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domingo, 9 de febrero de 2025

Guadalcanal Monumental 12

Ermita de San Benito


1. Introducción.
    Hace justamente una década y en esta misma publicación Don Antonio Gordón Bernabé nos brindaba una serie de noticias documentales sobre la ermita de San Benito, extraídas fundamentalmente de los Libros de Visitas de la Orden de Santiago. Ahora nosotros queremos volver sobre este edificio trazando una semblanza de su devenir histórico sistematizando los datos conocidos y completándolos con otros dispersos en diversos archivos y publicaciones, sin olvidarnos de la descripción de los valores artísticos del edificio, que constituye una interesante muestra de la arquitectura religiosa de Guadalcanal por la combinación de estilos que en él se dan cita, aunque los avatares históricos han privado a este antiguo templo del patrimonio artístico mueble que se contuvo entre sus muros y que sólo podemos evocar a través de las fuentes documentales.

2. Orígenes y vicisitudes de la ermita de San Benito: de los orígenes bajomedievales a los expolios de la Edad Contemporánea.
    Los orígenes de la ermita de San Benito, al igual que los de otros ejemplos de esta tipología de arquitectura religiosa rural, no son fáciles de precisar ante la ausencia de fuentes documentales que nos arrojen luz sobre su génesis. Como señala el profesor Rodríguez Becerra, “las ermitas surgieron, en su inmensa mayoría, en momentos inciertos sin que dejaran testimonio de ello, sin duda por su carácter marginal y ajeno al interés eclesiástico, y como resultado de decisiones individuales de ascetas, eremitas o devotos de una imagen determinada “. Su carácter aislado, solitarias en medio del campo, en lugares apartados de la vida urbana, rodea de mayor misterio sus orígenes, haciéndolas lugares muy apropiados para personas que quieren retirarse del mundo, viviendo al servicio de Dios como “eremitas “o “ermitaños “. Como decimos los orígenes reales de nuestras ermitas son imprecisos, aunque generalmente se ponen en relación con la Reconquista de estas tierras a los musulmanes y la consiguiente repoblación cristiana. El proceso reconquistador, que como sabemos avanzó de Norte a Sur, extendió el movimiento eremítico, unido a las devociones y advocaciones marianas traídas por los conquistadores.
    Sin embargo, a pesar de esta nebulosa contamos con un valioso testimonio documental que, por su cercanía a los hipotéticos orígenes de este templo, resulta muy ilustrativo no sólo de las características de este patrimonio artístico, sino del desarrollo de la religiosidad popular en Guadalcanal a fines del Medievo y comienzos de la Edad Moderna. Nos estamos refiriendo a los Libros de Visitas de la Orden de Santiago, que como ya expusimos el año pasado en esta misma publicación, constituyen una auténtica radiografía de la localidad, ya que se atiende a aspectos tan variados como efectivos poblacionales, aspectos socio – económicos e institucionales, y muy especialmente a la vida religiosa, tanto a través de las instituciones eclesiásticas como de los edificios que le servían de sede, minuciosamente descritos en estos informes.
    En efecto, el informe de la Visita más antigua conservada, que es la de 1494, refiere que la ermita de San Benito de Guadalcanal está situada en el camino de Alanís y que gozaba de gran devoción entre los vecinos de la localidad. El templo constaba de una sola nave cubierta con techumbre “de madera tosca y de jara y encima barro y teja “, siendo el suelo de ladrillo. El espacio de esta nave quedaba fraccionado por medio de cuatro arcos “de cal y ladrillo “, al tiempo que otro arco enlazaba esta nave con el presbiterio o capilla mayor. En definitiva, el esquema del templo era el que el profesor Angulo Iñiguez denomino “iglesias de arcos transversales de la Sierra…, extendido no sólo por nuestra comarca, sino también por la onubense Sierra de Aracena y norte de la provincia de Córdoba. Este tipo de templo se caracteriza por ser de nave única, dividida en tramos por medio de arcos apuntados (que se convierten en de medio punto en los ejemplos más tardíos) y cubierta con techumbre de madera. Un modelo arquitectónico, en suma, sencillo, barato y de fácil construcción en virtud de la ligereza y economía de los materiales empleados, tales como el ladrillo, la madera, etc., lo que hacía que este tipo de iglesia rural fuese muy a propósito para atender las necesidades espirituales de estos modestos ermitaños y de los fieles que en torno a ellos se daban cita. En definitiva, el propio estilo arquitectónico de estas ermitas, fechables por lo general entre los siglos XIV y XV, nos está hablando del arranque de esta vida eremítica.
    No obstante, dentro de estos rasgos generales de las iglesias serranas, la ermita de San Benito contaba y cuenta con un rasgo distintivo que la diferencia de otros ejemplos similares en la comarca: la presencia de los pórticos que rodean el templo por los pies y el muro lateral derecho o de la Epístola. Estos interesantes soportales, que aparecen en otros templos de la localidad, como Santa Ana o Guaditoca, deben relacionarse con la estética del mudéjar extremeño , donde este tipo de arquerías son frecuentes y se hallan representadas en ejemplos tan cercanos como la ermita de la Virgen del Arar en la vecina población de Fuente del Arco o la bellísima plaza mayor de Llerena, en cuya parroquia de Nuestra Señora de la Granada se repite la misma fórmula estética en las galerías altas que asoman a dicho espacio urbano. Aunque los actuales soportales de San Benito no son los primitivos, sino producto de intervenciones posteriores, la presencia de este tipo de pantalla arquitectónica se documenta perfectamente en el citado informe de la Visita Canónica de la Orden de Santiago de 1494, en el que se señala que “ a la entrada de la ermita estaba un portal bien hecho de ladrillo con sus arcos y un antepecho en que asientan los pilares de los dichos arcos “, cubriéndose este espacio con madera tosca, jara y teja vana. En el frente lateral se disponía otra galería, cuyos arcos descansaban sobre tres pilares, siendo la cubierta del mismo tipo que la del portal de los pies del templo. La ermita contaba además con otras dependencias secundarias de servicio, como un aposento junto al portal de los pies “para los que vienen a la ermita a velar y a sus devociones “, un corral en el que estaba sembrado un olivo, y la casa del ermitaño.
    Pasando al interior del templo, presidía el presbiterio un altar en el que se veneraban una escultura de Cristo Crucificado y la imagen del titular San Benito, vestido con un roquete de lienzo y portando una cruz pequeña de madera, completándose el ornato con una pintura sobre tabla que representaba a la Virgen. Otros altares eran el de Nuestra Señora, con imagen de la Virgen con el Niño albergada en una hornacina de madera, más otras dos efigies de las que no se indica su advocación; y el de Santa Lucía, en el que se daba culto a la imagen de esta santa y la de San Blas. Este modesto patrimonio artístico se completaba con un corto ajuar litúrgico integrado por piezas como un cáliz de plata con su patena, otro cáliz de estaño y diversas vestiduras y ornamentos sagrados.
    A fines de la centuria se emprenderán algunas obras de reforma en la ermita de San Benito. Así sabemos que en 1498 se comenzó a reedificar la capilla mayor, cuyas obras proseguían una década más tarde, cubriéndose con una bóveda de crucería de ladrillo, decorada con cinco claves de piedra, algunas de las cuales deben ser las que hoy aparecen incrustadas en el muro lateral derecho como elementos decorativos.
    Las intervenciones en el templo continuarían a lo largo del siglo XVI. En este sentido podemos apuntar que en 1550 se disponía, sobre la reja que separaba el presbiterio de la nave, unas pinturas que representaban a los doce apóstoles, las cuales se hallaban en fase de ejecución en esa fecha y que todavía en 1575 no se habían concluido, por lo cual los Visitadores exhortaron al mayordomo Pedro Ortega a que las acabase en el plazo de seis meses.
    Pocas décadas después, el testimonio de la Visita Canónica de 1575 nos revela que el edificio mantiene su misma estructura, con su única nave dividida en tramos por medio de arcos de ladrillo y cubierta con techumbre de madera de castaño, excepto en el presbiterio, cerrado por medio de una reja y que se cubría con la bóveda de crucería gótica iniciada a fines de la centuria anterior. Del mismo modo, junto a los ingresos del templo permanecen los pórticos con sus arcos de ladrillo sobre pilares. El corto patrimonio artístico mueble de la ermita está integrado, aparte de la imagen del titular, por las esculturas de San Blas, Santa Lucía y San Lázaro colocadas en sendos altares laterales. Igualmente, modesto era el ajuar litúrgico, del que sólo se podía destacar un cáliz de plata.
    Otra cuestión que se recoge en estos informes de la Orden de Santiago es el funcionamiento y mantenimiento de estos templos rurales, que solían estar a cargo de un mayordomo responsable de la gestión y administración de sus bienes ante la autoridad eclesiástica. Su labor al frente de la ermita de la que eran responsables era controlada mediante la inspección efectuada por los Visitadores de la Orden, que procedían con ocasión de la Visita Canónica, celebrada periódicamente, a la toma de cuentas al objeto de evaluar su situación económica, con el fin de que el culto divino estuviese convenientemente atendido en sus medios materiales. Así el primer mayordomo del que tenemos noticia es Alonso García Carranco en 1494, quien expuso que en aquel año los ingresos de la ermita de San Benito habían ascendido a 578 maravedís, gastando en contrapartida 678 maravedís en materiales de construcción, por lo que resultaba un déficit de 100 maravedís. No obstante, García Carranco expuso que se le debían a la ermita 500 maravedís que se prestaron al Concejo de la villa para financiar la obra que entonces se había acometido en la iglesia de San Sebastián Otros mayordomos fueron Hernán García de Flores, en 1548, y Hernán Mexía, que lo era al año siguiente, quien aseguró que los ingresos en este último año habían ascendido a 1.873 reales. Algunas décadas más tarde, el mayordomo Juan Martín Tejedor, que había desempeñado su cargo en 1574, presentó los ingresos de la ermita, que alcanzaban los 6.559 maravedís anuales, obtenidos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo recolectado en el bacín fijo que existía en la parroquia y por la renta de dos fanegas de tierra propiedad de la ermita. En cambio, la huerta y la casa anejas al templo no producían beneficio alguno, pues el usufructo correspondía al ermitaño encargado de su custodia y mantenimiento.
    En el templo se hallaban establecidas dos capellanías, es decir, fundaciones piadosas promovidas por particulares que asignaban a la iglesia una serie de rentas procedentes de ciertos bienes – como tierras, casas, etc. – para ser invertidas en el pago de una serie de misas en sufragio por el alma del fundador. Este tipo de fundación solía ser a perpetuidad, manteniéndose en tanto que se pagase la renta establecida al efecto, cuyo pago como decimos gravaba sobre las propiedades amortizadas para este fin. En el caso de la ermita de San Benito sabemos que en 1549 se servían dos capellanías. La primera estaba atendida por el clérigo Parianes Pedro Yanes, quién tenía obligación de decir una misa a la semana, costeada de la renta proporcionada por tres viñas en la Laguna, Molinillo y Calera, un parral, tres zumacales en Huerta del Gordo, Cuesta de la Horca y Castillejo, y tierras al Encinal de Valverde, Majada, Mata de la Orden y Donadío. De la segunda se ocupaba el clérigo Pedro de Ortega, con la carga de decir cien misas en diez años, recayendo el pago de esta obligación sobre diversos bienes, como una casa en la calle del Rico, una bodega, tres pedazos de castañal en el valle de Setenil, un pedazo de tierra con cuatro o cinco olivos junto al monasterio de San Francisco, y dos mil maravedís de renta de unas viñas en la Calera.
    La ermita de San Benito debió jugar desde fechas tempranas un importante papel en la religiosidad popular de Guadalcanal, al convertirse en lugar de peregrinación y escenario de distintas celebraciones festivas. En este sentido, ya vimos como la Visita de 1494 recoge la existencia de un aposento destinado al alojamiento de los que venían a pasar la noche en vela en la ermita entregados al culto. Esta práctica de las veladas nocturnas parece que iba acompañada de un comportamiento poco decoroso de los devotos, lo que unido al exceso en la comida y la bebida daba lugar a situaciones muy poco edificantes. Para remediar estos males, presentes en otras manifestaciones de la religiosidad popular de aquellos siglos, la autoridad eclesiástica efectuaba continuas llamadas a la observancia de un comportamiento correcto y digno de un fiel cristiano. En esta línea y para el caso que nos ocupa, en la Visita de 1575 los visitadores dejaron ordenado que cesasen “las juntas en las iglesias y ermitas, que el vulgo llamada veladas, por los grandes inconvenientes que de esto han sucedido “. Tales inconvenientes eran desde luego la relajación de la moral y la perversión de costumbres, que acababan convirtiendo las devociones en “chocarrerías grandes y deshonestidades feas “. Por ello conminaron al mayordomo Pedro de Ortega a que cerrase la ermita a la puesta del sol y no la abriese hasta el día siguiente ya amanecido, “de tal manera que por ningún caso mujer alguna pueda entrar puesto el sol en la dicha ermita en ningún tiempo a rezar ni otra cosa, ni quedarse dentro con ocasión de velar mujer ni hombre “. Esta advertencia cobraba especial valor para la celebración de la festividad de San Benito y su octava, días en los que la afluencia de fieles cobraba especial incremento. Por ello y para disuadir de su estancia a los devotos huéspedes adictos a hacer noche en la ermita, los visitadores determinaron eliminar la chimenea que estaba en la hospedería, con lo cual se restaban atractivos a estas polémicas veladas nocturnas.
    Si bien este informe de 1575 alude muy de pasada a la existencia de una cofradía de San Benito, de la que era mayordomo el mismo que lo era de la ermita, lo cierto es que al llegar el siglo XVIII debió experimentar un proceso de reorganización, con la intención de dar un nuevo impulso a este lugar de culto. Tal iniciativa correspondió al ermitaño Manuel de Acuña, conocido como el anacoreta Manuel de la Cruz, quien en torno a 1712 fundó una cofradía para individuos de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación y San Benito, siendo confirmada su erección canónica en virtud de un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722 por el Papa Inocencio XIII. Esta hermandad debió desaparecer a consecuencia de los críticos acontecimientos del siglo XIX, pues en un informe de 1875 se le cita como desaparecida desde hacía muchos años “y no hay memoria de ella “. A fines del siglo XVIII la ermita de San Benito sigue formando parte del ciclo festivo de la religiosidad popular, como lo apunta el informe del Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1791. En este interesante documento, de tanto valor para la historia local, se señala que los fieles concurrían a San Benito el domingo infraoctavo a la festividad de la Natividad de la Virgen, estando la atención del templo a cargo de un ermitaño, aunque la renta de la ermita era muy modesta, de tan solo cien reales.
    Con la llegada del siglo XIX sobrevendría una época de crisis y decadencia para la religiosidad popular, marcada por hechos tan negativos como la invasión napoleónica y las sucesivas desamortizaciones decretadas por los gobiernos liberales, con su secuela de expolio artístico, cierre de templos y pérdida de recursos económicos para el culto. Estos acontecimientos tuvieron evidentemente su incidencia negativa en la ermita de San Benito. Como nos cuenta el ya citado informe de 1875, “dicho santuario fue casi destruido en la invasión de los franceses a principios del siglo presente “, aunque las alhajas, ropas de las imágenes y ornamentos fueron salvados por el mayordomo Don Bartolomé Olmedo y Rico, si bien no conservó estos enseres, sino que vendió las mejores piezas sin autorización “y se apropió de su importe, que no pudo ser reintegrado por haber fallecido sin dejar bienes “. Otra de las consecuencias de esta coyuntura bélica de la invasión napoleónica fue la pérdida de la cerca de tierras contiguas a la ermita, en virtud de las incautaciones de propiedades eclesiásticas determinadas por el gobierno intruso. Pasado el vendaval de la guerra, vendría la restauración. El 24 de julio de 1819 José Vázquez, vecino de Guadalcanal, pidió al Prior de San Marcos de León que se le entregasen “las alhajas, ornamentos, vestidos de imágenes, papeles y demás efectos que habían quedado “de esta iglesia de San Benito, al tiempo que se comprometía a restaurar la ermita y sus imágenes a sus expensas, como así lo hizo. Al pasar la responsabilidad de la ermita a manos particulares, la jurisdicción eclesiástica debió perder un tanto el control sobre la misma, hasta tal punto que en 1875 el párroco José Clímaco Roda revela en su informe dirigido al arzobispo de Sevilla que “todos los ornamentos, alhajas y efecto, y hasta las llaves están en poder de una familia de esta villa desde hace sesenta años “. Uno de los miembros de esta familia, como él mismo clérigo expone, era María Vázquez, hija del citado José Vázquez, en cuyo domicilio se encontraba todo lo perteneciente a San Benito. Tampoco era satisfactorio el estado de conservación del templo, para cuya restauración se había enajenado el aposento de la parte baja del camarín anejo al presbiterio.
    Un nuevo intento de revitalización de la ermita de San Benito se produjo a finales de la centuria por medio de la fundación, el 24 de marzo de 1886, de una cofradía con el título de la Divina Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, a la que se hallaba vinculada la imagen del Cristo de la Humildad (Señor sentado en la Peña), hoy venerada por la Hermandad del Costalero en la parroquia de Santa María de la Asunción. Igualmente, esta ermita fue la primera sede canónica de la Hermandad del Santísimo Cristo de las Aguas, también conocida como la de las Tres Horas, fundada en 1867, desde donde hacía estación de penitencia el Domingo de Ramos para retornar a ella el Domingo de Resurrección. Esta revitalización devocional se mantendría hasta ya entrado el siglo XX. Como recuerda Gordón Bernabé, “hasta los años veinte se venía de romería a esta ermita. Se recogía el 21 de marzo al Señor sentado en la Peña y a la Virgen de los Dolores y se llevaban a la iglesia de Santa María, y regresaban el Domingo de Resurrección “. Un inventario redactado en 1924 por el párroco Don Pedro Carballo recoge la existencia de cuatro altares. En el mayor se veneraba las imágenes de la Asunción, Santa Eusebia y Santa Macrina. Los tres restantes eran los de San Pedro, Cristo de la Humildad y Paciencia y Virgen de los Dolores (acompañados por las efigies de Santa Águeda y Santa Lucía) y el de San Antonio Abad, en el que se veneraba también una pequeña imagen de la Virgen del Rosario. Saqueado su patrimonio en los sucesos de 1936, acabó siendo desacralizada y vendida el 11 de abril de 1977 a Antonio Fontán Pérez. Finalmente señalaremos que por resolución de 12 de diciembre de 1996 de la Dirección General de Bienes Culturales se inscribe el edificio de que tratamos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

3. El patrimonio artístico: valores arquitectónicos de la ermita de San Benito.
    De resultas de este cúmulo de vicisitudes históricas, la ermita de San Benito nos ha llegado desprovista de su patrimonio mobiliario, por lo que sólo nos podemos referir aquí a sus valores arquitectónicos, como expresiva muestra de la combinación de elementos de diversos estilos y cronología. Ya nos hemos referido, al hilo de las noticias documentales de los siglos XV y XVI, a la tipología del edificio, que constituye un buen ejemplo de aquellas ermitas mudéjares medievales que todavía hoy se reparten por las sierras de Sevilla, Huelva y Córdoba, todas bajo el denominador común de pertenecer al modelo ya citado de iglesias de arcos transversales, que la historiografía artística considera como distintivo de Sierra Morena. En el caso de San Benito de Guadalcanal tal esquema ha quedado totalmente desvirtuado a consecuencia de las profundas intervenciones acometidas en época barroca. Tales transformaciones, hasta el momento sin documentar ni en su autoría ni en su cronología, aunque Hernández Díaz y Sancho Corbacho las relacionan, por su composición y elementos, con la ermita de Guaditoca, son las responsables de la actual impronta estética del edificio, en el que algunos de los elementos de la primitiva construcción medieval conviven en sugerente simbiosis con los añadidos barrocos.
    A simple vista podemos advertir que la caja de los muros es la primitiva. Así lo revela no sólo su aparejo de tipo toledano, es decir, compuesto por mampostería alternando con hiladas de ladrillo, tan propio del mudéjar de la Sierra, sino también la portada gótico – mudéjar del muro derecho o de la Epístola, formada por un arco apuntado con rosca de ladrillo encuadrado en alfiz. Otra portadita con arco apuntado se descubre por el interior del templo en el muro izquierdo o del Evangelio. Y a los pies se abre otra portada compuesta por un arco escarzano, que debe fecharse ya en el siglo XVI. También deben ser obra quinientista los pórticos, tanto el de los pies como el del frente lateral del templo, aunque levantados en el mismo emplazamiento de los primitivos portales medievales. El primero está conformado por arcos de medio punto que apean sobre columnas con capitel del tipo denominado “de castañuela “, muy usual en la arquitectura renacentista sevillana del siglo XVI. Por su parte, el pórtico lateral lo integra una arquería igualmente de medio punto, aunque en este caso descansando sobre pilares cuadrados. La elegancia y sobriedad de su composición clasicista queda matizada por la nota de sabor mudéjar aportada por el alfiz en el que se inscribe cada arco, habiendo desaparecido la techumbre que cubría este espacio. Esta ambivalencia estilística entre el mudejarismo que se resiste a desaparecer y el renacimiento que avanza imparable, propia de ese momento de cambio representado por la transición de los siglos XV al XVI, se encuentra perfectamente representada en estos interesantes pórticos, que subrayan el ambiente de recogimiento eremítico propio del lugar. Otro elemento de interés que todavía perdura procedente de la primitiva edificación son unos tondos o medallones de piedra, con diversos motivos tallados, como escudos, rosetas, etc., que probablemente procedan de las claves de la desaparecida bóveda gótica que cubrió el presbiterio hasta las intervenciones del Barroco. Tampoco podemos olvidar la pila de agua bendita, labrada en piedra a base de gallones o estrías, que bien pudiera ser obra medieval.
    En momento impreciso de los siglos XVII o XVIII el edificio ocultó sus formas gótico – mudéjares bajo los ropajes de la estética barroca. Aprovechando la caja de los muros y respetando los pórticos quinientistas, se transformó radicalmente el sistema de cubiertas y los alzados interiores de la nave del templo. Así, el espacio interior adquirió una nueva fisonomía al articular sus muros por medio de una serie de pilastras de orden dórico, de las que arrancan los arcos fajones de medio punto que compartimentan en tramos la bóveda de cañón con lunetos con la que se cubrió el templo, excepción hecha del presbiterio, que como espacio central de la liturgia recibió una bóveda semiesférica sobre pechinas, subrayando así su centralidad funcional. Y en íntima conexión con el presbiterio a través de la hornacina abierta al desaparecido retablo mayor, el camarín horadado en el testero establecía un eje visual con la portada de los pies, definiendo un espacio – camino que conducía las miradas de los fieles hacia la imagen venerada en este habitáculo sagrado. El camarín, creación muy típica del barroco hispánico, aparece en este caso como un volumen independiente anexo a la nave, pero comunicada con ella. Su cubierta, consistente en una cupulita, se trasdosa al exterior por medio de un tambor octogonal coronado por una linterna ciega. La masa de esta cubierta del camarín forma, junto con la del presbiterio, un atractivo binomio visual, estableciendo un agraciado juego de volúmenes de marcado sabor popular que podemos encontrar en otras construcciones similares de Andalucía y la Baja Extremadura, comarca esta última de la que Guadalcanal formó parte como sabemos hasta el siglo XIX y con la que mantiene estrechos vínculos históricos, especialmente visibles en su patrimonio monumental.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2005

sábado, 1 de febrero de 2025

LAS PLAYAS DE GUADALCANAL

 


VIAJE VIRTUAL A GUADALCANAL

     De todos es sabido que los Guadalcanalenses siempre hemos sido navegantes y aventureros, desde Pedro Ortega Valencia hasta nuestros días. Actualmente la principal nave de navegación es Internet, fue aquí donde encontré un curioso personaje canadiense llamado Bernard Cloutier, que el mismo se define como “consultor y trotamundos”, en la Web me encontré su diario viajero en francés que titula “Hechos y Sueños”, hay varias páginas dedicadas a Guadalcanal (Islas Salomón), que una vez traducido transcribo:

    Durante unos de mis viajes a Oceanía en el 1999, recalé en la bonita Isla de Guadalcanal, cuya capital es Honiara, lugar de ensueño, pero con graves problemas en la población nativa, me encontré inmerso en el principio de una guerra civil, la hostilidad de las milicias de la vecina isla de Malaita, provocaba una emigración masiva de su población a la isla de Guadalcanal. El caos reinaba por las calles y no era aconsejable abandonar la ciudad, por ello no me fue posible visitar los pueblos del interior como era mi objeto principal. Por otra parte, Honiara estaba asediada por un conflicto que oponían a las comunidades tribales de la isla que son los propietarios tradicionales del 90% de la tierra y que los nativos de la aledaña isla de Malaita habían ocupado ilegalmente y se establecían en la región para trabajar en la capital. Pero lo más interesante de mi viaje fue conocer lo positivo de Guadalcanal, que es una isla maravillosa con una gente muy acogedora.

    Llegué a Port Vila, allí cambié de avión y me dirigí a Ñadi y desde allí al Henderson International Airport de Honiara que está en la costa norte de la isla de Guadalcanal, ante mi vista se encontraba el “Estrecho de Fondo de Hierro” llamado así por la gran cantidad de barcos de guerra, mayoritariamente japoneses hundidos durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora más de medio siglo después, los convierten en una maravillosa postal de ruinas de acero incrustadas de corales que hacen de refugio para multitudes de peces tropicales y peregrinar de buceadores de todo el mundo en busca de aventuras.

    En Honiara hay multitud de hoteles lujosos, como los famosos Honiara Metrolopiltan y el Hotel Mendaña que están en el centro de la ciudad, rodeados de un impresionante arbolado, pero los precios de estos hoteles son igualmente lujosos, así que decidí hospedarme en el Albergue United Church Resthouse, que estaba en una colina desde la que se divisaba una impresionante vista de la capital y aun no teniendo acceso a la playa de Mendaña, era más asequible e igualmente vello. Allí tuve el privilegio de conocer personas amigables y sencillas, que me hicieron sentir bienvenido, como mi anfitrión Jeffrey Simbe y su familia que me contaron lo que era anteriormente esta capital y las dificultades que estaban pasando por la crisis actual. En aquella época y debido a la inestabilidad política había pocos extranjeros, aun cuando es una zona eminentemente turista, si había una pequeña colonia de chinos, hindú y europeos, dedicados a la actividad hostelera y comercial. Existían varias publicaciones en inglés, siendo los periódicos más leídos el Salomón Star y el Salomón Voice, estos diarios se leían principalmente en los hoteles, restaurantes y centros lúdicos de la clase dirigente.

    Los restaurantes que estaban en su mayoría en los hoteles, servían comidas del tipo europeo, pero con unos precios igualmente prohibitivos, así que yo reponía fuerzas en los de comida rápida que estaban casi todos en el Centro Comercial Plaza, que se encontraba en una céntrica calle, su construcción exterior era de estilo étnico tradicional, para armonizar con el gran Museo de Honiara que se encontraba al otro lado de la calle.

    Este museo ocupaba una gran extensión de terreno, donde se encontraban reproducciones de casas nativas, todas ellas de estructura de madera de estilo nativo, con pilares bellamente esculpidos y adornados con figuras de gran colorido y expresividad, a excepción de una que se asemejaba al estilo de las que vi en Papusía-Nueva Guinea, igualmente se encontraban dentro del recinto del Museo el Centro Cultural y la Galería de Arte que exhibían la historia de las islas, tradiciones e igualmente eran de arquitectura tradicional.

    Debido a que los disturbios anteriormente citados me impedían introducirme en el interior de la isla, que se había convertido en algo parecido al “Salvaje Oeste”, ya que había una encarnizada lucha étnica por el control de las tierras, pues se habían formado grupos armados como el autodenominado Guadalcanal Revolucionry Army (CNA), que había iniciado una campaña de fuerza contra el gobierno establecido, mi amigo Alistar me aconsejó desistir.

    Así que después de varios días de estancia en el Albergue UCR me dirigí al puerto, donde había una gran variedad de embarcaciones de todo tipo, sobre todo de transbordadores grandes y pequeños que conectaban Honiara con la mayoría de las islas del archipiélago y que albergaban todo tipo de mercancías y personas, muy bulliciosas, allí cogí una de estas embarcaciones, continué mi viaje y me dirigí a visitar las islas del oeste. La impresión que tengo de la isla de Guadalcanal y sus gentes perdura en el tiempo dentro de mis archivos fotográficos y viajeros, en mi cabeza un torbellino de imágenes, sonidos y olores, quedando en mis retinas una maravillosa ciudad con una arquitectura armónica, paseos por sus maravillosas calles y conociendo a personas como Alistar Melaou, policía de seguridad del aeropuerto y convecino mío del albergue, el citado Jeffey y su familia, taxistas, camareros de restaurantes y tantos “Guadalcanalinos” anónimos y maravillosos.@ Bernard Cluotier

      Según un informe de Jacobo Quintanilla para la Agencia de Información Solidaria (AIS) de septiembre de 2003, que titula Islas Salomón: Caos casi total, la situación del archipiélago según el Instituto Australiano de Política Estratégica, que acaba de publicar un informe en el que propone “confiar la economía y el mantenimiento del orden a la comunidad internacional, aunque para muchos sea un burdo proyecto de recolonización.”...Este pequeño archipiélago, sumido en una grave crisis económica, política y social, sufre además las consecuencias de una guerra civil iniciada en 1999 entre las milicias de las dos principales islas......Malaita padece un problema de superpoblación y la emigración de sus habitantes a la vecina isla de Guadalcanal, donde se encuentra la capital, no ha sido bien acogida por los pobladores de ésta isla; La rivalidad étnica provocó que los habitantes de las dos islas crearan sus propias milicias, lo que supuso el comienzo de una guerra civil en 1999, que se ha cobrado más de 20.000 víctimas, y que en junio de 2000 llevó a un golpe de estado que depuso al primer ministro, Bartolomé Ulufa-alu ....... Con unas instituciones inexistentes, un poder corrupto y sin capacidad de reacción ni talla política y moral, ningún plan tejido desde dentro del propio país parece que no se pueda ayudar lo más mínimo a mejorar la situación actual, agravada ya de por sí y por las consecuencias de la guerra civil y por las graves crisis económica, política y social...


Nota del autor. -

    Como comentario final, la situación actual y haciendo una valoración de nuestra gemela Guadalcanal, parece que algo ha cambiado desde el 1999 que la visitó Bernard Cluotier, aun cuando la estabilidad no es total. Pero he preguntado a través de email al Consulado General de la zona que está en la Embajada Española ubicada en 15, Arkana St. Yarralumba. ACT 2600 Canberra (Australia), me comentan que la situación interna actual no es preocupante y que los turistas gozan de una seguridad total y que cualquier Guadalcanalense de las antípodas sería muy bien acogido, así que animaros a visitar nuestras playas de Mendaña, si porque en ¡Guadalcanal también hay playa.!

Bernard Cloutier, Canadá 1933 Canadá 2011

Rafael Spínola Rodríguez

sábado, 25 de enero de 2025

Guadalcanal Monumental 11

 

ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADITOCA


    La pertenencia de Guadalcanal desde la Edad Media y hasta comienzos del siglo XIX a la jurisdicción civil y eclesiástica de la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago, que abarcaba gran parte de la actual Extremadura, ha determinado su histórica adscripción a la región extremeña hasta que los cambios administrativos de la Edad Contemporánea la incorporaron a Andalucía. Esta peculiaridad jurisdiccional otorga a esta población antaño extremeña y hoy andaluza un sello diferencial con respecto a las poblaciones vecinas de la comarca, que se advierte en su devenir histórico y en su patrimonio artístico. De ahí que la vida del santuario de Nuestra Señora de Guaditoca haya tenido un desarrollo diferente al de las demás ermitas de la comarca, obviamente como decimos por la dependencia de los templos de Guadalcanal de la autoridad religiosa santiaguista que tenía su cabeza visible en el Provisorato de la cercana ciudad de Llerena.
    La trayectoria histórica del santuario de la Patrona de Guadalcanal es bien conocida en sus líneas generales gracias a la clásica monografía que al mismo le dedicó el presbítero Antonio Muñoz Torrado[1], beneficiado de la Catedral de Sevilla y estudioso de la historia eclesiástica hispalense. Esta historia de la Virgen de Guaditoca sirvió de base para la obra del mismo tema del estudioso local Pedro Porras Ibáñez[2], donde se da entrada a la leyenda y la evocación literaria sobre la base de las noticias documentales suministradas por Muñoz Torrado. Así pues plantearemos aquí una apretada síntesis de los datos que ambas obras nos brindan.
    Como en otros casos similares, el origen de la devoción se vincula a la aparición de la imagen de la Virgen en el paraje denominado de la Vega del Encinal, cercano a un arroyo. La advocación escogida, Guaditoca, es topónimo con raíces islámicas, cuyo significado ha recibido diversas explicaciones, pero parece vincularse en opinión de Muñoz Torrado a la raíz “vadi” – río en árabe – y “tdaika”, que significa angostura, estrechez, aludiendo tal vez a las características morfológicas del lugar donde la leyenda ubica la milagrosa aparición. Incierta también es la cronología de la leyenda, como sucede en este tipo de relatos, aunque el estilo gótico de la primitiva imagen destruida en 1936 y el hecho de que en el lugar del Santuario se dividían los términos entre Guadalcanal y Azuaga hasta el nuevo deslinde ordenado por el Infante Enrique de Aragón en 1428, invitan a pensar en unos orígenes bajomedievales de la primitiva ermita, cerca de la cual se levantaría en época barroca el templo actual.
    La devoción se fue incrementando y extendiéndose por poblaciones vecinas como Azuaga, Berlanga, Valverde de Llerena y Ahillones, donde hubo cofradías que peregrinaban a la ermita de Guaditoca, muy visitada por otra parte dada su situación en el antiguo camino arriero que comunicaba Andalucía con Extremadura. En este sentido es curioso señalar que el Niño de la Virgen de Guaditoca, denominado popularmente “el Bellotero” goza todavía de gran devoción en la vecina Valverde de Llerena, donde se considera como su Patrono y a la que se traslada su imagen para permanecer allí cierto periodo del año.
    La curva ascendente de la devoción se hallaba plenamente consolidada en el siglo XVII, momento en el que entra en escena un importante personaje, Don Alonso Carranco de Ortega, nacido en Guadalcanal en 1586 y casado con Doña Beatriz de la Rica. Este bienhechor, acaudalado y propietario de tierras en el pago de los Berriales, lindantes con la vieja ermita, asumió la iniciativa de contribuir a la edificación de un nuevo templo, cuya fecha de inicio se desconoce, pero en el que se trabajaba con seguridad en 1638, concluyéndose la construcción en 1647, según consta en una lápida situada en la fachada de la iglesia[3]. En opinión de Muñoz Torrado, el mecenazgo de Carranco de Ortega se limitó a la nave de la iglesia y el presbiterio, siendo el camarín y la decoración pictórica mural costeadas por la hermandad de Nuestra Señora de Guaditoca y la piedad de los devotos, aunque en la documentación el mentor del nuevo templo lo considera como completa obra suya, como lo expresa en su testamento al afirmar que “por mi devoción he hecho una iglesia a la Virgen Santísima de Guaditoca”.
    Este mecenazgo fue el germen de la estrecha vinculación que a partir de ahora tendrá la familia Carranco con la ermita de Guaditoca, de la que acabaron siendo administradores y patronos. Así en 1653 Don Pedro de Ortega Freire, hijo de Don Alonso Carranco, desempeñaba el cargo de mayordomo de la cofradía, figurando entre sus logros la concesión de un Jubileo para el Santuario y la fundación de un patronato – en virtud de cláusula de su testamento otorgado en 1671 – para asegurar el culto a la imagen titular, adquiriendo la familia a cambio la condición de patronos del templo. A lo largo de la segunda mitad del Seiscientos la iniciativa de los patronos coexiste con el desenvolvimiento de la cofradía matriz de Guadalcanal y las filiales extremeñas, que mantienen su actividad cultual y se ocupan del incremento del patrimonio de ornamentos sagrados, bajo el impulso económico representado por las limosnas de los fieles y la riqueza mercantil puesta en movimiento por la anual celebración de una feria en los aledaños del santuario, lo que motivó la construcción de unos portales destinados a servir de albergue a los feriantes, cuya obra inició en 1691 Juan Gordillo maestro alarife vecino de Zafra. La concurrencia de fieles determinó la suntuosidad del culto a la Virgen de Guaditoca, cuyas fiestas se celebraban en la Pascua del Espíritu Santo, fecha escogida para la celebración de las citadas ferias. Y como era frecuente en estos santuarios de la Edad Moderna, la imagen titular sólo era llevada al pueblo de Guadalcanal en caso de calamidad pública.
    El siglo XVIII supuso la consolidación del régimen del patronato del templo por parte de la familia Ortega. Así en 1722 Don Alonso Damián de Ortega Ponce de León y Toledo, bisnieto de Don Alonso Carranco de Ortega, solicitó y obtuvo para sí y sus sucesores el nombramiento de patrono del templo, argumentando los beneficios y atenciones que su familia había dispensado a favor del culto a la Patrona de Guadalcanal. Se iniciaba así un régimen de administración de los bienes y rentas por parte de esta familia (ennoblecida por esta época con el título de Marqueses de San Antonio) que duraría hasta el siglo XIX, en detrimento de las prerrogativas y derechos de la cofradía de Guadalcanal y de las filiales extremeñas. Esta gestión dio algunos frutos en el campo del arte, como fue la construcción, poco antes de 1728, de la bóveda de la iglesia, el coro y la espadaña, tareas de las que se ocupó Agustín de Robles, maestro mayor de obras del Cabildo de la ciudad de Llerena, el dorado del retablo mayor en 1732, la ejecución entre 1739 y 1741 de las pinturas murales de la nave y presbiterio, encomendadas al pintor de Llerena Juan Brieva, o la ejecución de las andas de plata de la Virgen, encargadas al maestro llerenense Pedro Oliveros en 1748. Los inventarios de mediados del siglo XVIII dan buena idea de las alhajas, joyas, vestidos y ornamentos que poseía la Virgen de Guaditoca, con piezas tan destacadas como la corona y media luna con que se ornaba la imagen y las citadas andas procesionales.
    Ya a fines del siglo XVIII el Ayuntamiento de Guadalcanal dio nuevo impulso a sus viejas pretensiones de ejercer el patronato sobre el santuario de Guaditoca, consiguiendo en 1792 ser nombrado administrador del mismo. En el propio año se traslada la feria de Guaditoca a la villa, hecho que se reveló como sumamente perjudicial para el Santuario al restarle la asistencia de aquel tráfago de mercaderes, feriantes, romeros y cofrades, anunciando ya el declive de la devoción, consumado en el siglo XIX. Las desamortizaciones decimonónicas y el desinterés de los patronos, junto con la extinción de las cofradías, fueron reduciendo la que fue devoción comarcal a un ámbito estrictamente local, aunque conservando el rescoldo del fervor popular. Así lo patentiza la refundación de la hermandad de Guadalcanal, con la aprobación de sus nuevos estatutos por el Consejo de las Ordenes Militares el 14 de abril de 1863. Fruto de este resurgimiento fue la restauración del Santuario de Guaditoca en 1913, embelleciéndose el interior del templo con la colocación de nueva solería, zócalos de azulejería y otros reparos.
    Hoy día Guaditoca es escenario de un rico programa ritual y festivo, centrado en la celebración de dos romerías anuales. La primera tiene lugar el último sábado de abril para traer la Virgen al pueblo, vestida de pastora. Tras pasar la imagen la primera noche en la iglesia del convento del Espíritu Santo, es trasladada a la parroquia de Santa María de la Asunción. En este templo tendrá lugar ya a finales de agosto o comienzos de septiembre la función principal, que se celebra el tercer día de la feria del pueblo, seguida de la procesión de la Virgen hasta el real de la feria y regreso a la parroquia. El ciclo festivo finaliza cuando el último sábado de septiembre se lleva la Virgen desde la parroquia al citado convento del Espíritu Santo, para el siguiente domingo volver ya a su santuario.
    El templo levantado en el siglo XVII como vimos en sustitución del primitivo medieval muestra en su fábrica el clasicismo de líneas y la sobriedad ornamental propias del protobarroco seiscentista. Construido en mampuesto y ladrillo, es un edificio de planta rectangular de una sola nave compartimentada en tres tramos por medio de pilastras, y cabecera cuadrada [4] , a la que en 1718 se le adosó el camarín, labrado por los alarifes de Llerena Alonso González y Antonio José González, y Manuel Fernández, de Guadalcanal.
    El retablo mayor, recompuesto a raíz de los daños sufridos en 1936, sigue fielmente los postulados del barroco clasicista del propio edificio, a pesar de la avanzada fecha de ejecución de esta ensambladura, que fue concertada el 1 de enero de 1675 con Francisco de Saavedra Roldán y Juan de Vargas, vecinos de Zafra por precio de 6.000 reales de vellón [5]. La pintura y dorado del retablo fue concertada el 29 de agosto de 1678 con Antonio Granada, maestro dorador de Zafra [6] . El retardatario diseño utilizado en esta ensambladura muestra una estructura compuesta por banco, un cuerpo dividido en tres calles por medio de columnas corintias entorchadas, que dejan entre sí hornacinas semicirculares surmontadas por recuadros mixtilíneos. Entablamento y cornisa coronada por volutas en sus extremos da paso al ático tripartito, centrado éste por una caja de formato cruciforme flanqueada por dos laterales cuadradas.
    Preside el retablo en la hornacina central la imagen de la Titular, obra realizada por Antonio Illanes en 1937 en sustitución de la primitiva gótica destruida en la Guerra Civil. Flanqueando la imagen los restantes registros se destinan para albergar pinturas, conservadas con gran deterioro, excepto en las hornacinas inferiores de las entrecalles, donde ocupan su lugar imágenes modernas de serie sin valor artístico.
    En el ornato interior del templo desempeñan un papel fundamental las pinturas murales, obra como se dijo del maestro de Llerena Juan Brieva a comienzos del siglo XVIII. Distribuidas por toda la superficie de las bóvedas del templo con el habitual sentido de “horror vacui” propio de la estética barroca, la riqueza del programa iconográfico planteado en estas cubiertas compensa la mediana calidad de su factura, al tiempo que reclama un estudio monográfico que desentrañe sus claves ideológicas y su filiación artística, que se ha puesto en relación con un programa de tipología similar desarrollado en la ermita de Nuestra Señora del Ara en la cercana población pacense de Fuente del Arco. Entretanto, apuntaremos aquí la presencia de escenas del Antiguo Testamento como el Juicio de Salomón, elementos profanos como las Cuatro Estaciones, alegorías de las Virtudes y una galería hagiográfica en la que se alternan apóstoles y diversos santos.

Salvador Hernández González
Revista de feria 2013

sábado, 18 de enero de 2025

Luis Chamizo y Guadalcanal, dos vías paralelas

 

 ...Es un castúo de ondas raíces extremeñas que ha sembrado su germen literario, profesional y fa­miliar en la Sierra Morena Sevillana...

            La vida de Luis Florencio Chamizo Trigueros estu­vo vinculada a Guadalcanal por un largo periodo de su vida, Sobre esta época, hacemos una recopilación de datos que nos introducen en la vida y obra de este guarañense, que destacó en la primera mitad del siglo XX y dejó su legado como abogado, político, poeta y dramaturgo.

            Luis Chamizo nació en el seno de una familia humilde de Guareña, donde el padre tenía una tejera y se dedicaba al oficio de la alfarería, oficio que con inteligencia y tesón habría convertido al cabo de al­gunos años en un próspero negocio al modificar las líneas convencionales de las tinajas para el vino y con­vertirlas en cilindros, mucho más práctico a la hora de aprovechar los espacios de las bodegas.

            Tras cursar su primera enseñanza en Gua­reña, se trasladó posteriormente a Madrid para co­menzar sus estudios y posteriormente se trasladó a Sevilla donde cursó bachillerato y estudios de Perito Mercantil, a la muerte de su padre en 1918 se trasla­dó a Guareña para hacerse cargo del negocio familiar, Posteriormente, se doctoró en Derecho en la Univer­sidad de Murcia a los 24 años, licenciatura que había en la Universidad Central de Madrid.

            Su padre, Joaquín Chamizo Guerrero, natural de Castuera, se estableció siendo muy joven en la veci­na localidad de Guareña, donde se casó con Asunción Trigueros Bravo, formaron una familia humilde esta­bleciéndose en la localidad materna de Guareña. De este matrimonio nació Luís Chamizo Trigueros el siete de noviembre del año 1894. Joaquín un hacendoso emprendedor, trabajó en una tejería, y se dedicaba al oficio de alfarero, arte que revolucionó en la fabricación de tinajas principalmente para el vino y el aceite.   Esta profesión y la venta del producto elaborado por la comarca, le hizo establecer amistad con Gandida Gordo de Guadalcanal, uno de sus mejores clientes.

            La primera conexión de Chamizo con nuestro pueblo se remonta al verano del año 1921, el mismo año que escribió su obra "El miajón de los castúos” En este año, falleció Cándido Gordo y se trasladó a Guadalcanal a asistir a las exequias en representación de su padre, fallecido tres años antes. Aquí conoció a Virtudes Gordo Nogales, hija del cliente y amigo de la familia, casándose el 18 de febrero del 1922 con ella en la Iglesia de Santa María de la Asunción de Guadalcanal. De este matrimonio, nacieron cinco hijas.

            Después de su matrimonio se trasladó a Guadalcanal viviendo en la casa familiar de su esposa, en el número 6 de la calle San Bartolomé (actualmente
Costaleros y donde una placa colocada por el Ayuntamiento en 1994 recuerda el centenario de su nacimiento).
Durante su periodo de estancia en nuestra
localidad, siguió cultivando sus verdaderas aficiones, el estudio, la música, la lectura y continuar escribien­do, dedicado a la administración de los negocios de
su esposa, una bodega frente a la casa que habitaba, en la que Chamizo instaló en la puerta dos grandes tinajas en forma de cono y a las dos fincas familiares,
ubicadas en el término de Cazalla, complementando estas actividades con la representación de vinos y al­ alcoholes y la empresa familiar de alfarería de Guareña.
            En estas fincas, "La Castaña" (conocida popularmente como "La Catana") y "El Burgalés", Luís Chamizo pasaba largas temporadas en ellas, que, de Hecho, están muy próxima, una de otra.

            Pasó con su familia gran parte de la guerra civil en El Burgalés, cuando vino a refugiarse de la contienda desde Guareña. En los inviernos y coin­cidiendo con la recogida de la aceituna, daba clase y complementaba los estudios de los hijos de las familias jornaleras que pasaban el periodo de actividad en las fincas, durante el tiempo conocido como "dómia". Aún se conservan el perfecto estado, las tinajas que en principio contenían el famoso vino de Guadalcanal, y que, tras la filoxera, se dedicaron al almacenaje del aceite que se producía con la recolección de la aceituna.

            También hemos podido ver en una visita reciente a esta finca, la mesa donde Chamizo pasaba mucho tiempo, com­poniendo sus poesías y un mueble aparador. Desde aquí queremos dar las gracias a su actual propietario, Manuel Pinelo, por las facilidades dada para visitar el cortijo.

            Igualmente, eran frecuente en esta finca las llamadas "reuniones literarias", en una de estas, cono­ció a Carlos Rein Segura, malagueño, ingeniero agró­nomo y político, desempeñó funciones en la Junta de colonización y Repoblación en la colonia agrícola del Galeón en el término municipal de Cazalla de la Sie­rra, fue alcalde de ésta durante el periodo de 1924 a 1926, asimismo, fue elegido ministro de Agricultura en la dictadura de Franco. Carlos Rein en una entre­vista en el diario ABC en el año 1926, dijo de su amigo Chamizo: "... Es un castúo de ondas raíces extremeñas que ha sembrado su germen literario, profesional y fa­miliar en la Sierra Morena Sevillana..."

            También se reunía con amigos, entre ellos Fe­derico García Lorca y otros poetas de la zona, como el médico de Cazalla de la Sierra, José María Osuna Jiménez

            No era Chamizo un hombre especialmente dotado para los negocios y administrador de la ha­cienda familiar, a pesar de sus estudios mercantiles, Su carácter bohemio, literario y las largas ausencias de Guadalcanal, hizo que realmente fuese su esposa la que administraba, Virtudes controlaba los gastos y se dedicaba personalmente a contratar personal domés­tico y jornaleros en la época de cosecha. Era una mujer de gran cultura y entusiasta de los viajes, estudió en Sevilla idiomas y aprendió a tocar el piano.

            La segunda faceta que conocemos de Luis Chamizo en Guadalcanal es la política local durante la dictadura de Primo de Rivera, si bien fue una faceta poco fructífera y no una elección voluntaria, nombra­do concejal el 1 de marzo de 1924, siendo alcalde Da­niel Muñoz Vázquez y sustituyendo a este el 7 de abril de este mismo año como primer edil. Él continua con su actividad académica y contantes ausencias de la lo­calidad, siendo designado académico de la Real Aca­demia Sevillana de las Buenas Letras, coincidiendo en esta estepa con Antonio Muñoz Torrado, guadalcanalense y que ejercita de primer secretario. Solicito va­rios permisos o excedencias municipales y se ausentó repetidas veces del pueblo para atender sus negocios en Guareña y viajes a Sevilla para cumplir como aca­démico y reuniones literarias, quedando como alcal­de en funciones Daniel Muñoz. Finalmente, cesó de sus funciones municipales el 4 de septiembre del 25, siendo sustituido después de 515 días por Daniel Mu­ñoz Vázquez hasta terminar la legislatura en mayo de 1927.

            Por último, queremos fijarnos en la faceta lite­raria que cultivó en Guadalcanal, donde se encuentra parte del legado en su despacho-biblioteca de la casa familiar, escribiendo varias de sus obras, dos de ellas aun inéditas. Entre estas obras destacamos "Las Bru­jas", que fue representada el 31 de enero en el teatro Cervantes de la ciudad hispalense y en la noche de 10 de octubre de 1930 en Madrid, un mes después en el teatro López de Ayala de Badajoz, entre otros, así mis­mo, en Guadalcanal fue representada con carácter lo­cal en un recinto situado frente al Paseo de El Palacio, conocido popularmente como "Trespalacios", lugar en el que en los meses de veranos se instalaba un cinema­tógrafo y se exponían obras de teatro y actuaciones de variedades.

            Como hemos mencionado anteriormente, eran frecuentes las reuniones literarias que se organi­zaban en las fincas de la familia o en otras de los pueblos cercanos a los que era invitado. En el año anterior a establecerse en nuestro pueblo, fue reconocido su gusto por la poesía regionalista extremeña, obteniendo gran reconocimiento con la publicación de "El Miajón de los Castúos" libro en el que refleja la esen­cia del pueblo extremeño, saboreando las mieles del éxito en Guadalcanal cuando apenas contaba con 24 años.    .,

            Durante la época que vivió en Guadalcanal colaboró en periódicos y revistas, queremos destacar una poesía titulada "Los héroes sin gloria", que publi­có en la revista “El comercio de Guadalcanal" en 1928:

I

Oh, los héroes sin gloria;

los héroes del martillo y del arado;

los que nunca tuvieron más amigos

que el Dolor, la Miseria y el Trabajo!

Los que nacieron en jergones duros

y se nutrieron de los senos flácidos;

los que al abrir los ojos a la vida

no encontraron sonrisa, si no llanto.

Los que no protestaron del Destino;

los que nunca mintieron ni adularon,

y a fuerza de decir la verdad siempre

se hicieron hombres libres, siendo esclavos.

¡Oh, lo héroes sin gloría;

los buenos, los humildes, ¡mis hermanos!

Los que sufren y rezan y trabajan

con sonrisas muy dulces en los labios!

II

La vieja aristocracia, sin torneos,

sin cruzadas, sin moros, sin vasallos,

se muere de nostalgia en los salones

de sus viejos palacios.

La vieja aristocracia nos mantiene

las flores enfermizas del pantano:

pereza, laxitud, desdén, abulia,

modorra, languidez, esplín, cansancio...

de vivir eternamente,

sin tregua ni reposo descansando!

los nietos de aquellos

invencibles guerreros hijosdalgos!

Respetad los archivos donde yacen

los viejos pergaminos olvidados.

Aún hay trincheras que ganar.

La Patria también hoy necesita vuestro brazo.

Rasgad en submarinos el misterio

del vientre colocal del Océano.

Dominad cual cóndores las alturas

En vuestros dirigibles y aeroplanos.

Pero dejad la tierra a los humildes

hijos de la Constancia y del Trabajo:

que lleguen a ser dueños de talleres

y lleguen a labrar sus propios campos.

III

¡Oh, los héroes sin gloria;

los héroes del martillo y del arado;

los que nunca tuvieron más amigos

que el Dolor, la Miseria y el Trabajo!

Los que pobres nacieron (vivieron) y murieron

porque nunca mintieron ni adularon;

los que en lucha continua con el hambre,

llevan dulces sonrisas en los labios.

Los que todo lo sufre con paciencia

y todo lo soportan resignados.

¡Oh, mis héroes sin gloría: los humildes!

Trabajar, esperar; y al fin, hermanos...

            Una vez terminada la guerra civil, la familia se trasladó a Madrid, donde fijó su residencia, allí desem­peñó un cargo en el Sindicato de Espectáculos, consi­guiendo un sueldo del estado que, unido a las rentas de su negocios y fincas de Guareña y Guadalcanal, le permitió vivir desahogadamente. Si bien conservó la casa familiar de en la actual calle Costaleros de Gua­dalcanal, donde viajaba con la familia en varios perio­dos del año y aún se conserva su despacho-biblioteca, muchos muebles y recuerdos de aquella época.

Publicado en el libro homenaje Luis Chamizo el año del centenario Guareña-Guadalcanal 2021/2022

Autor. - Rafael Spínola Rodríguez

sábado, 11 de enero de 2025

Guadalcanal Monumental 10


La Almona

         El edificio conocido como La Almona fue origen la casa del bastimento del Maestre de Santiago. En un viejo escrito del siglo xv se dice que «tiene una escalera por don­en suben las bestias el pan a la sala alta». Un albañil que fue llamado para tasar las obras, dijo «hay que reparar las tapias de piedra… y hacen falta cuatro mil e quinientos ladrillos, arena y cal.» Había un madero quebrado en el techo, y las puertas estaban podridas siendo necesario recorrer el tejado, este era el bastimento del trigo, pues había otra casa de los lagares del Maestre para bastimento del vino.

            Almona viene del árabe dar al muna, «casa de las provisiones», y así vemos que pro­visión y bastimento viene a ser lo mismo. Antiguamente, se llamaba así a una casa, fábrica o almacén público, un almacén de jabón o de otras mercancías. También en Andalucía era sinónimo de jabonería.

La antigüedad del edificio no se conoce con exactitud, pero se sabe que el Maestre Lorenzo Suárez de Figueroa hizo las casas y bastimentos de Llerena, Guadalcanal y de la Fuente del Maestre entre 1387 y 1409. Actualmente es descendiente suyo D. Alfonso de Figueroa y Melgar, duque de Tovar y Grande

De España que se ha interesado por las cosas de Guadalcanal y es buen amigo mío.

            Siguiendo con la historia de La Almona, encontramos en nuestro pueblo, en el verano de 1494 a D. Fadrique Enríquez de Ribera, tomando posesión de la encomienda que le habían concedido D. Alonso de Cárdenas, año en el que consta ya el convento de San Francisco fundado por su tío, pues D. Fadrique era bisnieto del almirante Alonso Enríquez, que nació en Guadalcanal a mediados del si­glo XIV. Las almonas del Arzobispado de Se­villa pertenecían a la familia de D. Fadrique, encargándose éste de su explotación, y en 1512 inicia la compra de otras, por lo que ca­be suponer que sería por entonces cuando en­tra en el pueblo la tradición de la jabonería. El jabón, que era blanco y duro, se hacía co­ciendo en aceite, en unas calderas, cenizas de hierba de almarjos. Se sabe que los montes de Cazalla y Guadalcanal bajaban los carros con capachas de aceitunas, cenizas y plantas para la almona que Sevilla tenía cerca de Chapina.

            También arranca de D. Fadrique el que se diese al Hospital de la Sangre de Sevilla la mitad del diezmo de trigo, cebada y vino de la encomienda. El origen fue como sigue: existiendo desde antiguo en Sevilla numero­sos hospitales para pobres, construidos por los gremios, cerca de cien, en estado precario, se deseaba unificarlos. Para remediarlo su madre, Dña. Catalina de Ribera, obtuvo bula para erección de un hospital en 1493, y que estuvo situado primitivamente frente a Santa Catalina. En su testamento donó cuantiosos caudales para construir en la Macarena un gran hospital, con el nombre de Hospital de las Cinco Llagas, llamado después de la San­gre, que fue el mejor de Europa en su tiempo y al que su hijo ayudó.

            El Hospital de la Sangre tenía en Guadal­canal una casa-fábrica de jabón y una bode­ga, y un administrador, que vivía en el pue­blo. En otro lugar se cita la renta de su bode­ga y graneros. El diezmo del trigo para di­cho hospital eran 300 fanegas a 20 reales ca­da una. El de cebada, 450 fanegas a 10 reales. El del vino, 80 arrobas a 52 reales. Otro tanto era para la encomienda. El beneficio cu­rato de Santa Ana cobraba 579 reales y 2 maravedíes del Hospital de la Sangre como par­tícipe de diezmos.

            En el año 1758 encontramos a Juan Gordón El Menor arrendando el jabón de la en­comienda de Guadalcanal. La tradición de la jabonería siguió existiendo en nuestro pueblo, pues en el siglo pasado consta una fábrica de jabón y aún en este siglo la hemos conocido.

            Descripción de La Almona: Es una cons­trucción de planta ligeramente trapezoidal he­cha con piedra de sillería. Consta de dos plan­tas, formadas cada una de ellas por una nave con cubiertas de entramado de madera soste­nida la de la baja por arcos apuntados que arrancan del pavimento, formando a modo de contrafuertes interiores. El tejado es a dos aguas y está sostenido por pilares alineados en el eje central de la nave. Esta segunda plan­ta tiene acceso directo mediante una rampa exterior a la fachada y apoyada en el muro. Las puertas de ambas plantas se superponen en el centro de dicha fachada; la de la planta baja es un arco apuntado de escasa altura que apea en impostas constituidas por un toro y una gola. La puerta de arriba, precedida de un porche sostenido por pilares de ladrillos, es también de arco apuntado, más peraltada que la inferior, sobre sencilla moldura de cuarto bocel. El edificio recibe la luz por es­trechas saeteras, algunas de las cuales han si­do ensanchadas con posterioridad a la primi­tiva edificación, que, por sus características, especialmente por la proporción de los arcos, cabría colocar en fecha bastante remota, quizás en la primera mitad del siglo XIV, según los expertos. Hace unos años estuve visitándola y vi una lápida muy antigua, la izquierda de la puerta de arriba, escrita en caracteres góticos, que todavía no tengo cifrada del todo, y que parece decir: “UBO A DIOS FUE ACABADA ESTA CASA A MANDO LABRARLA DONDE BOO SOOMMM DE PAZ”.

            No quisiera dejarme en el tintero un dato que contradice la fecha que nos dan los expertos de Bellas Artes sobre la construcción de La Almona. Se trata de un escrito que existe en el A.H.N. en el que Lorenzo Suárez y Figueroa compra una casa con su corral a un vecino de Guadalcanal, que tiene por linderos los palacios de la Orden, y las otras partes, las calles públicas, por el precio de mil maravedís, y en el año 1403. Esto coincide perfectamente con el edificio que estamos tratando.

            Por estar la calle de La Almona deshabita, fue refugio de fantasmas el siglo pasado según tengo noticias recibidas de mi abuela materna, que vivió por entonces.

            Este edificio está incluido en el Catálogo Arqueológico y Artístico de la provincia de Sevilla y en el Inventario Artístico de Sevilla y su provincia, de la Dirección General de Bi­llas Artes. Es la edificación de la Orden de Santiago más antigua que existe en Guadalcanal y el Ayuntamiento debe cuidar de que no se deteriore.

DR. ANTONIO CORDÓN BERNABÉ
Revista de feria 1991


DATOS
. –

             Es el edificio de estas características más antiguo de la provincia de Sevilla, se construyó como casa bastimento de la orden de Santiago y la Mesa Maestral, para almacenar grano, vino y cuadras para ganado.

            Data del 1336 siendo maestre de la orden Vasco Rodríguez Coronado y era un edificio adjunto al palacio del comendador que se ubicaba en los terrenos de la actual casa consistorial.

            Está compuesta por dos plantas, que ocupan unos 300 metros cuadrados el alta se accedía por una rampa. En el interior está compuesta por dos salas iguales sujetas por arcos apuntados que parten desde el suelo.

HEMEROTECAS 

sábado, 4 de enero de 2025

Ordenanzas Municipales Guadalcanal siglo XVI

SENTENCIA CONTRA CIERTOS VECINOS POR EL EMPLEO DE PESOS Y MEDIDAS FALSAS. 

            Ante el gobernador y justicia mayor de la provincia de León, don Alonso del Castillo Villasante, los alguaciles de dicha Gobernación Antonio Álvarez Acebedo y Pedro de Saucedo, el 12 de noviembre de 1580 presentaron denuncia contra ciertos comerciantes y mercaderes de Guadalcanal, en poder de los que hallaron algunas pesas y medidas falsa e inexactas, conforme a los patrones establecidos en las Ordenanzas Municipales.

Para Comprobar la causa objeto de la denuncia, el gobernador envió a Guadalcanal al almotacén del Concejo de Llerena, Lorenzo Martin, quien, tras un examen minucioso de los útiles mencionados, a fin de proceder en razón de los delitos correspondientes, resultó hallarse las pesas y medidas en los establecimientos de los vecinos siguientes:

Ø  Catalina García, medio cuartillo y una medida de dos maravedíes.

Ø  María Hernández, una balanza de un marco y una vara.

Ø  Tristán López, medio cuartillo.

Ø  María González medio cuartillo y una medida de dos maravedíes,

Ø  Gaspar Gómez. medio cuartillo, una balanza y dos pesas de una y media libra

Ø  Juan Mateos, un cuartillo y medio cuartillo.

Ø  Juan González, medio cuartillo y dos medios de vino.

Ø  Juan de Tarifa, medio cuartillo y una medida de dos de vino.

Ø  Francisco Martín, molinero, un peso, una libra, media libra, cuarterón y dos onzas.

Ø  N Rodrigo González, una medida de dos maravedíes, un peso de jabón, una libra, media libra, un cuarterón y otro peso.

Ø  Lorenzo Martín, molinero, medio almud.

Ø  Lázaro de Sancha, un peso, una libra y media libra.

Ø  Juan Sánchez, Alonso García Rebusco, Blas García, un no, Ana Hernández, Álvaro Méndez, Alonso Rodríguez Juan Bautista, Catalina González, Cristóbal Núñez de AIba un tal Molín, Juan González Morales y Pedro Peña, cada uno una arroba.

Ø  Gregorio Martínez, una balanza, una libra y media libra.

Ø  Francisco Mateos, de Fuente del Arco, dos medios almudes.                              En cambio, el almotacén halló falsas las pesas y medidas de las personas que a continuación se detallan:

Ø  Gregorio Rodríguez, un peso al que faltaban cuatro adarmes

Ø  Francisco Martín, medio almud, grande.

Ø  Francisco García Hortelano, una balanza, con un adarme de exceso

Ø  Sebastián de Ribera, medio almud, grande.

Ø  Cristóbal Yánez Remusgo, una arroba grande.                                         

 

            De todo ello dio fe el escribano público Alonso Escudero.
           

 

 

Los infractores fueron notificados de los cargos y culpas que contra ellos resultaron y se les concedió un plazo de seis días para que apelasen lo estimasen oportuno. Renunciaron éstos al plazo de probanza que se les otorgaba, con lo que quedó ratificada la imputación de los alguaciles citados, y se hizo el correspondiente traslado a la autoridad judicial competente.

            Cinco años más tarde, el gobernador de Llerena pronunció sentencia definitiva por la que estos delincuentes fueron condenados, uno de ellos, a las penas de mil maravedíes, ¡a la destrucción! pesas y medidas objetos de estas sanciones y a las costas del proceso.  
            Transcurridos apenas unos días, por otra acusación que los aguaciles del partido presentaron en el Concejo de la villa, el alcalde don Lope Hernández y los regidores don Diego González y don Cristóbal Hernández examinaron una balanza de la carnicería de Hernando de Soto, en el mercado de abastos, la cual

Se halló falsa por exceso

            Las autoridades decretaron la intervención de dicho peso.

            Mas como los acusadores atribuyesen al Concejo el presente delito, como encargado de suministrar y velar por la exactitud de los pesos en el establecimiento citado, éstos pidieron que fuese condenado al Organismo responsable, conforme a las leyes del Reino. Vista la causa en la gobernación de Llerena, se mandó dar traslado de dicha acusación al Concejo de Guadalcanal para que probase lo que procediese. Expirado el plazo de un día concedido para la presentación de alegatos como las autoridades locales se abstuvieran de aportar prueba alguna, el gobernador pronunció sentencia definitiva, el 21 de noviembre de 1585, por la que se condenó al Concejo con la imposición de una multa de tres mil maravedíes y gastos del proceso.

            No paró aquí la severa actuación del gobernador, pues, habiendo publicado una requisitoria para que en un término fijado acudiesen a registrar sus pesas y medidas a las Casas Consistoriales todas aquellas personas que poseyesen dichos instrumentos para su uso particular, muchas no cumplieran este precepto, el justicia mayor procedió contra ellos de modo que el desconcierto cundió en la villa hasta el punto que el Concejo decidió llevar el caso en grado de apelación a la Chancillería de Granada, para lo que designó como procurador a don Juan de Silva. La Audiencia demandó a la autoridad judicial de Llerena para que en el plazo de doce días remitiera las causas de estos procedimientos. No exhibió el gobernador la documentación exigida y fue declarado en rebeldía, con cuyo agravante, la Audiencia -por don Fernando Niño de Guevara, don Luis Caso de Cepeda, don Juan de Morilla Osorio y don Gonzalo Aponte- determinó ver y fallar en el pleito instado con aquél por el Concejo de Guadalcanal. Se celebró el juicio el 26 de mayo de 1589, y por él fue revocada y declarada nula la sentencia dada por el juez de Llerena, que se calificó de injusta y arbitraria, con aditamento de restituir el importe de las penalidades impuestas a todos los inculpados. También se falló para lo sucesivo que ningún gobernador del partido se inmiscuyera en inspecciones de esta naturaleza, so pena de cincuenta mil maravedíes para la Cámara Real.

            Se hizo el correspondiente traslado de esta ejecutoria al gobernador de Llerena, que al presente lo era don Diego Álvarez Osorio, la cual como éste se hallase ausente, fue recibida por su teniente el licenciado Ponte Maldonado.

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