EL GLOBO O TROMBA DE FUEGO DE GUADALCANAL
Así describe el fenómeno D. Manuel
Calleja, de la localidad mencionada, y así Carvic lo pone en conocimiento del
público. Acaso se trate de la caída de un bólido, que no pocas veces éstos se
presentan con tal aparato, pero muy bien pudiera acontecer que fuese un meteoro
como los que Arago llamó “rayos globulares”.
Es éste un fenómeno muy poco
frecuente, pero que se ha observado ya por muy distintas personas y en
circunstancias bien diversas, de modo que no puede tenerse por fantástico,
quiero decir, como ilusión de los que lo refieren, y muchas de las
descripciones tienen alguna semejanza con la sobria reseña del Sr. Calleja. El
almirante Duperry consigna que en las islas de la Sonda presenció un
espectáculo imponente, producido por una nube luminosa y esférica que lanzaba
rayos y truenos en todas direcciones.
Es famoso también el caso de la
iglesia de Stralsund, donde penetró un globo de fuego del que salieron otros
menores, a modo de granadas, que estallaron con gran estrépito. El globo
fulminante de Beaujon es no menos célebre, y cuentan que hizo tantos destrozos
y tanto ruido como si una máquina infernal hubiese estallado en medio de la
población; lanzaba el tal globo rayos en todas direcciones, y uno de ellos
atravesó un muro cual pudiera hacerlo una bala de cañón. Otra tromba fulminante
explotó en Everdon. En medio de una casa de labor, donde se hallaba una partida
de segadores; mató á varios e hirió a los restantes, encontrándose después, en
la superficie del cuerpo de las víctimas, gran número de manchas lenticulares.
Poggendorf dice en los «Annales» que en 1850 apareció un meteoro
luminoso globular cerca de la vila de Anhalt, siendo muchas las personas que
presenciaron el fenómeno y que declararon que la maravillosa esfera tenía un
matiz verdoso. M. Colón, vicepresidente que fue de la Sociedad Geológica de
Francia, cita otro caso de que él mismo fue testigo. Vio una masa globular de
fuego descender del cielo á la tierra á lo largo del tronco de un chopo, cuya
corteza quedó abrasada; la masa luminosa bajó lentamente empleando cinco o seis
minutos en recorres desde la cúspide hasta la base del árbol, y al legar al
suelo rebotó sin estallar.
En 1823 el profesor Schübler,
durante una tempestad que estalló sobre la Selva Negra, vio dos globos
luminosos coronados por una lengua de fuego cada uno. Muy recientemente la
Academia de Ciencias de París se ha ocupado de esta clase de fenómenos con
motivo de un caso presenciado por M. Viole, y del que éste dio cuenta a la
Academia. Vio el citado observador caer del cielo una bola de fuego, como una
piedra que desciende; apareció aquélla, se iluminó por relámpagos en efluvios,
descargas difusas localizadas en un espacio muy restringido, pero que formaban
en conjunto un meteoro imponente y magnífico. Otros muchos casos podrían citar
y he citado en otra ocasión, pues hasta 150 perfectamente tengo noticia de
haber sido registradas, pero con los expuestos basta para dar idea de este
curioso meteoro y para que no quede duda alguna acerca de su existencia.
Como dice muy bien Carvic, no se
puede asegurar por la breve reseña del Sr. Calleja, cuál es la naturaleza
verdadera del meteoro que se ha presentado en Guadalcanal; pero, por las
trazas, parece que pertenece a la categoría de los antes indicados. Si así
fuera, y no la caída de un bólido piedra meteórica (cosa también posible), los
atemorizados habitantes de la población andaluza han presenciado un fenómeno,
no único, pero sí muy rato y sobre cuya explicación andan todavía a la greña
los hombres de ciencia. Arago supuso, al describir este meteoro, que existe una
materia sutil que llamó «materia fulgurante», susceptible de unirse
temporalmente a la materia ordinaria.
Esta materia fulgurante es la que,
en circunstancias apropiadas, y arrastrando consigo masas de gases de la
atmósfera, forma, según la hipótesis de Arago, esas esferas y trombas
incandescentes que de cuando en cuando se presentan, ya produciendo un vistoso
y calado meteoro, ya incendios rarísimos, ya, en fin, desastres formidables,
ocasionando a su alrededor el espanto, la destrucción y la muerte. Actualmente
se entiende que la materia fulgurante de Arago no debe considerarse como una
sustancia desconocida y misteriosa, ni tampoco como un fluido especial, sino
solamente como una manifestación, no bien estudiada aun, de los movimientos
vibratorios de la materia imponderable, movimientos que hoy día, según la
naturaleza, sabemos que constituyen el calor, la luz, la electricidad, los
rayos X, etc. Este es uno de los hechos que sirven para mostrar que, como decía
mi amigo Juan Fernández, la noche que asistimos en París a la sesión de magia
blanca, nuestro conocimiento de la Naturaleza es aún bastante imperfecto y que
el estudio del mundo nos guarda todavía muchas sorpresas.
Vicente Vera EL IMPARCIAL, viernes, 7 de febrero de 1902
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