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sábado, 28 de diciembre de 2024

Guadalcanal Monumental 9


LA ENCOMIENDA DE GUADALCANAL

 

    Las primeras noticias de la casa de la encomienda de Guadalcanal figuran en el documento de 1313, que es la entrega de la Encomienda Mayor de León por don Arias Gómez, su comendador, al maestre Diego Muniz, por falta de salud, recibiendo a cambio las encomiendas de Coriel y de Guadalcanal. En el se compromete a nin labrar ninfortalecer el cortijo de Guadalcanal sin licencia del maestre. Por la primera Historia de la Orden de Santiago sabemos que el maestre don Lorenzo Suarez de Figueroa “fizo de nuevo la torre de Estepa, i las casas, i bastimentos de Llerena, i Guadalcanal, i de la Fuente del Maestre". En 1406 Gonzalo Domínguez vende a dicho maestre unas casas con su corral que tienen por linderos los palacios de la Orden et de las dos paries las calles Publicas.

            Es en 1494 cuando por primera vez se había de castillo Edespues de esto visytaron la persona de don Fadrique Enrriques, comendador de la dicha Guadalcanal, e la casa con su castillo declaradas en su lugar de este libro.

    Nada sabemos de la distribución del castillo en esta fecha, solamente que tiene en su interior una huerta con naranjos y árboles, que ésta en buenas condiciones, a excepción de una parte de cerca que mandan reparar, y que a las espaldas del mismo hay un prostíbulo. Prostíbulo que mandan situar fuera de la villa bajo pena, si no lo hiciesen prontamente, de cien azotes a las meretrices, y al encargado de la casa 2.000 maravedís la vna tercia parte para el reparo del dicho castillo, e la otra tercia parte para la dbrica de las executasen la dicha pena.

    En 1498 si hay una distribución de las partes del castillo, si bien no se puede hacer un esquema de dibujo debido a que hay habitaciones que la descripción sitúa de una manera muy imprecisa. Pero tanto por esta descripción como por las sucesivas, que son reformas que se verifican hasta 1549, sabemos que una vez atravesada la muralla había un gran corral y, pasando este y a través de un zaguán, se llegaba al patio, que tenía dos corredores bajos, uno de cuatro arcos y otro de dos, y un pozo. En torno al patio se distribuían las distintas dependencias, siendo la zona noble de dos plantas, ubicadas en la parte este y creemos que también en la sur; en la zona este estaban las habitaciones más importantes, una de ellas con pinturas en las paredes y otra con ciertas armas pintadas en los pilares.

    Esta última tenía salida directa a la huerta, que tenía su noria y alberca. La zona de servicios —bodegas, bastimentos, caballerizas, etc...— estaba en el ala oeste y en el trascorral, con excepción de una bodega que estaba en el corral delantero.

En 1549 se estan haciendo obras que cambian la distribución interior de la ciudadela. En el corral delantero se hace un palacio, de nueva planta, cuya ejecución se termina, totalmente, en 1604; lo que fue casa principal se transforma en el corral con los servicios, quedando en este, como elemento claramente reconocible de aquella, el corredor de cuatro arcos.

    Interviene en la realizaciòn del palacio Pedro Merino, albanir, en quien estaba rematada la obra de la caballeriza y cuartos nuevos; pero no sabemos en qué parte, dado que el documento que lo cita lo hace únicamente en relación con la compra de unos materiales, procedentes del derribo de una caballeriza y un pajar de la antigua casa, y que el edificio se hace en distintas fases, y no se conservan los libros de todas las visitas realizadas.

    La estructura de la parte interior del castillo, una vez acabada toda la obra, responde a las figs. 1 a 5. El molino de aceite lo citan los documentos por primera vez en 1604, y se instala en donde antes estaban los hornos; en esta misma fecha amplían el granero, que suponemos lo hacen tomando las alcobas situadas junto al bastimento del pan. El trascorral, situado detrás del corral del pozo, o parte de el, puesto que no sabemos sus dimensiones, se destina a sembrar cebada.

    El muro del castillo estaba todo almenado y tenía saeteras en la zona norte, donde estaba situada la puerta principal. Tuvo otras dos puertas, una en la zona sur y otra en la oeste. Las únicas torres que citan los documentos son una coracha y un torreón, en la zona de la huerta, que tiene un almendro en su interior en 1575. Existe un pasadizo que no se sabe ni de donde sale ni a donde va. Entre la muralla y las distintas partes del palacio hay un espacio que las rodea y comunica las zonas norte, sur y oeste. Los documentos no dicen nada de la zona este que al ser la huerta podía estar pegada al muro. De dicho espacio sabemos que, en la zona oeste, era un callejón y en la norte, por estar la puerta principal, era más amplio.

    En la zona norte, tanto la muralla como el palacio tuvieron una espléndida portada. En 1549, la puerta de la muralla era un simple vano, nos figuramos que de canteria, mientras que la del palacio era vnaportada de canteria buena, fecha al romano, con vnas colunas despegadas sobre sus pedestales y encima de ellas su alquitraue y friso y cornica, con vnos candeleros y remates encima de las colunas, y en medio vnas armas del Marques de Aguilar. En 1604 la puerta de la muralla se cierra y se abre otra, hacia la zona este con respecto a la anterior, muy grande y huntuosa, y a los lados tienen vnasfiguras de saluajes, labrados en piedra de canteria, con sus macas que estan como por guardas de la cassa, y encima esta vn escudo dorado con las armas de Castilla y Portugal. La puerta de acceso al palacio es la misma que en 1549.

    La cantería también se utilice en las basas, fustes y capiteles de los corredores del patio, mientras que los arcos eran de ladrillo. De este último material era la escalera principal. En el resto del edificio se empleó la mampostería y el ladrillo.

    Las maderas empleadas en las techumbres de las zonas nobles del palacio son: en el anterior a 1549 el roble, en el palacio nuevo el castaño, y en solo tres dependencias, el pino. La forma de las mismas en el primero es desconocida. En el segundo la armadura de la pieza grande de la planta alta del ala oeste, la parte más antigua, es de tijera; el resto son alfarjes y en ocasiones simples jácenas sobre las que descansan las vigas de menor escuadría, que en algunas ocasiones son sustituidas por ladrillo.

    Las salas se cubren casi siempre con alfarjes, sin que se pueda establecer una regia general. En los servicios, la madera esta sin pulir y las vigas de menor escuadría se sustituyen por ladrillos. En las piezas situadas a los lados del zaguán de la zona oeste, de las que la descripción dice que son piecas pequenas cuya techumbre es de madera de castano y lata por tabla, las vigas de menor escuadría son de madera, dado el sentido que puede tener la palabra lata y el que tiene la palabra tabia a lo largo de toda la documentación. En las bodegas y la dependencia del molino de aceite, la techumbre es de bóveda. En este último sabemos que hay siete arcos, mientras que en las bodegas unicamente vna danca de arcos.

    El castillo sufrió una reforma entre 1604 y 1690. En el muro de su entrada principal se abrió un corredor de dieciséis arcos pequeños. Dicho corredor se comunicaba con la capilla mayor de la iglesia de Santa María mediante una terraza. A el se accedía por una escalera, situada en el espacio comprendido entre la muralla y la fachada del palacio.

    Consta documentalmente que se conserve todo el castillo hasta 1690.

    Iniciado el deterioro, el Consejo de las Ordenes dispuso demoler el interior por ser dificultoso e inútiles reparo. Los materiales se vendieron en pública subasta y con su producto se compró otra vivienda principal en la calle Granillos.

    En 1766 solo queda la muralla con la arquería que debía dar ligereza y reace a la plaza mayor. En su interior se sembraba forraje.

    En toda la documentación, la referencia para situar el castillo es la iglesia de Santa María ( iglesia que está unida a la muralla, como demuestran los documentos nº5 9 y 12, pero en el exterior de ella. Si hubiese estado en su interior, la documentación habría descrito su estructura y decoración.

    La iglesia existe en la actualidad, mientras que de la muralla no hay ni vestigios. La zona se ha urbanizado y ha tenido un gran acierto el ayuntamiento, el dar el nombre de "paseo del palacio" al paseo situado detrás de su edificio. Este se hizo a finales del siglo pasado en la zona en la que estuvo la fachada principal del castillo.

    La casa de la calle Granillos, edificada ya cuando la compra la Orden, era de fábrica moderna. Enfrente de la misma estaba una bodega con las tinajas traídas del castillo.

    La estructura de la casa responde  al cambio que expresa la descripción de 1756 es funcional; la bodega, situada en la planta alta, es convertida en pajar, bien por problemas de peso o de comodidad, para no tener que subir el vino; la sala y alcoba situadas a la derecha del zaguán, en la planta baja, en bodega; y se han tapado cuatro arcos del corredor alto, al que dan el pajar y la bodega, junto al granero, y se utiliza dicho espacio como carbonera. El patio estaba empedrado y había un pozo debajo de uno de los corredores. Los pilares de estos eran de ladrillo, a excepción de los dos de la planta baja, frente a la entrada principal, que eran de mármol, siendo también de este material el pilar que soportaba las dos vigas que reciben las maderas de la cubrición del granero sotanado. La escalera principal era de ladrillo con un pasamanos de cantería. De la de servicio solo sabemos que fue de material.

    De la segunda casa de la encomienda no quedan restos identificables en la zona en que estuvo situada, por lo que, a continuación, vamos a exponer las tres hipótesis que se pueden establecer, según los datos que aporta el documento

    La casa hacia esquina con la calle Granillos y la puerta principal daba al norte. Con arreglo a estas premisas caben dos interpretaciones: La primera, siguiendo fielmente la orientación, es que la casa estuvo en la confluencia de la calle Granillos con la calle Encomienda, teniendo por esta su entrada principal; la calle Granillos fue, no solo la actual General Varela, sino también la calle Comandante Rodríguez; y la calle Encomienda es la ahora llamada Ramón y Cajal. La segunda es debida a que, como la orientación de la calle Granillos es noreste, puede ocurrir que el escribano diga simplemente que la fachada está en el norte, en cuyo caso tendría la entrada principal por la calle Granillos, y caben dos posibilidades: que estuviese en la esquina marcada por una interrogación o en la esquina marcada por dos interrogaciones, siendo la más lógica, dentro de esta segunda interpretación, la primera, puesto que como todas las ventanas de la casa dan al norte y al oriente, las del oriente darían a la calle Encomienda.

 Revista de feria 1994 

sábado, 21 de diciembre de 2024

Hijos de la tierra

 

Hoy no me eches la quincana

        En el oscuro rincón de la humilde torruca, extendido sobre el suelo, dormían sobre un cálido jergón la Juana y Miguel. Miguel llevaba demasiados días sin descansar profundamente. Su Juana estaba preñada a punto de parir el que sería el primer hijo dambos y todas las noches temía dañarla al moverse. Mayeaba la primavera y los primeros pensamientos del despertar de Miguel eran para sus ovejas que eran su sustento. Era tiempo de pelarlas antes que el calor apretara.

            Con delicadeza Miguel se levantó vislumbrando por la luz que entraba por la rendija que había junto a la puerta. Pronto amanecería y sus ovejas le aguardaban. Cogió los dos troncos que reservó la noche anterior y los echó a los restos de la candela para avivarla. Su Juana se removió en el jergón. Era la señal de que iniciaba su despertar y Miguel aprovechó para salir de la torruca y sentir en su curtida piel cómo se presentaba la mañana. La puerta gruñó al abrirla con su estridente sonido. De hoy no pasa que les eche sebo a las bisagras, pensó. Rumba, su fiel perra de agua, ya le aguardaba tras la puerta con su acostumbrado júbilo y Miguel le pasó levemente la mano por su lomo.  ,

            La oscuridad se desvanecía mientras tanto en el horizonte y, tras la sierra de Hamapega, asomaban las primeras luces del alba. Hoy va a hacer bien día, le dijo Miguel a Rumba mientras ésta ya nerviosa estaba al acecho de recibir las señales del inicio de sus labo­res de pastoreo. Miguel sacó agua del pozo y antes de echarla en su desconchada palangana que tenía siem­pre junto a la puerta, echó agua a su perra en su cubil para que bebiera. La Juana, dentro, ya se había levan­tado y tras encender el candil había puesto la olla del café en el anafe. Miguel entró al sentirla y le acarició con ternura el vientre con sus recias manos sin decir nada y mirándola a los ojos se cruzó brevemente con los de ella que le miraba con fijeza. Hoy no me eches la quincana, le dijo. Estaré por aquí cerca con las ovejas por si me necesitas y vendré a comer contigo. La Juana asintió con la cabeza mientras le ponía el café con un mendrugo de pan.

            En la majada las ovejas aguardaban nerviosas balando, la llegada del su pastor y, en cuanto vieron salir a Miguel de la torruca atizaron con fuerza sus balidos a medida que este se les acercaba a abrirles las puertas del redil Como cada día, las más próximas a la puerta, salieron con presteza dirigiéndose hacia la caída de la loma en donde más abundaban los pastos. Rumba se ganaba su jornal impidiendo que se desper­digaran. De las últimas en salir fue la oveja negra que esa misma madrugada acababa de parir a su cordero y se quedaba rezagada del resto lamiendo a su hijo. Este, con torpeza, trataba de seguir a su madre dando sus primeros pasos. Miguel no podía, por menos, que pensar en su Juana en esos instantes y ansiar el mo­mento de conocer a su hijo.

            La mañana transcurría sin sobresalto y el Sol se imponía con dificultad a los oscuros nubarrones que amenazaban en el cielo. No está para llover se dijo a sí mismo Miguel. Su fiel perra vino hacia él como anun­ciándole algo. Miguel recordó en ese instante que la noche anterior había dejado puesto dos cepos junto al arroyo y quiso acercarse a ver si había caído algo. Delante, con prisa, corriendo, Rumba se dirigía, guia­da por su olfato, hacia el lugar en donde estaban co­locados los cepos y en cuanto llegó comenzó a ladrar avisando a su amo de que había caído una gran lie­bre. Miguel cogió la liebre y la guardó en el morral. Le pasó la mano por el lomo a su perra y le dio un cacho del mendrugo de pan que llevaba en el bolsillo.

            Cuando Miguel volvió a la torruca para comer su Juana ya le esperaba con los garbanzos que habían estado cociendo toda la mañana en el fuego de la candela. Tan solo con mirarla ya sabía que todo seguía igual. Sacó la liebre del morral y se la entregó a su Juana que la asió sin decir nada y la colgó de un viejo clavo que colgaba del techo. Esta tarde la limpiaré, pensó, y ma­ñana la pondré para comer.

            Juana sirvió los garbanzos con un trozo de tocino a su esposo en el viejo plato de hojalata que formaba parte de su triste y austero ajuar y empezaron a comer sin decir nada con el único trasfondo del canto de las mirlas y los mojinos en sus peleas nupciales. Una vez terminado, Miguel se levantó del taburete y se mar­chó, con parsimonia, de nuevo al cuidado de su ga­nado. No tenía prisa, sabía que las ovejas a esa hora ya sesteaban y, en todo caso, su fiel perra las guardaba con su leal esmero. A su paso, bandadas de gorriatos se cruzaron, ruidosos, en lo alto.

            Como cada tarde, Miguel pasó el tiempo interpretando cada gesto de su entorno. Es tarde voy a coger pericó, se dijo a sí mismo, Las flores estaban por esas fechas en su punto y Miguel era un entusiasta defensor de las plantas medicinales que conocía muy bien. Su Padre, desde muy pequeño le había enseñado a sacar provecho posible de todo lo que la naturaleza le ofrecía en cada momento del año y Miguel continuó esa misma afición con entusiasmo. Mientras recogía el pericó recordó a su padre fallecido demasiado joven. Le apenaba saber que no conocería a su vástago.

            Al amanecer, sin tener que indicarle nada a las ovejas comenzaron su camino al redil bajo la vigilante mirada de Rumba. Apoyándose en su cayado Miguel se levantó, entonces, de la piedra en que había permanecido sentado a la caída de la tarde y acompañó a las ovejas en su lento caminar hacia la majada. En la misma encina de siempre, como cada tarde, el mochuelo observaba con sus ojos vidriados y moviendo la cabeza con gracia.

            Sentada en su taburete de corcho y recostada sobre la pared de su turruca, la Juana esperaba a su Miguel zurciéndole los pantalones. Al acercarse él dejó la costura y entraron ambos en su morada. Pronto preparó la Juana las gachas que serian la cena y, como de costumbre, pasaron el resto del tiempo mirando la cancela y oyendo su crujir.

            Había transcurrido un día más en sus sencillas vidas con sus rutinas y cadencias. Sien embargo, cuando se fueron a acostar no podían imaginar que, al anochecer del día siguiente, sus vidas cambiarían para siempre con la nacida de su hijo. Una nacencia venida con prisas a la vera del camino junto al arroyo y bajo la luz de la luna que la vida quiso que fuese tan pegada a la tierra como había sido sus vidas hasta entonces. Una nacencia inolvidable acaecida sin médico, sin matrona, sin más ayuda que su fe y las rudas manos de un campesino inexperto y asustado.

 

Publicado en el libro homenaje Luis Chamizo el año del centenario Guareña-Guadalcanal 2021/2022

Autor. – Juan Parra Trigos

sábado, 14 de diciembre de 2024

Guadalcanal Monumental 8

 

ERMITA Y HUMILLADERO DEL CRISTO DE LA SALUD.


    Otro de los monumentos -de escaso mérito artístico pero que fue en tiempos escenario de devotos festejos y entrañables tradiciones- de Guadalcanal, hoy ya en obligado estado de decadencia y destrucción que produce la garra implacable del abandono, es la ermita de la Salud o del Humilladero, así llamado por el que existe en sus aledaños.

    Situada en el camino real que, partiendo de la calle del Berrocal por el convento del Espíritu Santo, conducía a Llerena, los que por él transitaban solían detenerse en esta ermita para implorar del Cristo allí venerado suerte en el viaje o bien dar gracias los regresaban.

    También se ha perdido la velada que anualmente se celebraba, por mediados de septiembre, en la explanada delantera del santuario. Algo parecido se hace hoy en la Plaza Mayor de la villa en recuerdo de Velada del Cristo, con que todavía se conoce.

    Lo mismo la ermita como el humilladero anejo son construcciones del siglo XVIII, si bien algún edificio de esta naturaleza debió existir con anterioridad en este lugar -más antiguamente conocido por la Cruz del Abad Santo-, en donde ya en el siglo XV, se erigió un humilladero.

    Gracias a que la ermita se dedica hoy a usos profanos, no se halla completamente destruida. Un poco más allá, el templete del Humilladero, a duras penas sostiene su añosa arquitectura. En el suelo de este existe una fuente, y en la pared, un azulejo de 1,50 x 1,50 m., fechado en 1770, representando un Calvario, ornado de florones y grecas algunos versos. En la parte superior del Crucifijo se lee: HVMIAVIT SEMETIPPSVM VSQVE AD MORTEM ADP'L

    Debajo una cartela nos informa que el cardenal Solís, arzobispo de Sevilla concede cien días de indulgencia a quien rezare un credo delante de este Cristo.

    A ambos lados del Calvario hay estas décimas:

DESDE ESSE SACRO MADERO
AGVAS VIVAS DISPENSÁIS
JESVS I CON ELLAS DAIS
FORTALEZA AL PASAJERO
EN AQVESTE HVMILLADERO
SOL RESPLANDECÉIS HERMOSO
QVITQNDO DVEÑO PIADOSO
DE LAS TINIEBLAS EL VELO
DIRIGIENDO HACIA EL CIELO
DEL CANSANCIO LO PENOSO
DVLCE IMÁN QVE A LOS SENTIDOS
A TRAES CON DVLCE CALMA
DEXANDO SVSPENSA EL ALMA
DE LA FE POR LOS OÍDOS
A TVS PIES COMO AFLIGIDOS
TVS PIEDADES INVOCAMOS
NVESTRAS DESDICHAS LLORAMOS
I EN MISTERIOSA PISCINA
CON TVFVENTE CRISTALINA
Oí NUESTRAS MANOS LAVAMOS.

    Y a los pies, esta quintilla:

JVNTO A VNA FVENTE HVMILLADO
MI AMOR A BEBER CONVIDA
I EN VNA CRUZ EXALTADO
DOI AGVA DE MI COSTADO
QVE SALTA A LA ETERNA VIDA.


HUMILLADERO DE LA CRUZ DEL ABAD SANTO.

    El vecino de esta villa Rodrigo Mata, difunto, ordenó en su tes­tamento a su mujer Catalina Ramírez, a quien nombró por albacea y heredera universal de sus bienes, que erigiese un Humilladero al sitio llamado de la Cruz del Abad Santo, consistente en un templete con cuatro postes, en cuyo frontal debería figurar el misterio de la Quinta Angustia, para lo que destinó el testador 10.000 maravedíes. Como aún no se había ejecutado dicha voluntad, la visita pidió el testimonio a Catalina Ramírez y ordenó al alcalde don Juan Sánchez de Bonilla que cumplimentara esta disposición a la mayor brevedad posible.

Hemerotecas

sábado, 7 de diciembre de 2024

Las expediciones de Pedro de Ortega Valencia y 2


Segunda parte

        Corría el año de 1567.
        Un gran desasosiego reinaba a la sazón entre la gente de esta ciudad a causa de las sublevaciones y motines que algunos habían hecho estallar, de ahí, por tanto, que el Gobernador se fijara en la prudencia y buen sentido de Ortega a la hora de tan escrupuloso co­metido.
        Mas, por lo que parece, el alistamiento adquirió un carácter extralocal, pues según declaró Francisco Gutiérrez, uno de los expedicionarios, él vio cómo un tal Alonso de Huerta, en la ciudad de Huanuco, por encargo de Pedro Ortega, alistaba gente para la jornada.
        Ortega ejercía en Panamá el cargo de Alguacil mayor desde el año de 1563. Y como decimos, en esta ciudad vivía con su mujer Isabel Hidalgo y su hijo Jerónimo. La buena posición de Ortega llevó a muchos a extrañarse por la aventura que suponía el viaje. Más él argumentaba su acatamiento a la orden del Gobernador.
        De singular resultado fue su labor en cuanto al alistamiento para la expedición. Entre otros, persuadió Ortega a Francisco Muñoz Rico su primo, y a Juan de Ortega, su sobrino, que fueron a sus propias expensas. Ambos, pues, costearon sus armas y bagajes y los de los servidores.
        Se formó la tripulación con ciento cincuenta hombres, de los cuales más de sesenta eran soldados y el resto lo componía la gente de la mar y del servicio.
      Nombró Castro por General de la Armada a Álvaro de Mendaña su sobrino Ortega capitaneó la nao "Almiranta" y llevó el cargo de maese de Campo de toda la Armada. Al mando de la nao "Capitana" fue Pedro de Sarmiento de Gamboa, cosmógrafo. Como Alférez general y capitán de Artillería fueron, respectivamente, Fernando Enríquez y Pedro Xuárez Coronel. Pilotaron las naves Hernán Gallego, Pedro Rodríguez y Gregorio González, el primero de los cuales llevó el cargo de piloto mayor. Y, aunque en la información se dice que asistieron "cuatro religiosos del hábito de San Francisco", no aparecen en la relación más que los nombres de F. Juan de Torres y F. Francisco de Gálvez.
        Por su parte, Ortega llevó tres hombres para su servicio y dos negros que hicieron el oficio de lacayos; así como armas y mantenimientos para él y para ellos, por valor de más de tres mil pesos. Estos hombres sirvieron como buenos soldados en el campo de batalla y curaron a los enfermos de la nao de Ortega. durante el viaje. Andrés de Morales alférez que fue en la "Almiranta", se encargó de meter en la nao todo el matalotaje de Ortega.
        Embarcaron el miércoles 19 de noviembre de 1567, y, tras los preparativos de rigor, el día siguiente en el puerto del Callao se hicieron a la vela. Abría rumbo la "Capitana", en la que iba Mendaña y pilotaba Hernán Gallego. Al mando de la "Almiranta", como se ha dicho, iba Ortega.
      Habiendo navegado algunas leguas, Ortega procuraba que la nao de su mando se colocara a la altura de la "Capitana" a fin comunicarse con la tripulación de ella y persuadir a Hernán Gallego para que pusiera rumbo a quince grados y cuarto, en que según el cosmógrafo Sarmiento se encontraban las islas que buscaban. Pero lejos Gallego de acatar los consejos de Ortega, procuraba siempre alejarse de la "Almiranta" Para que el Maese de Campo se abstuviera de contradecirle en su derrotero.
      Sin embargo, en dos ocasiones las naos se separaron considerablemente a consecuencia de otras tantas tempestades; la primera en lo que luego se llamaría bajos de la Candelaria y otra en los de Santa Isabel, "EN QUE MUCHAS VECES SE TUVIERON POR PERDIDOS” (dice la información señaladamente).
        El jueves día 4 de diciembre “a la hora de vísperas” los soldados Alonso Rodríguez Franco y Manuel Álvarez gritaron “Tierra'. No consta que tierra seria, con todo, qué tierra sería. Habían navegado unas cuatro leguas al Nordeste de Lima en siete grados, cuando descubrieron una isla a la que llamaron Nombre de Jesús, por el día de esta festividad en aquella época el 15 de enero. De aquí pusieron rumbo al Poniente y tras navegar algo más de ciento treinta leguas en seis grados tercio, dieron con unos bajos a los que pusieron de la Candelaria, el 1º de febrero.
        A poco de estos bajos, el día 7 de febrero, la Armada dio con la. isla de Atogla, que estos llamaron de Santa Isabel de la Estrella, situada a unas mil seiscientas leguas de la Ciudad de los Reyes y con un perímetro aproximado de unas doscientas leguas. Ortega, con un grupo de soldados, entró tierra adentro, quien al cabo de caminar una legua encontró a Vileban Harra Otauriqui, cacique de los naturales, que se dio como amigo de los españoles e informó a Ortega acerca de las condiciones de la isla, poniéndose a su servicio.
        A pesar de la favorable acogida dispensada por el cacique cuando a los ochos días de la salida se disponían a regresar a la Armada, dos españoles resultaron heridos, uno de los cuales murió en una nave a consecuencia de las heridas recibidas en la lucha contra los indígenas. Ortega iba a la cabeza para advertir a los naturales la pacificada de sus intenciones. El P. Fray Juan de Torres, que tomó parte en esta expedición, asegura que de no haberse producido también una baja entre aquellos, la lucha se hubiera prolongado. El Maese de Campo, en vista de ello, efectuó el regreso por distinto camino a como había subido él y su gente, después de despistar a un grupo que les seguían por las márgenes de un río.
        De vuelta en la Armada, el Maese de Campo organizó una nueva expedición con el objeto de inspeccionar la geografía del territorio. En principio no creyeron que se tratara de una isla, pues fue al caboo cuatro jornadas de camino de aspereza -que serian como unas dieciséis leguas-, cuando dieron, en la comarca de Tiaragajo, con el punto culminante de un sistema orográfico, desde donde pudieron observar que era una isla. Durante este duro recorrido de penalidades a consecuencia de lo accidentado del terreno, los españoles sostuvieron escaramuzas con los naturales, saliendo en ocasiones a luchar indígenas en número de quinientos contra el escaso de españoles. Y al regreso hubieron de sufrir también las consecuencias por la suerte de celadas que los naturales les habían puesto al paso. Los expedicionarios corrieron a pie estos trayectos, pues ni llevaban caballos ni los había en la isla. Y así cruzaron ríos que les cubría hasta el pecho y anduvieron por malezas, en tanto que esquivaban las flechas que les disparaban los indígenas, respecto a los que Ortega había ordenado a sus soldados no hacer frente ni daño alguno, sino en los casos de verdadera emergencia o apuro.
        Mientras Ortega realizaba esta expedición tierra adentro por la Santa Isabel, los demás hombres que quedaron en el puerto estuvieron ocupados en la construcción -urgente- de un bergantín. A su regreso, y tras dar cuenta a Mendaña de los visto y sucedido, Ortega entró en dicho bergantín con veintiocho hombres, entre soldados y marineros, todos ellos armados, y se hicieron a la mar a descubrir nuevas tierras, al tiempo que se veía un camino por el que pasar las naos. Un mes duró este viaje, que hizo leve a la reciente marcha por la isla de Santa Isabel, pues a más de sostener duras "guazavaras" por mar y por tierra sufrieron un fuerte temporal de tormentas y vientos. Descubrieron ­la isla de Malaita, a la que Ortega llamó de Ramos, de unas cuatrocientas leguas de contorno, fértil y muy poblada de gente belicosa, que incluso guerreaba con los hombres de las islas vecinas. De aquí pasó a otra isla, que llamó Buenavista, grande, fértil y poblada. Arribó en ella, y, andando tierra adentro, llegó a la parte más alta, desde donde comprobar la existencia de otras islas. También en esta isla tuvo que batallar con los indígenas. Aquí hallaron cerdos y gallinas. Luego fue descubriendo, sucesivamente, las islas de la Galera, San Dimas, de las Flores y Sasarga (o Sarga), que de los dos modos aparece y de todas ellas tomó posesión en nombre de S.M., no escapando sino rara vez de sostener batallas con los naturales, que venían hacer frente en canoas cuando les veían aproximarse. Nuevamente, desde la isla de Santa Isabel, Ortega emprendió otra salida en el mismo bergantín, el 8 de mayo de 1568. Tres días después descubrieron una isla, llamada Gaumbata, "de cuatrocientas leguas de circuito, obox que es la mejor y más fértil y demás gente de todas porque en esta sola isla hay más de un millón de personas y más de trezientos mil hombres de guerra y tomo en ella poseisón y la llamó "Guadalcanal por ser de allí nactural, donde tuvo muchas guaçavaras y riesgos". (sic) (Era el día 11 de mayo). Ancló el bergantín en un puerto de la provincia de Mambubú, en que se ofició la santa misa y donde hallaron por cacique del territorio a un individuo llamado Mano, que vino de paz con los españoles y se sometió al servicio real de Castilla.
        Desde la isla de Guadalcanal Ortega llegó a otra isla que llamó Boru, y, finalmente, dio con la de San Jorge, "que es muy poblada y grande". De aquí emprendió el regreso, que lo hizo rodeando el archipiélago, hasta llegar a la isla de Santa Isabel para reunirse con los demás. A su llegada Ortega dio cuenta a Mendaña de los episodios y relató los descubrimientos.
        Durante el regreso soportaron una penosa travesía a causa de la furia de los elementos. Pasaron dos golfos con grandes riesgos, dado el escaso volumen y las proporciones del bergantín, oponiéndose Ortega en todo momento a la voluntad del piloto, que consideraba improcedente el plan de aquél. En una ocasión fue tal la magnitud que adquirió la tempestad, que el Maese de Campo decidió ir a con sus hombres a las proximidades de la isla de Guadalcanal, de donde pasaron a la Boru a hacer escala, para desde aquí llegar a la Santa Isabel. Llegaron a la isla con cuantas provisiones pudo transportarla el bergantín, que fueron depositadas en la Armada, la cual empezaba a escasear de abastecimientos.
        Con el relato de Ortega de los hechos de su expedición el ánimo en la Armada de suerte que Mendaña ordenó la ida a la isla de Guadalcanal.
        Cierto día en que la Armada se encontraba próxima a la costa de la isla de Guadalcanal, salió un batel de la "Capitana" con nueve soldados a tierra a buscar agua. Los naturales de la isla les tenían preparada una emboscada, con lo que dieron muerte a todos los soldados a un negro que escapó a nado y consiguió ganar la Armada. Más como el Maese de Campo, que se encontraba a bordo de la “Almiranta", oyese los gritos de las víctimas, saltó a una balsa de cañas, -enfermo como estaba de una pierna-, con un grupo de hombres y alcanzó la costa. Inútil fue el esfuerzo y coraje que los españoles pusieron en remar la media legua que les distanciaba, pues cuando a tierra llegaron encontraron los cadáveres de los españoles y el lugar desprovisto de indígenas. No obstante, Ortega inspeccionó toda la zona minuciosamente a fin de vengar a sus compatriotas, pero, como decimos halló el campo limpio. Entonces, regresó al lugar donde se encontraban los cadáveres, que los hizo trasladar al sitio donde se oficiaba la misa en donde se abrieron dos fosas en la tierra y se les dio sepultura de manera que los naturales no descubriesen el enterramiento, ya que Ortega conocía la cualidad de antropófagos de estos.
        De nuevo en la Armada, el Maese de Campo preparó una expedición con el objeto de reconocer la isla. Para ello tomó veintiséis soldados y alguna gente de su servicio y desde la desembocadura de un rio comenzaron a navegar en un batel, internándose en la isla. El alférez Andrés de Morales quedó mientras tanto al mando de la "Almiranta” por orden de su Capitán. Como en la Armada empezara a sentirse la necesidad de provisiones, durante el recorrido Ortega se ocupó de acaparar existencias en víveres. Dieron con algunos poblados, con algunos de los cuales hubieron de guerrear. Una vez salieron a luchar multitudes de gente guerrera, siendo la victoria para los españoles gracias a la estrategia acertada de Ortega. Tan debilitados resultaron de dicha batalla, que decidieron volver a la Armada, a la que llegaron con un soldado gravemente herido, negro servidor de Francisco Muñoz Rico.
        Llegados a la flota, ésta partió de la isla de Guadalcanal. Descubrieron otra isla a la que saltó el General y el Maese de Campo tomar posesión de ella en nombre de S.M., y la llamaron de San Cristóbal Desde el puerto de la posesión fueron enviados unos soldados a un poblado próximo a buscar comida. Más fue tan grande el alboroto que cundió entre los indígenas, que de ellos se pusieron en armas más trescientos. El Maese de Campo puso en orden a la gente y salió a estorbar la batalla, hasta que fueron acometidos. Se entabló una feroz lucha entre aquellos y los españoles, permaneciendo Mendaña y Ortega la retaguardia. Vencidos los indígenas, los españoles entraron en el pueblo al frente de Ortega y sacaron de él provisiones que se llevaron a la Armada.
     Tras haber descubierto las islas mencionadas -y otras muchas de las que no nos han llegados noticias-, y después de transcurridos siete meses en tales descubrimientos, el General, con el acuerdo de Ortega y demás capitanes de la flota, determinó el regreso al Perú, "y ase puso por obra".
        Fernán Gallego se disponía a obedecer la orden del General Mendaña, cuando Ortega trató con el piloto mayor -en presencia de los capitanes- sobre la conveniencia de que pusiera rumbo a Sureste todos los grados que le fuera posible con el fin de tomar el camino derecho al Perú. a la vez que se descubrían las islas que el capitán Pedro de Sarmiento, cosmógrafo de la Armada, sostenía que existían en aquella zona. Como el tiempo no se mostraba propicio, el Maese de Campo aconsejó la permanencia en un puerto de las islas conocidas en tanto se sosegaba la mar. Basaba su empeño Ortega en el objetivo de su expedición, el cual no era otro que el de descubrir todo lo posible. Por su parte, la gente -deseosa de arribar al continente- también se oponía a este plan.
        Navegando por el cabo al que pusieron de San Lorenzo, una noche mudó de rumbo la "Capitana" de suerte que por la mañana apenas se veía desde la "Almiranta". Las naves llevaban rumbo norte susodicha nave había cambiado al Noroeste. La deriva hizo que naos volvieran a juntarse. Entonces, Hernán Gallego ordenó a los pilotos de la "Almiranta" que hiciesen el viento largo, pues pasada la línea hacia el Norte hallarían tiempos más navegación para alcanzar las costas de Nueva España, Ortega se ocupó resueltamente a la resolución del piloto mayor, mostrando su indignación a grandes voces desde la cubierta de la "Almiranta”. Mientras tanto Gallego mudaba derrota, no cumpliendo el acuerdo que previamente se había tomado sobre no hacer fuerza en los navíos por la banda del Sudeste por espacio de quince días, ya que la llegada al continente estaba prevista para antes de ese tiempo "por ciertas señales evidentes que tenían". Asimismo, estaba Ortega indignado por los capitanes y pilotos de la "Capitana" por poner el referido rumbo sin hacerselo saber, como solían, por medio de señales que hacían con faroles. Por lo cual Ortega sospechó que la "Capitana" intentaba abandonarles, toda vez que esta nao era de superior calidad -por porciones- que la que el Maese de Campo capitaneaba. No sabemos si fue por la causa de los elementos o por la voluntad de la "Capitana", más lo cierto es que durante dos meses ambas naves navegaron separadas.
        Venían camino de Nueva España cuando de repente se sucedieron una serie de tempestades de las que escaparon “más por milagros que por industria humana" -en opinión del P. Torres en una ocasión fue tal el estrago causado en la "Almiranta" que Ortega se vio obligado a enrasarla, cortándole el palo mayor y la antena, juntamente con toda la jarcia, que fueron arrojados al mar. Y, ante el enorme peligro la tripulación entera se confesó. El agua entró en la nave de manera que se salaron las botijas de agua, así como el pan y el resto de las provisiones. En lo sucesivo, por espacio de tres meses se dio a la tripulación diaria de seis onzas de pan y medio cuartillo de agua a cada tripulante, "guardando igualdad en el repartir de las dichas raciones”. Ortega encargó al alférez Morales para, que en combinación con el despensero, hiciera el reparto de sus propias provisiones cada día, pues la escasez de alimentos en toda la flota hacía la situación cada vez más angustiosa. Únicamente, y como manjar extraordinario se daba jamón y tocino los jueves y domingos, pues ya fin a las existencias de queso, que se guardaba para los tiempos de auténtica necesidad. "Y ansí mismo mando tomar todo el vino y que no se tuviese la orden en el repartir dándolo a moderados precios y algunos no lo querían diciendo que lo querían dar para si por venderlo excesivamente y por lo que el contramaestre de la dicha nao no lo quería dar tuvo necesidad de ponerlo de cabeça en el cepo e mando que fuesen debjo de cubierta a sacar lo que tuviesen y sacándole dos botija, para el le tomó lo demás y lo repartió entre la gente del navio y lo mesmo hizo el de lo que traía para si, visto que si no se hacia ansi perecería la gente, todo lo cual hizo (Ortega) con celo de gran cristiandad y cuidado” (sic)
        Para aprovechar el agua de la lluvia, siempre que llovía Ortega hacía extender sus sábanas en la cubierta de la nao, la cual se vertía y exprimía en tinajas que luego era almacenada en la bodega.
        Ortega había autorizado a sus criados Hernando y Baltasar para que sin previa cédula suya dieran a los enfermos "almendradas y mazamorras”
        Durante casi todo el viaje de regreso Ortega sufrió cuatro enfermedades juntas "que cada una de ellas bastaba para acabarle". Y como llegara “a punto de muerte sin tener esperança debida", con grandes esfuerzos, se despidió de la tripulación, animándoles a contar el viaje de vuelta. Para que le sucediese después de su muerte, Nombró a Pedro Ortega como capitán de la "Almiranta" a Francisco Muñoz Rico, al que tomó juramento de fidelidad a S.M. y le entregó unas instrucciones escritas. Le ordenó, asimismo, que acatara las decisiones del piloto mayor que eran las del General, según el cual debía seguir el rumbo a Nueva España, en donde habría de entregar la nao y su gente a Mendaña, o, en su defecto, lo haría al gobernador de aquel reino. Hasta cubrir dicho objetivo, Muñoz Rico debía emplear de la hacienda de Ortega según su voluntad, todo lo necesario.
        Más de puertas para afuera, reinaba entre la gente una gran tensión a consecuencia del problema de arribar, "de los cuales los que eran temerosos de Dios solo suplicaban a su majestad diese vida al dicho pedro ortega por que entendían ser el todo para resistir a los que ansin levantados el cual no se levantaba de una cama ni podian dar sino gritos que causa la pasión de sus enfermedades y con este deseo de que viviese los pilotos y algunos marineros le velaban de noche con mano armada...". (sic)
        Entre tanto, la nao "Capitanía" se había despegado nuevamente de la “Almiranta” Al cabo de algunos meses de pérdida, y en su estado de gravedad, Ortega arribó al puerto de Santiago de Colima, en la costa de Nueva España. Hallaron en esta puerta a la “Capitana” que había llegado tres días antes. El Maese de Campo entregó la nao y su tripulación al General y marchó a convalecer
        Debido a los desvelos y trabajos de las expediciones en que Ortega puso el mayor celo, "escapo quebrado de una vedija” de la que consta que aún adolecía en 1569, esto es, dos años después.
        En ningún momento, pues, olvidó Ortega su responsabilidad como Maese de Campo por el tiempo que duraron los descubrimientos “sin que se fe conociese perezca ni negligencia ni descuido con la gente", a la que observaba desde su puesto de soldado para corregirla y encauzarla por el camino de nuestro hispánico obrar. Asimismo, ayudó en todo al General de la Armada "como si fuera el rey don Felipe nuestro señor". Sostiene el P. Torres -que siempre acompañó a Ortega- que usó en todo el término que convenía, lo mismo para gobernar como para pacificar el campo. Y añade que era tenido por la mayoría como persona "áspera en su condición", cualidades que fue de sumo resultado sobre todo cuando se trataba de humillar a los soberbios o de calmar los ánimos, ávidos de regresar.

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sábado, 30 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 7


CONSTRUCCIÓN

            De tipo barroco, del siglo XVII. La iglesia muy espaciosa, está construida con una nave y crucero que adoptan forma y cruz latina, cubriendo las bobeadas de medio cañón con lunetos y cúpula

FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DEL ESPÍRITU SANTO

 

En 21 de julio del año de 1511, los visitadores se personaron en el hospital que en la villa edificaba don Benito Garzón, clérigo, del hábito del Espíritu Santo, al que presentaron la carta de poder extendi­da por el maestre y en especial la cláusula relativa a la inspección de ermitas y hospitales, según la cual estos estaban facultados para im­pedir la construcción de edificios religiosos o benéficos que no tuviesen licencia expresa otorgada por la autoridad suprema de la Orden. En cualquier caso, la visita debería emitir una información detallada sobre las condiciones, necesidades y fines de tales edificaciones.

Tras haber puesto en conocimiento del referido don Benito Garzón los extremos precedentes, los visitadores le exigieron el correspondiente título, a lo cual alegó que poseía licencia del maestre condicionada al informe que sobre las características de dicho hospital instruyera la presente visita.

De igual modo, a tenor de lo dispuesto en la mencionada cédu­la, los inspectores santiaguistas deberían dar información sobre si oca­sionaría algún perjuicio a los diezmos y primicias de la Orden en caso de conceder lo solicitado, fundación que, a juicio de estos, lejos de ser gravosa, la tuvieron por obra de caridad que honraba el merecido pres­tigio de este Instituto religioso-militar. Idéntico parecer había instruido el provisor don Pedro de Riaza cuando con ocasión del capítulo que la Orden celebró en Valladolid presentara la solicitud e informes a instan­cias del instituidor, quedando pendiente, en virtud de resolución allí acordada, de la bula pontificia que autorizase la erección del centro benéfico, la que debería ser exhibida ante el maestre, a quien -según las declaraciones de los interesados- en dos ocasiones le había sido presentada en Madrid, pronunciándose reiteradamente por la expresa­da información que remitiera esta visita.

Al serle requerida la correspondiente licencia para que en la capilla del centro se oficiara misa y se tañeran las campanas, como a la sazón se estaba haciendo, el patrono alegó que no disponía de ella a causa del pleito que trataba con el vicario de la villa, don Juan Martí­nez, precisamente en razón de la fundación de este hospital; y añadió que estaba pendiente de sentencia definitiva por parte del Consejo de las Órdenes. En lo referente a la celebración de los cultos divinos en dicha capilla, arguyó don Benito Garzón que poseía autorización papal, mediante bulas aplicadas, y unos privilegios otorgados por don Juan Millán, vicario general, y don Andrés Martínez, cura de Usagre y provi­sor que fue "sede vacante", con el consentimiento del Clero y Concejo de esta villa. Y en lo concerniente a la administración de los sacramen­tos, declaró el fundador que siempre se ofreció se había hecho con la venia del cura de Santa Ana, a cuya parroquia pertenecía este hospital, y nunca por vía de ser considerada como iglesia de tal dignidad.

Aceptó el patrono que esta institución fuera inspeccionada por la Orden de Santiago y, una vez más, aprovechó para solicitar de sus representantes la oportuna aprobación, conforme a los fines de aquélla cuyos eran el auxilio de los pobres desvalidos y la salvación de las almas, como testificaron Juan de Aregaga y Lope González de Madri­gal, vecinos de la villa.

En virtud de la facultad antes señalada, los visitadores pidieron a don Benito Garzón que les mostrase las dependencias del edificio destinadas a albergue, a lo que éste se excusó diciendo que aún no las tenía debidamente amuebladas por hallarse a la espera del fallo que en el pleito sobre este asunto se seguía, como quedó dicho. Agregó que para este efecto tenía en su casa doce camas con sus correspondien­tes enseres.

En vista de ello, los visitadores exigieron que se les entregase la posesión del edificio y rogaron a don Benito Garzón y a Juan Vizcaí­no, su padre, que lo abandonasen. Pidió el patrono una tregua para tomar consejo sobre el caso, pues que se declaró iletrado; pero la al­ternativa de la visita fue la de apremiarle aún más al abandono del lo­cal, apercibiéndole de la pena de 5.000 maravedíes. Insistió en su petición y nuevamente le fue denegada. Al fin, salieron de la casa pa­dre e hijo e inmediatamente fue clausurada por los visitadores, los cua­les entregaron las llaves de la misma a los alcaldes don García Sán­chez de Alanís y don Juan Sánchez de Bonilla, de lo que fueron testi­gos Gonzalo Martín Monte-Gil, Lope González de Madrigal y Gonzalo Vanes de, Pero Vanes. Las autoridades locales fueron advertidas de que el hospital no podría ser visitado ni ocupado por persona alguna sin autorización real, los cuales, para cumplimiento de ello, solicitaron de la visita carta de poder en forma legal.

Acto seguido fue requerida la presencia del cura de Santa Ana para que trasladase el Santísimo sacramento a su parroquia, como se hizo.

Al día siguiente los visitadores otorgaron escritura de poder a favor de don García Sánchez de Alanís y don Juan Sánchez de Bonilla ante el escribano del Cabildo municipal Francisco de Bonilla, por la que se les nombraba celadores de la clausura ejecutada en el hospital.

Por últimos, los visitadores sometieron a la consideración de S.M. todos estos hechos y pormenores, el cual respondió en los si­guientes términos:

"EL REY

Visitadores de la provincia de león de la orden de santiago cuya administración perpetua yo tengo por abtoridad ap)osto)lica. Vi v(uest)ra. letra de veynte e tres de jullio q(ue). me escrvistes sobre lo del hermitorio de guada/canal y esta bien lo q. en ello aveis proveído y en lo demás placiendo a nro. señor yo mandare proveer como conven­ga a la d(ic)ha. orden. De dueñas a cinco de agosto de qui(nient)o e honze años, yo el rey. por madado de alteza, miguel peres de luiagan". (sic)

Para la custodia y observancia de la presente cédula las auto­ridades de la Orden comisionaron al Concejo, Justicia y Regimiento de la villa, a los que se confirió poder para sancionar con 100.000 maravedíes, para la Cámara y Fisco reales, a los que contravinieran este precepto.

ERECCIÓN DEL CONVENTO DEL ESPÍRITU SANTO.

             Como los demás conventos de religiosas que en Guadalcanal fueron, también el del Espíritu Santo se debe a otro hijo de esta villa afincado en las Indias, para cuya erección destinó de su hacienda la cantidad de 80.000 pesos.

            Tomó este nombre el nuevo cenobio precisamente por levantarse junto al hospital que con la advocación del Espíritu Santo fundó -pese a los impedimentos con que tropezó, el presbítero don Benito Garzón.

            La capilla que aneja a este convento se erigió, aunque ha sufrido algunas reformas, aún conserva huellas del tiempo de su creación especialmente en el altar mayor, en cuyo banco se halla el retrato patrono y la leyenda ESTE CONVENTO FUNDO Y DOTO ALÓNSO, GONZÁLEZ DE LA PAVA A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE BENDITA  SU  BENDITA MADRE...DE NOVIEMBRE SIENDO PATRONO JUAN GONZÁLEZ DE LA PAVA. AÑO DE 1635. Y el retablo se decorará las pinturas de Pentecostés, la imposición de la casulla a San Ildefonso, Santa Clara, la   Coronación de Nuestra Señora, la Natividad Señor y la Natividad de la Virgen.

            La capilla es de planta de cruz latina, con bóveda de cañón y lunetos y media naranja en el crucero. Del tiempo fundacional prevalece también un patio de ordenación toscana en el interior del que fue convento de clarisas y posteriormente de las Hermanas de la Doctrina Cristiana.

            El fundador de este convento, don Alonso González de la Pava. tras haber dado plenos poderes para otorgar su testamento a don Francisco de Rojas Bastida, alférez mayor de la villa y administrador de las minas de la Orden de Santiago; a don Diego de Ortega Ramírez, regidor, y a don Diego García de la Rubia, presbítero, de 22 de no­viembre de 1620 hizo comparecer ante sí al escribano público de Guadalcanal don Cristóbal de Lobos para proceder al nombramiento formal del patrono de dicho convento, en virtud de la facultad que para ello se había reservado por una de las cláusulas de la escritura funda­cional del mismo.

            Recayó, pues, el patronazgo -de cuya competencia era la admi­nistración de la hacienda y propios del convento-, en Isidro González de la Pava, sobrino del instituidor, hijo legítimo de Francisco Ramírez de la Pava y de María de la Torre, su mujer; y después de la muerte de, éste pasaría a su hermano Juan González de la Pava y sus descen­dientes, con preferencia de los primogénitos, al modo como se heredan los mayorazgos de Castilla.

            Comoquiera que por estas fechas ambos hermanos vivían en América fue tácitamente declarado que para dar cumplimiento a la de­signación y ostentación objeto de la presente escritura, éstos deberían venir a residir a Guadalcanal, a los que en concepto de salario-beneficio se les asignó una renta anual de 500 ducados, con cargo al fondo del convento, siendo de 300 para los patronos que les sucedie­sen.

            El escudo cardenalicio que aparece en el frontal de azulejería de uno de los bancos de la capilla mayor de Santa María, ya descrito, sin pertenecer a los hermanos don Cristóbal y don Francisco Freiré de Gálvez, ambos de la Orden de Santiago, cura de esta iglesia y más vicario general de la provincia de León, el primero, y prior del convento de San Marcos y capellán de S.M. el segundo; pues a por el testamento de éste, otorgado en 19 de marzo de 1632, que estos hijos ilustres de Guadalcanal labraron una capilla a su costa sitio de referencia.

            Fundaron también estos señores un vínculo y mayorazgo por escritura que pasó ante don Juan Márquez, el 30 de enero de 1624, siendo testigos Cristóbal Yanes de Gálvez, alférez mayor; Juan Heredia, Cristóbal Rebusco, vecinos de Guadalcanal. La dotación comprend­ía 60.000 reales del principal de un censo impuesto sobre las alcabalas de Almendralejo; otros 40.000 reales sobre el Ayuntamiento Villafranca de los Barros, y una casa con molino de zumaque y un huerto en la calle del Castillo.

            E, igualmente, instituyeron una capellanía a la que impusieron obligaciones, entre otras, de repartir diferentes cantidades de dinero entre las doncellas huérfanas de esta villa en concepto de dote, entre los ancianos pobres y entre los hospitales de la Caridad y de los iros; así como una misa cantada la festividad de San Juan Bautista en el altar de esta advocación de la iglesia de Santa Ana.

            Fueron patronos de esta obra pía el cura párroco de Santa María el guardián del convento franciscano de La Piedad.

            Por una real cédula fechada en Madrid el 9 de enero de 1642 se ordenó aumentar el curato de la iglesia parroquial de Santa María de esta villa, a petición de su párroco, don Fabián de Olmos.

 

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sábado, 23 de noviembre de 2024

Las expediciones de Pedro de Ortega Valencia 1


Primera parte

        De entre los hijos de Guadalcanal que fueron a las Indias Occidentales ávidos de fama o de esplendor, merece capítulo aparte la figura del conquistador don Pedro de Ortega Valencia, que, reinando Felipe II, descubrió, pacificó y anexionó a la Corona de Castilla, entre otras. la isla a la que "por ser de “allí natural llamó Guadalcanal” del archipiélago de Salomón, en el océano Pacífico, al parecer así nombró porque se creía que era de él de donde este monarca bíblico llevó los tesoros que decoraban su famoso templo.
        Con sus 6.500 km2, la isla de Guadalcanal es una de las de mayor extensión del grupo de que forma parte. Su relieve es muy accidentado, con una elevación máxima de 2.700 m. El núcleo de población más importante se halla en Honiara, capital del archipiélago. Du­rante la Segunda Guerra Mundial, el 1942, la ocuparon los japoneses, que construyeron el aeródromo de Hernderson, al norte de la isla. El 7 de agosto del mismo año, al comenzar las operaciones norteamericanas en Guadalcanal, se apoderan del aeródromo, siguiendo una larga lucha de desgaste que terminó, en 9 de febrero de 1943, con resultado favorables para estos, produciendo 6.066 bajas en las filas japonesas.
        No sabemos de Pedro de Ortega Valencia antes de su partida al Nuevo Mundo. Ni siquiera nos ha sido posible hallar su acta de bautizo en el Archivo Parroquial de Santa María -en que se encuentran englobados los de las tres parroquias-, pues el libro más antiguo que de este trámite eclesial se conserva data de 1552, y este personaje, a juzgar por ciertas informaciones que él mismo instruyó ya en el caso de su vida solicitando mercedes de Felipe II, de 1520. Ignoro, de otra parte, qué razones asistan a los que han sostenido que se bautizara en Santa María. Y no es que yo refute esta información, pero ¿no será más lógico pensar, dada la tradición aún viva de la casa donde naciera, que este insigne guadalcanalense recibiera en Santa Ana las aguas bautismales? Téngase en cuenta que la casa de referencia pertenecía entonces a la collación de esta parroquia. La búsqueda, en fin, de este precioso documento ha inquietado a más de un curioso o interesado por la historia local, desde los tiempos del erudito don Antonio Muñoz Torrado, hasta algunos miembros de la comisión Organizadora del homenaje que las Marinas española y norteamericana y su pueblo natal tributaron a este preclaro hijo de la villa, en 6 de septiembre de 1964, acontecimiento el más grandioso que se registra en Guadalcanal en estos últimos tiempos.
        Sabemos que sus padres fueron Jerónimo de Ortega Valencia y Ana María de Ortega, y casó -ignoro si antes o después de su partida a América- con doña Isabel Hidalgo, de quien tuvo un hijo Jerónimo, que tomó los apellidos de su padre.
        Todas las noticias que poseemos del que andando el tiempo llegara a ser maese de campo y mariscal de la Armada, van, pues referidas a su estancia en las Indias y a los viajes y descubrimientos que desde aquel continente realizó.

PRIMERAS ANDANZAS.

        Según todas las probabilidades, fue el mismo Cristóbal Colón, quien, al iniciar las formas institucionales indianas, acordó con caciques de la isla Española, implantar un tributo que todos los indios comprendidos entre los catorce y setenta años había de satisfacer a la Corona de España. El pacto otorgaba facilidad para que los naturales contribuyesen con especias, según las regiones.
        Andando el tiempo, la norma tributaria de Colón fue perdiendo su originario sentido, pues fueron los españoles los primeros descontentos de la misma, como se vio por las sublevaciones que algunos realizaron.
    Este estado de cosas llevó al ánimo de los gobernadores, corregidores y adelantados españoles -con Roldan a la cabeza- la idea de repartirse los indios en condiciones de trabajo, la cual llegó a convertirse en costumbre. También en el propio almirante tuvo eco de sistema de repartimiento de indios, que hizo otro tanto, si bien desde el punto de vista cristiano así él como los Reyes Católicos no pudieron ver con agrado tal determinación. Tan es así que la Reina Isabel comisionó al gobernador Juan de Ovando para que llevase a cabo la libertad de todos los indios, sin perjuicio de poderlos emplear en cualquier trabajo que fuera debidamente remunerado por los españoles.
        La nueva directriz careció asimismo de éxito, pues los indios marcharon a los lugares estériles, a fin de liberarse de las faenas agrícolas. que apenas conocían, y rehusaban todo contacto con los españoles.
        El Rey Católico, en vista de ello, dirigió una carta a Diego Colón (1509) facultándole a realizar repartimientos de indios entre los españoles. De este modo, pues, nacieron las encomiendas, sobre cuya licitud se sucedieron luego muchos debates. Se revocó todo lo dispuesto sobre la materia cuando gracias a la cooperación de Fray Bartolomé de las Casas se promulgaron las llamadas Leyes Nuevas.
    Estas Leyes Nuevas -que fueron publicadas en 1542- originaron una serie de insurrecciones por parte de los encomenderos, como la que costó la vida al virrey Blasco Núñez Vela. Esta legislación, en efecto, perjudicaba grandemente los intereses de los encomenderos, lo cual, por ser una seria cuestión, no sería tanto si a esto no se uniera el poco tacto con que el virrey trató de imponer las referidas Leyes, Así las cosas, los encomenderos, para defender sus beneficios, no ven camino sino levantarse contra el representante real, los cuales eligieron como gobernador general a Gonzalo Pizarro, que lo era a la sazón de la ciudad de Quito. Los rebeldes, en 1546, ofrecieron batalla a Núñez Vela en Añaquito, quienes resultan vencedores y dan muerte, como se ha dicho, al propio virrey.
        No se tenía aún conocimiento en España de estos episodios, cuando ya Carlos V había destacado al sacerdote Pedro de la Gasea a fin de resolver los problemas que se ofrecían en el Perú. El éxito de La Gasca estribó, sobre todo, en la promulgación general en virtud de la cual se perdonaban a los insurreccionados, con lo que éstos se pusie­ron del lado de la Corona y persiguieron a Gonzalo Pizarro hasta Cus­co, en cuyas proximidades se dio la célebre batalla de Xaquiaxahuana, en 1548, en que vence La Gasca y Pizarro es ajusticiado.
        Vuelto La Gasca a Panamá, de cuya Audiencia era presidente, como trajera más de tres millones de pesos de oro, llegaron a esta ciudad los Contreras, seguidos de gran número de soldados, con in­tención de asesinar al presidente y apoderarse del mencionado tesoro.
        El agregado de la Audiencia Pedro de Ortega Valencia, cono­cedor del plan de los Contreras, se reunió con el capitán Martín Ruiz de Marchena y decidieron desarticular el bandidaje. Propagaron entre los vecinos una especie de cruzada y pronto juntaron un grupo numeroso, se puso en armas. La batalla fue llevada a cabo, que dio como resulta la destrucción de los Contreras y sus seguidores
        Otro tanto ocurrió con la insurrección de Francisco Hernández Girón, también en el Perú, en que Ortega se asoció al licenciado Hernando de Santillán en la campaña de persecución del mismo, que fue alcanzado en Pucará, donde sufrió la derrota. Poco después fue aprisionado en Jauja, decapitándosele en 1554.
        Estos son los primeros hechos sobresalientes que acometió Pedro de Ortega Valencia. Su nombre comienza a sonar prestigiosamente en el Perú, con lo que se gana la confianza de aquellos gobernantes e inicia una línea ascendente de celebridad a través de los cargos que fue desempeñando y desde los que pudo realizar las hazañas que le dieron la fama de que es merecedor.

DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS

"Fue con el (con Mendaña) por capitán del
vn pedro de hortega alguacil mayor de Panamá
ques vn hombre de mucha confianca"
"Gobernadores del Perú", 
de Lavilliar. Tomo III, pág. 261. (sic)

        Carta del Ledo. Castro a Felipe II, en 2 de septiembre de 1551 Residiendo Pedro de Ortega Valencia en la Ciudad de Panamá al tiempo que se aviaba una armada, por iniciativa del Gobernador estos Reinos, licenciado Lope García de Castro, para el descubrimiento y conquista de unas supuestas islas occidentales, éste ordena a Ortega asista a los referidos descubrimientos y le encomienda, asimismo la selección de la gente que había de llevar a dicha armada.

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