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domingo, 1 de julio de 2018

Comunidad de pastos entre encomiendas de Reina y Guadalcanal 1

Incidencia en el término de Guadalcanal 1

I.- INTRODUCCIÓN
Al principio, tras la rendición de la alcazaba de Reina, esta nueva villa santiaguista y cristiana constituía el núcleo defensivo más importan­te de su zona de influencia, ocupando el centro militar y adminis­tra­ti­vo de las tierras o alfoz que le asignó Fernando III. Los oficiales de su concejo (alcaldes ordinarios, regidores, alguaciles, sesmeros, escribanos, etc.), bajo la supervisión del comendador y por delegación de la Orden, ejercían su jurisdicción en la villa cabecera y en los nuevos asentamientos cristianos que progresiva­mente iban apareciendo en su amplio término, seguramente aprove­chando las infra­estructu­ras urbanas existentes bajo dominio musulmán.

Más adelante, una vez consoli­da­das las fronte­ras en la zona del bajo Guadal­quivir durante la segunda mitad del siglo XIII, la mejor situa­ción geográ­fi­ca de algunos de estos asentamientos, con tierras más productivas, fue determi­nante para que la villa cabecera perdiera término y jurisdicción en favor de Llerena, Usagre, Azuaga, Guadalca­nal, etc. Estas circunstancias determinaron que en las primitivas Tierras de Reyna y su encomien­da aparecieran cinco circunscrip­cio­nes administrativas:
- La villa maestral de Llerena, con los lugares de Cantalga­llo, Maguilla-Hornachuelo-Rubiales, La Higuera y Villagarcía[i].
- La Comunidad de Siete Villas de la encomienda de Reina, con dicha villa y los lugares de Ahillones-Disantos, Berlanga, Ca­sas de Reina, Fuente del Arco, Trasierra y Valverde.
- La encomienda de Azuaga, integrada por esta villa, el lugar de Granja y las aldeas de Cardenchosa y los Rubios.
- La encomienda de Usagre, en cuyo ámbito de influencia se localizaba Bienveni­da, más adelante encomienda.
- Y la encomienda de Guadalcanal, con la referida villa y el baldío y cortijada de Malcoci­na­do, más adelante aldea.
A cada una de las villas y lugares citados, de forma general y con indepen­dencia de la circunscripción administrativa a la que perteneciesen, ­la Orden de Santiago le delimitó un reducido término en el momento de su reconocimiento como entidad concejil. Estos términos estarían constituidos por lotes de tierras o suertes de población, que incluirían alcaceles, huertas, plantíos y tierras de labor concedidas en propiedad a los primeros y más significados repobladores con la finalidad de afianzar el asentamiento, y que en ningún caso representaban más del 5% del total del término que cada pueblo posee en la actualidad. Aparte incluían ciertos predios alrededor de la población (ejidos) y otras zonas adehesadas de las más productivas del entorno (dehesas privativas o concejiles), en ambos casos para el usufructo comunal, equitativo y exclusivo del vecindario presente y futuro; es decir, un término cerrado a forasteros y a sus ganados, pero abierto a quienes quisieran avecindarse.
Las tierras de peor calidad o de acceso más dificultoso y alejadas, quedaron sin distribuir como baldías, estableciéndose en ellas una intercomunicad general y supraconcejil, a cuyos apro­vecha­mientos (pastos, bellota, madera, leña, abrevaderos, caza, pesca y otros frutos y hierbas silvestres) podía acceder cualquier vasallo de la Orden en sus dominios extremeños. Sirva, como ejemplo, una de las conside­raciones incluida en la confir­ma­ción de privile­gios que el maestre Juan Osorez hizo a los concejos de Reina, Casas de Reina y Trasierra, ratificando decisiones previas de Pelay Pérez Correa en 1265:

“...en el año 1298, el Maestre Don Juan Osorez confir­mo sus privile­gios a los Concejos de Reyna, Las Casas y Trasierra, en la dehesa de Viar (como dehesa privativa y mancomunada para los tres concejos), con cierta carga (el derecho cedido al comendador de Reina para pastar con ochocientas borras de su propiedad) así como manda su fuero; (...) y se manda­ron guardar las dehe­sas (privativas de cada conce­jo); y que en lo demás (se refiere a los baldíos o tierras abiertas) hubiese comuni­dad entre los Vasa­llos de la Orden... [ii]

O este otro de 1297, cuando el mismo maestre confirmó a Llerena como concejo independiente de la villa de Reina, otorgándole el fuero de dicha villa cabecera. En uno de sus apartados dice:
“Otrosí vimos carta del maestre don Gonzalo Martel y del maestre don Pedro Muñiz, por la que les hacía merced a los vuestro ganados (del vecindario de Llerena) que anduviesen con los de Reyna y con los demás vecinos alrededor, pacien­do las yerbas, bebiendo las aguas (de los baldíos), así como los suyos mismos... [iii]”
En definitiva, el territo­rio santiaguista en la Extremadura Leonesa de finales del XIII estaría vertebrado por una serie de circunscripciones o unidades administrativas denominadas encomiendas. Dentro de éstas se diferenciaban pequeños términos aislados e inmersos en una extensa superficie de tierras abiertas o baldías, donde quedó establecida la intercomunidad general aludida. Después, durante el siglo XIV las tierras baldías se repartieron integrándolas en las distintas encomiendas, si bien persistían en el mismo uso comunal e interconcejil, con la salvedad de que sus usos y aprovechamientos progresivamente quedaban restringido al vecindario de encomiendas vecinas; es decir, de la intercomunidad general se pasó a una intercomunidad vecinal o de proximidad, como se deduce de uno de los establecimientos acordados durante el Capítulo General que la Orden celebró en Llerena (1383) bajo el maestrazgo de Pedro Fernández Cabeza de Vaca:
“Don Pedro Fernández Cabeza de Vaca por la Gracia de Dios maestre de la Orden de la Caballería de Santiago. A todos los comendadores, e vecinos, e Alcaldes, e Caballeros, e Escuderos, e dueñas, e Hombres buenos, de todas las villas e lugares, que nos en nuestra Orden habemos en las Vicarias de Santa María de Tudía e de Reyna, e de Mérida con Montán­chez (...) Bien sabedes como por parte de vosotros, algunos de vos los dichos vecinos, nos disteis en querella que lo pasábamos mal los unos con los otros, en razón de los términos e de las dehesas, por cuanto nos fue dicho, que los unos vecinos a los otros tenedes forzados los términos (...) Otrosí que las dehesas de tierras de la Orden sean guardadas en todos los otros lugares e que todos los vasa­llos, que labren e pasten e corten e pesquen e cacen de continuo con sus vecindades (en los baldíos), por que todos vivan avencinda­mente sin premia e sin bullicio ninguno... [iv]"
Para ello, la Orden forzó el establecimiento de concor­dias sobre los aprovechamientos de baldíos colindantes entre encomiendas limítrofes, tal como ocurrió entre las de Guadalcanal y Reina, entre las de Guadalcanal y Azuaga, entre Montemolín y Reina, entre Llerena y Reina, etc. Siguiendo esta norma, no se establecieron comunidades de pastos entre encomiendas o circunscripciones no colindantes, como, por ejemplo, entre Montemolín y Azuaga, entre Usagre y Guadalcanal, etc. Sin embargo, Llerena, que no era encomienda sino que constituía junto a Maguilla y La Higuera una circunscripción propia de la Mesa Maestral y en cuyos términos apenas existían baldíos, se saltaba dicha norma y, además de establecer comunidad de pastos en los baldíos de las circunscripciones vecinas (Reina, Azuaga, Montemolín, las otras cuatro encomiendas surgidas de esta última –Calzadilla, Fuente de Cantos, Medina y Monesterio- y Usagre), también forzó comunidad de pastos con Guadalcanal.
Resumiendo y centrándonos en lo que en esta ocasión nos ocupa, Guadalcanal inicialmente quedó incluido en la donación de Reina. Después, a medida que se repobla­ban y ex­pan­dían Llerena, Usagre, Azuaga y el propio Guadalca­nal, fue decre­ciendo la demarcación de las primitivas Tierras de Reyna y de su enco­mienda, quedando reducida a la Comunidad de Siete Villas de la Encomienda de Reina (Reina, Ahillones, Ber­lan­ga, Casas de Reina, Fuente del Arco, Trasierra y Valverde). En Guadalca­nal se aprovechó esta coyuntu­ra, como en Usagre y Azuaga, para consti­tuirse en villa y encomien­da indepen­diente, segregando su término de la primitiva donación de Reina, encomienda con la que estableció comunidad de pastos hasta finales del primer tercio del XIX.

II.- PLEITOS, SENTENCIAS Y CONCORDIAS ENTRE LAS ENCOMIENDAS DE GUADALCANAL Y REINA (1442-1671)
Entre ambas encomiendas existían diferencias notables. Así, la de Guadalcanal estaba constituida por un único concejo, el de Guadalcanal, pues la aldea de Malcocinado prácticamente representaba una especia de cortijada ubicada en el baldío del mismo nombre, no adquiriendo entidad como aldea hasta la segunda mitad del XVIII. Por lo contrario, en la encomienda de Reina se diferenciaron claramente ya desde finales del XIII un complejo conglomerado de entidades jurisdiccionales integrado por la villa de Reina y los lugares de Ahillones-Disantos, Berlanga, Casas de Reina, Fuente del Arco, Trasierra y Valverde, la mayoría de los cuales alcanzaron el rango de villa entre el XVI y el XVII. Además, incluso cuando eran lugares, cada uno de estos pueblos disponía de un pequeño término (ejidos, dehesas privativas y tierras particulares) inmersos en los baldíos propios de la encomienda, representados estos últimos aproximadamente el 60% del total de sus términos (en el caso de Guadalcanal sólo el 40%). Por último, por si eran pocas los enredos jurisdiccionales que se daban en esta encomienda de Reina, dicha villa, Casas de Reina, Trasierra y, en cierto modo, Fuente del Arco, disponían de un término mancomunado, insolidium y proindiviso.
Bajo este marco hemos de considerar las relaciones entre ambas encomiendas, como fiel reflejo de lo acontecido en el resto del territorio santiaguista de la Extremadura leonesa. En efecto, no transcurrió mucho tiempo, entendemos que el justo hasta que la repoblación de la zona alcanzó cierta entidad, cuando aparecieron las primeras discordias entre las distintas circunscripciones surgidas de la primitiva donación de Reina e, incluso, entre los pueblos y asentamientos de una misma demarcación o encomienda. Estas discordias debieron acentuarse en tiempos del maestre don Fernando, el Infante de Aragón. Por ello, primero en 1428 y con posteridad en 1442, el citado maestre mandó a sus visitadores con la misión de poner paz y orden ante los sucesivos conflictos que iban surgiendo [v], especialmente determinados por los deslindes entre términos y por los aprovechamientos de baldíos interconcejiles, tanto entre los distintos concejos de una misma encomienda como entre los de diferentes encomiendas. De todo ello tenemos suficientes muestras en el que posteriormente se llamó partido histórico de Llerena [vi], pero en esta ocasión, como ya se ha remarcado, nos centramos en las discordias surgidas entre las encomiendas de Guadalcanal y Reina, para lo cual nos apoyamos en el definitivo pleito de 1670 [vii], cuyo desarrollo y probanzas nos remiten a documentos correspondientes a 1442, concretamente a una sentencia de los visitadores del infante de Aragón, firmada en Arroyomolinos de León, el 13 de junio de dicho año.
La sentencia aludida, asumida en su totalidad por el maestre-infante, trataba de poner fin a las diferencias entre Guadalcanal y Reina por los aprovechamientos de unas dehesas y de ciertos predios de los baldíos interconcejiles, que hubo que describir y deslindar en el desarrollo del pleito.

[i] A principio del siglo XV, siendo maestre Lorenzo Suáre­z de Figueroa (1387-1409), Villagarcía se eximió de la jurisdicción santia­guis­ta, pasando a los herederos del maestre Garcí Fernández de Villagar­cía (1385-87).

[ii] CHAVES, B. Apuntamiento legal sobre el dominio solar de la Orden de Santiago en todos sus pueblos, Madrid, 1740, facsímil de Ediciones “el Albir”, Barcelona, 1975.
[iii] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “El fuero de Llerena y otros privilegios”, en Revista de Feria y Fiestas Patronales, Llerena, 2000.
[iv] AMLl, Leg. 573, carp. 4: Antiguos Privilegios de Llerena.
[v] Real Ejecutoria a favor de la ciudad de Llerena sobre el pleito seguido en la Real Audiencia de la villa de Cáceres contra las villas de Aillones, Casas, Reina y otras (Fuente del Arco y Trasierra), sobre comunidad de pastos. Año de 1793. Transcripción de HORACIO MOTA sobre un documento sin localizar.
[vi] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La comunidad de pastos en las tierras santiaguistas del entorno de Llerena”, en Actas de las III Jornada de Historia de Llerena, Llerena, 2002.

[vii] Concordia entre las encomiendas de Reina y Guadalcanal. AMG, leg. 483.
  
Publicado en las revistas de Reina y Guadalcanal, 2007
Manuel Maldonado Fernández

lunes, 25 de junio de 2018

La Llamada Iglesia de Santo Antonio de las Minas

Datos de su historia y tumulto  de la noche de San Nemesio
  
La Iglesia de la mina llamada de Santo Antonio de las Minas (según consta en documentos), estaba situada en el nuevo poblado de la mina de Pozo Rico, en este poblado que estaba compuesto por setena u ochenta casas de quedar, mesón, almacenes, talleres y una nave de aposento de  moriscos y otra si de esclavos, “Los esclavos residían en un edificio con corral central, alrededor de que se  disponían 23 piezas y una para la persona de su vigilancia y cuidado, así como un anexo donde las esclavas encargadas de su cuidado preparaban comida, amasaban el pan y les lavaban la ropa”, e igualmente fue construido un templo para el bien llevar de las almas cristianas y una casa adjunta para la vicaría.
Los visitadores fueron recibidos por el contador y juez civil y criminal de todo lo concerniente a dicho poblado y al resto de la explotación minera, igualmente fueron recibidos por el padre Carrasco capellán de la dicha iglesia y perteneciente como clérigo a la Orden de San Pedro, iglesia menor ésta perteneciente a Santa María de la Asunción la Mayor de la villa de Guadalcanal.
Los visitadores describieron el edificio con el siguiente escrito:
“La dicha iglesia es de una nave de piedra rajada. El cuerpo de ella es mediano. La techumbre de madera de castaño, alfarjías y ladrillos por tablas.
La capilla principal es de crucería de ladrillo. Al altar mayor se sube por tres gradas chapadas de azulejos en medio del cual estaba el Sagrario; a la parte del Evangelio está una imagen de santo Antonio de bulto entero y encima de él  una imagen de Ntra. Sra. Pintada al óleo, con dos puertas (tríptico, en la una de ella, a la mano derecha de San Juan Evangelista, y la mano izquierda de santo Antonio. Encima de estas imágenes  está u crucifijo de bulto entero”.
Después de diez años de su puesta en marcha y con el auge de la mina y el aumento de población día tras día, se tiene noción de que en el asentamiento existía entre el personal no laboral de la mina un capellán que atendía las almas de los forzados mineros, asistía a sus eventos y daba cristiana sepultura a los fallecidos en el trabajo.
Con la compra de moriscos y  esclavos negros en cantidades importantes para la mano de obra menos especializada, como así escribía en comisión en el año del señor de 1557  A. de Zárate a la Princesa Gobernadora: “Connviene que V.M. mandase comprar cantidad de negros y moriscos para las demás que se armasen, porque según ba el año a dios graçias y la jente se va encareçiendo y ensoberbeçiendo, a de ser trabajosa y costosa de allar”, las disputas entre estos y la minoría cristiana con privilegios y trabajos más especializados y remunerados fue creando una situación tensa entre las distintas comunidades.
En el atardecer del  día decimonono  del mes doce del año 1564 de nuestro señor, festividad de San Nemesio, ocurrieron unos hechos en el poblado de las minas en la finca del Molinillo de Guadalcanal siendo protagonista el templo de San Antonio de las Minas que a continuación se relatan:
Cave anteceder que los negros esclavos se acercaban a una cifra  superior al centenar (entre hombre y una minoría de mujeres) todos ellos bautizados, estos que carecían de un salario prometido por el administrador con  arreglo a su valía en los trabajos, y que eran principalmente el de cavar y sacar material de sol a sol o trabajos de menor especialización y a veces complementados con trabajos de servidumbre a los oficiales. Teóricamente recibían cama, ropa y comida, ésta si bien se consideraba suficiente y relativamente equilibrada para la época, era insuficiente en calarías y esta falta de aporte calórico era suplido con una ración excesiva de vino malo (a veces hasta dos cuartillos)
Estos excesos de vino los llevaban a enzarzarse en constantes peleas entre ellos propios y los moriscos, si bien evitaban los altercados con los cristianos viejos y rara vez se producian.
Por lo general eran sumisos y trabajadores pero como en todo colectivo había cabecillas que alteraban la convivencia, este era el caso de dos bautizados como Manuel y José, escribiendo sobre ellos el administrador Diego López:
“son los  dichos dos esclauos muy soberbuis y revoltosos y façinerosos, especialmente el dicho Jorxe, el qual se  a alçadocontra los capataces destas minas y contra Rodrigo Lucas siendo veedor sete Jorxe se ha hecho fuerte y quiso matar a Jerónimo Gonçález que tenía a su cargo a los dichos esclauos (…)Los dichos Manuel y Xorse son terribles y borrachos, y especialmente el antedicho Jorxe es perverso y malino y a querido matar en las dichas minas a muchas personas (…) y ques muy perjudiçial y que él rebuelbe a los dichos esclauos ynquietándolos y haçelo que parace como incorregible…”
Aquel atardecer del día de San Nemesio todo se precipitó, un grupo numeroso de esclavos y moriscos con palos y antorchas intentaron asaltar los almacenes de grano y alimentos de la mina, encontrándose en inferioridad los cristianos y personal no laboral  se refugiaron en la nave principal del templo de Santo Antonio de las Minas, su capellán 2º Eliodoro Calero mandó  al aguacil y su ayudante a llamar al concejo de  la villa de Guadalcanal que se encontraba a poco menos de una legua legal  de la mina para pedir auxilio y sofocar aquel tumulto.
Finalmente la rebelión fue sofocada a mediados de la mañana de día siguiente, en ella murieron uno de los encargados de los esclavos, varios de estos y daños por incendio en el templo y los almacenes.
El templo fue reparado de inmediato con limosnas y a costa de la Hacienda Real  por los cristianos viejos y algunos moriscos y esclavos “dóciles”, por su parte en la investigación abierta por el Consejo de Hacienda sobre los incidentes, el gobernador de la mina dice:
“los negros y negras dizen que son maltratados y no tienen de que comer o en que dormir; los ynviernos duermen en madera y los dolientes en rrama y que de un año a esta parte se an muerto más de quarenta y que después de terminar el trauaxo van seruir  a los offiçiales so pena de açotes”. (Resolución al margen: “Que se escriba que se les de cama y que sean bien tratados”).
Esta iglesia del poblado de la mina fue contraída expresamente para el culto de los que allí trabajaban,  así consta durante más de veinte años del siglo XVI, su situación no estaba regulada y los visitadores traían órdenes expresas para organizar lo concerniente a la misma, por ello, registraron lo siguiente:
“En el dicho lugar e yglesia no hay cura propio y el dicho Juan Carranco dice misa y administra los sacramentos con licencia del juez ordinario de la provincia de León de la Orden de Santiago, dada en Madrid, en 1573. Está nombrado por capellán de los contadores de Castilla, por un capítulo de una carta fechada en Madrid, en 1567, el cual capellán dice cada semana tres misas por S.M., como dio relación Marín López, contador. Las condiciones que se permitió hacer y acabar la dicha iglesia, son las siguientes:
Precisamente que S.M. y su administrador general en la dicha mina mande reparar la dicha iglesia y cumplir lo que falta para que en decencia pueda estar el Santo Sacramento, proveyendo de custodia y crismera para óleos para enfermos y de ornamentos y cera y aceite y que siempre arda una lámpara, Y si las limosnas que sacaran no bastante, que siendo a costa de S.M. se dé al clérigo que allí resida una congrua sustentación el cual ya de  decir cada semana tres misas por S.M.
Así consta en la dotación del Consejo de Hacienda por nombramiento real para dicho personal en la mina de Guadalcanal en la que se dota una partida de gastos en 1566  de 170 maravedíes diarios para el sustento del capellán, dos años después el administrador general de dicha mina dota al capellán primero con 102 maravedíes y al capellán segundo se le asalariaba con idéntica cantidad por cada fiesta. La  dotación para el   capellán de la dicha mina cambió mucho dependiendo de los administradores y años, constando en el año 1563 una dotación de 62.050 maravedíes, curiosamente ese mismo año para el puesto de galeno y boticario fue de 37.500 maravedíes, manteniéndose en año posteriores cantidades similares, teniéndose como última referencia el año 1578 con 15.532 para el galeno y 43.435 para el capellán 1º.
Item, que atento a que la dicha iglesia está en término de la villa de Guadalcanal y ella y las demás han de reconocer a la iglesia de Santa María como Mayor, el párroco que ahora es los que fueren en delante puedan visitar la iglesia de la mina y administrar los sacramentos.
En el informe se recogen otras mandas de menor cuantía y relevancia, pero finalizada la visita se dan órdenes para que se le haga una primera asignación al capellán de tres reales y medio al día, igualmente se hace constar que ésta iglesia carecía de bienes de fábrica, aun cuando S.M. había dado orden de reparar y proveerla de lo necesario para el culto y la atención de enfermos.

De éste templo y del poblado que existió en la finca del Molinillo no quedan ni las piedras de sus cimientos,  como de tantos otros elementos del rico patrimonio material y artístico de nuestra población que se han ido perdiendo a lo largo de la historia, pérdidas sufridas por el abandono, el tiempo, guerras, las desamortizaciones del siglo XIX,  expolios y ventas sufridas a lo largo de los años como las sufridas en el patrimonio en la recta final del siglo XX, etc., etc.

Fuentes.- De Minería, metalurgia y comercio de metales (Julio Sánchez Gómez). La Villa Santiaguista de Guadalcanal (Manuel Maldonado Fernández). Archivo Histórico Nacional. Archivo General de Simancas


Rafael Spínola R.

lunes, 18 de junio de 2018

En los jardines del Palacio

Una Tarde...

Desde el fondo de los jardines del Palacio, como desde un mirador, se divisa la Sierra del Agua con toda su grandeza. Al frente, domina el paraje un monte alto, redondo, duro, encrespado de olivos, apenas suavizado por la mancha clara de eucaliptos que bordea la hilera blanca de casitas de las erillas.
Celestes por la distancia, se pueden ver hacia la parte de Cazalla, las ondulaciones de la serranía recortándose en el horizonte. La yerbabuena y el tomillo perfuman el aire que nos llega como una bendición desde las huertas del gran valle que circunda la parte baja del pueblo.
Si, está bien, durante las tardes de verano, allá al fondo, en los jardines del Palacio. Y hacia allí iba un hombre que subía con dificultad con dificultad la escalerilla que construyeron frente a la Biblioteca Publica. Luego se acercó a “la poza” y se quedó allí de pie mirando la lejanía. El viento fresco, le revolvió los pocos pelos pajizos que nimbaban su cabeza. Era un anciano alto, aún fuerte, surcado de arrugas el noble rostro, las manos grandes, ásperas, de hombre que ha trabajado siempre con ellas.
Empezó a filosofar: “esta es mi tierra. Aquí nací y aquí he vivido hasta hoy, aquí están enterrados mis padres, mi mujer… He vivido muchas cosas a lo largo de tantos años que llevo ya clavado a este pedazo de tierra… ¿y para qué?, ¿Por qué  me tiene Dios todavía vivo? Yo ya hice todo lo que tenía que hacer. Sí, de niño corría por las calles de mi pueblo como un meteoro, el pedazo de pan en la mano, el trompo y la honda en el bolsillo, los ojos limpios estrenando vida.
Pronto fue preciso arrimar el hombro, arrimar unas pesetas… Y luego, la Dolores, ¿Qué nos dijo el señor cura cuando nos casamos? “Para siempre en el dolor y en la dicha…”
Ahora, dicen algunos que eso ya no se lleva. ¡Cómo si las cosas del buen Dios pudiesen los hombres mejorarlas¡ ¿Qué sabrán ellos, egoístas ignorantes que presumen de sabios?”
Al viejo se le van soltando los pensamientos. Uno detrás de otro, como las cuentas del rosario, va engarzando los recuerdos, mientras los ojos miran a lo alto, hacia el azul purísimo del cielo y los pulmones se llenan de un aire fino que corta y acaricia a un mismo tiempo.
Ø  Hola Jeromo.
El que llega, viene renqueando, una pierna se le corva y tiene que sostenerse en un bastón.
Ø  Hola Bastián y ¿esa pierna cómo va?
Ø  Ya lo ves me duele, me duele, es “la reuma” que me la tiene más torcida que en cáncamo. Hasta que un día la estire y me saque de mi casa con los pies por delante.
Ø  Todavía no  Bastián, todavía no.
Jerónimo no calla. Ha dicho  un cumplido  y no hay más que añadir, desde hace rato, le ronda en la cabeza.
Ø  Oye… ¿tu sabes lo que hacemos aquí?
Ø  ¿En el palacio? –preguntó a su vez el otro-
Ø  En la vida, Bastián en la vida, ¿Cuántos años tienes tú ya?
Ø  ¿Y yo que sé?, ¡Si no me acuerdo ni de la quinta que soy¡
Ø  Pues yo voy con el año. Ochenta y tres cumpliré en la feria, y la verdad no sé que hago todavía aquí.
Ø  ¡Toma pues yo si se lo que hago¡ Y mira lo que te voy a decir: ¿Te acuerdas de la Cruz de Mayo que levantó este año el cura en la puerta de la puerta de la iglesia. Pues una tarde fui a verla de cerca… y entré. Si entré en la iglesia Jeromo y me puse a rezar.
El otro le miraba sin pestañear, con atención. Batián habla poco, pero cuando lo hace gustaba escucharle. Su voz era recia, pausada, como la voz de los viejos que escogen las palabras para no decir ni una de más, ni una de menos, como conocedores que son de la vida y de los hombres.
Ø  Todo está muy bien pensado Jeromo. Nos enseñan a rezar de niño y siempre queda algo. Hay que ser un mal bicho para dejar crecer a un niño sin enseñarle a rezar. Mi mujer enseñó a mis hijos y mis hijos a mis nietos. Es bueno eso, créeme. Así que yo, ahora, he vuelto a lo que nunca debí dejar. Hay que prepararse para el viaje porque… es muy serio eso de morirse, ¿comprendes?
Ø  Y… que rezas, si puede saberse ¿Que le dices tú a Dios, Bastián?
Ø  Mira, no te rías. Yo le doy las gracias porque me ha permitido llegar a viejo. Otros mueren a mitad del camino y, quien sabe si todos están preparados o si no lo están preparados, o si no lo están, ¡Allá ellos¡
Ø  Por mi parte,  le agradezco a Dios esta oportunidad y no pienso perderla. ¡No me la juego, Jeromo, no estoy loco¡ la vejez es un regalo, ¡el {ultimo, Jeromo, el último¡ El primero es la vida y ahora quieren poder quitársela a algunos no sé con que pretextos muy bien explicados…
Iba cayendo la tarde. Desde lo alto de la Iglesia, una campana dejó oír su tañido. Fue un único toque, hondo, profundo, como una llamada de atención o una reverencia, como un dolor o como un homenaje, En ese momento, a mitad de la Santa Misa, los brazos del sacerdote descendían, lentamente, hasta el altar, con la hostia consagrada, entre sus manos.
Allá al fondo del Palacio, Sebastián echó a andar, renqueándole la pierna del reuma, mientras Jeromo le miraba muy serio, pensativo, con cariño en los ojos, entrevelados de respeto.
-¡Esa pierna…- le gritó¡
Bastián paró un momento, volvió el cuerpo con esfuerzo.
Ø  La pierna me duele, sí. ¿Y qué?
Adiós, voy un momento a saludar a la Patrona

Plácido de la Hera
Revista de feria 1983

miércoles, 13 de junio de 2018

Historia de la mineria de Guadalcanal y 3

Ultima época
SIGLO XX .-

Empieza este siglo bajo la óptica de una gran demanda de los recursos minerales por parte del mercado europeo, muy especialmente en los años que anteceden a la Primera Guerra Mundial y que a la minería andaluza afectó en sectores tan importantes como el plomo, el cobre y el hierro. Por otro lado, esta etapa no estuvo exenta de profundos conflictos políticos, sociales y laborales que culminaron con la Guerra Civil (1936-1939).
Las minas de hierro de El Pedroso aparecen en 1901 en manos de la firma Sota y Aznar de Bilbao, que intentó proseguir la explotación entre 1901 y 1907, teniendo que abandonar las labores en el último de los años mencionados; otra parte de las minas estaban arrendadas a los señores Latorre que en diferentes ocasiones se propusieron poner de nuevo en marcha la fábrica siderúrgica y las minas, correspondiendo el más reciente intento a los años de la Primera Guerra Mundial en que los minerales de esta zona, altos en sílice, eran bien aceptados por el mercado alemán; entre 1918 y 1921 volvió a funcionar la instalación siderúrgica, si bien se vio obligada a paralizar ante la primera reacción del mercado por causa del elevado coste de transporte que grababan los minerales procedentes de la mina La Jayona, en la vecina región extremeña y que eran necesarios para proceder a las mezclas oportunas que permitían la utilización de las menas de estas minas de El Pedroso.
En 1923 y al amparo de la Ley de Nacionalización y Organización de Industrias, se intenta de nuevo la puesta en marcha del asunto en base a la fabricación de lingote de acero, ferroaleaciones, bronces y latones militares, etc., barajándose la combinación de estos minerales de hierro silíceos con otros de la misma naturaleza de Cazalla y Constantina, los básicos de la Jayona, las magnetitas de Navalázaro en esta zona de El Pedroso y las de Zufre en Huelva, los coques de Peñarroya (Córdoba) y las hullas de Villanueva del Río e incluso las de Valdeinfierno y Hornachuelos , en Córdoba. No progresó esta intentona que de nuevo se planteó en 1927 de la mano de una nueva compañía formada a tal efecto bajo la denominación de Siderúrgica del Huelan, que convocó una suscripción pública de acciones sin llegar a cubrir ni el 30 por 100 del capital requerido para el desarrollo del proyecto.
En 1931 surge la Compañía Sevillana de Ferrocarriles, Minas y Metalurgia, S.A., que en un manifiesto profusamente repartido criticaba el funcionamiento de la sociedad escocesa Baird, explotadora del yacimiento de Cerro del Hierro, a la vez que proponía el desarrollo de un proyecto siderúrgico con capacidad para 15.000 toneladas anuales de hierro laminado. Estasminas bajo la titularidad primero de Willian Baird Mining Co.Ltd., denominada después The Baird’s Mining Co., tuvieron una producción entre 1895 y 1932, es decir, durante un periodo de treinta y siete años, de 7,63 millones de toneladas, o sea un ritmo de 200.000 toneladas anuales por término medio.
Por su parte las minas de El Pedroso también estuvieron en manos de capital foráneo hacia 1912, especialmente la zona central del yacimiento que fue trabajada por la Societe des Mines du Pedroso y había aportado la Compañía Industrielle et Commerciale D’Anvers; esta compañía también trabajó entre 1910 y 1912 las magnetitas de la Sierra de la Grana, en término de Cazalla de la Sierra, con una producción en estos dos años de 20.000 toneladas que eran transportadas en carros a la estación de El Pedroso a 17 kilómetros de distancia, con un coste de nueve pesetas por tonelada. Estas minas de Cazalla a partir de 1912 pasaron a la Compañía Minera de Andalucía que realizó trabajos de investigación sin llegar a su explotación industrial.
En Guadalcanal siguieron en activo las minas de hierro de La Jayona, que en 1902 instalaron un tranvía aéreo de 5,6 kilómetros de longitud hasta la estación de Fuente del Arco con una capacidad de 400 toneladas a la hora.
Una gran parte de los minerales procedentes de estos yacimientos situados en el Cerro de las Herrerías y que desde tiempos remotos habían sido utilizados como fundentes en el tratamiento de los minerales de plata de Guadalcanal; durante esta época reciente eran adquiridos por la SMMP para ser empleados con igual fin en su fábrica de función de plomo de Peñarroya y otras, existiendo por aquel entonces la creencia general de que contenía altas leyes en plata, si bien este dato nunca fue comprobado ya que la posible documentación al respecto desapareció en el incendio de los archivos de la SMMP en el año 1920.
También en Alanís en el año 1906 se encontraba activa la Sociedad Minera de Onza explotadora de los criaderos de hierro situados en la margen de Río Onza.
En Cazalla , desde el 1900, Guillermo Sundheim asociado a la casa Fould Et Cie., de París, investigaba el coto minero Morena y en 1909 The Cazalla Mining Co.Ltd. adquiría la mina cuprífera San Miguel y en Constantina proseguía en actividad intermitente la mina del Pago de Gibla entre 1917 y 1927, centrándose las labores en la antigua Josefina que en 1922 producía 150 toneladas. También en Constantina la sociedad Minas de Cervigueros explotaba el coto del mismo nombre en 1900, de minerales de hierro y plomo con abundante plata, cesando su actividad en 1903 en que vendió minas e instalaciones.
Para la explotación del grupo minero del Marín cerca de Guadalcanal y en término de Alanís, se constituyó en 1902 la Sociedad Argentífera Sevillana que dos años más tarde terminaba la instalación de cinco sistemas de extracción en sus correspondientes pozos maestros, así como un lavadero mecánico en el grupo Norma, construyendo - dada su lejanía de núcleos urbanos - cuarteles para trabajadores, talleres, escuelas, etc.; el transporte del mineral se realizaba a lomos de caballería hasta la estación de Azuaga (Badajoz) distante 15 kilómetros. La actividad de esta compañíacuya producción se inició en 1905 con 1241 toneladas de concentrados, cesaba en 1910.
En 1916 hay constancia de la actividad del grupo minero de plomo Laberinto también en Guadalcanal, que en ese año ocupaba a 48 operarios en el pozo Ernestina, 22 en La Cierva, 12 en San Luis y 9 en Norma: su máxima actividad tuvo lugar hasta 1927 cuando las labores se situaban a 140 metros de profundidad, transportándose el mineral a la estación de Berlanga.
Por su parte, las minas de plata, en el año 1911 volvieron a reanudar con un nuevo intento de desagüe por parte de un grupo de mineros particulares, mediante la instalación de un sistema de bombas eléctricas alimentadas con una central a boca de mina; se perforaron 100 metros de pozo alcanzándose la cota de 200 metros, a la que se encontraban las labores antiguas, proyectándose una ampliación del capital para dimensionar los equipos de desagüe que no llegó a verse realizada al sobrevenir la Guerra Europea. En 1919 y sin que hubiera actividad minera, el yacimiento estaba cubierto por diversas concesiones bajo la titularidad de la Compañía del Pozo Rico, La Cuprífera Española y Rodolfo Goetz Phillipi.
La explotación de la cuenca carbonera de Villanueva del Río estuvo en un ritmo de producción del orden de 200.000 toneladas anuales durante el primer tercio del siglo.
La mina del Cerro del Hierro continuaba su actividad. En 1946 pasaron manos de Nueva Montaña Quijano, S.A. extrayendo hasta 1966 la cantidad de dos millones de toneladas, transfiriéndose posteriormente a una nueva sociedad, Cerro del Hierro, S.A., que entre 1972 y 1977 extrajo una cifra similar.


Rafael Remuzgo Gallardo

miércoles, 30 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 2

Del Siglo XVIII al XIX

SIGLO XVIII .-
Este siglo nace bajo el signo de la Guerra de Sucesión. No ofrece grandes cambios respecto al pasado anterior en lo que se refiere a una reactivación de la minería española en general y andaluza en particular, al menos en su primera mitad. Haría falta el acceso de Carlos III para que, siguiendo modelos europeos, se tomasen las iniciativas adecuadas en orden a un mejor conocimiento y aprovechamiento de los recursos minerales; así, a mediados de siglo el Marqués de la Ensenada daba los primeros pasos para la regeneración de la minería y se iniciaban tímidas gestiones para la implantación de la enseñanza oficial de esta minería, que no se vería materializada hasta 1777 con la creación de la Escuela de Minas de Almadén.
Por otro lado, este periodo sigue estando caracterizado por una atención preferente a la explotación y beneficio de los recursos minerales del mundo
colonial americano.
No obstante, una serie de adelantos tecnológicos, entre otros el empleo de la pólvora en las operaciones de arranque en los primeros años del siglo XVIII, o la llegada de la primera máquina de vapor aplicada a la minería a finales del mismo, así como una mayor afición y facilidades para la publicación de textos escritos, favorecen el resurgir minero.
La historia más sugerente en materia minera en Andalucía se produce a partir de 1725, cuando el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm, antiguo buzo dedicado -infructuosamente- a la búsqueda de galeones hundidos en la ría de Vigo, obtuvo licencia para explotar las minas de Riotinto, así como las de Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galaroza, durante el plazo de treinta años, con la sola condición de que a su término pasasen a la Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se hubiesen establecido. Para ello, redactó un documento proyectando la formación de una compañía explotadora de 2000 acciones de 500 dólares cada una, el asunto se puso de moda especialmente entre la clase alta de la Corte, participando varias damas ilustres. Este Manifiesto provocó una dura polémica a nivel nacional en la que participaron personas tan ilustres como Fray Martín de Sarmiento.
Francisco Antonio de Ojeda y otros que con gran empeño y sarcasmo ridiculizaron el referido Manifiesto, llamado «bobos» a los españoles que se interesasen en el tema y calificando a Riotinto de «río revuelto para pescar incautos».
Al fin la compañía se constituyó, encargándose un informe sobre los criaderos al ingeniero alemán Roberto Shee, quien concluyó de manera favorable. De ahí que se afirmara la Compañía de Minas y se recaudaran los fondos necesarios para acometer la explotación, lo que no pudo evitar el que las desavenencias entre los socios y el común deseo de eliminar al fundador extranjero retrasaran el comienzo de los trabajos y a que, por último, la empresa se dividiera en dos: una, destinada a trabajar en Guadalcanal, y otra, en Riotinto, centrándose la labor de Wolters en esta última.
A la muerte de Wolters, las minas de plata de Guadalcanal pasó a la dirección de María Teresa Harbert, hija del Duque de Powis y Par de Inglaterra, quien, tras un mandato irregular marcado por los pleitos, los herederos originales de la compañía provocaron la disolución de ésta. Y no fue hasta el año 1768, después de numerosas tentativas de reactivación, cuando, una compañía francesa, bajo el dominio del Conde Clonard y la dirección de Luis Lecamus de Limase, volvía a intentar el beneficio de estas minas, aunque con similar resultado. La falta de resultados favorables, tras una inversión estimada de 80.000 ducados, obligó a la compañía a contratar en 1775 los servicios del hábil perito sajón Juan Martín Hoppensak, quien, investigó el cruce de los filones y organizó el desagüe, anunciando asimismo la proximidad de la falla en las labores más profundas de la parte de Mediodía; a pesar de los esfuerzos, la empresa quebró como consecuencia de las dificultades del desagüe, paralizándose la actividad en 1778.
Con posterioridad, el 14 de septiembre de 1796, el mencionado Hoppensak tomaba por su cuenta el beneficio de estas minas de Guadalcanal y Cazalla, proporcionándole el Gobierno el azogue necesario al precio de 500 reales el quintal, siendo esta concesión por tiempo limitada para él y su familia mientras se cumpliesen las condiciones establecidas.
Estas minas habían sido visitadas por el físico y naturalista Guillermo Bowles, venido de Alemania, por los años de 1752, por encargo de Carlos III, y en su Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España >, publicada en 1775, da cuenta del reconocimiento practicado en el Pazo Rico y en el denominado Campanilla a la vez que hace una reseña histórica de las mismas; asimismo refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Por otra parte, describe otras diferentes minas situadas en la zona de su entorno, algunas de ellas en trabajos, entre otras las localizadas en el mismo Guadalcanal, así como en Alanís; en los parajes de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos, en Cazalla, y en Fuente de la Reina, en Constantina, todas ellas de minerales argentíferos.
Transcribiendo noticias anteriores Nicasio Antón del Valle, en «El Minero Español» de 1841, también se refiere a la existencia de las minas de Guadalcanal y Cazalla y a las situadas en Alanís y que se denominaban de Onza y La Beltrana, y en los lugares de Cervigueros de Huesma, Cerro de la Hermosa y Fuente de la Reina, en Constantina.

SIGLO XIX .-
Diversos factores negativos incidirán notablemente en la creación de un marco propicio para la reactivación del sector extractivo tan maltrecho durante los siglos anteriores. Guerra de la Independencia, situación de hambre y miseria, que se acentuó por las series de epidemias que acaecieron en la primera mitad de este siglo. A esta disminución de los recursos humanos se sumó el factor de la emigración a tierras americanas.
Esta no envidiable situación se vio continuada por las Guerras Carlistas así como por continuos conflictos políticos, internos y externos, a los que no fueron ajenos la progresiva pérdida de las colonias americanas que culminaba en 1898 con la pérdida de Cuba.
Ni la aplicación de la máquina de vapor a la industria minera, ni las continuas legislaciones mineras fueron capaces de compensar la situación de crisis, sobre todo en la primera mitad del siglo.
Durante la segunda mitad del siglo se produce un hecho importante que viene a potenciar el desarrollo minero: la implantación de los ferrocarriles que, en sus principios, con frecuencia estaban planteados como asistencia a la minería siendo común la existencia de socios y promotores coincidentes, en general extranjeros e importadores de las tecnologías de las que el país carecía, provocaron una fuerte penetración de capital europeo. Como ejemplo es destacable el nacimiento durante el último tercio del siglo de dos empresas que con el tiempo llegarían a constituir una de las más señaladas multinacionales en el ramo minero y que ostentan la denominación de sendas localidades andaluzas: Riotinto y Peñarroya de capital inglés y francés respectivamente.
En cuanto a las explotaciones de cobre y plomo con leyes altas en plata tenemos en términos de Constantina las minas Santa Cecilia, Santa Victoria y Coto Cervigueros, cuyas labores en 1834 alcanzaban la profundidad de 100 metros y también en el mismo municipio, en el Pago de Gibla, que explotó un filón cobrizo con plata que en 1870 volvía a ser trabajado con el nombre de mina Josefina. Entre 1880 y 1884 en Alanís se beneficiaban los escóriales de la mina Josefa Diana que permanecía inactiva por problemas de desagüe. Asimismo, en la década de 1860 se explotaban pequeños yacimientos plomizos de Las Navas de la Concepción.
En las minas de plata de Guadalcanal, en 1806 se continuaban los trabajos, así como en Cazalla, por cuenta de Juan Martín de Hoppensak que las había tomado en arriendo en 1796. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público encargó el levantamiento y estudio de la zona a Fausto de Elhuyar y Francisco de la Garza, sin que el informe emitido abriese nuevos horizontes al desarrollo de este criadero. De nuevo en 1830 bajo el reinado de Fernando VII, intentó resucitarse este histórico  tema encargándose al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente a Guadalcanal, fruto del cual en 1831 publicaba la; esta información, en dos tomos de 600 y 724 páginas, constituyen una recopilación curiosa y prolija por orden cronológico hasta finales del siglo XVII de todos los documentos oficiales a que dio motivo el arriendo, explotación y beneficio de estas famosas minas de plata.
En la década de 1840 se reanudaron las labores en Guadalcanal por parte de una compañía británica y que fueron abandonadas en corto plazo a pesar del informe favorable que poco tiempo antes había dado el capitán John Rule, negociante minero de gran reputación, como resultado de su visita personal.
Hacia 1836 el activo e ilustrado oficial de Artillería Francisco de Elorza iniciaba el montaje de la ferrería de El Pedroso, en la provincia de Sevilla, auxiliado por el ingeniero de origen ruso Gustavo Wilke procedente de las minas de Riotinto. Sin embargo el primer intento serio de explotación y desarrollo de los criaderos de hierro de esta zona fue el que promovió la Compañía de Minas y Fábricas de El Pedroso que floreció en la segunda mitad del siglo XIX; para iniciar sus actividades esta compañía consiguió reunir en su mano casi toda la propiedad minera de importancia de la región de El Pedroso y sus proximidades, así como la totalidad de la del Cerro del Hierro, que denunciaba en 1872 a la vez que extendía su patrimonio a los términos de Cazalla, Constantina y Alanís. Sobre esta sólida base de propiedad que totalizaba unas 8.000 hectáreas, se lanzó a la construcción del complejo industrial denominado Fábrica de El Pedroso, en la confluencia del río Huesna y del arroyo de San Pedro, agrupando en ella los talleres e instalaciones siderúrgicas así como las construcciones auxiliares y albergues con capacidad para 500 obreros y sus familias, escuelas, etc., y una central hidráulica además de diversas plantas locomóviles.
Los altos precios de arranque y del transporte de combustible desde la cuenca de Villanueva del Río, distante 31 kilómetros, impidieron la marcha favorable del negocio viéndose obligada la empresa a ceder sus minas más importantes a The Lima Iron Mines, en El Pedroso y a la sociedad escocesa Willian Baird Mining Co. Ltd. En el Cerro del Hierro. En 1895 separalizó la marcha de la fábrica siderúrgica y en 1899 otra parte de sus minas aparecen a nombre de la compañía también inglesa Iberian Iron Ore Co. Ltd.
Por su parte la firma Willian Baird Mining Co. Ltd. inició la explotación del criadero de Cerro del Hierro en 1895, año en que comenzaba la construcción de una línea férrea de 15 kilómetros de longitud desde el centro minero a la línea de Sevilla a Mérida, conocido como -El Empalme-.
En término de Guadalcanal, en la Sierra de la Jayona, se explotaron una serie de concesiones bajo la titularidad del Marqués de Bogaraya a finales del siglo; el criadero a se trabajaba a cielo abierto y los productos se enviaban como fundentes a la fundición de plomo de Peñarroya.
En el término de Peñaflor se demarcaron una serie de minas en 1883 y 1884 para beneficiar minerales de cobre y níquel; entre otras, se señalaron las denominadas San Guillermo, en el Arroyo de la Higuera, y San José, en el Arroyo del Portugués, que trabajaron a pequeña escala hasta 1890.
Sobre esta comarca en 1885 se realizaron diversos ensayos y estudios por el profesor Nogues, en particular sóbrelas que en una extensión del orden de 20.000 hectáreas se distribuyen por los términos de Peñaflor, Puebla de los Infantes y Lora del Río, en las que se detectaron contenidos auríferos; este hecho provocó una auténtica fiebre aurífera, si bien el asunto no se quedó más que en los puros trámites administrativos y no existen noticias sobre una posible actividad industrial ni siquiera experimental.
En La Puebla de los Infantes y en la segunda mitad de este siglo se beneficiaron diversos yacimientos de plomo. Las labores más notables se localizan en la mina El Galayo Viejo, donde se reconoce una escombrera importante y en la denominada El Galayo Nuevo en la que trabajó una compañía francesa cuyas labores profundizaron hasta 100 metros. En la mina Holanda también se realizaron trabajos de relativa magnitud aunque carentes de planificación minera.

Rafael Remuzgo Gallardo

miércoles, 16 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 1

De la época Romana al siglo XVII.

ÉPOCA ROMANA.-
Tres años después de la caída de Cartago-Nova a manos de Escisión en el año 209 antes de Cristo, Roma se hizo dueña de forma progresiva de los territorios del sur de la Península, cuyas minas comenzó a trabajar con gran intensidad, prosiguiendo explotaciones en curso o investigando nuevos yacimientos de minerales. La romanización trajo consigo el florecimiento de la industria minera, a la que aplicaron singulares tecnologías de arranque y profundización, en ocasiones verdaderamente espectaculares.
La primera legislación en materia minera conocida como «Lex Metalli Vistapacensis » se debe a la época de denominación romana.
Pocos fueron los filones importantes que escaparon a la actividad romana; siempre atacaron los criaderos bien mineralizados y jamás se entretuvieron en seguir pequeñas ramificaciones. De hecho, en épocas recientes, aún se consideraba« que una concesión que encerrase trabajos romanos tenía serias posibilidades de éxito».
Sobre una posible explotación de las minas sevillanas de plata de Guadalcanal, no se conocen testimonios directos; tan solo el historiador - Barrantes-, a mediados del siglo XIX, se refiere a un manuscrito mutilado del siglo XVII titulado «Guadalcanal y su antigüedad», en el que existe alguna alusión a una actividad romana, al igual que lo reseña –Guillermo Bowles-.
Por otro lado, en el plano elaborado por Goetz Phillipi, que trabajó dicho criadero en Guadalcanal a principios del siglo actual, se anota la existencia de una «casa romana».
Se reconocen también vestigios de trabajos romanos en la mina del Pago de Gibla, de cobres grises argentíferos y auríferos, en término de Constantina; y también en las de hierro del Cerro del Hierro.
De estos trabajos proceden candiles y útiles mineros localizados hasta 50 metros de profundidad.
Asimismo se reconocen vestigios de actividad minera en los criaderos de plomo argentífero en los términos de Alanís y Cazalla de la Sierra.

ÉPOCA VISIGODA.-
A partir del siglo III después de Cristo, las incursiones germanas en el norte de la Península y los beréberes en el sur, debieron estorbar y entorpecer la gran actividad minera, que inicia así una etapa grande de languidecimiento hasta su práctica extinción.

ÉPOCA MUSULMANA .-
No existen demasiadas referencias sobre extracción minera en la bibliografía que corresponde a este milenario de civilización, aunque sí hay constancia de determinadas explotaciones y muy en particular, existen numerosos comentarios mencionando con cierto detalle la riqueza del subsuelo andaluz, a la vez que dan precisiones en general exactas sobre el emplazamiento de los criaderos de minerales.
De entre la multitud de referencias alusivas a la existencia de minerales en territorio andaluz por parte de historiadores y geógrafos musulmanes, referente a la provincia de Sevilla encontramos la de Chiab-Ed-Din Ahmed Ben Yahya, muerto en el año 1348, quien refiriéndose al Cerro del Hierro, que denomina Constantina del Hierro, dice “Hay en las montañas cercanas hierro, siendo unánime reconocer la buena calidad, y que se exporta al mundo entero”.
En el viaje que Guillermo Bowles realizó a partir de 1752 por encargo de Carlos III para reconocer diversas minas españolas, las explotaciones de hierro se citan en el Cerro del Hierro.
En el año 1499, en Ocaña, se concierta Real Asiento con Francisco de Herrera sobre los mineros, entre otros, de las villas de El Pedroso y Constantina.

SIGLOS XVI y XVII.-
El 10 de Enero de 1559, la Princesa Gobernadora, Doña Juana en ausencia de su hermano Felipe II promulgó en Valladolid una Pragmática - auténtica ley de minas- declarando caducas todas las concesiones, salvo algunas excepciones, a la vez que establecía el modo de beneficiar las minas y obligaba a asentar las mismas en el Registro General de Minas.
En esta Pragmática «se incorporan a la Corona todas las minas de oro, plata y azogue», y entre otras disposiciones se señala que «solo los naturales y súbditos del Reino podrán cavar y buscar las referidas minas de oro y plata», declarando que todo esto se hacía extensivo «a las demás minas de cualquier clase que fueran». Esta normativa fue complementada por otra dictada en 1563.
El efecto de estas disposiciones pronto se dejó sentir y el interés que la Corona mostraba por los asuntos mineros se materializó con la solicitud de gran número de registros mineros, lo que obligó a la promulgación de las famosas Ordenanzas de Felipe II en 1584 que regirían con eficacia durante los siguientes doscientos cuarenta y un años.
Durante la primera mitad del siglo XVI, el régimen legal minero siguió estando determinado por el otorgamiento de concesiones en grandes dominios geográficos. De este periodo destacan los concedidos por los Reyes Católicos entre los años 1511 a 1514.
Entre otros, en el año 1514 a Rodrigo Ponce de León, Duque de Arcos, de todos los del Arzobispado de Sevilla y Obispados de Córdoba, Jaén y Cádiz.
En dicho año «1514», también se hizo asiento con Francisco de Herrera sobre el Maestrazgo de Alcántara con el Condado de Belalcázar y las villas de El Pedroso y Constantina, y con Cristóbal López de Aguilera sobre la Sierra de Sevilla en los términos de Alanís, Cazalla, Puebla de los Infantes, San Nicolás del Puerto...... y la Sierra de Aroche.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI y durante el siguiente, la actividad minera se ve potenciada por disposiciones legales promulgadas por Felipe II referidas anteriormente, multiplicándose de forma espectacular las solicitudes de concesiones mineras. Sin embargo la conquista americana son sus abundantes riquezas minerales, hace que influya negativamente al desviarse en gran medida la atención hacia dichas tierras americanas.
Sobre la multitud de concesiones mineras otorgadas, hasta nuestros días han llegado noticias clasificadas de las mismas a través de la obra publicada por Tomás González en 1832 en dos tomos y titulada «Registro y Relación General de Minas de la Corona de Fernando VII» y siendo Director General del ramo el insigne Elhuyar. Estos mismos datos, ampliados y corregidos, verían después la luz también en la obra de Nicario Antón del Valle, denominada «El Minero Español», impresa en 1841.
En concreto, la actividad minera de mayor relevancia en territorio andaluz durante esta etapa fue sin duda la que constituyó la explotación del yacimiento de plata de Guadalcanal. La historia de estas minas surge en el año 1555, cuando fueron descubiertas por Martín Delgado, teniente alcalde de la villa, llegando la noticia a conocimiento de la Princesa Gobernadora en Valladolid durante la ausencia de su hermano Felipe II, que se encontraba a la sazón en Flandes para recibir de su padre los Reinos de España; enviado por la Casa Real el Marqués de Falces para su reconocimiento, se procedió a la incautación de las minas mediante el pago de 33.500 ducados en concepto de indemnización, comisionándose a Agustín de Zárate para hacerse cargo de la administración de los trabajos. Este hecho causó serios incidentes con el alemán Juan de Xedler, titular de un Real Asiento sobre determinadas minas de la zona, llegándose a un acuerdo con Zárate sobre su participación que compartía con sus compatriotas Juan de Xuren y Juan de Gilist, quienes tuvieron gran preponderancia en las técnicas de explotación.
Corría entonces la voz de que estas minas « producían lo bastante para pagar las tropas de Fuenterrabía, las obras de los Alcázares de Toledo, Madrid y El Pardo y las empresas de Melilla, Orán y del Príncipe Andrea Doria » así como para financiarlas obras del Monasterio del Escorial; sin llegar a tanta fantasía y de acuerdo con la correspondencia cruzada entre la Corona y la Administración de las minas, lo que sí parece cierto es que se obtenían grandes beneficios.
Afines de 1556 y a la vista de los numerosos registros mineros que surgen entorno al éxito de Guadalcanal, se nombró Inspector General de las minas a Francisco de Mendoza, hijo del Virrey de las Indias y conocedor de la minería en aquellos territorios; se variaron los procesos de tratamiento, suprimiéndose el lavado para fundir directamente los minerales, al mismo tiempo que se instalaban molinos de caballerías y parece ser que se comenzaron a emplear esclavos negros para las operaciones mineras, muy especialmente las de desagüe. Cuando Agustín de Zárate dejó la mina, a principios del año siguiente, se trabajaba a cuarenta metros de profundidad, con grandes problemas de agua, iniciándose una etapa de decaimiento; en ese mismo año se comenzó a aplicar el proceso de amalgamación para la recuperación de la plata, tal y como se venía haciendo en las minas americanas y a cuyo efecto se mandó venir de Méjico a Mosén Antonio Boteller, quien había trabajado en el descubrimiento de estos procesos junto al sevillano Bartolomé de Medina.
En 1564 se inicia una nueva fase explotadora a cargo del minero Francisco Blanco, quien en 1570 desviaba el arroyo en su lucha contra la inundación, poniéndose al descubierto una nueva metalización, encomendándose de nuevo a Záratela dirección de los trabajos, que por aquel entonces alcanzaban la profundidad de 130 metros diversos derrumbamientos de las labores y pozos, así como la imposibilidad de dominar las aguas, dieron al traste con la actividad minera en 1576. Tras numerosos y efímeros intentos de reactivación no volvió a haber laboreo importante hasta el año 1632 en que vinieron a caer a manos de los banqueros alemanes Fuggers (llamados en España los Fucares) y cuyos antecesores venían explotando minas de mercurio de Almadén desde 1525. El periodo de explotación tan solo duró dos años, no sin pocas dificultades y sí con una gran dosis de mitos y leyendas sobre las riquezas que les proporcionaron.
Es curioso que precisamente sobre esta mina de Guadalcanal es por vez primera donde, de alguna forma, se instrumenta la figura de reserva estatal: así en la Pragmática de 1559 se prohíbe cualquier trabajo en una legua alrededor de Guadalcanal y a un cuarto de legua de las minas de Cazalla, Galaroza y Aracena, en las provincias de Sevilla y Huelva, y por entonces en explotación por cuenta de la Corona.
En estos siglos XVI y XVII proliferaron los textos relativos a la descripción de minas andaluzas y del arte minero. Así, en 1627, el licenciado López Madera recibía instrucción de la Real Junta de Mina para un viaje de reconocimiento de minas en Andalucía, y en 1681 se dictaba cédula por Carlos II, encargándose a Fray Diego de Herrera el reconocimiento de «las
minas descubiertas y por descubrir en Guadalcanal, Extremadura y Andalucía ».
A partir de la segunda mitad del siglo XVI el arte y el conocimiento de la industria minera y del beneficio de sus productos de desarrolla de tal forma que, no sin razón, algunos autores han dado en denominar a escala minera como la «la centuria minera» Andalucía no sólo no fue ajena a esta etapa de progreso, sino que innumerables apellidos sureños destacaron en el conjunto de este movimiento tecnológico.
De entre las valiosas publicaciones relativas a la minería de este periodo destacamos por su relación la de 1663 por el capitán Fernando Contreras, titulada «Noticias del mineraje de Indias y de las minas que hay en España», donde se propone el restablecimiento de varias minas, entre ellas las de Guadalcanal y Riotinto, proponiendo la creación de una escuela real minera en una de las dos localidades.
También en 1621 debían hallarse en explotación algunas minas de carbón de Villanueva del Río, ya que por Real Cédula de facultaba al licenciado Pedro de Herrera para investigar si «se habían hecho fraude por algunos mineros en las minas de carbón de piedra descubiertas en término de Villanueva del Río».
Al finalizar el siglo XVII, la minería se situaba en un periodo de franca decadencia; el Estado labraba por su cuenta las minas de Guadalcanal, Riotinto y Linares, así como la de grafito de Marbella, y algunos particulares
trabajaban algunos veneros, fundamentalmente de plomo y cobre argentífero, en las provincias de Granada y Sevilla.

Rafael Remuzgo Gallardo