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domingo, 28 de febrero de 2021

La lluvia infinita 3/18

Capítulo 3 

Diario de Pedro de Ortega 2

1 DE DICIEMBRE.

Hoy la nao capitana, hemos podido saber, ha perdido a un hombre.

Ha sido de madrugada: andaba un poco revuelto el tiempo y un golpe de mar, conjurado con la noche, ha debido acabar con él, pues con el fragor de las olas nadie ha escuchado sus gritos de auxilio.

Para cuando se le ha echado en falta era demasiado tarde.

En la almiranta ha cundido el desánimo cuando se ha sabido la noticia, pues entienden los marineros que si el viento y el tiempo han acompañado y, aun así, ya hay que llorar por uno de los nuestros, qué será de todos nosotros cuando llegue la época de las tormentas.

Yo también tengo miedo.

Pero he de disfrazarlo, pues una de las tareas de los capitanes, y de las más importantes, es la de infundir valor a sus hombres; si me vieran apesadumbrados, estaríamos perdidos: una leve brizna de flaqueza y la revuelta prendería el barco como una tea.

Pero tengo miedo, Isabel.

No tanto a la muerte como a la inmensidad.

 

2 DE DICIEMBRE.

Según la derrota trazada por Sarmiento, estamos a unos tres días de llegar a las primeras islas de Ofir, o de Salomón.

Pero ese nombre ya no hace brillar los ojos de los hombres de la nao: están preocupados.

Los temores de Gallego se han propagado entre todos los expedicionarios como el fuego en la selva y no veo a mi alrededor sino rostros sombríos y fúnebres, ojos apagados y cierta dejadez en todos sus movimientos.

Rezo porque el día 5 encontremos tierra, pues si no la gente no va a ser fácil de parar.

Rezo por ello y porque Dios, si llega el momento, me dé fuerzas para obrar según requiera el momento, pues aunque no me considero hombre tibio de carácter, Isabel, tú lo sabes, no sé con cuantas lealtades, aparte de la de los hombres que conozco desde hace años, puedo contar.

No incluyo a Jerónimo y Francisco, porque sólo la duda ofende.

Y Jerónimo, por cierto, me ha confesado que andan los marinos muy agitados, por obra de Hernán Gallego, que no sé muy bien a qué juega, porque si ahora tiene motivos para desconfiar, como yo mismo hago, no lo niego, no los tenía cuando partimos de Lima.

Sin su trabajo contra Sarmiento y sus rutas, la gente estaría algo más tranquila, y yo no pasaría la mitad de las noches en vela esperando un motín.

Sólo Juan de Torres, el franciscano, anda pidiendo a todos paciencia, que Dios está con nosotros y si confiamos en él, todo habrá de salir bien.

Tenían razón aquellos que decían que si ha de embarcarse un religioso, que sea franciscano.

 5 DE DICIEMBRE.

No hemos visto tierra y por la ruta seguida y el camino navegado ya deberíamos estar en ella.

Hoy hemos recibido instrucciones de la nao capitana aprovechando que casi se han juntado las dos naos: virar hacia la ruta Noroeste, algo que Gallego llevaba diciendo los tres últimos días.

Es la primera vez que he visto sonreír al piloto mayor.

-Al fin el intrépido marinero se aviene a razones. El sobrino de don Lope ha sido iluminado por Dios. Sarmiento equivocó la ruta desde el principio. Por fin llegaremos a tierra.

He sentido unos enormes deseos de azotarle, pero si me indispongo con el piloto mayor, ¿qué puede ser de nosotros? Además, la orden, aunque pudiera ser maquinada por Gallego, ha llegado de Mendaña, general de la armada, y no tengo nada que decir.

Y puede ser que Sarmiento, aunque como cosmógrafo y geógrafo goza de buena reputación, se haya equivocado, porque aunque marinero experto, puede no serlo tanto como Gallego.

Qué se yo.

Aquí, en el mar, yo, maestre de campo y capitán de la capitana, soy preso de los marineros, pero todo cambiará cuando lleguemos a tierra.

Por la ruta nueva, mudada a media mañana, el viento no parece tan favorable; el viaje va a alargarse y parece que voy a tener que pensar en ir reduciendo las raciones.

Hay que tener cuidado para cuando dé la orden: la reacción puede ser impredecible.

Isabel, cada vez os hecho más de menos a ti y a Pedro.

Jerónimo, también. 

6 DE DICIEMBRE.

Nada nuevo: la misma ruta y parece que el viento no es ahora más favorable.

Siguen los rostros serios y las manos crispadas, pero todos obedecen.

No estoy dentro de sus corazones, quién pudiera, pero aunque no discuten, sé que están deseando volver: se sienten engañados, y ni la promesa del oro gusta cuando uno no sabe si volverá a ver su tierra y los rostros amados y conocidos que allí aguardan. 

7 DE DICIEMBRE.

A media mañana, unas nubes bajas, en el horizonte, justo al frente, nos han hecho creer que llegábamos a tierra.

Gallego no ha podido ocultar su alborozo:

-Se lo dije, señor, que esta nueva derrota nos iba a traer la ansiada tierra de Ofir. Allí está, quizás a unas veinte leguas.

Dios siempre está con los marineros. Con los marineros.

Ha querido decir con él y con los suyos, no con los demás.

En otros momentos, el hecho de que no me consideraran marino, me hubiera halagado, pero el desprecio que teñían las palabras de Gallego me ha provocado tal ira que he preferido recluirme en mi camarote para evitar un altercado con el piloto mayor, hombre al que Isabel, lo digo bien alto, desprecio con toda mi alma.

Dios no está con gente cuyo doblez espanta y cuyas blasfemias hacen sangrar el cielo.

El silencio que reinaba en la nao, por la tarde, es lo que me ha hecho salir del camarote en el que me había recluido desde que viéramos aquellas nubes bajas.

Nubes bajas que se habían disipado cuando estábamos a punto de alcanzarlas y que han mostrado todo su secreto.

Y su secreto era ninguno.

Aunque la noticia no era grata no he podido dejar de alegrarme, y cuando me he cruzado con el serio rostro de Gallego he tenido que hacer un esfuerzo grande para no reírme.

Desde entonces el silencio reina en la almiranta.

Un silencio sólo roto por el rugido rítmico del mar y por el crujir de la madera, que hasta ella parece lamentarse. 

8 DE DICIEMBRE.

Misma ruta.

Mismo resultado.

Nada.

Sólo la inmensa mar océana.

Por la tarde, y por ser el día de Nuestra Señora, casi a horas de vísperas, Juan de Torres ha dicho misa, que yo, al menos, he escuchado con una devoción que no había sentido nunca.

Después hemos rezado una salve.

He escuchado a un marinero decir que Nuestra Señora, madre de todos nosotros, debía estar a otras tareas pues no nos ha servido la tierra.

He ordenado que se le azotase y advertido a todos que, a partir de ese momento, se acababan las blasfemias. 

14 DE DICIEMBRE.

Casi una semana sin anotar nada porque nada hay que anotar.

Mar, mar y más mar.

A partir de mañana las raciones se van a acortar. 

15 DE DICIEMBRE.

La mitad del agua se nos ha podrido, igual que el pescado.

La carne hace ya tiempo que se nos echó a perder; cuando he dicho a los hombres que sólo medio cuartillo de agua en la comida y en la cena, un trozo de mazamorra y unas almendras para cada uno de ellos, excepto para los enfermos, no han dicho nada, han aceptado sin rechistar.

Cada día que pasa me sorprende la condición humana: yo preveía algún intento de revuelta, hasta el punto de que cuando los he reunido, me encontraba escoltado por Enríquez y mi hijo Jerónimo, por si había que echar mano de la espada.

Pero no ha sido así.

Es como si asumieran su destino, fatal o no, y no dieran importancia a nada.

De todas formas, saben que es tarde para dar la vuelta: el regreso no les garantizaría la supervivencia.

Así que supongo que cada uno, como hago yo, Isabel, reza con humildad para que la Providencia no nos abandone.

Aunque no descarto que muchos de ellos en realidad a quien se estén encomendando sea al mismísimo Satanás. 

16 DE DICIEMBRE.

Hernán Gallego me ha contado el asunto del Santo Oficio.

Parece que el obispo de Guadalajara ha abierto un proceso contra Pedro Sarmiento por unos anillos y abalorios que cuentan que nuestro cosmógrafo ha vendido como proveedores de fortuna.

Me ha hecho pensar.

Puede que Sarmiento no sea un ejemplo de piedad, pero don Lope ha confiado en él.

Y antes que don Lope, el conde de Nieva, el virrey de la muerte oscura.

Puede que no sea un hombre pío, pero es el único, en esta armada, que sabe.

Sólo él puede salvarnos pues la derrota descrita por Gallego no deja de estar equivocada: no sólo no se ve tierra, sino que los vientos cada vez se acuerdan menos de nosotros.

Y Francisco Jiménez me ha dicho que ya hay marineros que desconfían del rumbo de Gallego; así son las cosas: hoy salvas, mañana condenas.

El hombre muda más rápido de parecer que las serpientes de pellejo.

Si don Lope confía en Sarmiento, quien esto escribe confía en Sarmiento, y si no, que venga aquí el obispo de Guadalajara a marcarnos la derrota correcta. 

17 DE DICIEMBRE.

La paz no debe ser tripulante de la capitana, pues en menos de dos horas nos han dado órdenes contradictorias: la primera, al alba, nos dictaba que virásemos de nuevo al Suroeste, y así lo hemos hecho, pese a la desgana de Gallego en dar las instrucciones a la tripulación: la segunda, que mudáramos de nuevo al Noroeste, como estos últimos días, resolución que tampoco ha gustado a Gallego.

-Sin hombres de mar al mando, en el fondo hemos de acabar antes del nuevo año.

Si bien no niego mis deseos de fulminar a este hombre en cuanto pueda, he de reconocer que tanto vaivén en las órdenes produce más cansancio que el propio navegar.

Se diría que más que navegar, los navíos bailan. 

18 DE DICIEMBRE.

Navegar a un lado y al otro, prácticamente volviendo una y otra vez sobre la misma ruta, sólo que unas cuantas leguas más allá, y así, con una ruta que sobre la carta parece una culebra, hemos de dar con las tierras que andamos buscando.

Hemos recorrido ya más de 1.300 leguas, con lo que, si alguna tierra habíamos de ver, ha debido quedar atrás. O fue tragada por las olas antes de que llegáramos. Gracias a Dios, no hemos topado con ninguna tormenta, porque con lo fatigados que van hombres y navíos, ya estaríamos haciendo compañía a los peces.

Y tal es la dejadez de la tripulación que he tenido que requisar todos los juegos de naipes y dados, pues sólo ponen ardor en el juego, como si quisieran probar todas las variantes de perder las pestañas antes de entregar su alma al Creador: las tablas de Borgoña, la primera de Alemania, el alquerque inglés, el pasar genovés, el flux catalán, la figurilla gallega, el triunfo francés, la calabrida  morisca, la ganapierde romana y el tres y as boloñés, no hay juego en el que estos marineros sean más astutos que el mismísimo Ulises.

Como el juego es el padre de las riñas, y como les sorbe el seso hasta el punto de hacer sus tareas a toda prisa para volver a jugar, he decidido quitarles las cartas y los dados y devolvérselos cuando lleguemos a tierra, pese a que he visto a Satanás en sus ojos.

No me importa.

Si no debo volver, Isabel, tanto da ahogado que acuchillado por la espalda.

Pero el capitán lo es por algo.

Si he dicho que el juego es el padre de las peleas he de añadir que la madre es la chicha, ese licor funesto que parece quemarles el alma.

Pero la chicha va la prohibí cuando embarcarnos.

Tras de nosotros, a últimas horas de la tarde han aparecido nubes tan negras como los cimarrones de Panamá, lo que hizo preocuparnos a todos. Pero no siguieron nuestro rumbo.

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 21 de febrero de 2021

Guadalcanal y el marquesado de San Antonio de Mira al Rio

Se donaba para su perpetua memoria de la benefactora 

         El Marquesado de San Antonio de Mira al Rio fue concedido por el Rey Felipe V a Don Antonio de Sarmiento y Zayas, convirtiéndose en el primer marqués de un efímero título nobiliario español creado el 28 de agosto de 1711 y que terminó en su hija al fallecimiento de esta. Siendo suspendido definitivamente el 10 de agosto de 1878 y caducado en virtud de lo establecido en el Decreto 222/1988 a efectos de la legislación nobiliaria española vigente en la actualidad.

         Este título fue concedido por los méritos como capitular en Madrid, siendo   corregidor de Madrid y corregidor del Ayuntamiento de la villa y corte, este título le reportó pingues beneficios, su merced le declaró libre del impuesto de lanzas y medía annata, el 23 de septiembre del mismo año, anulando tres meses después, es decir, el 23 de diciembre, su titularidad del vizcondado previo de Valdelobos, del que era poseedor por descendencia directa.

         El título fue heredado por Catalina de Sarmiento Zayas y Obando al fallecimiento su padre en el año 1724, heredando el título de II marquesa de San Antonio al Mira del Rio. Mujer de convenciones religiosa y gran devota de la Virgen de Guaditoca, patrona de la población, fundando una capellanía en el santuario en memoria de su difunto esposo y otras obras pías, donando a la iglesia parte de su capital y la casa solariega frente al Hospital de los Milagros, en la calle Camacho (actual López de Ayala) actual casa rectoral y de la que posteriormente hablaremos, que perteneció a una de las familias principales de Guadalcanal.

Se casó con D. Alonso Damián Ortega Toledo en 1722, (convirtiéndose en conde consorte), nacido el Llerena el 8 de diciembre de 1688, primer hijo de una acaudalada familia extremeña formada por Alonso Damián Ortega y Ponce de León y Elena de Toledo. Fue un hombre de extraordinaria influencia, consiguiendo cargos y oficios tales como el de Capitán del Regimiento de Extremadura, regidor de Madrid, corregidor de Ávila y gobernador de Llerena, además de heredar legítimamente el oficio familiar de alférez mayor de Guadalcanal y de mantener un oficio de regidor perpetuo en su villa natal.

Con estos antecedentes no debió resultarle difícil conseguir de S. M. el título de Patrón y Administrador perpetuo del santuario y cofradía de Nuestra señora de Guaditoca, institución ahora globalizada en una especie de patronato de su familia. Intuimos que después de este evento (ratificado notarialmente el diez de noviembre de 1722, ante Manuel José del Castillo, escribano de la villa, según reza en archivo  (os elijo y nombro por Administrador de dicha ermita de Nuestra Señora de Guaditoca (...), y es mi voluntad que como tal cuidéis de la conservación, culto, decencia servicio y ornato de la dicha ermita y santa imagen y cualesquier bienes, efecto y limosna que en cualquier manera le pertenecieren (...), y mando que os entreguen por inventario y en forma todas las escrituras y papeles, bienes, muebles y raíces, joyas, plata, vestidos, y todas las cosas pertenecieren a dicha ermita (...), y que en la manera que dicha es, tengáis la dicha administración para vos en toda vuestra vida, y después de vos a los sucesores en vuestra casa, con calidad de que cada uno en su tiempo tenga obligación de sacar en su cabeza Título, y no de otra suerte, el que se le dará constando ser tal sucesor... ) sic, como compensación al esfuerzo de la familia Ortega estuvo orientado especialmente en el aspecto mercantil de los festejos, explotando al máximo los recursos. Entramos así en la etapa más brillante de la feria, sin descuidar su principal soporte, el culto y devoción a esta Pastora del sur de Extremadura, que en definitiva constituía el principal argumento de lo que allí se concitaba. Por ello, una vez obtenido el patronazgo, se apresuró a ampliar las dependencias, mandando construir nuevos soportales enfrente del santuario (hoy desaparecidos), así como tres casillas más para alojamiento de vivanderos y tabernas.

Otro honor concedido al marqués consorte por el Ayuntamiento de la villa fue “Portar mientras vivió el guion con cruz de plata bordada y un palio de tisú con el escudo de la villa, para que fuera sacado en la procesión del Corpus”, que fue donado en 1742 al Concejo de Guadalcanal por el procurador general de la Orden de San Juan de Dios y ministro de la Santa Inquisición fray Lorenzo Navarro.

Murió sin rendir cuenta en 1748. Su viuda, la marquesa de San Antonio Mira al Río, se vio forzada a rendirlas, presentando las “cuentas del Gran Capitán”, pues resultó alcanzada en su favor con una considerable cantidad.

Como hemos comentado anteriormente, entre las propiedades que donaron a la patrona de Guadalcanal y la iglesia por esta familía, queremos hacer una referencia a la casa sita en la calle Milagros, actual casa rectoral.

A finales de los años setenta del pasado siglo, el anodino cura párroco de Guadalcanal, Antonio Espinosa Torres y con el beneplácito del arzobispo de la dieseis de Sevilla,  José María Bueno Monreal, este edificio que se encuentra frente al antiguo hospital de los Milagros, muy vinculado a la historia de Guadalcanal, fue vendido en parte a un vecino que posteriormente lo habilitó para vivienda, esta edificación fue la antigua casa solariega de la familia Ortega, de la que procede Pedro Ortega Valencia, ilustre personaje del pueblo y descubridor en el Pacifico de la isla que bautizó con el nombre de la villa, posteriormente por donación de la marquesa de San Antonio pasó a la administración y propiedad de la parroquia de Nuestra Sra. de Santa María de la Asunción, con la cláusula de “Se donaba para su perpetua memoria de la benefactora” sic, así fue durante varios siglo, utilizándose como casa rectoral hasta el citado año fue expoliada y vendida parcialmente. La parte vendida era la más interesante y de mayor valor, por su artesanado y arquitectura, en su en su interior hay un patio de dos pisos con arquería y un vestíbulo revestido de azulejos sevillanos tipo cuenca, de bellísimos bordados y vidriados, procedentes de la iglesia de Santa Ana, catalogados en la primera mitad del siglo XVI y difícil de valorar económicamente en la actualidad, por ser incontables en esta época. Esta edificación que se encuentra en la actual calle López de Ayala fue vendida por 300.000 pesetas, apenas 1800 € actuales.

 Fuentes. - La Feria de Guaditoca (Manuel Maldonado Fernández), Los últimos días de la feria de Guaditoca (Antonio Muñoz Torrado), Historia genealógica y Historia Heráldica de la realeza española (Francisco Fernández de Béthencourt). Espolio y desamortización de edificios históricos de Guadalcanal (Rafael Spínola) y hemerotecas

 Rafael Spínola R.

domingo, 14 de febrero de 2021

La lluvia infinita 2/18

Diario de Pedro de Ortega 1 

Capítulo 2

 1567. 19 DE NOVIEMBRE.

La armada no ha zarpado hoy, finalmente.

Según el piloto mayor, Hernán Gallego, los hombres han holgazaneado mucho; y por eso la noche se ha echado encima, aunque hemos llegado a largar velas.

Mejor por la mañana: zarpar con la aurora es siempre buen presagio, dicen los hombres de mar y así será si ellos lo dicen.

Escribo esto para ir descontando días, que aquí, con tanta luz, no parecen tener fin.

Soy, en esta armada, capitán de la nao almiranta, llamada Todos los Santos, y maestre de campo; y conmigo irá Hernán Gallego, piloto mayor, hombre que no me mira cuando me habla.

En la capitana, de nombre Los Reyes, irán embarcados el cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa, inspirador de este viaje a las islas de Ofir, o de Salomón, como ya las conocemos todos, y el almirante Álvaro de Mendaña,

joven sobrino del gobernador del Perú, don Lope García de Castro, hombre de tanta valía como ambición y al que conocí en Panamá, hace cuatro años, cuando llegó allí para restaurar la Audiencia.

A Panamá llegué hace veintitrés años y de allí soy Alguacil Mayor.

Desde allí partí para combatir a Gonzalo Pizarro y sus rebeldes.

Y a los hermanos Contreras y sus bandidos.

Y a Francisco Hernández Girón y sus encomenderos: Allí queda mi mujer, Isabel y uno de mis hijos, Pedro. Allí está mi hacienda, ganada con sudor y con sangre. Allí queda, al cabo, todo cuanto amo y que un día espero volver a ver, si Dios y esta mar Austral, de la que dicen los marinos que tiene memoria, así lo quieren.

Isabel: cada día que pasa te echo más de menos, pero están aquí conmigo nuestro hijo Jerónimo y nuestro primo Francisco Muñoz Rico, que harán mi ausencia más llevadera.

Mañana escribiré esto desde alta mar.

Saldremos de día: el sol mejor que la luna, pues la noche en el mar es ladina y madre de trampas.

En la mar como en la tierra.

20 DE NOVIEMBRE.

Isabel: debes perdonarme porque lo había olvidado.

Pero Pedro Juárez, capitán artillero a quien tú conoces, ha sido quien me lo ha recordado: hoy, 20 de noviembre, es fiesta de Santa Isabel.

La armada zarpa en tu día y este hecho, tan leve y sencillo, tan íntimo e inocente, me ha hecho sentir un gozo que me hace ver todo con excelente talante.

Ahora sé que volveremos.

La fe tiene estas cosas: no sólo se cree en la Providencia, sino también en esas supercherías que aquel Diablo coloca en nuestro camino.

Isabel, deberías haber visto cómo estaba el puerto del Callao cuando íbamos a zarpar.

Toda Lima estaba allí.

Hubo hasta música.

Y salvas de artillería.

Y allí estaba el propio gobernador, don Lope, empluma-do como un pavo y con el mismo brillo fiero en los ojos.

"Cuide de mi sobrino, don Pedro", me ha dicho; a lo que le he respondido que perdiera cuidado, que le garantizaba protección a don Álvaro.

Pero he prometido algo que no puedo garantizar.

Pues lo que se puede garantizar no es necesario prometerlo, al menos eso entiendo.

Nada más zarpar nos ha acompañado el viento, con lo que muy pronto dejamos atrás El Callao y tomamos el rumbo Suroeste, que es el determinado por Sarmiento de Gamboa desde el inicio.

Un rumbo que no debe abandonarse durante mil leguas, hasta que estemos a unos dieciséis grados al Sur de la línea Equinoccial.

Allí es donde está Ofir.

Reina el buen humor y el único serio es el piloto mayor,

Hernán Gallego.

Yo espero que sea su talante natural, pero algo muy dentro de mí dice que no debo confiar mucho en él; la aprensión no debe abandonar a un buen militar.

Pero el oro de Ofir mantiene a la gente bien dispuesta: la promesa de la fortuna nubla sus ojos y traba sus conversaciones; por ello trabajan no sólo con denuedo, sino con alegría.

Por la noche, que es cuando escribo esto, sigue el buen viento.

Mar serena. 

21 DE NOVIEMBRE.

Nada importante que reseñar: cada uno en su trabajo y Dios en el de todos.

Sólo apunto la sensación de cierto desamparo que produce tanta inmensidad.

Los días, en estas latitudes y en esta época del año, son tan claros que a veces no se discierne el horizonte: no se sabe dónde acaba el mar y dónde empieza el cielo. 

22 DE NOVIEMBRE.

Bendita sea la luz

y la Santa Veracruz

y el Señor de la Verdad

y la Santa Trinidad;

bendita sea el alba

y el Señor que nos la manda bendito sea el día

y el Señor que nos lo envía.     

Reseño esta oración, que el padre Juan de Torres, fraile franciscano, reza todos los días a bordo, al caer la tarde, porque aquí, Isabel, en alta mar, cuando no se trabaja, se reza.

O se blasfema.

Porque la blasfemia es al marinero lo que la sal al mar, y yo no sé si estos hombres son demonios o son locos. Pero incluso ellos, demonios o locos, aprecian a Juan de Torres.

Matías Pineto, hombre que ya ha servido conmigo en otras expediciones, me lo ha dicho:

-Si han de venir religiosos, que sean franciscanos. No sólo rezarán, sino que trabajarán cuando llegue la hora. Eso es lo que dicen los marinos.

Por lo demás, todo tranquilo. Sólo el mar.

Este mar sin final. 

23 DE NOVIEMBRE.

Según pasan los días y perdemos altura, el tiempo va cambiando.

Ya no sólo hay agua bajo los navíos, también sobre él, y si antes la madera se secaba y cuarteaba, ahora el lodo hacía que los pies se pegaran, costando un enorme esfuerzo caminar sobre la cubierta.

Mucha agua, Isabel, excepto para nosotros, que ya nos hemos acostumbrado no sólo a la soledad, sino también a la sed.

Pero los marineros, a lo suyo: el juego y la blasfemia.

Si no fuera porque también sería mi perdición, desearía que un enorme brazo de mar se los llevara a todos.

No me gusta esta gente doble, y todavía no entiendo como siendo de natural haragán y desobediente, hemos ganado con ellos todo un mundo para la Corona.

Se juegan el alma pero el alférez Enríquez, hombre joven pero experto, me ha contado que, incluso, hasta los piojos, pues tal es su amor al riesgo.

-Los colocan sobre un círculo no mayor que la palma de la mano, don Pedro. Y el último en salirse del círculo es el que gana. No me lo han contado, señor, que lo he visto.

Es este Enríquez, Isabel, hombre que me agrada, y me ha puesto sobre aviso.

No todo es paz en la flota. No.

-Señor, no me gusta. Más de una vez he sorprendido a Gallego y a algunos de sus marinos de más confianza hablando por lo bajo en corrillos. Cuando me han visto han cambiado su conversación.

Tarde o temprano tendré un encuentro con Gallego. 

24 DE NOVIEMBRE.

Alguna de la gente ha visto dos rorcuales.

Dicen que ése es gran presagio.

Pero no signo de tierra. 

25 DE NOVIEMBRE.

Escribo esto, Isabel, en noche clara, con toda la Cruz del Sur, guía de los marineros, reluciendo sobre nuestras cabezas como nunca lo había visto hasta ahora.

Soy hombre de fe, Isabel, más no muy devoto, pero he de decirte que lo que me ha dicho Juan de Torres, el franciscano, me ha hecho pensar.

Así lo escribo:

-Sepa, señor, que todas estas estrellas, fueron creadas por Dios no sólo para mostrarnos la grandeza de nuestra creación, sino para recordarnos todas las noches, antes de dormirnos, que no somos mejores que los granos de arena que descansan en el fondo del mar.

¿De qué me sirve, pues, todo mi orgullo? 

26 DE NOVIEMBRE.

La pez, la brea, el salitre y el sudor: el navío empieza a oler mal.

Es lo peor de llevar ya casi una semana embarcados: los olores.

Los olores y la mazamorra, ese bizcocho que se queda en la garganta y ni se puede escupir ni tragar.

Pues la carne y el pescado, después de seis días de navegación, empieza a oler mal. Yo no los pruebo.

Según los cálculos, queda no menos de una semana para llegar a ver las primeras islas de Ofir.

Y ni una montaña de oro ambiciono más que una jarra de vino y un sabroso capón.

Pero, de momento, mazamorra y almendras. 

27 DE NOVIEMBRE.

Por señas, nos han hecho saber desde la capitana que algunos de sus soldados han dicho que a la parte del Oeste han visto tierra.

He hablado con Hernán Gallego, quien no se ha creído ni una sola palabra de lo dicho.

-Según la derrota fijada en Lima, no puede ser. No llevamos más de 500 leguas navegadas. De todas formas, según, el rumbo que llevamos si se alcanza tierra, será por la mano de Dios.

Por fin se ha sincerado, pues cuando le he preguntado qué quería decir, se ha envalentonado:

-Quiero decir, señor maestre de campo, que la derrota es equivocada. No hay tierra por estos rumbos, por más que Sarmiento se certifique de ello. Si hay tierra es más al Norte.

Le he respondido, Isabel, que Sarmiento es hombre notable y que su prestigio entre los geógrafos y los historiadores es grande, y que si él dice que, por esta ruta, veremos tierra en una semana, así habrá de ser.

Le he prohibido que hable de estas cosas con sus hombres, porque a la más leve señal de insubordinación, me veré obligado a castigarles.

Castigo del que Gallego sería el único responsable.

Los marinos son amigos de riñas y motivos y sólo entienden de azotes.

No me temblará la mano si llega el momento. Pero, ¿y si Gallego tuviera razón?

Una semana de navegación: cada uno en su trabajo y Dios en el de todos. 

29 DE NOVIEMBRE.

Sigue el trabajo, pero de la euforia de los primeros días se ha pasado a un quehacer rutinario y desganado.

Ayer y hoy, el mar se ha embravecido un tanto, pero no ha pasado de ahí, gracias a Dios.

Según la ruta trazada en Lima, no hemos de encontrar tormentas en esta época del año por estas latitudes, pero el Mar del Sur es veleidoso y caprichoso.

La traición navega en cada una de sus olas. 

30 DE NOVIEMBRE.

Diez días embarcados y ha comenzado la impaciencia.

He mandado azotar a dos marinos que, a grandes gritos, pedían a Gallego que hablara conmigo para convencer a Mendaña de que había que cambiar la derrota, pues íbamos a la muerte segura.

Cuando me han visto llegar, no se han arredrado.

Pero tolero el valor sólo cuando obedece órdenes.

Diez azotes a cada uno les habrá calmado.

El alférez Enríquez me ha reprochado el excesivo castigo que a su juicio he dado a esos dos rufianes.

-¿Quiere usted acompañarles en el castigo?

No ha dicho nada, pero se ha marchado murmurando hacia su camarote.

Me parecía un hombre valioso, pero a lo mejor tengo que empezar a pensar que me he equivocado con él.

Antes de sentarme y agarrar la pluma, Isabel, he paseado por cubierta.

Todo tranquilo, o al menos eso parece. Mar serena.

Buen viento.

Y la Cruz del Sur. 

Jesús Rubio Villaverde. 1999 

domingo, 7 de febrero de 2021

Sendero de la Capitana

     

Sierra del Viento de Guadalcanal

La villa de Guadalcanal es un Conjunto Histórico que forma parte del Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, y que, desde luego, merece una detenida visita para conocer sus calles y monumentos. Guadalcanal se encuentra entre las sierras del Viento y del Agua, que a su vez forman parte del gran macizo de Sierra Morena, ya próxima al límite entre las provincias de Sevilla y Badajoz.

Dentro de las rutas recorridas con mi amigo Juan Parra y el resto de componentes del Grupo de Senderistas de Guadalcanal, una de las más bonitas y duras es el Sendero de la Capitana en una noche de luna llena o mañana de brumas.

La Capitana es la mayor de las cumbres del Parque Natural Sierra Norte de Sevilla (ahora llamado Parque Natural de la Sierra Morena de Sevilla), y punto final de este sendero. El ascenso no tiene gran dificultad, ya que se inicia desde una cota relativamente alta y las mayores pendientes se hallan en el primer cuarto del trayecto, en este tramo sí que hay alguna dificultad y debe llevarse equipo adecuado.

    La mayor parte del recorrido transcurre próximo a la cresta de la sierra del Viento, por lo que resulta ser un extendido mirador con vistas que alcanzan a las depresiones de los dos grandes ríos del sur peninsular, por el norte la del Guadiana y, por el sur, la del Guadalquivir. Una vez alcanzada la cima, el paisaje se abre hacía el norte la comunidad de Extremadura, visualizando varios pueblos y términos municipales de la amplia penillanura extremeña, un mosaico de poblaciones entre cultivos, prados y dehesas que se extienden hasta el horizonte. Destacan: Fuente del Arco, Castillo de Reina (con su Alcazaba), Berlanga, Valverde de Llerena y, más lejos, Azuaga o, en días despejados, Badajoz. Al sur destaca una sucesión de sierras: Sierra de Hamapega  con el pico del mismo nombre (910 metros), Sierra de La Grana tras los Llanos de Guadalcanal y la Sierra de San Miguel. En el valle de esta última discurre La Senda, una vía pecuaria crucial en la Mesta para ovejas merinas, comunicación con Extremadura e igualmente dentro de nuestra comunidad, en un día claro se pueden ver parte de las provincias de Sevilla, Badajoz y Córdoba, y excepcionalmente y si las condiciones atmosféricas lo permiten, la provincia de Huelva.

Iniciamos nuestro camino muy cerca de la villa de Guadalcanal. Nos encontramos ante un carril amplio, asentado por un uso que viene desde antiguo. Hasta el pico de la Capitana no dejaremos de ascender, aunque las pendientes más pronunciadas se encuentran en esta primera parte. Comienza junto a la carretera con dirección a Fuente del Arco y Llerena (A-433), en un lugar cercano a la ermita del Cristo, que se encuentra al otro lado de la carretera y de la vía del tren, hay un descansadero del que parte una antigua vía pecuaria, el cordel de los Molinos, por la que iniciamos nuestra ruta por la sierra del Viento, cuyo nombre nos pone en guardia ante un fenómeno meteorológico al que muy probablemente tengamos que hacer frente. 

        Cuando ya tenemos recorrido un kilómetro y medio, aproximadamente, nos encontramos a la derecha con la torre de control de incendios, lugar donde se puede hacer un descanso y un poco más arriba, esta vez a la izquierda, un observatorio astronómico que se construyó en los años ochenta del pasado siglo, fruto del esfuerzo de unos pocos entusiastas del estudio del gran manto estelar que cubre esta sierra en noches despejadas y sin luna, este observatorio como tantas otras iniciativas llevadas en esta zona con gran empeño por particulares, se encuentra en estado de abandonado y sin terminar.

El relieve forma un corredor que encajona del flujo de aire, acelerando y ondulando los vientos hacia este expuesto cerro, cuyos episodios dieron el nombre de Sierra del Viento. Este factor condiciona la vegetación existente, predominando especies flexibles y de escaso porte. El sustrato calizo y de pizarras marmóreas de esta sierra, determina plantas típicas de suelos calizos (matagallos, gamones, coscojas, jaguarzos...) con diferencias según la orientación de las laderas

Podemos apreciar en esta ruta una acuarela de colores, olores y sensaciones. Sobre nuestras cabezas un espacio infinito que adquiere formas y matices distintos según el día y la hora. Bajo nuestros pies, un sustrato rocoso formado por calizas marmóreas. A nuestro alrededor, una dispersa vegetación mediterránea, compuesta por encinas, coscojas, tomillos o jaras.

        Entre la variada flora silvestre podemos encontrar algunas especies muy llamativas, como las orquídeas silvestres, que utilizan sus bellas y coloridas flores como reclamo para atraer insectos y facilitar que las polinicen. El olivo es el cultivo más extendido, en formaciones adehesadas en las que no suelen faltar ovejas pastando. Tampoco resulta raro encontrarnos con grupos de vacas retintas, de aspecto imponente y mirada desconfiada, pero de actitud pacífica. Según vamos ascendiendo va cambiando el paisaje, encontrándonos monte bajo, jaras, coscojas, tomillos retamas o encinas.

Igualmente podemos observar diversas especies de aves, entre las que destaca el águila real y culebrera o los imponentes buitres, contribuirán con su majestuoso vuelo a realizar más si cabe el paisaje que irá contemplado a su paso.

    Cambiamos de ladera en varias ocasiones, de la más soleada que mira al sur, en la dirección que corren distintos arroyos que nutren al río Viar y al embalse de El Pintado (igualmente visible y que podremos reconocer fácilmente con una visibilidad normal, a la umbría que nos abre una gran panorámica hacia las campiñas pacenses, que en su parte más próxima drenan el río Sotillo y el Bembézar, al que aquél tributa y ya más lejos el Guadiana.

En el camino nos encontramos con una cancela, que debemos dejar cerrada, y cruzamos la vía pecuaria llamada el Cordel de la Hoya de la Calera. Nos aproximamos a nuestro objetivo y ya solo queda alcanzar el cerro de La Capitana, que con sus 959 metros es el punto más alto del parque natural.

El camino se reduce a una senda en este último trecho de unos 300 metros, que nos conduce al mirador, dotado de paneles interpretativos del paisaje que se observa en una y otra dirección. También encontraremos al llegar un vértice geodésico, una señal formada por un cilindro montado sobre un dado de hormigón, que forma parte de una red mundial, imprescindible para la realización de mapas. 

Datos prácticos. -

Altitud: 940 m
Distancia: 5.00 km (Ida)
Desnivel: 256 m
Pendiente Max: 18.0 %
Pendiente Medía: 6.8 %

Salida: 740 m
Latitud: 38° 6'2.46"N
Long: 5°49'4.27"O

Vértice: 960 m
Latitud: 38° 7'24.04"N
Long: 5°51'53.59"O

Longitud del Trazado (ida): 4.9 Km.
Duración (ida): 2 horas.

Grado de Dificultad: Medio-Alto
Grado de Dificultad de Orientación: Bajo



Datos.- INE. Guía oficial Sierra Norte de Sevilla y Senderos de Andalucía

domingo, 31 de enero de 2021

La lluvia infinita 1/18

Capítulo 1

 INTRODUCCIÓN

 HACE POCO más de un año (libro editado en 1999), paseando por las innúmeras librerías de viejo de Charing Cross Road, en Londres, cierto amigo, amigo cierto, que no quiere ser citado, por lo que me veo obligado, aunque me pesa, a respetar su anonimato, halló un documento que intuyó de suma importancia.

-Al menos para ti- dijo. Se trataba de un diario.

Del diario que escribiera Pedro de Ortega Valencia durante su expedición de descubrimiento de las Islas Salomón en 1567, a las órdenes de Álvaro de Mendaña.

Aunque yo conocía la existencia de dos memoriales, escritos por el propio Ortega, nunca pensé que existía, además, un relato directo, de su puño y letra, del citado viaje, el cual es tratado de forma somera en su primera probanza de méritos, que data de 1569.

No es importante reseñar aquí ninguna descripción de los sentimientos que me embargaron cuando me enteré del hallazgo.

El librero que vendió, a precio irrisorio, por cierto, el legajo, al que acompaña una carta del nieto del viejo general guadalcanalense, también llamado Pedro, no supo decirle a mi querido amigo, la procedencia exacta del mismo, aunque sospechaba que pertenecía al lote que les compró a los herederos de un paleógrafo llamado Joseph A. White.

El texto que compró mi amigo era la transcripción, en inglés, de ambos textos, y se desconoce el paradero del original, que puede estar perdido en cualquier vetusta biblioteca inglesa o en algún desvencijado arcón en cualquier desván de Bloonnsbury o Chelsea.

Quizás ni esté en Londres.

Quizás ya ni exista.

Sólo puedo certificar dos aspectos sobre este importante hallazgo.

El primero es que, a lápiz, en el encabezamiento, aparece esta nota: 7-8-10, por lo que deduzco que el tal White debió examinar el texto y traducirlo el 8 de julio de 1910.

El segundo se refiere al tal White.

Por pesquisas posteriores he podido averiguar que este paleógrafo e investigador colaboró, a principios de siglo, con la Haklyut Society, asociación que se ha dedicado a investigar todos los aspectos relativos a viajes y descubrimientos marítimos, con especial predilección por los realizados en el Pacífico, y más concretamente por los de los españoles del XVI; sus estudios sobre el segundo viaje de Mendaña con el capitán Fernández Quirós, y sobre el del lugarteniente de éste, Váez de Torres, el primer europeo que vio Australia, gozan de gran reputación entre los historiadores.

¿Cómo llegó este manuscrito de Ortega hasta Inglaterra?

No se sabe.

Pero el hecho de que Pedro Sarmiento, cosmógrafo del aquel viaje y amigo de Ortega, sufriera prisión en la Torre de Londres, con un carcelero de postín, el corsario sir Walter Raleigh, puede darnos una pista: quizás Sarmiento le informara de ello y por ello los investigadores ingleses conocieran siempre de su existencia, ya que el diario, como se infiere por la carta de su nieto, nunca fue enviado a ningún estamento oficial español, sino a una persona particular, que muy bien pudo deshacerse de él.

¿Y por qué a Inglaterra?

Sabido es, y eso es una verdad aceptada por los numerosos historiadores con los que he contactado para verificar la autenticidad del relato y de los hechos que en él se relatan, que Inglaterra, ya en el siglo XVI, quiso borrar la huella del paso de los españoles por el Pacífico Sur, para así reclamar su legitimidad moral en los descubrimientos y colonizaciones que allí llevaron a cabo, muy especialmente en Australia, continente que la tradición apunta al inglés Cook como primer descubridor, aunque sea incierto, porque ya el español Váez de Torres la vislumbró en 1605 -casi dos siglos antes que el marino inglés-, y también el holandés Tasman, setenta años después que Váez, la circunnavegó por su parte meridional, desembarcando en una isla a la que le puso su nombre: Tasmania.

Queda claro pues que el interés de los ingleses, responda o no a un intento de ocultación de méritos de otros o de reescribir la historia, ha sido claro, y por ello no sorprende, tras un pequeño análisis, que el manuscrito de Ortega acabara a las orillas del Támesis.

Es hora, pues, de pasar a otras consideraciones.

Del análisis del texto, que, como se verá, no deja de ser una enorme carta a su mujer, Isabel Hidalga, se puede certificar que Ortega cuenta toda la verdad sobre el azaroso y fracasado viaje de Mendaña para descubrir las míticas tierras de Ofir, lugar al que, según la leyenda, marchaban las naves del rey Salomón para surtirse de todo tipo de riquezas para la construcción del famoso templo, símbolo del esplendor que Israel vivió bajo su reinado.

Y decimos que cuenta la verdad porque de las diversas relaciones que se conservan del viaje -Mendaña, el piloto mayor Gallego, Sarmiento...- una cosa queda clara: en aquel viaje los recelos y desconfianzas de unos y otros estuvieron a la orden del día, como lo demuestra la campaña de difamación que Sarmiento inició contra Mendaña una vez finalizado el viaje.

En cuanto a los descubrimientos, todos son ciertos, pues así ha sido comprobado.

Tan sólo bailan las fechas; pero mientras el resto de miembros de la expedición escribieron sus memoriales tras llegar a Nueva España, es decir, lo hicieron de memoria, Ortega lo hizo día a día, durante el transcurso del viaje; consecuencia: es mucho más fiable, en este sentido, el relato de Ortega que el de otros expedicionarios.

Hay que hacer una salvedad con respecto al texto: nos ha llegado incompleto.

En su última reseña, que responde al 22 de febrero de 1568, un mes después de su regreso, Ortega alude a que su última anotación es del 4 de septiembre, aunque en el texto encontrado por mi amigo la última fecha que aparece es la del 17 de julio.

También falta casi todo el mes de marzo de 1567.

Respecto al primer hecho caben dos suposiciones: o que efectivamente ese texto se perdiera, o que White no lo transcribiera porque no lo considerara de interés; de todas formas, no importa, sabemos, porque Ortega lo dice en su última anotación, que las tormentas y los fuertes vientos se cebaron con la flotilla, que ambas naos se separaron y que a punto estuvieron de morir todos.

Esta pérdida no rompe la ilación del relato, pues.

Como tampoco lo hace la pérdida de casi todo el mes de marzo, ya que en el resto de las relaciones tan sólo se dice que, durante esos días, los expedicionarios se dedicaron a la tarea de realizar un bergantín de calado más bajo para poder navegar por aquellas aguas peligrosas por sus bajos y arrecifes, y que se realizaron algunas entradas en Santa Isabel para inspeccionar la isla, pero que, en ellas, salvo algún encuentro furtivo por parte de los indios, no pasó nada de interés.

Ortega tampoco debió de dedicarse de manera constante al diario, pues como él mismo dice, lo escribió "por ir descontando días", de lo que se deduce que hubo jornadas en las que, o estaba muy ocupado, o no se produjeron hechos dignos, para él, de ser relatados; esto explica por qué hay un salto en el relato desde e14 de septiembre hasta el 22 de febrero: fueron tantos los avatares y peligros que sufrió que bastante ocupado estaba Ortega en salvar su vida como para dedicarse a seguir, día a día, con lealtad de adolescente, un diario al que no debió considerar de especial valor, pues nunca lo publicó.

Aunque en este último aspecto, quizás, habría que hacer otra reflexión: si después del viaje tuvo que realizar un informe para poder solicitar una pensión, ¿por qué no remitir el diario?

¿No lo consideraba afortunado? No lo parece.

Quizás Ortega lo consideró contrario a sus intereses, porque, como el lector podrá apreciar, en él se defiende a Sarmiento, sobre todo al final, y sabido es que el cosmógrafo no era persona bien considerada por las autoridades, ya que había sido condenado por el Santo Oficio, debido a sus conocimientos astrológicos, y de cuya ira pudo escapar gracias a la ambición del gobernador Lope García de Castro, organizador del viaje a las Salomón, que intercedió por él.

Para no cansar más al paciente lector, sólo haré tres precisiones más: dado el carácter urgente del diario, se le ha dado un poco de forma, en el sentido de completar las frases inacabadas por Ortega y de dialogar algunas de las impresiones del maestre de campo, para comprensión y agilización del texto.

No se ha añadido nada que pudiera transformar, aun levemente, el sentido del mensaje, pero era obligado limar sus incoherencias narrativas.

La segunda precisión se refiere a la carta del nieto de Ortega: es cierto que su abuelo fue gran amigo de don Pedro de Arana, general de las galeras, que, ya muerto Ortega, emitió un informe muy favorable sobre él, destinado, principalmente, a que su nieto se viera favorecido.

Se ha tratado de indagar las fechas de nacimiento y muerte de Pedro de Ortega, pero todo ha sido infructuoso, sólo podemos intuir que debió nacer hacia 1520, en Guadalcanal, por supuesto, y que en 1598 ya estaba muerto.

Sí se sabe que embarcó hacia América en abril de 1540, con rumbo a Nueva España, que se casó con Isabel Hidalga, y que de su matrimonio nacieron dos hijos, Jerónimo, que viajó con él a las Salomón, y Pedro, que se casó con María de Arellano, unión de la que nació su nieto y heredero Pedro de Ortega Valencia.

También sabemos que viajó a Madrid para recibir instrucciones sobre la pacificación de los negros del Bayano, que se rebelaron en 1580.

Por último, él título, La lluvia infinita, ha sido una licencia mía, pues el de Diario del viaje de Pedro de Ortega a las Salomón, que también manejé, me pareció grisáceo; de todas formas, el lector verá que el título finalmente elegido no es, ni mucho menos, gratuito.

Para finalizar, sólo dos agradecimientos: a José María Álvarez Blanco y a Miguel Grillo, paisanos y amigos; sin ellos, hubiera sido imposible la realización de La lluvia infinita.

 J. R.

Jesús Rubio Villaverde. 1999