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lunes, 24 de diciembre de 2018

Nuestro Entorno 10


Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Tercera parte)

El valor de Patrimonio Cultural que estos tienen es de gran importancia, ya que documentan actitudes, hechos y costumbres de las diferentes poblaciones. Al contrario de lo que se puede pensar, no sólo son trascendentales para el conocimiento de la ideología o de las creencias religiosas, sino también ofrecen una gran información sobre las actividades, costumbres y modos de vida. El interés que ha despertado este tema desde la década de los ochenta puede rastrearse a través de las exposiciones y publicaciones que se han realizado sobre los exvotos a partir de entonces (15). Sin embargo, tanto en unos como en otros, los análisis que se realizan de tales bienes son generalmente desde el punto de vista de la antropología social, faltando en ellos otros estudios con planteamientos diferentes que complementen y permitan conocer en profundidad el fenómeno. Hay que considerar que el antropológico no es el único valor que poseen dichos bienes, ya que desde la perspectiva histórica o artística resultan, asimismo, documentos de gran utilidad. Una de las características que presentan estos bienes es la fidelidad de los anónimos autores al describir los fondos, ya sean éstos paisajes urbanos o rurales o interiores de viviendas. Más preocupados por lo anecdótico
de la escena que por los propios actores, detallan minuciosamente aspectos urbanísticos o arquitectónicos, así como enseres y vestimentas. A través de ellos, pueden ser analizados estos factores, convirtiéndose en muchos casos en la única fuente de gráfica para el análisis de estas poblaciones. Esa fidelidad a la realidad también queda reflejada en la figuración de las imágenes sagradas. Estas aparecen con tal cantidad de detalles
que poco se diferencian de las imágenes devocionales realizadas en lo que se ha venido a denominar el “arteculto”. Gracias a ellos, es posible conocer aquellas esculturas o pinturas que se han perdido a lo largo del tiempo o las transformaciones sufridas en los
adornos o en las maneras de ataviar a los santos o vírgenes.
En ocasiones, a modo de trampantojos, detallan los altares o retablos en los que se veneran, pudiéndose seguir a través de los exvotos los cambios y reformas estéticas acaecidas en ellos.
No son éstos los únicos bienes muebles de interés histórico o artístico que se conservan en las ermitas y capillas sevillanas. Existe una interesante variedad de bienes muebles de los siglos XVI al XIX que, si bien tratar de todas ellos sería complicado, si sería oportuno el señalar algunos de los más importantes. Seguidoras de los modelos de las Vírgenes del grupo de la reconquista, pero ya del siglo XVI, serían la del Rosario de la Iglesia de San Miguel de Castilleja del Campo, la de la Huerta en la iglesia parroquial de Puebla de los Infantes y la de la Aurora de la ermita del mismo nombre en Fuentes de Andalucía. Otra imagen de la misma centuria es el grupo de la Piedad que se encuentra en el altar mayor de la ermita de Nuestra Señora de las Angustias en Alanís. En este caso, la Virgen sostiene en su regazo el cuerpo de Cristo muerto.
Formaban parte de esta escena, producto de la sensibilidad patética de fines del medioevo, las dos imágenes de San Juan y la Magdalena, que hoy aparecen en las calles laterales del retablo. El grupo central ha perdido esas características tan peculiares de la escultura del primer tercio del siglo XVI, fecha en la que se data el conjunto, por haberse transformado la Virgen en una escultura de vestir y en una restauración realizada por Castillo Lastrucci en el presente siglo.
Al mismo siglo XVI pertenecen las esculturas de San Sebastián de la iglesia parroquial de Burguillos y, de fines de la centuria, la existente en la ermita de la misma advocación de Carmona. Un San Roque del círculo de Juan Bautista Vázquez el Viejo se localiza en la Capilla de Santa Ana de Dos Hermanas. En la Sacristía del mismo templo merece destacarse las dos puertas, con las pinturas de un seguidor de Alonso Vázquez, donde se representan a San Pedro y San Pablo con dos escenas del hallazgo de la imagen de Santa Ana por las Hermanas Nazarenas. Renacentista son también los crucificados de las ermitas de la Virgen del Espino de El Pedroso, el del Santo Cristo de la Sangre de Pedrera y el de la Vera Cruz de Coria del Río y los de las iglesias parroquiales de Martín de la Jara, Almadén de la Plata y Almensilla. Además de estas obras anónimas, con la misma advocación del Cristo de la Vera Cruz, existen dos ejemplos más relacionados con los seguidores de Roque Balduque, como son los crucificados de las capillas de San Gregorio Osetano de Alcalá del Río y de la Vera Cruz de Marchena, ambos de gran calidad artística. En esta última capilla se encuentran
los restos de un retablo, hoy recompuesto con balaustres y los relieves de la decapitación de San Matías y Santa Bárbara, probablemente obra de Gaspar de Aguilar y fechado en 1588. Este cobija un lienzo de Juan Bautista de Amiens, de principios de la centuria siguiente, en el que aparecen San Juan Bautista y San Vicente. El mismo pintor y para el mismo templo realizó en 1589 el lienzo de la Pi dad y, algunos años más tarde, el de la Visitación con San Diego de Alcalá y Santa Catalina.
Son muy numerosos los bienes muebles de los siglos XVII al XIX que se conservan en las ermitas sevillanas.
Algunos de ellos sorprenden por su calidad artística si se piensa en el carácter popular de estas construcciones.
Quizás sería conveniente sacar del anonimato los grandes lienzos de la ermita de Nuestra Señora de la Aurora de Los Palacios-Villafranca de Los Desposorios de la Virgen y la Adoración de los pastores, obras de transición de los siglos XVII al XVIII. En la misma población y del siglo XVII, se encuentra el San Francisco sostenido por los ángeles o Éxtasis de San Francisco de la Capilla de Nuestra Señora de los Remedios y, a principios del siglo XVIII, fue realizado La entrega del rosario a Santa Rosa de Lima de la Iglesia de San Bartolomé de Cantillana. Entre las esculturas habría que llamar la atención sobre la Virgen de los Dolores de la capilla de Torrijos, de Valencina de la Concepción, o la existente en la iglesia de San Marcos de El Saucejo, de San Cayetano con la Virgen o Virgen de los Desamparados.
La gran calidad de ambas esculturas hace pensar que corresponden a obras de los talleres de Pedro de Mena, la primera, y de Cristóbal Ramos, la segunda.
Obras sorprendentes son algunos de los retablos que se localizan en estos templos, producto de las remodelaciones que sufrieron durante los siglo XVII y XVIII.
Entre los más interesantes del siglo XVII se encuentren los que ocupan los presbiterios de la Iglesia de San Benito, de Castilleja de Guzmán, los de las ermitas de Cuatrovitas, de Bollullos de la Mitación, con su frontal cerámico del siglo XVI, y el de la Virgen de Guaditoca, de Guadalcanal. Este último, recompuesto, sirve de embocadura al camarín de la virgen, que ocupa la calle central y se eleva por encima del primer cuerpo. Se compone de un alto banco sobre el que se levanta el único cuerpo con tres calles, enmarcándose las laterales por columnas entorchadas con capitel compuesto. En estas últimas se encuentran medios puntos para ser ocupados con lienzos, hoy desaparecidos, y sobre éstos, registros rectangulares con pinturas de santas mártires. Sobre las calles corre un friso que sirve de apoyo al basamento del ático, formado por volutas laterales y dos pequeños lienzos rectangulares con santos. En el ático aparecen tres lienzos, un Crucificado, al centro, y, en los laterales, San Joaquín y Santa Ana con la Virgen niña.                                                                                                     Al siglo XVIII pertenecen, entre otros, los retablos mayores de las capillas de la Vera Cruz de Marchena, de la Virgen de Belén y de la ermita de la Aurora, ambas de Los Palacios-Villafranca, el de la Virgen de los Remedios de El Coronil y los de la Capilla de la Aurora, en Fuentes de Andalucía. En esta última ermita, el dedicado a San Francisco de Paula presenta como enmarque de la hornacina central dos ángeles atlantes. Por la delicadeza de la formas y lo ingenuo del lienzo que lo preside, habría que llamar la atención sobre el retablo-marco de las Ánimas, de la primera mitad del siglo, de la ermita de Belén en Lebrija.
De la mayoría de estas obras se desconoce su autor, siendo en algunos casos atribuidos a seguidores de los diferentes maestros sevillanos. Este era el caso del retablo de la Capilla de Santa Ana de Dos Hermanas La bibliografía tradicional lo atribuía al círculo de Fernando de Barahona. Sin embargo, las investigaciones realizadas en los últimos años han podido concretar que las trazas pertenecen a Juan de Valencia y las esculturas a Agustín de Perea (16).
Del siglo XIX existen interesantes ejemplos, a pesar de que siguen siendo poco valorados. Uno de los conjuntos más destacados por su uniformidad estilística es el que decora el presbiterio de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, de Cantillana. La construcción del templo fue concluida el 7 de diciembre de 1792, colocándose la imagen titular dos años más tarde. Tanto el retablo mayor como los enmarques de las puertas del presbiterio corresponden a esos años finales de la centuria. En ellos se utilizan como elementos de soporte columnas corintias de fustes acanalados y como motivos decorativos las guirnaldas, rocallas, roleos y jarrones. El retablo está compuesto de banco, un solo cuerpo de tres calles y ático. Las calles laterales son ocupadas por las esculturas de San Miguel y San José, mientras que en la central aparece una urna de remates curvos, con un Cristo yacente, y sobre ella el enmarque del camarín de la Virgen de la Soledad. Un relieve de la Santísima Trinidad preside el ático.
Los enmarques de las puertas se flanquean por columnas, rematadas por un frontón partido y una ménsula al centro, a manera de clave. Sobre éstas aparecen las imágenes de Santa Rita, en el muro derecho, y San Sebastián, en el izquierdo, cobijados bajo un frontón circular.
No todos los bienes que actualmente aparecen en estos edificios fueron realizados exprofeso para los mismos. Tras la desamortización de Mendizábal y sobre todo concluida la Guerra Civil, muchos de estos inmuebles son redecorados con bienes procedentes de otros templos de la provincia. A la iglesia de San Felipe de Carmona pertenecen los actuales retablos mayor y de la Divina Pastora de la ermita de Nuestra Señora de Gracia de Almadén de la Plata. Del antiguo convento de la Orden Menor de San Francisco de Estepa procede el retablo de la capilla del Rosario de El Rubio, del convento de la Asunción de Sevilla el de la ermita de Nuestra Señora de Belén de Pilas, de la iglesia de San Carlos el Real de Osuna el de la Iglesia de San Marcos de El Saucejo, o de una iglesia de La Rinconada el que preside la ermita de Nuestra Señora de
Valme. Éste de fines del siglo XVIII presenta una curiosa decoración en su mesa de altar de escenas de inspiración japonesa. Además de los retablos también fueron trasladadas esculturas y pinturas, costumbre que ha llegado hasta nuestros días. El Cristo del Voto procedente de una iglesia de Carmona fue llevada a la iglesia de San Cristóbal de Burguillos o la Virgen de la Silla de la iglesia de San Luis se depositó en la capilla del Cristo de la Cárcel. Traslados mucho más modernos son los del Ecce Homo, desde el patio de los naranjos de la iglesia parroquial a la capilla de Belén de Lebrija o, el realizado en 1986, de la escultura de San Isidro Labrador de la iglesia de Santa María a la ermita de San Sebastián de Carmona.
No se puede concluir en este breve recorrido por los bienes muebles de las ermitas de Sevilla sin hacer mención a una serie de lienzos que, a pesar de su carácter popular, pueden ser de gran importancia para el estudio de las reinterpretaciones iconográficas y simbologías de los temas eucarísticos. En este sentido, es necesario destacar la Exaltación de la Eucaristía de la ermita de Nuestra Señora de Belén de Pilas. Dos ángeles por tan un cáliz con llamas bajo un corazón coronado por una cruz, enmarcado estos últimos por una corona de espinas. Sobre ésta, dos angelitos sujetan una corona con imperiales. En la Alegoría eucarística de la ermita de la Vera Cruz de Albaida, se representa un altar de dos cuerpos. Delante del primero se encuentran Santa Bárbara, una pequeña Inmaculada, al centro, y San José con el Niño. Sobre los santos, a los lados del segundo frontal, dos ángeles turiferarios, y ,en medio, el Cordero sobre el Libro de los Siete Sellos.
Sobre el altar una custodia resplandeciente rodeada de cabezas de angelitos. Se enmarca la escena por dos cortinas que son recogidas en los laterales por dos ángeles. Un tercer ejemplo es la Alegoría eucarística de la ermita de Cuatrovitas de Bollullos de la Mitación. Sobre un altar se exhibe una gran custodia flanqueada por dos ángeles. Delante se sitúan los cinco Doctores de la Iglesia Junto a estas obras, no se pueden pasar por alto aquellas otras que por sus características particulares y sus pequeñas dimensiones, se encuentran más expuestas a posibles robos. Son muchas y es imposible
su enumeración. De la tipología de pintura de caballete, merecen destacarse los lienzos de San Juan Bautista niño y Niño Jesús pasionario-buen pastor de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, de Martín de la Jara. Asimismo, las esculturitas de San José y Santa
Teresa de la capilla de Nuestra Señora del Rosario de San Juan de Aznalfarache o el magnífico crucificado del XVIII y realizado en barro cocido de la ermita del Santo Cristo de la Sangre, de Pedrera.
Son pocas estas páginas para describir y señalar la variedad y riqueza de los bienes muebles que se conservan en las ermitas, capillas y pequeñas iglesias de la provincia de Sevilla. Sin embargo, como se apuntaba al comienzo del trabajo, éste se planteaba simplemente para llamar la atención sobre el desconocimiento y la desprotección de los mismos. En este aspecto, debería ser la administración, con los medios legales que tiene, la que se encargara de tomar las primeras medidas de conservación y protección de los mismos. Pero, quizás más interesante y beneficiosa sería la labor de los Ayuntamientos, responsables, al fin y al cabo, del patrimonio local (17). Su labor podría estar encaminada, no sólo al conocimiento y difusión de estos bienes, sino también a tomar unas precarias medidas de salvaguarda de los mismos. En la primera línea de actuación, en cualquiera de las poblaciones existen licenciados en
historia, y más concretamente en historia del arte, que a través de becas, subvenciones o de cualquier otro tipo de ayuda, pueden realizar los trabajos de investigación y estudio. El resultado de los mismos podría ser un primer acercamiento del resto de la población a la valoración de estos bienes a través de publicaciones o exposiciones. Un importante avance sería, como se ha realizado en Alcalá de Guadaira, la incorporación a la plantilla del área de cultura de una persona encargada de valorar, potenciar y gestionar los recursos turísticos que tiene la población. En el segundo de los aspectos, además de incluir estos edificios en los catálogos de protección de las normas urbanísticas, la realización de pequeñas obras de mantenimiento en estos edificios evitaría la pérdida y los posibles desastres. Obras de mínima cuantía como el retejado de los inmuebles, su encalado tanto exterior como interior, la renovación de las instalaciones eléctricas, por lo general, antiguas y obsoletas, o dotarlos de unas mínimas medidas de seguridad, conllevarían a una revalorización y perdurabilidad de estos edificios y su patrimonio.
Pero las autoridades locales o autonómicas no son los únicos responsables de este tipo de patrimonio. La mayoría de estos edificios son propiedad de la iglesia, por lo que sobre ella recae la máxima responsabilidad como queda recogido en la legislación nacional y autonómica (18).
No solo quedan obligados por la normativa civil sino también por la religiosa, ya que les obliga a “la limpieza y pulcritud que convienen a la casa de Dios” y a que “deben emplearse los cuidados ordinarios de conservación y las oportunas medidas de seguridad” (19). Esta misma responsabilidad debe ser comprar tida con las hermandades y cofradías que en muchas ocasiones se encuentran como depositaria de estos inmuebles en los que tiene las sedes.
Esperemos que entre todos consigamos revalorizar y proteger estos bienes que, al fin y al cabo no nos pertenecen, ya que sus verdaderos poseedores son las generaciones futuras.

Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH

Notas.-
15. Sirvan de ejemplos, para el ámbito andaluz, los estudios realizados por VÁZQUEZ SOTO, J.M.: Exvotos de Andalucía: milagros y promesas en la religiosidad popular. Sevilla, 1980 y PÉREZ MUÑOZ, S.: Exvotos marineros de la provincia de Cádiz, Cádiz, 1991. Entre las exposiciones destacamos: Exvotos de Andalucía. Sevilla, Convento de Santa Inés, noviembre, 1982.
16. HALCÓN, F., HERRERA, F. y RECIO, A.: El retablo barroco sevillano. Sevilla, 2000. Págs. 422-423.
17. Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. Art. 7 y Ley 1/1991, de 3 de julio, de Patrimonio Histórico de Andalucía. Art.4.
18. Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. Art. 36.1; Ley 1/1991, de 3 de julio, de Patrimonio Histórico de Andalucía. Art.15.1; Decreto 19/1995, de 7 de febrero, por el que se aprueba el reglamento de protección y fomento del Patrimonio Histórico de Andalucía. Art. 20. Además, véase, Real Decreto Legislativo 171992, de 26 de junio, texto refundido de la Ley sobre el Régimen del Suelo y Ordenación Urbana. Art. 20.
19. CÓDIGO..., ob. cit. canón 1220. Además véase, SACRA CONGREGATIO CLERI, Circular Opera artis del 11 de abril de 1971. 

lunes, 17 de diciembre de 2018

Guadalcanal, paraíso del agua subterránea

Acuíferos de la Sierra Norte

Acuífero de Guadalcanal-San Nicolás
Situación y accesos
El Parque Natural Sierra Norte de Sevilla, enclavado en la franja occidental de Sierra Morena, se localiza al norte de la provincia de Sevilla y tiene una superficie de 177.484 hectáreas. Se extiende por el territorio de diez términos municipales, cuatro de ellos incluidos totalmente en el Parque Natural (Cazalla de la Sierra, Las Navas de la Concepción, San Nicolás del Puerto y El Real de la Jara) y seis de forma parcial (Alanís, Almadén de la Plata, Constantina, Guadalcanal, El Pedroso y La Puebla de los Infantes).
Orografía e hidrografía
El Parque Natural, que forma parte de la comarca denominada Sierra Norte, constituye una región de media montaña, con altitudes que van desde aproximadamente los 50 metros, en su parte más meridional, hasta alcanzar casi los 1.000 metros sobre el nivel del mar, en su zona norte. La configuración del relieve permite distinguir varias zonas fisiográficas dentro de este conjunto. En primer lugar, en el límite sur con la Depresión del Guadalquivir, aparece el frente y piedemonte de la Sierra, con altitudes inferiores a los 400 m y pendientes generalmente suaves. Al norte de esa zona, se encuentra el primer escalón de la Sierra, con altitudes medias de 500 m, formando un sector montañoso de relieves suaves sin orientación predominante. En el sector más septentrional, se encuentran las cotas más elevadas, con el punto culminante del cerro de La Capitana (955 m s.n.m.), al noroeste de Guadalcanal, en la Sierra del Agua; esta unidad, conocida como segundo escalón de la Sierra, presenta un relieve con orientación dominante NO-SE. Otras dos grandes unidades fisiográficas interrumpen esta disposición: por un lado, el valle del río Viar, un valle estructural encajado en forma de uve, con cotas comprendidas entre 120 y 500 m s.n.m.; y, por otro, los extensos relieves graníticos que se localizan en la zona meridional del Parque, a ambos lados del valle del
Viar, con una suave morfología de relieves alomados.

Acuífero Guadalcanal-San Nicolás
En el Parque Natural las principales formaciones carbonaticos son los mármoles precámbricos de la Loma del Viento -el relieve más elevado del Parque, en Guadalcanal- y los de edad Cámbrico en las proximidades de Almadén de la Plata, así como las calizas cristalinas del Cámbrico. Estas calizas, más o menos marmóreas, forman parte de la unidad estratigráfica denominada “Capas de Campoallá”, formada por sedimentos detríticos y carbonaticos -pizarras, areniscas y calizas-, cuya proporción varía enormemente de unos puntos a otros: algunas veces, sólo aparece una de estas litologías, otras dos de ellas, o las tres en proporciones variables. Cuando aparecen exclusivamente los paquetes de caliza con suficiente espesor y extensión, dan lugar a acuíferos fracturados o kársticos. En otras ocasiones, sin embargo, la intercalación de niveles pizarrosos resta permeabilidad y proporciona una gran heterogeneidad al conjunto: se presentan así, prácticamente en continuidad, tramos muy permeables con otros mucho menos permeables, lo que hace que presenten un comportamiento hidrogeológico sumamente complejo.
Estas formaciones carbonáticas se encuentran limitadas, tanto lateralmente como en profundidad, por otras de baja o muy baja permeabilidad, generalmente materiales metamórficos de origen sedimentario (pizarras, gneises, etc.) o rocas ígneas (gabros, dioritas, diabasas).
Morfología kárstica
El karst es un paisaje resultante de un mecanismo particular de erosión, denominado karstificación. Aunque se desarrolla en otros tipos de litologías, como los yesos y la sal común, los efectos de la karstificación son ampliamente frecuentes en rocas calcáreas, como las dolomías y, sobre todo, las calizas. El modelado resultante se manifiesta por pequeñas formas esculpidas en la superficie de la roca, una abundante presencia de depresiones cerradas, un drenaje superficial desorganizado y la formación de un espacio subterráneo del que forman parte las cuevas y simas penetrables por el hombre.
La karstificación es el proceso de disolución de rocas solubles (calizas, dolomías, yesos, sal común) a través del agua que se infiltra en ellas.
El agua adquiere la acidez necesaria para disolverlas al combinarse con el dióxido de carbono (CO2), gas presente en la atmósfera y producido en los suelos por la vegetación y las colonias bacterianas. Al combinarse con el agua, el dióxido de carbono se transforma en ácido carbónico (CO3H2), lo que constituye el propulsor de la disolución de las rocas carbonáticas y, por tanto, de la generación del karst. La entrada de agua en el seno de la roca se posibilita gracias a la existencia de diaclasas, fracturas y otras discontinuidades, permitiendo así que el agua circule en su seno y se vaya produciendo la karstificación. Este proceso, a lo largo del tiempo, de forma continua o en diferentes fases, da origen a numerosas formas superficiales y subterráneas, características de este peculiar medio.
El modelado kárstico en el Parque Natural, presenta en el Cerro del Hierro, al sudeste de la localidad de San Nicolás del Puerto, el conjunto kárstico más espectacular y mejor desarrollado de la provincia de Sevilla y uno de los más sobresalientes de España. En sus afloramientos destacan un megalapiaz descubierto por la antigua explotación minera, mientras que en profundidad lo hacen cavidades como la Cueva del Árbol o la Sima del Hierro. Otros enclaves de especial desarrollo kárstico los constituyen el Cerro de los Covachos, donde se encuentra la cueva del mismo nombre, al norte de Almadén de la Plata; la Sierra del Agua, en Guadalcanal, el afloramiento de los Coscojales, en San Nicolás del Puerto, etc.
Los principales acuíferos del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla
Los tres grandes acuíferos existentes en el Parque, son de naturaleza, predominantemente, carbonática: i) acuífero de Guadalcanal-San Nicolás, ii) acuífero de
Constantina-Cazalla, iii) acuífero de Almadén de la Plata.
Perfiles acuífero de Guadalcanal
Acuífero de Guadalcanal-San Nicolás
El acuífero de Guadalcanal-San Nicolás se localiza en el extremo norte de la provincia de Sevilla y está incluido íntegramente en los términos municipales de Guadalcanal, Alanís y San Nicolás del Puerto. Dispone de una superficie de afloramientos permeables de 160 km2 y presenta una forma alargada, en dirección NO-SE, con una longitud de 35 km y una anchura media de unos 4 km. Sus límites, de carácter tectónico, corresponden a pizarras arcillosas, filitas (rocas pizarrosas de grano fino procedentes del metamorfismo suave de las arcillas, con esquistosidad bien definida) y metavolcanitas (rocas resultantes del metamorfismo de antiguas rocas volcánicas) del Precámbrico y, al sur, a pizarras del Cámbrico inferior. El sustrato impermeable del acuífero lo constituye una potente formación de pizarras arcillosas del Cámbrico inferior.
La recarga del acuífero se produce a partir de la infiltración del agua de lluvia y, en menor medida, por recarga directa de los cauces cuando éstos se encuentran a mayor cota que el nivel piezométrico. Este proceso se produce, sobre todo, en el tramo del Rivera de Benalija que discurre al este de la Sierra del Agua, donde se localizan las captaciones de abastecimiento a la población de Alanís. La descarga del acuífero presenta diferencias entre los sectores occidental y oriental, separados por el río Rivera de Benalija. En la mitad occidental, la gran mayoría de la descarga se produce por bombeo en las captaciones de abastecimiento a Guadalcanal y a Alanís; en mucha menor medida contribuyen a la salida del agua pequeños manantiales, de carácter generalmente estacional, que se localizan en el contacto entre las calizas y mármoles con las formaciones de baja permeabilidad. En la mitad oriental del acuífero, gran parte de la descarga se realiza a través del Nacimiento del Huéznar, en San Nicolás del Puerto. Algunos pequeños manantiales situados en la margen derecha del Rivera de Benalija y en el borde septentrional del acuífero contribuyen, asimismo, a la descarga natural. La captación para abastecimiento a San Nicolás del Puerto, situado junto al Nacimiento del Huéznar, es otro punto significativo de salida de agua.
La pluviometría anual media es de 760 mm, con temperaturas medias anuales entre 15 y 16 ºC. Varios arroyos, todos de carácter estacional, atraviesan en sentido transversal, norte-sur, el acuífero: Calzadilla, Gargantafría y Cepero.
Las formaciones permeables del acuífero son calizas y mármoles, del Cámbrico. Es el único de los tres acuíferos importantes del Parque que pertenece a la Zona Sudportuguesa, ya que los otros dos (Guadalcanal-San Nicolás y Constantina-Cazalla) quedan incluidos en la Zona de Ossa-Morena del Macizo Hespérico. El espesor de las formaciones permeables llega a superar los 300 m, al menos en algunos puntos del sector occidental, tal como se ha comprobado durante la realización de sondeos para captación de agua. La estructura del acuífero es muy compleja. Se trata, en realidad, de una serie de pequeños acuíferos, próximos pero desconectados entre sí, y afectados por una intensa tectónica. Los acuíferos, dentro de este conjunto, que mayor interés hidrogeológico presentan son los del Cerro Palomares y de los Covachos-Pedrera, en el sector occidental, mientras que en el sector oriental destaca el correspondiente a la Loma de la Cabrera.
Calidad natural de las aguas subterráneas
Las aguas subterráneas de los acuíferos carbonáticos del Parque presentan facies, predominantemente, bicarbonatadas cálcicas, de pH ligeramente básico, mineralización de media a débil y muy bajas concentraciones de nitratos. Se trata, en general, de aguas de buena calidad química y apta para cualquier tipo de uso. Sin embargo, debe ser desatacado que en el acuífero de Constantina-Cazalla las concentraciones de nitratos, son sensiblemente más elevadas que en los acuíferos de Guadalcanal- San Nicolás y de Almadén de la Plata, llegando a superarse los 50 mg/l en el agua de algunos sondeos.
Todos los acuíferos carbonaticos del Parque presentan una alta vulnerabilidad a la contaminación, debido al intenso grado de fracturación de sus calizas y mármoles, a la karstificación que localmente se desarrolla en ellos y al escaso, o nulo, recubrimiento de
suelo en la gran mayoría de los afloramientos permeables. Algunas canteras abandonadas fueron utilizadas como vertederos de residuos urbanos y de construcción, aunque han sido sellados recientemente.

Documentación.- Colección: Hidrogeología y Espacios Naturales. Actualización hidrogeológica en el Parque Natural de la Sierra Norte (Sevilla) e Instituto Geológico y Minero de España y la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía

lunes, 10 de diciembre de 2018

Nuestro Entorno 9


Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Segunda parte)

Un grupo importante, especialmente por las imágenes que en ellas se veneran, es el compuesto por los templos cuyo origen se relaciona con los hechos históricos de la Reconquista. El asedio de la ciudad de Sevilla por las tropas cristianas dio como resultado la construcción, en los lugares donde se habían instalado los campamentos, de las ermitas de Nuestra Señora de Valme en Dos Hermanas y Nuestra Señora del Aguila en Alcalá de Guadaira. Esta última se utilizó hasta mediados del siglo XVI como iglesia parroquial, pasando a denominarse ermita cuando la población abandonó definitivamente el recinto militar en el que se sitúa, a lo largo de la centuria siguiente. Relacionado con los capitanes del ejército de San Fernando, o con sus familiares, se encuentran la ermita de Nuestra Señora de Roncesvalles de Bollullos de la Mitación y la Capilla de Santa Ana de Dos Hermanas. En estos templos se veneran imágenes góticas, de fines del siglo XIII, excepto en la de Alcalá de Guadaira que, al ser quemada en 1936, fue sustituida por una copia realizada por Illanes al año siguiente. Aquellas esculturas son de gran interés, no sólo por ser las más antiguas que se conservan en la provincia, sino por tratarse de obras realizadas en talleres del norte de España o franceses, caso de la Virgen de Roncesvalles. Todas responden a los modelos medievales de tradición bizantina, apareciendo sentadas o de pie, sosteniendo al niño sobre el brazo o la pierna izquierda. Ambas figuras miran al frente, en actitud hierática, sin ninguna relación entre sí. Estas mismas características presenta la Santa Ana Triple de la capilla del mismo nombre en Dos Hermanas.
En este caso, Santa Ana le sirve de trono a la Virgen y ésta, a su vez, al Niño. La iconografía de esta imagen es centroeuropea, siendo una simplificación de la representación del árbol de Jesse o generación terrenal de Cristo.
La ermita de San Mateo de Carmona, al igual que las anteriores, tiene su origen en la Reconquista. En este caso, en la acción de gracias por la toma de esta población sevillana el mismo día de la festividad del santo. Los conquistadores decidieron construir una ermita donde celebrar los aniversarios a través de un acto de “pleito-homenaje” que, prácticamente, se estuvo realizando hasta mediados del siglo XIX. En la década de los ochenta del presente siglo, tras la restauración de la ermita, el Ayuntamiento ha recuperado esta antigua tradición (13). Durante las obras de rehabilitación se descubrieron restos de pinturas murales, posiblemente del siglo XV. De entre ellas, la mejor conservada es la que representa, en el muro de la epístola, una Santa Lucía distinguiéndose sus atributos característicos, la bandeja con los ojos y parte de la palma del martirio.
Este hallazgo nos hace reflexionar sobre la importancia que tienen estos inmuebles para la Historia del Arte en Andalucía, ya que muchos de ellos guardan aún
importantes obras pictóricas hasta hoy desconocidas. No es ésta la única muestra de pintura mural de fecha tan tardía que se ha localizado en la provincia de Sevilla. De no existir ningún testimonio medieval de esta modalidad de pintura, si exceptuamos las del Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, en los últimos años han ido apareciendo importantes testimonios.
Una vez estudiados y analizados en su conjunto, nos ayudarán a conocer mejor las labores de los talleres sevillanos a lo largo de los siglos XIII al XV. Junto a la anteriormente comentada y a las aparecidas, durante las obras de restauración, en la Capilla de la Magdalena del Conjunto Monumental de la Cartuja de Sevilla, habría que señalar las existentes en las ermitas de Cuatrovitas de Bollullos de la Mitación o, las recientemente restauradas, de Nuestra Señora del Águila de Alcalá de Guadaira. En aquella se han localizado diferentes restos, sobresaliendo el panel donde un grupo de personajes se distribuyen en un esquemático paisaje. En el de Nuestra Señora del Aguila figuran San Mateo y Santiago el Mayor, vestido éste de peregrino, cobijados por un arco apuntado y teniendo de fondo un falso tapiz decorado con motivos vegetales, inspirados en tejidos tardomedievales. Junto a estas raras pinturas medievales, algunas ermitas conservan parte de su primitiva decoración mural realizada entre los siglos XVI y XVIII. En el lado de la epístola del presbiterio de la ermita de Nuestra Señora de Guía en Castilleja de la Cuesta se observa un fragmento de la pintura la Adoración de los Reyes del siglo XVI. Está cobijada bajo un arco de medio punto decorado con motivos vegetales, siendo visible parte de los tres magos. El único completo, viste túnica roja y manto marrón portando entre las manos un objeto.
De los otros dos, en pié, solo se conserva parte del manto azul de uno y del tercero el calzón blanco y una túnica roja. En la misma ermita de Cuatrovitas existe también un San Cristóbal del siglo XVIII. Las paredes de la ermita de San Sebastián de Puebla del Río presentan un interesante programa iconográfico-devocional realizado en el último tercio del siglo XVIII, aún sin estudiar. Enmarcados por rocallas, guirnaldas y angelitos aparecen, en forma de cuadro o efigiados en cartelas, San Rafael, San Fernando, San Marcos, San Isidoro, San Cayetano, San Mateo, Santa Marina, San Antonio de Padua, San Francisco de Asís, San Antonio Abad, San Juan Evangelista, Santa Bárbara, San Joaquín, San Diego, Santa Isabel de Hungría, Santa Ana, San Basilio, San Lucas, Santo Tomás y San Juan Nepomuceno.
Menos vistosos, pero no por ello menos importantes, son los conjuntos de la ermita de Guaditoca de Guadacanal, realizado por Juan Brieva, y el de la Iglesia de San Bartolomé de Cantillana. Escenas bíblicas, padres de la iglesia y evangelistas aparecen en la primera, mientras que ángeles pasionarios entre guirnaldas de flores, rocallas, cintas con versículos y cartelas de exaltación a la pasión de Cristo cubren las bóvedas de la segunda. Otro tipo de ornamentación de estos templos son las yeserías, aunque algunas de ellas, en el año 1989, se encontraban prácticamente perdidas por
el hundimiento de las cubiertas, como las deciochescas de la ermita de la Virgen del Carmen en Pedrera.
Otras, en cambio, han tenido una mayor fortuna. Así, en Lora del Río, las bóvedas de la ermita de Setefilla siguen conservando las labores de yeserías, de motivos
vegetales enmarcadas en registros geométricos, de fines del siglo XVII.
Muchos de los bienes muebles existentes en estas capillas y ermitas, especialmente en las ubicadas a las afueras de las poblaciones, tal y como recomiendan
las Autoridades Eclesiásticas, han sido trasladados a las iglesias parroquiales de las poblaciones por motivos de seguridad, devolviéndolos a sus respectivos templos durante la festividad de los titulares. Sería larga la lista de bienes que han sido trasladados, aunque en el caso de las imágenes titulares, algunas de ellas, el cambio de ubicación, está relacionado con epidemias y enfermedades que asolaron a las poblaciones a lo largo de la historia. La Virgen del Valme se llevó a la iglesia parroquial de Dos Hermanas para salvar a la población de una epidemia de peste acaecida hacia el 1800. En su lugar, en la ermita, actualmente existe una reproducción fotográfica. Un trampantojo del siglo XVIII preside el altar de la ermita de la Virgen de Gracia de Carmona, desde que a mediados del XIX la titular se depositó en la iglesia prioral de Santa María. Asimismo, un simpecado preside, desde hace pocos años, el retablo donde se situaba la Virgen de Cuatrovitas, tras su traslado a la parroquia de Bollullos de la Mitación.
Si esta medida es tomada para los objetos de gran valor histórico, artístico o devocional, no suele ser aplicada a los exvotos, a pesar de que son los únicos bienes muebles que aparecen explícitamente señalados en el Derecho Canónigo, prestando especial atención a su seguridad y al modo de exposición (14). Este interés de la Iglesia por los exvotos radica en el hecho de ser actos de fe hacia la imagen, testimonios de la devoción y veneración que se tiene a las imágenes sagradas. Tal y como su nombre indica, estos objetos son ofrendas a la divinidad como resultado de una promesa o de un favor recibido. Los más interesantes, por su valor documental, son los que narran los milagros y las diferentes circunstancias por las que el beneficiario solicitó la intervención divina. Los inventariados en las ermitas sevillanas responden a esta tipología, encontrándose en las capillas de Nuestra Señora de los Remedios de El Coronil, de la Vera Cruz de Marchena, de San Gregorio Osetano de Alcalá del Río, de la Hacienda de Torrijos de Valencina de la Concepción y en las ermitas de Nuestra Señora de la Aurora de Los Palacios-Villafranca, de la Vera Cruz de Coria del Río y de
Nuestra Señora de Setefilla en Lora del Río. Estos, generalmente rectangulares, están realizados con la técnica del óleo sobre lienzo y compartimentados en dos zonas bien diferenciadas. En la superior, se narra gráficamente el milagro, mientras que en la inferior, una leyenda sirve para identificar al autor de la súplica, así como los hechos ocurridos. Particularmente interesantes son los conservados en la Capilla de la Hacienda
de Torrijos y en la Ermita de Nuestra Señora de Setefilla. En la primera, a pesar de ser un oratorio privado, la relación devocional con la población es bastante grande, especialmente durante los siglo XVIII y XIX. A estos siglos corresponden los cincuenta y nueve exvotos, siendo una de las colecciones más importantes y numerosas que se conservan en la provincia de Sevilla. En los mismos se efigia la escultura del Cristo de Torrijos, imagen de Cristo atado a la columna de fines del XVI. Acompañan a la imagen el gallo y la cabeza de San Pedro, a manera de atributos personales, símbolos de la negación de este Santo. En el segundo de los santuarios, el de Setefilla, junto a los numerosos exvotos, se conserva una peculiar colección de Vítores.
Éstos, formados por inscripciones de diferentes formas y tamaños, son productos de una tradición local.
Se realizan cuando la Virgen baja a la población, reclamada por los vecinos para pedir una gracia o agradecer los favores otorgados. La cronología de los mismos abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días. 
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH


Notas.-


13. BUZÓN FERNÁNDEZ, M.: La ermita de San Mateo: un monumento del siglo XIII, abandonado, recuperado para el pueblo de Carmona. Carmona, 1986.
14. “En los santuarios o en lugares adyacentes, consérvese visiblemente y custodiense con seguridad los exvotos de arte popular y de piedad”. Código de Derecho Canónico, 13ª ed. Madrid, 1995. Canon, 1234,2. A éstos se le ha de buscar un sitio idóneo dentro de los templos para su colocación, teniendo en cuenta de que no deben invadir el lugar en el que se encuentra la imagen devocional ni el ámbito de las iglesias. Asimismo, se recomienda a los encargados de los santuarios el educar el “buen gusto” de los fieles para que los exvotos que se ofrezcan sean dignos y no expresiones populacheras y de mal gusto. A este respecto vease las recomendaciones dadas por la CONGREGACIÓN para el Culto Divino, Orientaciones y sugerencias para el Año Mariano, 1987, págs. 58-59.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Dar fe, un libro de Pedro Porras

Mi Señora de Guaditoca

Creo con sinceridad que en cuanto a  resonancias históricas y literarias se refiere, Guadalcanal puede considerarse un pueblo afortunado. Y no hablo ahora de la relevante presencia de algunos de sus hijos en momentos estelares de la historia de España —por ejemplo, de Pedro Ortega Valencia, en el descubrimiento y conquista de las islas de Salomón en el Pacífico, a una de las cuales, luego muy famosa, dio el nombre de Guadalcanal, su pueblo, ni del muy famoso literato, orador y político Adelardo López de Ayala, dirigente de la revolución del 68, ministro de la Corona y autor de importantes obras dramáticas—, sino de aspectos mucho más cercanos. Pues he aquí que sólo en el plazo de unos meses han aparecido en las librerías nacionales dos libros de verdadero interés, cuyo protagonista, más que simple lugar donde se desarrolla la acción, es el propio pueblo de Guadalcanal.
En uno de estos libros —«El contador de sombras», de Antonio Burgos"— el nombre está sugerido, apuntado, y los hechos se deforman y disfrazan para que esquivando posibles susceptibilidades resulten apenas reconocibles; en el otro —«Mi Señora de Guaditoca», de Pedro Porras—, claramente expresado; uno, origen de alboroto y casi de revuelta popular adversa; otro, fuente de juicios merecidamente encomiásticos y motivo de satisfacción para muchos, pese a que con nombres, pelos y señales de sucesos y de intenciones se hace constar sin reserva alguna lo que estuvo mal hecho: «... la venta del riel de plata importó $.408 reales y doce maravedíes..., según certificación dada en 16 de mayo de 1854 a petición del vendedor, Francisco Ortega Ayala... Desde luego, perdiéndose alhajas de valor para sustituirlas...» por baratijas.
Quizá esto pudiera servirnos a todos de provechosa lección: la que puede ofrecernos, si pensamos con humildad, el paso de los años como medio eficacísimo para calmar apasionamientos y serenar los juicios. Bastó una insinuación en presente, más literaria que real, para que todo un pueblo se soliviantase; ahora, ante una acusación dura y directa contra uno de sus más encopetados rectores, nadie se inmuta después del siglo transcurrido.
Tengo la seguridad de que en un día no muy lejano —tal vez sea suficiente el paso de una generación — la novela «El contador de sombras» será también para Guadalcanal motivo de legítimo orgullo. (No olvidemos que la Mancha ensalza rabiosamente, como algo propio y particularísimo de su acervo, a Don Miguel de Cervantes y a la figura del Ingenioso Hidalgo, que nació allá en un lugar de cuyo nombre no quería acordarse el autor. Que algo parecido sucedió en Oviedo con Leopoldo Alas «Clarín» y «La Regenta», y aun en el mismo Guadalcanal con «El tanto por ciento», de Adelardo López de Ayala.)
El libro de Pedro Porras es el libro de la historia de un lugar, contada a través de la devoción por su Patrona, la Virgen de Guaditoca. Vicisitudes, avatares, periodos de esplendor alternados con otros en que las motivaciones históricas o las simples debilidades humanas hacen que aquélla decaiga, al menos en sus manifestaciones externas, se corresponden exactamente con las que a la par vive el pueblo, ya que no en balde, para bien o para mal, durante toda la época a que el libro dedica su mayor atención, la vida civil y la religiosa caminan en nuestra patria íntimamente fundidas y confundidas.
Guadalcanal, la palabra Guadalcanal, con que se designa al blanco pueblo de la sierra, es de evidente etimología árabe y significa «río de creación». Pedro Porras, con un sentido más poético de la realidad, invierte los términos y afirma que mejor sería decir «creación de ríos», ya que Guadalcanal, situado en la cumbre de una sierra a dos vertientes, la del Guadiana por el norte y la del Guadalquivir al sur, preside el nacimiento de numerosos arroyuelos y regatillos que van a (mantener el caudal de aquellos dos grandes ríos. Precisamente en las márgenes de uno de tales arroyos, de cauce estrecho y curso retorcido, la Virgen de Guaditoca se le apareció a un pastor. Es la leyenda, una bella leyenda coincidente con las de otras apariciones que se citan "como acaecidas en estos campos de la sierra: la Virgen del Monte, la del Robledo, la del Espino... Y como habían sido también los árabes los que pusieron nombre a aquel arroyo, ellos lo denominaron de Guaditoca, «río angosto», de donde toma el título de su advocación la Patrona de Guadalcanal.
El autor de este libro es un guadalcanalense enamorado de su pueblo natal, de su historia, de sus tradiciones. Abogado, notario y agricultor, hombre de profunda cultura, en su fina sensibilidad no han logrado hacer mella ni el trato continuado con legajos y protocolos ni la ruda briaga que consigo trae cualquier explotación agrícola. Todas estas circunstancias reunidas en Pedro Porras le han permitido sacar a la luz una obra que, a pesar del estricto carácter localista del tema, expande su injieres mucho más allá de los linderos de la comarca.
Después de la Reconquista, Guadalcanal es incorporada a la Orden de Santiago, fundándose tres parroquias dependientes de la Vicaría de Santa María de Tentudia, cuya sede estaba «en lo más alto de la sierra de este nombre, visible desde las casas de Guadalcanal». También se construyen varias ermitas, una de ellas dedicada a la Virgen de Guaditoca, que siglos adelante (1647) sería sustituida por otra más de acuerdo con la dignidad que el culto a la Patrona exigía, erigiéndose a orillas del «río angosto» de los moros, cerca de la Peña de la Aparición. A partir de entonces se extendió con rapidez por toda la comarca la devoción por la Virgen de Guaditoca, con lo cual cada año al llegar la Pascua del Espíritu Santo, en plena primavera, se agrupaban allí en torno a la Virgen y su ermita vecinos de muchos de los pueblos de los alrededores: Malcocinado, Azuaga, Berlanga, Ahillones, Valverde de Llerena, etc. Para atender a los «romeros» solían acudir también vendedores de «viandas y fruslerías », los cuales, a la vez que crecía el contingente anual de devotos, aumentaban el número, de modo que lo que en un principio fue modesto mercado acabó por convertirse en una de las ferias más renombradas del contorno: la feria de Guaditoca. Posteriormente, en 1722, el Rey nombra patrono-administrador de la ermita y de todos sus bienes («muebles raíces, joyas, platas, vestidos, ornamentos, maravedíes, vino pan y todas las otras cosas que en cualquier manera o por cualquier causa o razón tocasen o perteneciesen a dicha ermita...») a don Alonso-Damián Ortega Toledo marqués de San Antonio de Mira al Río, privilegio transmisible a sus descendientes. El patronato discurre con los altibajos propios de su condición humana, para terminar siglo y cuarto más tarde liquidado por la acción malversadora del que fue su último patrono y al que ya nos hemos referido al principio. Después del episodio del patronato, una nueva hermandad vendría a hacerse cargo de la administración de los bienes espirituales y materiales de la Patrona.
El lenguaje de Pedro Porras es correcto y preciso, tal como corresponde a un profesional habituado a «dar fe» pública de hechos y de cosas; ágil, salpicado de expresiones de humor que revelan con evidencia la inteligente personalidad del señor Porras. Sólo a veces el fervor apasionado por su Patrona, cuya advocación singulariza en ese título de «Mi Señora de Guaditoca», se exalta y en el léxico se produce como una extraña —extraña aquí y en este libro— eclosión de vocablos que parecen escapados de las páginas de algún viejo novenario mayeado y florido.
Advirtamos que el autor lo hace conscientemente y que él sabe muy bien lo que se hace.
La obra va ilustrada con unos delicados dibujos, llenos de ingenuidad y de gracia, originales de las propias hijas del escritor.

José María Osuna
ABC de Sevilla a 22 de Mayo de 1971

lunes, 26 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 8

Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Primera parte)
Hace exactamente dos años, en esta misma publicación, se dio a conocer uno de los proyectos del Programa de Protección del Plan General de Bienes Culturales, el “Inventario de bienes muebles de las ermitas de la provincia de Sevilla”, realizado en 1989 (1).
En aquel momento y debido a la naturaleza de la sección del Boletín, “Servicios y productos”, el objetivo era dar la noticia de que su contenido había sido vaciado en la base de datos de Bienes Muebles del Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz, (SIPHA). El motivo de retomar actualmente el tema no es otro que el incidir en la importancia, desconocimiento y la falta de protección de estos muebles e inmuebles.
Después de algo más de diez años de la conclusión del trabajo, el conocimiento de este patrimonio sigue siendo el mismo. De hecho, apenas está estudiado, existiendo importantes lagunas en su conocimiento, tanto sobre la propia naturaleza de las ermitas y su origen, como sobre el ajuar mobiliario y litúrgico conservado en las mismas. Tales carencias hace que dicho patrimonio siga estando infravalorado y, en consecuencia, no se encuentre inscrito en los instrumentos de protección del Patrimonio Histórico español
o andaluz. En aquella ocasión, faltó realizar una valoración profunda, desde el punto de vista del historiador del arte, de los objetos inventariados. No se pretende realizarla aquí, pues el análisis más profundo de este fenómeno, resulta una tarea más ambiciosa y compleja que sobrepasa con creces las disponibilidades de espacio de esta publicación. Por ello, solo se intenta realizar una primera aproximación, de carácter general, a esta tipología de templos y a sus bienes.
Antes de entrar directamente en el trabajo, es necesario efectuar una serie de precisiones para aclarar los conceptos y el origen sobre este tipo de inmuebles.
Con el término de “ermita” se designa al “santuario o capilla, generalmente pequeña, situada por lo común en despoblado y que no suele tener culto permanente” (2). Como se observa, en la definición se utilizan dos nuevos sustantivos, el de “santuario” y el de “capilla”, correspondiendo cada uno de ellos a realidades distintas.
El primero sirve para designar un lugar sagrado, ya sea iglesia, capilla o ermita, al que “por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles”, siempre con la aprobación del Ordinario del lugar (3). La definición de la “capilla” no es tan fácil. El Derecho Canónigo actualmente vigente, se refiere solamente a las “capillas privadas” identificándolas como “un lugar destinado (exclusivamente) al culto divino con licencia del Ordinario del lugar, en beneficio de una o varias personas”. El edificio puede no estar bendecido, aunque se recomienda hacerlo, siendo necesaria siempre la autorización del Ordinario para la celebración de la Misa y de otras funciones sagradas (4). De forma genérica y conforme al uso de la costumbre, habría de entender la “capilla” como una iglesia pequeña que responde “al deseo de dar culto a los santos locales y universales de mayor devoción”, siendo su uso público, en el sentido de que todos los fieles tienen derecho de entrar en las mismas para la celebración del culto divino (5). En ellas, como en cualquier otro templo, se celebran diferentes ceremonias y ritos religiosos, excepto aquellos que sólo pueden realizarse en las iglesias parroquiales, como la administración de determinados sacramentos. Para la celebración de algunas de estas ceremonias en las capillas se necesita el permiso y consentimiento del Ordinario. Retomando lo anteriormente expuesto, se podría decir que las ermitas son capillas situadas en las afueras de las poblaciones.
Sin embargo, con el desarrollo y el crecimiento de algunas poblaciones, dichos edificios han quedado integrados en los cascos urbanos, conservándose en estos casos el nombre de ermita como recuerdo de su antigua localización. Por otra par te, la definición de la Real Academia de la Lengua, sobre las ermitas se refiere al tamaño pequeño de dichas construcciones.
Aunque esta característica se puede aplicar de forma genérica, habría que señalar la existencia de grandes edificios que se han ido configurando tras una serie de remodelaciones y ampliaciones a lo largo de su historia. Dichas transformaciones están relacionadas con el aumento del culto y la importancia que las imágenes titulares han adquirido a lo largo de la historia.
Si ésta es la definición actual de ermita, hasta hace poco más de doscientos años, ofrecía otro rasgo peculiar.
Manteniendo las características actuales de ubicación en descampados y de recinto pequeño, su peculiaridad radicaba en la existencia de una habitación contigua en
la que vivía el “ermitaño”. Con este concepto queda recogida en el Diccionario de Autoridades, en su edición de 1737, “edificio pequeño a modo de capilla u oratorio, con su altar, en el qual suele haver un apartado o quarto para recogerse el que vive en ella y la cuida” (6). Esta precisión, el de la existencia de “ermitaños”, alude al origen de estas construcciones, al movimiento “eremítico” de los primeros años de la cristiandad y
que tanta aceptación tuvo a lo largo de los siglos. Según San Isidoro, “los eremitas, también llamados «anacoretas », son los que han huido lejos de la presencia de los hombres, buscando yermo y las soledades desérticas”  (7). Una definición más clara sería, “todo individuo del clero secular o religioso o bien laico, de uno y otro sexo, que se retira por un tiempo considerable, separándose de la vida social y familiar, con la intención de hacer penitencia o de entregarse a la contemplación” (8). Dichas personas construían pequeñas capillas, donde cultivar las necesidades de la vida espiritual, aprovechando en algunas ocasiones cuevas o salientes rocosos. Junto a ellas, se disponían los pequeños habitáculos en los que descansaban y hacían penitencia. En España se tienen noticias de eremitas desde el siglo IV y, a pesar de las prohibiciones y restricciones de esta forma de vida que irán imponiendo los monarcas y los papas, llegará hasta prácticamente el siglo XIX. Quizás un resto de ese “eremitismo”, aunque con otros conceptos y planteamientos de vida, subsiste aún en los “santeros y santeras” que viven en las estancias adosadas a algunos de estos edificios.
El origen de las ermitas de Sevilla, al igual que sucede con las de otras poblaciones españolas, como las cordobesas, pudo estar ligado a la corriente espiritual que se desarrolla en época visigoda (9). Faltan estudios que corroboren dicha hipótesis, aunque ciertas noticias atestiguan la existencia del movimiento “eremítico” en la provincia de Sevilla desde época antigua. Así, en el siglo VII, por la picaresca que se daba entre estos hombres solitarios, el obispo de Sevilla prohibió a sus religiosos esta vida de reclusión, porque “muchos (de ellos) se ocultan para ser mas conocidos y para que se ocupen de ellos” (10). Con ello también parece estar relacionado la publicación en Sevilla, en 1674, del libro de Fray Alonso de Santo Tomás Constituciones sinodales del Obispado de Málaga, en el que se delimitan y fijan “tanto las normas de vida de los ermitaños de hábito o célibes como el culto y conservación de las fábricas” (11). Este modo de vida se perdería a lo largo del siglo XIX, quedando como únicos testimonios los edificios religiosos que han llegado hasta nosotros. De los sesenta y seis inmuebles que se inventariaron en el trabajo antes citado, sólo son denominadas como ermitas treinta y nueve construcciones. El resto corresponden a once capillas y dieciséis iglesias parroquiales.
No obstante, hay que señalar que algunas de las capillas inventariadas, como pueden ser la de Nuestra Señora de la Soledad en Gerena o la de Nuestra Señora de los Remedios en Los Palacios-Villafranca, eran primitivamente ermitas, de Santa Marta y de San Sebastián respectivamente, cambiando de tipología religiosa y de titularidad al ser ocupadas por Hermandades y Cofradías penitenciales. Tanto las capillas como las iglesias parroquiales son mucho más conocidas por el gran público, existiendo algunos estudios individuales, bien en monografías o en artículos de revistas, que tratan sobre sus historias y tradiciones, así como de los bienes que se guardan en su interior.
 Con respecto a los bienes muebles, ambas tipologías de templos, conservan un abundante patrimonio a pesar de los saqueos e incendios de la Guerra Civil (12). Ello es debido a su localización en el interior de las poblaciones y, en determinados casos, a la presencia de las hermandades y cofradías penitenciales que colaboran en el mantenimiento y ornato de los templos. Por el contrario, las ermitas, suelen ser menos conocidas y estudiadas, y, por regla general, los escasos bienes muebles que conservan son una mínima parte de los que tuvieron antaño.
La elección del lugar de construcción de estas capillas y ermitas está unida a hechos de carácter religioso o histórico. Entre los primeros, con una fuerte presencia de tradiciones y leyendas, se encuentran las edificaciones originadas por la localización de imágenes supuestamente escondidas durante la invasión musulmana.
Puede servir de ejemplo la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, levantada en el lugar en que fue encontrada dicha imagen en el año 1290. En otras ocasiones, es el hallazgo del cuerpo incorrupto de un santo lo que dar lugar a una ermita como ocurrió con la Capilla de San Gregorio Osetano en Alcalá del Río.
Curiosos resultan los ejemplos relacionados con apariciones de la Virgen. Este es el origen, en el siglo XVI, de la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de El Ronquillo,
debida a la aparición de la Virgen María, en lo alto de un olivo, a unos pastorcitos. Por eso, a la escultura, coetánea al milagro, se le añadió a principios del XX el olivo y los pastorcitos arrodillados. Posiblemente, este cambio iconográfico se debió a la repercusión de las apariciones de Fátima y Lourdes y a los modelos de representación que ambas generaron. La Ermita de Nuestra Señora de Consolación de Carrión de los Céspedes puede servir como ejemplo de otro origen religioso, puesto que es el resultado de un milagro. De hecho, fue erigida en el mismo lugar en el que se atascó milagrosamente la carreta que portaba a la imagen titular. El escenario de un martirio sirve de asiento a la Ermita de Nuestra Señora del Valle de Écija. Fue levantada donde la tradición situó el tormento que padecieron las monjas del convento que regentaba Santa Florentina, hermana de San Isidoro y San Leandro. Recuerdo del mismo, se conservan en el templo, un simpático y populachero lienzo en el que se describe la escena y un crucero, erigido en el siglo XVI, que señalaba el lugar en el que se produjeron los hechos en el interior de la iglesia.
Algunos de estos acontecimientos tuvieron una enorme trascendencia posterior, sirviendo como núcleo de conventos o monasterios, haciéndose los religiosos cargo del culto y cuidado de las mismas. La ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, sirvió de cenobio, primero a los franciscanos, pasando posteriormente a posesión de los cistercienses y por último a los jerónimos. El actual edificio, solo conserva dos tramos de la nave de la iglesia, siendo los únicos testimonios del convento. Lo mismo sucedió con la ermita de Santa Ana de Osuna, aunque en este caso, al trasladarse las monjas al centro de la población, la capilla sirvió de enterramiento a los Figueroa. Esta familia construyó el edificio en el siglo XVIII que hoy sobrevive en medio de un polígono industrial. La Orden de San Francisco se dedicó a difundir el culto de la Veracruz, siendo las mayorías de las capillas y ermitas que tienen esta advocación los supervivientes a las leyes de desamortización y exclaustración del siglo XIX.
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH

Notas.- 
1. HERNÁNDEZ NÚÑEZ, J.C: “Sistema de información del Patrimonio Histórico Andaluz : bases de datos de bienes muebles : el Inventario de las ermitas de la provincia de Sevilla”, en Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, nº. 25, diciembre 1998. Págs. 204-205.
2. Diccionario de la Real Academia Española.
3. CÓDIGO de Derecho Canónigo, 13ª ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995. Canon, 1230.
4. Véase, Ídem. Cánones, 1226-1229.
5. IGUACEN BORAU, D.: Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991, pág. 244. La capilla, al ser una iglesia, ha de presentar las características y necesidades que se recogen en los cánones 1214-1222.
6. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades, Ed. Facs. Madrid, 1937; Madrid, 1969. Covarrubias también recoge una definición similar, “...pequeño receptáculo con un apartado a modo de oratorio y capillita para orar y un estrecho rincón para recogerse el que vive en ella, al que llamanos ermitaño...”. COVARRUBIAS HOROZCO, S. de y RIQUER, M. de: Tesoro de la lengua española o castellana. Madrid, 1979.
7. ISIDORO, SANTO, ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías. 2ª ed. Madrid, 1993. Pág. 683.
8. ALDEA VAQUERO, Q., MARIN MARTÍNEZ, T. y VIVES GATELL, J.: Diccionario de historia eclesiástica de España. Madrid, 1972-1987.
9. Tanto de las ermitas como de los eremitorios cordobeses existen gran volumen de estudios e interesantes trabajos, entre ellos, FERREIRA, J.M.: Las ermitas de Córdoba. Córdoba, 1993. VÁZQUEZ LESMES, J. R.: La devoción popular en sus ermitas y santuarios. Córdoba, 1986. MORENO CRIADO, Ricardo: Las ermitas de Córdoba, Cádiz, 1944. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS Y PAREJA OBREGÓN, M., Marqués de las
Escalonias: Memorias que se conservan de algunos ermitaños que ha existido en la Sierra de Córdoba desde los tiempos más remotos hasta nuestros días e historia de la actual Congregación de Nuestra Señora de Belén. Córdoba, 1911.
10. A este respecto consúltese, DÍAZ Y DÍAZ, M.: “El eremitismo en la España visigoda”. Revista de dialectología y tradiciones populares, nº 6, 1955, págs. 217-237. No existen estudios de ámbito general sobre el tema, los trabajos realizados hasta el momento se dedican a analizar “eremitorios” individuales o el desarrollo que tuvieron en algunas provincias. Una buena idea de la repercusión que este movimiento tuvo en España, a pesar de lo antiguo de la publicación, puede ser, ESPAÑA eremítica: actas de la VI semana de estudios monásticos, abadía de San Salvador de Leire, 15-20 de septiembre de 1963. Pamplona, 1970.
11. GUEDE, L.: Ermitas de Málaga. Málaga, 1987. Págs. 7-8. Dicho autor especifica que la obra fue publicada en Sevilla en 1672, sin embargo, los ejemplares que hemos localizado, en las bibliotecas Nacional de Madrid y Universitaria de Sevilla, aparece como fecha de edición la de 1674. Véase, SANTO TOMÁS, A. de: Constituciones synodales del Obispado de Málaga. Sevilla, Viuda de Nicolás Rodríguez, 1674. Queremos agradecer a Eduardo Asenjo el habernos facilitado la documentación sobre las ermitas malagueñas.

12. Sobre el patrimonio religioso destruido durante la Guerra Civil en estas poblaciones, puede consultarse HERNÁNDEZ DÍAZ, J. y SANCHO CORBACHO, A.: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruídos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937.