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lunes, 19 de abril de 2021

Mausoleo de Ayala en la Sacramental de San Justo

 


El ataúd estaba cubierto de coronas ya marchitas y deshechas

Uno de los mausoleos más espectaculares del cementerio sacramental de San Justo es el del dramaturgo y político Adelardo López de Ayala.

Este magnífico monumento funerario fue levantado tres años después de la muerte de Ayala y costeado por una suscripción patriótica. El proyecto fue de Miguel Aguado de la Sierra y fue materializado por los Hermanos Vallmitjana. El señor Aguado fue también el arquitecto del edificio de la Real Academia de España.

    Es uno de los mausoleos más importantes de los cementerios madrileños. En la base, un sarcófago con la tapa a dos aguas, está adornado con coronas de laurel. Detrás se levanta un monumento de tres cuerpos con el busto del personaje en el pórtico central, flanqueado por columnas jónicas. La erosión ha borrado las facciones del busto. En la plaza de Guadalcanal, su localidad natal se levanta otro monumento con la réplica exacta de ese busto. Encima solo aparece una palabra: “Ayala”. Y remata el espectacular enterramiento un ángel con las alas desplegadas que enarbola una corona de gloria. En el conjunto se pueden apreciar también algunos símbolos masónicos.

El 25 de junio de 1882 se produjo la exhumación de la tumba primitiva y el entierro en el nuevo mausoleo. No faltó la crónica tétrica del momento, publicada por El Liberal (25-6-1882):

--La Comisión entró en el patio de Santa Cruz y rodeó la tumba provisional del gran poeta. Los sepultureros armados de palanquetas, cuñas y rodillos, hicieron girar la pesada losa y el sepulcro quedó abierto. No había tierra: el ataúd estaba cubierto de coronas ya marchitas y deshechas: las manos de los obreros sacaron puñados de laurel y girones de cintas y coronas: después engancharon los garfios de sus cuerdas a las abrazaderas de la caja y esta fue izada con trabajo: el cuerpo de Avala iba a encontrarse de nuevo y por última vez ante la luz. Hubo un instante de ansiedad: iban a destapar el féretro, íbamos a ver los estragos hechos por la tumba en el noble rostro del autor de Consuelo. ¿Fue una pérdida? ¿Fue olvido? ¿Fue un sentimiento respetable que se oponía a la profanación de aquellos restos venerandos por las miradas impertinentes y curiosas? La llave del ataúd no estaba a mano y la caja no se abrió: la ausencia de emanaciones sepulcrales indicaba que el embalsamamiento había vencido a la corrupción: pero el magnífico ataúd rodeado de ángeles y cubierto por un Cristo de zinc, guardó el secreto.

El cortejo fúnebre de Adelardo pasó por delante del teatro español, en el que había debutado el año 1851 con Un hombre de estado. Allí se detuvo la mañana del 2 de enero de 1880 para recibir el homenaje de los actores. Mientras tanto, en el centro de la plaza de Santa Ana, se esperaba a que pasase el duelo para inaugurar el monumento a Pedro Calderón de la Barca, que todavía se levanta en ese lugar.

Según se comentó en la prensa, don Adelardo tenía pensado contraer matrimonio en breve con la actriz Elisa Mendoza Tenorio y no llegó a celebrase. Ella contraería matrimonio después con el doctor Tolosa Latour.

Adelardo había nacido en Guadalcanal, provincia de Badajoz, el 1 de mayo de 1828. Con catorce años se trasladó a Sevilla para estudiar y allí tuvo una juventud agitada. Allí conoció a Antonio García Gutiérrez, el autor del trovador.

Como bastantes casos, el dramaturgo triunfante acabó centrando su vida en la política, después de haber dado unas quince obras a las tablas. Entre ellas El tanto por ciento, El tejado de vidrio, Un nuevo don Juan o Consuelo, que fue la última que estrenó en 1878.

Desde 1857 se sentó en el Congreso de los diputados, militando en el partido Liberal. Anteriormente se había afiliado a la causa conservadora. Su carrera política también fue bastante agitada. Hasta sufrió el destierro en Portugal por su oposición a Isabel II. Más tarde, con Amadeo de Saboya, sería Ministro de Ultramar, cargo del que dimitió, también por sus ideas políticas. Entretanto, en 1870, había ingresado en la Real Academia pronunciando el discurso Pedro Calderón de la Barca. Volvió a ser diputado y ministro bajo el reinado de Alfonso XII, llegando a alcanzar la presidencia del Congreso en 1878, cargo que ocupaba al morir. Ese mismo año se despidió de la escena. El Rey acudió al estreno de Consuelo en el teatro español. Aunque el monarca llegó a ofrecerle la presidencia del Consejo de Ministros, renunció en favor de Antonio Cánovas. Vaivenes ideológicos: de ayudar a derribar a Isabell II en 1868, a ministro de su hijo y heredero.

Tenía cincuenta y un años cuando murió el 30 de diciembre de 1879. El Ayuntamiento de Madrid le dedico una de las calles importantes del barrio de Salamanca, que conocemos solamente con el apellido de Ayala.

Hemerotecas

domingo, 11 de abril de 2021

La lluvia infinita 6/18

Capítulo 6

 Diario de Pedro de Ortega 5

17 DE ENERO.

El abastecimiento de la capitana no ha sido tan diligente como el de la nuestra, porque parece que en ella van más hombres enfermos, por lo que no se ha zarpado al amanecer, tal y como se estaba previsto.

Y con las primeras luces de la aurora, que en esta isla ha mostrado unos colores nunca vistos, han vuelto los indios. Esta vez eran más canaluchos, y en ellos iban sólo hombres, lo que en principio hemos supuesto como señal de clara hostilidad, y más cuando han comenzado a gritar como poseídos y a agitar una especie de macanas que parecen ser su única arma.

Pero poco después se han callado y han comenzado a señalar a uno de ellos, emplumado como un pavo y con muchos colgantes.

Hemos entendido que era su jefe, al que señalaban mientras gritaban:

-Tauriqui, tauriqui.

Una palabra que se piensa que significa jefe, o capitán. Desde la capitana han señalado todos a Mendaña y han gritado también:

-Tauriqui, tauriqui.

Y han dejado de chillar.

Un par de marineros se han lanzado al agua y han empezado a nadar entre ellos, mientras yo daba orden a los artilleros de que cargaran los arcabuces, por si los atacaban, pero ellos lo han subido a sus canaluchos y los han empezado a tocar con ojos perplejos, y señalaban especialmente la barba de los marineros. Hemos subido a uno de los indios, que son de mediana estatura y negros como la noche, de grandes y fuertes dientes y gran cabellera rizada, y le hemos dado a probar un poco de vino en una copa de plata; ha bebido con deleite, ha cogido la copa y se ha tirado con ella al agua.

No hemos tenido más remedio que reír, y Alonso Cabezas, uno de los soldados, ha dicho:

-Cristianos, moros, judíos, negros o indios... El vino iguala a todos.

Y hemos vuelto a reír.

Poco después los indios se han marchado a la playa haciendo señas, de nuevo, para que marcháramos con ellos, pero se ha zarpado a media tarde, cuando la capitana ha sido abastecida del todo.

Hemos cenado coco, que en esta isla es sabrosísimo, y todos viajamos ya con muy buen ánimo.

Al poco de dejar la isla de Jesús, la lluvia, que se había convertido en nuestra impertinente compañera, nos ha dejado. Seguimos con la ruta del Suroeste, una cuarta hacia el Sur, dejando la línea Equinoccial, por tanto, a mayor velocidad.

Buen viento.

Mar serena.

18 DE ENERO.

Poco más que reseñar, salvo que, a mediodía, hacia el este, nos ha parecido ver una ballena, y eso es señal de que no debe haber cerca ninguna tierra.

Sigue el buen viento y la mar se muestra amiga.

19 DE ENERO.

Algunos de los hombres que tenemos enfermos parecen mejorar, y dice Juan de Torres, el franciscano, que los cocos frescos y el agua sana, que ahora abunda, están obrando el milagro; y yo le he respondido:

-Eso y que Dios parece estar ya con nosotros. Dos meses, Isabel, desde que partimos de Lima.

Y en dos meses hemos triunfado, muerto y resucitado, así de mudable es la Fortuna.

El viento casi nos hace volar sobre las aguas. 

2O DE ENERO.

Poco después del amanecer hemos visto, hacia Levante, nubes bajas, que hemos creído que eran señales de tierra, pero estaban tan lejanas y nos desviaban tanto de la ruta que no hemos ido a ella.

Gallego sigue callado, parece que el haber encontrado la isla de Jesús le ha demostrado su error, y no parece hombre al que le guste decir que ha errado.

Pero así ha sido.

Yo, Isabel, me encuentro recuperado, aunque a veces siento un temblor en las manos que es un viejo regalo de la debilidad que casi me lleva a la muerte.

A veces lamento que Pedro no esté con nosotros para disfrutar de la luz que baña a este Mar del Sur, que parece que es aquí donde Dios decidió que naciera. 

21 DE ENERO.

De nuevo ha brotado la impaciencia entre buena parte de los marineros, pues hoy deberíamos haber llegado ya a nuevas islas, las que preceden a la Nueva Guinea, pero no ha sido así.

No se le puede echar la culpa al viento, porque él ha sido nuestro más fiel aliado.

He tranquilizado a mis subordinados diciéndoles que cuando se ha hecho caso de los rumbos marcados por Sarmiento, hemos visto tierra, y que por tanto no ha razón alguna para desconfiar; y les he dicho, además, que aunque el cosmógrafo es un marinero experto, que por algo don Lope García de Castro medió por él ante el Santo Oficio, se basa en informaciones muy antiguas, que aunque correctas, pueden no ser del todo precisas.

Y por si eso no era bastante, siempre había posibilidad, si las provisiones escasearan, de volver hacia la isla de Jesús, para abastecerse y volver a Lima.

Parece que he conseguido tranquilizarles.

Pero Gallego sigue teniendo mucho ascendiente entre los suyos, que ya empiezan a mirar de lado. Habrá que tener firme la mano de nuevo. 

24 DE ENERO.

Con las nuevas fuerzas y la ausencia de tierra han vuelto las riñas, como es de ley al talante bravucón de los marineros, así que hoy he tenido que dar castigo a uno de estos rufianes, que amenazó con un cuchillo a uno de mis soldados.

Le he dejado doce horas atado al palo mayor, para que se calmara.

No hacía más que pedir agua y he prohibido que se la dieran.

Casi a medianoche he mandado que fuera desatado y se le diera de comer y beber.

Sé que este tipo de acciones no hacen sino enemistarme más con Gallego y su recua de golfos, pero la disciplina no entiende de piedades. 

27 DE ENERO.

Con el viento que ha soplado y lo que hemos debido de navegar casi no sería extraño que la nueva tierra que viéramos fuera la del cabo de Buena Esperanza, pero este Mar del Sur es más extenso que cuanto han podido imaginar todos los geógrafos, incluido el propio Sarmiento.

Hemos navegado más de mil seiscientas leguas, pero hay que tener en cuenta que antes de que viéramos la isla de Jesús, doce días atrás, hemos estado surcando la mar a una parte y otra, con lo que hay que descontar, por lo menos, trescientas leguas.

Pero no puedo por menos que sentir impaciencia yo también.

Y no tengo ya casi argumentos para apaciguar las sospechas que se han apoderado de todos, incluidos mi propio hijo Jerónimo y mi paisano Francisco Jiménez Rico.

Eso sin contar con las continuas conspiraciones de Gallego, de quien Enríquez me ha informado que, nada más tocarse la próxima isla o continente tiene intenciones de exponerle todas sus quejas y dudas a Álvaro de Mendaña.

He ido a hablar con él y se lo he prohibido de manera enérgica.

El sólo ha sonreído

         Como sonríe el lobo que sabe que la presa no puede huir. Se muestra muy seguro de sí. 

29 DE ENERO.

Dos días sin ninguna novedad: ni tierra, ni nubes bajas, ni ballenas, ni riñas, ni conspiraciones.

Sólo tu recuerdo, Isabel. 

30 DE ENERO.

Esta mañana, de manera brusca, el tiempo ha cambiado, y cuando escribo esto, todavía lo hago, Isabel, en medio de un mar ofuscado; esta tarde, hemos visto olas enormes, que se diría que se alzan sobre los cielos para engullirlos.

Todos hemos temido por nuestras vidas, y hemos rezado, aunque he de decir, porque no quiero salirme un punto de la verdad, que los marineros han trabajado con ardor, porque en ocasiones el viento era tan fuerte, que pensábamos que se nos venía abajo toda la arboladura del navío.

Y el primero en trabajar ha sido Juan de Torres, el franciscano, cuya silueta, recortada por los truenos que castigan con fiereza la inmensidad de este Mar del Sur, me ha parecido la más gallarda y valiente que jamás he visto; y eso que he conocido a hombres notables, como Hernán Santillán, o el mismísimo Hernández Girón, que no por su ruindad y deslealtad he de negarle su valentía.

Cuando la tormenta ha arreciado, a eso del ocaso, la madera crujía de tal manera que parecía que se iba a descuartizar el barco; y ha entrado tanta agua que, por unos momentos, no andábamos sobre cubierta, sino que nadábamos; y algunos hombres se asían a los cabos, colgando de los palos, y eran volteados por el aire como peleles, que temíamos que fueran a caer al mar, de donde nos hubiera sido imposible rescatarlos.

Ya a medianoche, los cielos nos han dado algo de tregua, aunque el viento sigue siendo fuerte y navegamos con marejada.

Juan de Torres ha rezado una salve.

Y todos con él.

Era lo único que no habíamos tenido hasta el momento: ciclones, pero te juro, Isabel, que me hubiera gustado no conocerlos.

Jamás he visto tormentas como las de estas latitudes.

Y eso que en Panamá, cuando el cielo ruge, parece escucharse la mismísima risa del diablo. 

31 DE ENERO.

Mar caprichosa y a veces enfadada, como si estuviera harta de llevarnos sobre su lomo, pero, por fortuna, no tan furiosa como ayer.

El viento ha sido también fuerte, pero los hombres no han tenido que dejarse el alma para garantizar el buen gobierno del barco.

La nao capitana, mucho más grande y pesada, no parece haber sufrido tanto como la nuestra, en la que se han soltado cabos y palos, y algunas velas se han rajado.

Eso nos hace ir más lentos que la capitana, que a lo largo del día ha sido un leve punto sobre el horizonte, pero Gallego confía en que se den cuenta de que la distancia que nos separa es demasiada y poco aconsejable y decidan arriar velas y esperarnos.

Los hombres están muy fatigados y Gallego me ha pedido reducir la guardia y los turnos para que descansen más. He accedido, Isabel, porque me ha parecido una medida sensata, aunque no les habrá parecido lo mismo a los que hayan tenido que pasar la noche en vela.                                              

Pero mañana descansarán ellos.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 4 de abril de 2021

Viernes Santo, día 5 de abril 1504

TERREMOTO EN NUESTRA PROVINCIA


Nuestro gran amigo Rafael, «Electrovira» (que es como cariñosamente llamamos los a Rafael Rodríguez Márquez sus buenos amigos), en una carta, escrita esa sinceridad y grandeza de corazón que le caracteriza, nos pide que a ver manera de contribuir en la Revista de Ferias con unos datos históricos sobre tan entrañable pueblo suyo (también lo es nuestro), y que, a ser posible, in poco conocidos.

Y yo, que ni a Guadalcanal ni a nuestro buen amigo Ra­fael puedo negar nada, no me lo pensé dos veces seguidas y, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, me transformé en mis horas libres en un auténtico ratón de biblioteca. Hubo suertecilla, menos mal, y ahí van los resultados. Se trata de unos nimios datos históricos que, aunque nimios, los creo muy curiosos y hasta interesantes para todos los hijos de ese luminoso pueblo, enclavado el incomparable marco de la bellísima Sierra Norte.
En los Anales de Don Diego Ortiz de Zúñiga, caballero de la Orden de San-o, di con la descripción que se hace de un terremoto, que en 1504 afectara a y su provincia, y cuya sinopsis es la siguiente:

“En Sevilla, en el año del Señor del 1504, Viernes Santo, día 5 de abril, como a la hora de Tercia, siendo Sumo Pontifico Julio II y Arzobispo de Sevilla D. Juan de Zúñiga, y reinando en Aragón, Castilla, Sicilia y Cerdeña los cristianísimos Reyes Don Fernando y Doña Isabel, mientras el Clero y el pueblo estaban juntos en la Catedral para celebrar los Santos Oficios, un repentino terremoto estremeció con horrible y cruel estruendo todas las iglesias y casas, de modo que amenazaban caerse. Todos los hombres, mujeres y niños daban tan grandes voces como si hubieran perdido el juicio, y se hirían el pecho temeroso de la ira de Dios, invocando el favor y auxilio del Señor y la Beatísima Virgen. Los caballos, los jumentos, los bueyes y los perros aterraban con sus ahullidos. el Guadalquivir, elevado su nivel por tres o cuatro veces y sobremanera alterado, se desbordó, y parecía haber llegado el día del Juicio Final.
Los que estaban en los campos aseguraban haber visto obscurecerse el sol y caer grandes granizos y que se abrían grandes pozos arrojando abundante agua por sus bocas, y los montes abiertos exhalando vientos con cenizas. En los pueblos de Carmona, Cantillana, Villanueva y Lora se cayeron los edificios, oprimiendo a muchas personas. Y hay quien afirma haber visto fuentes, cuyas aguas eran del color de la sangre, en los pue­blos de Almadén, Cazalla, GUADALCANAL y otros, que fueron casi ente­ramente destruidos”.
Casualmente (y la cosa va de terremotos) pude dar con otro legajo, tan ranció y matusalénico como el anterior, en el que se dice:
“El día de Todos los Santos de 1755 hubo una gran terremoto en la Sierra Norte de Sevilla. En acción de gracias, por no haber recibido dañe ni en sus personas ni inmuebles ni en ganados, la Comunidad de la Parroquia de Santa María de Guadalcanal, presidida por el párroco don Juan de Ortega, acordó celebrar perpetuamente una Misa seguida de Procesión con el Santísimo por la Plaza Mayor, en la que habrá dos altares, replete de flores, para sendas Estaciones de su Divina Majestad. Los gastos i cera y flores, por un importe de 16 reales de vellón, serán sufragados por el Consejo de la Villa”.

José Titos Alfaro

Revista de feria 1980

domingo, 28 de marzo de 2021

La lluvia infinita 5/18


Capítulo 5

 Diario de Pedro de Ortega 4

5 DE ENERO.

He hablado con Juan de Torres durante largo tiempo y me ha dicho que de la misma manera que Nuestro Señor Jesucristo tuvo que ayunar durante cuarenta días en el desierto, soportando todas las tentaciones del demonio, nosotros también debemos penar si queremos llegar a nuestro destino, el cual, para él, es bastante distinto al nuestro, porque él marcha a Ofir, o a las Salomón, como se quiera llamar la tierra que ansiamos y se nos niega, a salvar almas, y no en busca de riquezas para nuestra fortuna y la gloria de España y su rey don Felipe.

Me ha referido también que él no teme a la muerte, que tarea de buen cristiano es la de estar en todo momento preparado para ese momento, que no es sino la puerta para la vida eterna, y que los que la temen es porque no tienen su alma a bien con Dios.

Me he confesado después de hablar con él, y he sugerido a todos los hombres que me he encontrado que hagan lo mismo.

Conviene estar preparado, Isabel, conviene estar preparado. 

6 DE ENERO.

Desde la capitana, aprovechando que estaban los dos navíos casi juntos, nos han dicho, más por señas que por voces, que según la ruta de Sarmiento, si la tierra que hemos estado buscando no ha quedado atrás, debemos estar a no más de tres días, a lo sumo cinco, de la Nueva Guinea, en donde podremos descansar y reponernos de tan extraño viaje, porque o este mar es infinito o lo hemos recorrido de cabo a rabo, porque no se entiende no haber encontrado ya ni el más triste de los islotes.

En la Nueva Guinea, dice Sarmiento, podríamos estar un par de meses para, después de reparar naves, cuerpos y almas, corregir los rumbos y llegar, de una vez por todas, a Ofir.

Y la Cruz del Sur, arriba, como riéndose de nuestros desvelos, Isabel. 

9 DE ENERO.

Otros dos hombres malos: yo ya no tengo ni ganas de comer, pues en todo el día lo único que he hecho es tomar los dos cuartillos de agua que me corresponden, por más que Jerónimo, hijo del que podrías sentirte muy orgullosa, Isabel, insiste en que algo he de comer, por mala e insípida que esté la Eziazamorra, o por duras y rancias que estén las almendras.

-Es alimento, padre, algún bien le hace.

Pero no creo que mis dientes, que ya casi no se soportan entre ellos, puedan decir lo mismo.

Ya tengo la barba casi más blanca que negra, y hasta dar órdenes me cuesta esfuerzo, pero no puedo dejar que los hombres me vean flaquear, porque entonces cualquier cosa puede pasar.

Aunque parece que la promesa de la Nueva Guinea tiene a todos los hombres esperanzados. A mí no, Isabel, a mí no.

He conocido trucos similares para mantener la moral de la gente, y tarde o temprano se acaban pagando. La mentira siempre paga. Siempre. 

11 DE ENERO.

Día de espanto.

No nos hemos movido casi del sitio, pues el viento, alado y furioso amigo en los días anteriores, desde que se tomara el rumbo Suroeste de nuevo, ha decidido abandonarnos.

Habrá marchado en busca de aventuras de más provecho, porque a nosotros nos da ya por condenados.

Yo no encuentro otra explicación.

Los marineros están aterrorizados, porque en el mar, la calma es más mortal que la tormenta, y los he visto deambular por cubierta, con los ojos que miraban pero no veían; es esa mirada vacía que tienen los que ya malgastan sus últimos estertores.

Es la mirada de los que van a morir. 

14 DE ENERO.

Hoy, tres días después de la última anotación, tomo la pluma para decir que llevo ya tres días postrado en la cama y que noto como la vida se me va.

Por si no puedo decir nada más, y esto, por el cauce que fuera te llegara, he decirte Isabel, que te quiero. 

16 DE ENERO.

Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, y su único hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y su madre, la Virgen María, concebida sin pecado, y todos los ángeles, y todos los santos, han estado con nosotros, y debe ser verdad eso que dicen que el Señor no abandona a sus marineros, porque ayer, quince de enero, cuando ya me

sentía morir, recibí, en compañía de mi hijo Jerónimo, de Francisco Jiménez Rico y del alférez Enríquez, la noticia tan anhelada: tierra.

Al fin, tierra.

Tal y como prometió Pedro Sarmiento.

A vísperas, desde la gavia de nuestra nao, el marinero Juan Trejo, tarifeño, rufián de los mas gallitos, vio casi al frente la línea clara de costa de algo que hoy hemos sabido que no era la Nueva Guinea, sino una pequeña isla, muy baja, pero poblada.

Es difícil que esta torpe pluma sea capaz de describir la alegría grande que se apoderó de todos nosotros; sólo puedo decir que, afuera, todo el mundo gritaba y lloraba y daba gracias al cielo, y que incluso yo, que me preparaba para lo peor, noté cómo nuevas fuerzas se apoderaban de mí y, ayudado por Jerónimo y por Enríquez, me he acercado hasta el puente para ver el perfil salvador de la costa.

Todos se abrazaban en cubierta.

Y hasta Hernán Gallego sonreía, que una cosa es rivali-zar con Sarmiento y otra muy distinta ver la tierra que ha de salvarnos de una muerte que no porque se demorara era menos segura.

 

Juan de Torres se arrodilló y rezó una salve, que todos repetirnos con él con gran devoción y con lágrimas en los ojos.

Lloré como un niño, aunque ahora me dé vergüenza decirlo, Isabel, pero sobre todo porque esa isla, tan lejana, en realidad, me acercaba más a ti.

Después cantamos el Te Deum Laudamus.

Cuando estuvimos cerca de la isla, era ya noche cerrada, por eso no pudo apreciarse bien si era grande o pequeña, baja o alta, y si estaba poblada o no.

Se arriaron velas v se echaron las anclas.

Poco después, llegó desde la capitana, una chalupa con varios soldados y marineros para decirnos que al día siguiente, con el alba, se iría a tierra para hacer la aguada y coger cocos, que nos harían mucho bien.

Permitió Mendaña que, dada mi debilidad, no fuera yo quien bajara a tierra al mando de los soldados para buscar agua y comida y ver si la tierra era, en verdad, la Nueva Guinea.

Y que no lo era se ha comprobado hoy, al amanecer, pues desde los dos navíos, como el día era claro, se vio que se trataba de una isla pequeña, que no tendrá más de seis leguas de box, y antes de que pudiera yo ordenar, todavía sentado en el puente, pues la debilidad seguía siendo mucha, qué hombres bajarían a tierra, vimos cómo se acercaron cuatro canaluchos llenos de indios, que no mostraron ningún temor ante barcos tan grandes.

Varias veces rodearon el barco en silencio y, poco antes de retornar a la isla, empezaron a hacernos señas de que fuéramos con ellos allá.

Van todos casi desnudos, pues sólo unas pequeñas faldas de hojas de palmera secas les cubren, tienen la piel muy negra, y el pelo muy rizado, y muchos de ellos de color claro, hecho que nos ha chocado mucho a todos nosotros.

Luego hemos podido ver cómo, desde la orilla nos han hecho señas para que fuéramos con ellos, pero pronto se han cansado e ido.

Al instante empezó a llover.

Y aquí la lluvia es tan fuerte, tan violenta y tan constante, que casi podría decirse que es infinita.

Por la tarde han llegado nuestros hombres con la primera aguada y con un abundante cargamento de cocos; y nos dijeron que ningún indio se ha acercado hasta donde han estado ellos, aunque no se han alejado mucho de la playa porque allí cerca se encuentra un arroyo con un agua clara y fresca, y que los cocos están por el suelo, por lo que no han tenido que subir a las palmeras.

Han contado que Sarmiento dice que es una de las islas que deben preceder a la Nueva Guinea, pero que no está señalada en las cartas, por lo que ha sido descubierta por nosotros, y que por haber pasado la Navidad embarcados, Mendaña ha decidido llamarla isla de Jesús.

Tampoco se considera que sea una de las islas Salomón, por lo que hay que continuar el viaje enseguida, pues si se vira algo más hacia el Suroeste, la armada encontrará, por fin, las islas de Ofir, que no están ya muy lejanas, a no más de dos días.

Se ha decidido, pues, hacer más aguadas Ni llevar a los navíos todos los cocos que se puedan y, caída la noche, y siempre bajo ese telón de agua que es en estas latitudes la lluvia, las naos ya se han llenado de todo lo necesario para aguantar, al menos, dos semanas de travesía, junto con nuestra mazamorra y nuestras almendras.

Han traído algunas plantas que no conocernos, excepto una, que parece jengibre.

Marcharemos mañana.

No hemos vuelto a tener noticia de los naturales de esta isla de Jesús, pero no me parece lo mejor partir con tanta prisa, por muy cerca que esté la Nueva Guinea, las islas Salomón o la mismísima Lima.

Pero como Sarmiento, al final, Isabel, no se ha equivocado, no tiene por qué hacerlo ahora.

Me han dicho que estamos a 1450 leguas de Lima, pero yo hoy, Isabel, me siento más cerca de ti y de Pedro que nunca.

Sigo Vivo.

Y seguiré vivo.

Jesús Rubio Villaverde. 1999

lunes, 22 de marzo de 2021

Don Giuseppe visita Guadalcanal

Tenidas Negras en la Florida

    Giuseppe Garibaldi, marinero, político libertario, revolucionario, masón y patriota italiano que luchó por su unificación y la constitución de la república italiana, nacido en Niza (hoy en Francia) el 4 de julio de 1807 y muerto en la isla de Caprera (junto a Cerdeña) el 2 de junio de 1882.

       Hace un tiempo, leyendo un artículo sobre la historia de la definitiva supresión del Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago en 1874, que provocó el conocido como “Cisma de Llerena”, orquestado por el teniente-Gobernador: Francisco Maesso. En este artículo se hablaba de una reunión disfrazada de cacería de perdices para celebrar una de las famosas “tenidas negras de los masones”, (las tenidas negras eran las reuniones que celebraban las logias para dirimir asuntos con altas de miembros, capítulos de orden, etc.) en la finca “La Florida” de la localidad, se reunieron los miembros de la Logia masónica “Unión y Beneficencia”. de Llerena, auspiciada por un descendiente del Capitán de artillería Antonio Catalá, (este teniente o capitán Catalá, fue acusado por delación que hizo el padre franciscano Agustín de Castro del Monasterio de Guadalupe y el hermano Ramón Martín Romo y posteriormente, juzgado por la práctica de la francmasonería en 1819).

         A esta inocente cacería de predices, que en realidad era reunión o “tenida” masónica asistieron importantes miembros de la masonería de la Logia Emérita y otros maestros de la zona, además, como invitado principal asistió el honorable Giuseppe Garibaldi, gran héroe italiano, navegante, defensor de causas justas y miembro de la Logia “Les Amis de la Patrie”.

      Esta historia la archivé junto con otras para hacer un artículo posterior en este blog sobre el final del Priorato de San Marcos. No asocié la finca de la “Florida” con la de Guadalcanal, pero a veces cuando estás leyendo, se te enciende la luz del intelecto y asocias lo leído con anteriores referencias, esto me sucedió el otro día, repasando las revistas de ferias de Guadalcanal, precisamente en la del año de 1998, encuentro un artículo de Miguel Mensaque Romera titulado “Me voy a referir Adelardo López de Ayala y Herrera”. En este artículo habla de nuestro paisano Ignacio Sánchez Martínez que lo define como (“masón y que murió soltero y está enterrado en la iglesia de Santa Ana”) y fue tío abuelo de su suegro, y curiosamente, dice que fue dueño de numerosas fincas, entre ellas, “La Florida”, a ella invitó a José Garibaldi, revolucionario y masón italiano y que allí celebrarían seguramente una de las “tenidas negras que hacían los masones”.

    He tratado de reunir más información de esta historia, la verdad he consultado muchos archivos y hemerotecas, y no he encontrado más referencias a esta información que parece verídica y que perfectamente Don Giuseppe pudo venir a Guadalcanal, sí que es cierto que he mirado en Llerena y he preguntado a un amigo que vive allí y no conoce ninguna finca en el término que se llame “La Florida”, igualmente, que en Llerena hubo cierta actividad masónica a partir de la guerra de la independencia española de 1808 y la influencia francófona de cierta clase media burguesa de la localidad de rentistas, abogados, funcionarios, profesionales y técnicos que dieron lugar a una minoritaria pero activa idea masónica en la  élite local de Llerena y la zona.

      La primera referencia que he encontrado de Garibaldi con España, se remonta a la Revolución Española del 1868 (llamada la Gloriosa), se dice que: “El comandatore Italiano Giuseppe Garibaldi junto con su inseparable amigo Mazzoni, se reunieron con la numerosa colonia italiana en Madrid para analizar el apoyo a la revolución española, conjuntamente con disidentes nacionales". Se informó igualmente que: "fue acogido en su casa por el tenor de opera italiano Enrique Tamberlick", Este cantante de ópera junto a otros artistas iban en un carruaje cantando los himnos del Segadors y el de Garibaldi detrás del General Prim el día que fue asesinado este.

      La segunda referencia que he encontrado de Garibaldi en España fue a principios de diciembre de 1874, como diputado de la “Asamblea Nacional Francesa”, se reunió con parlamentarios republicanos españoles para analizar el empuje monárquico europeo para instaurar nuevamente en España la monarquía borbónica.

      Por otra parte, he tratado de investigar si hubo alguna conexión entre nuestro insigne paisano político y escritor López de Ayala y el susodicho Don Giuseppe, bien es cierto que, en su azarosa vida, Don Adelardo políticamente tuvo una carrera bastante agitada, fue revolucionario, liberal, conservador… Hasta sufrió el destierro en Portugal por su oposición a Isabel II. posteriormente, el rey llegó a ofrecerle la presidencia del Consejo de Ministros, Increíbles vaivenes ideológicos, de ayudar a derribar a Isabell II en 1868 y participar en la revolución española del 68, a ministro de su hijo y heredero. Coqueteo con la masonería, incluso en su imponente mausoleo del cementerio Sacramental de San Justo de Madrid, existen varios signos masónicos, por todo ello, no hay que descartar que se conocieran personalmente. 

Síntesis biográfica de Garibaldi

        Fue uno de los principales artífices de la unificación italiana, junto con Manzzoni, Cavaour y el rey Víctor Manuel II; fue llamado “Héroe de dos mundos” por su actividad revolucionaria en América y Europa. En efecto, marinero de profesión, se adhirió en 1834 a la Joven Italia de Mazzini; por su participación en una insurrección republicana en Génova tuvo que exiliarse en Sudamérica, primero en Brasil y luego en Uruguay. En el primer país luchó contra el emperador Pedro II y en el segundo contra el expansionismo argentino. Famoso ya, regresó a Italia en 1848 al iniciarse la primera guerra de unificación contra Austria; rechazados sus servicios por el Piamonte y el Papado, luchó por su cuenta en Milán y luego, proclamada la república, en Roma. Derrotado por los franceses de Luis Napoleón en 1850 tuvo que exiliarse de nuevo, en esta ocasión en los Estados Unidos.

      Entre 1836 y 1848 vivió en Sudamérica, donde participó en varios acontecimientos bélicos, siempre al lado de quienes combatían por la libertad o la independencia de las colonias portuguesas y españolas.

        En 1861 se proclamó el nuevo Reino de Italia, pero desde sus inicios Garibaldi se mantuvo en la oposición, pues Roma continuaba siendo ciudad papal. Con la consigna de "Roma o la muerte", intentó durante años luchar contra el poder pontificio, sin demasiado éxito, hasta que, en 1862, en la batalla de Aspromonte, cayó herido y fue hecho prisionero. Tras ser amnistiado, pasó a presidir el Comité Central Unitario Italiano y ofreció sus servicios a Francia. Fue elegido diputado para la Asamblea de Burdeos (1871) y diputado al Parlamento italiano (1875), el cual pocos años antes de su muerte le asignó una pensión vitalicia por los servicios prestados.

Fuentes,- El Correo de Ultramar, Eco Segoviano, El Sol del Porvenir (Garibaldianos en España) y Hemerotecas.

Rafael Spínola R.

domingo, 14 de marzo de 2021

La lluvia infinita 4/19

Capítulo 4

 Diario de Pedro de Ortega 3

20 DE DICIEMBRE.

¿Hasta qué punto un capitán ha de seguir órdenes que pueden perder a sus hombres sin ningún beneficio a cambio?

Es una pregunta que me ha estado rondando todo el día.

Una pregunta que me hizo, durante la comida el alférez Enríquez, hombre que me desconcierta, pues alterna momentos de claro juicio con otros de necedad insultante.

Pero todos podemos ser sabios y necios a la vez.

¿No?

Si el capitán no tiene razones para discernir si las órdenes son correctas o no, ¿cómo hacerlo?

Yo no soy hombre de mar, por más que sea capitán de la capitana, Isabel, ¿cómo saber, entonces, a quién asiste la razón en esto de los rumbos, si a Sarmiento o si a Gallego`?

Quizás tenga razón Enríquez cuando dice que si se duda, hay que acudir a lo más alto.

Pero en esta armada, lo más alto no está embarcado.

Seguimos navegando en eses.

Conseguiremos que almadie el mar. 

21 DE DICIEMBRE.

Nada que reseñar, salvo que mañana trataremos de hacer entrar en razón a Mendaña.

Nada menos. 

22 DE DICIEMBRE.

Mendaña no ha atendido nuestros ruegos.

Por señas hemos hecho saber que no nos parecía buena la derrota que habíamos tomado, que navegar el mar a un lado y a otro, no hacía sino cansarnos, que, en caso de duda, quizá podría intentarse dar la vuelta.

Se nos ha dicho que sólo con esta ruta podemos evitar dejar cualquier tierra a un lado, que una cuarta de más o menos sobre la carta supone desviarse muchas leguas: la derrota actual permite no dejar ni un palmo de esta arte del Mar del Sur sin surcar, con lo que la tierra acabará por aparecer.

Hemos contestado que sí, que puede ser, que los navíos pueden llegar u tierra pero que puede que nuestros ojos pueden no verlo, porque no se sabe a ciencia cierta la verdadera magnitud del Mar del Sur.

Hemos apelado a lo que don Lope dijo a nuestra salida: en cuestión de derrotas, lo que diga Sarmiento.

Nos han respondido que Sarmiento también está de acuerdo con esta disposición, pero ni yo, ni muchos otros, hemos creído eso.

Seguimos dando vueltas. 

23 DE DICIEMBRE

Ha empezado.

Tenemos a tres hombres con fiebre y a dos más les está empezando a crecer la carne sobre los dientes.

La enfermedad ha pagado ya su pasaje y navega con nosotros, y Juan de Torres no se separa de los enfermos. Franciscanos a bordo, la única buena noticia. 

24 DE DICIEMBRE

 

Por ser la fecha que es, toda la gente de la capitana está como sonámbula.

Al mediodía. Juan de Torres ha dicho misa, que se ha escuchado con profundo respeto, hasta los más blasfemos entre los más blasfemos; pero bien por devoción, bien por ganarse el favor del cielo, todo el mundo ha seguido el oficio con un recogimiento que aquí, en medio de este universo de agua, estremece de veras.

Isabel: tu imagen no se ha separado de mí en todo el día. Por ser la fecha que es, he ordenado doblar la ración a todo el mundo, pero casi nadie ha comido.        

25 DE DICIEMBRE.

Día de enorme devoción.

Es como si una rara paz se hubiera apoderado de todos nosotros: o es que ya aceptamos el final, o es que éste es día en que nadie puede pensar en penalidades, pero lo cierto es que la gente, dentro de lo que se lo permiten sus fuerzas, ha trabajado con diligencia.

Ha habido misa, rosario y salve, y se ha pedido por nuestra suerte, por la salud de nuestros enfermos y por la de nuestras familias en América, por el rey Felipe II y por nuestros enemigos, que son los de Cristo.

Por ser ésta fecha tan señalada, el día ha sido el más claro que recuerdo, Isabel, desde que partimos de Lima, hace ya una eternidad.

Ahora, cuando apuro estas líneas, la Cruz del Sur nos reprocha a todos toda nuestra insignificancia.

Isabel, mi señora, no lamento morir, sólo hacerlo sin volverte a ver. 

29 DE DICIEMBRE.

Si volvernos, habrá que señalar este día como uno de los más grandes de esta armada: Mendaña ha ordenado tomar de nuevo, y de manera constante, la derrota del Suroeste, la que se fijó cuando se partió de Lima, la que Sarmiento confirma como correcta.

No sé qué extraña luz habrá iluminado al almirante, pero lo cierto es que poco antes de que las gargantas de los hombres se pelearan con la mazamorra, cuyo olor es ya insoportable, hemos recibido el claro mensaje: derrota del Suroeste hasta que se llegue a los dieciséis grados al Sur de la Equinoccial.

Los hay que han gritado de alegría.

No Gallego, desde luego, que ha estado hablando largo rato con Juan de Torres.

De todas maneras, no creo que el franciscano sea hombre de espíritu débil: las intrigas del piloto mayor, con el que ya casi no tengo 1a menor relación, no habrán influido en él.

Y pese a que durante todo este día no hemos visto ningún signo de tierra, ni tan siquiera alguna nube baja que nos hubiera dado esperanzas durante unas horas, el buen humor reina entre los hombres.

Incluso Jerónimo, que ha andado durante todos estos días, muy callado, se ha mostrado dicharachero con los soldados.

Dos marineros se han peleado, creo que porque uno de ellos le ha tirado el cuartillo de agua al otro, y he ordenado que fueran azotados.

No quiero que nadie se aproveche de la débil paz que nos ocupa para olvidarse la disciplina.

He tenido la noche anterior, un sueño: llegábamos a una isla, despoblada y la llamábamos Santa Isabel. 

1568. 1 DE ENERO

Hemos podido estrenar el año nuevo con una desgracia: uno de nuestros hombres ha caído al mar y a punto hemos estado de perderlo.

Andaba el mar algo envalentonado y una enorme ola lo ha arrebatado de la gavia, en dónde este marinero, que luego he sabido que se llama Guzmán, estaba encaramado, pero, entre que el hecho ha sucedido de día y que lo hemos visto mucho, hemos podido echarle un cabo, que ha alcanzado porque ha tenido muy buena disposición y ánimo.

Buena parte de sus compañeros le han mostrado su extrañeza por el suceso, pues hombre experto y no se explicaban cómo un golpe de mar en realidad leve ha podido dar con él en el agua.

-Ha sido la debilidad. Se me han cegado los ojos y he perdido el equilibrio.

Eso es lo que ha dicho.

-De haber tenido unos cuantos vasos de chicha encima, no hubieras perdido el equilibrio.

Y todos han reído.

Yo, cuando escribo esto, Isabel, también, pues tan nece-sitado estoy, como todos, de ello.

Muchos de los aquí embarcados han entendido que el hecho de que Guzmán haya salvado la vida es un buen presagio.

Pero si de presagios se trata, aún ha habido otro: a la hora de vísperas, y trazando la ruta que llevamos, hemos visto una estrella fugaz, que para los marineros es señal de buena suerte, al menos así me lo ha referido Matías Pineto, que de nuestros soldados es el que mejor relación tiene con la marinería, porque es amigo de un par de marineros, a los que conoce de muchas noches de chicha y pirujas en Lima. Pero eso es todo: muchos presagios y poca tierra.

Y mucha, mucha fatiga. 

3 DE ENERO.

         Durante los dos días siguientes a mi última anotación hemos tenido muy bien viento.

-Una de dos: o Dios nos lleva definitivamente a nuestro destino, o el Diablo quiere ya, sin más demora, nuestras almas. Sea quien sea quien envía este viento, en verdad que tiene prisa. 

4 DE ENERO.

Buen viento.

Mar serena.

Pero tengo ya a siete hombres enfermos y al resto, incluido, yo, muy débiles.

¿Estamos destinados a perecer en este eterno mar?

Sí es así ruego, Isabel, que Dios, o el Diablo, envíe ya de una vez por todas esa tormenta que acabe con nosotros y ponga ya fin a tanta penalidad, porque a veces me siento flaquear, la vista se me nubla, y mientras escribo esto, tengo que hacer esfuerzos enormes para poder sujetar la pluma.

No debí dejarme embarcar. 

Jesús Rubio Villaverde. 1999