España en los mares del Sur en el siglo XVI
Para localizar las famosas islas Salomón, el Virrey
del Perú Lope de Castro organizó una expedición.
Dijo el
pirata Walter Raleigh, elevado a sir por
la Reina Isabel de Inglaterra (de
la que fue su amante), que la exploración del
Pacífico por España es el más grandioso capítulo de la historia de
las exploraciones, lo que tiene valor teniendo en cuenta que el famoso corsario
fue uno de los enemigos más encarnizados de España.
Pero es
cierto. Una vez que España dominó el viaje de ida y vuelta por el Pacífico y
puso en marcha el Galeón de Manila,
volvió sus ojos al ignoto Pacífico sur, nimbado de misterios y leyendas, los
que alimentaban la imaginación de los españoles de entonces, que exploraron en pos de mitos: Eldorado, Las Siete Ciudades
de Cíbola, La Gran Quivira, La Ciudad de los Césares… las fábulas que
impulsaron la conquista de América.
Y con esta
aventura llegamos ahora á uno de los
períodos más brillantes en la historia de los descubrimientos oceánicos,
período que inicia Alvaro Mendaña de Neira, abriendo en el Pacífico nuevo camino
hacia Occidente entre las islas coralíferas y volcánicas de la Polinesia, hasta
entonces desconocidas.
Y ahora, en
los mares del Sur, las islas del rey Salomón. Contaba la leyenda que el inca
Tupac Yupanqui, el conquistador que extendió el Imperio inca, en su afán
expansivo fletó una armada de veinte mil hombres sobre balsas a vela, con las que atravesó el océano
y arribó a unas islas remotas, de las que volvió con las balsas atestadas de
oro. Poco más necesitaban los españoles de entonces para identificar esas islas
con las del opulento rey Salomón de
la leyenda.
Para
localizar las famosas islas, el Virrey del Perú Lope García de Castro organiza una expedición.
El mando natural debiera haber recaído en Pedro
Sarmiento de Gamboa, acreditado cosmógrafo, cartógrafo y piloto, pero el
virrey se decantó por un sobrino suyo de veinticinco años, Álvaro de Mendaña. Al mando
de dos naos con una dotación de 156 hombres, partió del puerto limeño del
Callao el 19 de noviembre de 1567.
Las desavenencias entre Mendaña y dos de sus oficiales, el cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa y el piloto mayor Hernán Gallego, provocaron varios cambios de rumbo hasta que, tras casi 60 días de navegación, avistaron una isla de exuberante vegetación, perteneciente al archipiélago de las Ellice. Tres semanas más tarde, el 7 de febrero de 1568, llegaron a una nueva isla que formaba parte de otro archipiélago más extenso. Convencidos de que habían alcanzado las míticas islas de Ofir, lo llamaron islas Salomón, y cuando el nepotismo se antepone al mérito las consecuencias son siempre fatales. Sarmiento aceptó su función de director técnico de la expedición, confiando en que su competencia personal les trajera el mando efectivo a las manos.
Rumbo distinto.-
Pero se
equivocaba, porque pronto surgieron las desavenencias entre él y Mendaña y
el piloto mayor, Hernán Gallego, ambos
celosos de la autoridad técnica de Sarmiento, y que se confabularon para
enmendar las decisiones del cosmógrafo desde la partida del
puerto de Lima. Desoyendo a este, se tomó un rumbo distinto, hasta que el
incompetente gallego quedó desorientado en el gran océano, y tuvieron que pedir
a Sarmiento que enderezara el rumbo, aun
cuando incluso había sido ya depuesto por el capitán de su cargo de cosmógrafo
de la expedición.
Bajo la
experta mano de Sarmiento de Gamboa arriban
a un archipiélago exótico, que Mendaña identifica de inmediato con las islas de
Salomón, que así se llaman desde entonces. Toman asiento en la isla de Santa Isabel, admirándose de la fauna y
flora del lugar, y donde los isleños, que comían carne humana, se fascinan ante
la tez, el habla y las barbas de los
forasteros.
Pero en lugar de quedarse en tan paradisíaco lugar para poblar, como rezan las instrucciones, ordena Mendaña construir un bergantín y explorar los contornos, descubriendo la isla que llaman de Guadalcanal (situada a 9º S; 160º E), a bordo del bergantín Santiago de 30 toneladas tan sólo, á las órdenes del maestre de campo Pedro Ortega Valencia (natural de la villa que dio nombre a la isla) nombre que perdura y a uno de cuyos ríos dio su nombre Ortega y dirigido por el piloto mayor Hernán Gallego, con doce marineros y diez y ocho soldados, lo que permitió en Guadalcanal que unos indios lo vararan en tierra.
Serias escaramuzas.-
El capitán, contra el parecer de Mendaña, impone su criterio de trasladar el núcleo del asiento a Guadalcanal, pero en el intervalo se producen serias escaramuzas con los nativos. Nueve españoles son capturados y descuartizados en la espesura, y Mendaña ordena una partida de castigo que se salda con nativos muertos y aldeas incendiadas, a pesar de que las instrucciones reales y del Consejo de Indias son muy estrictas sobre el buen trato a los naturales.
A estas
alturas, las relaciones con estos se han deteriorado de forma irreversible, de
modo que Mendaña, sumido en erráticas decisiones, ordena levantar de
nuevo el asiento e instalarse en la vecina isla
de San Cristóbal. Y allí se celebra junta de capitanes para determinar
el camino a seguir. El capitán sostiene que la misión principal, el
descubrimiento de las islas Salomón, se
ha cumplido, y procede volver al Perú y recabar nuevas instrucciones. Sarmiento
se opone vivamente, aduciendo el tenor literal de las instrucciones recibidas:
no solo descubrir, sino poblar, y esas islas ofrecen inmejorables condiciones
de agua, tierra y víveres para hacerlo.
Apoyado por
los demás mandos de la expedición, se decide el regreso. Y una vez más
observamos el error de designar jefes que no acometen su propio proyecto,
aquellos que lo siguen hasta el final con entera determinación y sin reparar en
obstáculos. Regresan a Lima, y Mendaña quema los papeles, mapas y anotaciones de
Sarmiento, temeroso de sus quejas ante el virrey.
Porque,
además, este ya no era el tío de Mendaña, sino el ilustre Francisco de Toledo, que en el pleito da la razón a
Sarmiento y paraliza el nuevo proyecto de Mendaña para poblar,
esta vez sí, las Salomón. Mendaña tardará un cuarto de siglo en
conseguir la nueva licencia, pero logrará su empeño.
La realidad, sin
embargo, pronto desmintió sus esperanzas de haber llegado a un paraíso. Durante
los seis meses que pasaron explorando las islas de Santa Isabel,
Guadalcanal o San Cristóbal –topónimos
españoles que hoy siguen manteniéndose–, se produjeron constantes episodios
de violencia con los indígenas. Por ejemplo, el cronista Luis de
Belmonte cuenta que cuando unos españoles desembarcaron para
tomar agua en Santa Ana, una pequeña isla baja y redonda
con un cerro en medio a manera de castillo, «los indios acometieron a los
nuestros con muchos dardos, flechas y alaridos; venían embijados [pintados], con
ramos en las cabezas y unas bandas por el cuerpo».
Dos indios resultaron
muertos durante el enfrentamiento; entre los españoles hubo tres heridos, y
antes de partir incendiaron el pueblo de los nativos. Pese a ello, los
expedicionarios lograron pacificar y dominar varias islas. No encontraron
grandes riquezas, pero algunos creyeron hallar indicios de oro y especias, lo
que indujo a Mendaña a retornar a Perú para organizar una
expedición colonizadora con más medios. Para volver siguieron un amplio círculo
que los llevó hasta la costa de California, desde donde descendieron hasta
atracar en El Callao.
Notas.- Flota de Mendaña en las islas Salomón, original de
Juan Carlos Arbex, (Borja Cardelus), Descubrimiento de la Oceanía por los Españoles (Ricardo Beltrán y Rózpide) y Hemerotecas.