Continuamos con los oficios y el tejido empresarial que desapareció en Guadalcanal durante el siglo XX, , y de ello nos lamentamos cada día, que la industria de Guadalcanal ha conocido tiempos mejores, no cabe duda. Hoy analizamos el sector del anís o aguardiente. Ésta actividad, la empresarial, que apenas tiene incidencia en el conglomerado comercial y económico en nuestra localidad en los tiempos actuales, tuvo a finales del XIX y durante algo más de la primera mitad del siglo XX gran actividad e iniciativa de nuestros paisanos, fábricas y trasformaciones de productos, almazaras de aceites, zapatos, gaseosas, aguardientes, carpinterías y muebles, fábricas de harinas, transformados de productos agrícolas y ganaderos y un largo etcétera, todas ellas desaparecidas, hoy vamos a recordar las fábricas de aguardientes o anisetes.
Tal vez las tres marcas de referencia eran “La Flor de Guadalcanal, La Flor de la Sierra y La Flor de Jara”, existiendo otras varías.
Ya en 1904 y posteriores, encontramos en la revista “Heraldo de la Industria”, varios anuncios de nuestros aguardientes:
Trespalacios
y hermana. - Fábrica de aguardientes. Especialidades: Néctar Florido y Giralda.
Guadalcanal.
Cárdenas,
Pinelo y Compañía. - Fábrica de aguardientes, anisados, licores y Jarabes.
Especialidad: anisado Rosita. Guadalcanal.
Antonio
Pérez López. - Fabrica y distribución de la afamada marca de anisetes y
derivados con su marca de referencia Flor de Guadalcanal
Cándido
Cordo Villate. - Fabricante de aguardientes y jarabes y distribuidos de vinos y
otros alcohólicos de la zona.
En la misma revista y en el año siguiente (1905), encontramos una breve reseña sobre tal apreciado producto.
“Guadalcanal de la Sierra (Badajoz). - Desplazado a este pueblo serrano el Sr. Montoliú, uno de nuestros veedores ó redactores, tuvo la ocasión de apreciar los afamados anisetes y jarabes varios que se fabrican con esmeros y artesanía en varias destilerías de la villa, siendo atendido amablemente por el Sr. López de Ayala, familiar del insigne político y escritor de la misma.
No hubo caldos tan exquisitos y equilibrados que el dios Baco degustara en su mitológica historia, ni gente tan artesana que, con pocos recursos y mucho esmero artesano, fabricaran licores dignos de dioses”
(Curiosamente el redactor en cuestión ubica a Guadalcanal en la provincia de Badajoz, quizá debido a la confusión producida por los efluvios del líquido elemento que trasegó en su estómago).
Hoy queremos recordar estas fábricas con Ana García Rodríguez, tal vez una de las últimas personas vivas que puedan dar fe de estas fábricas.
Ana García Rodríguez, cariñosamente conocida por muchos por “Anita, o Anita la peluca” tenía la particularidad de haber trabajado en una de las fábricas que había en Guadalcanal, concretamente atendiendo y despachando pedidos en la fábrica de “Flor de Jara”.
A parte existían varias fábricas más: “Flor de Guadalcanal” por Antonio Pérez López y “Fernández Hermanos”.
E igualmente, existían a principio del siglo XX otras industrias quizás un poco menos relevantes pero seguro que tuvieron su importancia en su día, según datos sacados de una revista llamada “Heraldo de la Industria”, como fueron:
-Trespalacios y hermana (Fábrica de aguardientes). Especialidades: Néctar Florido y Giralda.
-Cárdenas, Pinedo y Compañía. (Fábrica de aguardientes, anisados, licores y jarabes). Especialidad en anisados Rosita.
-Cándido Cordo Villate. (Fábrica de aguardientes). Especialidad en Anís Imperial.
La Flor de Jara estaba en un principio en la antigua calle Diezmos hoy Antonio Machado y era dueño Manuel Porras Ibáñez, aparte vendían vinos de la comarca y de algunos que tuvieran pequeñas viñas en Guadalcanal.
Según nos comentaba Anita, entró en 1943 con unos 13 años, ya para esa fecha se había cambiado la fábrica de lugar y se trasladó a la calle Santa Clara, a la altura de la casa de la familia de Jorge Criado.
La industria estaba dividida en tres partes, una era la propia fábrica de aguardientes, en otra en la que se fabricaba vinagre y otra zona era un almacén de sal.
En aquella época tenía Guadalcanal más habitantes y se hacían muchas matanzas en las casas y vio que era un buen negocio traer sal para ello.
Por lo visto, llegaba un vagón de tren a la Estación y se vaciaba a mano con palas y se llevaba en bestias y carros a la calle Santa Clara.
Anita, que como comentaba, ella misma, tenía muy buen agrado con el público y su simpatía a todos les encantaba, más bien bajita y morenita siempre atendía con agrado al cliente, además no se le caían los anillos y si se tenía que poner ayudar a los hombres acarreando botellas o garrafas también lo hacía, era una mujer fuerte. Aunque su trabajo principal era en el mostrador. Según comentaba ella, había algunas mujeres (hay que recordar que era otra época) que le decían. porque trabajas ahí si eso es un trabajo para hombres: Ella simplemente les decía: “me gusta lo que hago y es un oficio bonito”, lo que hoy llamamos una comercial más, una dependienta. Se dedicaba a despachar en el mostrador a los clientes, ayudaba a acarrear botellas de vidrio vacías, las limpiaba, una vez llenas las etiquetaba y preparaba el empaquetado de los pedidos en cajas de madera rellenadas de virutas y serrín para protegerlas de los golpes. Las botellas tenían que ir bien limpias por fuera para que dieran buena impresión.
Y cierto es, porque recuerda que cogió una botella de vino de su cocina e hizo una demostración y de la manera que ella la cogía, se ve que lo tuvo que hacer muchísimas veces, porque era una presentación en toda regla de cara al cliente, no la cogía de cualquier forma, lo hacía que parecía como si la acariciara y así te la ofrecía, porque para todo hay que tener un arte.
Los anises los catalogaban de cuatro formas diferentes, según la calidad en la destilación que se consiguiese:
-Anís sencillo (de inferior calidad)
-Anís corriente de un poquito mejor calidad
-Anís doble (ya de una cierta calidad)
-Anís doble superior que era el de mejor calidad.
Aparte, durante un tiempo por lo visto también envasaban Ron, de hecho, ella todavía conservaba un par de botellas, pero con las etiquetas ya muy desgastadas por el paso del tiempo.
El licor de guindas que también se hacía era de color acaramelado tirando a rojizo. Al parecer se utilizaba para su destilación hollejo prensado del vino o matalahúva.
Y según nos comentó, se gastaba mucha leña, tanto de encina como de olivo ya que el proceso de la destilación era a vapor. Anita dice que tenía que estar 24 horas o más la caldera encendida para no perder su temperatura y así hacerlo de una manera continua para que no se parase en el proceso y así no perdiera calidad (del líquido que salía de la condensación por los vapores), así que había que estar siempre pendiente de la caldera y siempre habría que tener a alguien allí turnándose. No recordaba exactamente los nombres de las dos personas que habían trabajado y que ella me dijo.
Del alambique, que al parecer era muy grande y estaba muy alto, nos dijo que había unas escaleras y que se subían para hacer las cosas que tuvieran que hacer ajustando ahí arriba en el que a través de unas ventanas que daban a un corral muy grande. Había unas tuberías que salían para fuera, al parecer sería por los diferentes vapores del resultado de la destilación. El cuerpo entero era de cobre, al serpentín que salía de una especie como de olla grandísima en la que por cierto tenían que sellarla por cierta parte siempre muy bien para que no se escapara nada cuando estuviera cociendo. Se utilizaba para ello una pasta hecha con ceniza. Al serpentín se le denominaba “corbato”.
El líquido que salía como por un grifo era un chorrito muy fino y claro como el agua, aunque tenían que ver y separar cuál era la mejor parte en su destilación. En principio se le llamaba cabeza y no era de muy buena calidad y salía con muchos grados, después ellos ya sabían perfectamente cuando tenía una calidad aceptable, más claro y con la graduación correcta. Por último, le decían la cola a la parte de la destilación que no tenía suficientes grados y tampoco lo daban como de muy buena calidad, era ya lo último que salía del proceso.
De todas estas destilaciones se preparaba el aguardiente y se envasaba según lo que quisieran conseguir en los pedidos que tenían que hacer.
Son recuerdos de una mujer que durante unos años trabajó mucho desde prácticamente una niña en un oficio de hombres, en la que asegura que disfrutaba mucho del trabajo que desarrollaba.
Ella contaba que fueron pasando los años y que estuvo unos catorce o quince años en total, de esos, un año o año y medio estuvo en Villanueva del Río y Minas porque el dueño de la Industria decidió trasladarla de Guadalcanal, porque bajaron bastante los pedidos y la gente compraba más el de Cazalla y a los hombres ya no les gustaba tanto el aguardiente y se aficionaron más al vino o la cerveza, entonces fue cuando se cambiaron a Villanueva del Río y Minas, por el auge tan grande de gente que había trabajado en la mina.
El dueño quería que se quedase, pero ella no le gustaba estar allí, tenía ya planes de casarse, y donde quería estar era con su prometido en Guadalcanal, y la familia ya de paso no le hacía mucha gracia el sitio.
Por lo visto, a Manuel Porras no le duró muchos años el cambio de negocio, fue mermando el trabajo la minería hasta desaparecer y decidió cambiar por completo y poner una fábrica de maderas en Lora del Río.
Anita una mujer amable y simpática que bien merece que se hable de ella, porque yo diría que es un “resquicio” de la industria de aguardientes y licores que hubo en su día en Guadalcanal.
Publicado en el blog Guadalcanal por su Recuperación Patrimonial.
Artículo y entrevista.
- Miguel Ángel Nieto
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