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sábado, 4 de mayo de 2024

Nuestra Historía (1)

Guadalcanal, sus orígenes


    Historiadores, historiografía, tradición, vestigios y crónicas diversas nos cuentan con rotundidad que Guadalcanal fue fundada por los musulmanes en sus primeros años de estancia en la península ibérica. Cuando llegaron a estas estribaciones de la sierra encontraron diversos asentamientos de pueblos visigodos concentrados, sobre todo, alrededor del Cerro de Monforte, lugar primigenio donde vivieron, antes que los romanos, los túrdulos. Poco se sabe de estos proto-guadalcanalenses y muchas incógnitas se presentan a la hora de trazar una historia completa de nuestra localidad.    
    Con la llegada del verano se vuelve a cumplir un aniversario que suele pasar desapercibido. En julio del año 713 las tropas árabes y bereberes de Musa ibn Nusair se asentaron en un alto cercano al arroyo San Pedro en su camino hacia la conquista de Mérida y fundaron un campamento de nombre “Wádi-al-Kanal” que hoy, 1.305 años después es la Guadalcanal que todos conocemos y que en el actual Imperio se asocia con una gesta bélica ocurrida a miles de kilómetros de aquí. Los orígenes de nuestra localidad son habitualmente mencionados en diferentes publicaciones, ya sean en esta revista como en diferentes libros que se han escrito sobre el tema y todos ellos están de acuerdo en que fue fundada por estos musulmanes. Por tanto, surge la pregunta de cuestionarse qué hubo antes de ellos, qué pueblos habitaban estas tierras no ya con la llegada de las columnas del norte de África, sino en los tiempos anteriores a los bien documentados romanos.
    Es interesante vislumbrar en diferentes fuentes documentales la cautela con que esa parte de la historia es tratada por algunos autores. Tal es la falta de información que lo habitual es encontrar advertencias que alertan de que todo lo que se ha dicho o escrito hasta ahora debe ser tomado “con mucha cautela” e incluso “rechazado” hasta que “no se realicen investigaciones serias y profundas sobre dichas cuestiones”. No es intención de esta breve reflexión didáctica servir de piedra de toque de ninguna revelación milenaria, pero sí de tratar de rellenar el hueco que aún existe en las crónicas sobre los años anteriores a la llegada de los romanos a estas tierras del suroeste de la península. Siempre, por supuesto, con esa misma cautela y adelantando que la base de estas afirmaciones no son parte de ninguna investigación científica.
    

“A la llegada de los musulmanes, la población estaba concentrada a cinco kilómetros de Guadalcanal, en el Cerro de Monforte”

    En la obra “Historia de Guadalcanal” publicada en 2006 y firmada por Andrés Mirón se dedica un capítulo a narrar las desventuras de nuestra localidad entre los tiempos de la prehistoria y la llegada de los romanos a la península ibérica. Mirón solo ocupa tres páginas a hablar de esa época en la que menciona que, a su juicio, la fundación de la villa debió de ser fenicia y no celta. Apoya su tesis en los famosos documentos de Fray Andrés de Guadalupe, el monje franciscano del que también se ha dado buena cuenta de su perfil en las páginas de esta revista, en los que asegura que “la fundación del pueblo data del siglo XV a. de C.” Estamos hablando de hacia el año 1450 antes de Cristo y en ese momento lo que hoy es España difiere bastante de lo que actualmente tenemos en la cabeza que es nuestro país. En aquellos años, en aquella centuria, existían numerosos pueblos diseminados a lo largo y ancho de la península. Son los pueblos íberos que, reunidos en un conjunto total son fáciles de estudiar en la escuela pero presentan diferentes nombres y características mucho más complejas de lo que nos suelen indicar los libros de texto. Así, hacia la zona suroeste aparecen principalmente los famosos tartesios en el valle del Guadalquivir y, al este de éstos, los turdetanos. Solo en el sur de la posterior Hispania también moran los oretanos y los bastetanos, rellenando el mapa de la piel de toro nombres que van desde los edetanos (en la actual Valencia) hasta los pelendones (norte de Soria, La Rioja y sureste de Burgos). En el espacio que va desde el Guadiana hasta el Guadalquivir vivieron los túrdulos.
    A la llegada de los musulmanes no existe, o no llegó nunca a existir, una población visigoda sobre las calles de la actual Guadalcanal, ni tampoco romana. Ni siquiera la hubo íbera, según los vestigios encontrados y las fuentes documentales que nos han llegado. Esto no significa que no hubiera mansios (una especie de posada o venta romana), domus o aldeas íberas, romanas o visigodas en donde hoy están el Palacio, el Coso o la calle Luenga sino que en su momento no constituyeron más que una dispersión de casas o nada mayor que un campamento. Es bien conocido que esta zona ha constituido un importante centro minero de la península ibérica hasta hace relativamente muy poco tiempo y que se conocen explotaciones de plata desde los tiempos de los primeros humanos. No es extrañar, por tanto, que la zona haya sido habitada desde aquellos momentos en mayor o menor medida y que la concentración de población haya podido estar ligada a los aprovechamientos mineros.
    El periodista Andrés Rubio, también habitual de esta revista, nos cuenta a través de su obra ilustrada sobre la historia de Guadalcanal que “algunas crónicas cuentan que Guadalcanal fue fundada por el rey íbero Gerión” en 1690 antes de Cristo. Por lo que se ha podido investigar, se trataría de una leyenda de origen griego aunque Fray Andrés de Guadalupe lo afirma en sus escritos como si fuera un hecho real. En los mapas y descripciones geográficas de los adelantados romanos – como el famoso Plinio el Viejo, Ptolomeo o Estrabón – se marcan las principales poblaciones que surgen a lo largo de la vía que conectaba Astigi (hoy Écija, ciudad fundada junto a una población turdetana) con Emerita Augusta (Mérida) y en ellas destacan pueblos bien conocidos como Regina (Reina) o Constancia Iulia (Constantina), pero no consta que aparezca ningún asentamiento de envergadura en lo que hoy es Guadalcanal. Esto no significa que no hubiera un pueblo de dimensiones similares a las que tiene hoy día nuestro municipio, pero no estaba donde está hoy, sino cinco kilómetros más al sur en el Cerro de Monforte.
    Monforte es una elevación de 710 metros de altitud que cuenta con una posición estratégica. Sobre lo alto del actual castillo de Alanís se puede distinguir a día de hoy perfectamente su silueta mirando al suroeste junto al recorrido del Benalija. Su orografía es muy similar a la que presenta Reina y su alcazaba y no sería descabellado pensar (como hipótesis de trabajo) que el paisaje de ambos cerros fuese muy similar en su momento. Se han encontrado muy pocos restos de Mons Fortis y de su antecedente túrdulo pero sí hay constancia de que existió un doble espacio fortificado con lienzos de la época romana y túrdula que casi con total certeza daba seguridad a una población que existiría en sus faldas.
    De nuevo varios son los autores que hablan de posibles nombres a ese asentamiento en las faldas de Monforte. Que si Tereses, que si Tereja, que si Canani, que si Canaca… De nuevo las fuentes bibliográficas no son concluyentes.

Beturia Túrdula.-

    Susana Pérez Guijo, investigadora de la Brigham Young University de Utah, en Estados Unidos, afirma que “en un principio, la escasez de noticias relativas a la Beturia y a sus poblaciones nos lleva a pensar que esta zona no despertó mucho interés, ya que se alude a ella como si de una tierra marginal se tratara” aludiendo a los autores romanos que conquistarían esta tierra tiempo después. Sin embargo, ella misma asegura también que ese poco interés primigenio cambió al ver la importancia de las minas de la zona y de su estratégica situación como zona de contención de los pueblos lusitanos, bastante batalladores contra el yugo de Roma.

“Guadalcanal se encuentra en los límites entre la Beturia Túrdula y la Beturia Céltica”

    Según afirma Francisco Gallardo en su blog sobre la región de Balutia, esta antigua zona se enmarca dentro del diasistema lingüístico asturleonés, dentro del dialecto extremeño y precisamente Guadalcanal es límite entre la variedad del bajo extremeño y el sudoccidental (porque en Guadalcanal, lo que se habla es extremeño). Este hecho, junto a que nuestra población se encuentre sobre el cabalgamiento geológico de la zona de Ossa-Morena refuerza la idea de que nos encontramos en los límites de la Beturia Túrdula, que no es la misma que la Beturia Céltica. Las paradojas de la historia han hecho que Guadalcanal haya sido a lo largo de los años punto de paso en una vía de comunicación de gran importancia y que haya sido tierra de frontera.
    De acuerdo con las denominaciones actuales, esta parte de la Beturia comprende lo que hoy día es una amplia zona que va desde el sur de Ciudad Real hasta una línea imaginaria vertical desde La Serena de Badajoz hasta Guadalcanal. El punto más al noreste estaría en Almadén y al norte en Capilla (Badajoz). En el sur llegaría hasta el Guadalquivir, pero más allá de Guadalcanal de diluye la presencia túrdula y hacia el oeste las crónicas dicen que Monesterio ya era zona de celtas.

Los túrdulos

    La profesora Pérez Guijo nos da pistas muy interesantes sobre cómo debieron ser los habitantes de Beturia, por lo menos desde el punto de vista de su relación primera con el imperio romano. De sus trabajos se extrae que los romanos y los túrdulos vivieron un encendido romance con los lusitanos y, en diferentes etapas, los dos primeros pueblos llegaron a acuerdos y pactos, pero en otros fueron los lusitanos los que ejercieron el control y la influencia sobre el terreno. Además, se tiene constancia de que los túrdulos se levantaron en armas contra Roma, sea en los siglos II o I antes de Cristo.
    Por su parte, el investigador Jürgen Untermann ha tratado de colocar epigráficamente las diferentes relaciones entre los pueblos prerromanos de la península y, de esta forma, describe con detalle el puesto ocupado por los túrdulos en toda esta maraña de pueblos, gentes y tribus. Así, indica que la Beturia estuvo dividida en dos zonas – como ya se ha dicho – y que la más cercana a los lusitanos estaba habitada por celtas y lo que hoy es Guadalcanal estaba poblada por túrdulos. En primer lugar, los celtas de la Beturia no eran los de la actual Galicia, pero estaban emparentados entre sí. En segundo, los túrdulos no solo hollaron Sierra Morena, sino que también se han encontrado vestigios en la zona de Málaga y Ronda, a sur del Guadalquivir.
    Parece que queda claro que todos estos pueblos no vivieron encerrados en sí mismos en un modelo de autarquía o aislacionismo sino todo lo contrario. Durante los años previos a la romanización y aún incluso con las legiones imperiales en suelo íbero, el intercambio comercial y cultural fue la tónica habitual y dominante. Es por esto que a los túrdulos que habitaron la proto-Guadalcanal se les ha asociado en numerosas ocasiones con los propios celtas, con los fenicios, con los tartesios y con los turdetanos. Estos últimos, aunque su nombre se asemeja mucho al suyo, habitaron zonas más al sur de Beturia.
    Aunque, de nuevo, se sabe muy poco de estos pobladores, existe una teoría que indica que su lenguaje podría estar emparentado con el tartesio o que, directamente, hablaban la misma lengua que los habitantes de lo que hoy es Huelva. Su escritura, de la misma manera, presenta numerosas teorías sobre si se trataba de un sistema semisilabario redundante o un alfabeto redundante aunque otros se inclinan por pensar que se trataría de una fórmula mixta. Sea como fuere, no hay unanimidad ni siquiera en datar el origen griego, fenicio o de terceros en su tipo de escritura.
    Su sociedad estaba basada en la jerarquización de un casta dominante y guerrera contra el resto de artesanos, comerciantes, agricultores y ganaderos. Los sacerdotes, normalmente mujeres, gozaban de gran reputación al igual que ocurría en otros pueblos íberos y prerromanos.
    Sea como fuere, la falta de información y vestigios sobre este pueblo tan guadalcanalense como todos los posteriores que hubo en la zona abre una gran posibilidad de investigación y una oportunidad de oro para completar ese capítulo de la historia de Guadalcanal que actualmente solo ocupa tres páginas.

Sergio Mena Muñoz
Revista de Guadalcanal 2018

sábado, 27 de abril de 2024

Historia de la historia 3

Un magnífico arquero de Guadalcanal y persona cabal

    Lo primero que me viene a la memoria al evocar aquella dolorosa guerra es el número incontable de los compañeros muertos o desaparecidos en combate, cuyos nombres recitábamos como una letanía todas las tardes al toque de oración para que Dios tuviera piedad de sus almas y la fama esparciera sus nombres sobre la faz de la tierra, para que su recuerdo alimentara nuestro coraje y no olvidáramos la deuda con ellos contraída, porque habían muerto para que nosotros pudiéramos poner término a la jornada y conquistar aquel reino.
    No gustaba a los capitanes, particularmente al capitán general, que recitáramos aquella letanía, porque temían que la evocación de los muertos nos lastrase el ánimo. Pero los soldados nos empeñábamos en ello y no había fuerza de capitanes que nos hiciera desistir.
    Ya sabe vuesa merced, porque lo habrá escuchado o se lo habrá dicho fray Bernardino, que me llamo Juan Vázquez de Zúñiga, soy hijodalgo de Jerez de los Caballeros, Bachiller por Salamanca y conquistador del Anáhuac. He matado a miles de “indios”, he amado a algunas “indias” y perdido a mis mejores amigos en las puentes de Tenochtitlan y la guerra del Anáhuac: Al Piloto y Candela perdí entonces, a Remedios y Pantaleón.
    El Piloto fue mi mejor amigo, mi hermano y mi padre. Era de Sevilla, se llamaba Francisco Sánchez Bermejo, pero le decían Francisco de Triana, porque era de este arrabal de marineros. Navegó con el Almirante, descubrió el Nuevo Mundo y murió en las puentes de Tenochtitlan, en las puentes de la calzada de Tlacopan, junto a otros cientos de compañeros, junto a miles de tlaxcaltecas y mexicas, en una noche de lluvia. Aquella noche también murieron Remedios, mi naboría, que era de Cempoallan y me enseñó el arte amatoria, y Candela, que tenía luminarias en los ojos y música en la voz, y Pantaleón, que era el mejor médico y cirujano que he conocido y siempre me sirvió fielmente, y Alonso Almesta, de Olivares, que decíamos el Adelantado y extendió la mano cuando se lo llevaban, pero no pude llegar a él, y Pedro Tostado, el Viejo, que decía cómo el fornicar mucho y bien es la mayor y única fortuna que pueden tener los mozos pobres, y Antonio Vargas, de Sevilla, que en Cempoallan bailó con María Estrada, la única mujer de Castilla que teníamos, y armaron un alboroto, y Alonso de Guadalcanal, que era cazador y parecía el divino Odiseo cuando tensaba el arco, y Gabriel Ortiz, el músico, que lo acompañó a la vihuela cuando cantó en el palacio de Axayácalt, y Alonso Hernández, un buen ballestero que siempre competía con el de Guadalcanal, pero nunca le ganaba. Todos murieron en las puentes mientras llovía y sonaban las trompas y gritos de guerra de los mexicas...
    Perdóneme vuesa merced, me he confundido, que el de Guadalcanal y toda su compañía murió en los patios de Axayácatl, sitiados cuando se vieron cortados y hubieron de retroceder... ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y el rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz aguileña y labios delgados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra. ¿Cómo se puede entender la misericordia divina? ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?
Oh, perdóneme vuesa merced...
    Sesenta años hace ahora de todo eso, que son ya ochenta los que tengo. Ochenta años he cumplido y comienzo a escribir o dictar esta relación de la conquista y destrucción de Tenochtitlan por consejo y encargo de mi amigo fray Bernardino de Sahagún, de la Venerable Orden Tercera del Seráfico San Francisco, estudioso de las cosas y cultura de los antiguos mexicas.
    No sé si podré llevar este empeño a buen término, que ya soy demasiado viejo, ochenta años son muchos años para tanto empeño, tal vez sea alguno más y la cabeza se me pierde. En ocasiones la cabeza se me va y me olvido de dónde estoy y qué hago. Por eso ya no salgo, como solía, solo por estos bosques y sierras, que me sucedió un día que anduve extraviado, errante y sin tino por estas quebradas y barrancas. Pero quiso Dios enviarme unos “indios” buenos que me trajeron a casa, que, si no, en el monte habría tenido que pasar la noche con peligro del frío y las fieras. Sin embargo, para las cosas antiguas tengo buena memoria y me precio de acordarme bien de todos los hechos sucedidos en aquella jornada y aún de los nombres de los más de los compañeros, porque, como yo era muy mozo entonces, todo lo guardaba en la memoria o apuntaba en este cuadernillo, no ahora que todo se me escapa.
    Como digo, acabo de cumplir ochenta años. Fíjese vuesa merced que tengo la misma edad que nuestro hermano fray Bernardino, que nací a catorce días andados del mes de enero de 1499, en Jerez de los Caballeros, como el bueno de Miguel Lezcano, que tan bravamente peleaba con un montante y por eso llamábamos Galaor, aunque la cabeza se me pierde a veces, mientras él la mantiene aún fresca como si tuviera la mitad de años y tengo para mí que me sobrevivirá muchos más, porque, si no fuera por el amor y cuidado de mi ahijado Francisco, no me sabría valer y acaso ya me habría recogido Dios, que seguramente sería lo mejor, porque no sé qué hago ya en este mundo, si no es contemplar la muerte y ruina lamentable de todo lo que aquí vivió y alentó en otro tiempo. Pero Francisco me quiere y cuida, como es obligado que los hijos cuiden a sus padres, aunque Francisco no es mi hijo, sino mi nieto, que hijos ya no tengo. Tengo nietos, dos nietos legítimos tengo, Gonzalo y Juan, varios biznietos y algunos tataranietos, pero éstos, los nietos legítimos, antes querrían verme muerto que no vivo por mor de la herencia.
    Francisco es nieto de una mujer de Cempoallan, que me dejó mi señor don Alonso Hernández de Portocarrero cuando se fue a España por procurador nuestro. Era hija de un cacique y tan hermosa era que no parecía “india”, gitana o morisca parecía, que no “india”. Cuando se bautizó, se le puso por nombre Francisca y tuve once hijos de ella, que tanto me amó y así me dio buenos hijos, que no mi mujer, que sólo uno me dio, porque era estrecha y beata, y no entendía las necesidades que tenemos los hombres, mayormente si hemos sido soldados y hemos estado en grandes peligros, con la muerte al ojo, como yo lo estuve.
    Pero dejémoslo, que esto no hace a nuestra historia, y digamos sólo cómo merced a los cuidados de este nieto, Francisco, hoy puedo estar aquí relatando todo lo que vieron mis ojos en los días de la conquista, según me lo pide fray Bernardino de Sahagún.
    Fray Bernardino me lo había pedido ya desde muy antiguo, desde el tiempo en que fuera maestro en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco me lo tenía pedido y luego más tarde, cuando comenzó la investigación de las cosas de estos pueblos, que muchos no aprueban que fray Bernardino ande estudiando las idolatrías de los mexicas, vuesa merced bien lo sabe. Son muchos los que desconfían y temen sus pesquisas, y el Santo Oficio tiene prohibido que se publiquen libros en náhuatl, que es la lengua natural de esta nación, por lo que nuestro hermano se ha visto en la necesidad de traducir su obra al castellano. Pero ni aun en castellano quiere el Santo Oficio que se impriman los textos sagrados de los mexicas y le quitaron sus papeles, le apartaron sus secretarios y no lo dejaron trabajar, que aquello fue una grandísima amargura para nuestro hermano, porque lo acusan de difundir las idolatrías y maldades de los mexicas, de lo que él se defiende argumentando que de igual modo que el médico conoce el cuerpo y la enfermedad para curarla, así el predicador y el misionero deben conocer los vicios de la república para enderezar contra ellos su doctrina. Pero es en vano, que tengo para mí que las razones del Rey y el Santo Oficio son de otra índole que las de fray Bernardino y nunca alcanzarán un acuerdo. El Santo Oficio y el Rey pretenden el poder y dominio de los pueblos, en tanto que fray Bernardino sólo busca la salvación de las almas. Ahora que soy viejo puedo decirlo claramente, que ya nada me importa lo que hagan con mi cuerpo y nada pueden con mi alma.
    Fray Bernardino desde siempre ha escuchado con atención a los ancianos que le contaban cosas de los antiguos mexicas, que son los señores que había en el valle del Anáhuac cuando los españoles llegamos, y luego todo lo escribía muy menudo y prolijo en papelones de corteza de amate, que son doce libros los que tiene escritos en cuatro grandes volúmenes con dibujos bellísimos, esos dibujos que tanto admiraban a nuestro pintor Antonio Ribera, que era de Marchena, e influyeron tanto en su pintura. ¡El Ribera era un artista! Puede apreciarlo en el retrato que me hizo, que está en la antesala.
    Pero no sé por qué me entretengo en pláticas de cosas que vuesa merced conoce tan bien o mejor que yo. Digo, pues, que hace mucho tiempo que me pidió que escribiera mis recuerdos de la guerra del Anáhuac y sólo ahora me ha persuadido, o por mejor decir, sólo ahora me decido a hacerlo, porque convencido ya lo estaba, que debe ser porque ya siento el hálito de la muerte junto a mí y sé que mis días están contados. Me dijo que Dios Nuestro Señor me ha conservado la vida para que escriba los acontecimientos que tuvieron lugar durante la guerra del Anáhuac.
    —Dios ha elegido a vuesa merced para recuperar la memoria de lo que aquí pasó— me dijo Fray Bernardino.
    Y yo le dije:
    –Pero si ya otros lo han escrito con excelente pluma —le repliqué—. Nadie puede escribir nada mejor de lo que Bernal Díaz del Castillo ha escrito. ¿Qué podría yo añadir de nuevo que no lo hayan dicho el propio Castillo, Hernando Cortés o López de Gómara?
    —Todo— me contestó fray Bernardino.
    La verdad de las cosas tiene tantas caras como testigos hay de ellas y todas son gratas a los ojos de Dios, aunque a veces nosotros no podamos comprenderlo. En cada corazón alienta una parte de la verdad de Dios, cada criatura es única a la mirada de Dios, y, así como los mexicas vieron y supieron cosas que pasaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los españoles, así también cada soldado sin duda supo, vio y entendió hechos y razones que no alcanzaron o callaron otros soldados y capitanes. Aparte de que vuestra merced sabe perfectamente cómo Díaz del Castillo escribió su historia porque no estaba de acuerdo con la versión del padre López de Gómara, que escribía al dictado de Cortés, ni por supuesto con la del propio capitán general que negaba la honra y prez a sus capitanes y soldados.
    Esto me dijo. Pero yo aún insistí:
    –Tiene vuesa merced entre sus hermanos algunos buenos frailes, que también fueron conquistadores, como Sindos de Portillo y Francisco de Medina, que sin duda escribirán una estupenda crónica según vuesa merced quiere--.
    Sonrió fray Bernardino y dijo:
    –Precisamente son ellos quienes me han aconsejado que encargue este trabajo a vuesa merced, que ellos no tienen tantas letras y además saben que vuesa merced llevaba un minucioso diario con todo lo que acontecía--.
    Aquello me desarmó. Se me ocurrió visitar a Sindos Portillo.
    ¿Cómo se te ocurre meterme en este embrollo? –le dije–. Yo no sé escribir.
    ¡Qué tonterías dices! –sonrió–. Nadie mejor que tú para mostrar la trama y urdimbre del hermoso tapiz tejido por nuestro capitán general, que es justamente lo que fray Bernardino pretende. Piénsalo, reúne tus apuntes, que yo sé que los tienes, y haz lo que te pide nuestro hermano.
    La trama y urdimbre... –reflexioné–. Ésa tan sólo la pueden conocer los guerreros mexicas que estuvieron en aquella guerra. Ya me habría gustado a mí conocer a un chollolteca o mexicano que me las contara...

Segundo capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelio Mena Hormedo

sábado, 20 de abril de 2024

Arrieros en el tiempo

 Los últimos arrieros de Guadalcanal

      Se denomina arriero a la persona dedicada a arrear las bestias para que echen a andar y aviven el paso a la voz de “arre” o “arrié”.

    Los arrieros eran personajes del entorno rural que, con sus bestias, bueyes, burros y mulas, cargaban sobre sus lomos productos del campo para su transporte como cereal, paja, aceituna, corcho, carbón, cisco, maderas, piedras, cal y uvas entre otras, igualmente, hicieron una gran labor en nuestra zona cuando existían las minas como único modo de trasladar todos los materiales de las épocas, hasta que la mecanización fue acabando poco a poco con este sector.
    En nuestro pueblo se recuerda a varias familias dedicadas a este oficio durante décadas, LOS GARULLOS, LOS JUAN ANTONIOS, LOS NARANJEROS, LOS TEJAS, LOS LEONES, EL JARERO entre otros.
    “LOS GARULLOS”: Miguel Gallego, padre de Jesús Gallego Espino, naturales de Alanís, y abuelo, de Jesús Gallego Bernabé nacido ya en Guadalcanal el 22-10-1936.
    Miguel llegó a nuestra villa a principios de 1900 con sus seis hijos, al quedarse viudo, se instaló en la calle Sevilla donde les proporcionan las cuadras necesarias para el cobijo de las bestias y nos transmitía sus recuerdos:
    “Mi padre Jesús, junto con sus hermanos Manuel, Antonio y José, eran arrieros y siempre trabajaban juntos. Tenían los burros de mi abuelo y los suyos propios, acarreaban todo tipos de materiales… Maderas al aserradero de los Julianas para la construcción de carros y otros enseres., piedras de cal de la sierra del porrillo, allí los caleros hacían la cal de obra, la Toba para la cal blanca. Piedras para la construcción de casas, cercas, etc.”.
    
    La corcha de los alcornoques, la sacaban en el Real de la Jara y la llevaban a Santa Olalla, Hornachos, pesaban la corcha al final de la sierra, estaban allí toda la temporada que duraba la época de la saca; llevaban sus ¨jateos¨ y dormían al lado de las bestias encima de sus aparejos a la intemperie, terminada la campaña volvían a Guadalcanal junto a su familia.
    El carbón, una de las fuentes más importantes de la época, se extraía de leña obtenida de las talas de las encinas y alcornoques de las dehesas de Extremadura y Andalucía, entre ellos Guadalcanal, Alanís, Constantina, San Nicolás del Puerto y Cazalla, en cuyo término municipal estaba proyectado la construcción de un pantano ¨El Pintado”. Tuvieron que limpiar toda la demarcación del agua extrayendo las piedras para las cercas, la leña para hacer carbón y cisco.
    Todo ello, se transportó por las bestias, desde Galeón, Cascajosa, Cabeza García y todas las fincas colindantes hasta Guadalcanal por el Inquisidor y a otros pueblos. Parte de las fincas antes mencionadas fueron expropiadas para tal causa quedando los cortijos enteros cubiertos por el agua, todo a cambio de tener agua para el ganado y las labores del riego del campo. Yo, ya por aquel entonces tenía diez años, tardábamos desde el pintado al pueblo de ocho a diez horas transportando el carbón en los serones llamados “serás”, los cuales estaban hechos de esparto. Los burros al llegar al pueblo después de tan larga caminata sabían donde tenían que ir para que le aligeraran la carga y ellos mismos cruzaban el pueblo con rapidez. Paraban en las puertas de Pepito, Jesusita, Joaquina, etc. donde les aliviarían la pesada carga. Casi ya finalizada la construcción del pantano más o menos por el año 1948, los burros tenían como misión sacar desde los lugares poco accesibles a sitios afables para su posterior traslado con los camiones de los García, los primeros en tenerlos en nuestro pueblo... Hasta la estación del ferrocarril de Guadalcanal y desde allí salían a sus diferentes destinos.    

    Todo lo que cogería la demarcación del agua, fueron expropiadas parte de las fincas, La Cascajosa, Galeón, Cabeza García, a cambio de tener agua para el ganado y las labores del campo. Y cortijos enteros fueron enterrados debajo del agua
    tuvo que ser talado y cortado para hacer cisco, carbón y aprovechamiento de toda la madera, todo ello se transportó por las bestias en los serones llamados serás, desde Galeón, Cascajosa, Cabeza García y todas las fincas colindantes, hasta Guadalcanal, por el Inquisidor y a otros pueblos. Los serones utilizados para el carbón se llamaban seras. Cuando ya todo llegaba a su fin y corría prisa para las obras del pantano, los burros sacaban las mercancías a sitio afable para juntarlas todas y los Garcias con sus camiones lo transportaban a la estación de ferrocarril de Guadalcanal, para ser enviadas.
    De las cuevas de Santiago exportaban murcielaguinas, la cagada de los murciélagos (guano), era muy valioso, lo transportaban en sacos hasta la estación del tren, se enviaban en vagones hasta un destino desconocido para ellos.
    La paja la acarreaban en barsinas de las eras de Sanjunco, el Charco de la sal, la Plata, etc. En esa época empezaron Manolo joropo y su hermano Antonio (el cano) y José con los bueyes a sacar la paja en carros.
    Era un oficio durísimo y se ganaba muy poco trabajaban con los burros en el Real de la Jara y en Santa Olalla, sacando corcho, dormían todos en un corro a la intemperie encima de los aparejos, al cuidado de las bestias, podían juntarse hasta 200 burros; el jateo no era muy abundante y la temporada larga y lejos de sus casas y familias, el jornal era de unos 20 duros al día. Jesús tendría 15 años.
    Esta circunstancia llevó a Jesús al contraer matrimonio con Encarna a los 23 años buscar otro trabajo que pudiese sustentar a su nueva familia.
    Su padre siguió solo con sus seis burros y una noche de las que normalmente se +dormía al lado de los burros, los lobos atacaron mordiendo a uno de ellos, estaban los dos solos al lado del cortijo La Cascajosa (propiedad del tío Porrillo)..    

    A los 70 años aun mantenía su ultimo burro al que llamaba platero, todos los días le echaba de comer y darle un paseo para beber en el pilar del coso, murió en el 1.982.
  Casado durante 52 años con Jesusa Espínola Murillo conocida en todo el pueblo por ´´Jesusita La del carbón´´ aún vive y tiene en la actualidad…años, nos cuenta lo duro que fue para ellos quedarse sin madre cuando él contaba con tan solo tres años de edad. Aprendió el oficio de arriero con su padre y junto a sus hermanos Jesús y Antonio q era el mayor, una vida muy dura y hombres muy luchadores.
        LOS JUAN ANTONIOS.- Otra familia de tradición arriera. Tenemos la gran satisfacción de haber conocido y hablado personalmente con uno de nuestros últimos arrieros.
    JESUS GONZALEZ GARCIA casado con FRANCISCA GOMEZ RUIZ, nació en Guadalcanal en la calle Feria n. 12 el día 10 de mayo de 1942 en una familia ya de tradición arriera, sus padres fueron Alonso Gonzales García y Carmen García Reyes naturales de Guadalcanal y su abuelo José Antonio Gonzales Paria también arrieros y de los buenos según cuenta Jesús con mucho orgullo y admiración hacia ellos.
    Alonso tenía seis hermanos, cuatro de los cuales eran varones, ellos dedicaron toda su vida a este oficio, tenían catorce y hasta quince burros todos machos con los que acarreaban leñas, chupones, piedras y muy especialmente carbón en los serones propios para este menester, seras, cesta o capacho de esparto resistente para la carga de productos como piedras, arena, carbón, etc. El aceite lo llevaban en otros diferentes hechos de los pellejos de las cabras, lo recogían de los cortijos con gran cantidad de olivos donde tenían su propio molino y lo transportaban hasta los pueblos para ser vendidos.
    Las piedras se acarreaban en Pedreras
    Los arreos de las bestias eran bastantes y todos hechos artesanalmente, muchas de las veces ellos mismos los hacían y cuando el tiempo se metía en lluvia se ocupaban en remendarlos y prepararlos para que su uso fuese lo más duradero posible.
    Lo más curioso y sorprendente era el comportamiento de los burros, el primero de la arria se le llamaba Libiano y encima de la carga se le colocaba un cencerro grande para cuando echara a andar fuese sonando todo el camino y los demás le siguiesen siempre en orden, cada uno sabia su lugar, Golondrino, Mojino, Raudo, Careto, Jerezano, bandolero entre otros… estos eran sus nombres.
    Alonso murió en 1992. a los 85 años, toda una vida dedicada a sus bestias y al trabajo duro para el sustento de su familia.
    JESUS AUN GUARDA CON GRAN ESMERO TODOS ESTOS ARREOS QUE NOS ACOMPAÑAN EN LAS FOTOGRAFIAS DE ESTE TEXTO Y LE AGRADECEMOS ENORMEMENTE.
    También nos cuentan como LOS TEJAS tenían sus cuadras en la calle Sevilla y contaban con arrias bastantes numerosas, y “EL JARERO CON SUS BURROS Y DESPUES CON CARROS SE ENCARGABA DE ABASTECER DE JARAS A LOS HORNOS DE LAS PANADERIAS DE GUADALCANAL Y A LOS HORNOS DE LOS LLANOS DE LEÑA DE LOS OLIVOS Y CHUPONES, EPOCA EN LA QUE LOS NIÑOS DEL PUEBLO DISFRUTABAN EN EL COSO SUVIENDO PARA JUGAR EN LOS MONTONES.
    TAMBIEN UNA AFECTUOSA MENSION AL QUE FUE VECINO DE NUESTRO PUEBLO ANTONIO TORRADO AGUION, EL MELLAO. GRAN TRABAJADOR, BUEN ARRIERO Y MEJOR PERSONA.
    A PARTIR DE FINALES DE LOS AÑOS CINCUENTA ESTE OFICIO FUE SUSTITUIDO POR CAMIONES EN LAS LARGAS DISTANCIAS, , Y LOS ANIMALES SIGUIERON JUNTO AL HOMBRE EN LA MAYORIA DE LOS OFICIOS DEL CAMPO, LABOREOS DE LA TIERRA Y TRANSPORTE DE ACEITUNAS DESDE EL OLIVAR HA LOS MOLINOS DEL PUEBLO ,ES ALLI DONDE YA SE TRANFORMA EN ACEITE VIRGEN EXTRA , EL OLIVAR ES LA MAYOR RIQUEZA DE GUADALCANAL.

    Ojalá todos los vecinos de Guadalcanal con memoria de sus antepasados puedan seguir dándonos información tan valiosa, es historia viva de nuestro pueblo y su gente, son ejemplo del buen hacer y la grandeza que llevan en el corazón.

    Gracias a todos los que nos han regalado su tiempo.


Trabajo publicado y realizado por el Grupo recuperación de patrimonio de Guadalcanal. 

Fotos propiedad del grupo

sábado, 13 de abril de 2024

CON EL DEBIDO RESPETO, SEÑOR

 

Cartas desde Whuzland/primera

Whuzland, Enero 2024

 Estimado Sr. español:

         Señor, permitidme que desde la perspectiva que me permite mi condición de Whuzlanlés, subidito de un pequeño país africano y vecino de aún más pequeño poblado, en el que carecemos de algo tan básico como servicios médicos, agua en nuestras casas, luz y otros servicios elementales, os exponga como os veo, señor, a vos y a vuestros compatriotas.

            Se que sois sedentarios y que amáis la botánica a tal punto que deseáis ser como los árboles, en efecto, aspiráis, señor, a nacer, crecer, reproduciros y morir en el mismo lugar, no os gusta en absoluto moveros, vivís enraizados en vuestro terruño en un alarde tanto de querencia al terreno como de una escasa capacidad para la aventura, y cuando viajáis preferís hacerlo en vuestros lujosos coches, o vuestros rapidísimos trenes y líneas aéreas subvencionadas por el gobierno….

            Nosotros señor, ya sabéis a pie por el desierto o en patera. Hecho este que resulta extraño habida cuenta vuestra pertenencia a un país que tanto explorador dio a la historia y que ahora vuestros congéneres descubridores de la ciencia de la democracia sólo visitáis las colonias para cumbres políticas inútiles, claro que el temple y la raza de aquellos hombres de antaño distan muchos de los actuales.

            Vds. Con el debido respeto, señor, son egoístas, chovinistas y prepotentes. Claro que en nuestro caso, el hambre, el sufrimiento y otros factores, templan el cuerpo y el alma, el hartazgo y el placer los enervan en la opulencia, en su caso, no está mal si no fuera porque lo que demandáis, señor, trabajo poco y bienestar mucho, no lo entiendo, decidme, señor, ¿vuestros compatriotas pretenden encontrarlo a la puerta de casa, al doblar la esquina?,    Ciudadanos de toda África, Europa del Este y Sudamérica llegan a vuestro país en busca de empleo, nosotros en patera, los otros pagando a mafias tres veces más el importe del billete, y vuestros españoles, ¿por qué no se mueven por el ámbito europeo en busca de empleo? ¿Qué idea tenéis, señor, de Europa, de la Unión Europea? ¿Pensáis acaso que solo se trata de unas siglas?, en absoluto, es vuestra gran nación.

            La Europa que se pretende será, es ya, un amplio espacio vital, un gueto para los nacionales de los países no "europeos", una Europa de ciudadanos y no de personas, una Europa de los estados y no del mundo. Pero, pregunto: ¿lo tenéis presente, señor? ¿Se encarga algún gobierno europeo con peso e influencia de hacer ver esto?, yo insto a mis hijos a que se muevan por Europa, señor, a que aprovechen las múltiples posibilidades que se les ofrecen por su condición de seres humanos, bien es verdad que no dominan el inglés, el francés o el español, pero el hambre es el mejor profesor y verá que pronto aprenden.         Quiero ahora, señor, haceros ver que vuestros españoles me recuerdan a las perchas, hablan y no callan de la solidaridad, de la riqueza compartida… pero parecen ignorar que esta debe ser recíproca. Podrán exigir un perchero en la medida en que sean perchero para otras perchas, pero nunca si solo pretenden colgarse en la opulencia, esto supone entregarse a la tarea de ser livianos, nada pesados para los demás y no compadecerse de los pobres negritos que venden pañuelos en los semáforos o cds regrabados.

            Se les ha solicitado el esfuerzo solidario por parte de su gobierno señor, de prolongar la edad de jubilación, las razones son evidentes. Dígame, señor, ¿cuál ha sido la respuesta? , yo os lo digo: negativa, argumentando que echen a los extranjeros de España para recuperar nuestro trabajo, ese trabajo basura y mal pagado que hasta ahora hacían ellos, los negritos, los sudacas... y que sus prepotentes compatriotas no querían, bien, sus españoles verán, pero esta mentalidad botánica y de perchero estático o esta proclividad a la superioridad de la raza europea, resultan incomprensibles para un Whuzlanlés como yo con una renta per cápita de 100 dólares anuales. Con el debido respeto, señor.

 Se despide, un anciano observador


Rafael Candelario Repisa

La fragua del pensamiento. 

sábado, 6 de abril de 2024

Historia de la historia 2


Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal

         Solía coincidir en estos corros el cazador y arquero que habló en el vivaque de Potonchan y vi en la batalla de Cintla, un tipo recio y fuerte como una encina, con guedeja de rizos menudos: Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal, en la sierra Norte de Sevilla, y a renglón seguido contó cómo recorría los pueblos con su padre vendiendo los animales que cazaban, con trampas cazaban, aunque también con arco y flechas, que era un grandísimo tirador de arco según ya había observado y aún tendría ocasión de comprobar muchas veces. Y una vez en Cazalla, en casa del alcalde, notó que la alcaldesa lo miraba de modo especial y así a la vez siguiente se metió en la braga un palo liado en trapos para hacer bulto, a manera de soldado, y ver qué pasaba. Sucedió entonces que dijo la alcaldesa a su padre que fuera a la cocina a limpiar la caza porque se le había ido la cocinera y entretanto se encerró con él en un cuarto chico y sin más trámite, se levantó la falda y enaguas, le mostró lo que guardado tenía y dijo apresúrate que no tenemos mucho tiempo. “Tuvo ella que cogerme el chorizo y meterlo en la olla” –así lo contó–, que yo no atinaba de tan nervioso que me puse, como era la primera vez y no sabía, y ella me agarraba del culo y me atraía con fuerza hacía sí, tanto que en un instante se me escapó la fuerza. La mujer se enfadó entonces mucho, dijo que no era hombre y que se lo diría a su marido, y empezó a gritar, ay, que me violan, gritaba. Nos persiguieron con perros –concluyó–: “Huimos a Sevilla, que mi padre quería irse a la serranía de Ronda, pero yo decidí venirme a las Indias”.
        Este de Guadalcanal formaba en la compañía de ballesteros y manejaba el arco con una eficacia y celeridad envidiables, que por cada tiro de ellos él hacía tres o cuatro y nunca fallaba. Luego recogió varios arcos y aljabas con flechas de mayas y mexicas, dijo que eran de una calidad admirable y desde entonces los usó siempre, que era un lujo ver cómo lo tensaba y derribaba un venado al galope. Allí, en los arenales, lo retó un Alonso Hernández, que era buen ballestero, pusieron blancos de veinte en veinte pasos y al llegar a cien falló el ballestero, pero atinó el cazador. Ajustaba la flecha, tensaba el arco, la cuerda contra la nariz, los labios y el mentón y soltaba. Vibraba el arco resonando semejante a un arpa y volaba la flecha como un halcón a su presa. Otros ballesteros también lo retaron y a todos ganó, por lo que desde entonces tuvo fama y todos admiraron, pero dijo el arquero por no humillar a los ballesteros: --No crean vuesas mercedes que mi destreza es virtud, sino la práctica continua a que mi oficio de cazador me obliga--. De niño mi padre me decía: “Si aciertas, comes, si fallas, no hay comida”. Y así era. Otra pendencia hubo de esas que no se pueden creer de increíbles que son. Fue que el hidalgo que se decía Carmona y Río Guadaíra compró un ave al de Guadalcanal, la pagó y el cazador se la dio, pero dijo entonces el hidalgo que le había comprado dos y no una. Desconcertado quedó el de Guadalcanal un instante y luego respondió: Creo, señor, que se equivoca vuesa merced, y con la mirada buscó testigos que avalasen sus palabras, pero no los encontró porque el Carmona tenía ya fama de pendenciero y torcido. Sin embargo, fiado de la amistad inicial que con él contraje en río Tabasco, quise intervenir a favor del cazador. –Señor hidalgo –dije–, no sé por qué razón, pero yo también creo que se equivoca vuesa merced.
        –¿Me está llamando vuesa merced mentiroso? –bramó entonces–.
       -- ¿A mí, que lo he curado y salvado la vida? –Señor, digo solamente que ha habido un malentendido y que la manera de solucionarlo es volver a negociar o deshacer el trato--.
        No hubo manera, tiró de la toledana el Carmona y dijo que uno a uno o los dos al tiempo habríamos de conocer el sabor de su acero. –Permítame vuesa merced, señor, que soy el primer agraviado– dijo el serrano, sacó el cuchillo de monte, una hoja de palmo y medio de largo por dos pulgadas de ancho, y se plantó ante el alcalaíno. Habían acudido los compañeros a hacer corro y tapar el duelo por la fama del Carmona y el de Guadalcanal, y la extraña escena que formaban, que mientras el uno presentaba espada y daga, el serrano en cambio adelantaba el cuchillo y la mano izquierda abierta como escudo. Pero el pintor de Marchena lanzó una manta al serrano que de inmediato se lio en el brazo izquierdo y las fuerzas se equilibraron un tanto. Pareció un instante confundido el alcalaíno mientras evaluaba la guardia de su contrario, tanteó un par de veces y luego atacó el primero, que era justo lo que esperaba el cazador, quien desvió la estocada con la cruz del cuchillo, avanzó como un rayo y trabó al Carmona de tal modo que le puso la hoja de acero en la garganta. ¡Si os movéis sois hombre muerto! –amenazó–. Soltad las armas. Trató de resistir el alcalaíno, apretó el serrano el cuchillo y al fin hubo de ceder el Guadaíra. –¡Quietos! –gritó entonces una voz–. Os estamos apuntando escopetas. Creí reconocer la voz e hice señal a los nativos de que no se movieran. 
        Enseguida salió el Carmona de entre los árboles seguido del mancebo tantas veces dicho, que fornicaba con una perra, y uno de los bribones que solían acompañarlo. –Ahora no te valdrán trucos –dijo al de Guadalcanal–. Luego el “indio” perderá la mano que debió perder. Señor bachiller, dé a su amigo una de sus espadas. Quiero saber si la maneja tan bien como el cuchillo. Tomó el de Guadalcanal muy lentamente la espada que le tendía, la Florida, al tiempo que con la izquierda empuñaba el cuchillo de monte. Pero de pronto, con celeridad pasmosa, asió la espada como si fuera jabalina y la arrojó contra el bribón, luego, cuando ya el Carmona se le venía encima gritando como un demonio, se arrojó al suelo, rodó sobre sí mismo e hizo caer al alcalaíno. Inmediatamente, con la rapidez felina que lo caracterizaba, fue sobre él, le puso el cuchillo en la garganta y le obligó a jurar por su honor que nunca más haría armas contra nosotros. --Así lo recordaréis mejor – dijo y le rajó la cara con la punta del cuchillo. Nos incendiaron varios aposentos y no paraban de caer flechas, varas y piedras, que estaban los suelos cubiertos de ellas y no podíamos andar por los patios sino arrimados a las paredes porque no nos diese alguna piedra o flecha suelta. Entonces fue cuando Alonso Guadalcanal, el cazador sevillano de la Sierra Norte, mostró su talla de grandísimo arquero y buen estratega, que subió al teocali que teníamos, desde el que dominaba la posición de los arqueros y honderos mexicas, comenzó a tirarles y no perdía flecha. Le disparaban ellos, pero no lo alcanzaban porque estaba más alto, no obstante, lo vio Cristóbal de Olid y mandó a dos o tres soldados que le subiéramos más flechas y lo protegiéramos con nuestras rodelas, y yo fui uno de estos soldados. También subieron algunos ballesteros, pero no tenían la destreza ni sangre fría del Guadalcanal, que se parecía a Hércules, hijo de Zeus, el divino Odiseo flechando a los pretendientes parecía, tanta era su mortífera eficacia. Colocaba la flecha en la cuerda, tensaba el arco, aquel magnífico de madera de roble que salvó de la Joyería, y la soltaba sin tomar puntería como en los retos de los arenales, que ahora tiraba por instinto con una celeridad pasmosa.                                                                                             Disparaba el Guadalcanal y caía un mexícatl, hasta que no quedó ninguno, que unos cayeron y huyeron otros. ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz recta y labios bien dibujados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra.
        ¿Cómo se puede entender la misericordia divina?
        ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?

Primer capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelio Mena Hormedo. 

sábado, 30 de marzo de 2024

Indianos de Guadalcanal

 

Desde México a Guatemala y las Antillas

  Extremadura fue una de las regiones que más conquistadores aportaron a América. Guadalcanal, que pertenecía a ella, se distinguió con un gran número de emigrantes, y así figura entre los treinta y dos pueblos y ciudades que más gente envió. Más que Ciudad Real, Ávila, Guadalajara, Jaén, y Málaga. Más que Écija y Sanlúcar de Barrameda. Más que Plasencia, Mérida, Llerena y Jerez de los Caballeros. Más que Fregenal, Azuaga y Fuente de Cantos y sigue a Medellín, patria de Hernán Cortés, con poca diferencia.
   ¿Por qué se produjo la emigración? La causa de la emigración ha sido siempre el buscar remedio a las necesidades que no se encuentran en el territorio de origen. En esa época vuelven al hogar tantos y tantos brazos que habían empuñado armas en las luchas sucesorias y en la guerra de Granada y ahora se encuentran sin meta. Toda la población, hidalgos y común, tendrían que dedicarse a las faenas agrícolas y ganaderas, de no ser porque el descubrimiento de las Indias abría una nueva salida para ellos.
     Las etapas de la emigración, son las siguientes:
   Etapa antillana, del 1506 al 1526, con salidas esporádicas individuales.
   Etapa novohispana, del 1527 al 1540. El 70% se va a México, el 11% a las Antillas, 6,5% al Perú, 6% a Tierra Firme, dos individuos al Plata, uno a la Florida y otro a Guatemala.
    Segunda etapa novohispana, del 1554 a 1561: 33% a México, 21% a Perú, 20% a Antillas, 6,5% a Tierra Firme, 12% Nicaragua, uno a Florida y otro a Venezuela.
    Etapa Peruana, del 1566 a 1577; el 475 A Perú, 28% México y a Tierra Firme el 19%.
    En el siglo siguiente marchan sobre todo a México, que era llamado Nueva España, al que sigue Perú. En estos países hay muchos descendientes de Guadalcanal. La mayoría de los emigrantes que pasan solos son solteros y los acompañados son padres de mediana edad. Los primeros son jóvenes reclutados que buscan aventuras. A mediados del siglo XVI baja el número de aventureros y aumentan las mujeres y los niños para reunirse con sus maridos. Una oleada de artesanos, mineros, tenderos, abogados, médicos, funcionarios reales y eclesiásticos, marchan para disfrutar de mejores oportunidades. A los jóvenes sin oficio ya no les dejan pasar, porque hay muchos ociosos. Los casados ya no emigran sin sus esposas, y si están en Indias, las reclaman, pues la mayoría de los colonizadores habían tomado concubinas indígenas. En una carta de un capellán al rey en 1545 se dice: “Acá tienen algunos a setenta indias; syno es algún pobre no ay quien baje de cinco o de seys; la mayor parte de quinze y veynte, de treynta e quarenta…”
    En el archivo de Indias, hecho un recuento de guadalcanalenses en América, se ha hallado que entre 1493 y 1579 emigraron 352, desde el último año a 1600 fueron 38 y a lo largo del siglo XVII, setenta y cuatro, que hacen un total de 464 emigrantes, Si a esto añadimos los que se pudieron colocar de polizones, podrían llegar a los quinientos. Tenemos noticias de que en 1527 ya se había ido catorce y que la emigración fuerte fue entre 1527 y 1565.
    Guadalcanal en esa época aparece como una de las villas más pobladas de la Baja Extremadura, con unas cinco mil almas. Las minas de plata descubiertas en 1555 no fueron obstáculos para la emigración, y aunque emigró mucha gente, hay que considerar las que vinieron a trabajar en las minas, que fueron muchas.
    Aunque Guadalcanal pertenecía a la región extremeña y formaba parte del triángulo formado por ella, Azuaga y Llerena, muy vinculados entre sí geográficamente y económicamente, se le relacionaba, como toda la sierra norte, con Sevilla, y de esta sierra eran los vinos que se exportaron a América desde el Descubrimiento mismo. Los vinos claretes, mostos y añejos eran famosos, hasta el punto de llevar los odres el nombre de Guadalcanal, y extendiéndolos los conquistadores por los nuevos territorios. El trasiego de gentes de un lado a otro del mar, llenaba el pueblo de noticias de ultramar, observándose que, tras salir varios individuos de diversas familias en los primeros viajes, vemos salir familiares más tarde al mismo sitio. Todos dejaron hermanos en el pueblo. Muchísimos eran parientes y es que antiguamente las familias de nuestro pueblo estaban unidas por lazos de consanguinidad. El éxito de un indiano influía sobre los paisanos para marcharse, aunque todos no consiguieron éxito y fortuna. Los años de máximas emigración son 1536, con ochenta y nueve personas, con predominio de familias a México, y 1561 con cuarenta y siete, entre ellos muchas familias labradoras, a Nicaragua y Santo Domingo. De todo lo cual se deduce que la emigración de Guadalcanal es fundamentalmente en el siglo XVI.
    El cronista Fernández de Oviedo, señala la fiebre que en todos los niveles despertaron las Indias cuando dice: “Hubo muchos que vendieron los patrimonios, rentas y haciendas que tenían y heredaron de sus padres, y otros, algo menos locos, las empeñaron por algunos años, dejando lo cierto por lo dudoso…”, no temiendo en nada lo que tenían en comparación de lo que habían de adquirir y ganar en este camino.
   El conquistador era por lo general individuo joven. Partían bastantes en pos de aventura, mejora económica y ascenso social. Querían servir a Dios y al rey, pero buscando también posición y riquezas.
    Según las leyes de Indias, el indiano debía ser gente limpia de toda raza de moro, judío, hereje o penitenciado por el Santo Oficio de la Inquisición. Para emigrar era necesario registrarse en la Casa de Contratación de Sevilla con un informe favorable de testigos del pueblo y ponerse en contacto con los dueños de naos o bien con mercaderes acordando el pago. En el Archivo de Indias existe un registro de la familia Bonilla cómo sigue: “Juan de Bonilla e Alonso de Bonilla, hijos de Alonso de Bonilla e Teresa Sánchez su mujer, vecinos de Guadalcanal, pasaron en la nao de Sancho Prieto al Perú, pasajeros de licencia del capitán Francisco Pizarro; juraron Antonio de Ortega y Francisco Muñoz García, vecinos de Guadalcanal, que conocen e que saben que no son de los prohibidos. Año 1534”.
    Del primero que se tiene noticia que emigró en 1509, es Pedro Gómez, artesano, que cambió su oficio por la espada. En 1515, Hernán González Remusgo de la Torre marchó para la conquista de Perú. Su sobrino Fernán González de la Torre, también se halló en dicha conquista. Francisco de Guadalcanal –su verdadero nombre era Francisco González de Bonilla- se asentó en Panamá, donde fue regidor. Mariana Veles de Ortega, una de las primeras que llegaron a Nueva España. Diego Gavilán, en la conquista del Perú, encomendero y fundador de Huamanga.
    El caso de los Bonilla es el más representativo de una familia con éxito. Tras su tío Francisco de Guadalcanal, que marchó en 1517, pasó Rodrigo Núñez de Bonilla, que destacó en La Española y Tierra Firme, donde guerreó con sus armas y caballos, perdiendo muchos esclavos. De la conquista de Panamá pasó al Perú. Fue Tesorero de la Real Hacienda de Quito, recibiendo de Francisco Pizarro varias encomiendas, siendo de los más ricos de allí, pues se calculan en unos cien mil pesos. Más tarde fue nombrado gobernador de los Quijos. Su hijo Rodrigo reedificó la ciudad de Archidona, llamándola Santiago de Guadalcanal. En Quito encontramos también a Alonso de Bastida, que fue Tesorero Real. Pedro Martín Montanero y Juan Gutiérrez de Medina, fueron conquistadores y encomenderos. Miembros de la familia Ortega, Antonio y Pedro de Ortega Valencia, parientes de los Bonilla, que salieron de Guadalcanal en 1540, con rumbo a Nueva España, figurando en la Audiencia de Quito, y encontrándose Pedro como Alguacil Mayor de la provincia de Panamá en 1561. En el mismo registro de pasajeros encontramos a Bartolomé de la Parra, hijo del doctor Juan de la Parra. Sebastián del Toro y Rodrigo López, hijo de Pedro López el cerrajero. Otros miembros fueron Gonzalo Yanes de Ortega, su hermano, el mercader Alonso de Ortega; Rodrigo de Ortega y Jerónimo de Ortega Fuentes.
    Otros indianos fueron: Cristóbal de Arcos, mercader de ropa en Lima; Pedro de Arcos, Luis de Funes Bonilla, Juan de Bonilla Mexía, que mandó una barra de plata a su hermana María de Bonilla, y cuando llegó ya había fallecido; Francisco Rodríguez Hidalgo; Alonso y Francisco González de la Espada, dueños de recuas en Arica. Alonso y Juan González de Sancha, en Tucumán; el capitán Francisco de la Cava, en Potosí; Cristóbal López de la Torre, Álvaro García de la Parra, Juan Garzón, Alonso del Toro, Luis Camacho, Martín de Valencia y Ortega, Hernán Sánchez, el bachiller Pedro de Adrada, Gonzalo Pérez, Francisco Muñoz de la Rica y Esteban García, hijo de Diego Alonso Quintero.
    En México nos encontramos a Diego Ramos Gavilán y Antonio de Bastidas y su hermano Cristóbal de Bonilla Bastida, Hernando y Rodrigo Ramos, comerciantes y mineros; García Núñez de la Torre, en Taxco, minero. En Guanajuato, a Álvaro de Castilla Calderón, que destinó cincuenta mil ducados a erigir el Convento de la Concepción, y a su hermano Juan, ambos mercaderes y mineros, y a Gonzalo de Bonilla Barba, propietario de minas, igual que los anteriores. También se encontraban allí Hernán y García Ramos Caballero, Cristóbal Martín Zorro, Luis de Castilla Chaves, Alguacil Mayor de Minas; Pedro Ramos y Alonso de Castilla, que forman una colonia de Guadalcanal en Guanajuato. No podemos dejar de mencionar algunos más, como Pedro Sánchez de Gálvez, los Yanes, Rodrigo, Juan, Pedro, Gonzalo y Francisco, Miguel y Luis Ortega, Diego Ramos, el Rico y Martín Delgado, que marchó en 1535 y que tiene el mismo nombre que el descubridor de las minas de Pozo Rico.
    Se llamaban “peruleros” a los que habían estado en Perú y volvían a Guadalcanal con riquezas. Parece ser que el nombre se extendió a los indianos de cualquier parte que volvieran a su tierra. Entre los peruleros que había en nuestro pueblo se han encontrado los siguientes: Benito Carranco, en 1624 aparece en la collación de San Sebastián. Había sido socio con los González de Espada y con Arcos en Lima. Juan Bonilla Mejías, Jerónimo Ortega de la Fuente, Luis de Bastida, Pedro Sánchez Holgado, Diego Gutiérrez, sastre en Guadalcanal; Francisco de Torres, Rodrigo de Ortega, que estuvo veinte años en México y regresó en 1608; Agustín de Sotomayor, que 1613 ya llevaba cuarenta años en el pueblo desde que volvió. Los cinco últimos testificaron en un pleito que hubo sobre Álvaro de Castilla y la Concepción. También hallamos a Jerónimo González de la Espada, hermano de Pedro Martínez de la Pava, cura de Cajatambo, en Perú. Éste al morir, dejó por heredera a su sobrina Ana de Bonilla, de Guadalcanal, en 1615. Bartolomé de la Parra, el hijo del doctor de la Parra, regresó a Santo Domingo, seguramente para ver a sus padres y en 1565 marchó a Nueva Granada.
    Jerónimo de Ortega Valencia, que se fue a Tierra Firme en 1570, lo encontramos en Guadalcanal en 1570, regresando ese mismo año a Indias. Gonzalo Yanes de Ortega, que había venido del Perú, lo vemos marcharse en 1556. Diego Alonso Larios, emigró en 1536 a México, volvió al pueblo en 1561, marcha otra vez acompañado de una esclava. También se ha encontrado a la perulera de Santiago en 1565 que tenía un esclavo. El nombre puede referirse a la calle Santiago o a su hospital. En 1577 María González. El más famoso perulero de Guadalcanal fue Alonso González de la Pava, que fundó el Convento del Espíritu Santo y un hospital anejo. Había hecho un gran capital en Potosí, en las minas de plata del Cerro, que estaban situadas en una montaña. Allí se relacionó con Francisco de la Cava y con Alonso González de la Espada. En 1615 ya estaba en Guadalcanal y en esa fecha se empieza a construir el Convento, figurando en 1619 en la iglesia de Santa Ana, como padrino de bautizo de una sobrina nieta, pues él no tuvo descendencia. Se sabe que poseía minas en la provincia de León en Extremadura. En la escritura de donación manda se digan misas por la conversión de los indios y por las ánimas de los indios muertos en las minas de Potosí, falleciendo en 1620 y siendo sepultado en el Convento del Espíritu Santo, donde se puede ver su retrato en el retablo.
    Su sobrino Juan González de la Pava quiso imitarle y marchó al Perú, siendo desheredado por su tío. Sin embargo, años más tarde aparece su nombre como patrono del Convento. De parientes de Alonso González de la Pava, así como de otros peruleros y conquistadores de Indias, descendemos algunas familias de Guadalcanal, según tenemos constancia.
   La conquista, vuelvo a repetir, fue deseo de mejora económica anhelo de ganar honra y fama, celo misionero, preocupación de ascender socialmente y afán de aventura: Se consiguió algo importante: extender el evangelio, propagar la lengua y la cultura española y, cómo no, nuestra sangre.

Antonio Gordón Bernabé.
Revista de Feria 1992

 

sábado, 23 de marzo de 2024

Historias de la historia 1

 

La partida de ajedrez

             Corría el año del señor de 1248, exactamente el 23 de noviembre, después de un largo asedio que duró más de un año, fue reconquistada Isbiliya (Sevilla), por las tropas cristianas del rey Fernando III capitaneadas por el entonces infante Alfonso. Después de largas deliberaciones y desacuerdos por ambas partes para firmar las Capitulaciones, finalmente, el caíd de la ciudad Abul Hasan Al Xataf Ben Abu Alí, conocido en Sevilla como Alxataf, accedió a firmar y abandonar la villa con sus súbditos con dos premisas.

         La primera, que sus súbditos podrían vender sus pertenencias y abandonar la población sin miedo a ser perseguidos o a represalias.

        La segunda, más curiosa e innegociable, que el futuro del alminar de la mezquita mayor (que hoy conocemos como la torre de la Giralda), se la jugarían los dos reinos al mejor de cinco partidas de ajedrez. Por la parte cristiana el jugador sería el infante Alfonso que posteriormente fue Alfonso X “el sabio” y por la parte musulmana el propio Alxataf. El ganador podría ser dueño del futuro de la torre y optar por destruirla o llevársela pieza a pieza en el caso del jugador árabe o conservarla si el ganador se decantaba por los cristianos.

        Estas partidas se jugaron enviándose los movimientos a través de palomas mensajeras y heraldos. Durante este periodo se jugaron cuatro partidas con un resultado de empate, siendo ganadas las dos primeras para el reino cristiano y las otras dos por Alxataf. Un año después fue asesinado en Ceuta Alxataf a manos de las hordas del alfaquí Al-Afaz. Enviando este al rey Fernando III un testigo de las piezas blancas del ajedrez, un elefante de marfil que equivalía al actual alfil y depositando otro alfil, el de las piezas negras, este de ébano fue enviado al califa Abasí Al-Musta´sin.

          Cinco siglos después, el sultán de marruecos Abdalá de la dinastía de los Alauí que era depositario del elefante de ébano, envío al rey de España, el borbón Fernando VI un embajador con una misiva junto con la pieza del ajedrez y un experto jugador para terminar el ciclo de las cinco partidas. El rey Fernando indagó sobre el tema en los escritos antiguos y descubrió que los depositarios de la pieza blanca de marfil eran los frieres del priorato de la orden de San Juan de Acres de Sevilla.

           Finalmente, se jugó la última partida en el patio de los Naranjos de la capital sevillana a la sombra de la majestuosa Giralda, por parte del rey Fernando fue designado un seglar de la citada orden y por parte alauita el jugador enviado con el embajador. Esta partida que se jugó sin testigos y con las dos piezas originales del tablero del siglo XIII presidiendo la partida, terminó después de una agotadora sesión de más de ocho horas en tablas, siendo verificado el resultado, certificado y dando fe los representantes de los dos linajes. Las dos partes aceptaron el resultado y la Giralda sigue presidiendo majestuosa la plaza de la Catedral.


Hemerotecas
Rafael Spínola R.

domingo, 17 de marzo de 2024

Expolio o desamortización de edificios históricos de Guadalcanal (última parte)

 


Una pila bautismal renacentista de la Iglesia de la Concepción, utilizada como macetero en el colegio de monjas del Convento del Espíritu Santo.

  En este artículo no incluimos los nombres de los vecinos o empresas que compraron los edificios, ellos simplemente se beneficiaron en aquel momento de la venta de unas “gangas” que se pusieron a la venta, sin embargo, la actuación del arzobispado, el poco celo del párroco de turno, alcaldes, resto de autoridades locales y la pasividad de los vecinos nos han llevado a una situación actualmente irreversible.

(Última parte).

 

4.- Capilla de San Vicente, es un edificio del siglo XVIII, con una planta de Cruz Latina, una sola cubierta de bóveda de cañón y lunetos y media naranja en el crucero, su alero mudéjar aún conserva la madera original, de estilo difundido por Extremadura, fundada por la orden Dominicana, relaciona su historia con esta orden y la Hermandad del Rosario de la Aurora que fue autorizada en 1851 para su ubicación y finalmente cae en decadencia y se disuelve en 1.914, cerrada al culto definitivamente en 1917 y destrozado todo su patrimonio mueble en 1936 a consecuencia de la guerra civil. Es tal vez el edificio que más intentos de cesiones y compra venta sufrió en los siglos siglo XIX y XX, la primera referencia encontrada data de 1854, el alcalde de la villa Miguel Ramos Lobo propone ante el gobernador eclesiástico de Llerena la cesión de las capillas de “Se donaba para su perpetua memoria de la benefactora”,, sino por los muchos templos que hay en la población”, para construir la nueva casa consistorial, finalmente este primer intento fracasó y las dependencias municipales se construyeron en las ruinas del antiguo palacio de los comendadores Santiaguistas . Ya en el año 1923 el párroco de la localidad Pedro Carballo Corrales, con el beneplácito del Arzobispado de Sevilla Eustaquio Ilundáin y Esteban inicio un proceso de venta y que, gracias a la intervención de Antonio Muñoz Torrado con el inicio de un informe histórico sobre el citado edificio, y con la colaboración de la Hermandad del Rosario de la Aurora, fue paralizada su venta. Pasamos al año de 1935, según información contrastada en el libro “Guadalcanal Siglo XX”, de Ignacio Gómez Galván, cita en su recopilación de los acontecimientos de la década 30/40 del pasado siglo, y dice textualmente:   

“Intento de compra de San Vicente. Con fecha 29 de Julio de 1935, Rafael Cárdenas Ordoñez dirige un escrito al Arzobispado de Sevilla, en los siguientes términos: Rafael Cárdenas Ordoñez, natural y vecino de esta, casado a V.E.R. con el debido respeto, EXPONE: Que es dueño de una casa en esta villa calle San Sebastián, la cual habito y que linda en su parte derecha con la Ermita y dependencia de San Vicente. La referida Ermita al culto está cerrada al culto hace más de diez años y convertida en almacén de anda, pasos y trastos viejos, y si a eso se une que su techumbre está en mal estado, sobre todo las dependencias que lindan con la finca del dicente, al alto criterio de V.E. no se ocultará los graves perjuicios que a la propiedad particular se le ocasiona con este estado de cosas, aumentados conforme pasa el tiempo. Se hace precisa una urgente y costosa reparación en la referida Iglesia de San Vicente. Mas como el estado actual de la iglesia es bien patente, no es mi ánimo ponerla en grave trance por eso me permito proponerle a V.E. la enajenación de la repetida ermita, caso de que no pudieran hacerle las obras que necesita, en cuyo caso no tendría otro destino que demolerla y sobre su solar edificar dependencias con fines domésticos que se incorporarían a mi propiedad que con ella linda. Dios guarde a V.E. muchos años. Guadalcanal, veintinueve de Julio de mil novecientos treinta y cinco”.

            No se hizo esperar la contestación del Arzobispado, ya que en la parte inferior del mismo escrito del Sr. Cárdenas, aparece esta coletilla: “Sevilla 3 de agosto de 1935. Vistos los antecedentes de este asunto y especialmente lo actuado en el año 1923, como motivo de una solicitud del Sr. Párroco de Guadalcanal, decretamos que no ha lugar a lo solicitado en la instancia que nos ha dirigido D. Rafael Cárdenas Ordóñez”.

            A principios de los años 70, una entidad bancaría a través de un vecino del pueblo hizo un nuevo intento de compra o apropiación con la intención de poner una oficina bancaria o cualquier otra intención de actividad en un edificio con una situación privilegiada dentro del casco urbano. Finalmente, en el 1977 y coincidiendo con la romería de nuestra patrona, una representación oficial del Arzobispado de Sevilla, realiza un viaje a Guadalcanal y la zona de varios días, quedando ubicado su hospedaje en Cazalla de la Sierra, durante esos días y con el pueblo ajeno a ciertas reuniones clandestinas, se fraguan los tratos de la venta de la Capilla de San Vicente, edificio emblemático situado en la plaza de España. Esta capilla fue solicitada en cesión en repetidas ocasiones al Arzobispado de Sevilla por los responsables de la Cofradía de Penitencia de las Tres Horas, para instalar en ella sus imágenes titulares y abrirla al culto, consultado a hermanos de aquella época, la respuesta fue una y otra vez negativa. Poco después se ejecutó el acto de enajenación y venta por una cantidad aproximada a 500.000 pesetas, unos 3000 € actuales, convirtiéndola su nuevo propietario en un salón de juegos juveniles, con máquinas recreativas y futbolines, posteriormente y hasta la actualidad en un bar, realizando en su interior varias obras de acondicionamiento, aunque su empleo para usos profanos se remonta mucho antes de su venta, sirviendo de carpintería, almacén de materiales, almacén de andas y tratos viejos, cuadra de caballerías, salón de juego, salón de baile y guateques para la juventud, emisora local de radio, bar, etc., etc., en este trasiego de propietarios ocasionales, se ha cambiado básicamente su interior con obras y modificaciones no autorizadas, el exterior no ha sido básicamente modificado, (aun cuando cabe destacar un ventanal que se abrió en la fachada principal con nocturnidad y alevosía), actualmente se encuentra en buen estado.  


5.- La Iglesia de la Concepción, Muro de la Concepción donde el higuerón bravío halla desidia y baldío para la profanación. A mayor aberración le han hurtado las campanas. ¡Qué niños tendrán ya ganas de jugar en el Cantillo si no queda un monaguillo que repique las mañanas? Andrés Mirón Data del primer cuarto del siglo XVII, es un edificio de ladrillo y una, cubierta con bóvedas de medio cañón. El exterior se encuentra bien conservado, ya que fue restaurado en el año 2010 por un taller de empleo, en cambio su interior que constaba de una cúpula de media naranja en el presbiterio, a los pies del de la tribuna se situaba el coro de estilo mudéjar, en la cabecera un retablo de yesería barroca y azulejos sevillanos del siglo XVII, sillerías y bancos tallados para el culto, todo este conjunto se encuentra expoliado, en ruinas y gran parte de la techumbre hundida, ahora su interior alberga higueras, follaje, escombro y basura. Esta iglesia perteneció y formaba parte del conjunto arquitectónico del desaparecido convento y hospital del mismo nombre fundado por el hijo de la villa don Álvaro de Castilla, que hizo fortuna en las Indias, y que en testamento otorgado en el año de 1613 en Guanajuato (México) lo dotaba e instituía para nuestra villa, comenzó su construcción en 1614 y una vez construido fue ocupado por las monjas clarisas franciscanas. Hemos dejado para el final la venta de este edificio, ya que fue la que hizo saltar las mayores indignaciones de los vecinos del pueblo y se trató sin éxito de emprender acciones ante Patrimonio para evitar su venta, aun cuando si se impendió un eminente derribo.          


        Existe un contrato de compra-venta del edificio del 02 de mayo del mencionado año, firmado por el cura párroco de la localidad titular de aquella época Antonio Espinosa Torres con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas responsables del Arzobispado de Sevilla, como representante y con plenos poderes para efectuar dicha venta, ratificado según decreto de 23 de abril de 1977 y registro de protocolo arzobispal con número 69/77 datado en la misma fecha y año. En el acto de la firma de compra por parte de un industrial panadero de la localidad, consta que hizo entrega de 125.000 pesetas (750 €) como señal del total de la venta acordada en 350.000 pesetas (2.100 € actuales), en este acto se le entregó al nuevo propietario la llave para que disponga del edificio y le dé el uso que estime oportuno, sin clausulas en el citado contrato en el que se hace constar por parte del arzobispado de Sevilla la responsabilidad y expreso compromiso de que “La capilla de la Inmaculada Concepción no está grabada con carga o pensión alguna y se reserva retirar los objetos sagrados , imágenes, etc., así como la pila bautismal, las campanas y aquellos objetos que presenten especial valor”. A principio de ese mismo año y antes de formalizarse su venta, el Ingeniero de Caminos D. Javier Sánchez-Palencia y Dabán, en la redacción del nuevo proyecto de delimitación del perímetro urbano de Guadalcanal, incluía varios edificios, entre ellos la propia iglesia de la Concepción en la categoría de “Edificios Singulares que tenían que protegerse y conservarse”. Este proyecto llevaba como es preceptivo, la tramitación y plazos que comprendían la aprobación provisional de este precepto, sacarlo a información pública y aprobación definitiva, este precepto como tantos otros no se cumplió, el propio Sr. Sánchez Palencia advertía el truco de aprovechar el periodo de tramitación de este y otros proyectos para derribar edificios monumentales o singulares y convertirlos en un solar, y después, si se conseguía la aprobación de los proyectos, ya no podían recuperarse ni tocarse los solares con los que se había especulado. Así fue como se procedió para la venta de la Concepción, primero con las maniobras de desmontes y traslados o desaparición de piezas, ornamentos, figuras y otros objetos de gran valor, luego malbaratando con una fraudulenta venta el edificio, sin respetar el informe de Bellas Artes o el procedimiento abierto de delimitación de un monumental casco urbano.

        Como en el caso de D. Quijote, “claro que no ha sido esta vez, amigo Sancho, con la iglesia con la que toparon”, unos y otros quedaron sin poder de reacción, ya que los responsables del Ministerio de Educación y Ciencia, cursaron un escrito con fecha 7 de julio siguiente a la fecha de su venta a la Dirección General de Patrimonio Artístico y Cultural y a la inmóvil hasta aquel momento Delegación de Sevilla para que por vía de urgencia se haga saber al Ayuntamiento de Guadalcanal que “se declara monumento histórico-artístico con carácter nacional iglesia de la Concepción de dicha villa”, por lo cual, no podría realizarse modificación, proyecto de cambio estructural, obra o cualquier otro movimiento que supusiese la alteración de lo declarado por el Estado, y menos aún sin el estudio y aprobación de la Dirección General correspondiente, así, se paralizó su inminente derribo, no así, sin embargo el progresivo deterioro que ha sufrido año tras año, por el abandono de su dueño y el olvido de todas las entidades estatales y provinciales citadas, en la actualidad su interior se encuentra en ruina total y el exterior fue limpiado y rehabilitado por la escuela taller de empleo “Corredor Eco-patrimonial Sierra Morena” en el año 2010.

           Las actuales casas adosadas a la iglesia formaron parte del antiguo convento, cenobio y subsistentes patios, corredores, acornado y otros elementos arquitectónicos que formaban parte de un bellísimo conjunto, ya que después de la exclaustración del siglo XIX y principio del XX fue vendiéndose por parte el conjunto del convento y quedó reducido al edificio actual. En ella existía y fueron arrancados en aquellos últimos meses antes de su venta, azulejos muy antiguos que constituían un espléndido retablo y una pila bautismal de valor incalculable (esta como hemos citado anteriormente, se convirtió en un macetero con un ridículo cactus en un rincón del patio del Convento del Espíritu Santo).

            No pasó mucho tiempo, apenas seis meses de la formalización de la venta cuando un nuevo sobresalto alertó a los vecinos de nuestro pueblo, a través de fundados rumores indicaban el peor destino posible para el emblemático edificio, una empresa de construcción pensaba transformarlo en un amplio solar diáfano para construir viviendas y se habían iniciado ya las gestiones, también se rumoreaba que el nuevo propietario instalaría en su interior un amplio supermercado, afortunadamente el tiempo corrió a favor y se evitó el derribo.        

Datos. - Guadalcanal Siglo XX, - Apuntes sobre la historia de Guadalcanal, Arte y religiosidad popular: las ermitas en la baja Extremadura, Historia de Guadalcanal, Revistas de Feria, y Hemerotecas y

Autor. Rafael Spínola Rodríguez