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lunes, 10 de diciembre de 2018

Nuestro Entorno 9


Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Segunda parte)

Un grupo importante, especialmente por las imágenes que en ellas se veneran, es el compuesto por los templos cuyo origen se relaciona con los hechos históricos de la Reconquista. El asedio de la ciudad de Sevilla por las tropas cristianas dio como resultado la construcción, en los lugares donde se habían instalado los campamentos, de las ermitas de Nuestra Señora de Valme en Dos Hermanas y Nuestra Señora del Aguila en Alcalá de Guadaira. Esta última se utilizó hasta mediados del siglo XVI como iglesia parroquial, pasando a denominarse ermita cuando la población abandonó definitivamente el recinto militar en el que se sitúa, a lo largo de la centuria siguiente. Relacionado con los capitanes del ejército de San Fernando, o con sus familiares, se encuentran la ermita de Nuestra Señora de Roncesvalles de Bollullos de la Mitación y la Capilla de Santa Ana de Dos Hermanas. En estos templos se veneran imágenes góticas, de fines del siglo XIII, excepto en la de Alcalá de Guadaira que, al ser quemada en 1936, fue sustituida por una copia realizada por Illanes al año siguiente. Aquellas esculturas son de gran interés, no sólo por ser las más antiguas que se conservan en la provincia, sino por tratarse de obras realizadas en talleres del norte de España o franceses, caso de la Virgen de Roncesvalles. Todas responden a los modelos medievales de tradición bizantina, apareciendo sentadas o de pie, sosteniendo al niño sobre el brazo o la pierna izquierda. Ambas figuras miran al frente, en actitud hierática, sin ninguna relación entre sí. Estas mismas características presenta la Santa Ana Triple de la capilla del mismo nombre en Dos Hermanas.
En este caso, Santa Ana le sirve de trono a la Virgen y ésta, a su vez, al Niño. La iconografía de esta imagen es centroeuropea, siendo una simplificación de la representación del árbol de Jesse o generación terrenal de Cristo.
La ermita de San Mateo de Carmona, al igual que las anteriores, tiene su origen en la Reconquista. En este caso, en la acción de gracias por la toma de esta población sevillana el mismo día de la festividad del santo. Los conquistadores decidieron construir una ermita donde celebrar los aniversarios a través de un acto de “pleito-homenaje” que, prácticamente, se estuvo realizando hasta mediados del siglo XIX. En la década de los ochenta del presente siglo, tras la restauración de la ermita, el Ayuntamiento ha recuperado esta antigua tradición (13). Durante las obras de rehabilitación se descubrieron restos de pinturas murales, posiblemente del siglo XV. De entre ellas, la mejor conservada es la que representa, en el muro de la epístola, una Santa Lucía distinguiéndose sus atributos característicos, la bandeja con los ojos y parte de la palma del martirio.
Este hallazgo nos hace reflexionar sobre la importancia que tienen estos inmuebles para la Historia del Arte en Andalucía, ya que muchos de ellos guardan aún
importantes obras pictóricas hasta hoy desconocidas. No es ésta la única muestra de pintura mural de fecha tan tardía que se ha localizado en la provincia de Sevilla. De no existir ningún testimonio medieval de esta modalidad de pintura, si exceptuamos las del Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, en los últimos años han ido apareciendo importantes testimonios.
Una vez estudiados y analizados en su conjunto, nos ayudarán a conocer mejor las labores de los talleres sevillanos a lo largo de los siglos XIII al XV. Junto a la anteriormente comentada y a las aparecidas, durante las obras de restauración, en la Capilla de la Magdalena del Conjunto Monumental de la Cartuja de Sevilla, habría que señalar las existentes en las ermitas de Cuatrovitas de Bollullos de la Mitación o, las recientemente restauradas, de Nuestra Señora del Águila de Alcalá de Guadaira. En aquella se han localizado diferentes restos, sobresaliendo el panel donde un grupo de personajes se distribuyen en un esquemático paisaje. En el de Nuestra Señora del Aguila figuran San Mateo y Santiago el Mayor, vestido éste de peregrino, cobijados por un arco apuntado y teniendo de fondo un falso tapiz decorado con motivos vegetales, inspirados en tejidos tardomedievales. Junto a estas raras pinturas medievales, algunas ermitas conservan parte de su primitiva decoración mural realizada entre los siglos XVI y XVIII. En el lado de la epístola del presbiterio de la ermita de Nuestra Señora de Guía en Castilleja de la Cuesta se observa un fragmento de la pintura la Adoración de los Reyes del siglo XVI. Está cobijada bajo un arco de medio punto decorado con motivos vegetales, siendo visible parte de los tres magos. El único completo, viste túnica roja y manto marrón portando entre las manos un objeto.
De los otros dos, en pié, solo se conserva parte del manto azul de uno y del tercero el calzón blanco y una túnica roja. En la misma ermita de Cuatrovitas existe también un San Cristóbal del siglo XVIII. Las paredes de la ermita de San Sebastián de Puebla del Río presentan un interesante programa iconográfico-devocional realizado en el último tercio del siglo XVIII, aún sin estudiar. Enmarcados por rocallas, guirnaldas y angelitos aparecen, en forma de cuadro o efigiados en cartelas, San Rafael, San Fernando, San Marcos, San Isidoro, San Cayetano, San Mateo, Santa Marina, San Antonio de Padua, San Francisco de Asís, San Antonio Abad, San Juan Evangelista, Santa Bárbara, San Joaquín, San Diego, Santa Isabel de Hungría, Santa Ana, San Basilio, San Lucas, Santo Tomás y San Juan Nepomuceno.
Menos vistosos, pero no por ello menos importantes, son los conjuntos de la ermita de Guaditoca de Guadacanal, realizado por Juan Brieva, y el de la Iglesia de San Bartolomé de Cantillana. Escenas bíblicas, padres de la iglesia y evangelistas aparecen en la primera, mientras que ángeles pasionarios entre guirnaldas de flores, rocallas, cintas con versículos y cartelas de exaltación a la pasión de Cristo cubren las bóvedas de la segunda. Otro tipo de ornamentación de estos templos son las yeserías, aunque algunas de ellas, en el año 1989, se encontraban prácticamente perdidas por
el hundimiento de las cubiertas, como las deciochescas de la ermita de la Virgen del Carmen en Pedrera.
Otras, en cambio, han tenido una mayor fortuna. Así, en Lora del Río, las bóvedas de la ermita de Setefilla siguen conservando las labores de yeserías, de motivos
vegetales enmarcadas en registros geométricos, de fines del siglo XVII.
Muchos de los bienes muebles existentes en estas capillas y ermitas, especialmente en las ubicadas a las afueras de las poblaciones, tal y como recomiendan
las Autoridades Eclesiásticas, han sido trasladados a las iglesias parroquiales de las poblaciones por motivos de seguridad, devolviéndolos a sus respectivos templos durante la festividad de los titulares. Sería larga la lista de bienes que han sido trasladados, aunque en el caso de las imágenes titulares, algunas de ellas, el cambio de ubicación, está relacionado con epidemias y enfermedades que asolaron a las poblaciones a lo largo de la historia. La Virgen del Valme se llevó a la iglesia parroquial de Dos Hermanas para salvar a la población de una epidemia de peste acaecida hacia el 1800. En su lugar, en la ermita, actualmente existe una reproducción fotográfica. Un trampantojo del siglo XVIII preside el altar de la ermita de la Virgen de Gracia de Carmona, desde que a mediados del XIX la titular se depositó en la iglesia prioral de Santa María. Asimismo, un simpecado preside, desde hace pocos años, el retablo donde se situaba la Virgen de Cuatrovitas, tras su traslado a la parroquia de Bollullos de la Mitación.
Si esta medida es tomada para los objetos de gran valor histórico, artístico o devocional, no suele ser aplicada a los exvotos, a pesar de que son los únicos bienes muebles que aparecen explícitamente señalados en el Derecho Canónigo, prestando especial atención a su seguridad y al modo de exposición (14). Este interés de la Iglesia por los exvotos radica en el hecho de ser actos de fe hacia la imagen, testimonios de la devoción y veneración que se tiene a las imágenes sagradas. Tal y como su nombre indica, estos objetos son ofrendas a la divinidad como resultado de una promesa o de un favor recibido. Los más interesantes, por su valor documental, son los que narran los milagros y las diferentes circunstancias por las que el beneficiario solicitó la intervención divina. Los inventariados en las ermitas sevillanas responden a esta tipología, encontrándose en las capillas de Nuestra Señora de los Remedios de El Coronil, de la Vera Cruz de Marchena, de San Gregorio Osetano de Alcalá del Río, de la Hacienda de Torrijos de Valencina de la Concepción y en las ermitas de Nuestra Señora de la Aurora de Los Palacios-Villafranca, de la Vera Cruz de Coria del Río y de
Nuestra Señora de Setefilla en Lora del Río. Estos, generalmente rectangulares, están realizados con la técnica del óleo sobre lienzo y compartimentados en dos zonas bien diferenciadas. En la superior, se narra gráficamente el milagro, mientras que en la inferior, una leyenda sirve para identificar al autor de la súplica, así como los hechos ocurridos. Particularmente interesantes son los conservados en la Capilla de la Hacienda
de Torrijos y en la Ermita de Nuestra Señora de Setefilla. En la primera, a pesar de ser un oratorio privado, la relación devocional con la población es bastante grande, especialmente durante los siglo XVIII y XIX. A estos siglos corresponden los cincuenta y nueve exvotos, siendo una de las colecciones más importantes y numerosas que se conservan en la provincia de Sevilla. En los mismos se efigia la escultura del Cristo de Torrijos, imagen de Cristo atado a la columna de fines del XVI. Acompañan a la imagen el gallo y la cabeza de San Pedro, a manera de atributos personales, símbolos de la negación de este Santo. En el segundo de los santuarios, el de Setefilla, junto a los numerosos exvotos, se conserva una peculiar colección de Vítores.
Éstos, formados por inscripciones de diferentes formas y tamaños, son productos de una tradición local.
Se realizan cuando la Virgen baja a la población, reclamada por los vecinos para pedir una gracia o agradecer los favores otorgados. La cronología de los mismos abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días. 
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH


Notas.-


13. BUZÓN FERNÁNDEZ, M.: La ermita de San Mateo: un monumento del siglo XIII, abandonado, recuperado para el pueblo de Carmona. Carmona, 1986.
14. “En los santuarios o en lugares adyacentes, consérvese visiblemente y custodiense con seguridad los exvotos de arte popular y de piedad”. Código de Derecho Canónico, 13ª ed. Madrid, 1995. Canon, 1234,2. A éstos se le ha de buscar un sitio idóneo dentro de los templos para su colocación, teniendo en cuenta de que no deben invadir el lugar en el que se encuentra la imagen devocional ni el ámbito de las iglesias. Asimismo, se recomienda a los encargados de los santuarios el educar el “buen gusto” de los fieles para que los exvotos que se ofrezcan sean dignos y no expresiones populacheras y de mal gusto. A este respecto vease las recomendaciones dadas por la CONGREGACIÓN para el Culto Divino, Orientaciones y sugerencias para el Año Mariano, 1987, págs. 58-59.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Dar fe, un libro de Pedro Porras

Mi Señora de Guaditoca

Creo con sinceridad que en cuanto a  resonancias históricas y literarias se refiere, Guadalcanal puede considerarse un pueblo afortunado. Y no hablo ahora de la relevante presencia de algunos de sus hijos en momentos estelares de la historia de España —por ejemplo, de Pedro Ortega Valencia, en el descubrimiento y conquista de las islas de Salomón en el Pacífico, a una de las cuales, luego muy famosa, dio el nombre de Guadalcanal, su pueblo, ni del muy famoso literato, orador y político Adelardo López de Ayala, dirigente de la revolución del 68, ministro de la Corona y autor de importantes obras dramáticas—, sino de aspectos mucho más cercanos. Pues he aquí que sólo en el plazo de unos meses han aparecido en las librerías nacionales dos libros de verdadero interés, cuyo protagonista, más que simple lugar donde se desarrolla la acción, es el propio pueblo de Guadalcanal.
En uno de estos libros —«El contador de sombras», de Antonio Burgos"— el nombre está sugerido, apuntado, y los hechos se deforman y disfrazan para que esquivando posibles susceptibilidades resulten apenas reconocibles; en el otro —«Mi Señora de Guaditoca», de Pedro Porras—, claramente expresado; uno, origen de alboroto y casi de revuelta popular adversa; otro, fuente de juicios merecidamente encomiásticos y motivo de satisfacción para muchos, pese a que con nombres, pelos y señales de sucesos y de intenciones se hace constar sin reserva alguna lo que estuvo mal hecho: «... la venta del riel de plata importó $.408 reales y doce maravedíes..., según certificación dada en 16 de mayo de 1854 a petición del vendedor, Francisco Ortega Ayala... Desde luego, perdiéndose alhajas de valor para sustituirlas...» por baratijas.
Quizá esto pudiera servirnos a todos de provechosa lección: la que puede ofrecernos, si pensamos con humildad, el paso de los años como medio eficacísimo para calmar apasionamientos y serenar los juicios. Bastó una insinuación en presente, más literaria que real, para que todo un pueblo se soliviantase; ahora, ante una acusación dura y directa contra uno de sus más encopetados rectores, nadie se inmuta después del siglo transcurrido.
Tengo la seguridad de que en un día no muy lejano —tal vez sea suficiente el paso de una generación — la novela «El contador de sombras» será también para Guadalcanal motivo de legítimo orgullo. (No olvidemos que la Mancha ensalza rabiosamente, como algo propio y particularísimo de su acervo, a Don Miguel de Cervantes y a la figura del Ingenioso Hidalgo, que nació allá en un lugar de cuyo nombre no quería acordarse el autor. Que algo parecido sucedió en Oviedo con Leopoldo Alas «Clarín» y «La Regenta», y aun en el mismo Guadalcanal con «El tanto por ciento», de Adelardo López de Ayala.)
El libro de Pedro Porras es el libro de la historia de un lugar, contada a través de la devoción por su Patrona, la Virgen de Guaditoca. Vicisitudes, avatares, periodos de esplendor alternados con otros en que las motivaciones históricas o las simples debilidades humanas hacen que aquélla decaiga, al menos en sus manifestaciones externas, se corresponden exactamente con las que a la par vive el pueblo, ya que no en balde, para bien o para mal, durante toda la época a que el libro dedica su mayor atención, la vida civil y la religiosa caminan en nuestra patria íntimamente fundidas y confundidas.
Guadalcanal, la palabra Guadalcanal, con que se designa al blanco pueblo de la sierra, es de evidente etimología árabe y significa «río de creación». Pedro Porras, con un sentido más poético de la realidad, invierte los términos y afirma que mejor sería decir «creación de ríos», ya que Guadalcanal, situado en la cumbre de una sierra a dos vertientes, la del Guadiana por el norte y la del Guadalquivir al sur, preside el nacimiento de numerosos arroyuelos y regatillos que van a (mantener el caudal de aquellos dos grandes ríos. Precisamente en las márgenes de uno de tales arroyos, de cauce estrecho y curso retorcido, la Virgen de Guaditoca se le apareció a un pastor. Es la leyenda, una bella leyenda coincidente con las de otras apariciones que se citan "como acaecidas en estos campos de la sierra: la Virgen del Monte, la del Robledo, la del Espino... Y como habían sido también los árabes los que pusieron nombre a aquel arroyo, ellos lo denominaron de Guaditoca, «río angosto», de donde toma el título de su advocación la Patrona de Guadalcanal.
El autor de este libro es un guadalcanalense enamorado de su pueblo natal, de su historia, de sus tradiciones. Abogado, notario y agricultor, hombre de profunda cultura, en su fina sensibilidad no han logrado hacer mella ni el trato continuado con legajos y protocolos ni la ruda briaga que consigo trae cualquier explotación agrícola. Todas estas circunstancias reunidas en Pedro Porras le han permitido sacar a la luz una obra que, a pesar del estricto carácter localista del tema, expande su injieres mucho más allá de los linderos de la comarca.
Después de la Reconquista, Guadalcanal es incorporada a la Orden de Santiago, fundándose tres parroquias dependientes de la Vicaría de Santa María de Tentudia, cuya sede estaba «en lo más alto de la sierra de este nombre, visible desde las casas de Guadalcanal». También se construyen varias ermitas, una de ellas dedicada a la Virgen de Guaditoca, que siglos adelante (1647) sería sustituida por otra más de acuerdo con la dignidad que el culto a la Patrona exigía, erigiéndose a orillas del «río angosto» de los moros, cerca de la Peña de la Aparición. A partir de entonces se extendió con rapidez por toda la comarca la devoción por la Virgen de Guaditoca, con lo cual cada año al llegar la Pascua del Espíritu Santo, en plena primavera, se agrupaban allí en torno a la Virgen y su ermita vecinos de muchos de los pueblos de los alrededores: Malcocinado, Azuaga, Berlanga, Ahillones, Valverde de Llerena, etc. Para atender a los «romeros» solían acudir también vendedores de «viandas y fruslerías », los cuales, a la vez que crecía el contingente anual de devotos, aumentaban el número, de modo que lo que en un principio fue modesto mercado acabó por convertirse en una de las ferias más renombradas del contorno: la feria de Guaditoca. Posteriormente, en 1722, el Rey nombra patrono-administrador de la ermita y de todos sus bienes («muebles raíces, joyas, platas, vestidos, ornamentos, maravedíes, vino pan y todas las otras cosas que en cualquier manera o por cualquier causa o razón tocasen o perteneciesen a dicha ermita...») a don Alonso-Damián Ortega Toledo marqués de San Antonio de Mira al Río, privilegio transmisible a sus descendientes. El patronato discurre con los altibajos propios de su condición humana, para terminar siglo y cuarto más tarde liquidado por la acción malversadora del que fue su último patrono y al que ya nos hemos referido al principio. Después del episodio del patronato, una nueva hermandad vendría a hacerse cargo de la administración de los bienes espirituales y materiales de la Patrona.
El lenguaje de Pedro Porras es correcto y preciso, tal como corresponde a un profesional habituado a «dar fe» pública de hechos y de cosas; ágil, salpicado de expresiones de humor que revelan con evidencia la inteligente personalidad del señor Porras. Sólo a veces el fervor apasionado por su Patrona, cuya advocación singulariza en ese título de «Mi Señora de Guaditoca», se exalta y en el léxico se produce como una extraña —extraña aquí y en este libro— eclosión de vocablos que parecen escapados de las páginas de algún viejo novenario mayeado y florido.
Advirtamos que el autor lo hace conscientemente y que él sabe muy bien lo que se hace.
La obra va ilustrada con unos delicados dibujos, llenos de ingenuidad y de gracia, originales de las propias hijas del escritor.

José María Osuna
ABC de Sevilla a 22 de Mayo de 1971

lunes, 26 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 8

Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Primera parte)
Hace exactamente dos años, en esta misma publicación, se dio a conocer uno de los proyectos del Programa de Protección del Plan General de Bienes Culturales, el “Inventario de bienes muebles de las ermitas de la provincia de Sevilla”, realizado en 1989 (1).
En aquel momento y debido a la naturaleza de la sección del Boletín, “Servicios y productos”, el objetivo era dar la noticia de que su contenido había sido vaciado en la base de datos de Bienes Muebles del Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz, (SIPHA). El motivo de retomar actualmente el tema no es otro que el incidir en la importancia, desconocimiento y la falta de protección de estos muebles e inmuebles.
Después de algo más de diez años de la conclusión del trabajo, el conocimiento de este patrimonio sigue siendo el mismo. De hecho, apenas está estudiado, existiendo importantes lagunas en su conocimiento, tanto sobre la propia naturaleza de las ermitas y su origen, como sobre el ajuar mobiliario y litúrgico conservado en las mismas. Tales carencias hace que dicho patrimonio siga estando infravalorado y, en consecuencia, no se encuentre inscrito en los instrumentos de protección del Patrimonio Histórico español
o andaluz. En aquella ocasión, faltó realizar una valoración profunda, desde el punto de vista del historiador del arte, de los objetos inventariados. No se pretende realizarla aquí, pues el análisis más profundo de este fenómeno, resulta una tarea más ambiciosa y compleja que sobrepasa con creces las disponibilidades de espacio de esta publicación. Por ello, solo se intenta realizar una primera aproximación, de carácter general, a esta tipología de templos y a sus bienes.
Antes de entrar directamente en el trabajo, es necesario efectuar una serie de precisiones para aclarar los conceptos y el origen sobre este tipo de inmuebles.
Con el término de “ermita” se designa al “santuario o capilla, generalmente pequeña, situada por lo común en despoblado y que no suele tener culto permanente” (2). Como se observa, en la definición se utilizan dos nuevos sustantivos, el de “santuario” y el de “capilla”, correspondiendo cada uno de ellos a realidades distintas.
El primero sirve para designar un lugar sagrado, ya sea iglesia, capilla o ermita, al que “por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles”, siempre con la aprobación del Ordinario del lugar (3). La definición de la “capilla” no es tan fácil. El Derecho Canónigo actualmente vigente, se refiere solamente a las “capillas privadas” identificándolas como “un lugar destinado (exclusivamente) al culto divino con licencia del Ordinario del lugar, en beneficio de una o varias personas”. El edificio puede no estar bendecido, aunque se recomienda hacerlo, siendo necesaria siempre la autorización del Ordinario para la celebración de la Misa y de otras funciones sagradas (4). De forma genérica y conforme al uso de la costumbre, habría de entender la “capilla” como una iglesia pequeña que responde “al deseo de dar culto a los santos locales y universales de mayor devoción”, siendo su uso público, en el sentido de que todos los fieles tienen derecho de entrar en las mismas para la celebración del culto divino (5). En ellas, como en cualquier otro templo, se celebran diferentes ceremonias y ritos religiosos, excepto aquellos que sólo pueden realizarse en las iglesias parroquiales, como la administración de determinados sacramentos. Para la celebración de algunas de estas ceremonias en las capillas se necesita el permiso y consentimiento del Ordinario. Retomando lo anteriormente expuesto, se podría decir que las ermitas son capillas situadas en las afueras de las poblaciones.
Sin embargo, con el desarrollo y el crecimiento de algunas poblaciones, dichos edificios han quedado integrados en los cascos urbanos, conservándose en estos casos el nombre de ermita como recuerdo de su antigua localización. Por otra par te, la definición de la Real Academia de la Lengua, sobre las ermitas se refiere al tamaño pequeño de dichas construcciones.
Aunque esta característica se puede aplicar de forma genérica, habría que señalar la existencia de grandes edificios que se han ido configurando tras una serie de remodelaciones y ampliaciones a lo largo de su historia. Dichas transformaciones están relacionadas con el aumento del culto y la importancia que las imágenes titulares han adquirido a lo largo de la historia.
Si ésta es la definición actual de ermita, hasta hace poco más de doscientos años, ofrecía otro rasgo peculiar.
Manteniendo las características actuales de ubicación en descampados y de recinto pequeño, su peculiaridad radicaba en la existencia de una habitación contigua en
la que vivía el “ermitaño”. Con este concepto queda recogida en el Diccionario de Autoridades, en su edición de 1737, “edificio pequeño a modo de capilla u oratorio, con su altar, en el qual suele haver un apartado o quarto para recogerse el que vive en ella y la cuida” (6). Esta precisión, el de la existencia de “ermitaños”, alude al origen de estas construcciones, al movimiento “eremítico” de los primeros años de la cristiandad y
que tanta aceptación tuvo a lo largo de los siglos. Según San Isidoro, “los eremitas, también llamados «anacoretas », son los que han huido lejos de la presencia de los hombres, buscando yermo y las soledades desérticas”  (7). Una definición más clara sería, “todo individuo del clero secular o religioso o bien laico, de uno y otro sexo, que se retira por un tiempo considerable, separándose de la vida social y familiar, con la intención de hacer penitencia o de entregarse a la contemplación” (8). Dichas personas construían pequeñas capillas, donde cultivar las necesidades de la vida espiritual, aprovechando en algunas ocasiones cuevas o salientes rocosos. Junto a ellas, se disponían los pequeños habitáculos en los que descansaban y hacían penitencia. En España se tienen noticias de eremitas desde el siglo IV y, a pesar de las prohibiciones y restricciones de esta forma de vida que irán imponiendo los monarcas y los papas, llegará hasta prácticamente el siglo XIX. Quizás un resto de ese “eremitismo”, aunque con otros conceptos y planteamientos de vida, subsiste aún en los “santeros y santeras” que viven en las estancias adosadas a algunos de estos edificios.
El origen de las ermitas de Sevilla, al igual que sucede con las de otras poblaciones españolas, como las cordobesas, pudo estar ligado a la corriente espiritual que se desarrolla en época visigoda (9). Faltan estudios que corroboren dicha hipótesis, aunque ciertas noticias atestiguan la existencia del movimiento “eremítico” en la provincia de Sevilla desde época antigua. Así, en el siglo VII, por la picaresca que se daba entre estos hombres solitarios, el obispo de Sevilla prohibió a sus religiosos esta vida de reclusión, porque “muchos (de ellos) se ocultan para ser mas conocidos y para que se ocupen de ellos” (10). Con ello también parece estar relacionado la publicación en Sevilla, en 1674, del libro de Fray Alonso de Santo Tomás Constituciones sinodales del Obispado de Málaga, en el que se delimitan y fijan “tanto las normas de vida de los ermitaños de hábito o célibes como el culto y conservación de las fábricas” (11). Este modo de vida se perdería a lo largo del siglo XIX, quedando como únicos testimonios los edificios religiosos que han llegado hasta nosotros. De los sesenta y seis inmuebles que se inventariaron en el trabajo antes citado, sólo son denominadas como ermitas treinta y nueve construcciones. El resto corresponden a once capillas y dieciséis iglesias parroquiales.
No obstante, hay que señalar que algunas de las capillas inventariadas, como pueden ser la de Nuestra Señora de la Soledad en Gerena o la de Nuestra Señora de los Remedios en Los Palacios-Villafranca, eran primitivamente ermitas, de Santa Marta y de San Sebastián respectivamente, cambiando de tipología religiosa y de titularidad al ser ocupadas por Hermandades y Cofradías penitenciales. Tanto las capillas como las iglesias parroquiales son mucho más conocidas por el gran público, existiendo algunos estudios individuales, bien en monografías o en artículos de revistas, que tratan sobre sus historias y tradiciones, así como de los bienes que se guardan en su interior.
 Con respecto a los bienes muebles, ambas tipologías de templos, conservan un abundante patrimonio a pesar de los saqueos e incendios de la Guerra Civil (12). Ello es debido a su localización en el interior de las poblaciones y, en determinados casos, a la presencia de las hermandades y cofradías penitenciales que colaboran en el mantenimiento y ornato de los templos. Por el contrario, las ermitas, suelen ser menos conocidas y estudiadas, y, por regla general, los escasos bienes muebles que conservan son una mínima parte de los que tuvieron antaño.
La elección del lugar de construcción de estas capillas y ermitas está unida a hechos de carácter religioso o histórico. Entre los primeros, con una fuerte presencia de tradiciones y leyendas, se encuentran las edificaciones originadas por la localización de imágenes supuestamente escondidas durante la invasión musulmana.
Puede servir de ejemplo la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, levantada en el lugar en que fue encontrada dicha imagen en el año 1290. En otras ocasiones, es el hallazgo del cuerpo incorrupto de un santo lo que dar lugar a una ermita como ocurrió con la Capilla de San Gregorio Osetano en Alcalá del Río.
Curiosos resultan los ejemplos relacionados con apariciones de la Virgen. Este es el origen, en el siglo XVI, de la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de El Ronquillo,
debida a la aparición de la Virgen María, en lo alto de un olivo, a unos pastorcitos. Por eso, a la escultura, coetánea al milagro, se le añadió a principios del XX el olivo y los pastorcitos arrodillados. Posiblemente, este cambio iconográfico se debió a la repercusión de las apariciones de Fátima y Lourdes y a los modelos de representación que ambas generaron. La Ermita de Nuestra Señora de Consolación de Carrión de los Céspedes puede servir como ejemplo de otro origen religioso, puesto que es el resultado de un milagro. De hecho, fue erigida en el mismo lugar en el que se atascó milagrosamente la carreta que portaba a la imagen titular. El escenario de un martirio sirve de asiento a la Ermita de Nuestra Señora del Valle de Écija. Fue levantada donde la tradición situó el tormento que padecieron las monjas del convento que regentaba Santa Florentina, hermana de San Isidoro y San Leandro. Recuerdo del mismo, se conservan en el templo, un simpático y populachero lienzo en el que se describe la escena y un crucero, erigido en el siglo XVI, que señalaba el lugar en el que se produjeron los hechos en el interior de la iglesia.
Algunos de estos acontecimientos tuvieron una enorme trascendencia posterior, sirviendo como núcleo de conventos o monasterios, haciéndose los religiosos cargo del culto y cuidado de las mismas. La ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, sirvió de cenobio, primero a los franciscanos, pasando posteriormente a posesión de los cistercienses y por último a los jerónimos. El actual edificio, solo conserva dos tramos de la nave de la iglesia, siendo los únicos testimonios del convento. Lo mismo sucedió con la ermita de Santa Ana de Osuna, aunque en este caso, al trasladarse las monjas al centro de la población, la capilla sirvió de enterramiento a los Figueroa. Esta familia construyó el edificio en el siglo XVIII que hoy sobrevive en medio de un polígono industrial. La Orden de San Francisco se dedicó a difundir el culto de la Veracruz, siendo las mayorías de las capillas y ermitas que tienen esta advocación los supervivientes a las leyes de desamortización y exclaustración del siglo XIX.
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH

Notas.- 
1. HERNÁNDEZ NÚÑEZ, J.C: “Sistema de información del Patrimonio Histórico Andaluz : bases de datos de bienes muebles : el Inventario de las ermitas de la provincia de Sevilla”, en Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, nº. 25, diciembre 1998. Págs. 204-205.
2. Diccionario de la Real Academia Española.
3. CÓDIGO de Derecho Canónigo, 13ª ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995. Canon, 1230.
4. Véase, Ídem. Cánones, 1226-1229.
5. IGUACEN BORAU, D.: Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991, pág. 244. La capilla, al ser una iglesia, ha de presentar las características y necesidades que se recogen en los cánones 1214-1222.
6. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades, Ed. Facs. Madrid, 1937; Madrid, 1969. Covarrubias también recoge una definición similar, “...pequeño receptáculo con un apartado a modo de oratorio y capillita para orar y un estrecho rincón para recogerse el que vive en ella, al que llamanos ermitaño...”. COVARRUBIAS HOROZCO, S. de y RIQUER, M. de: Tesoro de la lengua española o castellana. Madrid, 1979.
7. ISIDORO, SANTO, ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías. 2ª ed. Madrid, 1993. Pág. 683.
8. ALDEA VAQUERO, Q., MARIN MARTÍNEZ, T. y VIVES GATELL, J.: Diccionario de historia eclesiástica de España. Madrid, 1972-1987.
9. Tanto de las ermitas como de los eremitorios cordobeses existen gran volumen de estudios e interesantes trabajos, entre ellos, FERREIRA, J.M.: Las ermitas de Córdoba. Córdoba, 1993. VÁZQUEZ LESMES, J. R.: La devoción popular en sus ermitas y santuarios. Córdoba, 1986. MORENO CRIADO, Ricardo: Las ermitas de Córdoba, Cádiz, 1944. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS Y PAREJA OBREGÓN, M., Marqués de las
Escalonias: Memorias que se conservan de algunos ermitaños que ha existido en la Sierra de Córdoba desde los tiempos más remotos hasta nuestros días e historia de la actual Congregación de Nuestra Señora de Belén. Córdoba, 1911.
10. A este respecto consúltese, DÍAZ Y DÍAZ, M.: “El eremitismo en la España visigoda”. Revista de dialectología y tradiciones populares, nº 6, 1955, págs. 217-237. No existen estudios de ámbito general sobre el tema, los trabajos realizados hasta el momento se dedican a analizar “eremitorios” individuales o el desarrollo que tuvieron en algunas provincias. Una buena idea de la repercusión que este movimiento tuvo en España, a pesar de lo antiguo de la publicación, puede ser, ESPAÑA eremítica: actas de la VI semana de estudios monásticos, abadía de San Salvador de Leire, 15-20 de septiembre de 1963. Pamplona, 1970.
11. GUEDE, L.: Ermitas de Málaga. Málaga, 1987. Págs. 7-8. Dicho autor especifica que la obra fue publicada en Sevilla en 1672, sin embargo, los ejemplares que hemos localizado, en las bibliotecas Nacional de Madrid y Universitaria de Sevilla, aparece como fecha de edición la de 1674. Véase, SANTO TOMÁS, A. de: Constituciones synodales del Obispado de Málaga. Sevilla, Viuda de Nicolás Rodríguez, 1674. Queremos agradecer a Eduardo Asenjo el habernos facilitado la documentación sobre las ermitas malagueñas.

12. Sobre el patrimonio religioso destruido durante la Guerra Civil en estas poblaciones, puede consultarse HERNÁNDEZ DÍAZ, J. y SANCHO CORBACHO, A.: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruídos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Guadalcanal 1902 (segunda parte)

EL GLOBO O TROMBA DE FUEGO DE GUADALCANAL (continuación)

En un artículo de fecha 1 de mayo de 2010 publicamos en el blog “Guadalcanal punto de encuentro” una reseña sobre la curiosa noticia del famoso acontecimiento sucedido en el invierno de 1902 en Guadalcanal y publicado por un tal Vicente Vera en “El Imparcial”, a continuación publicamos el resto de reseñas encontradas en las hemerotecas sobre este “fenómeno”.

PRESUNTO Y RARO FENÓMENO ATMOSFÉRICO OCURRIDO DURANTE LA FECHA Y LA HORA EXACTA QUE SE INDICAN EN EL TÍTULO DE ESTE TEXTO, Y DEL QUE DIVERSOS PERIÓDICOS DE MADRID, QUE YA NO EXISTEN, DECÍAN LO SIGUIENTE:

FENÓMENO METEREOLÓGICO: UNA MANGA DE FUEGO
El domingo último, y en el pueblo de Guadalcanal (Sevilla), próximamente a las dos de la tarde, cruzó el espacio una manga de fuego, de luz vivísima, acompañada de fuertes detonaciones. Gran número de vecinos se echaron a la calle, presa del mayor terror, oyéndose gritos y lamentos, pues el fenómeno atmosférico fue tomado por muchos nada menos que como señal de que el mundo había tocado a su fin. Añádase a esto que, recordándose por no pocas personas los pronósticos hechos para el próximo mes de Mayo por algunos astrónomos americanos, al sentirse los efectos de la masa de fuego creyeron las tales personas que se habían adelantado los vaticinios, y que, en su virtud, había llegado el crítico momento de la gran catástrofe. Afortunadamente los ánimos se fueron calmando en vista de que ni el ruido espantoso ni la ligera trepidación se repetían.
LA ÉPOCA, Año LIII – Núm. 18.554, Jueves 6 de Febrero de 1902, Página 4, columna 2

Un vecino de Guadalcanal (Sevilla) escribe a F. de Carvic que el 1º de Febrero, a las dos de la tarde, atravesó la población una manga de fuego, con gran ruido y alguna trepidación, que espantó, en especialidad a las mujeres. Este fenómeno nos recuerda otro semejante, ocurrido el 11 de Junio de 1809 en la villa de Quintana del Pidio, provincia de Burgos y partido de Aranda de Duero, que se describe en el Diario de Madrid del 7 de Julio de aquel año. Extractemos la carta de la localidad en la que se describe el meteoro: “A las once y media se presentó ante la villa un nublado de tan extraño y horroroso aspecto que el párroco y capellanes se reunieron en la iglesia con el vecindario para conjurarlo; la nube lanzó humo y luego una gran llama que se aproximaba hacia el pueblo, con gran clamoreo de las gentes que temieron ser abrasadas. Por fortuna, se desvió la llama quemando dos huertas, un huerto y muchas cepas de las viñas, arrancó de cuajo una encina e hizo otros destrozos”.
En Aranda y Gumiel de Hizam pusieron patente al Santísimo Sacramento creyendo que Quintana se abrasaba; nadie había visto fenómeno parecido, ni se oyó trueno ni se vio ningún relámpago. El diarista (como entonces se llamaba al periodista) escribió al párroco, que confirmó la noticia, “detallando los destrozos, como derribo de tapias y otras pruebas de su fuerza: que en la viñas tostadas se perdieron tres mil o cuatro mil cántaras de vino; que arrojó al suelo a un muchacho tirándole el azadón á ochenta pasos, sin causarle otro mal que chamuscarle el pelo, y que siguió el meteoro unos tres cuartos de legua hacia Levante. Por último que el ganado no quiso comer la hierba en todo el trayecto de la manga de fuego”.
¿Será el de Guadalcanal un fenómeno semejante? En las noticias del párroco se habla de un remolino formado por las nubes, del que se desprendieron los gases inflamados.
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA.- AÑO XLVI – NUM. V MADRID, 8 DE FEBRERO DE 1902, PAGINA 2, COLUMNAS 2/3                                                                              
El fenómeno ígneo de Guadalcanal ¿lo produjo un bólido, como supone nuestro ilustrado amigo Vera al recordar otros más o menos parecidos observados en países diversos?. Puede ser esa una explicación, y hoy parece la más conforme con las ideas admitidas por la ciencia. Sin embargo, se necesitan pruebas concluyentes para confirmar las hipótesis, y tanto en lo de Guadalcanal como en el de Quintana no sabemos todavía que se hayan recogido fragmentos de bólidos que algún rastro dejarían al estallar cerca de la tierra. Y como no es imposible que se produzcan fenómenos volcánicos, térmicos o eléctricos lo prudente es esperar mayor comprobación, toda vez que las trepidaciones del suelo y las llamaradas permiten sospechar si se trata de explosiones de gases subterráneos que hayan dejado grietas, o tengas orificios naturales, o se hayan producido como la acción eléctrica que no deja más rastros que sus efectos por allí donde pasa. No negamos, pues, la explicación, pero conviene confirmarla con más datos. Escrito esto, la razón parece de parte del amigo Vera; pues si bien en la trayectoria conocida del meteoro no se habla de fragmentos, dícese que en algunos sitios del llano de Extremadura, y particularmente en la Granja de Torrehermosa, cayeron como una pedrea, si bien este fenómeno pudo producirse en una explosión subterránea, y esto lo dirá el examen de las piedras. En fin, nuestra idea es que la mitad de los fenómenos que se atribuyen a los bólidos son terrestres. En cuanto al nombre que se ha dado de bólido de Guadalcanal, está bien puesto, pues no siendo de parte alguna conocida, en Guadalcanal se dio la primera noticia de su existencia.
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA.- AÑO XLVI – NUM. VI, MADRID, 15 DE FEBRERO DE 1902, PAGINA 2, COLUMNA 2

El Sr. Calderón dijo que, entresacando lo verosímil de varios relatos más o menos fantásticos que han visto la luz pública en los periódicos los días pasados, se puede inferir que el sábado 1º de Febrero último, a las dos de la tarde, se sintió la explosión de un bólido en el término de Guadalcanal, provincia de Sevilla, sin que hasta ahora se tengan noticias de haber sido recogidos fragmentos del meteorito. También el día 19 del mismo mes, a las once de la noche, estalló otro bólido en Aragón, produciéndose una estela luminosa que fue presenciada en Castellón, en dirección NE, a lo que siguió fuerte explosión. El Sr. Bolívar leyó con este motivo una carta del médico de Granja de Torrehermosa, D. Francisco Cano, que por muchos años fue consocio nuestro y al que se había dirigido en vista de los sueltos publicados por varios periódicos, requiriendo detalles de la caída de un meteorito en aquella población, dispuesto a que un conservador del Museo saliese inmediatamente en su busca si se confirmaban aquellos datos; en dicha carta el Sr. Cano describe el fenómeno diciendo que hacia las dos de la tarde del 1º de Febrero se produjo un ruido de trepidación, que las personas que estaban en el campo lo compararon con el que podrían producir tres truenos prolongados, pero sin que se observara manga de fuego ni globo alguno luminoso, ni mucho menos presenciara nadie la caída de fragmentos, como aseguraron algunos periódicos. Tampoco han dado resultado alguno las gestiones que oficialmente hizo el Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para que los Gobernadores de las provincias en que se observó el fenómeno se procurase recoger fragmentos u observaciones sobre el fenómeno de referencia.
Hasta aquí lo que dicen los periódicos y los Sres. Calderón y Bolívar de la Sociedad Española de Historia Natural, que deliberadamente he transcrito en último lugar, por la sencilla razón de que, tratándose de científicos, me merecen más credibilidad que la gente de la prensa. Como el autor de estas líneas no es escritor, sino Químico Orgánico, por deformación profesional tiende a poner en entredicho noticias del tipo de las recogidas en los anteriores sueltos de prensa de principios del siglo XX. Si viviera en Guadalcanal, con el fin de aquilatar más la verosimilitud del evento, intentaría averiguar si existen descendientes del Sr. Manuel Calleja (serían nietos, biznietos o tataranietos) que recuerden haber recibido por transmisión oral noticias del meteorito. En ABC no habrá nada pues su primer número es de 1903. No es que crea que la veracidad de una noticia sea directamente proporcional a la distancia entre la Redacción del periódico y el lugar en donde se produce, sino que simplemente pienso que cuanta más información mejor. La relación que se establece en estas noticias entre Guadalcanal y Granja de Torrehermosa jugaría, en principio, a favor de la verosimilitud, pues a la velocidad a la que se desplazan los objetos siderales, no es sorprendente la misma hora, las dos de la tarde, para el mismo fenómeno, teniendo en cuenta que en línea recta Guadalcanal y Granja de Torrehermosa distan aproximadamente 30 kilómetros. Por ello, en principio sería interesante investigar, en dicho pueblo extremeño, si alguien pudiera confirmar lo que indica la sociedad científica, y si alguna vez aparecieron los susodichos fragmentos, cosa que dudo. En resumen, que me cuesta creer en la veracidad del bólido que es muy probable que se quedara en bulo. Si así fuera, la fecha elegida en pleno invierno víspera de la Candelaria, que se celebraba con hogueras en la puerta de la Iglesia de la Concepción, quizás inspirara al autor de la trola, si en eso se queda la pretendida bola de fuego Otro bulo, éste confirmado, ocurrió 77 años más tarde, hace ahora treinta años y pocos años, concretamente en el mes de Junio de 1979. El entonces corresponsal de ABC de Sevilla en la Sierra Norte, el alanicense D. Rafael Diéguez Carranco, publicó en dicho diario los días 15, 16 17 y 19 noticias alarmantes sobre una supuesta gigantesca serpiente que había aterrorizado a quienes la habían visto. Primero se decía que el ofidio lo vio un camionero en el paso a nivel de la Carretera de Guadalcanal a Fuente del Arco, luego unos jóvenes de Alanís, y finalmente alguien de Malcocinado la había visto devorar a un animal. La gigantesca culebra jamás apareció, y acabó siendo llamada «La boa de Luis Alonso». Fue una serpiente, pero de verano, - (como el tinto de ídem que sí es de verano, pero no es tinto) - según expresión consagrada en la profesión periodística para las trolas estivales. Eso sí, los autores de la broma estaban tan impacientes para hacer la competencia al famoso lago escocés, que ni esperaron al comienzo verano el día 21. Como ni el arroyo San Pedro ni la Rivera de Benalija llevan caudales suficientes para monstruos marinos, no se les ocurrió nada mejor que una gran bicha deambulando por la Sierra Norte. Madrid 5 de septiembre de 2009.

BOLETÍN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIA NATURAL.- TOMO II, 1902. PAGINAS 125-126 (SOBRE UN BOLIDO OBSERVADO EN GUADALCANAL EN 1º DE FEBRERO DE 1902)

Hemerotecas

lunes, 12 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 7

El patrimonio histórico protegido 4/4
 La Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Encarnación de Constantina es uno de los templos más relevantes de la Sierra Norte por el volumen de su fábrica y la calidad de su ejecución. Es uno de los mejores ejemplos de arquitectura de transición del mudéjar al renacimiento, destacando su magnífica torre-fachada en la que interviene el maestro mayor del arzobispado, Martín de Gainza, el cual prescinde del esquema medieval al predominar en el cuerpo bajo su portada renacentista.
La intervención de arquitectos posteriores, como Hernán Ruiz y Díaz de Palacios, modificarían el proyecto original contrarrestando la unidad estilística primitiva pero no quedando exenta de armonía arquitectónica lograda por la perfecta superposición de los cuerpos y la correcta combinación de los materiales empleados.
Su planta es rectangular de tres naves, con arcos apuntados sobre pilares cruciformes que presentan pilastras adosadas sobre las que recorre un entablamento en la nave central, el ábside es poligonal y cuenta con capillas adosadas en los laterales. Los muros y sopor tesson de ladrillo enfoscados y encalados, presentando una gran simplicidad ornamental,  as cubiertas en el interior son de bóvedas de aristas separadas por arcos fajones, mientras que el presbiterio y la dependencia bajo la torre se cubren con una interesante bóveda estrellada simple.
Ubicada en la ladera del monte, queda abrazada por las vías principales de la población, configurando sus espacios públicos de mayor significación en un entorno de calidad estética notable, característica que ha obligado a la propuesta de delimitación de su entorno de protección. Asimismo, se pretende vincular al inmueble los siguientes bienes muebles como consustanciales a su historia: la máquina del retablo de la Inmaculada Concepción, obra barroca anónima del XVIII; la cajonera de la Sacristía, de principios del XVIII y estilo barroco; la Reja de la Capilla de San José, obra barroca del siglo XVII; la Pila Bautismal, labrada en mármol de estilo barroco y fechada en 1693 y el aguamanil del pasillo a la Sacristía, pieza renacentista ejecutada en el mismo material.
La Ermita de la Hiedra de Constantina fue originariamente una fortificación militar de época medieval posteriormente transformada para uso religioso. Es uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura defensiva en la zona junto a su recinto defensivo y formando parte del conjunto de fortificaciones del Cerro del Castillo, el del Almendro y el denominado "Firrix", del cinturón defensivo de Constantina.
En la actualidad se encuentra afectada por dos declaraciones como Monumento: la del mencionado Decreto de 22 de abril de 1949 y por la declaración como Monumento Histórico Nacional por Real Decreto de 23 de febrero de 1983.
Esta ermita está situada en la ladera Sur del cerro del Castillo, sobre una falda de suave pendiente, distante unos 300 m del casco urbano, presentando una sola nave que estaba cubierta a dos aguas con un presbiterio de planta cuadrangular cubierto a cuatro aguas sobresaliendo en altura sobre la nave, cuya cubierta también se ha perdido. En la fachada de los pies se alzaba una espadaña de la que aún se conservan restos y de un atrio cerrado que la antecedía con una portada renacentista aún visible. Toda la parcela, excepto el lado oeste, se encuentra rodeada por un recinto amurallado, localizándose en la parte sur los restos de una poterna y en el ángulo más occidental los de una posible torre. En el este, se encuentra la puerta de acceso interior de la ermita y restos de la muralla con tres merlones, uno de ellos coronado con capuchón.
El origen de la primitiva fábrica del siglo XIV, es deducido por los restos de los arcos ojivales de la cabecera y el arco de herradura apuntado del muro sur de acceso a una desaparecida dependencia. A mediados del XV se le levantaría un pórtico y posteriormente la nave de la Iglesia con arcos transversales y gruesos contrafuertes. Al XVI correspondería el casquete esférico de la capilla mayor y las pinturas murales del mismo. De fecha posterior sería el pórtico con columnas clásicas también desaparecido. La iglesia gótico-mudéjar, según Angulo, está concebida de forma extraña con la capilla mayor en un ángulo del edificio, composición anormal en Andalucía que sólo se repite en la de San Benito de Porcuna en Jaén.
La Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Consolación de El Pedroso se construye hacia el año 1400 según los caracteres del estilo gótico-mudéjar remodelada en los siglos XVI y XVIII. Es de destacar su carácter exento en el centro de la población y en la cota más elevada constituyendo un hito fundamental de su imagen urbana.
De la primera época conserva la capilla bautismal cubierta con bóveda de crucería con terceletes. Entre 1556 y 1561 se modifica la estructura original pasando de ser de tres naves a una sola y añadiéndole una serie de dependencias como la Capilla Sacramental y la Sacristía, realizadas por el Maestro Mayor del Arzobispado Hispalense Pedro Díaz de Palacios. A esta segunda fase corresponden los dos primeros tramos de la nave cubiertos con bóvedas vaídas que al exterior serían aterrazadas, observándose aún bajo la cornisa del tejado las gárgolas de piedra para el desagüe. En la segunda mitad del XVIII se llevan a cabo nuevas reformas y ampliaciones debido a los derrumbes provocados por los movimientos sísmicos de 1755, 1761 y 1763, lo cual, unido al aumento de la población, provocó la prolongación de su nave en tres nuevos tramos a los pies cerrados con bóvedas de cañón con arcos fajones sobre pechinas, disponiéndose en los laterales una serie de capillas sin comunicación entre sí y situando en las dos primeras las puertas de acceso. A esta estructura principal se adosan en el primer tramo otras capillas como la Sacramental cubierta con cúpula casetonada y la torre. En esta nueva intervención sobresalen sucesivos Maestros Mayores del Arzobispado como Ambrosio de Figueroa, José Álvarez y Antonio de Figueroa.
El interior alberga bienes muebles de singular relevancia afectados por la inscripción del inmueble como consustanciales a su historia, son: el Retablo Mayor, de estilo barroco, tallado en madera, policromado y dorado, trazado hacia 1727 por Luis de Vargas con la imagen de la Virgen con el Niño de finales del S. XVI atribuida a Jerónimo Hernández; el retablo de Ntra. Sra. del Rosario, en la capilla del primer tramo, realizado hacia 1630 según estilo manierista; los dos cuadros del arcángel San Gabriel y
el del arcángel San Miguel, situados en el arco toral, muy próximos a la figura de Domingo Martínez; el cuadro de la Inmaculada Concepción con el Niño, de la segunda mitad del XVI, atribuido a Pedro Villegas y Marmolejo; el antiguo retablo de la Inmaculada, actual de San José, obra realizada en 1608 por Martínez Montañés; la imagen de Santa Ana, de las denominadas tríplex por llevar con ella a la Virgen y al Niño, obra de estilo renacentista de la segunda mitad del XVI y el Cristo del Buen Fin, conocido popularmente como de "las Tormentas", magnífica talla de estilo gótico, realizada en el siglo XV, atribuida a Pedro Millán; la pila bautismal, de mármol blanco, taza hexagonal con cabezas de querubines talladas, realizada en la segunda mitad del XVI según el estilo renacentista; la imagen de la Inmaculada Concepción, obra de Martínez Montañés, realizada entre 1606 y 1608; el retablo de Ntra. Sra. del Rosario, procedente de la antigua Hacienda de la Cartuja del Pedroso, del s. XVIII y estilo barroco y el Órgano, del mismo estilo y fecha.
La Iglesia de Santa Ana de Guadalcanal, se remonta su construcción a finales del S. XV o primeros años del XVI aunque posteriormente se amplió y remodeló en los siglos XVII y XVIII A la primera etapa corresponden la planta rectangular de una sola nave con arcos transversales, el pórtico exterior con tres arcos apuntados enmarcados por alfíces sobre pilares ochavados y la torre fachada de tres cuerpos rematada por chapitel situada a los pies. A la segunda etapa corresponde la decoración de las portadas laterales, adinteladas con pilastras adosadas y flanqueadas con frontón recto partido con hornacina central, la cubierta de la capilla mayor, de bóveda semiesférica, al igual que las cuatro capillas adosadas en los muros laterales. Este inmueble está declarado como Monumento Histórico-Artístico el año 1979 mediante una Resolución puramente nominal. Todavía no se encuentra realizada la documentación técnica por lo que no tiene delimitado su entorno de protección ni los bienes muebles vinculables.
La Ermita de San Benito, en Guadalcanal es una de las muestras más primitivas del arte mudéjar de finales del siglo XV con que cuenta esta apartada comarca de la sierra norte en la provincia de Sevilla.
De esta época perduran en ella una interesante portada y restos de un antiguo soportal que deben entenderse como elementos conservados por la función arquitectónica que desempeñaron en la segunda etapa constructiva que experimentó este templo durante el siglo XVIII. Gracias a ello, podemos hoy contemplarlos como ejemplo de las muchas ermitas que debieron existir de rasgos muy afines a ésta y que en la actualidad son escasas debido a las profundas y muy generalizadas restauraciones que terminaban por distorsionar el primitivo aspecto de estos sencillos inmuebles del ámbito rural.
Sobre este primitivo templo, como se ha apuntado, una posterior etapa constructiva durante el siglo XVIII ocasionó la aportación de una interesante fábrica barroca que apoyada en la anterior, como puede observarse aún en determinadas partes del inmueble, dotó de un aspecto barroco con resabios muy clasicistas el interior al igual que ocurrió en otras ermitas de las cercanías, reformadas en la misma época, resultando una aportación novedosa por la utilización de esquemas de plantas en las que el camarín adquiere una importancia considerable, fruto de su propia función como ermitas destinadas a ser punto de referencia en el peregrinaje, que ha homogeneizado este tipo arquitectónico en la comarca.
De su devenir histórico, como enclave significativo para la población del cercano pueblo de Guadalcanal así como para la de los núcleos de las inmediaciones desde el siglo XV, se tienen crónicas que han demostrado su importancia social y artística mantenida hasta época muy reciente. Las descripciones existentes elaboradas por los sucesivos visitadores de la Orden de Santiago, han reflejado un lugar en y en el que también existieron una serie de obras de arte mueble relacionadas en el presente documento, –hoy desaparecidas desde el saqueo de 1936–, que delatan la importancia desempeñada por este inmueble desde finales de la Edad Media.
Estos municipios mantienen una mediana tasa de población muy vinculada tradicionalmente a la explotación directa de los recursos agrícolas, ganaderos y mineros que ofrece la comarca. Entre estas posibilidades de desarrollo dirigidas a la explotación del medio, destaca desde la antigüedad, el desarrollo de una importante actividad minera, cuya explotación ha persistido hasta el cierre, a principios del siglo XX, de una de las ultimas cuencas mineras de carbón, la situada en las estribaciones de la propia sierra en el término municipal de Villanueva del Río y Minas, parcialmente afectado por la declaración del Parque Natural de la Sierra Norte. Esta característica, junto a la diversidad de actividades que tradicionalmente se han realizado en la zona relacionadas con los sectores agrícola y ganadero y artesanal, han propiciado desde la antigüedad el surgimiento de marcos para la transformación y el almacenamiento de productos derivados del cultivo de la vid, como sus famosos anisados y vinos, de la madera de sus bosques, la proliferación de mataderos y secaderos relacionados con la industria ganadera de monte bajo y dehesa. En su conjunto, configuran un valioso legado de carácter etnológico y etnográfico que en la actualidad no se encuentran representados en el conjunto de los bienes protegidos, teniendo previsto desde esta Delegación Provincial la inclusión de una muestra representativa en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de estos elementos y actividades, para lo cual se cuenta con documentaciones técnica ya redactadas y pendientes de proceder a la incoación para la inscripción en el C.G.P.H.A. de la catalogación de los Molinos y Lagares de la Sierra Norte, de la Hacienda de la Cartuja de El Pedroso, de la Fábrica de Hierro también de El Pedroso, o del Pozo de Nieve de Constantina.
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3. Nuria Casquete de Prado, en su libro Los Castillos de la Sierra Norte de Sevilla en la Baja Edad Media, analiza las razones políticas del surgimiento de esta banda defensiva así como su proceso de formación, en el que se adaptaron las estructuras defensivas de época islámica y se levantaron otros baluartes conforme a los sistemas constructivos del gótico europeo.

Notas.-
Bibliografía
ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV. Sevilla 1932.
CASQUETE DE PRADO SAGRERA, Nuria: Los castillos de la Sierra Norte de Sevilla en la Baja Edad Media. Sevilla, 1993.
CUARTERO HUERTA, B: Historia de la Cartuja de Santa María de las Cuevas y de su filial de Cazalla de la Sierra. Reed. Madrid. 1988.
NOTA: La documentación y fotografías proceden del archivo de la Delegación Provincial de Sevilla de la Consejería de Cultura.

Jesús Cuevas García María Isabel López Garrido
Departamento de Protección del Patrimonio Histórico Delegación Provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla

lunes, 5 de noviembre de 2018

El sequito de Isabel de Portugal cruza Guadalcanal

Una boda Real en Sevilla
 El itinerario hasta Sevilla fue Badajoz, Talavera la Real, Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, El Pedroso, Cantillana y San Jerónimo. 

        Según el cronista Alonso de Santa Cruz, «por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía», determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla, que por 1526 vivía un período de apogeo gracias a su importancia en el comercio de Indias. Hizo su entrada la infanta portuguesa en Sevilla el 3 de marzo de 1526 y el emperador una semana más tarde. Pasada la medianoche del 10 al 11 se celebró una pequeña ceremonia en el Alcázar, hora y lugar desacostumbrados para un enlace real. 
Esta boda con su prima, que con 23 años estaba en condiciones de darle un heredero, permitía conciliar sus necesidades económicas como Habsburgo con los deseos de las Cortes castellanas de 1525, que la habían señalado como candidata. Además, continuaba la política de los Reyes Católicos de alianzas matrimoniales con la dinastía Avís portuguesa. Desde su nacimiento, Carlos había estado prometido a una u otra princesa, incluso a la que habría de ser su nuera, María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Para dar por terminado este compromiso solicitó Carlos V parte de la dote para la guerra con Francia:«El Rey de Inglaterra V. A. sabe y conoce como no dará un real», escribía el 7 de mayo de 1525 Martín de Salinas. A su fama de galán ha contribuido el renombre de sus dos hijos bastardos: la madre de Alejandro Farnesio, Margarita de Austria, de la relación con la noble flamenca Margarita van Gest, y don Juan de Austria, de sus relaciones con Bárbara de Blomberg.  
         La ceremonia de esponsales por poderes se realizó dos veces, en el palacio portugués de Almeirim, porque después de celebrada la primera el día de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 1525, se entendió que la dispensa de parentesco no era suficiente y hubo que solicitar una segunda dispensa a Roma; se repitió la boda el 20 de enero de 1526. El embajador y procurador Carlos Popet, señor de Laxao, fue el encargado de recibir a la infanta en nombre del emperador, que se desposó con Isabel el 23 de octubre de 1525 en la persona de Azevedo Coutinho. 
Grandes señores marcharon a recibir a la emperatriz: desde Toledo, el duque de Calabria; desde Sevilla, el hermano del duque de Medina-Sidonia. Partió Isabel de Almeirim a fines de enero de 1526 acompañada de un brillante séquito, encabezado por Juan III, hasta Chamusca. Sus hermanos Luis y Fernando viajaron con ella hasta la frontera; el marqués de Villarreal, hasta Sevilla. El miércoles 7 de febrero se realizó la entrega entre Elvas y Badajoz, en la misma frontera. El itinerario hasta Sevilla fue Badajoz, Talavera la Real, Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, El Pedroso, Cantillana y San Jerónimo. 
Casi todos los testimonios coinciden en el rico recibimiento que preparó la ciudad de Sevilla; algo más suntuoso el del emperador, aunque el coste del palio de Isabel, de plata, oro, piedras preciosas y perlas, no bajó de 3.000 ducados. Cuenta Fernández de Oviedo que salieron a recibir a la emperatriz todos los oficios, cabalgando porque por las lluvias de aquellos días había mucho lodo. Los dos Cabildos, el eclesiástico y el secular, se apearon en San Lázaro y le besaron la mano en la litera donde venía. En la puerta de Macarena salió Isabel de la litera y subió en una hacanea blanca muy ricamente aderezada. Allí la tomaron debajo de un rico palio de brocado, con las armas imperiales y las suyas bordadas en medio. Iba entre el duque de Calabria y el arzobispo de Toledo. Había junto a la puerta un arco triunfal muy grande y muy bien obrado y desde allí hasta las gradas de la Catedral siete más. Porque en los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, los faraones y las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, la juncia, el junco o el romero, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, gradas de la Catedral siete más. Porque en los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, los faraones y las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, la juncia, el junco o el romero, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, el de la Gloria, a los pies de la Fama, dos grandes braseros –que muy bien pudieron ser reales–exhalaban perfumes. 
La entrada real es una manifestación más del discurso monárquico, del «teatro de las instituciones», pleno de imágenes, conceptos, palabras, música, color... En las entradas reales, con sus programas iconográficos, se da forma plástica y sensorial a lo ideológico, a lo simbólico, y a ello contribuyen los arcos triunfales, decorados efímeros, perecederos habitualmente, que disfrazaban y ocultaban la arquitectura fija. Estos arcos, que tenían como referente los erigidos en Roma en honor de los vencedores, enmarcaban con emblemas y otros elementos el paso del homenajeado, e incluso a veces se utilizaron para escenificaciones. Las artes, arquitectura, pintura, escultura, música, poesía, prosa, se aglutinaban en la fiesta. Los arcos se llenaban de emblemas –texto, en castellano o latín, con imagen, poesía figural o «poesía mural», según la denomina Simón Díaz– como medio de visualizar conceptos. Conocemos el nombre de las personas que concibieron el programa del recibimiento regio de 1526. Los canónigos del Capítulo nombraron a Francisco de Peñalosa, poeta y músico, que por haber residido largos años en Roma estaba familiarizado con la cultura humanística; a Luis de la Puerta y Antolínez, licenciado y provisor del Arzobispado, con inquietudes intelectuales tales que dotó de veinte becas a la Universidad de Salamanca, y a Pedro Pinelo, de la famosa familia genovesa afincada en Sevilla. El Ayuntamiento designó a Pedro de Coronado, escribano de Sus Majestades y su notario público. 
Entre los elementos estáticos del aparato ceremonial que preparó Sevilla para recibir a Sus Majestades destacan siete arcos triunfales –simbolizaban las virtudes que debe poseer un soberano: Prudencia, Fortaleza, Clemencia, Paz, Justicia, Fe; el último era el dedicado a la Gloria– «de grandísima costa y arte, repartidos en los lugares más públicos» como son la Puerta de la Macarena, Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, San Isidoro, San Salvador y las gradas de la Catedral. Dice Sandoval que el séptimo estaba hecho «con tanto primor, que admiraba»; informa así el cronista de las costumbres perceptivas del público. Varias relaciones han dejado testimonio detallado de estos arcos, aunque unos están descritos con más profusión que otros y conforme avanzamos en la lectura de los documentos más extensos, los datos que nos ofrecen disminuyen. No ha quedado ningún testimonio gráfico que muestre la forma de asociarse texto, imagen y arquitectura efímera, lo que hubiera sido interesante porque se sabe que el excelente pintor Alejo Fernández participó en los arcos de 1526. 
Para la ocasión, las calles se llenaron de gente; Sevilla hizo venir a personas de todas sus villas y lugares. La entrada real, fasto que se define por la confluencia ciudad-corte, tiene en la exhibición uno de sus ingredientes fundamentales. La fiesta cortesana es un todo teatral cuyos elementos se conjugan en una visión idealizante; la sociedad lujosa y exhibicionista se entiende como sociedad ideal. Por eso la fiesta necesita espectadores que llenen el espacio público y participen con su presencia y sus gritos de exaltación –el pueblo mira y admira–. Se disponía la ciudad a modo de gran teatro urbano con los elementos que componen la teatralidad cortesana: la música, el engalanamiento de las calles con tapices, faraones y antorchas y el engalanamiento de los cuerpos con el vestido, tal como lo analizo en mi libro ”Fastos de una boda real en la Sevilla del Quinientos. Estudio y documentos” (Universidad de Sevilla, 1998). El vestido es la diferencia de clase y la exhibición de poder, el vestido clasifica el calendario, especializa las fiestas. Iba la emperatriz de raso blanco forrado en muy rica tela de oro y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con muchas piedras y perlas de gran valor y una pluma blanca en ella; sus joyas eran tantas, que valían un tesoro. Por las adornadas calles sevillanas acompañaban a la emperatriz el arzobispo de Toledo, el duque de Calabria, el marqués de Villarreal, el obispo de Palencia, muchos señores de título como el duque de Béjar y gran número de caballeros y prelados de Castilla y Portugal, reproduciendo la comitiva, en pequeña escala, la sociedad: el rey o la reina, bajo palio, asistidos por principales funcionarios de Estado, la nobleza, la pequeña aristocracia, varios representantes del clero y, del tercer Estado, oficiales públicos y los gremios. Dominando el espacio festivo, los símbolos de la Monarquía. 
En las gradas de la Catedral la esperaba solemnemente el Cabildo de la iglesia con todo el clero y cruces de las iglesias de la ciudad. Los señores de la Iglesia habían hecho en la Puerta del Perdón un arco muy suntuoso con un cielo en medio en el que ángeles y un corro de mozos de coro en figura de las virtudes, cada uno con su insignia, cantaban con suave melodía. Todos recibieron a Isabel primero y a Carlos días más tarde y los acompañaron con dulces cantos al interior de la Catedral o, lo que es lo mismo, al cielo. Isabel oró en el altar mayor en un rico sitial; después salió por otra. 
Estas ceremonias de recepción tenían un gran valor propagandístico, eran parte fundamental del teatro del Poder. Los recibimientos seguían tan fielmente lo establecido, plasmando visualmente un código, que no pueden dejar de ser estudiados desde el punto de vista de la teatralidad. De hecho, la descripción que las relaciones o documentos hacen de la entrada de Isabel en Badajoz y Sevilla, de Carlos V en esta ciudad y de las entradas conjuntas en Ecija, Córdoba y Granada presentan un gran parecido formal: recibimiento civil, con el encuentro de las comitivas, el discurso de bienvenida, la confirmación de los privilegios y la entrega de llaves; desfile procesional; recibimiento religioso, con el encuentro de la comitiva real y el Cabildo, el juramento de guardar las inmunidades de la Santa Iglesia y la visita a la iglesia y oración; cortejo hasta el alojamiento. El 10 de marzo, con gran retraso respecto a los planes iniciales, que hablaban de fines de noviembre, llegaría Carlos V desde Illescas, donde había ratificado el Tratado de Madrid con Francisco I. El emperador hizo su entrada solemne acompañado, entre grandes hombres, por el cardenal Salviatis, legado del Santo Padre. Iba Carlos en cuerpo, vestido con un sayo de terciopelo con tiras de brocado por todas partes, con una vara de olivo en la mano y en un caballo blanco con algunas manchas negras. Lo esperaban representantes de los distintos estamentos, que ofrecían entre todos un espectáculo de intenso colorido: ropas rozagantes de raso carmesí y gorras de terciopelo, con muy ricas medallas puestas en ellas y con grandes y riquísimas cadenas de oro de diversas y artificiosas hechuras, varas, con los cabos teñidos, libreas de grana, sayones de terciopelo, capuces y caperuzas amarillas... 
Las fiestas de la boda se prometían grandiosas pero finalmente se celebraron con pocos gastos; se dijo que por la Cuaresma y por el luto por la reina de Dinamarca, hermana del emperador. Los festejos se suspendieron durante la Semana Santa. Desde Pascua comenzaron justas, torneos, cañas y toros. En el XVI, torneos y las justas eran los festejos preferidos por los nobles. Aunque menos interesantes para el público que los medievales, pues apenas conservaban un resto de su antigua aplicación militar, mostraban igualmente las destrezas de los caballeros y seguían considerándose, según R. Strong, como un entrenamiento para la guerra. Muy interesante en este sentido son las palabras de Juan Negro, el cual, refiriéndose a la justa del 6 de mayo de Sevilla, nos cuenta que aunque el emperador recibió un golpe en el pecho no se hizo mal alguno porque la lanza era muy débil, y hablando en general de la justa añade que no fue lo que se esperaba; lo mejor, los vestidos. Las ropas aseguraban el prestigio, la justa y el torneo sólo a veces, de ahí que las relaciones no se centren en la lucha sino en quiénes fueron los aventureros, los mantenedores y los padrinos, quién fue el mejor justador o el más gentil hombre –del más ruin justador por cortesía no aparece el nombre–, cuáles fueron los precios o premios, cómo eran de ricos los vestidos o las guarniciones de los caballos. Y el 13 de mayo de 1526 partieron para Granada Carlos V e Isabel y toda su corte, haciendo su camino por Ecija y Córdoba, por querer visitar estas ciudades, donde fue recibido con gran solemnidad. Carlos V e Isabel hicieron su entrada en Granada el 4 de junio de 1526. 

Mónica Gómez-Salvago Sánchez.- Licenciada en Historia