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domingo, 3 de enero de 2021

El clero y la religiosidad en Guadalcanal en el antiguo régimen 4

Ermitas y Cofradías

 IV.- ERMITAS

Aparte las tres parroquias, en la villa y sus proximi­da­des se locali­za­ban varias ermitas. Se trataba de santua­rios abiertos esporádicamente al culto, mantenidos gracias a algunas tierras y limosnas donadas por vecinos e institu­cio­nes locales. Su origen y finali­dad hemos de contem­plarlo en el contexto religio­so de la época, estando asociada su cons­truc­ción a las fundacio­nes de cofra­días, cuyos herma­nos solían hacerse cargo de la dotación ornamental y del man­te­ni­miento. El culto solía reducirse al día del santo titular, con velada, misa y procesión.

En 1575 existían cinco de estos santua­rios: San Benito, San Pedro, Nuestra Señora de Guadito­ca, Nuestra Señora de los Remedios y Santa Marina. Ya a finales del XVIII, según datos del Interrogatorio, esta última había desaparecido, aunque, por lo contra­rio, se habían construido otras cuatro más (San Bartolo­mé, Nuestra Señora de los Milagros, San Vicente y la del Santo Cristo del Humilladero), algunas de las cuales herederas de los numerosos hospitales existentes en el XVI.

La ermita de San Benito, según la descrip­ción de los visita­do­res de 1575:

“Está situada como a media legua, en el camino de Alanís. Es de cantería de piedra rosada y tiene dos puertas, la una a septen­trión y la otra al medio día. Delante de esta hay un portal grande sobre cuatro arcos de ladri­llo.

El cuerpo de la dicha ermita es de tres arcos de ladrillo, con la techumbre de madera de castaño.

La capilla principal tiene delante una reja de madera con un crucifijo. Es de crucería de ladrillo. Al altar mayor se sube por cuatro gradas y es de arco toral. Hay dos altares: el uno de San Blas y Santa Lucía y el otro de San Lázaro.

En mitad del cuerpo de dicha ermita hay una puerta por la cual se entra a una pieza larga donde hay una chimenea que sirve para velar.

Junto a la puerta de septentrión hay un pozo, junto al cual hay una huerta con dos higueras y dos olivos y unos ciruelos.

Dentro de la huerta hay una casa para el ermitaño. Es de un cuerpo pequeño con un palacio largo con otros aposentos”.

Sus ingresos, de acuerdo con las cuentas presentadas por el mayordo­mo de 1574, alcanzaban 6.559 mrs. anuales, obteni­dos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo recolecta­do en el bacín fijo que existía en la parroquia de San Sebastián y por la renta de dos fanegas de tierra propias de su fábrica. La huerta y la casa no produ­cían beneficio alguno, pues los usufruc­tos pertene­cían al ermitaño encargado de su custodia y mantenimien­to. En 1791, según datos aportados por el párroco de Santa María, estaba bajo la tutela de un ermitaño y se abría al culto el domingo infra­octa­vo de la Natividad de Nuestra Señora.

No especificaron los visitadores la ubicación de la ermita de San Pedro. Sí indican que estaba próxima al pueblo, pues decían que se encontraba como a dos tiros de arcabuz. Su fábrica era sencilla, destacando un portal grande con una danza de arcos sobre cinco pilares. Humilde también el inventario de bienes, así como los ingresos y gastos. Según el informe de 1791, se abría al culto el domingo infraoctavo de la festividad del Santo, celebrando misa cantada y procesión por los alrededo­res.

La ermita de Nuestra Señora de los Milagros se localizaba en el paraje conocido por la Calera, como a una legua de la villa. Era pequeña, de una sola pieza y puerta a septen­trión (norte). En 1791 no quedaba rastro de su fábrica, si bien se había remodelado la capilla del antiguo hospital de los Milagros, en la colación de Santa María. El culto se reducía a una misa cantada y sermón en el día de la Nativi­dad de Nuestra Señora. En sus depen­den­cias, según relataba el cura de la referida parroquia, tenían lugar juntas o asambleas de dos asociacio­nes religio­sas: la Escuela de Cristo (asocia­ción exclusiva­mente masculi­na) y la Escuela de María (sólo de mujeres).

La ermita de Ntra. Sra. de Guadito­ca, la más popular en la actuali­dad, apenas destacaba entre las otras ya existen­tes en el siglo XVI, si nos atenemos a la pobre dotación para el culto que tenía en 1575. Los visitado­res nos dejaron la siguiente descripción:

“Es de cuerpo mediano con una puerta a poniente sobre tres arcos de ladrillo y techumbre de madera de castaño con sus ripias de madroño.

La capilla principal es una pieza pequeña, con techumbre de madera y alfajías y ladrillos por tabla. Tiene dicha capilla una reja de madera de pino por delante.

En el altar mayor una imagen de Nuestra Señora.

Junto a la dicha ermita hay un humilladero con una cruz de hierro”.

En el Interrogatorio encontramos más datos sobre este santua­rio. En su informe particu­lar, el Sr. Alfranca nos dice que durante los tres días de Pascuas de Pentecostés se celebraban misas cantadas y procesiones. Coin­cidiendo con dichos días, continúa el informe, se celebra­ba una feria a la que concurrían mercaderes de paños, telas, quincalla y bujerías, todos ellos atraídos por el principal negocio que allí les convocaba: la venta de ganados. La feria tenía carácter comarcal, asistiendo vecinos de todo el partido y de numerosos pueblos de las provincias limítro­fes (20). También tenía carácter comarcal la devoción a la Virgen de Guaditoca, con cofradías en Ahillones, Berlanga y Valverde, circunstancia que levantó una fuerte polémica en 1792, cuando por decisión del cabildo guadalcanalense la feria se trasladó a la villa (21).

También extramuros de la villa, como a legua y media de distancia, se localizaba la ermita de Santa Marina, en la dehesa del mismo nombre. La descrip­ción de 1575 ya pone de mani­fiesto el lamentable estado de conser­vación que presenta­ba, por lo que no es de extrañar su inmediata desaparición:

"Es una ermita sobre tres arcos de ladrillo y el arco toral. La techumbre es de madera de castaño y alfarjías y rocas por tabla La capilla mayor es de madera de castaño y alfarjías y ladrillos por tabla; delante una reja de palo quebrada y vieja.

En el altar mayor hay una imagen de Santa María de bulto entero en un tabernáculo.

Junto a la dicha ermita está todo alrededor un colgadizo de madera de castaño y roca por tabla y parte descubier­to.

Junto a la dicha ermita está el aposento del ermitaño."

Dentro de la villa, en la colación de Santa Ana se encon­traba la ermita de San Bartolomé. El culto se reducía a misa y procesión en el día del santo. Sin bienes ni ermita­ño, los visitadores sólo anotan las limosnas de sus devotos.

También dentro de la villa, en la colación de Santa María y en la misma plaza que la Iglesia Mayor, se ubicaba la ermita de San Vicente (22). Se abría diariamente al culto para el rezo del rosario matutino, aparte de las celebraciones propias del día del santo protector (23).

Finalmente, extramuros de la villa, en uno de sus arra­bales se localizaba la ermita del Santo Cristo, cuya velada y festividad tenía lugar el 14 de sep­tiembre.

 

V.- COFRADÍAS

Eran asociaciones religiosas bajo la juris­dicción ecle­siásti­ca y, por tanto, acogidas a la reglamenta­ción del Derecho Canónico. En cuanto a su origen fundacional, existían cofradías abiertas a cual­quier aspirante o cerradas, pudien­do, unas y otras, agrupar a hermanos vinculados a un barrio, parro­quia o gremio profesional.

Tenían como finalidad proponer la celebración de cultos en honor de los titulares (Cristo, la Virgen o sus santos), enri­quecer espiritualmente a sus asociados y ejercer la caridad cristia­na entre cofrades y necesita­dos en general. Según el predominio de uno u otro, se podían establecer diferentes modalida­des: sacra­mentales, penitencia­les, de gloria y gremia­les.

Las hermanda­des sacramentales proponían el culto al Santísi­mo Sacramen­to, devoción habitual en los pueblos de nuestro entorno cultu­ral. En este grupo hemos de incluir la Hermandad y Cofradía del Santísimo Sacramento (parroquia de Santa María), la Cera del Sacramento (Santa Ana) y la Hermandad de la Cofradía del Santísimo Sacramento (San Sebastián). Esta última, con 150 hermanos, parece ser la más popular de entre las de su natura­leza. Cada una de ellas disponía de un bacín (cepo) particu­lar en su parro­quia, sosteniéndo­se además con la cuota de sus hermanos. No aparece entre sus gastos ninguna partida destinadas a pobres, consumiendo el presupuesto en la lámpara de aceite que perennemente ilumina­ba al Santísimo, en la ayuda a curas y sacristanes por su participación en los actos festivos, en la cera de la proce­sión del Santísimo y en la instala­ción del monumen­to el día del Corpus.

Las cofradías peniten­ciales quedaban bajo la advocación de distintas escenas de la pasión de Cristo, o recogían algunos de los sufri­mientos, dolores y angustias de su Santa Madre. Los días mayores se locali­zaban en la cuaresma y Semana Santa, momentos en que se manifestaba plenamente sus activi­dades religio­sas y carita­ti­vas. A finales del siglo XVIII sólo concurrían en Guadalcanal las cofradías de la Vera Cruz, Jesús Nazareno y la Soledad.

Las de gloria veneraban a la Virgen gloriosa o a algún santo protector. En Guadalcanal estaban presente la Hermandad de la Concepción de Nuestra Señora, la de Santiago y la de la Caridad, estas dos últimas administrando sendos hospitales.

 

Notas.-

(20) Más adelante, futuro convento del Santiespíritu, donde se acogía una de las dos comunidades de religiosas clarisas presentes en la villa.

(21) La proliferación de instituciones de esta naturaleza propiciaba la existencia de un centenar de clérigos en la localidad, según ya comenté en otros artículos publicados en esta misma revista.

(22) LÓPEZ, T. Censo de población de las provincias partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI, Madrid, 1829.

(23) HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S. “La Capilla de San Vicente Ferrer de Guadalcanal y la antigua Hermandad del Rosario de la Aurora”, en Revista de Feria y Fiestas. Guadalcanal, 2000. El autor nos pone en los antecedentes y vicisitudes que afectaron a dicha ermita y hermandad, para satisfacción de los guadalcanalenses interesados por su historia.


Manuel Maldonado Fernández (Trasierra 2004)

Revista de feria de Guadalcanal 2004

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