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sábado, 6 de septiembre de 2025

LA EPÍSTOLA DE EMILIO ARRIETA

ADELARDO LOPEZ DE AYALA

(Guadalcanal 1828- Madrid 1879)

“Ya no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada...”
Adelardo López de Ayala.

    
    La Epístola a Emilio Arrieta de este poeta sevillano figura entre “Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana”, escogidas por Menéndez Pelayo, entre lo mejor de la literatura española antigua y moderna, pero son muy pocos los que se interesan por los versos de López de Ayala.
    El nombre de Adelardo López de Ayala figura entre los importantes nombres de autores que se hicieron famosos en el teatro durante la segunda mitad del siglo XIX, imprimiendo a aquél una tendencia en que el recuerdo del moribundo teatro romántico se mezcla con una especie de realismo y con otros influjos de toda clase. Ayala fue aplaudidísimo en su obra Consuelo (1878) que se hizo popular, durando esa popularidad largos años, por lo sentimental de la obra, por su bella forma, por sus cualidades de fina observación que el público sentía realmente. La protagonista abandona un amor sincero, pero pobre, a cambio de otro capaz de satisfacer sus ansias de lujo: dejada por su marido y despreciada por su antiguo amador, la vida sentimental de Consuelo concluye:
“cercada de ostentación,
alma muerta, vida loca,
con la sonrisa en la boca
y el hielo en el corazón”.

    El manifiesto de Cádiz, 19 de septiembre de 1868, (que terminaba con la famosa frase “Viva España con honra”) presentando al país los acontecimientos de aquella revolución llamada Gloriosa, lo escribe Adelardo López de Ayala. Para agradecerle sus servicios la septembrina hace a López de Ayala ministro de Ultramar.

    Adelardo López de Ayala y Herrera nace en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 1 de mayo de 1828. Siete años antes que Bécquer. Hasta los veinte años pasa su vida en Guadalcanal, en Sevilla y Villagarcía (Badajoz). A los catorce años comienza en Sevilla sus estudios en Leyes, pero los abandona. Se traslada a Madrid en 1849 con la idea de estrenar su primera obra dramática Un hombre de Estado, acerca de la figura de Rodrigo Calderón, favorito de Felipe III, que una vez corregida se estrena en el Teatro Español en 1851.
    Alternó su vocación literaria con la política y fue elegido diputado por Mérida (1858), por Castuera (1863), por Madrid (1863) y por Badajoz (1871). Fue ministro de Ultramar con los gobiernos revolucionarios, con Amadeo de Saboya y con Alfonso XII (en la órbita del conservador Cánovas), Presidente del Congreso en 1878, y antes de su muerte se le ofreció ser Primer Ministro. Adelardo López de Ayala muere en Madrid el 30 de enero de 1879.
    En su tiempo estuvo considerado como un gran orador, y fue, sin duda, uno de los más importantes autores teatrales de su época. Con él alcanzó su más alto rango la llamada alta comedia, típica del teatro realista, que no estuvo exento de algunos caracteres románticos, entre ellos el efectismo y tono pasional.
    El propio López de Ayala empezó haciendo teatro romántico más o menos adulterado, Un hombre de Estado (1851), Los dos Guzmanes (1851) y Rioja (1854); pero mayor importancia tiene su teatro realista, El tejado de vidrio (1856), El tanto por ciento (1861), El nuevo don Juan (1863) y Consuelo (1878), tal vez, su mejor obra. Ayala refleja la sociedad de la época, centrándose sobre todo en la burguesía, de la que toma argumentos y personajes; su carácter escasamente romántico y el cuidado en la construcción de sus obras supone un avance hacia el teatro moderno.
    Su novela Gustavo fue prohibida por la censura en 1852. Los poetas realistas, al renunciar en gran modo a la fantasía y a la evocación no sólo se apartan de los motivos medievales y caballerescos o no retornan al mundo mitológico, sino que también se apartan de lo sobrenatural cristiano que alentaba en la poesía romántica. Durante el periodo realista, la amargura y el desengaño romántico no llevan a la desesperación o al suicidio: se resuelven en una irónica y filosófica sonrisa. Para los poetas realistas, el mundo es tal como se muestra y así hay que aceptarlo.
Todavía guardo en mi memoria unos versos de López de Ayala que aprendí en la adolescencia:
“Brote la clara luz del desengaño
iluminando mi razón dormida.
Para vivir me basta un año”.

Francisco Arias Solís
La Comunidad

sábado, 30 de agosto de 2025

Guadalcanal y la subprefectura judicial y fiscal de Llerena

 

…echaron a las malas mujeres lejos de la veçindat de los buenos onbres”.

      Durante siglos Llerena era, como cabeza del Priorato de San Marcos de León, la sede y residencia de los provisores del Priorato, que estaba en situación jurídica de sede vacante desde la muerte de Casquete de Prado, el último obispo prior en la historia de la Orden de Santiago en Llerena. Por aquella época también impartía justicia eclesiástica para todo el territorio del priorato, al que pertenecía Guadalcanal.

    Las primeras noticias las proporciona el Archivo Histórico Nacional, Sección de Ordenes Militares, y datan del siglo XV, no en referencia a Llerena sino a la vecina villa de Guadalcanal. Solo se indica que en 1494 la casa de mancebía estaba ubicada al lado de la residencia del gobernador hasta que fueron expulsadas por los visitadores:

“…echaron a las malas mujeres lejos de la veçindat de los buenos onbres”. (sic)
    Como vemos, la prostitución está presente en la Provincia de León, aunque no parece tener mucha trascendencia como generadora de rentas a concejos. En cuanto a la consideración de las prostitutas y de las mancebías por la Orden de Santiago en la provincia de León es general para los demás territorios de la Orden. A saber, que no se castiga el comercio carnal ni el oficio, sino su ejercicio fuera de la mancebía.
    Don Julián Maldonado Mendoza, vecino de Guadalcanal, vende…
“… una esclava que yo tengo y poseo mía propia de color negro atezada, que a por nombre Grazia de hedad de quarenta años poco más o menos que es abida de buena guerra y no de paz y sujeta a perpetuo captiverio por prezio y quantia de mil y zien reales en vellon ... y se la aseguro que no es puta, borracha, ladrona, ni fuxitiva, ni que tiene mal de corazón, gota coral, etica, ojos claros sin ver ni otra enfermadad publica ni secreta” (sic)
En esta carta de venta, como en las demás, leemos su color, que no padece enfermedad y “algunos de los vicios que generalmente se asociaban a los esclavos, esto es, ser ladrones, borrachos y fugitivos”
    En esta carta de venta no se dice que la esclava Gracia sea “puta”, al contrario, pero nos hace pensar que algunas debían serlo, máxime cuando la calificación de “puta” no está presente en otras cartas ni es uno de los defectos constantemente mencionados. En el caso de emplearse como prostitutas cabrían culpar a sus amos como una manera más de explotarlas o por propia iniciativa, quizás para comprar su propia libertad.
    El origen y el itinerario nos lleva a una pregunta de difícil respuesta: ¿quién y cómo organizaba el flujo de las prostitutas, los destinos y las escalas? Hay tres posibilidades:
- Fijándonos en las provincias y los pueblos de los que son originarias las jóvenes, cabe la hipótesis de que fuesen agentes ubicados en determinadas ciudades y pueblos grandes -que muy bien podrían ser Sevilla, Badajoz, Zafra o Guadalcanal, - los artífices de la distribución-. La idea de un agente en Zafra no es descabellada porque, excepto tres de Zalamea de la Serena y una de Mérida, todas procedían de pueblos de la comarca de La Campiña, Tentudía y La Sierra, lugares dentro de la órbita de influencia de Zafra en todos los campos.
- Si en el futuro se estudiara la prostitución durante los mismos años en Fuente de Cantos, Zafra, Azuaga o Guadalcanal, por citar algunos pueblos cercanos, podría comprobarse si algunas de las prostitutas que aparecen en Llerena recayeron también en los prostíbulos de alguno de ellos. Esto ocurre entre los mismos lupanares Llerenense; tanto las que residen durante un tiempo prolongado como aquellas que sólo están dos o tres meses, pasan por dos o más casas. Cabe la posibilidad de que fueran las mismas patronas las que desplazaran al personal laboral de unas casas a otras siguiendo una ruta organizada.
- De lo que no cabe duda es de que funcionaba un mecanismo parecido al de la emigración, en el sentido de que los primeros que se establecen en un país o región inician una corriente hacia esos mismos destinos de sus paisanos. Así se explica que la llegada de Alejandra S. C. y el papel protagonista que adquirió, natural de Burguillos del Cerro, fuera seguida de la llegada de otras del mismo pueblo.
    Tras esta última división, la jurisdicción del gobernador de Llerena quedó tal cual en lo que se refiere a dicha villa cabecera y sus aldeas (Cantalgallo, Maguilla, Los Molinos y La Higuera), la Comunidad de Siete Villas de la encomienda de Reina (con dicha villa y los lugares de Casas de Reina, Trasierra, Fuente del Arco, los Ahillones de Reina, Berlanga de Reina y Valverde de Reina), la Comunidad de Cinco Villas de la primitiva encomienda de Montemolín (con las villas y encomiendas de Aguilarejo-Fuente de Cantos, Calzadilla, Medina, Monesterio y Montemolín), la encomienda de Guadalcanal (con dicha villa y la aldea de Malcocinado), la encomienda de Azuaga (que incluía a Azuaga, el lugar de Granja y las aldeas de Cardenchosa y los Rubios) y las villas y encomiendas de Usagre, Bienvenida, Puebla de Sancho Pérez, los Santos, Villafranca, Ribera, Hinojosa, Oliva y Palomas. En los pueblos que pasaron a configurar los nuevos partidos o alcaidías mayores de Hornachos y Segura se presentaba una situación algo enmarañada. Por regla general, los aspectos administrativos de mayor entidad seguían tutelados desde Llerena, quedando los otros bajo la competencia de sus respectivos alcaldes mayores, circunstancia que provocaba periódicamente conflictos por invasión de competencias.
    En fechas inmediatamente posteriores, el partido sufrió otros recortes a cuenta de las sucesivas enajenaciones de pueblos santiaguistas. Así, en 1573 Felipe II segregó de la Orden de Santiago (y del partido gubernativo de Llerena, nunca del fiscal) las villas y encomiendas de Aguilarejo-Fuente de Cantos, Calzadilla, Medina, Monesterio y Montemolín, como más adelante ocurrió con Berlanga y Valverde de Reina, vendidos en 1586 a la marquesa de Villanueva del Río. Por lo demás, sólo hemos de considerar el caso de Villafranca de los Barros y Aceuchal, pueblos que desde finales del XVI pasaron definitivamente al partido de Mérida.
    Tomás Pérez, pasando ahora al siglo XVII, ha profundizado en el estudio de la administración santiaguista de nuestro partido, indicando que su concreción territorial era distinta dependiendo de la competencia contemplada. En efecto, en relación con las demarcaciones fiscales de la Real Hacienda, existía gran confusión. Así, en la primera mitad del XVII, como ya venía ocurriendo desde la centuria anterior, la recaudación provincial de los servicios votados en Cortes se centralizaba en Llerena (también en Mérida desde finales del XVI, especialmente una vez que se establece el servicio de millones), mientras que las alcabalas y cientos se recaudaban en las subdelegaciones de Llerena, Mérida, Guadalcanal, Fuente del Maestre y Jerez. Buen ejemplo del desconcierto fiscal lo encontramos al analizar el empeño de la Comunidad de Cinco Villas a la ciudad de Sevilla, para lo cual, como era habitual en estos casos, el Consejo de Hacienda envió a un funcionario para que, sobre el terreno, calculase el valor de los bienes a empeñar. Esta circunstancia determinó que el comisario real quedara forzado a visitar las distintas tesorerías a las que pertenecía cada uno de los pueblos y encomiendas afectadas.
    En la nueva provincia de Extremadura se localizaban 8 grandes partidos o tesorerías de millones, con cabeceras en Alcántara, Badajoz, Cáceres, Llerena, Mérida, Plasencia y Trujillo, más la posterior incorporación de Villanueva de la Serena; es decir, las seis ciudades y villas que adquirieron dicha facultad, más Llerena y Villanueva de la Serena.
    Sin embargo, desde el punto de vista gubernativo y judicial, o de otras tesorerías distintas a las de millones, existían hasta 23 demarcaciones de menor rango administrativo.
    Es preciso destacar cómo Llerena, pese a no ser una de las ciudades con Voto en Cortes, continúa encabezando uno de los partidos de mayor extensión. En su más amplio significado, -es decir, desde el punto de vista de la recaudación de servicios votados en Cortes- comprendía 45 pueblos: Aceuchal, Ahillones, Azuaga, Belalcázar (Córdoba), Berlanga, Bienvenida, Cabeza la Vaca, Calera, Calzadilla, Campillo, Casas de Reina, Fuente del Arco, Fuente de Cantos, Fuente del Maestre, Granja, Guadalcanal-Malcocinado (Sevilla-Badajoz), Hinojosa del Duque (Córdoba), Hinojosa del Valle, Hornachos, Lobón, Llera, Llerena (y sus aldeas de Cantalgallo, Higuera, Maguilla y Los Molinos), Monesterio, Montemolín (y las aldeas de Pallares y Santa María la Zapatera), Montijo, Oliva, Palomas, Puebla de la Calzada, Puebla de la Reina, Puebla del Maestre, Puebla del Prior, Puebla de Sancho Pérez, Reina, Retamal, Ribera del Fresno, Los Santos de Maimona, Segura, Trasierra, Usagre, Valencia de las Torres, Valencia del Ventoso, Valverde de Llerena, Villafranca, Villagarcía y Villanueva del Duque (Córdoba).
    La línea divisoria entre los departamentos extremeños se aproximaba al cambio de vertiente entre sus dos cuencas hidrográficas más importantes, quedando en la Baja Extremadura los actuales pueblos cacereños de Abertura, Alcollarín, Almoharín, Arroyomolinos, Campolugar, Cañamero, Conquista, Escorial, Guadalupe, Herguijuela, Logrosán, Madrigalejos, Miajadas, Puerto de Santa Cruz, Valdemorales, Villamejías y Zorita. Sin embargo, en la divisoria de la prefectura de Mérida por el Este y Sur se despreciaba el criterio hidrográfico, dándole prioridad a los antecedentes históricos. En efecto, el límite de la prefectura de Mérida al Sureste quedaba así:
“... la línea que les divide parte del punto donde se unen los ríos Zuja y Guadamez, sigue la dirección del Zuja hasta su nacimiento y al Oeste de la Coronada; sigue después al Este de Caraveruela en la provincia de Córdoba, y se termina entre Guadalcanal (prefectura de Mérida y subprefectura de Llerena) y Alanís (prefectura de Sevilla)”.
    La línea divisoria por el Sur seguía el siguiente itinerario:
“...la línea que les separa parte desde el punto en que acabamos de dejar; sigue al Sur de Guadalcanal, de Puebla del Conde y de Arroyomolinos de León, que pertenecen a la prefectura de Mérida, y al Norte de Alanís, del Real de la Jara, de Santa Olalla, de Cala, de Cañaveral, de Bodonal, de Segura y de Fregenal, que pertenecen a la prefectura de Sevilla; continúa al Sur de Oliva, de Barrancos de Negrita y de Sombral, encontrando al fin la frontera de Portugal en el río Chanza”. (sic)
    En 1815 persistía la situación alcanzada a mediados del XVII, con apenas modificaciones. Es decir, Extremadura como única provincia o intendencia, con los partidos contemplados cuando se creó la Real Audiencia. De acuerdo con un minucioso informe que fue requerido de don Manuel de Iturrigaray, por aquellas fechas gobernador del partido de Llerena, su jurisdicción política (una vez suprimidos los señoríos jurisdiccionales), judicial y fiscal.
    El informe de Iturrigaray fue más minucioso, pues además recogía ciertos datos sobre la administración local, confirmando que los alcaldes ordinarios representaban la máxima autoridad en cada pueblo. Las excepciones se localizaban en Llerena, cuyo cabildo seguía presidido por el gobernador del partido, ayudado por un alcalde mayor. Esta última figura administrativa también presidía los concejos de Azuaga, Bienvenida, Fuente de Cantos, Fuente del Maestre, Guadalcanal, Hornachos, Medina de las Torres, los Santos, Usagre y Villagarcía; es decir, aquellos pueblos con mayor vecindad. En Guadalcanal, aunque seguía bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago, aparecía como novedad un corregidor real de letras, nombrado por primera vez en diciembre de 1783.
    Durante el Trienio Liberal se consideraba imprescindible una nueva división del territorio que garantizase la implantación del sistema constitucional y un correcto funcionamiento de las diputaciones. También se le encargó a Bauzá la elaboración de este proyecto y nuevamente aparecen las improvisaciones. Buena prueba de ello, centrándonos exclusivamente en la parte del territorio que aquí se trata, fue la división en distritos administrativos de la provincia de Extremadura. Así, por Decreto de primero de junio de 1820, y sólo a efectos de registro de hipotecas, en la provincia se consideraron los siguientes distritos y cabeceras: Alcántara-Valencia, Almendralejo, Badajoz, Cáceres, Castuera, Coria, Fuente de Cantos, Herrera, Hinojosa del Duque, Jerez, Llerena, Mérida, Montánchez, Navalmoral, Plasencia, Trujillo, Villanueva de la Serena y Zafra. Quedaban incluidos en el de Llerena: Ahillones, Azuaga, Berlanga, Casas de Reina, Campillo, Fuente del Arco, Guadalcanal, Granja, Llera, Maguilla, Puebla del Maestre, Reina, Retamal, Trasierra, Villagarcía Valencia de las Torres y Valverde.
    Mayor significado administrativo representaba la división provincial a efectos fiscales (Decreto de las Cortes de 9 de noviembre de 1820), si bien se especificaba que sólo era de aplicación para el ejercicio económico marcado entre el 1 de julio de 1820 y 30 de junio de 1821. La cantidad asignada a la provincia de Extremadura quedó distribuida entre los partidos fiscales de Alcántara, Badajoz, Cáceres, Llerena, Mérida, Plasencia, Trujillo y Villanueva de la Serena, quedando asignados al de Llerena los pueblos comprendidos, recogiéndose además la riqueza rústica que se le estimaba y la repercusión fiscal correspondiente
    Para cortar con tales improvisaciones, por Decreto de las Cortes de 27 de enero de 1822 se aprobó la Carta Geográfica de España. Se inspiraba este nuevo ordenamiento territorial en el proyecto Bouzá-Larramendi, ligeramente corregido por el último de los decretos referido, intercalando criterios hidrográficos e históricos, y descartando la posibilidad de dividir términos municipales entre provincias limítrofes. De acuerdo con estos principios, el territorio extremeño quedaba dividido en dos provincias, separadas entre sí por la línea divisoria de las cuencas de sus ríos más representativos y los accidentes orográficos que las condicionaban: la Alta Extremadura, con capital en Cáceres, y la Baja Extremadura en donde, tras complicadas negociaciones, quedó Badajoz como capital.
    Siguiendo este criterio, quedaban incorporados a Badajoz 17 pueblos actualmente incluidos en la de Cáceres (los ya considerados en el intento bonapartista), ganando además dos pueblos tradicionalmente ligados al Reino de Sevilla (Bodonal y Fregenal).
Por lo contrario, Badajoz perdía 11 pueblos en favor de Ciudad Real, 7 en favor de Sevilla (Azuaga, Fuente del Arco, Guadalcanal y su aldea de Malcocinado, Montemolín y sus anexos -Pallares, Santa María la Nava y el sitio o Sierra de Uña- y Puebla del Maestre) y 3 en favor de Huelva (Cañaveral de León, Fuentes de León e Higuera la Real, si bien estas dos últimas poblaciones las recuperaría en 1833, perdiendo sólo Arroyomolinos. Así como Guadalcanal que se incorporó a la provincia de Sevilla.
    Atendiendo a las instrucciones del Real Acuerdo, el partido de Llerena quedaba sensiblemente mermado respecto a 1653 y a 1785, en favor de los corregimientos de Almendralejo (que tomaba del partido de Llerena a Hinojosa del Valle, Hornachos, Palomas, Puebla del Prior, Puebla de la Reina y Ribera), Fuente de Cantos (que se segregaba del de Llerena y agregaba a Bienvenida, Calera, Calzadilla, Monesterio, Montemolín y Valencia del Ventoso), Mérida (al que pasaba Oliva) y Zafra (que, entre otros, se agregaba a Fuentes del Maestre, Medina, Puebla de Sancho Pérez y los Santos). Otros pueblos, y esto sí que realmente preocupaba en la Real Audiencia de Cáceres, pasaban a las provincias de Huelva (Arroyomolinos) y Sevilla (la mayor parte de Azuaga y su término, Pallares, Santa María la Nava y el sitio de la Sierra de Uña en el término de Montemolín, así como la totalidad de los términos de Fuente del Arco, Guadalcanal-Malcocinado, Puebla del Maestre y Valverde de Llerena.
    Según aparece en el Diccionario de Madoz, el nuevo partido judicial de Llerena comprendía los pueblos, vecinos, habitantes y electores.
    En ninguna de las propuestas consideradas se decidió incluir a Guadalcanal en Extremadura, en su provincia de Badajoz y en el partido de Llerena, al que históricamente había pertenecido. Esta villa santiaguista, ligada tributariamente desde 1540 al Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, siempre reñida con Llerena por la prepotencia de sus gobernantes y mejor comunicada con Cazalla y Sevilla que con Llerena y Cáceres, aceptaba cualquier sugerencia que le vinculase administrativamente a Sevilla. Así lo hizo, con su aquiescencia, a la propuesta de las Cortes de Cádiz en 1813, al intento de los liberales en 1822, al Real Decreto de 1829 y al definitivo de 1833. Con Guadalcanal, pasaba también a Sevilla su aldea de Malcocinado, si bien dicha aldea -cuyo vecindario había crecido espectacularmente a partir de la última década del XVIII, precisamente a costa del de Guadalcanal-, sobre 1840 decidió independizarse de la villa cabecera y, para mayor constatación y declarada enemistad, incorporarse a la provincia de Badajoz.

Buhardas agrícolas de San Miguel.
    Las construcciones de buhardas de San Miguel parecen que son una prolongación idéntica a las torrucas y chozos circulares ganaderos, solo que más recientes y ligadas directamente a la colonización agrícola de las estribaciones de San Miguel, especialmente las umbrías.
    Las rozas de montes para la puesta en cultivo de viñedos en las frescas laderas calizas se prolongan hacia Guadalcanal y Alanís. Éstas estuvieron relacionadas con las amplias extensiones que ocupaban los viñedos autóctonos sobre tierras marginales (las mejores se destinaban a cereal), frecuentemente cultivadas a base de azadas. La asociación con el olivar fue posterior, hasta que la generalización del desastre de la plaga de la filoxera a finales del XIX obligó a una replantación general de los viñedos sobre vid americana, desapareciendo en las sierras a favor del monocultivo del olivar.
    El auge y demanda del aceite de finales del siglo XIX cambió la geografía de forma radical, por lo que la imagen actual se extendió casi a las cumbres. Las nuevas variedades de primeros del siglo XX ya ocuparon tierras bajas y más productivas. Es en ese primer contexto cuando debieron construirse, a partir de los siglos XVI-XVII.

Rocío Periáñez Gómez
Dpto. Historia. Área de Historia Moderna, Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Extremadura

sábado, 23 de agosto de 2025

DR. PEDRO VALLINA

 


UN ILUSTRE GUADALCANALENSE OLVIDADO 

            Muchos y muy famosos paisanos en distintas facetas sociales ha dado nuestra villa para la historia, pero quizás uno de los menos conocidos, es el Dr. Pedro Valina, anarquista, médico, humanista y escritor, que nació en Guadalcanal (Sevilla) en el año 1879 y murió en Veracruz (México) en el año 1970.

            Debido a mi colaboración den el Diario de Teruel, al recabar datos para un artículo sobre los médicos en la política española de la I República, profundizo en la trayectoria Política y humana del Dr., Valina. Cuenta en sus memorias que nació y vivió sus primeros años en Guadalcanal; Su padre era de origen Asturiano, propietario de una confitería en Guadalcanal y que amasó una pequeña fortuna, comprando con ella varias fincas con olivares, naranjos y frutales e incluso una pequeña huerta, con el objeto principal de dar trabajo a los menos favorecidos de nuestro pueblo; Su madre era de Cantillana, andaluza, guapa y con un carácter totalmente distinto a la sobriedad de un montañés      Asturiano emprendedor, que llegó a Sevilla siendo muy joven a mediados del siglo XIX, andando desde su Asturias natal con un grupo de amigos para buscar fortuna. Siendo conocido el Dr. Vallina principalmente por su trayectoria política, no quisiera profundizar sobre esta faceta, sino en la que para mí es más importante, es decir, su carácter social y humano que después de leer su autobiografía y el prólogo de su primera obra “MIS MEMORIAS” escrito por Paulino Díez, le definen como un personaje antes que político, con un profundo sentido humano y comprometido con las tendencias sociales de su época. Por su profesión, un buen médico colaborador en multitud de proyectos de investigación y trabajos en hospitales de varios países, ya que sus continuos exilios le llevaron a trabajar fuera de España durante periodos más prolongados que en su propio país; Pudo tener una posición acomodada, pero su carácter humanitario le hizo vivir en varias etapas de su vida al borde de la pobreza, cuenta su prologuista “que despreocupaba su supervivencia hasta el extremo que su familia había días que no comían más que una vez y gracias a la generosidad de sus vecinos”, pocos ingresos podían proporcionarle la clientela que tenía en aquella época en su consulta, principalmente de la campiña sevillana de donde acudían los campesinos, “algunos como pago de su visita, traían un pollo, huevos o cualquier otra cosa, que entraban por un lado y salían en manos de un necesitado por otro”. Igualmente comenta que la escasa fortuna familiar recibida, la dedicó para contribuir a la construcción del Sanatorio Antituberculoso de Cantillana, pueblo natal de su familia materna, con el único condicionante “que serán atendidos todos los enfermos sin tener la obligación de pagar si no tienen medios para ello”.

            Esta obra, a la que dedicó el Dr. Vallina todos sus esfuerzos y dineros, fue financiada en gran parte por los sindicatos y el pueblo de Cantillana, cuyos vecinos trabajaron desinteresadamente y contribuyeron con aportaciones económicas, así mismo, cabe destacar la suscripción popular que se hizo en el periódico “El Liberal” del que era director y amigo personal, D. José Laguillo. Este sanatorio llegó a funcionar de manera admirable, y solidaría en los primeros años, pero luego fue abandonado y destrozado, cuando el Dr. Vallina fue encarcelado, deportado y apartado de su obra, primero por el gobierno de la República y finalmente por la dictadura de Primo de Rivera, el sanatorio fue en varias ocasiones saqueado, quemado y finalmente destruyeron todo lo que no ardía, cuando la demencia y sin razón de unos y otros, no respetaron este importante y necesario proyecto.

            Por aquellas fechas era muy conocido en los círculos menos favorecidos de Sevilla y Cádiz, atendiendo a las necesitados a cualquier hora del día o de la noche, con el solo pago de la amistad y las largas charlas sobre política y desigualdad, levaba su forma de entender y practicar la medicina hasta sus últimas consecuencias “llegando a acompañar a los enfermos hasta los últimos momentos, no abandonando la casa del finado hasta limpiar, y desinfectar la habitación dende yacía con sus propias manos”.

            Era una persona especialmente crítica con la evaluación de los aconteceres de su época, descubrió entre otras, las causas de la insalubridad del agua en Sevilla, empezó una campaña contra las autoridades sanitarias, denunciando el alto índice de tuberculosos en la ciudad, por el abandono de limpieza y salubridad que sufrían los barrios marginales, legando a provocar una huelga de inquilinos por el abandono de las viviendas, fue censor visceral y a veces despiadado con el poder establecido y con la Iglesia, con las consiguientes consecuencias políticas de marginación pública y continuos exilios. Otra referencia encontrada sobre la vida del Dr. Valina, aparece publicada en el libro “De la Estepa Extremeña a La Rioja Argentina”, escrita por el profesor Téllez Manrique, nacido en Fuenlabrada de los Montes (Badajoz) en el 1910 y exiliado en Argentina.

            Este profesor en un capítulo de su libro describe: “…al camarada Vallina le conocí en mi adolescencia, allá por tierras extremeñas, pues en Fuenlabrada de los Montes y los pueblos de la comarca pasaba largas temporadas de exilios. Se preocupó de organizar a los campesinos frente a la dictadura oligarca de los santones del pueblo, haciéndose muy popular entre las gentes sencillas, pero, sobre todo, antes que político fue médico, controlando las epidemias producidas por la triquinosis y el carbunco. Educando a aquella pobre gente para que enterraran los cadáveres de los animales y no sirvieran de alimento. Recuerdo que un día trajo a pie por los caminos polvorientos desde Siruela, un pueblo que distaba más de 30 Km. del mío, unas treinta ovejas y cuatro cerdos que cambio por animales que padecían enfermedad para analizar su comportamiento frente a la misma. Fue muy criticado por la Iglesia, pues los domingos organizaba cuadrillas de campesinos para hacer trabajos en común…”

            Finalmente cabe resaltar su amistad con Blas Infante, tratando los temas agrarios, movimientos campesinos y haciendo emerger el movimiento que hoy se conoce como Cooperativas, su apoyo a la candidatura andalucista de Blas Infante, aun no compartiendo totalmente sus tesis y planteamientos, fue comprometida y arriesgada para su prestigio entre los cenetistas, que no compartían por entonces las formas electoralistas. Esta amistad hacía que Blas Infante le defendiese de todos sus detractores e incluso llegó a pronunciar una frase en una tertulia, “es preciso concluir de una vez para siempre con la leyenda del “Tigre” como los privilegiados llamaban a Pedro Vallina” cuando se comentaba la afinidad del doctor con las “dinamiteros”, su amigo y discípulo Antonio Rosado dice en sus memorias que “no fue nunca amigo ni vio con buenos ojos… a los partidistas dinamiteros”, a pesar que en sus tiempos de juventud fabricaba bombas en París para los Movimientos Revolucionarios en España. De nuestro ilustre paisano Adelardo López de Ayala, en una tertulia. París en la que entre otros se encontraban, Gravé, Harvey y Coussenel, al ser preguntada por éste comentó. “… Era buen escritor, pero aquel pequeño aprendiz de político de enorme cabeza, era de Guadalcanal, sólo para la historia, vivió y pensó como extremeño presentándose por la mitad de sus municipios para conseguir sus objetivos, como político fue un conspirador, que se atrevió a medrar con liberales, progresistas, monárquicos, republicanos…, en fin, un figurón…”

            Leyendo sus memorias, quizás lo menos positivo para un Guadalcanalense como yo, es el capítulo de su biografía que describe al pueblo y personajes que conoció en su infancia y primeros años de juventud, de una forma ácida y anodina, al hablar de sus vecinos y costumbres de una forma peculiar, que no comparten otros autores de la época, y que sólo los más ancianos del pueblo, pueden dar fe o negar estos comentarios. “El personal en su mayoría valía poco o no aspiraba a otra cosa que vegetar. La propiedad de la tierra estaba en manos de unos pocos, los más malos y brutos. Los ricos holgazanes pasaban el día en el casino, hablando de tonterías; los artesanos, las noches en las tabernas, y los pobres jornaleros sin tierra ni pan, vivían miserablemente, ganando una peseta cuando encontraban trabajo. Había un pequeño grupo de montañeses legados de fuera, como mi padre, más civilizados, de ideas libres y que se dedicaban al comercio. Las mujeres de los ricos hablaban como cotorras, se visitaban entre ellas y organizaban fiestas religiosas, bailes y corridas de toros, pero las mujeres de los pobres, servían de criadas y lavanderas y en la cogida de la aceituna ganaban cincuenta céntimos, escasamente para una mala comida. En aquel ambiente monótono, las fiestas anuales eran esperadas con impaciencia. La más distraída”,

            Era la Semana Santa, en la que salían varios pasos, caricaturas de los de Sevilla, se hacían cosas a lo vivo, a “Judas” se le perseguía y se le apedreaba, escapando vivo por la ligereza de sus pies; Se detenía a un viejo mendigo, se le encerraba en un calabozo y al día siguiente un cura le lavaba los pies. Una buena moza, que gritaba fuerte, hacía de Verónica y en la plaza pública cantaba y limpiaba las lágrimas de la Virgen, pero, sobre todo, el sermón de las cuatro horas era imponente. Se traía a un predicador de fama y todas las damas acudían emocionadas con sus mejores atavíos a escuchar su “santa” palabra. Se bebía mucho aguardiente y se comían ricos dulces preparados con miel de la sierra. No salía mejor parado el poder establecido, cuando en otros de sus párrafos comenta: “El Ayuntamiento no era nombrado por el pueblo sino por el cacique, que escogía los más pilos y se quedaban con los ingresos municipales, faltando la luz y el empedrado. El Juzgado Municipal era una cosa por el estilo; el juez sólo atendía a los más influyentes. Pero lo que allí estaba en su puesto era el cuartel de la guardia civil, para proteger a los ricos y atemorizar a los pobres con sus procedimientos crueles.”.

            De la Iglesia prefiero obviar sus comentarios, ya que en él se citan personajes que no he conocido, y al no encontrar bibliografía sobre ellos, no puedo verificar sus nombres y situaciones, simplemente como reseña, dice de un cura del pueblo que conoció en su adolescencia, “que cuando estalló la revolución popular el cura principal que había ejercido una influencia perniciosa en el pueblo, fue fusilado dos veces. La primera se quedó mal herido y a la mañana siguiente lo encontraron con vida, sentado sobre una tumba y rezando, y fue fusilado definitivamente, éste cura había equivocado el camino de la vida y en vez de seguir la doctrina de Cristo, que le hubiera hecho un hombre feliz, siguió la del demonio que le llevó al infierno”.

            El Doctor Vallina participa activamente como Alférez Médico de Sanidad en la Guerra Civil Española, en varios frentes de Castilla, Valencia y Cataluña, pero cuando cayó la resistencia de Cataluña se exilió en Francia. Allí a pesar de que había pasado parte de su juventud y tenía bueno amigos, su pasado de revolucionario le hizo sentirse perseguido y evacuado en el vapor de La Salle camino de Santo Domingo, finalmente se estableció México, lejos de la metrópoli, pasó sus último veinte años en el pueblo de Puerta Bonita del Estado de Oaxaca, que debido a su clima tropical padecían su población grandes problemas con el paludismo. La mayoría de esta población eran de origen indio y muy pobres, así que nuevamente pasó por problemas económicos, ejerció hasta los últimos años de su vida, finalmente enfermo y con avanzada edad accedió a ser trasladado a la Ciudad de Veracruz, donde falleció el 14 de febrero de 1970, a los 91 años de edad, rodeado de apenas una decena de amigos y añorando su patria. Opinión.

            No es mi intención resaltar lo positivo o negativo del Dr. Valina en este artículo, quizás pueda parecer así si sólo se lee una pequeña parte de su vida, creo que para conocerlo realmente y para juzgarlo es necesario analizar su obra autobiográfica y el resto de publicaciones editadas por él y sobre él. Cómo reflexión quiero terminar un aforismo de nuestra paisana Ramona este “Un hombre bueno es el que se abstiene de hacer mal, un hombre malo es el que se abstiene de hacer bien”, y un proverbio chino dice “al final de los días de nuestra vida seremos juzgados por nuestros hechos en una balanza, si ésta se inclina hacia el mal, que mal, si se inclina hacia el bien, que bien, ¿cuál será mi inclinación cuando me muera?”

 

Bibliografía. - “Mis Memorias” del Dr. Pedro Valina, reeditado por el Centro Andaluz del Libro en el año 2000. “De la Estepa Extremeña a la Rioja Argentina” del Profesor Téllez Manrique, editado por Editores Mexicanos, México DF 1971 Prólogo de sus memorias de Paulino Díez, Editora Colón 1967 Archivos sobre la clase médica en la I y II República Española, del Centro de Estudios Turolense.

Rafael  Spínola R.

sábado, 16 de agosto de 2025

INDIANOS DE GUADALCANAL: SUS ACTIVIDADES EN AMERICA Y SUS LEGADOS A LA METROPOLI, SIGLO XVII (4/4)

RASGOS SOCIOECONOMICOS DE LOS EMIGRANTES A INDIAS.

Cuarta parte 

FICHAS BIOGRAFICAS DE:

Continuación

FERNANDO RODRÍGUEZ HIDALGO (A.A.S., Capellanías. 860-7)
Fue otro emigrante de Guadalcanal, casado como el anterior, y avecindado en donde testó en 1596, fundando una capellanía en Los Reyes, la Iglesia parroquial de Santa María la Mayor de su villa natal. Poco sabemos de su salida del pueblo, actividad en Indias y bienes, salvo que contaba con casas en aquél (en la calle de La Cava) donde había vivido su madre y su hermana (Mayor Méndez, hija también de Pedro Méndez); una suerte de tierras que solía ser zumacal en el cerro llamado la Cuesta de la Horca; otras tierras de pan llevar en términos de Valencia de las Torres; 50 pesos que había dado a censo y 300 más de a nueve reales que ordenaba se enviaran a la villa para fundar con todos ellos dicha capellanía. Nombraba capellán de ella a uno de sus parientes o en su falta a los de su mujer Ana de Rivera. Los bienes de la capellanía en 1777 estaban compuestos por unas 87 fanegas de tierra de distinta calidad y en distintas "suertes", repartidas en los sitios del Escorial, el Zamón, Cuesta de la Horca, Los Barriales y el Durillo, en términos de Guadalcanal, más unas casas, tierras de pan llevar en Valencia de las Torres, un huerto (que antes había sido casa en la calle de La Cava), una escritura de censo de 2.287 reales de principal, y una suerte de tierras de tres fanegas, de regadío, en la huerta del Gordo. Algunos de sus capellanes desde el XVII al XVIII fueron Diego Martín Rincón, Francisco Rodríguez Hidalgo, Diego Rodríguez Hidalgo (hermano del anterior), Alonso de Gálvez Otero y Francisco Muñoz de Otero, parientes en diverso grado del fundador y curiosamente beneficiarios, también como parientes, de otras capellanías indianas.

JUAN BONILLA MEXÍA (A.A.S., Capellanías, 862-9)
Otra de las capellanías indianas de la iglesia mayor de Guadalcanal fue fundada por este sujeto, hijo de Gonzalo de Bonilla Mexía y de Mayor Ramírez y como tal pariente de varias familias de emigrantes del pueblo. Salvo estos datos casi nada conocernos del fundador, que se encontraba en Cuzco y Lima hacia 1621. En esta fecha enviaba a su hermana (María de Bonilla) una barra de plata con Esteban Martínez González, para que pudiera profesar como monja. Sabiendo después su muerte, Juan de Bonilla ordenaba a Francisco González de Bonilla que con el producto de su envío hiciera una capellanía en el pueblo, reservándose el nombra patrón para cuando él mismo regresara a España. del No sabemos si regresó o bien murió en Indias (que parece lo más probable) pero sí la institución real de la capellanía, que disfrutaron como capellanes sus parientes Rodrigo de Bonilla Gálvez, Cristóbal de Bonilla Zorro y Pedro de Bonilla Gálvez, entre otros. La fundación se hizo con 6.400 reales que quedaron una vez pagados los gastos de entierro de doña María de Bonilla, que fueron invertidos en tres censos.

PEDRO MARTÍNEZ PAVA (A.G.I., Contratación, 326 A)
Es el único cura que encontramos en el grupo de indianos recopilados en esta ocasión. Hijo de Jerónimo González de la Espada y de Juana Hernández de la Pava, contaba con otro hermano, de igual nombre y apellidos que el padre de ambos, que parece quedó en Guadalcanal y casó con María de Bonilla. Recuérdese la frecuencia de este apellido y la existencia de otros de la Pava y de la Espada entre los indianos del pueblo. Había salido de su tierra hacia 1585, manteniendo "en todo este tiempo mucha comunicación" con su hermano y su sobrina doña Isabel Bautista de Bonilla, quien en 1615 hacía gestiones para cobrar la herencia de su tío. Precisamente una carta suya, firmada de su puño y letra fue presentada en los autos realizados para la cobranza de esta herencia. Doncella doña Isabel y sola tras la muerte de sus padres, reclamó los cortos bienes de Martínez Pava como única heredera. Otro de sus parientes estantes en Lima, el licenciado Francisco Núñez de Bonilla, le había escrito en 1615 notificándole la muerte de su tío, como cura de Cajatambo y abintestato, por lo que por "parentesco y amistad" había abierto sus cartas y se había interesado por sus bienes. Lamentaba la situación de doña Isabel, sola y sin tomar estado "ni dote tan suficiente como las personas de la calidad de V. M. han menester ", lo que parece indicar la significación social en el pueblo de esta familia y también sus cortos medios, que sin duda fueron factores que incidieron en la emigración de algunos de sus miembros. Temiendo Núñez de Bonilla que al morir Martínez Pava en su doctrina, hubiera ocultación y merma de sus bienes, hizo gestiones en Lima ante el juez mayor de bienes de difuntos para poder remitir cuanto antes la herencia de su pobre e hidalga pariente, lo que por fin consiguió llegándole a doña Isabel.

DIEGO GONZÁLEZ HOLGADO (A.G.I., Contratación, 256 A-1)
Dentro del ámbito del virreinato peruano, pero en los límites de la Audiencia de Quito, encontramos a este indiano, salido de Guadalcanal hacia 1592, según propia declaración. Como otros, había dejado su familia y cortos bienes en el pueblo para hacer fortuna en el Nuevo Mundo. Era hijo del Dr. Gonzalo García Espinel y de Teresa Yáñez Holgado, ambos naturales y vecinos del pueblo, donde parecen familia de cierta relevancia social, contando con enterramiento en el convento de San Francisco de Guadalcanal donde estaba enterrado el abuelo paterno, Gonzalo García. Casó Holgado con Inés Díaz de la Parra, hija de Melchor Núñez de Cáceres y de Ginesa de Morales, de la que tuvo tres hijos: Melchor de la Parra, que ingresó como franciscano, Cristóbal González Holgado, que en ausencia de su padre se ordenó de clérigo de Evangelio y Mayor González Holgado, de 22 años al testar su padre en 1598. Contaba en el pueblo con casas de morada, bodega, bienes dotales recibidos con su mujer y otros varios. Se estableció en la ciudad de Loja, que había ido prosperando como asiento hispano y por su entorno minero desde su fundación, y allí abrió tienda de menudeo, cordobanes y otros artículos, dedicándose también a prestar dinero a diversos individuos, tal vez relacionados con la actividad minera. En Loja testó y disponía su entierro, así como diversas mandas piadosas y misas repartidas entre dicha ciudad y Guadalcanal. En los seis años de ausencia su familia tuvo frecuente comunicación epistolar con él desde Loja y otras villas; su viuda y su hija, mencionada ésta como Águeda González en 1600, cobraban 188 pesos de oro y 828 pesos corrientes de a nueve reales, procedentes de su herencia.

JERÓNIMO DE ORTEGA FUENTES (A.A.S., Capellanías, 862-9)
Testaba en. Panamá en 1600 cuando se preparaba para hacer el viaje de regreso a España, que sin duda quedó truncado por su muerte. Pocos datos conocemos de él salvo su filiación e institución de una capellanía. Era hijo del bachiller Juan de la Fuente y de Leonor Suárez de Ortega (apellido éste de varios mercaderes indianos del pueblo), muertos ambos antes de 1600. Instituyó una capellanía con 2.000 ducados de Castilla, en la sepultura de su padre, haciéndose a su costa un altar y unas puertas para dicha capilla de la iglesia mayor, además de ordenar un número determinado de misas en distintas festividades. El primer capellán, nombrado por Ortega, sería Jerónimo de Ortega, su sobrino, hijo de su hermana Guiomar Suárez, y tras él Lope Hernández (hijo de ésta también) o el pariente más cercano. El patrono sería un hijo de Guiomar Suárez cuando alcanzara la mayoría de edad y mientras el presbítero Luis de Ortega, primo del fundador, como hijo de Diego Ramos de Ortega (hermano de doña Leonor Suárez, antes mencionada). En caso de haber algún impedimento para la capellanía, los bienes destinados a las misas de ella serían para otra hermana de Ortega: Francisca Rodríguez.

BEATRIZ DEL CASTILLO (A.G.I., Contratación, 351 B)
Otros bienes de los llegados a Guadalcanal destinados para misas fueron 203 pesos de la herencia de Beatriz del Castillo. Hija de Pedro Méndez y María Riañes, ambos naturales del pueblo y ya difuntos en 1619, parece pasó a Indias con su marido Alonso González Sancha individuo sin duda también de la misma naturaleza. En 1555 había pasado desde Guadalcanal a Nueva España otro vecino: Juan González de Sancha, tal vez pariente del anterior. Beatriz del Castillo testaba en 1619 en la ciudad de Lerma, en el valle de Salta (Tucumán), ante su confesor fr. Juan de Zafra, el bachiller Juan de Rivera Valdés, su nieto Alonso de Tapia y Francisco López, dejando como albaceas al capitán D. Lorenzo de Céspedes y Tomás de Pinedo y Montoya, ambos vecinos de Lerma. Al no saber firmar lo h ze uno de los testigos en su nombre. De sus bienes destinaba el producto de 600 ovejas de su propiedad que había enviado al Perú con Pedro Fernández Pedroso, para mandarlo a Guadalcanal para decir misas en sufragio de su alma, la de su marido y padres. En 1622 llegaron 203 pesos a la Casa de la Contratación, que fueron reclamados por el licenciado Diego Fernández de la Barba, cura de Santa Ana de Triana, en nombre de Francisco Muñoz del Castillo, colector de la iglesia de Santa María de Guadalcanal.

ALONSO LÓPEZ DE LA TORRE (A.A.S., Capellanías, 856-3)
Tanto éste como Diego Ramos, el Rico, que le sigue, son indianos del siglo XVI, si bien los consignamos ahora como prototipo de tales en Guadalcanal y por estar en vigencia sus mandas y legados en el XVII. Alonso López de la Torre era hijo de Juan López de la Castellana y de Mayor Rodríguez, ambos vecinos de Guadalcanal, que además de al susodicho procrearon a Francisco Núñez de la Torre, Juana López y a Teresa García. En 1527 su tío (debe ser paterno) García Núñez de la Torre dejaba el pueblo y se establecía en la Nueva España siendo así uno de los primeros colonos del virreinato. Tuvo fortuna como minero explotando minas en Zumpango (donde se encontraba en 1535), en Escavango y más tarde en Taxco, donde explotaba una hacienda de minas con casas, ingenios, esclavos y las herramientas pertinentes, además de contar con otros bienes. Este pionero de la explotación minera mexicana sin duda fue ejemplo para muchos que le siguieron y sobre todo estímulo para otros de sus paisanos, siendo los más inmediatos, por parentesco, sus propios sobrinos Alonso López y Francisco Núñez. García Núñez de la Torre, rico y próspero, parece no tuvo descendencia de su enlace con Francisca Cherinos, por lo que sin duda reclamó a sus sobrinos para que le ayudaran en sus negocios y finalmente hacerles partícipes de su fortuna, dejándolos como herederos. Fue sin duda la causa primordial y determinante de la emigración de ambos y de su establecimiento en Taxco. Alonso López de la Torre y su hermano, como copropietarios, explotaron las minas de su tío y al testar el primero dejaba al otro el tercio de sus bienes una vez cumplidas las mandas de su testamento; su universal heredera sería su madre, aún viva, y en caso de su fallecimiento el susodicho Francisco Núñez de la Torre. Avecindado en Taxco, pero residiendo en México durante una enfermedad que le movió a testar, ordenaba su entierro en el monasterio de San Agustín de la capital. Fue pródigo en mandas para misas y obras pías: para las cofradías del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora del Rosario de México; a San Juan de Letrán; a los pobres de los hospitales de Nuestra Señora, de las Bubas y el Real de indios; a las mandas forzosas; a las iglesias de Nuestra Señora de la Concepción y de la Veracruz de Taxco; 300 misas en México y Taxco; 600 en Santa Ana de Guadalcanal (a las que destinaba 100 pesos de oro). Además, mandó fundar, con 1.500 pesos de oro común de sus bienes, una capellanía en la iglesia de Santa Ana de su villa natal, donde había fundado otra anteriormente su tío y la mujer de éste. Las misas de la misma debían celebrarse en un arco que mandaba construir junto al altar de San Cristóbal, destinando 50 ducados para conseguir licencia para erigirlo más 150 ducados para su construcción y limosna. Nombraba patrón de ella a su hermano Francisco Núñez y capellán a su sobrino Juan López (hijo de su hermana Juana López y de Ruy González de Otero); mientras que éste llegaba a la edad suficiente para gozar la capellanía el patrón nombraría capellán. Además, legaba 200 pesos de oro común a su hermana Juana López; 100 a su hermana Teresa García; 50 ducados de Castilla a su primo Juan Jiménez para ayudar a casar a la hija mayor que tuviere; a Juana López, moza que él había casado, 100 pesos de oro y otros 100 al hermano de ésta, Alonso. Junto a estas mandas de Guadalcanal recordaba a la viuda María de Lasarte (¿?), vecina de Taxco, por sus buenos servicios y para ayudar a casar a su hija. A su hermano, como queda dicho, le dejaba el tercio de sus bienes, descontadas mandas, y como universal heredera a su madre. En la primera mitad del siglo XVIII los bienes de la capellanía estaban compuestos por unos 232.400 maravedíes de principal a censo, más unas 40 fanegas de trigo en sembradura en el sitio del Molinillo, 25 de las cuales estaban desmontadas y eran regables, sembrándose lino y "fraijones".

DIEGO RAMOS. EL RICO (A.G.I., Contratación, 202-10 y 203-12) (A.A.S., Capellanías 858-5 y 859-6)
Como el anterior es un típico indiano del XVI al que consignamos por la vigencia de sus mandas en el XVII y como prototipo. Su calificativo o mote en el pueblo de Diego Ramos, el Rico, demuestra, una vez más, el impacto causado por su fortuna en el Nuevo Mundo, impacto decisivo para animar a otros de sus paisanos y familias (que fue estos bastantes) para seguir sus pasos en Indias. Era hijo de Diego Ramos, el Viejo, y de Elvira Rodríguez de León. No sabemos la fecha de su pase a Indias, salvo que testó en 1556 en México donde estaba avecindado; allí debió morir y ser enterrado en el convento de San Agustín, como su paisano López de la Torre, ya que en él contaba con una capellanía. Otra mandó fundar en Guadalcanal con 3.000 ducados de sus bienes y para misas por su alma y los de su linaje, además de ordenar que con este dinero se comprara también una carnicería que había junto a la iglesia de San Sebastián "y se quite de tal negocio por la reverencia que se debe tener ".
Destinaba otros 1.000 ducados para construir una capilla con arco y una reja de hierro, un altar de piedra labrada, con sus gradas, con un retablo mediano pintado con un crucifijo, Nuestra Señora y San Juan, debiendo poner un letrero en la reja donde constara el nombre del fundador de la capilla. En ella podrían ser enterrados los miembros de su linaje que quisieran. Contaría con una pila de piedra para el agua bendita. Como patrón de la capellanía nombraba a su hermano Rodrigo Ramos y tras él su hijo; en segundo lugar, a falta de los anteriores, a su sobrino García Ramos, hijo de su hermano de igual nombre y ya difunto al testar Diego, y en tercer lugar al pariente más cercano, además del guardián del convento de San Francisco de Guadalcanal; debía contar con dos capellanes, uno de ellos del mismo linaje que el fundador. En 1602 era capellán Rodrigo de Bonilla Gálvez, deudo de Diego Ramos. Su hermano Rodrigo pasó a Nueva España en 1558 con una licencia de estancia de tres años, sin duda para hacerse cargo de la herencia de su hermano; D. José Maldonado Cabrera, cuarto nieto de Rodrigo Ramos, disfrutaría como capellán la fundación de su antepasado ya en el siglo XVIII. En esta centuria los bienes de la misma estaban constituidos por dos casas de morada en Guadalcanal y siete escrituras a censo sobre un molino de aceite, viñas, casas y olivares de Cazalla, Villafranca y el mismo pueblo.

ALVARO DE CASTILLA CALDERÓN (A.G.L, Contratación, 316 A)
Pertenecía a una familia de Guadalcanal considerada "rica y poderosa", pese a lo cual, como otros de su pueblo, había marchado a Indias donde hizo fortuna en México y Guanajuato. También como varios paisanos en este virreinato se dedicó a la minería conociendo los avatares y reveses de esta ocupación. Con él habían estado en la capital mexicana y en Guanajuato Diego Gutiérrez, sastre de Guadalcanal, Pedro Sánchez Holgado, Rodrigo de Ortega y Agustín de Sotomayor, quienes habían regresado al pueblo contando la inmensa fortuna amasada por Castilla. Este destinó 50.000 ducados de su hacienda para erigir un hospital en la villa, si bien como en otros muchos casos tuvo que pasar bastante tiempo para que la obra comenzara. El dinero llegó a su hermano Rodrigo de Castilla. Francisco de Torres, que había estado también en Guanajuato, denunció que dicha cantidad la había recibido Álvaro de Castilla de un amigo suyo muerto en el Real de Minas. Otro denunciante fue el maestro mayor y albañil del pueblo Juan Ruiz Callejón quien ponía en duda el origen del dinero como perteneciente a Castilla. Doña Isabel de Castilla, sobrina carnal del fundador indiano, denunció al maestro de obras y logró ponerlo en prisión (de la que escapó) demostrando contar con más de 34.000 ducados para la obra y ser procedentes de su tío, que los había enviado con su criado Pedro de Ledesma hacía más de 20 años. Las rentas establecidas con tal capital las administraba un primo de doña Isabel, Rodrigo de Castilla, alguacil mayor de la villa. Curiosamente doña Isabel era viuda de Diego Ramos Gavilanes, sin duda de la misma familia del minero visto anteriormente. Álvaro de Castilla además del hospital hizo diversas limosnas para la iglesia de Santa María.

ANTONIO DE BASTIDAS (A.A.S., Capellanías, 871-18)
Pocos datos contamos de Bastidas salvo algunas relaciones familia Indias. Era hijo de Gonzalo Yáñez de la Bastida y en Guadalcanal eres de Catalina Espariegos, perteneciente a una prolífica familia de indianos de Guadalcanal: Bonilla y Bastidas. Nieto del alcaide Francisco González Abasta y de María de Bonilla, se asentó en México, junto con su hermano Cristóbal de Bonilla Bastida, sin que sepamos su ocupación. Allí estuvo también relacionado con paisanos suyos, testigos a la hora de testar, Hernando Ramos y Rodrigo Ramos, que aparecerán más tarde dedicados a la actividad minera, que tal vez sería la misma de Bastidas. La familia contaba con enterramiento propio en el Convento de San Francisco de Guadalcanal, a la que enviaría una manda para misas, y él instituyó una capellanía en la Iglesia Mayor, dotada con 12.000 pesos de oro. Nombró capellán de la misma a su primo el licenciado Francisco de Monsalve, quien se benefició de varias capellanías indianas fundadas por varios de sus familiares.

ALONSO LÓPEZ (A.A.S., Capellanías, 856)
Homónimo de otro de sus compatriotas indianos, era hijo de Benito López y de Gerónima de la Rosa, naturales de Cazalla, pero avecindados en Guadalcanal. Murió hacia 1620 en Tlaxcala fundando una capellanía en la iglesia de Santa Ana de su villa natal, destinando para ella una suerte de tierras de 70 fanegas y unas casas de la calle larga de Cazalla, más 3.000 pesos de plata doble mexicana, instituyendo como herederos a los hijos y descendientes de su hermana Nicolasa de la Rosa y a los de Juan González Pecero y Catalina Muñoz Remusgo (ambos apellidos de indianos del pueblo), cuyo parentesco con el fundador se desconoce.

GONZALO DE BONILLA BARBA (A.G.I., Contratación, 381 A-3)
Otro ejemplo de esta familia de indianos afortunados fue el mencionado, quien murió en Guanajuato hacia 1621. Su testamento es rico en detalles sobre sus relaciones familiares en Guadalcanal e Indias y su fortuna antes y después de marchar al Nuevo Mundo. Era hijo de Gonzalo de Bonilla y de Mayor Barba, ambos vecinos de Guadalcanal y parece de familia adinerada. Al menos recibió al casar con doña María de Esquivel, vecina de Llerena, distintas suertes de viñas que le dio su padre a cuenta de su legítima y una bodega; recibió como dote de su mujer 4.000 ducados y dos años más tarde su padre le daba otros pedazos de viñas. Al morir éste heredó otros bienes diversos. Además, adquirió diversas suertes de viñedos en Guadalcanal redondeando sus posesiones. En su matrimonio con doña María de Esquivel tuvo cuatro hijos: un varón que murió a los 3 años; doña Catalina Vozmediano; Mayor Barba, que murió doncella después de morir la madre y María de Esquivel. Casó en segundas nupcias con Ana de los Reyes (hija de Juan Delgado y de Francisca Rodríguez, ambos vecinos de Guadalcanal) y en los dos años de matrimonio tuvieron a Francisca obtuvo bienes algunos y a los dos años de casado vendió parte de sus viñas (a María Delgado, hermana de su segunda mujer) y marchó a Indias. Se estableció en Guanajuato donde ya operaban como mineros sus paisanos los Castilla y como mercaderes los Ramos, entre otros. Comenzó como mercader, asociándose en compañía con Juan de Castilla Calderón, vecino de México y sin duda hermano de Álvaro de Castilla Calderón, que se dedicaba al comercio, a la financiación de mineros y directamente a la minería. Estableció su tienda en el real de minas de Santa Ana y el mismo Álvaro de Castilla tomó participación en la compañía agrandando el capital y sus operaciones. Debieron proporcionar éstas buenas ganancias a Bonilla, ya que tras tres años regentando la tienda y dejar dicha compañía, arrendó diversas haciendas de minas, comenzando su experiencia minera. Así tuvo las de Francisco de Alarcón, la de Bartolomé Sánchez Palomino (que fue de Pedro de Bustos). Más tarde compraría a los herederos de Bustos esta misma hacienda, otra a Jerónimo de Obantes y otras más, a la par que participaba en diversos lugares de minas, contando con hacienda propia de beneficio e indios trabajadores. Así como en sus actividades mercantiles primeras aparece relacionado con sus paisanos Juan y Álvaro de Castilla Calderón (minero este último también), en su empresa minera aparece vinculado a otros paisanos, e igual en su vida social en Guanajuato. Tenía estrechas relaciones, con Luis de Castilla Chávez, alguacil mayor de minas y mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, casado con Beatriz. Ramos, dedicado también al negocio minero y cuyas casas lindaban pared con pared. Hernando Ramos y García Ramos Caballero, vecinos y mercaderes de Guanajuato, además de aparecer como sus fiadores en alguna ocasión mantuvieron relaciones comerciales con Bonilla como también Cristóbal Martín Zorro (sin duda también de Guadalcanal por su apellido). Los Ramos, que contaban con minas, fueron sus albaceas testamentarios. Curiosamente como testigos de su testamento figuran otro de este apellido (Pedro), Luis de Castilla Chávez y Alonso de Castilla y como minero un Pedro Jiménez Gavilanes con apellido típico de su villa natal. Al final de su vida contaba con diversas participaciones de minas en San Nicolás y en el Realejo Viejo; cuatro minas en San Bernabé, que había adquirido por compra a los herederos de García de Contreras Figueroa; otra mina comprada a Isabel de Lucio; otra en San Martín (que fue de Martín Lorenzo) y la de San Nicolás en el Realejo del Fuerte. Su hacienda de minas en explotación procedía de la unión de las adquiridas a Obantes y Burgos, contaba con 22 indios como trabajadores y las explotaba directamente. En otra de sus minas tenía parte su propio criado Pedro Delgado, tal vez pariente de su segunda mujer, y que estaba al servicio de su casa desde 1620 (mucho después que Bonilla hubiera llegado a Nueva España). Tenía además diversos criados indígenas y otros bienes.
Su hacienda de minas fue rematada en subasta pública por el licenciado Diego Gómez, beneficiado del Real de Minas y minero, en 4.500 pesos de oro. Pagadas las deudas y mandas de Bonilla se hizo almoneda y venta de sus bienes que alcanzaron un total de 10.356 pesos, a los que descontados gastos y descargo por un total de 9.991 pesos, quedaban para sus herederos 365 pesos. A Sevilla llegaron 340 (85.080 mrs.) en 1634 que cobraron Miguel Ortiz Hidalgo, viudo de doña María de Esquivel, hija del primer matrimonio de Bonilla; Gonzalo Yáñez, vecino y regidor perpetuo de Guadalcanal, viudo de doña Catalina Vozmediano, hija del primer matrimonio también, en nombre de sus hijos Gonzalo Yáñez y doña Inés de Bonilla (en quien renunció la herencia su hermano siendo esta monja profesa) y Ana de los Reyes Bonilla, hija del segundo matrimonio.

JAVIER ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE 

sábado, 9 de agosto de 2025

Indianos de Guadalcanal

 

Guadalcanalenses en el Nuevo Mundo

    El sur de la Provincia de Extremadura fue una de las regiones que más conquistadores aportaron a América. Guadalcanal, que pertenecía a ella, se distinguió con un gran número de emigrantes, y así figura entre los treinta y dos pueblos y ciudades que más gente envió. Más que Ciudad Real, Ávila, Guadalajara, Jaén, y Málaga; Más que Écija y Sanlúcar de Barrameda; Más que Plasencia, Mérida, Llerena y Jerez de los Caballeros: O más que Fregenal, Azuaga y Fuente de Cantos y sigue a Medellín, patria de Hernán Cortés, con poca diferencia.
    ¿Por qué se produjo la emigración? La causa de la emigración ha sido siempre el buscar remedio a las necesidades que no se encuentran en el territorio de origen. En esa época vuelven al hogar tantos y tantos brazos que habían empuñado armas en las luchas sucesorias y en la guerra de Granada y ahora se encuentran sin meta. Toda la población, hidalgos y gente común, tendrían que dedicarse a las faenas agrícolas y ganaderas, de no ser porque el descubrimiento de las Indias abría una nueva salida para ellos.
    Las etapas de la emigración, son las siguientes:
>Etapa antillana, del 1506 al 1526, con salidas esporádicas individuales.
>Etapa novohispana, del 1527 al 1540. El 70% se va a México, el 11% a las Antillas, 6,5% al Perú, 6% a Tierra Firme, dos individuos al Plata, uno a la Florida y otro a Guatemala. 
>Segunda etapa novohispana, del 1554 a 1561: 33% a México, 21% a Perú, 20% a Antillas, 6,5% a Tierra Firme, 12%Nicaragua, uno a Florida y otro a Venezuela.
>Etapa Peruana, del 1566 a 1577; el 475 A Perú, 28% México y a Tierra Firme el 19%.
    En el siglo siguiente marchan sobre todo a México, que era llamado Nueva España, al que sigue Perú. En estos países hay muchos descendientes de Guadalcanal. La mayoría de los emigrantes que pasan solos son solteros y los acompañados son padres de mediana edad. Los primeros son jóvenes reclutados que buscan aventuras. A mediados del siglo XVI baja el número de aventureros y aumentan las mujeres y los niños para reunirse con sus maridos.
    Una oleada de artesanos, mineros, tenderos, abogados, médicos, funcionarios reales y eclesiásticos, marchan para disfrutar de mejores oportunidades. A los jóvenes sin oficio ya no les dejan pasar, porque hay muchos ociosos. Los casados ya no emigran sin sus esposas, y si están en Indias, las reclaman, pues la mayoría de los colonizadores habían tomado concubinas indígenas. En una carta de un capellán al rey en 1545 se dice: “Acá tienen algunos a setenta indias; syno es algún pobre no ay quien baje de cinco o de seys; la mayor parte de quinze y veynte, e no de treynta e quarenta…” En el archivo de Indias, hecho un recuento de guadalcanalenses en América, se ha hallado que entre 1493 y 1579 emigraron 352, desde el último año a 1600 fueron 38 y a lo largo del siglo XVII, setenta y cuatro, que hacen un total de 464 emigrantes, Si a esto añadimos los que se pudieron colocar de polizones, podrían llegar a los quinientos. Tenemos noticias de que en 1527 ya se había ido catorce y que la emigración fuerte fue entre 1527 y 1565.
    Guadalcanal en esa época aparece como una de las villas más pobladas de la Baja Extremadura, con unas cinco mil almas.
Las minas de plata descubiertas en 1555 no fueron obstáculos para la emigración, y aunque emigró mucha gente, hay que considerar las que vinieron a trabajar en las minas, que fueron muchas.
    Aunque Guadalcanal pertenecía a la región extremeña y formaba parte del triángulo formado por ella, Azuaga y Llerena, muy vinculados entre sí geográficamente y económicamente, se le relacionaba, como toda la sierra norte, con Sevilla, y de esta sierra eran los vinos que se exportaron a América desde el Descubrimiento mismo.
Los vinos claretes, mostos y tintos añejos eran famosos, hasta el punto de llevar los odres el nombre de Guadalcanal y, extendiéndolos los conquistadores por los nuevos territorios. El trasiego de gentes de un lado a otro del mar, llenaba el pueblo de noticias de ultramar, observándose qué tras salir varios individuos de diversas familias en los primeros viajes, vemos salir familiares más tarde al mismo sitio.
    Todos dejaron hermanos en el pueblo. Muchísimos eran parientes y es que antiguamente las familias de nuestro pueblo estaban unidas por lazos de consanguinidad. El éxito de un indiano influía sobre los paisanos para marcharse, aunque todos no consiguieron éxito y fortuna. Los años de máximas emigración son 1536, con ochenta y nueve personas, con predominio de familias a México, y 1561 con cuarenta y siete, entre ellos muchas familias labradoras, a Nicaragua y Santo Domingo. De todo lo cual se deduce que la emigración de Guadalcanal es fundamentalmente en el siglo XVI.
    El cronista Fernández de Oviedo, señala la fiebre que en todos los niveles despertaron las Indias cuando dice: “Hubo muchos que vendieron los patrimonios, rentas y haciendas que tenían y heredaron de sus padres, y otros, algo menos locos, las empeñaron por algunos años, dejando lo cierto por lo dudoso…, no temiendo en nada lo que tenían en comparación de lo que habían de adquirir y ganar en este camino.”
    El conquistador era por lo general individuo joven. Partían bastantes en pos de aventura, mejora económica y ascenso social. Querían servir a Dios y al rey, pero buscando también posición y riquezas.
    Según las leyes de Indias, el indiano debía ser gente limpia de toda raza de moro, judío, hereje o penitenciado por el Santo Oficio de la Inquisición. Para emigrar era necesario registrarse en la Casa de Contratación de Sevilla con un informe favorable de testigos del pueblo y ponerse en contacto con los dueños de naos o bien con mercaderes acordando el pago. En el Archivo de Indias existe un registro de la familia Bonilla cómo sigue: “Juan de Bonilla e Alonso de Bonilla, hijos de Alonso de Bonilla e Teresa Sánchez su mujer, vecinos de Guadalcanal, pasaron en la nao de Sancho Prieto al Perú, pasajeros de licencia del capitán Francisco Pizarro; juraron Antonio de Ortega y Francisco Muñoz García, vecinos de Guadalcanal, que conocen e que saben que no son de los prohibidos. Año 1534”.
    Del primero que se tiene noticia que emigró en 1509, es Pedro Gómez, artesano, que cambió su oficio por la espada. En 1515, Hernán González Remusgo de la Torre marchó para la conquista de Perú. Su sobrino Fernán González de la Torre, también se halló en dicha conquista. Francisco de Guadalcanal –su verdadero nombre era Francisco González de Bonilla- se asentó en Panamá, donde fue regidor. Mariana Veles de Ortega, una de las primeras que llegaron a Nueva España. Diego Gavilán, en la conquista del Perú, encomendero y fundador de Huamanga.
El caso de los Bonilla es el más representativo de una familia con éxito. Tras su tío Francisco de Guadalcanal, que marchó en 1517, pasó Rodrigo Núñez de Bonilla, que destacó en La Española y Tierra Firme, donde guerreó con sus armas y caballos, perdiendo muchos esclavos. De la conquista de Panamá pasó al Perú. Fue Tesorero de la Real Hacienda de Quito, recibiendo de Francisco Pizarro varias encomiendas, siendo de los más ricos de allí, pues se calculan en unos cien mil pesos de oro de la época. Más tarde fue nombrado gobernador de los Quijos. Su hijo Rodrigo reedificó la ciudad de Archidona, llamándola Santiago de Guadalcanal. En Quito encontramos también a Alonso de Bastida, que fue Tesorero Real. Pedro Martín Montanero y Juan Gutiérrez de Medina, fueron conquistadores y encomenderos.
    Miembros de la familia Ortega, Antonio y Pedro de Ortega Valencia, parientes de los Bonilla, que salieron de Guadalcanal en 1540, con rumbo a Nueva España, figurando en la Audiencia de Quito, y encontrándose Pedro como Alguacil Mayor de la provincia de Panamá en 1561. En el mismo registro de pasajeros encontramos a Bartolomé de la Parra, hijo del doctor Juan de la Parra. Sebastián del Toro y Rodrigo López, hijo de Pedro López el cerrajero. Otros miembros fueron Gonzalo Yanes de Ortega, su hermano, el mercader Alonso de Ortega; Rodrigo de Ortega y Jerónimo de Ortega Fuentes.
    Otros indianos fueron: Cristóbal de Arcos, mercader de ropa en Lima; Pedro de Arcos, Luis de Funes Bonilla, Juan de Bonilla Mexía, que mandó una barra de plata a su hermana María de Bonilla, y cuando llegó ya había fallecido; Francisco Rodríguez Hidalgo; Alonso y Francisco González de la Espada, dueños de recuas en Arica. Alonso y Juan González de Sancha, en Tucumán; el capitán Francisco de la Cava, en Potosí; Cristóbal López de la Torre, Álvaro García de la Parra, Juan Garzón, Alonso del Toro, Luis Camacho, Martín de Valencia y Ortega, Hernán Sánchez, el bachiller Pedro de Adrada, Gonzalo Pérez, Francisco Muñoz de la Rica y Esteban García, hijo de Diego Alonso Quintero.
    En México nos encontramos a Diego Ramos Gavilán y Antonio de Bastidas y su hermano Cristóbal de Bonilla Bastida, Hernando y Rodrigo Ramos, comerciantes y mineros; García Núñez de la Torre, en Taxco, minero. En Guanajuato, a Álvaro de Castilla Calderón, que destinó cincuenta mil ducados a erigir el Convento de la Concepción, y a su hermano Juan, ambos mercaderes y mineros, y a Gonzalo de Bonilla Barba, propietario de minas, igual que los anteriores. También se encontraban allí Hernán y García Ramos Caballero, Cristóbal Martín Zorro, Luis de Castilla Chaves, Alguacil Mayor de Minas; Pedro Ramos y Alonso de Castilla, que forman una colonia de Guadalcanal en Guanajuato. No podemos dejar de mencionar algunos más, como Pedro Sánchez de Gálvez, los Yanes, Rodrigo, Juan, Pedro, Gonzalo y Francisco, Miguel y Luis Ortega, Diego Ramos, el Rico y Martín Delgado, que marchó en 1535 y que tiene el mismo nombre que el descubridor de las minas de Pozo Rico.
    Sin olvidar María Ramos, la guadalcanalense mas relevante y que su vida merece un capítulo aparte.
    Se llamaban “peruleros” a los que habían estado en Perú y volvían a Guadalcanal con riquezas. Parece ser que el nombre se extendió a los indianos de cualquier parte que volvieran a su tierra.
    Entre los peruleros que había en nuestro pueblo se han encontrado los siguientes: Benito Carranco, en 1624 aparece en la collación de San Sebastián. Había sido socio con los González de Espada y con Arcos en Lima. Juan Bonilla Mejías, Jerónimo Ortega de la Fuente,
Luis de Bastida, Pedro Sánchez Holgado, Diego Gutiérrez, sastre en Guadalcanal; Francisco de Torres, Rodrigo de Ortega, que estuvo veinte años en México y regresó en 1608; Agustín de Sotomayor, que 1613 ya llevaba cuarenta años en el pueblo desde que volvió.
Los cinco últimos testificaron en un pleito que hubo sobre Álvaro de Castilla y la Concepción. También hallamos a Jerónimo González dela Espada, hermano de Pedro Martínez de la Pava, cura de Cajatambo, en Perú. Éste al morir, dejó por heredera a su sobrina Ana de Bonilla, de Guadalcanal, en 1615. Bartolomé de la Parra, el hijo del doctor de la Parra, regresó a Santo Domingo, seguramente para ver a sus padres y en 1565 marchó a Nueva Granada.
    Jerónimo de Ortega Valencia, que se fue a Tierra Firme en 1570, lo encontramos en Guadalcanal en 1570, regresando ese mismo año a Indias. Gonzalo Yanes de Ortega, que había venido del Perú, lo vemos marcharse en 1556. Diego Alonso Larios, emigró en1536 a México, volvió al pueblo en 1561, marcha otra vez acompañado de una esclava. También se ha encontrado a la perulera de Santiago en 1565 que tenía un esclavo. El nombre puede referirse a la calle Santiago o a su hospital. En 1577 María González.
    El más famoso perulero de Guadalcanal fue Alonso González de la Pava, que fundó el Convento del Espíritu Santo y un hospital anejo.
    Había hecho un gran capital en Potosí, en las minas de plata del Cerro, que estaban situadas en una montaña. Allí se relacionó con Francisco de la Cava y con Alonso González de la Espada.       En 1615 ya estaba en Guadalcanal y en esa fecha se empieza a construir el Convento, figurando en 1619 en la iglesia de Santa Ana, como padrino de bautizo de una sobrina nieta, pues él no tuvo descendencia. Se sabe que poseía minas en la provincia de León en Extremadura. En la escritura de donación manda se digan misas por la conversión de los indios y por las ánimas de los indios muertos en las minas de Potosí, falleciendo en 1620 y siendo sepultado en el Convento del Espíritu Santo, donde se puede ver su retrato en el retablo.
Su sobrino Juan González de la Pava quiso imitarle y marchó al Perú, siendo desheredado por su tío. Sin embargo, años más tarde aparece su nombre como patrono del Convento.

Antonio Gordón Bernabé.

Revista de Guadalcanal 1992

sábado, 2 de agosto de 2025

INDIANOS DE GUADALCANAL: SUS ACTIVIDADES EN AMERICA Y SUS LEGADOS A LA METROPOLI, SIGLO XVII (3/4)

RASGOS SOCIOECONOMICOS DE LOS EMIGRANTES A INDIAS.

Tercera parte

APENDICE
FICHAS BIOGRAFICAS DE:
ANTONIO DEL CASTILLO
CRISTÓBAL DE ARCOS MEDINA
FRANCISCO DE LA CAVA
ALONSO GONZÁLEZ DE LA PAVA
FRANCISCO Y ALONSO GONZÁLEZ DE LA ESPADA
LUIS DE FUNES DE BONILLA
FERNANDO RODRÍGUEZ HIDALGO
JUAN BONILLA MEXÍA
PEDRO MARTÍNEZ PAVA
DIEGO GONZÁLEZ HOLGADO
JERÓNIMO DE ORTEGA FUENTES
BEATRIZ DEL CASTILLO
ALONSO LÓPEZ DE LA TORRE
DIEGO RAMOS
ALVARO DE CASTILLA CALDERÓN
ANTONIO DE BASTIDAS
ALONSO LÓPEZ
GONZALO DE BONILLA BARBA

ANTONIO DEL CASTILLO (A.G.L, Contratación, 264-9) 
Miembro de una familia numerosa, hijo de Cristóbal Yáñez y María Yáñez (apellido éste muy frecuente en el Guadalcanal del XVI), contaba con cinco hermanos (cuatro hembras: María, Mayor, Teresa y Francisca; y un varón: Cristóbal), siendo sin duda el mayor de los varones, pues el otro aparece como "mozo" en los documentos emanados tras la muerte de su hermano. No debió dejar bienes en su tierra natal, o bien los liquidó al partir, pues no se consignan en su testamento y parece haber tomado estado en Indias, lo que puede indicar, junto con otras referencias (como la edad de su hermano y las de existencia de tíos en el pueblo) que pasó joven al Nuevo Mundo, sin que sepamos la fecha exacta del viaje. Por distintas incidencias sus legados no llegaron a Guadalcanal hasta el siglo XVII
En América aparece vinculado a una familia oriunda de su mismo pueblo, los Gavilán (de Huamanga) villa en la que se instaló, tal vez al amparo de sus paisanos. Parece haber tenido ciertas relaciones laborales o comerciales con Diego Gavilán, destacado en la conquista del Perú, encomendero y tronco de ilustre dinastía indiana, en cuya estancia moría en 1553 Castillo, dejándole a deber Gavilán unos 440 pesos. Casó en Perú (¿?) con María Rodríguez. vecina de Peñafiel, por la que prometió su padre (Juan Alonso de Badajoz) 600 pesos que nunca llegó a recibir Castillo. Este fue prosperando en fortuna hasta conseguir 2.500 pesos para formar compañía con Juan Colchado, logrando buenas ganancias, cifradas en un año en 700 pesos. Colchado además amplió los intercambios de la tienda establecida y formó nuevas compañías con otros sujetos, (uno de ellos Alonso de Bolaños). Sus negocios parecen centrados en venta de ropa y otros artículos; tenía además una manada de 80 cabezas de cabras, en Cocha, y 10 ovejas "de la tierra ". Su capital (sin contar el ganado) puede estipularse en unos 5 ó 6.000 pesos lo que ratifica su imagen de tendero local provinciano. Sin hijos en su matrimonio, aunque al testar quedaba preñada de tres meses su mujer, tuvo cuatro mestizos, a los que dio los nombres de su propia familia: Cristóbal, Mateo, María y Mayor, más una quinta, Elvira, cuya paternidad era puesta en entredicho por la madre. A cada uno de ellos dejaba 100 pesos de sus bienes; a sus cinco hermanos de Guadalcanal 250 pesos para cada uno. En febrero de 1553 hizo testamento en Socosconcha, estancia de la heredad de Diego Gavilán, junto al tambo de Sangala, siendo testigos el padre Pedro Ruiz, Juan Colchado, Bartolomé Vázquez y Gonzalo Hernández. Nombraba como albaceas a Diego Gavilán y a Pedro Ordoñez de Peñalosa, ambos vecinos de Huamanga; así como a su mujer. Tras los legados a sus hijos mestizos y hermanos (que totalizaban unos 1.750 pesos), pago de deudas (unos 425 pesos), disponía su entierro en la iglesia de San Francisco de Huamanga, con el consiguiente gasto así pagaron una serie de misas y disposiciones piadosas, no muy cuantiosas en comparación con otros paisanos y otros individuos de la época, más el pago a su pueblo de origen de 400 pesos de buen oro para invertir y obtener unas rentas fijas y seguras para sostener una capellanía que instituía. Dicha cantidad debía ser entregada a su tío Juan del Castillo y en caso de ausencia o muerte de éste a su hermano Cristóbal Yáñez y a falta de éste el cabildo debía darlo al clérigo pariente más próximo de su linaje o bien al "más hábil y docto ". Del resto de sus bienes dejaba heredera a su mujer en caso de que tuviera descendencia; en caso contrario serían herederos sus hermanos. Murió aproximadamente hacia 1553 en la misma estancia de Secos. Su viuda volvió a casar y parece que malparió, pues la herencia fue reclamada por los hermanos de Castillo. Sus bienes quedaron en poder del albacea Diego Gavilán y tras su muerte fueron reclamados a sus 47 hijos, Diego y Antonio Gavilán por Alonso de Mesa, defensor general de bienes de difuntos, en 1584. Habían transcurrido más de treinta años y aún no se había realizado la voluntad del testador. Sus herederos enviaron un poder a Juan o Francisco Muñoz Rico (individuo sin duda del pueblo u oriundo de él, por ser apellido de "pasajeros a Indias" para cobrar la herencia; no obstante, los 400 pesos de oro de la capellanía aún no se habían recibido en la metrópoli. Por fin en 1600 llegaron a Sevilla 320 pesos (sin duda deducidos costes de envío y otros devengos). equivalentes a 89.930 maravedíes, que fueron reclamados por Diego Vázquez, en nombre de Diego Martín Rico, clérigo presbítero y sobrino de Antonio del Castillo, para fundar la capellanía.

CRISTÓBAL DE ARCOS MEDINA, EL MOZO (A.G.I., Contratación, 362-7) (A.A.S., Capellanías, 873-20)
Mayor fortuna que su paisano Antonio del Castillo, consiguió también en el Perú y como mercader Cristóbal de Arcos, hijo de Juan González de Medina y de Catalina de Arcos, muertos ambos al testar aquél. Nada sabemos de su pase a Indias ni relaciones familiares en Guadalcanal que en dicho pueblo le sobrevivió su hermano Juan González, salvo de Medina, casado con María Yáñez de Bastida (apellidos ambos de indianos), cuyo hijo Cristóbal Arcos de Medina, clérigo de menores, sería el primer capellán de la capellanía fundada por su tío. No debió contar con más hermanos ni parientes próximos ya que no son mencionados ni recordados en su testamento, documento que nos ilustra sobre su vida y fortuna en el Perú. Testó, enfermo, en Los Reyes, donde parece haber estado radicado como mercader e integrado como ciudadano. En dicha ciudad ordenaba su entierro en la iglesia de San Francisco. con el hábito franciscano, orden a la que profesaba especial devoción, ya que disponía, si moría fuera de Lima, se le enterrara en el convento de San Francisco más próximo. Fue muy generoso al disponer su entierro, misas, sufragios por su alma y en obras pías: entierro bien pagado, con acompañamiento, incluidos los frailes franciscanos, misa cantada de cuerpo presente con música y ofrendas de pan, vino, cena y carneros "como es costumbre ", novenario de misas, 600 misas en los conventos e iglesias de la ciudad donde muriese, 200 por el alma de sus padres y otras en Lima; en Santo Domingo (a San Vicente Ferrer), en San Agustín (a Santa Gertrudis), además de limosna para cera en San Francisco, y 50 pesos respectivamente a los pobres de las cárceles, a los huérfanos expósitos, al hospital de San Andrés, a la cofradía de cautivos de Los Reyes y a la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal. Dejaba varias mandas a amigos estantes en Lima: 100 pesos a Isabel de Palma, mujer de Pedro González Casasola, por "buenas obras" y a Elena de Rivera, en precaria situación, por los servicios prestados en su enfermedad y para ayuda a su boda, más 200 al Dr. Juan de Soto, abogado de la Audiencia limeña, por "amistad y buenas obras" y 100 a Juan Bautista de Lumbreras, su albacea, junto con Soto, por el trabajo de albaceazgo. De su capital, que calculaba en unos 10.000 pesos de a ocho, dejaba 1.000 ducados a su hermano en Guadalcanal o a sus herederos. Dos mil más los destinaba a fundar una capellanía en la iglesia de Santa Ana de dicho pueblo, y otros 2.000 para una obra pía destinada a casar cada año una doncella "honrada, virtuosa" y pariente o bien para ayudarla a profesar como religiosa, siendo patrones de la misma su hermano o pariente más cercano y el cura de Santa Ana. Los bienes que relaciona como propios consistían en empleos de ropa de Castilla (valoradas en 4.000 pesos) que había enviado a Charcas con Benito Carranco (concretamente a Chuquisaca) comprendida en una "memoria" mayor, de 50.000 pesos de Cristóbal López de la Torre, también a cargo de Carranco. Tanto éste como de la Torre parecen oriundos de Guadalcanal, por sus apellidos, apareciendo en otro testamento indiano. Además de algunas piezas de plata, un barretoncillo de oro y ropa de cama, ropa blanca y vestido, de los que tenía inventario, le reconocían deudas diversos individuos por un total de unos 5.700 pesos: Juan López de Mestanza, Juan García y su socio, Francisco Coronado y Francisco Moreno Pardo y Diego de Vega en mayor cuantía de 1.000 pesos (parecen residentes en Lima pues no se especifica su vecindad), como Sebastián Hernández Yuste, más Antonio Hernández Labrador y Nicolás Rubio(¿?), ambos en el Callao, siendo las deudas de estos tres últimos inferiores a los 200 pesos. Los bienes de la capellanía fundada en Guadalcanal ascendieron a 19.344 reales, siendo el primer capellán su sobrino de igual nombre.

EL CAPITÁN FRANCISCO DE LA CAVA (A.G.L, Contratación, 276-1 y 2) 
Ascendiendo en éxito social y económico se encuentra el capitán Francisco de la Cava, que consiguió una regular fortuna en su actividad mercantil, a mayor escala que sus anteriores paisanos, esta vez centrada en Potosí. Hijo de familia numerosa, procedía del primer matrimonio de Juan de Fuentes Ramírez y Juana López Hidalgo, que además de a éste tuvieron a Alonso López de Fuentes (el mayor de los varones) y a Mayor de Fuentes. Viudo el padre volvió a casar con Ana de Paz, teniendo los siguientes hijos: Diego, Beatriz y María de Fuentes, a los que Francisco nombrará como sus hermanos. No sabemos cuándo salió para Indias; curiosamente en 1561 se registra el pase de un Francisco de la Cava a Nicaragua, sin que pueda ser la misma persona, ya que los padres de éste rezan ser Francisco y Francisca de la Cava. Su actividad se centró en el comercio y se radicó en Potosí, donde era cofrade de la cofradía de la capilla de San Diego en el convento de San Francisco, y anteriormente estuvo cierto tiempo en Las Salinas. En la villa minera debió estar bien relacionado socialmente ya que uno de sus albaceas fue su paisano y riquísimo minero Alonso González de la Pava, regidor, y Juan de Torres Machuca; su medio paisano de Zafra, el rico mercader y capitán Hernando Jaramillo de Andrade también tuvo relaciones comerciales o de crédito con él, así como otros individuos de su villa natal, como se verá. Comerciaba fundamentalmente con vino (de Moquegua y Arequipa), coca, cueros y ganados entre Potosí, Totora, Porco y Las Salinas asiento en el que contaba con casa y ganado. En sus tratos aparecen otros mercaderes y tenderos hispanos, así como diferentes indígenas. Además de una casa en Potosí y otra en Las Salinas; un rebaño de 570 "carneros de la tierra" y otros nueve "herrados con mi hierro" en las Salinas; unas mulas, un caballo, 20 pesos de plata labrada; una cota, ropa y muebles de casa y una tienda alquilada en Potosí a Juan de Torres Machuca, era acreedor, por distintos conceptos, de diversos individuos hasta un total de unos 20.000 pesos, siendo los principales deudores Sebastián González Orejón, Francisco Francés (en Porco), Luis Perdomo (en las Salinas) y Diego de Funes Velasco. Testó en Potosí en abril de 1601, confesando haber estado enfermo. Ordenaba su entierro en el convento de San Francisco y con hábito franciscano (de nuevo la devoción a esta orden), con una misa de réquiem cantada y 50 rezadas; más 20 en Santo Domingo, e igual número en San Agustín y Las Mercedes y el doble en la iglesia mayor, pero "sin excesos de gasto ni pompa". Igualmente, pródigo fue en limosnas para la redención de cautivos (100 pesos), para las ánimas del purgatorio, el hospital (250 pesos), los pobres de la cárcel (150 pesos), el convento de San Agustín (100 pesos); a varios criados indígenas que tuvo en Las Salinas y al hospital, otros 250 pesos para curar indios. Algunas mandas a indígenas eran por "descargo de mi conciencia", mientras que las que distribuyó entre sus amigos y paisanos eran por reconocimiento y amistad (a Peribáñez, Cristóbal Montalvo), más Pedro Escudero, Juan de la Parra, hermano del anterior, y a Alonso de la Cava, a los que dejaba 500 pesos a cada uno; otros 500 a Diego Martín de Ortega para ayudar a casar a su hija y a Mariana del Castillo y su hija María de Ortega (mujer de Gaspar Garrido) a las que dejaba 300 por las atenciones que tuvieron durante su enfermedad. Mandaba fundar una capellanía con 1.450 pesos corrientes de a ocho en la cofradía de San Diego, en el convento de San Francisco de Potosí; y destinaba 3.000 pesos a repartir por igual entre sus hermanas (de padre) María y Beatriz de Fuentes; 1.000 para su medio hermano Diego de Fuentes y otros 1.000 para el hijo de su hermana Mayor de Fuentes; en caso de que éste hubiera muerto pasarían a los hijos de su hermano mayor. Además de otros 500 pesos de limosna que destinaba para el monasterio de Monjas de Guadalcanal, del resto de sus bienes dejaba por heredera a "su alma", ordenando instituir una capellanía en el convento de San Francisco de Guadalcanal, ya que no tenía descendencia directa, ni herederos de derecho ni legítimos. En la primera década del XVII se repartían en Sevilla 204 pesos ensayados de a 12 1/2 reales llegados como bienes de Cava entre Juan de Tejada (en nombre de su mujer Beatriz de Fuentes y de su cuñada María) (quienes llevarían las tres cuartas partes) y el Dr. Arias de Loyola (en nombre de su hermana, doña Micaela Arias de Loyola, tutora de sus hijos Juan y Juana de Fuentes, como viuda de Alonso López de Fuentes hermano de Cava). La hermana entera del capitán, Mayor de Fuentes murió, y su único hijo Pedro Sánchez Morales también murió sin herederos, por lo que de esta herencia se beneficiaron los hijos de Alonso López de Fuentes.

ALONSO GONZÁLEZ DE LA PAVA (A.A.S., Capellanías, 866-13)
Se incluye este personaje, que sin duda será tratado con mayor detenimiento en otra comunicación, por ser un típico indiano de Guadalcanal, mecenas del convento del Espíritu Santo de la villa. Como otros paisanos se radicó en Potosí, dedicándose al laboreo y beneficio de metales, consiguiendo una sólida posición y fortuna que le permitió, en 1612, destinar 50.000 pesos para emplearlos en la construcción del convento del Espíritu Santo. Curiosamente, como otros, aparece relacionado en Potosí con sus paisanos el capitán Francisco de la Cava y Alonso González de la Espada. El primero lo eligió como albacea testamentario y el segundo, con el que parece tener cierto parentesco (a través de los Ortega), encarga en su testamento ciertas mandas a su hermana; en caso de ausencia de ésta nombraba para recibirlas a su tío Diego Díaz de Ortega o al dicho González de la Pava, que por aquel tiempo ya había regresado a Guadalcanal. En 1620 daba poder a sus albaceas testamentarios, entre ellos Diego de Ortega Ramírez, regidor del pueblo, para hacer testamento en su nombre, siendo uno de los testigos de esta escritura el regidor D. Diego Díaz de Ortega, tal vez el mismo mencionado en otro párrafo. De su herencia excluyó a su sobrino Juan González de la Pava, que se encontraba ausente en Indias tal vez buscando igual fortuna que su tío y dejando las explotaciones mineras que éste tenía en la provincia de León de Extremadura, administradas por el alférez mayor Francisco de Rojas Bastidas.

FRANCISCO Y ALONSO DE LA ESPADA (A.G.I., Contratación 378-3)
Fueron sus padres Francisco González y Beatriz García Carranco, muertos ya al testar sus hijos, quienes terminaron sus días con un año de intervalo en Arica. Francisco murió en 1616 dejando a su hermano como uno de sus herederos y con la obligación de disponer el dinero suficiente para destinarlo a 1.000 misas por su alma que debían celebrar mitad de su herencia sería para Francisco Hernán en Guadalcanal. La de Nacarino, alférez real y mayordomo de la iglesia de Arica, por varias obligaciones y deudas de González de la Espada. Al año moría su hermano Alonso estableciendo una cláusula en su testamento en la que ordenaba enviar a su tierra natal 500 pesos para misas por su alma y las de sus difuntos. Consta que Alonso fue dueño de recuas y esclavos, actividad que tal vez también fuera la de su hermano, y sus negocios se extendían entre Arica y Potosí, lugares donde nombraba albaceas: en el primero al alguacil mayor Gaspar de Vargas Carvajal y a Pedro de Urrutia, y en el segundo a Juan Martínez de Cárdenas. Cumplidas sus mandas testamentarias y piadosas, dejaba distintos legados para su comadre y amigos en Arica por un valor total de 1.000 pesos, destinando varias cantidades para ayudar a casar doncellas de estas familias o socorro de una viuda (Magdalena Ramos, cuyo apellido es típico de Guadalcanal). Del resto de sus bienes instituía heredera a su alma, al no tener herederos forzosos, (aunque contaba con una hermana doncella en el pueblo) remanente que debía ser destinado para las obras pías que con anterioridad había comunicado a sus albaceas. Hay que recordar las relaciones de parentescos y paisanaje mantenidas en Indias pues si en unos casos no son explícitas, en otros son evidentes. Así dos de los testigos del testamento de Francisco González de la Espada, Cristóbal López de la Torre y Benito Carranco, son los mismos que aparecen en el testamento de Cristóbal de Arcos Medina, el mercader de los Reyes que estuvo relacionado con ellos en sus operaciones comerciales. Como en otras ocasiones hubo retraso en el cumplimiento de las últimas voluntades de ambos personajes y en la liquidación de sus bienes, teniendo que intervenir el oidor Blas de Torre Altamirano, juez mayor de bienes de difuntos de Lima, quien comisionó para este y otros casos similares al alférez Juan de Larra Morales (1624). En 1625 el defensor de bienes de difuntos de Arica Juan Ortiz de Uriarte apremiaba a uno de los albaceas (Pedro de Urrutia) para el pago de 560 pesos que había rete durante ocho años, exigiéndole intereses, daños y costas y declarando el embargo de una de sus heredades (de viña y olivar) en el valle de Ocurica. Por fin en 1628 Juana González de la Espada, hermana de los anteriores, recibía 730 pesos de la herencia de ambos, que debían ser destinados para misas en Guadalcanal.

LUIS DE FUNES DE BONILLA (A.G.l., Contratación, 312 A-9)
Varios individuos más del apellido Bonilla, y algunos de Funes, se encontraban por las mismas fechas o en anteriores en el virreinato del Perú. Se desconoce la fecha exacta de su pase a Indias, aunque parece fue en la década de 1580. Era hijo de Francisco Funes de Banegas y de Isabel Yáñes de Ortega, muertos ya al testar su hijo en 1609. Casó hacia 1574 en Guadalcanal Abasta (o Bastida), hija de Gonzalo Yanez de Abasta con Mayor de la Caballera y Mayor Rodríguez, recibiendo como dote unos 600 ducados, valor de la tercera parte de la casa de sus suegros (en la calle de la Plazuela), una suerte de pan sembrar en la Torrecilla (término del pueblo), la mitad de una bodega en las mismas casas, tres aranzadas de viñas, 20.000 maravedíes al contado y ajuar de ropa de lino y lana y otros enseres de la casa valorados en 60.000 maravedíes . Sin hijos de su matrimonio dejó el pueblo (y a su mujer en él), para probar mayor fortuna en Indias. Allí estuvo al servicio de D. Alonso de Vargas, caballero de Alcántara y vecino de los Reyes, administrando una heredad y cobrando las tasas de sus indios en Arica. En esta ciudad lo encontró su paisano Luis de Bastida, que luego regresaría a Guadalcanal daría noticias suyas, añadiendo así referencias a las que se tenían y por sus cartas y misivas a familiares y amigos. Más tarde se avecindó en Lima donde contaba con casa propia y donde parece que siguió al servicio de D. Alonso de Vargas, aunque con mejor fortuna, sin que fuera relevante. Tuvo indios, dos o tres, a su servicio una negra, además de contar con "ropa costosa ", si bien el grueso y de su fortuna consistía en 3.000 pesos de a ocho que le debía por sus servicios D. Alonso de Vargas y unos 300 pesos de los que era acreedor. En Arica o Lima tuvo un hijo natural, Francisco Funes de Bonilla, al que tuvo en su compañía, reconoció como tal en su testamento y le nombró heredero de sus bienes, una vez deducidas cortas mandas. Confirmando la devoción franciscana de sus paisanos y coetáneos, ordenaba su entierro con el hábito de la orden en San Francisco de Lima, con una misa de cuerpo presente y 50 misas rezadas, siendo poco generoso, en comparación con otros, para estas atenciones religiosas u obras pías y en consonancia con su menguado capital. Mandaba que los 600 ducados recibidos como dote con su mujer le fueran devueltos a ella o a sus herederos. Mayor Abasta, hacia 1599, había abandonado Guadalcanal para avecindarse en Sevilla con su sobrina María de Robles (hija de su hermana Francisca Rodríguez) y el marido de ésta Miguel Méndez. En 1613 muerta la tía, María de Robles de Mendoza, por sí y por sus hijos y como heredera de la anterior, reclamaba los 44.091 maravedíes llegados a Sevilla según ordenaba el testamento de Funes.

JAVIER ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE