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domingo, 25 de febrero de 2024

Mi pueblo blanco

 


Y ¿dónde.., dónde fue mi niñez?

A veces unas simples frases, unas canciones o poemas te hacen reflexionar sobre la existencia que se te escapa de las manos como porciones de vidas encerradas en un frágil vaso de experiencias. En la soledad de mi recorrido casi diario por las calles de Guadalcanal cuando estoy allí de vacaciones, caminando lentamente para impregnarme de recuerdos de un pasado en blanco y negro, oigo a Juan Manuel Serrat en mis cascos, se me queda grabada la frase “Y ¿dónde, dónde fue mi niñez?, vuelvo al principio del poema y empiezo a seccionar frases y estrofas que se asimilan a mis primeros años de vida en Guadalcanal, aquella vida que recuerdo con fotos que se me antojan desenfocadas o en blanco y negro, acontecimientos y vivencias sucedidas antes que la diáspora de la emigración de los años sesentas del pasado siglo, me robara mi niñez para encuadrarme en el perfil de una gran metrópoli extraña y hostil para un niño que aún no había tenido la posibilidad de elegir su futuro o dejar a sus compañeros de juegos…

 Calle Minas.-


Tenía diez años y un gato peludo,
funámbulo y necio, que me
esperaba en los alambres del
patio a la vuelta del colegio…

 En aquellas calles empedradas con olor a cocido y sabor a libertad se quedó parte de mi inocencia, mezclada con la goma de los zapatos gorilas que cada invierno heredaba de un primo mayor, cambiando una bonita escuela en la calle Camacho y gato peludo compañero de juegos y un patio aun si cabe más hermoso en Santa Ana por la inmensidad de lo impersonal y extraño de las grandes avenidas de Madrid.


Barrio de Santa Ana.-
Era un bello jinete sobre mi patinete,
burlando cada esquina como una golondrina,
sin nada que olvidar porque ayer aprendí a volar…,

Y no volé, simplemente…, emigramos, un doloroso adiós, un tren de tercera, una vieja maleta y un adiós a la infancia precoz que con nueve años me hicieron mayor, ¿dónde.., dónde fue mi niñez?...


Y en Madrid pasaron los años…
Mi madre crió canas pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo sin mirarse al espejo…

Sigo caminando por las blancas calles de mi pueblo cándido de paredes blanqueadas, calles vacías de melancolía y repletas de nostalgia, y pienso… aquí, aquí quedó secuestrada mi niñez…

Otra canción, otro poema canta el mismo autor, salté de nuevo a mi adolescencia sin olvidar aquel pueblo claro de luz y limpio de corazón…


Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco,
bajo un cielo que,
a fuerza de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar…

 Este pueblo que tanto sufrió en aquellos años siniestros el abandono involuntario de sus hijos, al que se le vaciaron colegios, se llenaron sus calles de ausencias, y se le olvidó llorar…

Me detengo en la puerta de la que aquí fue mi última escuela, trato de razonar porqué mi familia como tantas otras tuvo que abandonar nuestro hábitat natural, empezar una nueva vida en tierras extrañas, insólitos trabajos, ajenos colegios, letras intrusas agregadas a nuestro particular vocablo, za, ze, zi, zo, zu…

Quiero olvidar aquel pasado, quiero disfrutar este presente, quiero fundirme de nuevo en el viejo empedrado de la calle Minas, reencontrarme con mis amigos, pero, ¿dónde, donde están mis amigos de la niñez ?...


Escapad gente tierna,
que esta tierra está enferma,
y no esperes mañana lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer…

¿Por qué hay que volver a escapar?, esta tierra no está enferma, hoy quiero recuperar las sensaciones que deje impregnadas en las calles aquel ayer, porque hoy es el mañana, ¿me siento nuevamente niño?, ¿será que estoy recuperando el ayer y sí, sí algo hay que hacer…?

Ausencias, soledades, recuerdos… me llevaron inevitablemente al final de la calle Cervantes, otro cambio de mí niñez, ya no existe aquella centenaria casa de mis abuelos paternos, me detengo frente a la calle Juan Pérez para recordar el viejo postigo que daba a la parte trasera de la casa por el enorme corral…, que horror ya no existen, la casa, el corral, el pozo, la deforme higuera, la vieja puerta, ahora todo es nuevo, distinto, impersonal…

Ello me hace repasar, poner en orden mis pensamientos y sentarme en un umbral del pequeño jardín que hay justo enfrente y reconstruir con recuerdos y llenar vacíos, cualquier conversación que bien se podría haber originado a la sombra de la higuera de aquel corral con mi abuelo Frasco, en este hermoso pueblo, en aquella vieja casa blanca de un enorme corral y un viejo postigo, muchas palabras y frases lamentablemente desaparecidas de nuestro peculiar diccionario de la Sierra Norte y que hoy las generaciones posteriores no conocen y necesitan traducción.

Canete (niño de pelo claro, casi rubio). algofifando el saguán (fregando el suelo de la entrada a la casa), cagarrutas (excremento de ovejas), arrengao (cansado), talega (bolsa para portar alimentos), a atente bonete (llenar a rebosar), de bolín bolán (escaqueado), gasapo con frigiones (conejo con alubias),una alferesía (ataque). garrotaso (golpe con el bastón), le ha causao un bochinche (disgusto),  dómia (pasar unos días en el campo trabajando), antié (anteayer), angarillas (serón para llevar cosas en las caballerías), la jaqueta (ropa de campo), luria(defenderse a pedradas),

Qué bonito era el seseo que me hizo perder D. Cirilo, mi primer maestro en el colegio de Madrid, que peculiar aquella jerga casi olvidada que fluye de nuevo en mi particular diccionario.

El ruido de un coche, inevitable sonido estridente de los tiempos modernos me saca de mi abstracción, vuelvo a la realidad, me siento bienaventurado y con una extraña paz interior, pienso… ahora si he contestado a mi pregunta, ¿dónde.., dónde fue mi niñez?...

Aquí, aquí he recuperado mi niñez.

A mi amigo Bautista Guerrero, único componente de la banda de la Alcazailla que en aquellos años sobrevivió a la diáspora y se quedó en el pueblo para recibirnos de vez en cuando para recordar el pasado a los
que allí dejamos la niñez.

 Rafael Candelario Repisa

domingo, 18 de febrero de 2024

Expolio o desamortización de edificios históricos de Guadalcanal (primera parte)

 


Veinte mil duros por una ermita, un huerto y un humilladero con azulejos del siglo XVIII

             Con este artículo queremos hacer una recopilación de datos y acontecimientos datados en los años setenta del pasado siglo sobre el expolio y la desamortización encubierta de una serie de edificios pertenecientes a la historia monumental de nuestro pueblo y hoy en manos de particulares (primera parte).

            Hace sesenta años que la noticia irrumpió en las radios, los diarios de la provincia y alguno con tirada nacional, circulando por toda la villa con gran preocupación e indignación de sus habitantes:

 Un pueblo serrano en los confines de la provincia de Sevilla, de gran esplendor de antaño en la provincia de León de Extremadura de la Orden de Santiago, conocida por su riqueza y posición económica dentro de la estructura de nuestro suelo patrio y ahora maltratada por las circunstancias, disminución de su población en algo más de una década en un cincuenta por ciento, una emigración masiva en busca de trabajo y futuro para ellos y sus hijos a poblaciones importantes, Sevilla, Madrid, Barcelona, Bilbao… y otras ciudades de menor rango, aceptando diversos y duros trabajos a los que se tuvieron que adaptar, hombres y mujeres temporeros, la mayoría de ellos procedentes de la agricultura.

Arruinadas y abandonadas sus viejas minas de plata de gran riqueza en la época Santiaguista, que se han intentado en siglos sucesivos su puestas en marcha nuevamente por distintas empresas sin éxito, un campo rico en recurso y pobre para los jornaleros…, un pueblo olvidado por entidades locales, provinciales y nacionales en el corazón de Sierra Morena, es testigo ahora de la destrucción y expoliación en una decadencia de mezquinas especulaciones de parte de su patrimonio histórico y artístico heredado en su mayoría de las aportaciones y dedicación de ilustres hijos indianos del pueblo o legados de una época de gran esplendor, cuando esta población pertenecía en la ordenación territorial a la Provincia de León de Extremadura y en lo eclesiástico al Priorato de San Marco de León con dependencia del Gobernador eclesiástico de Llerena.

Cinco edificios y conjuntos eclesiásticos han sido vendidos recientemente por el Arzobispado de Sevilla, con el beneplácito del arzobispo diócesis José María Bueno Monreal y la complicidad y pasividad para reaccionar del párroco de la localidad Antonio Espinosa Torre, el alcalde presidente Antonio Nogales Delgado y resto de la corporación municipal.

Azulejos bellísimos del siglo XVIII expoliados, pila bautismal sirviendo de macetero, en el patio del convento de monjas, ermitas utilizadas como graneros o cuadras para animales, capillas convertidas en salón de juegos juveniles con negocio de futbolines incluidos y posteriormente en un bar, sin respetar su estructura primitiva interior, edificios vendidos por debajo de su precio; Por veinte mil duros de la época, así se vendió el lote de una ermita, un huerto y un humilladero con azulejos del siglo XVIII”.

            Pero curiosamente no fue una desamortización, ni tampoco las furias revolucionarias de los acontecimientos del 32 al 36 del pasado siglo, época ya superada y que todo español con sus facultades mentales normales ha pasado página de aquello, hoy cualquiera de nosotros, aun sintiéndose ateos o alejados de la iglesia es lo suficiente culto como para desechar la idea de destruir, alterar o malvender el legado que un día constituyó el patrimonio levantado para la historia de nuestra villa y de su habitantes.

            Existen otros antecedentes de la época que afortunadamente no fueron ejecutados, en un artículo de Andrés Mirón en el ABC de Sevilla el 19 de enero de 1977, puso sobre la pista del intento de venta de otro monumento histórico. “La Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural acaba de incoar expediente de declaración de monumento histórico-artístico, con carácter nacional, de la iglesia de Santa Ana, antigua parroquia de la villa, hoy cerrada; Unos años antes se había intentado vender y fracasado el intento pese a la infidencia de ciertas autoridades locales”. Afortunadamente en la actualidad este magnífico edificio donde muchos santaneros y santaneras fueron bautizados, se casaron o tomaron la primera comunión (entre los que me incluyo), se encuentra restaurado y convertido en un centro cívico para actividades culturales y que tiene su esplendor en Julio de cada año con las Jornadas Patrimoniales y la Velá en homenaje a sus santos patronos.

            Se deben citar otras aberraciones y transformaciones cometidas o intentadas con los monumentos de Guadalcanal, la Almona, el edificio más antiguo de la zona, vendido a un particular, convertido en parte en un bar y el resto en estado de abandono, la única iglesia de estilo mudéjar de la localidad, arquitectura magnifica, que sin el más mínimo decoro y ante la pasividad de las autoridades fue convertida en plaza de abastos en los años cincuenta, que un vecino vinculado a una entidad bancaria, gestionaba con el Arzobispado que se declarara en ruina la espadaña de la Concepción para facilitar su venta, esto último fue denunciado por el citado Andrés Mirón con un telegrama que fue cursado a la Delegación Provincial del Patrimonio Artístico con el siguiente texto:

 “En nombre del vecindario y propio, pongo en su conocimiento hecho lamentable, venta e inminente destrucción Iglesia Siglo XVII. Desmontaron importantísimo retablo de azulejos primitivos y trasladaron lugar desconocido pila bautismal renacentista. Suplicamos conservación del templo, Respetuosamente”

            El seis de junio de 1977, se ponía en marcha una operación oficial ante las entidades que competen los asuntos histórico-artísticos. La Delegación Provincial sevillana del Patrimonio telegrafió al comisario general, en Madrid, rogándole detener el posible derribo de iglesias, poco después la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y la Real Academia de Bellas Artes se sumaron a esta petición dirigiéndose al Ministerio de Educación y Ciencia en el mismo sentido, así, con estos antecedentes, Guadalcanal se convirtió lamentablemente en un símbolo de estos y otros muchos expolios históricos y artísticos que sufrió nuestra región año tras año.

Poco después se materializó y fue conocido por la población la venta por el        Arzobispado de cinco edificios, sin incluir el Convento de Santa Clara, que hacía ya bastantes años que se consumó la venta silenciosa, transformado primero en una fábrica de harina, hasta que cerrada ésta fue comprado para construir viviendas, albergando sucesivamente almacenes, taller, fábrica de gaseosas y otros usos por todos conocidos y actualmente en lamentable estado de conservación.

Describimos los datos y situación de los cinco edificios vendidos:

1.- Conjunto del Cristo

2.- Casa Rectoral

3.- Ermita de San Benito

4.- Capilla de San Vicente

5.- Iglesia de la Concepción.

1.- Conjunto del Cristo, Ya no acudo a merendar Chocolate y pan bendito Y hasta borraron lo escrito, Que son ganas de borrar. Ya puestos a profanar Un calvario y sus reflejos Cegaron los azulejos Y tapiaron la hornacina. 

          Y a fuente cristalina No canta ya ni de lejos. Andrés Mirón En el último trimestre de 1976 fue realizada la venta del llamado Humilladero del Cristo de la Salud, situado cerca del convento del Espíritu Santo que a albergó a las hermanas de la doctrina cristiana, en el antiguo camino que conducía a Llerena, cabeza de distrito santiaguista desde 1241, a la que pertenecía la villa, y que en el siglo XV pasó este conjunto a propiedad de la parroquia de Santa María de la Asunción con el nombre de“Cruz Abad del Santo”. La ermita y humilladero del Cristo de la Salud, es uno de los monumentos de menor valor artístico dentro del conjunto de la villa, siendo parte del antiguo camino real que partía desde la calle del Berrocal Grande por el lateral del convento del Espíritu Santo y que conducía a Llerena, se dice que era lugar de gran devoción entre los viajeros que transitaban por este camino y en él se detenían para implorar al Cristo allí venerado y pedir suerte en el viaje o dar gracias cuando regresaban. Tanto la ermita como el humilladero anejo datan del siglo XVIII, si bien alguna edificación se fechan en el siglo XV, ya que en un escrito de los visitadores de 1481 consta: Humilladero de la Cruz del Abad Santo.- El vecino de esta villa Rodrigo Mata, difunto, ordenó en su testamento a su mujer Catalina Ramírez a quien nombró por albacea y heredera universal de sus bienes, que erigiese un Humilladero al sitio llamado de la Cruz del Abad del Santo, consistente en un templete con cuatro postes, en cuyo frontal debería figurar el misterio de la Quinta Angustia, para la que destinó el testador 10.000 maravedíes. Como aún no se había ejecutado dicha voluntad, la visita pidió el testimonio a Catalina Ramírez y ordenó al alcalde don Juan Sánchez de Bonilla que cumplimentara esta disposición a la mayor brevedad posible. Comprendía este conjunto, un huerto de aproximadamente una fanega de tierra, una pequeña vivienda, la capilla o ermita del Cristo y un templete con una fuente en el centro, terminada con azulejos de estilo trianeros de finales del siglo XVIII. En resumen, una edificación iniciada en el siglo XV y catalogada en 1770 y que fue vendida en su conjunto por cien mil pesetas, apenas 600 € actuales, que sin control alguno fue transformada, la puerta principal tapiada por su nuevo dueño, utilizándola como granero y la huerta cultivada. En este lugar se celebraba la tercera semana de Septiembre o veintiún días después de finalizar la feria y una semana antes de la romería de Ntra. Sra. de Guaditoca, la velada del Cristo, que luego pasó su celebración a la plaza de España de la localidad por acuerdo de la hermandad y la corporación municipal. En este articulo no incluimos los nombres de los vecinos o empresas que compraron los edificios, ellos simplemente se beneficiaron en aquel momento de la venta de unas “gangas” que se pusieron a la venta, sin embargo la actuación del arzobispado, el poco celo del párroco de turno, alcaldes, resto de autoridades locales y la pasividad de los vecinos nos han llevado a una situación actualmente irreversible. 

Datos.- Apuntes sobre la historia de Guadalcanal, Arte y religiosidad popular: las ermitas en la baja Extremadura, Historia de Guadalcanal, Revistas de Feria, y Hemerotecas y Autor Rafael 

Spínola Rodríguez

sábado, 10 de febrero de 2024

La ascendencia Guadalcanalense del Rey Fernando II

Un rey llamado “El Católico” y su procedencia judía

            La identidad de la madre de Alfonso Enríquez, bisabuelo por parte materna del Rey aragonés y del noble castellano, ha estado siempre envuelta en el misterio y ha sido evitada por los cronistas reales. La respuesta más probable es que fuera Doña Paloma, una mujer judía procedente de Guadalcanal (Sevilla).  

            A principios de la Edad Moderna, la obsesión por la “pureza de sangre” (tener una larga ascendencia cristiana) inundó las sociedades castellana y aragonesa hasta un punto desconocido. Ni siquiera el bautismo lavaba por completo los pecados de los individuos en estas sociedades, algo completamente opuesto a la doctrina cristiana, que situaban a los judeoconversos y sus descendientes en una escala social inferior a los llamados cristianos viejos. Tener ascendencia cristiana era más importante que los méritos o las riquezas a la hora de acceder a ciertos puestos en la Corte y entrar en órdenes militares como la de Santiago; “lo cual no evitó que hubiera muchos casos de descendientes de judeoconversos, como el inquisidor Tomás de Torquemada, o directamente de conversos, como Andrés de Cabrera, que ocuparon cargos destacados”.

            Paradójicamente, dos de los protagonistas de esta Corte llena de prejuicios, el mismísimo Rey Fernando “El Católico” y su primo el poderoso noble castellano Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, portaban una remota ascendencia judía. La expulsión de los judíos de 1492 ordenada por los Reyes Católicos fue el episodio final a una convivencia entre cristianos y judíos que se había deteriorado gravemente en poco tiempo. Aunque entre las clases populares las tensiones religiosas fueron una constante durante la Edad Media, en la Corte y en los ambientes aristocráticos de Castilla no habían existido altos niveles de antisemitismo durante el siglo XIV ni en el XV.

            Fue con la unión dinástica entre Fernando e Isabel cuando regresó a la Corte la importancia de acabar con lo que se estimaba un estado dentro del estado.          Tradicionalmente se ha creído, y así se ha escenificado en cuadros y obras literarias, que fue la Reina quien tomó la decisión influida por el padre Hernando de Talavera y por el oscuro Tomás de Torquemada, pero en realidad Fernando no solo no hizo nada para evitarlo, sino que estaba plenamente de acuerdo con una medida que le rozaba a nivel familiar. Los Enríquez, el linaje del hermano gemelo del Rey Fernando “El Católico” era hijo de Juan II “El Grande”, quien a su vez era descendiente de Fernando de Trastámara, el primer Rey de Aragón procedente de la célebre dinastía castellana que Isabel “La Católica” compartía con su marido. Por su parte, la madre de Fernando, doña Juana Enríquez, también era Trastámara, pero procedía de una rama derivada de ésta: los Enríquez. Iniciada en la persona del Infante Fadrique de Castilla — hermano gemelo del Rey Enrique II “El Fratricida”, quien asesinó a Pedro “El Cruel” para hacerse con la Corona—, los Enríquez llegaron a ser una de las familias más poderosas de Castilla, ostentando la dignidad de Almirantes de Castilla durante cerca de 200 años. El Infante Fadrique de Castilla, que era hijo ilegitimo del Rey Alfonso XI como también lo era su hermano Enrique “El Fratricida”, combatió hasta su muerte en la larga guerra civil castellana contra Pedro I “El Cruel” ·.

            En 1358, acudió a Sevilla en busca del perdón real, como había hecho en otras ocasiones, pero fue prendido por sorpresa. El hijo bastardo de Alfonso XI logró huir hasta el patio del Alcázar, pero allí fue alcanzado por los soldados del Rey, quien, según algunas crónicas, dio muerte a su hermanastro con sus propias manos. Con el fallecimiento del patriarca, el hijo mayor, Alfonso Enríquez, le sucedió al frente del almirantazgo de Castilla. Pese a la larga descendencia que Fadrique de Castilla había engendrado con la noble castellana Juana de Mendoza, Alfonso era fruto de una relación fuera del matrimonio, donde la identidad de la madre nunca fue revelada. Un secreto que todos conocían La identidad de la madre de Alfonso Enríquez ha estado desde entonces envuelta en el misterio. Los genealogistas reales evitaron mencionarlo y la mayoría de cronistas se pierden en suposiciones interesadas. Los partidarios de Pedro “El Cruel” le consideraron fruto de los amores adúlteros de Fadrique con la esposa del Rey, la inocente Blanca de Borbón, queriendo justificar así la conducta criminal y desatentada del Monarca, quien abandonó a su mujer dos días después de casarse provocando la furia de Francia.

            Asimismo, el cronista portugués Fernao Lopes fue uno de los primeros en apuntar la teoría más aceptada hoy en día por los historiadores: el almirante fue hijo de una judía. Así, la madre sería Doña Paloma, una mujer judía nacida en la población sevillana de Guadalcanal, aunque otros autores como el historiador Diego Ortiz de Zúñiga afirman que vivía de una forma u otra, la creencia extendida de que los Enríquez tenían ascendencia judía, a razón de la madre de Alfonso Enríquez, sobrevivió hasta tiempos de Fernando “El Católico”. Cuenta una anécdota que, estando el Rey de caza, un halcón se alejó persiguiendo a una garza hasta perderse en el bosque. Preguntando el Monarca a uno de sus acompañantes, Martín de Rojas, por su halcón, el noble le respondió: “Señor, allá va tras nuestra abuela”, en referencia a que el pájaro había preferido finalmente perseguir a una paloma. Martín de Rojas era, como otros muchos nobles castellanos de la época, sospechoso también de proceder de la ilustre sevillana, cuyo linaje se había bifurcado en una Castilla donde “casi no hay señor que no descienda de Doña Paloma”, como cantaba un romancero del periodo.                               

    Por su parte, Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II Duque de Alba, estaba emparentado con doña Paloma por las mismas vías que su primo Fernando “El Católico”. Así, Fadrique que influyó en que su nieto, el Gran Duque de Alba, fuera bautizado como Fernando Álvarez de Toledo en honor a su primo y Monarca era hijo de María Enríquez de Quiñones y Toledo, la tía materna del Rey. Cuando los Reyes Católicos buscaron el apoyo de la revoltosa nobleza castellana, tuvieron en Fadrique a uno de sus principales aliados. Sus habilidades como general, sobre todo en lo que hoy podría llamarse contrainsurgencia, fueron puestas a disposición real durante el asedio a Granada y, en -1514, para la conquista de Navarra-. Y cuando la mayoría de nobles se unieron a Felipe “El Hermoso” en su lucha por el trono, Fadrique fue de los pocos que se mantuvo fiel al Monarca aragonés, y fue quien años después cerró sus ojos muertos” en Llerena (Badajoz).

 CÉSAR CERVERA / MADRID

sábado, 3 de febrero de 2024

El poeta de la Residencia

 

Recuerdos de la Historia de Guadalcanal     

            Cuando recibimos la triste noticia de la muerte de nuestro amigo y colaborador Joaquín, contaba con 90 años, reproducimos el articulo del homenaje que le hicimos en la residencia y que en su día escribimos sobre él.

         Era un ejemplo de alegría y humanidad a pesar de sus limitaciones físicas en las dos manos, esto no fue óbice ni límite para llevar una vida normal y ejercer múltiples oficios, así nos lo explicó en la maravillosa tertulia en la que nos  acompañó aquella maravillosa tarde cuando nos recibió en junio del 2018 en “su casa”  la residencia Hermana Josefa María de su amado pueblo de Guadalcanal, posteriormente, un mes después esta Asociación le hicimos un homenaje junto a otra leyenda de Guadalcanal Trini Ordoñez (puro arte) y le entregamos una placa que perdurará en un sitio preferente de la residencia en su memoria.

         Eran largas las charlas que mantuvimos con él, sacaba de su archivo mental prodigioso en la puerta de la Puntilla o de la Residencia con su inseparable transistor, momentos vividos en aquellos años difíciles que les tocó en su vida. Nos ayudó a recuperar oficios e historias del Guadalcanal del siglo XX.

         A continuación, reproducimos la entrevista que le hicieron nuestras compañeras y que el conservaba enmarcada.

         Hace unas fechas nos desplazamos a la Residencia Hermana Josefa María la Asociación Guadalcanal por su Recuperación Patrimonial para tener una tertulia con una persona entrañable que es historia viva (en este caso inmaterial) de nuestro pueblo Joaquín Silvestre Prieto, popularmente conocido como “El manquito” o el “Poeta de la Residencia” así le gusta que le reconozcan.

         Joaquín nació en aquellos años difíciles de principio de los años treinta del pasado siglo en Guadalcanal, se crió con las necesidades que eran comunes para muchas familias, a pesar de ello fue un niño feliz, (nos comentaba), su minusvalía no le impedía integrarse en aquella sociedad de pocos recurso y mucha solidaridad entre los vecinos y familiares del pueblo, poco después estalló la contienda civil, aun cuando sus recuerdos son confusos le dejó marcado y recuerda a familiares y amigos que desaparecieron.     

        Nos relataba con nostalgia que empezó a trabajar en 1.948 con 17 años en la finca ¨El Pinto¨, termino de Cazalla de la Sierra, cuidando de toda clase de animales (cerdos, vacas, mulos, yeguas, etc.), Después estuvo trabajando con sus tíos en las fincas del Gallo y San Antonio, pasó su juventud trabajando en el campo ejerciendo las labores que le encomendaban.

         Posteriormente, en el año 1.966  unos familiares que vivían en Madrid  le animaron a emprender una nueva aventura, proponiéndole un trabajo en el manicomio del Doctor López Ibor ,(según nos contaba Joaquín) “Los pacientes que estaban allí ingresados eran de distintas nacionalidades y en realidad no estaban locos, los ingresaban para no ser encarcelados por haber cometido distintos delitos, eran gente de dinero”, continuó con nostalgia que: “en el barrio del Pilar, había un bar donde se reunían varios paisanos y le llamaban bar el Botero, en honor al bar del pueblo”, en Madrid trabajó durante dos años.

Seguía con su animada charla, “en el 68 me llamaron del pueblo para ofrecerme un trabajo de alguacil en el Ayuntamiento, pero cuando llegó para presentarse le habían dado el trabajo a otra persona y a él le ofrecieron el trabajo de recoger la basura y naturalmente aceptó, se sentía orgulloso de volver a su pueblo como empleado del Ayuntamiento. “Mi trabajo consistía en llevar un carro de hierro tirado por una mula llamada Lola”, era de su propiedad y el carro del ayuntamiento, solo se recogía la basura a las personas que pagaban una cuota de 15 ptas. al mes (Jesús Gálvez, el coreano era el encargado de cobrar la cuota)”, en su casa de la calle Sevilla nº 17 le hizo una cuadra en el corral para su mula, comentaba.

         La basura recogida la llevaba a la Pedrera, daba al menos tres viajes al día y más tarde paso a la Erillas”, su peonada era de 8,00 a 14,00. ” Igualmente, recogía cartones, los almacenaba y luego los vendía a Evaristo, lo mismo hacia con la chatarra y esos pequeños ingresos eran para mí”. Tuvo un grave accidente con el carro, le cogió el brazo y fue larga su recuperación.

         Ejerció Joaquín esta profesión hasta que, en 1975, su amigo Placido Cote (el cartero), le comentó que necesitaba una persona de confianza y que, si quería irse a trabajar al casino del Cebollino de conserje, “no lo dudé, y la contestación fue que sí”, estuvo 22 años trabajando, su labor entre otras consistía “en cobrar los recibos de los socios casa por casa y el alquiler de las sillas a particulares para fiestas y entierros”.

         De esta última faceta de su vida laboral tiene muchas anécdotas y “chascarrillos” sobre la historia de esta sociedad, así nos cuenta en un artículo de la revista de Feria de Guadalcanal de 1985: 

Sociedad Deportiva Recreativa “El Cebollino”, voy a contarles cómo se fundó esta sociedad. Transcurrían los años cuarenta y tantos, en el Casino del Galgo se juntaban varios hortelanos tomando unos vasitos de buen vino, que le servía el dueño, el amigo Tomás. Este bar estaba en la esquina de la calle Antonio Porras, cerca de la casa de Yerga. En dicho casino se formó la primera Junta Directiva. Un poco más tarde pasó a la Casa de Galván (calle Juan Campos). Allí salió el primer casino con el nombre del Cebollino Sociedad Deportiva Recreativa, esto sería sobre los años cincuenta, con el tiempo se cambia de domicilio, fue donde está hoy la farmacia y de allí se cambia a Electrovira Regalos.

Siendo Presidente Adriano Atalaya Palacio, se celebra una Junta General por el motivo siguiente: la casa de D. Federico Gullón Pérez, donde estuvo el Auxilio Social y el comedor en la calle Antonio Machado, número 6, está en venta y esta Junta General acuerdan comprar la referida casa, pero hay otro comprador que es el señor Antonio Osorio Calderón.

Pero el Señor D. Federico dijo estas palabras: “la casa es para la Sociedad” y así fue. La casa quedó vendida en el precio de 400.000 pesetas, pagadas en varios plazos.

Bien el motivo que se llame “EL CEBOLLINO” es el siguiente: cuando estaban en una reunión se presentó un hortelano con un manojo de plantones de cebollinos, y uno de los asistentes dijo: “esto se va a llamar el “Cebollino”.       

    En este mismo artículo de la revista de feria titulado “Recuerdos de la Historia de Guadalcanal”, nos cuenta otras efemérides sucedidas en la población con fechas y años, así entre otras describe:

Año 1900.- día 1 de enero se coloca la Cruz del Puerto de Llerena, en ese mismo año el día 3 de septiembre se celebra la feria en el Coso.

Año 1909.- Se plantan los primeros árboles del Paseo del Palacio.

Año 1926.- Se cambia el pilar de la Cava siendo alcalde Daniel Muñoz.

Año 1928.- Se inaugura la caseta de hierro con un coste de 5.000 pesetas.

Año 1931.- Se construyó la torre del reloj de la Plaza.

Año 1944.- Se inauguró la fuente de El Coso, por el cura D. Juan Romero.

Año 1947.- La primera feria con corridas de toros por los Hermanos Galisteo.

Año 1951.- Último sábado de abril, primera romería después del año 1936.

Año 1952.- Día 22 de mayo, descarga una gran tormenta y hubo muchos daños, en este mismo año se producen varios acontecimientos, destacando el 12 de junio, día del Señor, se estrena una Banda de Música y el 19 de Agosto se inaugura la Plaza de Abastos.

Año 1964.- Día 5 de septiembre, homenaje a Pedro Ortega Valencia y el 4 de noviembre se inaugura la actual Casa Cuartel de la Guardia Civil.

Año 1971.- Día 18 de julio se inaugura la Piscina Municipal.

Año 1972.- Día 19 de enero se cierra la iglesia de la Concepción.

Año 1981.- Día 6 de junio, día del Señor se inaugura la nueva Banda de Música y el 13 de junio sale por  primera vez a tocar fuera del pueblo.

Año 1993.- Se coloca la primera piedra de la residencia Hermana Josefa María y fue inaugurada el 11 de enero del año 2006.

         Otra faceta de Joaquín era la rama de escritor y cronista de nuestro pueblo, así lo atestiguan los artículos publicados en nuestra revista de feria de 2008 “Molinos de Aceite que tuvo Guadalcanal hasta el año 1960”, año 2011 “La Feria de Guadalcanal”, año 2012 “Historia del cementerio municipal de San Francisco”, 2014 “Feria, Crónica de un suceso que pasó en Guadalcanal al poco de terminar la Guerra Civil en España” o el mencionado del 2015 “Recuerdos de la Historia de Guadalcanal”, su pasión por las poesías dedicadas a nuestra patrona o las emotivas que lee en la puerta de la residencia cada Semana Santa y que a los nazarenos y cofrades nos llegaban al corazón.

         Nos comenta con orgullo “que todos sus trabajos los realizó con agrado y simpatía con todo el mundo y fue trabajador incansable”.

         Nos despidió en la puerta de la residencia de ancianos de nuestro pueblo donde residía, después de una animada charla, con la sonrisa en los labios.

         ¡Descansa en Paz Joaquín, amigo de todos”!

 

Publicado en el blog de la Asociación Guadalcanal por su Recuperación Patrimonial.

sábado, 27 de enero de 2024

Sobre el supuesto linaje judaico de los Enríquez

 

Doña Juana de Mendoza

¡Vete, tú judío!

              La expulsión de judíos de los reinos hispánicos fue ordenada por los Reyes Católicos en un edicto publicado en Granada el 31 de marzo de 1.492. La medida fue acogida en toda Europa corno un evidente signo de modernidad, e incluso existe una carta a los reyes enviada por la Universidad de la Soborna, la de máximo prestigio de la época, felicitando a la corona por haber tomado la medida. Aunque en el mismo Edicto de Granada, que indica la amplitud de la orden que incluyó los reinos de Castilla y Aragón y sus dominios y territorios, como los italianos (Sicilia), pertenecientes a la corona de Aragón, para el reino de Nápoles, conquistado en idas, existirá un edicto posterior de Fernando II. Durante mucho tiempo la bibliografía ha incidido en la importancia de la reina sobre el rey en la toma de la decisión, influida por algunos de sus principales consejeros como el padre Hernando de Talavera que estuvo a su lado durante 29 años. Estudios recientes han dado la vuelta a esta teoría e indican que fue el Rey Fernando quien más interés puso en la expulsión, aun cuando los judíos habían prestado muchos y buenos servicios a la corona de Aragón durante el reinado de su padre Juan II.   

           También en la corona de Castilla su contribución había sido destacable: sobre las finanzas del reino por medio de préstamos y ayudas, sobre la buena marcha del comercio y en llevar con diligencia y esmero la burocracia real. En la corte y en los medios aristocráticos no había existido antisemitismo en el siglo XIV ni en siglo XV, aunque entre las clases populares eran mirados con rencor y desconfianza, y en diferentes épocas se habían vivido episodios de persecuciones y asesinatos de poblaciones judías en lugares concretos de los dos reinos. Quizás en ese empeño del rey influyera una manera de lavar las raíces judías de su linaje. Según algunos testimonios y documentos a los que vamos a referirnos la madre del rey, Doña Juana Enríquez, hermana del Almirante de Castilla, perteneciente a la más importante nobleza castellana, emparentada con los Trastámara, tenía ascendencia judía por parte de madre, lo que biológicamente afectaba a Doña Juana esa ascendencia era mínimo, pero algo de sangre judía quedaba.                                                                            

            No solo es el caso de doña Juana sino también de su hermana Doña María cuyo hijo era el Duque de Alba, así que también la Casa de Alba recogería esa mancha en su blasón. Según un memorial anónimo de la mitad del siglo XVI, el bisabuelo de la madre del rey Fernando, D. Fadrique, maestre de Santiago, uno de los numerosos hijos bastardos de Alfonso XI y de Doña Leonor de Guzmán (miembros de la futura dinastía reinante de los Trastámara), se casó con Doña Paloma, una mujer judía nacida en la población sevillana de Guadalcanal, cuyos descendientes según testimonios de la época procrearon en abundancia "de manera que en Castilla casi no hay señor que descienda de Doña Paloma" según decía un romance de la época. Uno de ellos sería un tal Martí de Rojas, que solía acompañar al rey Fernando en sus jornadas de caza de altanería. En una de éstas, el halcón soltó una vez una garza que había apresado y se fue tras una paloma: "El rey que vio volver a Martín con las manos vacías, le preguntó por su halcón. Martín de Rojas le contestó: Señor allá va tras nuestra abuela".               

        Porque este Martín era también descendiente de la misma Doña Paloma. En 1481, Fadrique Enríquez, primo del rey Fernando, es protagonista de un suceso acaecido en la corte. Ante damas principales y bellas, ante nobles y caballeros y ante el cardenal primado Pedro González de Mendoza, un joven noble Don Ramiro Núñez de Guzmán entre chanzas e insultos, le recuerda a Fadrique sus antepasados judíos. La reina Isabel enterada del suceso ordena confinar a ambos en sus dominios. A Ramiro Núñez, hombres emboscados le dan una soberana paliza, por orden de Fadrique, la reina indignada pide al padre, el Almirante, que le entregue al joven rebelde, a lo que este responde: "Señora, no le tengo, ni sé dónde está". La reina pide que en el acto le sean entregadas las fortalezas de Simancas y de Rioseco. Fernando de Pulgar, cronista oficial del reino nos cuenta todos estos sucesos en un manuscrito fechado en 1535 que se conserva en la Biblioteca Nacional, donde aparece un fragmento del romance que se cantaba en los reinos sobre estos sucesos (sic): "caballeros de Castilla, no me lo tengáis a mal, porque hice dar de palos a Ramiro de Guzmán, porque me llamó judío delante del Cardenal". Fadrique Enríquez dijo en la discusión a su rival: " ¡Vete, para allá escudero!", y así insultado respondió:"¡Vete, tú judío!", aludiendo según el ilustre historiador Menéndez Pidal a una tatarabuela de "casta hebrea". Con estos datos, elusiones y silencios que preceden hay base de sobra para afirmar que tanto los Enríquez, como Fernando el Católico eran, por parte de madre, de ascendencia hispano-judía, y que el hecho era un secreto a voces en los siglos XV y XVI. Lo que pone de relieve el absurdo de que existieran estatutos de limpieza de sangre en unos reinos en donde los reyes y algunos de sus principales nobles: los Almirantes, la Casa de Alba, carecían de esa limpieza, como bien se encargó de anotar el ilustre historiador Américo Castro, a quien debo la inspiración de este trabajo. Gonzalo Franco Revilla

 Doña Juana de Mendoza.

            La primera Almirante Casada con Alonso Enríquez, tras un singular cortejo y una precipitada boda, tuvo trece hijos y gobernó los dominios de su esposo mientras este guerreaba. Alonso Enríquez fue el primer Almirante de la dinastía y primer señor de Medina de Rioseco. Sevillano, de Guadalcanal, nació en 1354. Su padre era el infante Fadrique, hijo del rey Alfonso XI y Maestre de la orden de Santiago. Su madre, al parecer, era una judía conversa llamada la Paloma, mujer de un mayordomo de Fadrique y que seguramente fue forzada por el infante, que debía de ser bastante golfo. Alonso tuvo que esperar veinte años para ser reconocido como sobrino por el rey Enrique II. 

            Pero no vamos a hablar de Don Alonso sino de su esposa, Doña Juana de Mendoza. Parece ser que era una señora de gran belleza, pero a la vez una hembra de las de armas tomar por su genio y temperamento. Hasta el punto de decirse que era “la más varonil mujer que hubo en su tiempo”, lo que entonces era un piropo. Alonso llegó a alcanzar fama como trovador al estilo provenzal de la época y, con gran ingenio, era capaz de salir de apretadas situaciones con unos versos. Desde joven dedicó a Juana poesías y cánticos, pero todas se estrellaron contra el frío corazón y la indiferencia de su musa. Tanto que en 1380 tuvo que dejar sus galanteos ya que la doncella se casó con el muy poderoso Diego Gómez Manrique de Lara, Adelantado de Castilla. Pero para fortuna de nuestro Almirante, en la Batalla de Aljubarrota (1385), murieron el padre y el marido de su amada, que quedó con un hijo y una ingente fortuna que la valió el apelativo de “la ricahembra de Guadalajara”, ciudad donde había nacido allá por 1361. A la viuda, joven, hermosa y riquísima, le llovieron toda clase de pretendientes que eran rechazados con la misma velocidad con que llegaban. En estas volvió a aparecer Alonso, cuyo amor no cesaba y continuaba en su empeño conquistador. Incluso contó con la intercesión del rey en su favor, pero el mensaje del monarca fue despachado por la dama con un altivo. “Majestad, un casamiento no es cosa de autoridad sino de cariño y libre albedrío". Sin darse por vencido, y disfrazado de paje, se presentó en el palacio de la dama para intentar convencerla ensalzando a su supuesto señor. Juana, con desdén y petulancia, contestó que no se casaría con el "hijo de una marrana” (como llamaban despectivamente a los judíos conversos). Alonso, enfurecido por el insulto -que hoy hubiera sido tachado de xenófobo- la propinó un soberano bofetón que la tiró de espaldas. Juana, llena de ira, ordenó a sus hambres que le detuviesen.

            Con la cara enrojecida y el orgullo tremendamente injuriado mandó llamar a un sacerdote. Todos pensaron que para que el paje confesara antes de ser ajusticiado, pero al reconocerle como el propio Enríquez, su soberbia la llevó a ordenar al clérigo que los casara de inmediato: “Para que no se diga que ningún hombre me ha puesto la mano encima no siendo mí marido" Tras tan singular boda, que el propio Almirante relató, seguramente adornada con algo de fantasía, en su obra “Vergel del pensamiento”, el matrimonio fue bastante feliz y tuvo trece hijos, criando, además, un hijo ilegítimo del marido. En 1405, Enrique IIII nombró a Alonso Enríquez como Almirante Mayor de Castilla, dicen que por influencias de su esposa en cuya familia debía recaer el título.

            En 1421, recibió del rey Juan II el señorío de Medina de Rioseco, de cuyo castillo ya era alcalde y donde había establecido su familia y fundado mayorazgo a favor de sus hijos. Desde la fortaleza riosecana gobernaba doña Juana los dominios de su esposo mientras este guerreaba con moros o cristianos y también aquí hizo gala de su fuerte personalidad. Así existe otra Leyenda que relata cómo hizo dormir a su marido y séquito fuera del recinto amurallado por llegar una noche a deshoras de alguna batalla -no sabemos sí de tipo bélico o erótico-. La razón: "no deben las castellanas franquear a nadie sus castillos en ausencia de sus maridos”. También se dice que uno de sus secretarios, prendado de su belleza, se atrevió a hacerle llegar su declaración de amor entre los documentos que había de despachar. La respuesta a la osadía fue el apresamiento inmediato y el que los riosecanos del siglo XV pudieran contemplar la no muy agradable estampa del funcionario colgando de la horca frente a las ventanas del alcázar, más o menos en el actual Corro del Asado.

            Hasta su testamento, redactado el 22 de enero de 1431, refleja su inmensa fortuna y, de nuevo, su fuerte carácter hasta el final de sus días. Mandó que “ninguno sea osado de hacer llanto por mi" y pidió ser enterrada en el Monasterio de Santa Clara en Palencia, al lado de su señor, el Almirante, fallecido dos años antes. Doña Juana murió en Palacios de Campos dos días después. Según la “Crónica del Halconero” de Juan II de Castilla. “Partiendo la dicha Jhoana con su nieta la esposa del condestable de Torre de Lobatón, para facer las bodas en Calauaçano e vinieron a Palacios de Meneses; e dióle allí dolor de costado, e fino martes a 24 de henero, año del señor de 1431. Esta era la más enparentada dueña que auia en Castilla e más generosa a (que) mayor casae estando traxiese a la saçon en Castilla e muy buena. Lo qual fino de hedad de setenta años”.

 Autor. - Ángel Gallego Rubio

sábado, 20 de enero de 2024

Historia de una familia emigrante

Mi éxodo involuntario a Madrid

1954

 
    Era el final de la primavera, el 16 de junio de 1954 en una humilde casa en el número 14 de la calle Minas de Guadalcanal en la habitación que llamábamos “la sombría” me pario mi madre, mi padre, me comentaba mi abuelo Frasco que se encontraba de dómia en Valdefuentes arando los olivos y que tuvieron que ir a buscarle para darle la feliz noticia, ya tenía una niña, “nos costó sacarte adelante” me aclaraba mi abuela Araceli, cuando vino a verte Barragán el médico le dijo a tu madre: “has tenido un niño tan chico como un conejillo” .
    En Guadalcanal pasé mi infancia y la primera parte de mi niñez, mis primeros recuerdos en nuestro pueblo se remontan a partir del año 59 y los guardo en el registro de mi memoria como muy felices, algunas carencias, pero mucho cariño.
    Cuando contaba con cinco años y llegó el invierno, como cada año mi madre se iba a coger aceituna y me llevó a la escuela de doña Paquita, también llamada de “los cagones”, en aquel año tengo el vago recuerdo de las Navidades y los Reyes, era una verdadera fiesta familiar. Aquel día de Noche Buena mi abuelo Pedro mató a Colorete (un pollo que criaban todos los años para la ocasión y que cíclicamente llamaban igual al pollo destinado para la Navidad), lloré mucho aquel día. Colorete era como de la familia, asimismo recuerdo que por la noche mi abuela y mi madre hacían dediles de bellotas para el día siguiente utilizarlos en la aceituna, mi abuela compraba higos secos y los rellenaba con el fruto de la bellota o con dulce de membrillo, esto junto con un kilo de polvorones comprados en la tienda del Serrano de la calle Sevilla, era el suculento postre de aquella maravillosa noche: En la misma tienda mi abuela Araceli me compraba tiempo después vino quina Santa Catalina para darme un vasito con una yema de huevo antes de la comida para que se me abriese el apetito, no sé si era efectiva la pócima, a mí me ponía contento y me quitaba el frio para volver a la escuela por la tarde.
    La Noche de Reyes no me faltaban regalos, una pelota a rayas de colores, el carrito de madera tirado por un asno de plástico, la bolsa de bolindres y culebrillas, algo para la escuela, un par zapatos de gorila con su pelotita verde y poco más, tampoco necesitábamos mucho más para ser felices, teníamos la calle para jugar sin peligro, no pasaban coches.
    Del año siguiente ya tengo más recuerdos, fue el primer curso que me escolarizaron, en un principio en la escuela de D. Andrés, al siguiente curso cambié de colegio, pasé a aquella escuela de la calle Camacho, los primeros amigos distintos a los de la calle Sevilla o Santa Ana, el Maestro D. Francisco Oliva Calderón, que posteriormente fue alcalde y recibió con honores a la Infantería de Marina española y americana con su impoluta camisa de Jefe Local del Movimiento, aquella leche en polvo proveniente del plan ASA, (Ayuda Social Americana) que tenía un sabor raro y cada mañana venía “Antonia la Artista” desde el bar del Galgo con una gran lechera a repartirla.
    Aquel alimento casi comestible que generosamente nos mandaban los americanos junto con un queso amarillento de sabor dulzón, parecido al actual queso de bola y se repartía entre los alumnos de las entonces llamadas “Escuelas Nacionales”. el queso lo probé en mi segunda niñez en el Colegio Onésimo Redondo de Madrid, teníamos que llevar un chusco de pan de casa y era obligado comérselo, ceremoniosamente lo cortaba D. Cirilo en trozos no siempre equivalentes, estos quesos lo recuerdo perfectamente, eran grandes y pringosos y venían en una lata de color dorado que después las utilizábamos los castigados para traer carbón a la estufa de clase o limpiar el patío del recreo de hojas secas de los árboles y resto de basura (yo estuve muchas veces integrado en el pelotón de los carboneros o de limpieza).
    El curso 62/63 es el que más recuerdos conservo de mi vida en Guadalcanal y el que más huella me dejó, tal vez por ser el último o por qué los acontecimientos se sucedieron con mayor rapidez, a principio de febrero fue nombrado alcalde de Guadalcanal mi maestro, para sus alumnos un orgullo y a la vez los que con mayor agrado recibimos su nombramiento como edil principal, D. Francisco tenía nuevo compromiso y si apenas lo veríamos por clase, a partir de esa fecha aun menos.
    Unos días más tardes pasó un acontecimiento en la pequeña comunidad de la calle Minas y la Cañada (de los Escaloncitos) que marcó las pequeñas vidas de mis amigos y la mía, con apenas doce años murió Joaquina hermana de mi mejor amigo José Trancoso, era la mayor de cuatro hermanos de una familia con muy pocos recursos, la maquinaría solidaría de la necesidad se puso en marcha, varias mujeres, entre ellas mi madre pidieron dinero por el vecindario para el entierro y se llevaron a los pequeños a sus domicilios para quitarlos de la casa del óbito y que pudieran comer ese día, aquella noche José durmió en mi casa.
    Meses más tardes, se aproximaba la fecha de mi comunión y mi abuela Beatriz me llevó a la Plaza de Santa Ana a una modista, creo que le llamaban “Manuela la Zapatona” para probarme el traje de comunión, yo aburrido de tanta charla y tanta prueba decidí escaparme por la ventana, no contaba con la reja y al hacer el intento se me quedó aprisionada la cabeza entre dos barrotes y las pobres mujeres que allí se encontraban en animosa charla no daban crédito a lo que veían, intentaron por todos los medios tirar de mi cuerpo hacía dentro, me dieron jabón en la cabeza para que resbalara, no lo consiguieron, mi llanto y gritos debieron alertar al resto de las vecinas. Finalmente, decidieron llamar “Matarriñas, el herrero” y este con gran paciencia y cuidado cortó un barrote para poder liberarme.
    Finalmente, el día 31 de mayo de 1962 hice la primera y última comunión, así lo atestiguan unas fotos de Santi en las que aparece D. Manuel de cura y José Antonio de monaguillo. Aquel año coincidimos en al acontecimiento bastantes niños y niñas de la calles Santa Ana, Minas y la Cañada (los Escaloncitos), se organizó una fiesta en una sala del cuartel viejo y las madres prepararon una chocolatada con bizcochos, magdalenas y otros dulces que ellas mismas hicieron, toda iba transcurriendo con normalidad, hasta que Manolo Gallego (el tortolo) me tiró un vaso de chocolate liquido en mi traje impoluto de marinero, por la tarde llegó el Sanito para hacernos fotos, en la del grupo (desgraciadamente la he perdido) me colocó de tal manera que no se me veían las abundantes manchas, en la individual, ésta si la conservo, la madre de Manolo le quitó el traje y me lo dejó para salir limpio, él era más bajo que yo y me quedaba el pantalón un poco pesquero según refleja la foto.
    En aquel mes de mayo, celebré mi último día de la Cruz de Mayo en Guadalcanal, fue un gran día, después de nuestra particular “procesión”, repartimos el botín, una gaseosa blanca La Paisana para cada uno, otra negra para dos y unas tres pesetas por cofrade. Mi tío Antonio “Repisa” nos hizo la Cruz con peana y bastones de apoyo, la madre de Manolo Gallego y la mía la adornaron cuidadosamente con flores, cuatro grandes velas y trozos de tela blanca de sábanas.
    Aquel día creo recordar que no tuvimos escuela, el Mosco era el mayordomo de la Cofradía de la Alcazaílla, organizó la procesión, los costaleros fuimos Manolo Gallego, José Trancoso, Manolo Cabeza Rico (Q.P.D.) y yo, Juan Cantero era el que pedía y Bautista Rodríguez encargado de las velas y el recorrido. Salimos de la Alcazaílla, recorriendo las calles Camacho, Valencia, la Cañada (Los Escaloncitos) y Minas, regresando a la puerta del cuartel antiguo; Al final de la tarde, nos reunimos en la trastienda de la tienda del Mosco, organizando nuestra particular fiesta, nos compramos una gaseosa blanca y tres negras de La Paisana, (aquella que hacía José María “el de las bicicletas” en la calle Santa Clara), con las que El Tuerto nos hacía polos que le ponía un palillo de dientes para agarrarlos y valían tres un real, merendamos y creo recordar que nos sobró unas quince pesetas, que repartimos a partes iguales como AMIGOS que éramos.
    De aquel verano recuerdo dos hechos extraordinarios, vi por primera vez la Televisión, mi abuelo Frasco me llevó al bar de “Los Pepes” a ver una corrida de toros, en agosto monté por primera vez en el tren, mi tío Rafael García “Palote” nos llevó a mi prima Fali Muñoz y a mí a Sevilla a ver unos familiares que tenía en el Cerro del Águila.
    El día de los difuntos había una tradición, nuestras madres nos daban los tiestos rotos y las macetas que llenábamos de objetos varios (agua, barro y otros no descriptibles), llamábamos a las puertas y al abrirnos los tirábamos al zaguán manchándolo todo, a mitad de la calle Carretas (hoy Costaleros), vivía una señora mayor sola, tenía muy mal genio y era objeto de muchas bromas pesadas cuando pasábamos por su puerta para ir o venir de la escuela, aquella tarde de difuntos nos esperaba, cuando llamamos al gran aldabón que tenía la puerta nos esperaba con dos cubos de agua en la ventana del piso de arriba, naturalmente esa fue su particular venganza del día de los tiestos rotos, nos puso empapados de agua.
    Las navidades fueron más tristes que años anteriores, mi padre había emigrado a Madrid y faltaba en nuestra mesa, mi madre estaba cogiendo aceituna y ya tenía una decisión tomada, yo intuía a pesar de mi corta edad que todo estaba cambiando en mi familia, las caras de mis abuelos y los comentarios así lo presagiaban.
    No obstante, si tengo un recuerdo divertido de mis últimos Reyes en Guadalcanal, mis tíos me compraron un bonito caballo de cartón de gran tamaño, mi madre y mi tío Pedro me llamaron aquella mañana cuando aun no era de día antes de irse a la aceituna para ver mi cara de sorpresa, la sorpresa se la llevaron ellos cuando regresaron por la noche del tajo, el caballo estaba sin cabeza, primero le recorté las crines con la tijera de coser de mi abuela Beatriz y después le di agua para beber y la cabeza se deshizo.

    Mi segunda niñez no existió, o tal vez quedó interrumpida y cambió de forma traumática el día 12 de febrero del 64, cumpleaños de mí hermana, cuando contaba con tan solo 9 años, iniciamos el éxodo a Madrid mi madre y yo en aquel tren de vía estrecha destino a los Rosales para enlazar con el de Madrid, mi hermana se quedó en el pueblo con mi abuela Araceli, mi padre ya nos había precedido seis meses antes, mismo tren, misma ruta.
    Y cuando llegué a Madrid con mí habla rústica y mis trazas y maneras pueblerinas, comprendí que ya todo había cambiado en mi corta vida, nueva escuela, nuevo sistema, aquel maestro (D. Cirilo), que me hizo repetir una y mil veces la cantinela de “Jozé zaca el zaco al zor que ze zeque”. que equivocado estaba, intentaba quitarme el seseo de Guadalcanal y tardó dos cursos en conseguirlo, yo con mi rebeldía e ignoraría infantil le decía que en mi pueblo y en mi casa se habla así. Aquel pasillo interminable en el que diariamente formábamos para entonar el Cara al Sol, aquel padrenuestro antes de comenzar las clases, aquellas primeras desilusiones en una enorme escuela que en tiempos de la guerra fue hospital, aquel viejo maestro que nos hablaba de los próximos faustos de los XXV años de paz y de una guerra que ganó y de las siete maravillas del mundo. Empezaba rutinariamente a enumerarlas, las pirámides de Egipto, el Coloso de Rodas, los jardines de Semíramis…, y cada vez que iba a decir una nueva, yo pensaba, ahora, en este momento viene la Iglesia de Santa Ana o de la Concepción de mi pueblo.
    Aquella fue otra de las experiencias esenciales de mi nueva vida, nunca se acordaba de mencionarlas, ¿un descuido?, la incredulidad al principio y la lenta y penosa evidencia después ­ de que allí nadie tenía noticias de los edificios de mi anterior hábitat que me saludaban cada mañana antes de ir a la escuela de la calle Camacho, ni de la plaza de mi pueblo, ni de ese hombre tan importante que tenía una estatua en ella, ni de la Piedra de Santiago, y ni siquiera de mi pueblo en su conjunto y sus gentes importantes para mí. Todo un mundo de héroes y de mitos se vino abajo en un instante, aquello era otro mundo.
    Yo hasta febrero del 63 creía que vivía en el centro del universo, no existía otro pensaba, como es de suponer que les ocurriría a todos los niños de todos los lugares, y especialmente a tantos y tantos niños que abandonábamos las escuelas de Guadalcanal en aquella época para insertarnos en otras culturas por culpa de la emigración, y más en los tiempos en los que no se viajaba a la capital si no era por enfermedad.
    En mi pueblo, en aquella época las cosas se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Municipal, el Cura, el Pueblo, la Alcazailla, mi barrio Santanero…, porque todas eran únicas e incomparables para mí.
    ¿Quién reinaba en la Alcazailla, mejor que Bautista, El Mosco y el resto de mis amigos?
    ¿Quién me protegía mejor que mis Abuelos o mi Padre, que era llegar a sus casas, dármelo todo y enseñarme a respetar al resto nuestro pequeño cosmos?
    ¿Había en el universo gente más rica que los ricos de mi pueblo, mejor médico que don Pepe Luis Barragán, mejor músico que mi tío Vázquez, mejor cura que D. Manuel que daba capones “con cariño paternal”, o mejor autoridad que el bueno de Esteban el Municipal?
    ¿Cómo pensar que existiera otro mundo?, imposible ni siquiera imaginarlo...
   ¿Y el Pilarito de Santa Ana, que era utilizado para saciar la sed de aquellos juegos con pelotas de rayas de colores, piolas o billardas y lugar de encuentro para echar lurias a los de El Berrocal Chico?
    ¿Cómo no hablar de la calle Sevilla, mi otro barrio?
    ¿Podía haber en el universo un lugar más bonito que mi pueblo?
    Y eso por no hablar del Palacio, del Coso, de la hondura escalofriante de los pozos en las calles, de la atracción desmesura de las lagartijas, de las culebras, de los pájaros, de los lagartos y otras fieras imaginarias que habitaban en lo bravío de nuestras sierras, la del Agua y la del Viento o en el “Huerto de los Gitanos”.
    Y hasta era único el tonto de mi pueblo, que en aquella época ejercían varios, era sin duda la mejor vida y respeto que un tonto pudiera exigir.
  Todos estos acontecimientos que acabo de exponer se resumen en una redacción que escribí cuando tenía once años para un trabajo de una asignatura de segundo de bachiller que curiosamente se llamaba “Política” y oficialmente F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional) y que consistía en leer y hacer semanalmente un trabajo de un capítulo del libro de Doncel titulado “Vela y Ancla” con poemas del Cantar del Mío Cid, José María Pemán o Pio Baroja y otras escrituras de nuestra propia “cosecha”, esta fue la mía:
    “Aquel año 62. no fue bueno, hacía meses que pasaba por su cabeza la idea de huir adelante, cuando llegó el verano vinieron al pueblo familiares y amigos que ya habían dado el “paso”, habían emigrado hacia cualquier ciudad hostil y extraña en busca de trabajo y una vida mejor para la familia.
    Aquel Hombre cuando llegó la feria vendió la burra y algunos enseres del campo y el tercer día, llenó su maleta de cartón y madera con poca ropa y muchas ilusiones, en su bolsillo 1.000 Ptas. y cogiendo el primer tren empezó su “huida”.
    Llegó a la gran ciudad, le esperaba un trabajo de peón, jornada de 14 a 16 horas diarias de lunes a sábado y alguna chapuza los domingos.
    Aquel febrero del 63, fue frío, muy frío, las familias estaban terminando la recogida de la aceituna y los niños que aun no tenían edad para ayudar, seguían en la escuela.
    Aquel niño con tan solo 9 años, no entendía lo que estaba pasando en su entorno, fue por última vez a la escuela de la calle Camacho, se despidió de su maestro D. Francisco Oliva y de sus compañeros, no hubo fiesta de despedida, por aquella época todos los meses se repetía esta historia.
    Aquella mujer terminó el “destajo” de la aceituna, cogió a su hijo, nuevamente un destartalado tren, un vagón de tercera sin separaciones de compartimentos, asientos de madera, veinte horas de frío, olor a carbonilla y humanidad, y ante sus ojos la gran ciudad, con sus edificios altos, humos, ruidos y el sentimiento en sus mentes de estar fuera de su mundo.
    Aquella familia, después de siete meses se volvió a unir, pero aquel niño, seguía sin entender nada, ya no vivían en una casa grande de la calle Minas con corral, de un pueblo pequeño, ahora vivían en una pequeña habitación con derecho a cocina para toda la familia de una gran ciudad, sin su escuela, el Palacio, el Coso…, sin sus amigos de Santa Ana, sus lurias con los del Berrocal Chico.
    Así podía empezar cualquier ensayo de Juan Ramón Jiménez , pero esta historia no es ficción, es mi historia, la de mi familia y la de muchas otras familias que un día dejamos Guadalcanal para vivir en un mundo mejor, pero… ¿Cuántos lo hemos alcanzado?, ¿Cuántos hemos conseguido ahogar nuestra desilusión en las lagrimas de la añoranza?, El Puerto es testigo mudo de nuestras lágrimas, las que después de cada Feria, Semana Santa o Romería dejamos los emigrantes cada año, cuando partimos nuevamente, cuando “huimos” hacia delante.
    Esto es parte de nuestras pequeñas historias, vivencias de mi generación que no debemos olvidar, porque… "BORRAR EL PASADO, ES MORIR LENTAMENTE".

    Ahora que me encuentro en la último ciclo de mi vida, la de la madurez, comprendo bien el sentimiento y la nostalgia por aquellos años que la emigración nos arrebataron a tantos y tantos niños de tantos y tantos pueblos de Andalucía o Extremadura, nos cambiaron el ciclo de nuestra niñez con la diáspora y la emigración, acontecimientos que fueron capaces de inculcarnos el sentimiento sublimar a nuestros pueblos, hasta convertirlos en el centro del orbe oculto de nuestros sentimientos, y sus recuerdos en reales y absolutos.

Rafael Spínola Rodríguez
Publicado en el libro Guadalcanal Siglo XX (1941-1955), de Ignacio Gómez Galván