Ermitas y Cofradías
IV.- ERMITAS
Aparte las tres
parroquias, en la villa y sus proximidades se localizaban varias ermitas.
Se trataba de santuarios abiertos esporádicamente al culto, mantenidos gracias
a algunas tierras y limosnas donadas por vecinos e instituciones locales. Su
origen y finalidad hemos de contemplarlo en el contexto religioso de la
época, estando asociada su construcción a las fundaciones de cofradías,
cuyos hermanos solían hacerse cargo de la dotación ornamental y del mantenimiento.
El culto solía reducirse al día del santo titular, con velada, misa y
procesión.
En 1575 existían
cinco de estos santuarios: San Benito, San Pedro, Nuestra Señora de Guaditoca,
Nuestra Señora de los Remedios y Santa Marina. Ya a finales del XVIII, según
datos del Interrogatorio, esta última había desaparecido, aunque, por lo contrario,
se habían construido otras cuatro más (San Bartolomé, Nuestra Señora de los
Milagros, San Vicente y la del Santo Cristo del Humilladero), algunas de las
cuales herederas de los numerosos hospitales existentes en el XVI.
La ermita de San
Benito, según la descripción de los visitadores de 1575:
“Está situada como a media legua,
en el camino de Alanís. Es de cantería de piedra rosada y tiene dos puertas, la
una a septentrión y la otra al medio día. Delante de esta hay un portal grande
sobre cuatro arcos de ladrillo.
El cuerpo de la dicha ermita es de
tres arcos de ladrillo, con la techumbre de madera de castaño.
La capilla principal tiene delante
una reja de madera con un crucifijo. Es de crucería de ladrillo. Al altar mayor
se sube por cuatro gradas y es de arco toral. Hay dos altares: el uno de San
Blas y Santa Lucía y el otro de San Lázaro.
En mitad del cuerpo de dicha ermita
hay una puerta por la cual se entra a una pieza larga donde hay una chimenea
que sirve para velar.
Junto a la puerta de septentrión
hay un pozo, junto al cual hay una huerta con dos higueras y dos olivos y unos
ciruelos.
Dentro de la huerta hay una casa
para el ermitaño. Es de un cuerpo pequeño con un palacio largo con otros
aposentos”.
Sus ingresos, de
acuerdo con las cuentas presentadas por el mayordomo de 1574, alcanzaban 6.559
mrs. anuales, obtenidos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo
recolectado en el bacín fijo que existía en la parroquia de San Sebastián y
por la renta de dos fanegas de tierra propias de su fábrica. La huerta y la
casa no producían beneficio alguno, pues los usufructos pertenecían al
ermitaño encargado de su custodia y mantenimiento. En 1791, según datos
aportados por el párroco de Santa María, estaba bajo la tutela de un ermitaño y
se abría al culto el domingo infraoctavo de la Natividad de Nuestra Señora.
No especificaron
los visitadores la ubicación de la ermita de San Pedro. Sí indican que estaba
próxima al pueblo, pues decían que se encontraba como a dos tiros de arcabuz.
Su fábrica era sencilla, destacando un portal grande con una danza de arcos
sobre cinco pilares. Humilde también el inventario de bienes, así como los
ingresos y gastos. Según el informe de 1791, se abría al culto el domingo
infraoctavo de la festividad del Santo, celebrando misa cantada y procesión por
los alrededores.
La ermita de Nuestra
Señora de los Milagros se localizaba en el paraje conocido por la Calera,
como a una legua de la villa. Era pequeña, de una sola pieza y puerta a septentrión
(norte). En 1791 no quedaba rastro de su fábrica, si bien se había remodelado
la capilla del antiguo hospital de los Milagros, en la colación de Santa María.
El culto se reducía a una misa cantada y sermón en el día de la Natividad de
Nuestra Señora. En sus dependencias, según relataba el cura de la referida
parroquia, tenían lugar juntas o asambleas de dos asociaciones religiosas: la
Escuela de Cristo (asociación exclusivamente masculina) y la Escuela
de María (sólo de mujeres).
La ermita de Ntra.
Sra. de Guaditoca, la más popular en la actualidad, apenas destacaba
entre las otras ya existentes en el siglo XVI, si nos atenemos a la pobre
dotación para el culto que tenía en 1575. Los visitadores nos dejaron la
siguiente descripción:
“Es de cuerpo mediano con una
puerta a poniente sobre tres arcos de ladrillo y techumbre de madera de castaño
con sus ripias de madroño.
La capilla principal es una pieza
pequeña, con techumbre de madera y alfajías y ladrillos por tabla. Tiene dicha
capilla una reja de madera de pino por delante.
En el altar mayor una imagen de
Nuestra Señora.
Junto a la dicha ermita hay un
humilladero con una cruz de hierro”.
En el
Interrogatorio encontramos más datos sobre este santuario. En su informe
particular, el Sr. Alfranca nos dice que durante los tres días de Pascuas de
Pentecostés se celebraban misas cantadas y procesiones. Coincidiendo con
dichos días, continúa el informe, se celebraba una feria a la que concurrían
mercaderes de paños, telas, quincalla y bujerías, todos ellos atraídos por el
principal negocio que allí les convocaba: la venta de ganados. La feria tenía
carácter comarcal, asistiendo vecinos de todo el partido y de numerosos pueblos
de las provincias limítrofes (20). También tenía carácter comarcal la devoción a
la Virgen de Guaditoca, con cofradías en Ahillones, Berlanga y Valverde,
circunstancia que levantó una fuerte polémica en 1792, cuando por decisión del
cabildo guadalcanalense la feria se trasladó a la villa (21).
También extramuros
de la villa, como a legua y media de distancia, se localizaba la ermita de Santa
Marina, en la dehesa del mismo nombre. La descripción de 1575 ya pone de
manifiesto el lamentable estado de conservación que presentaba, por lo que
no es de extrañar su inmediata desaparición:
"Es una ermita sobre tres
arcos de ladrillo y el arco toral. La techumbre es de madera de castaño y
alfarjías y rocas por tabla La capilla mayor es de madera de castaño y
alfarjías y ladrillos por tabla; delante una reja de palo quebrada y vieja.
En el altar mayor hay una imagen de
Santa María de bulto entero en un tabernáculo.
Junto a la dicha ermita está todo
alrededor un colgadizo de madera de castaño y roca por tabla y parte descubierto.
Junto a la dicha ermita está el
aposento del ermitaño."
Dentro de la
villa, en la colación de Santa Ana se encontraba la ermita de San Bartolomé.
El culto se reducía a misa y procesión en el día del santo. Sin bienes ni
ermitaño, los visitadores sólo anotan las limosnas de sus devotos.
También dentro de
la villa, en la colación de Santa María y en la misma plaza que la Iglesia
Mayor, se ubicaba la ermita de San Vicente (22). Se abría diariamente
al culto para el rezo del rosario matutino, aparte de las celebraciones propias
del día del santo protector (23).
Finalmente,
extramuros de la villa, en uno de sus arrabales se localizaba la ermita del
Santo Cristo, cuya velada y festividad tenía lugar el 14 de septiembre.
V.- COFRADÍAS
Eran asociaciones
religiosas bajo la jurisdicción eclesiástica y, por tanto, acogidas a la
reglamentación del Derecho Canónico. En cuanto a su origen fundacional,
existían cofradías abiertas a cualquier aspirante o cerradas, pudiendo, unas
y otras, agrupar a hermanos vinculados a un barrio, parroquia o gremio
profesional.
Tenían como
finalidad proponer la celebración de cultos en honor de los titulares (Cristo,
la Virgen o sus santos), enriquecer espiritualmente a sus asociados y ejercer
la caridad cristiana entre cofrades y necesitados en general. Según el
predominio de uno u otro, se podían establecer diferentes modalidades: sacramentales,
penitenciales, de gloria y gremiales.
Las hermandades
sacramentales proponían el culto al Santísimo Sacramento, devoción habitual
en los pueblos de nuestro entorno cultural. En este grupo hemos de incluir la
Hermandad y Cofradía del Santísimo Sacramento (parroquia de Santa María),
la Cera del Sacramento (Santa Ana) y la Hermandad de la Cofradía del
Santísimo Sacramento (San Sebastián). Esta última, con 150 hermanos,
parece ser la más popular de entre las de su naturaleza. Cada una de ellas
disponía de un bacín (cepo) particular en su parroquia, sosteniéndose
además con la cuota de sus hermanos. No aparece entre sus gastos ninguna
partida destinadas a pobres, consumiendo el presupuesto en la lámpara de aceite
que perennemente iluminaba al Santísimo, en la ayuda a curas y sacristanes por
su participación en los actos festivos, en la cera de la procesión del
Santísimo y en la instalación del monumento el día del Corpus.
Las cofradías
penitenciales quedaban bajo la advocación de distintas escenas de la pasión de
Cristo, o recogían algunos de los sufrimientos, dolores y angustias de su
Santa Madre. Los días mayores se localizaban en la cuaresma y Semana Santa,
momentos en que se manifestaba plenamente sus actividades religiosas y caritativas.
A finales del siglo XVIII sólo concurrían en Guadalcanal las cofradías de la
Vera Cruz, Jesús Nazareno y la Soledad.
Las de gloria
veneraban a la Virgen gloriosa o a algún santo protector. En Guadalcanal
estaban presente la Hermandad de la Concepción de Nuestra Señora, la de
Santiago y la de la Caridad, estas dos últimas administrando sendos hospitales.
Notas.-
(20) Más
adelante, futuro convento del Santiespíritu, donde se acogía una de las dos
comunidades de religiosas clarisas presentes en la villa.
(21) La
proliferación de instituciones de esta naturaleza propiciaba la existencia de
un centenar de clérigos en la localidad, según ya comenté en otros artículos
publicados en esta misma revista.
(22) LÓPEZ, T.
Censo de población de las provincias partidos de la Corona de Castilla en el
siglo XVI, Madrid, 1829.
(23) HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ, S. “La Capilla de San Vicente Ferrer de Guadalcanal y la antigua
Hermandad del Rosario de la Aurora”, en Revista de Feria y Fiestas.
Guadalcanal, 2000. El autor nos pone en los antecedentes y vicisitudes que
afectaron a dicha ermita y hermandad, para satisfacción de los guadalcanalenses
interesados por su historia.
Manuel Maldonado Fernández (Trasierra
2004)
Revista de feria de Guadalcanal 2004