentado por su hija Mari
Carmen en homenaje póstumo el sábado 6 de diciembre de 2008 en el cine
Emperador (actual cine-teatro Municipal), libro que nos introduce y describe a
través de la historia y la memoria de Guadalcanal desde la prehistoria hasta
los personajes más ilustres de la villa, recreándonos en datos, fotos o curiosidades
recogidas para la memoria.
Memoria que en mi caso particular, me
hace retroceder hasta el verano del año 1.994, cuando me lo encontré cerca de
la Plaza de Abasto, curiosamente los dos llevábamos la revista de feria de ese
año bajo el brazo, y me comentó que mi artículo Diccionario Humano (Bebeagua)
transmitía nostalgia y amor por Guadalcanal, manifestándome lo que ambos
amábamos el pueblo, paisanos independientemente que nos encantaramos en
Guadalcanal o por la diáspora de la emigración, fuera de él, artículo que fue
premiado como el mejor artículo de aquel año en la revista.
Su amplio currículo no se limita solo a
la participación en el aumento de la riqueza y la cultura de Guadalcanal con su
contribución en diversas empresas locales, fue el caso del único cine de
Guadalcanal de la época y la organización de diversos eventos y espectáculos,
que recuerdos..., aquel cine de verano luego transformado en el Cine Emperador
(considerado en su día como el más moderno de la comarca),
con sus
películas punteras en la época y su finalización siempre con la música del
pasodoble, creo recordar “en er mundo”; fue así mismo, socio fundador de la
primera caseta particular en el Real de la feria, presidente del Guadalcanal C.D
durante muchos años, relanzó la revista de feria y la enriqueció con sus
artículos sobre el día a día de nuestro pueblo, fue mayordomo de la Hermandad
de Guaditoca en momentos difíciles, formó parte de la Hermandad de Nuestro
Padre Jesús, de la que era gran devoto,
Para
terminar esta pequeña glosa sobre Rafael Rodríguez Márquez, hijo, padre y
abuelo de guadalcanalenses y guadalcanalense de corazón, aun cuando por las
circunstancias de la guerra naciera en Corral de Calatrava (Ciudad Real).
Reproduzco el prólogo que escribió su gran amigo
José Fernando Titos Alfaro del libro editado en el año 2008 y que enardece la
amistad y grandeza de corazón de su gran amigo Rafael:
Prólogo del libro.
Conociendo como creo conocer a Rafael Rodríguez
Márquez —que bastantes años a que tuve la dicha de empezar a disfrutar de “la
güena sombra” de tan leal y fiel amigo—, puedo decir que, ante todo y, sobre
todo — porque así lo parió la santa mártir de su madre—, es un hombre con
corazón de trovador, por lo que me sorprendió verle como historiador y cronista
del que siempre fue el bendito pueblo de “su arma”. Y es que un trovador, por
ser hombre, por lo común, de sentimientos tan delicados como frágiles,
difícilmente se puede limitar a ser un simple historiador, por lo menos, en su
sentido más académico.
Me
explico. Quiero decir que me resulta muy difícil concebir a mi buen amigo
Rafael caminando por las sendas de la historia o de la crónica como tales, por
estar estas veredas, por lo general, tan desnudas de sueños, de colorido, de
luz y de poesía. Para esta “güena gente” que, además de sencilla y espontánea,
tiene alma de poeta, como es el caso del autor del presente libro, nada puede
tener sentido, si es que no le hace vibrar por la emotividad que pueda
conllevar en sí mismo, por lo que este o aquel hecho histórico o esta o aquella
histórica reseña que, por su propia naturaleza de históricos precisamente, tan
pegados han de estar siempre a la realidad de la vida y, consecuentemente, tan
alejados de la fantasía del azul del cielo, nada extraño nos podría resultar
que, cuanto menos, sospecháramos que casi obligaran al bueno de Rafael a
poetizarlos, para elevarlos en lo posible a las estrellas y así poder sentir la
dulce templanza que siempre anhela sentir el alma de un soñador ante lo que se
ama.
En
este sentido, y solo dentro de él, es en el que podemos valorar la historia que
ha escrito Rafael de este, ciertamente que sí, tan idílico como montaraz y
luminoso pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, llamado Guadalcanal, por la
sencilla razón de que es en este sentido, y solo dentro de él, en el que el
autor se ha dejado el alma y el corazón escribiéndola, que eso otro de la
ciencia y de la investigación es otro cantar para el bueno de Rafael, entre
otras cosas porque como venimos diciendo— no pueden ser estas las flores que
pueden adornar su camino, por lo que Rafael se limita tan solo a recoger — eso
sí, con la delicadeza y el mimo que las cosas de su pueblo requieren— lo ya
investigado por otros muchos historiadores e investigadores, procurando sublimarlas,
sobre todo si es que ve que arañan un poco el alma.
Pero
es que si, además y, por si fuera poco, añadimos que este hijo de Guadalcanal,
por lo bien nacido que es, tan agradecido fue siempre, ya nos están sobrando
todas las palabras con respectó a las susodichas ponderaciones, ya que caen por
su propio peso.
Podríamos
resumir diciendo, no obstante, que, siendo mi buen amigo Rafael un hombre tan
profundamente humano y de convicciones tan hondas, no solo por ser el hombre de
bien que es, sino por ser —¡ahí es nada!— ese castizo andaluz de ancestral
estirpe y a la antigua usanza, tiene necesariamente no ya solo que amar al
pueblo que le vio nacer, sino que venerarlo, por lo que .—vuelvo a repetir—
tiene que dulcificar hasta la más cruda realidad histórica, con la idea de
darle ese colorido, ese sentimiento y esa poesía que siempre anidan en el alma
de un soñador. Cierro los ojos por ello y puedo ver diáfanamente a este
trovador como extasiado ante la idílica belleza de este su pueblo, allá
encumbrado en la mítica Sierra Morena.
¡Dios
bendiga a esta mi tierra,
pues,
como arrancando vuelo,
parece
escapar del suelo
y
allá encumbrarse en la sierra
para
estar cerca del cielo!
Lo termino de insinuar, pero creo que
debo decirlo con la claridad con que el pueblo sencillo suele decir eso de que
al pan se le llame pan y al vino se le llame vino, no vaya a ser que alguno
confunda en mis dichos las churras con las merinas. Así pues, que sepan todos
que jamás quise decir que los hechos puramente históricos que Rafael relata en
su libro no sean historia en su sentido más estricto y, como tales, dignos de
la mayor credibilidad. ¿Cómo voy a decir yo que los capítulos que tratan
estrictamente de la historia y que escribe Rafael sean como un fantasioso
castillo de fuegos artificiales, que solo en unos instantes puede convertirse
en algo tan volátil y efímero como el humo? ¡Ni mucho menos! Lo que, en
definitiva, yo he dicho o, cuanto menos, he querido decir es que cualquier
hecho referente a la historia de este su pueblo, en manos de Rafael, por el
amor y la veneración que le profesa a esta su tierra, lo suele adornar a guisa
de cómo pudiera adornar el dosel de la santísima patrona de Guadalcanal, la
Virgen de Guaditoca, por poner algún ejemplo, bien con las bellísimas flores
que “suelen brotar en los idílicos campos de Guadalcanal o con esas otras
flores que, por brotar del alma, solo pueden ser místicas, como son los
requiebros que de una u otra manera puedan florecer en los labios de cualquier
hijo de este pueblo ante la presencia de tan bellísima y querida Madre.
No
quisiera terminar sin referir algo que quizás pudiera sorprender a cualquiera
viendo a Rafael como autor de este primoroso libro que nos traemos entre manos,
pensando que Rafael, no siendo “hombre de pluma y letra”, según el decir de los
más castizos lugareños al referirse a un hombre que no ha vivido de los libros
y entre los libros, se haya aventurado en esta hazaña, siempre tan delicada
como apasionada y ardua, de escribir un libro, añorando a sus más entrañables
ancestros. A esto he de contestar, sin embargo, que nada tiene de
sorprendente —¿por qué? — tratándose de un guadalcanalense de bien, además de
ser un hombre —vuelvo a reiterarme— de un corazón tan gigantesco como
arrollador.
Quisiera
poner el broche de oro a esta especie de homenaje de mi sincera amistad a mi
muy estimado amigo Rafael contando una anécdota de aquellos nuestros ya tan
remotos años del nacimiento de nuestra tan leal amistad, sobre todo p6íque nos
viene —como dice el dicho popular—como anillo al dedo con respecto a las
palabras que termino de escribir en el último párrafo. Viendo, cada vez más y
más, las inquietudes y el talento que tenía Rafael, además de lo emprendedor
que era en todo y para todo, me planté en un momento dado ante él y no se me
ocurrió decirle otra cosa sino que, si él hubiera nacido en tiempos del
descubrimiento de América, el que hubiera conquistado el imperio azteca, el
imperio inca e, incluso, el que hubiera descubierto el Amazonas hubiera sido él
y solo él, porque ni Hernán Cortés ni Francisco Pizarro ni Fernando de Orellana
hubieran tenido nada que hacer en sus respectivas hazañas.
Rafael Spínola Rodríguez
Revista
de Guadalcanal 2017