Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio
que nos identifica 3/3
Por idéntico argumento a lo expresado en el artículo anterior, es
el propio pueblo quien asume la organización de la mayoría de sus más
significativos rituales a través de hermandades, mayordomías, asociaciones,
etc. Incluso la generalización de las denominadas casas de hermandad para las
cofradías de penitencia, responde claramente al deseo de independencia de cada
agrupación concreta respecto a las constricciones de la Iglesia.
Y son otras muchas formas tradicionales de expresar la teatralidad
popular las que todavía siguen teniendo lugar, a pesar de las seculares
prohibiciones eclesiásticas.
Podría citarse, por ejemplo, la afición a cantar y bailar como
medio de alabanza a la divinidad, que cuenta con testimonios muy antiguos. Con
el tiempo, sin embargo, la Iglesia fue suprimiéndola para propiciar
manifestaciones más interioristas, y aunque en los grandes núcleos de población
han terminado por desaparecer con la única salvedad de los controlados seises,
en las zonas rurales de mayor aislamiento estas prohibiciones jamás hallaron
eco. Por ello continúan suponiendo una parte esencial de las celebraciones
romeras, hoy prácticamente en su totalidad desviadas a cantes y bailes profanos,
los propios del lugar, aunque también permanecen algunos reductos en Andalucía
de antiguas danzas rituales, como las de lanzas o espadas y las de cascabeles y
palillos, estrechamente emparentadas entre ellas. Todas son exclusivamente
masculinas, tal como quedaron fijadas en la reglamentación del siglo XVIII, y suelen
acompañar al patrón o patrona del pueblo, danzando sin cesar durante todo el
trayecto que conduce a la ermita, donde se adentran igualmente para seguir el
baile en el interior del sagrado recinto.
En este sentido, no podemos tampoco dejar de mencionar la vigencia
de espectaculares montajes teatrales en el interior de las iglesias, como el
que tiene lugar en Cantillana, donde el día de la Asunción se utilizan ingenios
mecánicos para escenografiar dicho evento.
Así, desde un escenario preparado al efecto, y donde en principio
la imagen de la Virgen permanece oculta a la vista de los espectadores, se la
va haciendo ascender hasta el centro del retablo de la iglesia, en medio de
cantos, vítores y revoloteo de palomas. Una corte de niñas vestidas de ángeles
acompañan a la Virgen en su subida a uno y otro lado de la rampa.
Con todo, son los recorridos romeros y los desfiles procesionales
los momentos que concentran mayor afluencia de participantes y espectadores y,
por consiguiente, donde cabe desplegar las mayores dosis de teatralidad. Y no
sólo durante los trayectos pues, por lo general, las entradas de las imágenes
en sus ermitas o templos correspondientes se alargan voluntariamente, dejando
manifiesto el esfuerzo de los porteadores del paso y del que dirige la
operación, siempre acompañados con música, vítores y aplausos. En ocasiones, incluso
con atronadoras trabucadas, como las que suenan en honor de la Virgen de Setefilla
en Lora del Río.
En cualquier caso, el mantenimiento de las singularidades de cada una de las fiestas, incluidos
aspectos tales como la gastronomía propia de cada celebración, actúa como
elemento de identificación que distingue el lugar de todos los demás,
conformando todo un mundo cultural sentido y vivido por sus protagonistas.
La
materialización de unas formas de expresión cultural
Vemos,
por tanto, que las formas específicas en que se desenvuelven las
manifestaciones de la religiosidad popular andaluza, se hallan tan consolidadas
que resulta imposible cualquier intento de modificación. De ahí pueden llegar a
comprenderse los ingentes esfuerzos del pueblo por mejorar y enriquecer
continuamente
sus
imágenes, sus enseres procesionales y sus lugares de culto, algo que sin duda
coadyuva al mantenimiento de unas formas de trabajo artesanas, aun reflejando en
ellas las variaciones y adaptaciones inherentes a la dinámica cultural. Y ello
nos adentra en otra parte relevante de nuestro patrimonio cultural: los
procesos de trabajo que dan forma a estas expresiones de nuestra religiosidad
popular.
En principio, parece evidente que la proliferación y reforzamiento
de las romerías en todo el territorio andaluz sustentan la pervivencia de los
muchos oficios relacionados con el mundo del caballo, tanto guarnicionería y
albardonería como talabartería que, combinando cuero y textiles, siguen
surtiendo de objetos tan necesarios como zahones, arreos o sillas de montar, a
los que se agregan los elementos fabricados con metales, como el bocado, los
estribos o las espuelas, además de la elaboración artesana de mantas
estriberas. Pero al mismo tiempo, también explica el nuevo auge que está
cobrando la construcción de carruajes tirados por caballerías, imprescindibles
para romerías y otras fiestas, incluyendo trabajos de ebanistería, forja y
guarnicionería.
Respecto a las indumentarias específicas de los integrantes de las
fiestas, son numerosos y variados los trajes asociados a un ritual determinado
y, dentro de él, al papel asignado a quien lo por ta: mayordomos, danzantes,
etc., y que precisan que se mantengan vivos los conocimientos necesarios para
su elaboración.
Para el grueso de los asistentes, sin embargo, no cabe duda de que
la influencia de romerías tan difundidas como la del Rocío, se hace sentir en
cuanto a la relegación de la vestimenta propia del lugar en pro del traje
campero para el hombre y el de faralaes para la mujer. A éstos últimos se
vincula a su vez, en no pocas ocasiones, el mantón de Manila, una prenda
singular hoy plenamente identificada con Andalucía, sin ser sus creadores,
debido al uso extendido y ritualizado que le hemos prestado, junto a la
consolidada adaptación de sus diseños a nuestros gustos ornamentales.
Su confección industrializada alcanza ya todos los rincones, aunque
todavía podemos encontrar ejecución ar tesana en varias localidades del
Aljarafe y la Vega de Sevilla.
Tampoco cabe olvidar la música propia de estas celebraciones, tan
ligada en Andalucía al tamboril y a la flauta o gaita, cuya construcción ha
estado tradicionalmente ligada a la artesanía pastoril. A estos instrumentos hay
que unir la omnipresente guitarra, además de palillos, panderos y otros, para
los que cada vez resulta más difícil encontrar artesanos ocupados en su elaboración
artesanal.
Pero, sin duda, son todos los elementos ornamentales de las
imágenes los que concentran el mayor esmero y atención. La fuerza de la
tradición de las peculiares características de la religiosidad popular andaluza
puede explicar igualmente el hecho de que, en la actualidad, la inmensa mayoría
de estos elementos continúen apegados a una peculiar estética neobarroca, como
ignorando el transcurso de los siglos y los cambios sucedidos en las
directrices artísticas. Sin lugar a dudas, es justamente este estilo el que
mejor expresa el sentido teatral, tan arraigado en el pueblo, y el que logra mantener
viva la emoción de los espectadores en sus celebraciones religiosas, a pesar de
que la propia Iglesia intente hoy desvalorizar la exuberancia ornamental que
ella misma propició en los momentos de feroz lucha contra la iconoclastia
luterana.
Esta tendencia es perfectamente observable, como dijimos, en las
vestimentas de las imágenes. Pero, es más, incluso en las tallas patronales de
madera policromada que no han recibido adición de indumentaria alguna, la
fastuosidad con que la religiosidad popular rodea siempre a sus imágenes
titulares se concentra inevitablemente en las andas procesionales. En su
morfología resulta cada vez más evidente la similitud con la de los pasos penitenciales,
usando para ello los metales o la madera dorada o charolada, e incluyendo
candelería, figuras escultóricas y exorno floral al estilo cofradiero. De
hecho, para su elaboración se acude cada vez más insistentemente a los mismos
talleres que trabajan de forma prioritaria para las hermandades de penitencia.
Y es que uno de los grupos de oficios artesanos de mayor singularidad en
Andalucía es, indudablemente, el conjunto de actividades necesarias para la
consecución de los elementos procesionales de la Semana Santa, compendiando en ellas
unas formas de trabajo fuertemente consolidadas y altamente representativas de
nuestra tradición cultural 8.
Mención aparte merecen siempre los imagineros, los creadores de
las obras centrales de estas manifestaciones, esto es, las imágenes titulares
alrededor de las cuales gravitan los elementos decorativos. A nadie escapa la
distinta consideración que se les atribuye, remontando la mera categoría
artesanal para ser incluidos entre los "artistas".
El mismo hecho de que los historiadores del arte vuelquen hacia ellos un gran
interés (o al menos hacia su obra, que está exhaustivamente documentada y
analizada), contribuye al refuerzo social de tal distinción. No obstante,
aunque en otro tipo de producciones estén libres de sujeciones y puedan llegar a
crear verdaderas obras innovadoras, en la actual iconografía sacra forzosamente
han de mantener las pautas formales dictaminadas por el gusto popular.
En suma, son muchas las artesanías que dan vida a las expresiones
de la religiosidad popular andaluza, porque muchos son los elementos precisos
para su desarrollo.
Todas ellas nos revelan un mundo ideológico, verdadero patrimonio
cultural de los andaluces, que ha determinado incluso el desenvolvimiento de la
propia actividad, porque la vida de los talleres (su organización interna, las
relaciones con los clientes, la jerarquización del trabajo, los grados de
especialización, el sistema de aprendizaje, la elección de materias primas, instrumentos
y técnicas, y hasta su propia esperanza de continuidad), está fuertemente
influida por las ideas de la religiosidad popular andaluza y por las fórmulas estéticas
que sirven a la expresión de esas ideas.
La situación presente de cada uno de estos oficios refleja a su
vez el continuo esfuerzo adaptativo de nuestras tradiciones culturales, que
origina la pérdida, pervivencia o introducción de determinados materiales o técnicas
de elaboración y que, consiguientemente, reclama la debida atención por par te
de las instancias encargadas de velar por su documentación.
La
valoración de un patrimonio propio
En resumen, del análisis antropológico de la ritualidad andaluza
se desprenden datos de incuestionable valor para la comprensión de nuestra
ideología y nuestra estructura social, reproducida simbólicamente en cada una
de nuestras celebraciones 9. Claramente la religiosidad popular entraña formas
de expresión cultural que rebasan con mucho el aspecto puramente religioso y
que, como tales, deben ser objeto de la adecuada atención patrimonial en sus
múltiples vertientes: lugares, bienes, saberes y conductas fruto de la
tradición cultural, tal como contempla expresamente en su Título
VII
la Ley de Patrimonio Histórico Andaluz.
Atendiendo a estos enunciados, parece que al fin se ha superado la
añeja consideración esteticista de los tesoros histórico-artísticos para
dar paso a una visión más antropológica, para la cual son los valores
inmateriales que se le atribuyen a los objetos de referencia (sea cual sea el sopor te en que se
encuentren) los que definen su significación cultural y los que justifican las
razones argumentables para su preservación 10. De esta forma, cuando hablamos
específicamente de los bienes culturales emanados de nuestra religiosidad
popular, no cabe ya, por tanto, limitar la selección de los mismos a unas
determinadas realizaciones materiales supuestamente valorables en sí mismas:
por su firma, su estilo, sus trazos, su genialidad en definitiva. Muy al contrario,
su valor principal siempre será el de constituir el testimonio de una identidad
cultural, de un modo de expresión colectivo, vivo, dinámico y cambiante.
De ahí el interés de una ermita, una talla anónima o una carreta
rociera. De ahí el respeto que debe presidir la elección de los criterios a
aplicar en toda restauración.
De ahí la importancia de documentar unas específicas técnicas de
trabajo o unas concretas formas de relación.
De ahí la inevitabilidad de insertar estos bienes en su contexto
sociocultural. De ahí, sobre todo, la congruencia de que sea el propio pueblo
andaluz quien, también en este caso, tenga la potestad de decidir sobre un
patrimonio que le pertenece.
Departamento de Antropología Social
Universidad de Sevilla
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