El patrimonio minero andaluz. El futuro de un pasado 1C
Resumen,-
El
rico patrimonio histórico minero andaluz todavía es poco conocido y alorado.
Resultado de una confluencia de experiencias, metodologías e intereses, la
arqueología industrial ha permitido iniciar la investigación de sus restos más
recientes, sin que por ello podamos disponer todavía de un catálogo completo de
los principales conjuntos o instalaciones. Si exceptuamos el Museo Minero de Riotinto,
con un alto grado de consecución y
funcionamiento, esta dispersión también es reconocible en las iniciativas para
su rehabilitación y puesta en valor, en general proyectos localistas con graves
problemas de definición y financiación, originados en las propias
características de este tipo de patrimonio Histórico.
Introducción.-
Despreciado
hasta fechas recientes, y hoy todavía amenazado por la ignorancia, el
patrimonio industrial es objeto de un verdadero descubrimiento para muchos
ciudadanos. En Andalucía, donde las condiciones económicas generales hicieron
derivar
esta
“industrialización” hacia el sector extractivo, la minería constituye una parte
importante de su patrimonio cultural e histórico.
A partir del desarrollo en las últimas décadas de la “arqueología industrial” (ARQUEOLOGÍA,
1991 y TICCIH, 1995), el patrimonio minero contemporáneo ha pasado a constituir
una importante fuente de conocimiento histórico y un valor patrimonial en alza,
con una problemática específica de gestión.
Si la toma de conciencia sobre el valor de estas huellas ha
partido de su amortización como restos obsoletos gracias a los cambios tecno-económicos
operados, el proceso de su valoración específica (y por lo tanto, la dotación
de un contenido histórico concreto) abre nuevas vías para su comprensión y
puesta en valor, un camino en el que todavía queda mucho por recorrer.
Patrimonio
minero y arqueología.-
La valoración de los recursos extractivos como tema de estudio cuenta
con una larga tradición arqueológica que gira en torno a la importancia económica
de los metales y al significado social que alcanzaron muchos de ellos. Por lo
tanto, los lugares de explotación (ya fueran minas o canteras) han merecido
cierta consideración por parte de los investigadores.
La arqueología
minera y los paradigmas de investigación.-
Desde las teorías difusionistas dominantes hasta hace algunas décadas
en el ámbito de la prehistoria reciente y la protohistoria, la minería
constituía un medio privilegiado para comprender no tan solo la economía
(ARRIBAS, A. y otros, 1989) y los intercambios de productos específicos sino
también el cambio cultural (BOSCH, P. y DE LUXAN, F., 1935). De hecho, la
formación geológica de muchos arqueólogos produjo una temprana atención sobre
las minas y los metales (SIRET, H. y L. 1887). Sin embargo, trabajos recientes
han rebajado la importancia social de la primera metalurgia (GÓMEZ, P., 1997),
con relación a la explotación del sílex (RAMOS, A. y otros, 1991). Como una
especialización de la arqueometría destaca la arqueometalurgia, centrada en el
estudio de las propiedades físico-mecánicas de los útiles, resultado de las
características intrínsecas del mineral, los mecanismos de extracción y la
forma de transformarlo en metal (AMORES, F y LLORET, T., 1995), materia de la
que ya se va disponiendo de algunas monografías (MONTERO,iI.,
1992 y 1994). En este sentido, cabe afirmar que conocer las características de
las menas, sus calidades y usos tradicionales, puede servir para explicar la
tipología de las explotaciones (por ejemplo, en la primera mitad del siglo XIX,
el plomo de sierra de Gádor se extraía en cuatro calidades; CARA, L., 2002).
Sin embargo, la investigación sobre el patrimonio minero ha
alcanzado un nuevo desarrollo en los últimos años como resultado de un doble
cambio de perspectiva de estudio. De una parte, las investigaciones han virado
de la economía del consumo a la de la producción, centrándose en los lugares,
procesos, tecnologías y relaciones sociales de producción (TORRÓ, J., 1994). De
otra parte, del estudio del objeto privilegiado se ha pasado a la investigación
sobre la “cultura material” y con
ella al mundo cotidiano, donde se manifiestan y resuelven las contradicciones entre
la producción y el consumo (CARANDINI, A., 1984 y 1997) y es posible rastrear
otras “historias paralelas”
(THOMPSON, P., 1988). Hasta ciertos puntos concomitantes, estos cambios han
supuesto la aplicación y consolidación de unas metodologías específicas, que
tienen por fundamento la arqueología, y la pareja valoración del mundo minero
en toda su complejidad e implicaciones (FRANCOVICH, R., coord., 1993 y 1997).
De hecho, estudios integrados recientes han permitido abordar la minería desde
un enfoque diacrónico (BLANCO-FREJEIRO, A. y ROTHEMBERG, B., 1981) y extensivo,
con un importante componente paisajístico y territorial (OREJAS, A. y otros,
1999) que supone un nuevo aliciente para su puesta en valor.
En este sentido, es evidente que la aportación de la arqueología (y
la propia naturaleza de las fuentes o documentos con los que se complementa)
será muy distinta según el objeto y las características materiales y
funcionales de la instalación o equipamiento pues las huellas de las
actividades extractivas desmanteladas pueden dejar menos evidencias ahora que
en el pasado.
La arqueología
industrial.-
Dentro
de la propia flexibilidad del "documento
arqueológico" ha sido posible la aparición de arqueología temáticas,
entre las que cabe incluir la "industrial"
o la "de la arquitectura".
La primera ha conocido un desarrollo progresivo en los últimos treinta años hasta
su consolidación en la década de los Ochenta, cuando se implanta en España
(ARQUEOLOGÍA, 1991 y TICCIH, 1995). Vinculada desde sus inicios a la defensa
del industrial heritage, el proceso de toma de conciencia sobre el valor
patrimonial y de identidad colectiva de estas “reliquias” del pasado giró en torno a la catalogación de los
edificios y su preservación como un frágil legado.
Como disciplina de estudio se fue abriendo camino entre algunos investigadores
del Reino Unido más como objeto que como método de estudio (BUCHANAN, R.A.,
1977 y HUDSON, K., 1964). Al carácter localista, nostálgico y sentimental de
los primeros aficionados se fue uniendo el interés suscitado por diversos profesionales.
Las aportaciones que ha recibido la "arqueología
industrial" de distintas disciplinas (Historia Económica, Social o de
la Técnica, Sociología del Trabajo, Antropología Social), justifican tan
acusada riqueza y complejidad metodológica que casi cabe definirla como un
campo de investigación disperso y confuso.
Digo confuso porque, en principio, poco podría aportar la
arqueología (una disciplina nacida en el siglo XIX para conocer el pasado más
antiguo del hombre, fundamentalmente, a través de la excavación de sus lugares
de ocupación; CARANDINI, A., 1977) con unas instalaciones de las que podemos
conservar, incluso, los proyectos de obras, memorias y prolijas descripciones
(MADOZ, P., 1845-50) cuando no fotografías y otros formatos documentales.
Pero si nos atenemos, simplemente, a los objetivos y a algunos de
los métodos de investigación, las relaciones parecen más estrechas con una
disciplina que hace tiempo rompió sus ataduras temporales. Además, la
arqueología posibilita partir del análisis concreto de las situaciones reales,
un punto al que historiadores COHEN, A., 1987) y antropólogos sociales (CHECA,
Fr., 1995), preocupados por modelos de desarrollo o comprensión generales, quizá
no estén dispuestos a llegar. En este sentido, hay que tener en cuenta que el
concepto (igualmente difuso) de "cultura
material" ha rehabilitado la investigación arqueológica entre los historiadores,
a veces, más tradicionales (CARANDINI, A., 1997 y FRANCOVICH, R. y MANACORDA,
D., eds., 2001).
Incido en el carácter de la investigación porque sólo a través de ella
es posible establecer la realidad concreta del bien y destacar sus valores más
importantes; es decir, sin investigación no sabremos nunca qué es lo que
estamos presentando al público.
Lorenzo Cara Barrionuevo
Arqueólogo. Centro Virgitano de Estudios
Históricos