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lunes, 12 de agosto de 2019

Guadalcanal en Primavera



Excursión para conocer Guadalcanal

Hoy el decimoquinto día de primavera amanece Guadalcanal guapa y con olor a azahar, cruzo la plaza para ir a la Puntilla, allí he quedado con un matrimonio de Madrid para enseñarle nuestro pueblo, después de tomar café con jeringos del Calé nos disponemos a visitar Guadalcanal y sus encantos. 

     Comenzamos por la Ermita de San Benito, desde el puente de del mismo nombre, si se llega desde Sevilla, avistamos la mole portada de la ermita de tal nombre. Un angosto callejón, franqueado de huertas, nos lleva al pórtico del templo, con pozo delantero para la sed del peregrino.        Se compone de una nave cubierta por bóveda de cañón y lunetos, casquete esférico en el ante presbítero y cúpula en el camarín. En el muro del Evangelio existe una portada con arco apuntado y en el de la Epístola, una puerta mudéjar de época tardía. Aquí, el anacoreta Manuel de la Cruz fundó una cofradía de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación y San Benito Abad, según un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722.
      Saliendo de nuevo a la carretera, luego de un km de recorrido, el pueblo nos recibe con lo que, de entrada, es ya efectivamente una "recreación": el Paseo del Coso, El Alto y el Bajo, según el nomenclátor. Lo divide, en dirección norte, la carretera de Extremadura. A un lado quedan las instalaciones deportivas municipales, y, ya tocando el pueblo, el paseo propiamente dicho. La fronda arbórea compite en altura con los herrajes de las casetas perennes para los días feriados. En el suelo, siempre en ascensión como el pueblo mismo, se alinean bancos y rosales. Abajo, la fuente estrepitosa, con lápida mariana y patronal prodigando bienvenidas. Ni memoria queda de la sinagoga judía existente en este lugar; pero así lo trae un informe de la visita santiaguista de 1494.
     Por la antigua calle de los Olleros, rotulada hoy de la Feria, se llega al Paseo de la Cruz, así llamado por la que aquí se alza, que en realidad no es sino un ensanchamiento de la actual avenida de la Constitución. Y poco más allá, a la vuelta de la esquina, nos hallamos ante la fachada ingente del desamortizado y, por ende, ruinoso Convento de Santa Clara, en la calle de este nombre, con restos de arcadas y cornisas. Fue fundado por el hijo de esta villa enriquecido en las Indias Jerónimo González de Alanís, según escritura otorgada en La Plata (Perú) el 19 de abril de 1584.
     Calle de Santa Clara arriba y torciendo por la primera de la izquierda, encontramos uno de los monumentos de la arquitectura civil urbana más antiguos de toda la región. Nos referimos a lo que comúnmente se conoce por La Almona, en razón de una de sus últimas "bárbaras" utilidades, pate de ella,utilizada como un bar. Arquitectónicamente, es una construcción de planta ligeramente trapezoidal de sillería. Consta de dos pisos, formado cada uno de ellos por una nave de cubierta de entramado de madera, sostenida la del bajo por arcos apuntados que arrancan del pavimento, como a modo de contrafuertes interiores. La cubierta de la parte superior es de dos aguas, hallándose sostenida por pilares alineados en el eje central de la nave. El frente de la construcción avanza en su parte derecha sobre la línea de fachada para servir de asiento a la rampa que exteriormente da acceso al piso superior. Las puertas a ambas plantas se superponen en el centro de la fachada, la baja es de arco apuntado de escasa altura, que apea en impostas constituidas por un toro y una gola. La puerta de la nave de arriba, precedida de un porche sostenido por pilares de ladrillos, es también de arco apuntado, más peraltado que el inferior, sobre moldura de cuarto bocel. El edificio recibe la luz por estrechas saeteras. Una lápida del interior nos informa que fue construido el año de 1307. Desafiando a los siglos, pues, aquí sigue, incólume y recoleta, la primitiva sede del bastimento de la Orden de Santiago.
     De La Almona, dos pasos apenas, llegamos a la Plaza La Plaza Mayor o Plaza de España y en otra época conocida por Plaza de Los Naranjos, de par en par abierta como un abrazo interrumpida. Su recinto, en lo antiguo, quizás estuvo porticado. En el centro del gran óvalo alzado que la constituye se alza el monumento al orador, dramaturgo y político decimonónico Adelardo López de Ayala, hijo preclaro de la localidad. A un lado, la Capilla de San Vicente, del siglo XVIII, otra joya dedicada hace décadas  a usos profanos. Y al otro extremo, señera y sobria, la iglesia y torre de Santa María de la Asunción, atalaya en la que el vencejo lo mismo vela el cadáver del verano a la hora de la siesta, que, a la del ángelus, ronda por las arista dejando por el aire su alada algarabía. La torre data del siglo XVI. Construida sobre los restos de la muralla que tuvo carácter militar y pertenece al estilo románico, si con alguna influencia gótica en los adornos de los arcos conopiales del último cuerpo de campanas. Está construida sobre un dado de aparejo irregular a base de ladrillos. Conservó las almenas hasta el siglo XVIII.
     Una bellísima portada, de espléndida composición, en La iglesia en la que persisten numerosos elementos del goticismo decadente, da acceso al templo mayor de Guadalcanal, asegurado el dominio cristiano de la villa e iniciado el desbordamiento de su población, las murallas que la circundaban perdieron su originaria finalidad. Esta circunstancia, sin duda, hizo que se levantara el muro norte de esta iglesia sobre parte del sistema fortificado, como se colige por la misma extraña orientación de dicha fachada y por el arco de herradura que describe la puerta de la sacristía, de feliz aprovechamiento. Esto ocurría en las postrimerías del siglo XIII.
      Por su arquitectura, Santa María obedece en gran parte a la corriente mudejárica propia del tiempo de su construcción y al gusto que se prodigó en esta zona de la Sierra Norte sevillana, en la que el gótico de los vencedores y el almohade de los vencidos trataron de imponer sus fórmulas arquitectónicas. El templo tiene forma basilical, de tres naves que primitivamente estuvieron cubiertas de madera, siendo las laterales de cabeceras planas, en cuya parte superior una de ellas conserva un óculo de cinco lóbulos. Construida con arcos transversales, siendo apuntados los del centro, éstos descansan sobre pilares cruciformes, que, salvo el alicatado de la parte inferior, no ha sufrido modificación alguna, pues hasta el sencillo capitel de caveto que poseen abonarían por su antigüedad. Pero aquí en donde a los cristianos interesó sobre manera plasmar su estilo, esto es, en el presbiterio, los alarifes locales lograron imponer su arte, ejecutando la bóveda ochavada, con espléndida crucería en abanico, tramo previo sexpartito, nervio de espinazo decorado con dientes de sierra e impostas de cabezas de clavos. Pertenecen, también, a este período constructivo los capiteles de los baquetones en forma de tronco de pirámide invertida con figuras de gran tosquedad, un decorado de estrellas próximo a la escalera del coro y algunos ventanales, destacando el que se encuentra oculto por el retablo mayor y el que vemos al lado de la Epístola, formado por un óculo central y dos arcadas unidas por un parteluz.
Que la iglesia estuvo originariamente aislada y no adosada a la manzana, como hoy se encuentra, se evidencia por los modillones en forma de caveto y unas pequeñas ventanas con arcos de herradura que advertimos en dependencias del lado de la Epístola y que debieron corresponder a la fachada sur.
Otras partes de la Epístola pueden también situarse en este periodo mudéjar, tales como el altar mayor, la nave de la Epístola, las dependencias anejas al coro y el muro de donde éste sale.
La pila bautismal es mudéjar, con decoración de arcos de herradura apuntados, del siglo XIV.
En los albores de la décimosexta centuria se ejecutó el frontal del altar mayor, a base de azulejos de cuenca del tipo de bordados y reflejos dorados y azules. De traza gótica son la bóveda y la reja de la capilla del Sagrario. Poco después se realizan la bóveda rebajada y casetonada de la capilla del Cristo Amarrado y la oval del testero de La Milagrosa, ambas renacentistas. De la misma época y estilo son las magníficas rejas que comunican estas capillas con el presbiterio, compuestas por dos cuerpos de balaustres y barrotes entorchados con rica cresteria y cruz, ángeles, grifos y otros elementos decorativos, semejantes a las que separan de ambas naves colaterales y a la que -aunque algo más simplificada se halla en la capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Vemos en el lado de la Epístola de la capilla mayor Una puerta que sale a la sacristía, la cual está rematada por un frontón semicircular, en cuyo friso una inscripción nos informa que "ESTA SACRISTÍA SE HIZO SIENDO MAYORDOMO FRANCISCO XIMENEZ SOTOMAYOR, REGIDOR PERPETUO. LA GLORIA SEA A DIOS". Y en la misma época se ejecutó asimismo el frontal del lado opuesto de este altar, a base de azulejos planos con motivos florales, en cuyo centro se halla una gran cartera con un escudo cardenalicio.
Uno de los más remotos vestigios sepulcrales se encuentra en el muro de la nave del Evangelio, junto a la verja de la capilla de La Milagrosa, consistente en una lápida de caracteres monacales y cenefa gótica, que dice:
AQI JAZ LOURENÇO MORIS CLERICO SERVUS D DIOS NATURAL DE ESENABRIA E FINO EL POSTREMERO DIA DE N OVEMBRO E DE MCCC VI ANNOS REQISCAT I PACE
El único resto romano de que se tenga constancia dentro de la población, se halla, precisamente, a la entrada de este templo. Se trata de un capitel compuesto, de mármol blanco, ahuecado para servir de pila de agua bendita. El templo discreto del trépano lo sitúa cronológicamente entre los siglos II y III. Y, aunque se ignora su procedencia, es curioso el caso de que en el lugar extramuro conocido por la Piedra Corcovada se han encontrado restos de un despoblado romano, consistentes en tegulae, imbrices, ladrillos y fragmentos de vasijas.
Orfrería.-Ostensorio de plata dorada y cincelada (0,60). Está formado por una base lobulada decorada con relieves de bustos de guerreros que soportan un templete de dos cuerpos, con columnillas de fuste estriado el primero y una estructura arquitectónica con relieves el segundo. Puede ser fechable en el último tercio del siglo XVI.
Ostensorio de plata repujada y dorada (0,50), de estilo imperio, fechable hacia 1800.
Cruz parroquial de plata cincelada y dorada (0,83). Nudo de forma arquitectónica decorado con figuras de los evangelistas y en la cruz relieves de la Asunción de la Virgen, San Pedro, San Pablo, Santa Catalina, San Lorenzo, Santiago y María Magdalena. Es fechable hacia 1600.
Copón de plata dorada (0,31), con decoración de gallones y punteado en la copa de temas vegetales, del primer cuarto de siglo XVII.
Copón de plata dorada (0,26) con gallones y astil torneado. Lleva el punzón de la ciudad de México y data del siglo XVII.
Hostiario de plata (0,24). Tiene forma de caja circular cubierta por tapa cónica de gallones. Se decora con una inscripción en caracteres góticos que dice "Pange Lingua" y una banda calada gótica en la base. Es fechable en el segundo cuarto del siglo XVI.
Cáliz de plata cincelada y dorada (0,24) con decoración manierista de cintas planas, carteras y querubes, del último cuarto del siglo XVI.
Cáliz de plata lisa (0,23), fechable en la primera mitad del siglo XVII.
Cáliz de plata repujada y dorada (0,26) con decoración de fines del rococó, de hacia 1800, con los punzones Luque/ Martínez y la marca de Córdoba.
Portapaz de metal dorado (0,15) con un relieve de la Resurrección. Fechable hacia 1600. Dos navetas de plata repujada (0,17 x 0,15) con decoración de estilo imperio de principios del siglo XIX, con la marca de Sevilla y el punzón de Flores.
Naveta de plata repujada (0,17x 0,13) con decoración de fines del rococó, fechable en los últimos años del siglo XVIII.
Vaso de óleos de plata grabada (0, 13), con decoración de cintas planas y carteras, fechable a finales del siglo XVI.
Crismeras de plata lisa, de principios del siglo XVII.
Lámpara de plata repujada de estilo imperio, de principios del siglo XIX.
Incensario de plata repujada (0,15) de estilo imperio, de hacia 1800.
Dos ciriales de plata (1,78) de principios del siglo XIX.
Esta iglesia de Santa María la Mayor o de la Asunción es Filial Perpetua de la Basílica Patriarcal Liberiana de Roma.
Salgamos de nuevo al deslumbramiento de la Plaza Mayor. Una vía pública separa Santa María del edificio del Ayuntamiento, el cual se alza sobre lo que fue, sucesivamente, alcázar musulmán y palacio de la Orden de Santiago. A su espalda, encontramos el Paseo del Palacio, pulmón, vergel y acuarela viviente con que el pueblo se solaza y atrae y embelesa a su numerosa colonia veraniega. En la calle que, en descenso, lo franquea por la izquierda se halla el edificio, moderno y amplio, de la Biblioteca Pública Municipal. Los árboles gigantes urden un entramado verde oscuro y una turba de invisibles aves pone la nota melódica a lo largo del espacioso recinto. Se compone de un paseo central a cielo abierto, con parterres dispuestos longitudinalmente y fuente decorativa en el centro, y otros dos laterales -separados por bancos, rosales y adelfas - umbrosos por la fronda. Al final, la conjunción del cedro hace más íntimo y amable el recorrido. La Sierra del Agua, como telón de fondo. Nosotros lo hemos visto así:
Aquí en la gloria, es decir,
en el Paseo del Palacio,
donde el tiempo y el espacio
olvidan su discurrir,
sacar quiero a relucir,
con permiso de la cal,
que no hay belleza rival
de este viejo paraíso
que porque Dios pudo y quiso
lo puso en Guadalcanal.
Del Palacio, si gustan, podemos dirigirnos a la calleja de la Caridad, que toma tal denominación del hospital que aquí existió. Ya -enseguida- en la calle Luenga, avistamos al final el lugar de la desaparecida Puerta de los Molinos, que estuvo practicada en el sistema murado y por la que arrancaba el camino que se dirigía a Cazalla de la Sierra, pasando cerca de los molinos existentes en el arroyo de este nombre.
Por la calleja de Santa María -escalones abajo-- desembocamos en la Puerta del Jurado, cuyo nombre se conserva en el pueblo no tanto por el acceso fortificado, cuanto por el mesón que, llamado por su enclave del Jurado, hubo en este lugar. Por aquí se salía al Convento de San Francisco de la Piedad, que dio al traste la desamortización de Mendizábal y que hoy es el cementerio de Guadalcanal. Digamos, de rechazo, que aquel cenobio fue mandado erigir por don Enrique Enríquez, comendador mayor de la Provincia de León de la Orden de Santiago y tío materno de Don Fernando el Católico. Y otra curiosidad: éste fue nieto del maestre don Fadrique Enríquez y una judía de Guadalcanal que apodaban "La Paloma".
Pueblo arriba, salvo los Mesones, los Cantillos y poco más, el pueblo es una pura cuesta. Situándonos en los primeros, cualquier perpendicular es válida para iniciar el ascenso. Hagámoslo por la calle de López de Ayala. Pronto, llegamos a la Casa rectoral, antiguo palacio de los marqueses de San Antonio, que lo legaron, "para perpetua memoria", a la parroquia de Santa Maria. En ella se pueden admirar un patio con columnas y arcadas, de dos plantas, y el artesonado del techo del vestíbulo, que se cubre con azulejos de cuenca de dos por tabla del siglo XVI. Y enfrente, el Hospital de los Milagros, en que estuvo instituida la llamada Escuela de Cristo, con portada compuesta por vano de arco carpanel con arquivoltas decoradas y una hornacina sobre el alfiz que la en, marca.
En el número 10 de esta calle nació Adelardo López de Ayala, cuyas armas lucen en la parte superior de la fachada. Sus descendientes poseen una de las más importantes colecciones artísticas que particularmente existian en Guadalcanal y actualmente han desaparecido y la casa amenaza ruina, que consiste en:
Díptico de esmaltes. En una de las hojas se representa a David y Goliat (firmado I.R., 1545) y en la otra a Sansón derribando el templo (Año de 15 ... ). Miden 0,41 x 0,61.
Ecce Homo. Pintura en tabla, española, del siglo XVII. Mide 0,18 x 0,13.
Virgen con el Niño. Pintura en tabla del siglo XVI. Mide 0,65 x 0,50. Escena mitólogica.
Pintura en tabla, del siglo XVII. Mide 0,39 x 0,65.
Crucificado. Interesantísima imagen de marfil, de principios del siglo XVII. Mide 0,38.
Santa Ana, maestra de la Virgen. Esculturas de marfil del siglo XVIII. Miden 0,15.
Santa María Magdalena. Escultura de marfil, muy interesante y fina de ejecución. Mide 0,14.
Niño Jesús. Escultura de marfil del siglo XVII. Mide 0,46. Dos albarelos decorados en blanco y azul, de hacia 1700.
Gran jarrón de porcelana de estilo isabelino.
Seguimos calle arriba, esta calle de López de Ayala, en el pequeño altozano que se produce al confluir esta vía con la de Granillos, dejamos la Puerta de LLerena, de donde partía el camino que llevaba a aquella localidad extremeña. Y todavía más alto, se recorta en el cielo la airosa espadaña del Convento del Espíritu Santo, vigía de vuelos superlativos y reclamo del visitante ávido de historia y de arte. Prosigamos nuestra marcha enpinada hasta alcanzar las calles últimas del pueblo.
Este convento de religiosas fue fundado por un hijo de la localidad afincado en América, para cuya erección destinó de su hacienda la cantidad de 80.000 pesos de plata. Tomó esta advocación el nuevo cenobio, precisamente, por levantarse junto al hospital que, con este nombre, fundara el presbítero don Benito Garzón en 1511. La capilla que aneja a este convento se labró, aunque ha sufrido algunas reformas, aún conserva huellas del tiempo de su edificación, especialmente en el altar mayor, en cuyo banco se halla el retrato del patrono y la leyenda “ESTE CONVENTO FUNDO Y DOTO ALONSO GONZÁLEZ DE LA PAVA, A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE SU BENDITA MADRE... DE NOVIEMBRE, SIENDO MAYORDOMO JUAN GONZÁLEZ DE LA PAVA”. Año de 1635. El edificio está construido en mampuesto y ladrillo revocado. Posee planta de cruz latina, cubriéndose la nave y el presbiterio de bóveda de cañón con lunetos y fajones y media naranja en el crucero. La portada situada a los pies es de vano adintelado entre pilastras y entablamento con frontón recto. El retablo se decora con pinturas de Pentecostés, la imposición de la casulla a San Ildefonso, Santa Catalina, la Coronación de Nuestra Señora, la Natividad del Señor y la Natividad de la Virgen. Del tiempo fundacional prevalece, también, un patio de ordenación toscana en el interior de lo que fue convento de las comendadoras del Espíritu Santo, hoy (desde l903) de las Hermanas Misioneras de la Doctrina Cristiana.
Y, ya puestos a ascender, salgamos hacia el extrarradio por el camino que antaño -y hogaño- llevaba a la capital de este distrito santiaguista, esto es, Llerena. Porque, a pocos pasos, encontramos lo que otrora fue escenario de devotos festejos y entrañables tradiciones. Se trata del Humilladero del Cristo de la Salud, así llamado por el que existe aledaño a la ermita. Los viajeros que -Berrocal Grande adelante- por este camino transitaban, solían detenerse en este santuario para implorar suerte en el viaje o dar gracias los que regresaban. Se ha perdido la velada que anualmente se celebraba en la parte delantera de la ermita. Algo parecido se hace hoy en la Plaza Mayor en recuerdo de aquella otra Velada del Cristo, con que todavía se conoce en Guadalcanal. Así la ermita como el humilladero anejo son construcciones del siglo XVIII, si bien algún edificio debió existir con anterioridad en este lugar -más antiguamente conocido por la Cruz del Abad Santo-, en donde ya en el siglo XV se había erigido un establecimiento piadoso. Poco más allá, se halla el templete del humilladero, con una fuente y un azulejo en la pared frontal, fechado en 1770, representando un calvario, orlado de florones y grecas, con algunos versos. En la parte superior del Crucifijo se lee: “HVMILLAVIT SEMETIPSVM VSQVE AD MORTEM ADP¨L”. Debajo, una cartera nos informa que el Cardenal Solís, arzobispo de Sevilla, concede cien días de indulgencias a quien rezare un credo delante de este Cristo.
A ambos lados del calvario hay estas décimas que vemos -en tejaroz- en la portada lateral del Evangelio.:
DESDE ESSE SACRO MADERO
AGVAS VIVAS DISPENSAIS
JESVS 1 CON ELLAS DAIS
FORTALEZA AL PASAJERO
EN AQVESTE HVMILLADERO
SOL RESPLANDECEIS HERMOSOQVITANDO DVEÑO PIADOSO
DE LAS TINIEBLAS EL VELO
DIRIGIENDO HACIA EL CIELO
DEL CANSANCIO LO PENOSO.
DVLCE IMAN QVE A LOS SENTIDOS
ATRAES CON DVLCE CALMA
DEXANDO SVSPENSA EL ALMA
DE LA FEE POR LOS OIDOS
A TVS PIES COMO AFLIGIDOS
TVS PIEDADES INVOCAMOS
NVESTRAS DESDICHAS LLORAMOS
I EN MISTERIOSA PISCINA
CON TV FVENTE CRISTALINA
OI NVESTRAS MANOS LAVAMOS.
Y a los pies, esta quintilla,
JVNTO A VNA FVENTE HVMILLADO
MI AMOR A BEBER CONVIDA
I EN VNA CRVZ EXALTADO
DOI AGVA DE Aff COSTADO
QVE SALTA A LA ETERNA VIDA.
La capilla de la Virgen del Carmen, en el lado de la Epístola, data de comienzos del XVII. En su retablo contemplamos unas pinturas que representan la Huida a Egipto, la imposición de la casulla a San lldefonso y San Miguel Arcángel, y en el arco de entrada a dicha capilla, sendas pinturas barrocas de San Pedro y San Pablo. Son también de esta época los retablos de la nave del Evangelio, en que se hallan, respectivamente, San Ignacio de Loyola, el Niño Jesús de Praga y el Padre Eterno. Aquí vemos las lápidas sepulcrales de don Cayetano de Tena e Hidalgo y de su esposa doña Josefa de Vargas y Federigui, la de don Ignacio Sánchez Martínez y la de estilo gótico, magnífica, que dice:
“ESTA SEPOL / TURA ES DE / ANTON MARTIN / DE PALENCIA Y DE / SU MUGER FRAN / CISCA MARTIN”.
Desde la explanada delantera de Santa Ana, contemplamos la danza dilatada y caprichosa de calles que bajan, o de repente suben, o a veces se retuercen. Desde aquí, los tejados pajariles coronados de veletas caudales, las palmeras salpicadas probando esbelteces por los tapiales blanqueados, la mole verdosa -como una mancha oceánica- allá donde El Palacio, el clamor de las torres y espadañas por los cielos... Y la sierra -siempre la sierra- enviando el agua ideal con este río de creación extingue cualquier sed.
Continuemos el itinerario. Podemos hacerlo por la rampa lateral que, bordeando dicha explanada, conduce a la calle de la Mina, hundida y larga, como una galería abierta. Humilde es -ahora- la collación de Santa Ana, pero pulcra y blanca, con la gracia andaluza del geráneo, la gitanilla o la dama de noche fluyendo por patios y brocales. De pronto, una calle escalonada con un peldaño para cada portal. Pero vayamos, en dirección contraria, hacia la calle del Costalero que llaman, para -cruzándola- proseguir la bajada por la de Ortega Valencia, podemos seguir recorriendo calles e impregnándonos de cultura pero así terminamos un recorreido que nos intruduce en el pasado y en el presente de Guadalcanal, edificios catálogados y calles con casas blancas que guardan una perfecta armónia con el contorno. 

María Isabel Gómez Gordón

lunes, 5 de agosto de 2019

Nuestro entorno 26

La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes

Quinta  Parte
3.1.2_Percepciones y representaciones actuales (Continiación)
 Dos temas clave fracturan de forma importante las valoraciones obtenidas en el proceso de participación. Por un lado, el papel del Parque Natural en los procesos de cambio de los paisajes serranos, que para unos ha sido positivo, pero para otros se ha orientado de forma contraria a sus aspiraciones. Por otro, el papel de la actividad turística, que para unos es garantía de una dinamización económica necesaria para la supervivencia de los paisajes serranos, pero para otros constituye una amenaza para los lugares más emblemáticos, sin una correspondencia clara con el desarrollo socioeconómico de la población autóctona. La percepción de algunas personas es que la política restrictiva asociada a la protección del territorio como parque natural ha empeorado la calidad de los paisajes serranos, uniformizando y dañando los paisajes arbolados. Ha sido frecuente también la referencia a la mala gestión ganadera y a la pérdida de diversidad de cultivos. Se ha mencionado el retroceso del castañar, la práctica desaparición de las huertas en los ruedos urbanos y del paisaje de viñedos sustituido mayoritariamente por un olivar de baja producción.
En cuanto a las riberas y la presencia de cursos de agua se señaló la desaparición de los sistemas asociados a los huertos periurbanos, también de fuentes que servían de abastecimiento para la población y el ganado. Esta pérdida se identifica a su vez como causa de deterioro general de las áreas cercanas a los núcleos, ya que la presencia de agua garantizaba más vegetación y una temperatura más agradable durante el verano.
Por otro lado, se mencionaba la construcción de los embalses como un elemento positivo de transformación y de cualificación de los entornos afectados. Respecto a los caminos hay dos procesos valorados negativamente por la mayoría de los participantes: la desaparición de los vallados de piedra tradicionales se señala como una pérdida identitaria y estética que ha sucumbido a las razones puramente económicas; y la progresiva privatización de los caminos públicos, mediante la proliferación de cierres y vallas, que impide el acceso real a los paisajes.
En el interior de los pueblos, se reconoce una mejora en la calidad de los espacios públicos, aunque se destaca la pérdida de carácter de la arquitectura urbana tradicional. En este sentido se ha mencionado la pérdida de detalles constructivos autóctonos (arcos de medio punto rebajados en los vanos, detalles en las puertas y ventanas, teja árabe, encalados, chaflanes en los cruces de calles, utilización del color “rojo carruaje”, dinteles pintados…) y de elementos propios (cobertizos, cortinares), la proliferación de elementos ajenos, la extensión de la construcción tipo adosado y la estandarización de elementos del mobiliario urbano.
“Por estos campos grises,
por estas duras sierras,
talladas por el viento,
la lluvia y el arado
pasaron los pastores,
los siglos y las guerras,
sembrando sus vestigios
de olvido y de pasado.
Va desgranado piedras
con puños torrenciales,
no abrieron en su lomo,
jamás, una vereda
y sin embargo cría cardos y matorrales,
difíciles juncales y mísera arboleda”.
ANTONIO PARRÓN CAMACHO.
Poemas inéditos. 2005.

“En estos montes, cubiertos desde el comienzo de los tiempos de enormes masas de matorral formado por espesos jarales de troncos retorcidos y entrelazados, por viejas matas de romero, por lentiscos siempre verdes, entre los que crecen apretados los alcornoques y las encinas, tejió la naturaleza un recio entramado, bajo el cual encontraron eficaz refugio osos, venados, ciervos y jabalíes”.
José María Osuna
Cuando se cazaban Osos a unas leguas de Sevilla 1965

3.2_ Establecimiento del carácter paisajístico
El paisaje de la Sierra Norte de Sevilla presenta una marcada impronta serrana y natural que emana de una tradicional y respetuosa convivencia entre el medio y las actividades humanas. La particular base física de este territorio, la componente vegetal de los suelos y los modelos tradicionales de ocupación y aprovechamiento antrópico del medio natural, de profundo arraigo histórico, son los principales rasgos identitarios del paisaje del área.
Desde el punto de vista del relieve, la extensión y continuidad que presentan los suaves relieves de la Sierra Nortea sevillana confieren al área todos los atributos y significados que identifican a la montaña media mediterránea. Una montaña que, como corresponde a su condición de macizo antiguo largamente erosionado, se resuelve desde un punto de vista fisiográfico en una sucesión de lomas, colinas y sierras de formas suaves que se alinean siguiendo las direcciones predominantes de los plegamientos que dieron origen en su momento al macizo hercínico. La trascendencia de la Sierra Norte como espacio montuoso se deriva, por un lado, de su franca separación respecto a las tierras bajas y formas horizontales de la depresión del Guadalquivir y, por otra parte, por la extensión y continuidad que adquiere el macizo como flanco septentrional a lo largo de todo el valle.
Los suelos resultantes son poco evolucionados, de naturaleza ácida y escasa fertilidad, por lo que su vocación es claramente forestal. Los bosques potenciales son encinares y alcornocales, con la aparición de bosquetes de quejigos y robles en microhábitats particularmente húmedos, incluso castañares cultivados, además de formaciones de ribera que ocupan las orillas y suelos más humectados en torno a los ríos. Esta diversidad vegetal no sólo contribuye a la diversificación paisajística, sino que, unida a otros valores naturales del área (fauna, riqueza geológica), ha favorecido la catalogación como Parque Natural y Reserva de la Biosfera de buena parte de la Sierra Norte de Sevilla.
Por lo que respecta a la percepción de estos espacios serranos como un área de marcada naturalidad y continuidad histórica, cabe señalar que dicha apreciación se encuentra profundamente relacionada con las pautas tradicionales de ocupación y aprovechamiento de un territorio con notables condicionantes litológicos, orográficos y edafológicos. La capacidad que han tenido históricamente los habitantes serranos para adecuarse a los citados condicionantes, haciendo uso de los recursos del medio sin llevarlo al límite de sus potencialidades reales, se encuentra en la base de muchos de los valores que actualmente tiene atribuidos esta área como paisaje singular y de calidad. La máxima expresión de este aprovechamiento tradicional del bosque mediterráneo en el área es la dehesa, que constituye uno de los elementos más identitarios de la Sierra Norte y la máxima expresión de sus valores.
Fruto de esta convivencia del hombre con el medio, se encuentran también algunos espacios cultivados que corresponden a afloramientos calizos de mayor aptitud agronómica o a los entornos urbanos, donde prevalecen los cultivos de olivar y cereal en secano. Estas teselas agrarias, que en muchos casos acogen también prácticas ganaderas extensivas, determinan cierta heterogeneidad en los biotopos vegetales y en los espacios adehesados.
El poblamiento de la Sierra Norte se compone de un hábitat mayoritariamente concentrado de pequeños núcleos rurales que se emplazan en espacios con una topografía amable o poco montuosa o bien aprovechando los pasillos naturales que se establecen entre las alineaciones montañosas principales. Estas localidades no han sido sustancialmente transformadas desde el punto de vista urbanístico, manteniendo además determinados rasgos de la vida rural tradicional. Junto a los pueblos del área se mantiene un importante hábitat diseminado tradicional que se relaciona con las prácticas agro-silvo-pastoriles del monte y, especialmente, de la dehesa.
Entre las percepciones del área, destacan también las relacionadas con otros sistemas de explotación pasados como la minería, cuyas evidencias contribuyen a la cualificación y singularización del paisaje de la Sierra Norte. Otro elemento que posee importantes implicaciones territoriales, ambientales y escenográficas, son las láminas de agua de los diferentes embalses que se localizan en el área.
Finalmente, el reconocimiento institucional de estos espacios serranos a través de distintas figuras de protección ha contribuido a reforzar esta imagen de calidad ambiental y de integridad histórica, al tiempo que ha favorecido el desarrollo de numerosas posibilidades en relación con diversos tipos de turismo (activo, turismo cultural, etnológico…).
3.3_Valores y recursos paisajísticos
Valores escénicos, estéticos y sensoriales
• Diversidad de este paisaje serrano: colores, olores, texturas, diferentes perspectivas.
• Se destacan como valores la tranquilidad, la belleza, la armonía entre lo natural y lo humanizado.
• La lámina de agua de pantanos, embalses, ríos como lugares que destacan por su belleza.
• Abundancia de lugares y miradores que permiten amplias panorámicas del paisaje del área.
• La imagen externa de los cascos históricos tradicionales de algunos núcleos.
• Valor escénico y estético de los paisajes de dominante natural y también rural como dehesas y huertas.
Valores naturales y ecológicos
• Bosque galería de la ribera del Huéznar; así como las riberas y cabeceras de otros ríos.
• Características geológicas del paisaje kárstico del Cerro del Hierro.
• Robles melojos del Cerro del Hierro.
Valores productivos y utilitarios
• A pesar de ser un espacio protegido, se destaca que es un espacio productivo: dehesas, aprovechamientos forestales...
• Fincas representativas del paisaje tradicional de la dehesa (La Travesía, UPAPalmilla,
La Atalaya, la Jarosa, Navalvillar, Monte San Antonio, La Armada,…).
• Abundancia de huertas, olivares y viñedos, valorados positivamente.
• Espacio de gran riqueza cinegética, valorado así históricamente.
Valores históricos y patrimoniales
• Vestigios del cultivo de vid en la sierra y elementos patrimoniales asociados al mismo.
• Huellas de la explotación minera de la Sierra. Poblado e instalaciones abandonadas del Cerro del Hierro.
• Patrimonio arquitectónico del paisaje de la ribera del Huéznar: molinos, batanes, martinetes, fábricas de electricidad.
Valores simbólicos e identitarios
• El paisaje de la dehesa se reconoce como el que mejor refleja la identidad del área.
• Los muros de piedra seca, muy en relación con las dehesas, como linde característica de este tipo de explotación.
• Destacan, en relación con la construcción tradicional, detalles constructivos autóctonos (arcos de medio punto rebajados en los vanos, detalles en las puertas y ventanas, teja árabe, proporciones constructivas, encalados, chaflanes en los cruces de calles, utilización del color “rojo carruaje”, dinteles pintados…).
• Pozos de nieve.
• Huertas tradicionales y viñedos de los ruedos de las poblaciones.
• Los castaños de Constantina.
Valores de acceso y uso social
• Vía Verde de la Ribera del Huéznar.
• Presencia de numerosos caminos tradicionales y vías pecuarias, utilizados por las personas de vinculación más directa con el área.
• Paisaje como recurso turístico y principal reclamo de este sector en el área.
Valores religiosos y espirituales
• Presencia de ermitas que gozan de un alto reconocimiento social.
Lugares, hitos y recursos
En la percepción de los que conocen el área en el contexto de visitas turísticas más o menos frecuentes son habituales las menciones a núcleos de población (Cazalla, El Pedroso, Guadalcanal, Alanís, San Nicolás del Puerto…) y a lugares menos localizados asociados a movilidad turística (paseo por las carreteras comarcales, sendero de Almadén-El Real de la Jara, cualquier ermita, los castañares, dehesas…). Asimismo es muy mayoritario el reconocimiento de tres espacios emblemáticos:
• La ribera del Huéznar. Se hace referencia especialmente al bosque galería y su accesibilidad. También se nombra el puente sobre el río en San Nicolás del Puerto y hay menciones a la Vía Verde de la Sierra.
• El Cerro del Hierro. Caracterizado por su espectacularidad y singularidad.
• Los alrededores de Cazalla de la Sierra.
Entre las personas residentes o con mayor vinculación se hace referencia a otros muchos lugares:
• El entorno de los barrancos del Viar. Un lugar que generalmente se caracteriza como desconocido, peligroso, pero con espectaculares valores paisajísticos.
• Riberas de otros ríos, no sólo el Huéznar o el Viar: Benalija, Cala o Guadalbacar. También se mencionó la cabecera del Ciudadela.
• Se mencionan también numerosas fincas como representativas del paisaje de la dehesa.
• Otros lugares mencionados se destacan por la belleza y singularidad (el pantano en La Puebla de los Infantes y de Cala, la Cartuja de Cazalla, La Yedra en Constantina -a pesar del deterioro y el abandono-), por su carácter de hito para una visión panorámica del paisaje (el cerro de La Capitana, Cerro Negrillo, castillo de Alanís, la zona de las Colonias de El Pedroso, el Mirador de Azulaque, el Balcón de la Dehesa de Upa) o por su componente.


Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla

lunes, 29 de julio de 2019

Guadalcanal Siglo XVII (2)

En tiempos del Comendador Conde de Rivera

Segunda parte.- 
El desarrollo de cada uno de los tres pleitos fue paralelo, aunque se trataba de la misma cuestión y circunstancia. En primer lugar, cada párroco solicitó del rey, a través de su Consejo de las Órdenes, un incremento en su beneficio curado, para vivir con la decencia y desahogo que correspondía a su sacro ministerio. Como respuesta, desde dicho Consejo se despachó una Real Provisión, dando cuenta de la demanda y nombrando un juez instructor competente que, al tratarse las cuestiones decimales como un asunto perteneciente a la jurisdicción eclesiástica, su nombramiento recayó en don Francisco Caballero de Yedros, vicario del convento y vicaría de Santa María de Tudía (y Reina).
Don Francisco citó a cada uno de los párrocos, recogió sus peticiones y argumentos, así como las declaraciones de los testigos presentados, declaraciones que son las que realmente nos interesan en esta ocasión. Igualmente citó al colector de cada una de las parroquias, es decir, al clérigo encargado de cobrar las tasas y aranceles por todos los actos litúrgicos celebrados en la misma, así como de su reparto entre la comunidad de clérigos asociados, destacando especialmente la parte proporcional que le correspondía a cada uno de los párrocos demandantes.
Recabada estas testificaciones, el juez instructor citó a los comendadores (al Guadalcanal y al de los bastimentos de la provincia santiaguista de León en Extremadura) y, en su habitual ausencia, a sus administradores para requerirles los libros de contabilidad de cada una de ellas y determinar así sus beneficios. Para mayor seguridad, también cito y tomó declaración al administrador del convento de San Marcos de León en Llerena, quien, por su oficio y responsabilidad (le correspondía la décima parte de los diezmos), debía conocer las cuentas de las citadas encomiendas. Igualmente citó al administrador del Hospital de la Sangre en Guadalcanal, tomando razón de sus beneficios en dicha villa.  
Las testificaciones y probanza comenzaron el 18 de julio de 1643, requiriendo don Francisco Caballero de Yedros la presencia del párroco de Santa Ana, el licenciado Alonso de Morales Molina. Después de escucharle, éste presentó a varios testigos para argumentar y justificar la petición de aumento de salario en su beneficio curado.
El primero de ellos fue el presbítero Francisco Rodrigo Hidalgo, vecino te Guadalcanal, clérigo asociado a la comunidad eclesiástica de Santa Ana y colector de la misma. Tras jurar decir la verdad, manifestó conocer al párroco de Santa Ana, añadiendo que el beneficio curado del mismo, como era público y notorio, ascendía a 1.172 reales al año (676 que pagaba la encomienda, 272 el hospital y 104 reales de los bastimentos), cantidad que estimaba insuficiente para su digna manutención, dada la calidad de su oficio. Añadía que recibía otros ingresos de ayuda de costas por bautismos, velaciones, casamientos, entierros, memoria de misas, etc., que en total ascendían, unos años con otros, a 700 reales, pues el resto de lo recolectado por la parroquia pertenecía a la comunidad eclesiástica asociada misma. De todo ello, manifestaba tener constancia cierta por ser su colector y haber revisado los libros sacramentales y de contabilidad. Justificaba lo exiguo de la ayuda de costas (700 reales, a los que habría que sumarle los 1.172 reales del beneficio curado, una fortuna para aquella época, con un jornal de 2 reales diarios) explicando que en los últimos años había descendido considerablemente la vecindad de Guadalcanal, en particular la de la colación o distrito parroquial de Santa Ana, añadiendo que los vecinos que quedaban eran tan pobres que apenas podían pagar los aranceles establecidos por recibir los distintos sacramentos. Por ello, continúa testificando, debería incrementarse el beneficio curado de la parroquia en unos 2.000 reales más, señalando a los perceptores de los diezmos locales para dicho incremento. En este sentido, manifestaba que el conde de Rivera cobraba anualmente de diezmo en Guadalcanal unos 30.000 reales, “poco más o menos”, que el hospital arrendaba sus derechos en 20.000 reales y que el duque de la Fernandina, por sus derechos de primicias en la encomienda de bastimento, cobraba de arrendamiento unos 2.000 reales, de lo que tenía referencia por haber sido testigo del trato de estas instituciones con sus arrendadores.
Presentó el párroco un segundo testigo, que decía llamarse Gonzalo de la Fuente Remuzgo, también presbítero. Se ratificó en lo declarado anteriormente, insistiendo en el despoblamiento de la villa y en la crítica situación que quedaban los que aún moraban en ella. Textualmente:
…que por la esterilidad de los tiempos faltan de la parroquia muchos vecinos, por haberse despoblado muchas calles, como son la calle del Castillo, la mayor parte de la calle de Juan Pérez y la del Altozano; y los demás de la dicha parroquia tienen sus casas caydas, que no se habitan (…) y sabe asimismo que los demás vecinos que han quedado en la dicha parroquia son muy pobres, excepto seis u ocho casas de labradores que tienen algo con que pasar…
 Pedro Díaz de Ortega, vecino y regidor perpetuo de la villa, fue el tercero de los testigos presentado por el párroco de Santa Ana. Como los anteriores, dijo conocerlo, ratificando los testimonios ya descritos e insistiendo en el despoblamiento que la villa había experimentado durante los últimos años. A este respecto manifestaba:                         
…que de la dicha parroquia han faltado muchos vecinos en el tiempo del testigo, por faltar muchas calles, como son la calle de Gutiérrez, la de la Atalaya con sus revueltas, la del Castillo con la revuelta al Barrial Chico y la de las Erilla con vuelta a la Fuente de la Cardadora, conociendo el testigo todas las calles y vueltas llena de vecindad, sin faltar casa alguna y oy son cortinales; y también conoció la calle de Llerena, con toda su vecindad, y que oy es cortinal sus casas; y faltan las casas de la mitad de la calle de Juan Pérez. Y sabe que los vecinos que han quedado en la dicha Parroquia son pocos y muy pobres y necesitados…
El cuarto de los testigos decía llamarse Francisco Yanes Camacho, que también se ratificó en lo ya descrito. Respecto a la situación del vecindario de la parroquia, que es el que más nos ocupa, decía:
…que en la dicha parroquia, desde que el testigo se acuerda, faltan más de ciento cincuenta casas y vecinos, porque falta la calle de Gutiérrez y toda la calle del Castillo, que era muy grande y de muchos vecinos no tiene más que seis o siete; las calles de la Erillas, Altas y Bajas, todas ellas; en la calle de la Cestería no han quedado más que dos casas;  a la Puerta de Llerena, que era una gran calle, no han quedado vecinos; en el Altozano hay solo dos; en la calle de las Gregorias no ay casa alguna; y en las demás calles que hoy tienen vecinos, que son pocas, faltan muchas gente;  los vecinos que han quedado son muy pobres y pasan necesidad; y sábelo por ser capellán de dicha Parroquia, adonde nació y se crió toda su vida…
Escuchado al párroco de Santa Ana y sus testigos, el vicario y juez instructor llamó a Francisco Rodríguez de Santiago, en calidad de administrador de la encomienda de los bastimentos, quien manifestó que los beneficios de la encomienda por las primicias de cereales ascendía a unos doscientos ducados, unos años con otros (2.200 reales) y que últimamente cobraba algo menos porque los labradores “se van apocado”. Y, respecto del vino, unos doscientos reales, aunque en la última cosecha llegó a 600.
        Citó el vicario a don Rodrigo de Ayala y Sotomayor, (del hábito de Santiago, administrador de la encomienda en nombre del conde de Rivera, ausente en Italia, prestando servicio a S. M), preguntándole por los beneficios de la encomienda. Don Rodrigo dijo que no podía responderle, pues en esos momentos ya no era administrador de la encomienda, a la que había renunciado también por prestar servicio a S. M., concretamente como Sargento Mayor y gobernador del tercio viejo en Extremadura. Por ello remitía a quien lo sustituyó, es decir, a Cristóbal Carranco (vecino de Guadalcanal, descendiente directo del conquistador Ortega Valencia, que fue el que restauró el culto y devoción a la Virgen de Guaditoca), quien tenía a su cargo todos los papeles de la encomienda.
También solicitó el vicario la presencia del administrador  del Hospital, quien demostró que las rentas obtenidas en los últimos tres años daban de medios unos 15.000 reales.
Requirió nuevamente el vicario la presencia del párroco de Santa Ana, y la del presbítero Francisco Yañes Camacho, colector de dicha parroquia, para que dieran cuentas con detalles de la colecturía, como así lo hicieron presentando los libros de contabilidad correspondiente a los últimos seis años, por los que demostraban el considerable descenso del número de sacramentos administrados, debido al descenso de vecindad citado.
Por último, para cotejar la información obtenida, estimó oportuno el vicario requerir datos indirectos sobre los beneficios decimales, requiriendo declaraciones de los escribanos de la villa, así como de don Francisco de la Mancha, administrador en Llerena y su partido del real convento de San Marcos, quien presentó seis libros de tazmías correspondiente a los diezmos de Guadalcanal en los seis últimos años.
 En parecidos términos, y siguiendo el mismo procedimiento, se instruyeron los procedimientos relativos a las otras dos parroquias, que nos ahorramos para evitar repeticiones.

Manuel Maldonado Fernández
Revista de Feria, Guadalcanal, 2015

lunes, 22 de julio de 2019

Nuestro entorno 25


 La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes


Cuarta  Parte 
2.3. Dinámicas y procesos recientes (continuación)
 La historia del final del siglo XX y, en especial, de principios del XXI está jalonada de reconocimientos que refuerzan el papel de espacio ambientalmente valioso del área de la Sierra Norte. En virtud de la citada ley 2/89, se han declarado los monumentos naturales de La Cascada del Huesna (2001) y el Cerro del Hierro (2003), que reforzaron su identificación como paisajes emblemáticos. En 2002 se declara la Reserva de la Biosfera Dehesas de Sierra Morena, que incluye, junto con otros sectores de Sierra Morena, la propia Sierra Norte, y finalmente, en 2011, se incorpora el Parque Natural a la Red Europea de Geoparques. Otro aspecto destacable de este territorio es que ha sido muy beneficiado por las ayudas públicas, en especial las provenientes de los programas de desarrollo regional LEADER, pero también por ayudas complementarias dentro de la Política Agraria Comunitaria, como las que afectan al olivar, las primas ganaderas o las derivadas de la línea de sustitución de superficies agrarias marginales por bosques y masas forestales. Todo ello ha contribuido a frenar la pérdida de población, que en los últimos años se ha estabilizado, incentivando actividades vinculadas al sector servicios o garantizando la viabilidad de las explotaciones en el sector primario.
En cuanto a los paisajes urbanos, la dinámica regresiva de la población, el relativo aislamiento y la propia presencia del Parque Natural han influido en que el área no haya experimentado con la misma intensidad que otras en la provincia el crecimiento de la urbanización. La mayoría de los núcleos conservan la traza de sus cascos históricos, de configuración compacta, con viviendas unifamiliares entre medianeras, callejero estrecho y adaptado a la topografía. En el interior se observa un proceso de restauración y revalorización significativo, especialmente de edificios singulares o catalogados, pero también de espacios públicos y caserío, aunque con algunas mejoras pendientes. Los escasos crecimientos se han producido siguiendo las vías de comunicación (Constantina) o el acceso al ferrocarril (El Pedroso). En otros casos los crecimientos apenas tienen incidencia en la imagen histórica de los núcleos (La Navas de la Concepción, San Nicolás del Puerto…). En el área no se han construido vías de comunicación de nuevo trazado, pero sí se observa una mejora en los existentes, que ha aumentado la seguridad y, sobre todo, ha diversificado los accesos desde el área metropolitana, facilitando el conocimiento de otros sectores de la Sierra.
El pasado minero de la Sierra explica igualmente la existencia de un ferrocarril que une la capital de la provincia con Cazalla de la Sierra. Durante casi 30 km., los trenes comparten las mismas vías electrificadas de la línea entre Sevilla y Córdoba, pero a escasos metros de la estación de Los Rosales hay un desvío donde comienza una línea no electrificada que conecta Andalucía con Extremadura. A partir de aquí y hasta Guadalcanal se han efectuado tareas de renovación de vía dejándola en buenas condiciones. La línea pertenece al Corredor Ferroviario Ruta de la Plata que comunicaba Sevilla con Gijón y que en 1985 fue suprimido. El papel de espacio de ocio y recreación al que se aludía con anterioridad ha permitido que se mantenga este corredor ferroviario que facilita el acceso a algunas de las actuaciones de uso público más conocidas, como el sendero cicloturista de la Vía Verde de la Sierra Norte.
Por último, cabe una breve mención a la evolución de los paisajes mineros de la Sierra, que tuvieron mucha importancia durante el siglo XIX y primera mitad del XX. La mina del Cerro del Hierro cambia varias veces de titularidad en este periodo y se extraen hasta 1977 aproximadamente 4 millones de toneladas de mineral. En la actualidad no se lleva a cabo ningún trabajo de aprovechamiento y el lugar se ha convertido en monumento natural y en uno de los paisajes más icónicos del área. Pero de la actividad minera quedan paisajes relictos en otros sectores de la Sierra: la mina de San Luis (carretera El Real de la Jara - Cazalla de la Sierra), la mina de San Miguel (Almadén de la Plata), canteras antiguas en El Real de la Jara, o restos ruinosos de la industrialización asociada a las explotaciones de hierro en la fundición de El Pedroso.

3.1_Percepciones y representaciones paisajísticas
3.1.1_Evolución histórica de los valores y significados atribuidos al área
La Sierra Norte de Sevilla es una de las áreas donde la evolución de los valores y percepciones atribuidos históricamente a sus paisajes es más patente y legible, debido, por una parte, a la estabilidad del ámbito serrano y, por otra, a la vinculación de estos significados con los principales aprovechamientos de cada etapa histórica. En este sentido, la imagen predominante de la Sierra Norte desde la prehistoria hasta los momentos finales de la dominación romana es la de un territorio productivo de gran riqueza mineral y metalúrgica, enfocado principalmente a la explotación de estos yacimientos. Esta imagen era común al conjunto de Sierra Morena, sin distinguirse rasgos específicos que diferenciaran unos espacios de otros. Es a partir del período medieval cuando comienza a distinguirse dentro del ámbito serrano del Reino de Sevilla entre las tierras más occidentales, vinculadas a la Ruta de la Plata, y las orientales, integradas por los concejos de las villas principales de Cazalla y Constantina. A partir de este momento de inicios de la Edad Media, el paisaje de la Sierra Norte es percibido como un paraíso cinegético, destacándose la diversidad de montes en los que abundaba la caza mayor (osos, jabalíes, corzos,…). Esta imagen tendrá continuidad durante los siglos de la Edad Moderna, señalándose la pérdida progresiva de algunas de estas especies y, en consecuencia, la mayor dedicación a la caza menor. En este contexto se valoran especialmente las espesuras del monte bajo como principales cazaderos del área, destacando la presencia del jaral y el lentisco. Por otra parte, entre los siglos XVI y XVIII, adquieren un notable reconocimiento los paisajes serranos de dominante agraria, en concreto los relacionados con los viñedos y las instalaciones de transformación del vino, en un momento de importante expansión de este cultivo para su exportación a América, especialmente en el entorno de Cazalla. El declive de este comercio y la plaga de filoxera de principios del XIX redujeron este cultivo a espacios residuales; sin embargo, el carácter vitivinícola de este territorio se mantuvo, aunque en menor medida, ligado a la producción de aguardientes.
Desde finales del siglo XVIII y durante el XIX conviven dos tipos de percepciones sobre el paisaje de la Sierra Norte. Por una parte, una visión científica e ilustrada que reivindica la valoración de los paisajes naturales de la sierra por la singularidad de sus formaciones geológicas y mineralógicas y la riqueza y diversidad de su flora y fauna silvestre. Por otra parte, la visión romántica destacaba el carácter agreste y salvaje del área, señalando los bosques de ribera como paisajes sobresalientes por la frondosidad de la vegetación y la presencia del agua, así como por sus valores escénicos y sensoriales. En este sentido, destaca especialmente la ribera del Huéznar, considerada como un paisaje singular desde al menos el siglo XVIII en relación con las huertas serranas de las márgenes del río y con los ingenios que aprovechaban la fuerza motriz de las aguas. El uso recreativo y social de estas riberas fue aumentando durante el siglo XIX y principios del XX, destacando algunos espacios especialmente frecuentados y reconocidos como Isla Margarita, al tiempo que se mantuvo el carácter productivo del río con sus molinos, batanes y martinetes, incluso reutilizando algunas de estas construcciones como fábricas de electricidad. En el último tercio del siglo XX se ha ido produciendo la especialización de la ribera del Huéznar como paisaje turístico, manteniendo en algunos casos las huellas del paisaje heredado, como el patrimonio arquitectónico de las infraestructuras productivas en desuso, mientras que otros rasgos característicos como las parcelas agrarias se han perdido con el cambio de usos.
Por otra parte, es también en las décadas finales del siglo XIX cuando proliferan las representaciones iconográficas de los paisajes del área, vinculadas a estancias temporales de ocio y descanso de algunos artistas de gran relevancia (Emilio Sánchez Perrier en Constantina, José Pinelo en Guadalcanal o Manuel Barrón y Carrillo en El Pedroso), que se decantan por encuadres de los alrededores de las poblaciones desde una mirada naturalista con acentos costumbristas, o bien por un acercamiento más realista hacia los sistemas agrícolas utilizados en los entornos de los núcleos serranos con cierta trascendencia hacia las labores anónimas del campo. Este interés por los paisajes de dominante agraria del área se concentra especialmente en las valoraciones y apreciaciones sobre el paisaje de dehesa, caracterizado en los momentos finales del XIX y comienzos del siglo XX por sus aprovechamientos agroganaderos diversos y complementarios. Finalmente, la imagen de esta área se completa con la recuperación, desde el siglo XIX y hasta finales del siglo XX, de la actividad minera. Entre los registros de estos nuevos paisajes mineros de la Sierra Norte destacan la red ferroviaria que daba servicio a las minas, los restos de la industria siderúrgica de El Pedroso y, sobre todo, el Cerro del Hierro. El Cerro del Hierro es reconocido como paisaje singular por sus geoformas características modificadas por los siglos de explotación minera, al tiempo que el poblado minero abandonado en los años 70 adquiere relevancia como registro del patrimonio industrial minero de la Sierra Norte. A partir de los años 80 del siglo XX se consolida de manera definitiva la percepción de este espacio como área paisajística diferenciada debido, fundamentalmente, a la unidad que le otorga el Parque Natural de la Sierra Norte y su emergente sector turístico.

3.1.2_Percepciones y representaciones actuales
En el proceso de participación ciudadana se ha producido un reconocimiento de los rasgos que identifican los paisajes más valorados del área, muchos de ellos pervivencia de los construidos a lo largo de la historia. La percepción social ha marcado, pese al componente natural de estos paisajes, su carácter humanizado, rasgo que se menciona constantemente como elemento diferenciador de otros espacios protegidos. Esta apreciación se concreta no sólo en los paisajes urbanos de los núcleos serranos tradicionales, sino, de forma especial, en el paisaje que se considera más identitario, la dehesa. Vinculado a él se mencionan los elementos singulares que construyen esa identidad: muros de piedra seca, bosque mediterráneo aclarado y gestionado por el hombre, presencia de ganado, etc. La dehesa se valora positivamente incluso cuando presenta un aspecto abandonado o deforestado y se considera un paisaje vulnerable a medio plazo por su carácter marginal dentro del sistema económico. Se señala el régimen privado de estos paisajes, que supone dificultades de accesibilidad.
Para los participantes, el paisaje serrano es bastante inmutable, los cambios y las transformaciones se producen de forma muy lenta, y estos ritmos son difíciles de percibir en la escala temporal de la percepción humana. Hay mucha unanimidad en considerar que, pese a lo que pueda parecer a primera vista, se trata de paisajes muy poco homogéneos, que destacan por su riqueza, diversidad, matices formales (colores, olores, texturas…), o las diferentes perspectivas si se observa en una u otra dirección.
Los valores que se destacan en los paisajes de la Sierra Norte son los de la tranquilidad, autenticidad, belleza, armonía entre lo natural y lo humanizado, presencia constante de la huella de diferentes pueblos. Estos valores se reconocen como un recurso, y se marca la vocación turística y recreativa que se deriva de los mismos. Otro factor importante que se atribuye a las transformaciones en el área es su dependencia de procesos externos, no controlados por las poblaciones autóctonas. En este sentido los cambios más relevantes que se aprecian en el paisaje de la sierra parecen tener que ver con el papel que el sistema económico global otorga a los espacios rurales, en especial los de montaña, un papel marginal y dependiente de las lógicas urbanas. Para algunas personas esto determina que la tendencia de un paisaje, que antaño se percibía como altamente humanizado, se oriente lentamente hacia la “naturalización”, en la medida en la que las poblaciones, y sus actividades, se van retirando del mismo.

Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla

lunes, 15 de julio de 2019

Guadalcanal Siglo XVII (1)

En tiempos del Comendador Conde de Rivera
Primera parte.- 
A mediados del XVII, en Guadalcanal estaban representados los estereotipos sociales propios de su época y marco geopolítico; es decir, los de la corona de Castilla, en general, y los particulares de la Orden de Santiago, institución a la que pertenecía.
Su vecindario, reducido casi a un 50% respecto al de finales del XVI, estaba distribuido en los tres estamentos propios del Antiguo Régimen: el nobiliario, el clerical y el estado general, también conocido como el del pueblo llano o  de los buenos hombres pecheros.
El estamento nobiliario se reducía a la oligarquía que entonces gobernaba su concejo, ennoblecida especialmente a cuenta del dinero que los muchos indianos guadalcanalense mandaron del otro lado del Atlántico pues, como es conocido, algunos de ellos desempeñaron papeles importantes en el descubrimiento y conquista de América y Oceanía. En efecto, hemos podido constatar que los descendientes de alguno de los indianos guadalcanalenses compraron y acapararon los oficios públicos (regidurías, alferazgos, alguacilazgos, escribanías,…) ofertados continuamente por la Corona con la finalidad de hacer caja y aliviar su hipotecada Hacienda.
El estamento clerical era más numeroso de lo que pudiera sospecharse, estimando que, aparte los tres párrocos (Santa María, Santa Ana y San Sebastián), asociados a sus colaciones o distritos parroquiales se localizaban unos 50 clérigos más, distribuidos en las distintas categorías propias de la carrera eclesiástica. Y a todos había que mantenerlos decentemente, viviendo con comodidad a expensas de la administración de sacramentos (bautismos, casamientos y defunciones) y de las numerosas capellanías, obras pías, memorias de misas, etc. establecidas en la villa, muchas de ellas, las más suculentas en cuanto a beneficios para el estamento clerical, fundadas por los referidos indianos.
También relacionado con este estamento estaban presentes en la villa tres conventos de religiosas y dos de religiosos (casi un centenar de monjas y frailes, aparte del personal seglar asociado). Los conventos femeninos fueron fundados por tres indianos guadalcanalenses, quienes además dejaron a sus monjas una importante suma de dinero para que con sus rentas pudieran mantenerse con dignidad a lo largo de los siglos, como así fue hasta finales del XVIII. Así, por lo que hemos podido averiguar, los conventos femeninos, y algunos de los oligarcas locales, estaban entre las entidades de crédito y prestamistas más importantes de la zona, siendo acreedores de la mayoría de los arruinados concejos santiaguistas del entorno (Llerena, Azuaga, Ahillones…).
Regidores, hacendados y religiosos representaban los dos estamentos privilegiados, sostenido por el tercero de ellos, el más numeroso y desfavorecido estado de los buenos hombres pecheros, con muchos deberes y pocos derechos.
En nuestra villa, también se reflejaba el estado decadente del Imperio y de la corona de Castilla, crisis achacable a las numerosas guerras afrontadas por la monarquía hispánica y al recurrente incremento fiscal que se imponía para afrontarlas. En realidad, esta elevada fiscalidad ya apareció durante el reinado de Felipe II, sin que por ello pudiese evitar la bancarrota en su Real Hacienda. Así lo entendían en el Consejo de Hacienda, cuando el 15 de septiembre de 1598, pocos días después de la muerte de Felipe II, puso en conocimiento de Felipe III, su heredero, y en el de los representantes de las ciudades de Castilla reunidos en Cortes el lamentable e hipotecado estado del patrimonio real. Advertían “que el rey no podía reinar y mantener su imperio de lo suyo”, es decir, de las rentas y servicios reales habituales, sino que tendría que pedir auxilio a sus súbditos mediante contribuciones extraordinarias. Y, “groso modo” esta fue la directriz que presidió la política fiscal seguida por los Austria del XVII, pues con el Imperio sucesivamente (Felipe III, entre 1598 y 1621; Felipe IV, entre 1621 y 1665; y Carlos II, entre 1665 y 1700) heredaron:
-         Guerras y discordias acumuladas durante el XVI y XVII con la mayoría de las monarquías europeas.
-         Conflictos internos entre los distintos reinos peninsulares (independencia de Portugal e intento separatista catalán).
-         Deudas en la Hacienda Real acumuladas desde los tiempos del emperador Carlos I.
-         Una presión fiscal que, aparte de muy elevada, era injusta, por afectar diferencialmente a los distintos reinos hispánicos, siendo los súbditos de la corona de Castilla quienes pechaban con la mayor parte de la carga tributaria.
-         Un sistema de recaudación de rentas reales ordinarias y extraordinarias muy complejo y costoso para el erario público.
-         Unos concejos arruinados e hipotecado a cuenta de la presión fiscal ascendente.
-         Y, por abreviar, que podríamos añadir otras calamidades naturales (epidemias, climatología adversa, plagas de langostas y gorgojos, malas cosechas…) no inherente a errores políticos, un sistema monetario anárquico y fraudulento, que dificultaba el comercio interior y el exterior.
Pues bien, ninguno de los monarcas del XVII encontró soluciones para los problemas heredados. Todo lo contrario, pues a medida que avanzaba el siglo la situación se complicaba, destacando como momentos más críticos el período de 1637 a 1647 y el de1676 a 1685. Sólo a finales del siglo se corrigió esta inercia decadente, punto de inflexión alcanzado precisamente durante el reinado del monarca más débil: el hechizado, impotente y enfermizo Carlos II.
En efecto, la guerra fue algo inherentes a la monarquía hispánica durante el XVI y el XVII, siendo difícil encontrar una tregua que permitiera resarcirse de los consecuentes gastos. Sin embargo, el campo de batalla solía localizarse más allá de los Pirineos, hasta que en 1637 los franceses decidieron hostigarnos en casa, invadiendo parte del País Vasco y de Cataluña. Esta circunstancia motivó la primera gran movilización y reclutamiento de soldados del XVII, acompañado de un incremento en la presión fiscal. Afortunadamente, la respuesta del improvisado ejército fue eficaz, de tal manera que en 1639 los franceses quedaron forzados a abandonar sus aspiraciones expansionistas en la Península.

En 1637, con motivo de la citada invasión francesa, se constituyó en Guadalcanal la primera compañía o “milicia antigua”, constituida por unos 60 ó 70 de sus más competentes vecinos, que permanentemente defendieron al rey en Cataluña como soldados de infantería hasta 1659. Esta larga campaña, una vez que los franceses se retiraron en 1639, fue motivada por el movimiento secesionista catalán, iniciado en 1640 y concluido en 1659.
Aprovechando la revuelta catalana, los portugueses iniciaron el mismo camino independentista unos meses después. Esta inoportuna e infructuosa guerra vino a acentuar los males endémicos de Extremadura. En efecto,  Fernando Cortés (“Guerra en Extremadura: 1640-1668, en Revista de Estudios Extremeños, T. XXXVIII-I, Badajoz, 1982.”), analizando las bajas de campaña demuestra que la mayor parte del improvisado, bisoño e indisciplinado ejército estaba constituidos por soldados extremeños, como también eran de origen extremeño una buena parte de los pertrechos que de imprevisto se requería para mantenerlos. Por ello, a finales de 1639 nuevamente fueron alistados otros 60 ó 70 soldados guadalcanalenses de infantería para este nuevo frente bélico. En total, entendemos que durante estos largos conflictos unos 160 soldados locales quedaron movilizados (130 infantes, más 30 de caballería) constantemente, cubriendo las bajas y deserciones cada que estas circunstancias se producían.
Aparte lo ya referido, de estos años de angustias y zozobra tenemos importantes noticias de nuestra villa, sin equivalente en otros pueblos del entorno. Surgieron a cuenta de un pleito entre los párrocos locales y las instituciones interesadas en el cobro del diezmo, de las que reclamaban un incremento de más del 100% en sus sueldos o beneficio curado (Archivo Diputación Provincial de Sevilla, Sec. Hospitales, leg. 10). Como ya hemos explicado en otras ocasiones, el diezmo era un tributo de vasallaje que los vecinos pagaban a la Orden de Santiago y representaba el 10% de todas las producciones agropecuarias de la villa y su término. En aquellos momentos, sus beneficios se distribuían entre varias instituciones. Concretamente entre:
- El comendador de la villa, que entonces lo era el conde de Rivera, a quien le correspondía el 50% de los diezmos históricos de dicha encomienda

- El comendador de los bastimentos de la Provincia de León de la Orden de Santiago, que lo era entonces el duque de Fernandina, a quien le pertenecían las primicias, es decir, el diezmo de las diez primeras fanegas, arrobas o cabezas de ganado de las rentas agropecuarias producidas en el término de la encomienda.

- Y el hospital de la Sangre de la ciudad de Sevilla (hoy sede del Parlamento de Andalucía), como poseedor de las rentas de vasallaje que habían correspondido a la Mesa Maestral, más la otra mitad del que históricamente correspondía  a la encomienda.
Lo usual en las encomiendas santiaguistas era que los diezmos se repartiesen entre el comendador de la misma, el de los Bastimentos y la Mesa Maestral. Sin embargo en la de Guadalcanal, como ya hemos explicado en otra ocasión, en 1540 Carlos V tomó la decisión de vender la mitad de los derechos de vasallaje de la encomienda y todos los pertenecientes a la Mesa Maestral al Hospital de la Sangre de Sevilla, una obra pía de Catalina de Rivera y de su hijo don Fadrique Enríquez de Rivera, primer marqués de Tarifa y comendador de Guadalcanal entre finales del XV y 1539, fecha en la que murió.     
Pues bien, a resulta de las negociaciones de la referida venta, el hospital sevillano se comprometió a pagar parte del salario de los tres párrocos guadalcanalense. El resto, como era usual en la Orden de Santiago, lo abonaban las otras dos instituciones interesadas en el cobro de los diezmos: el comendador de la encomienda y el comendador de los bastimentos  de la Provincia de León de la Orden de Santiago  en nuestro caso.
Y así venía ocurriendo desde tiempos inmemoriales. Pero en 1642, los tres párrocos guadalcanalenses  opinaban que la crisis que imperaba en Castilla les había afectado seriamente, por lo que demandaron un incremento en sus salarios o beneficios curados. Alegaban que la vecindad se había reducido a la mitad, por lo que sus otros ingresos adicionales, en especial los derivados por tasas o aranceles aplicados en la impartición de los sacramentos (bautismos, velaciones, casamientos y entierros), se habían reducido considerablemente. Así que, ni corto ni perezoso, cada párroco a título particular se embaucó en un largo pleito reclamando de los perceptores de los diezmos un incremento superior al 100% de lo hasta entonces estipulado en su beneficio curado.
La información colateral que nos proporciona los expedientes de estos pleitos es extraordinaria, reflejando con mucha aproximación la mentalidad de la época, el caos administrativo y jurisdiccional que se presentaba en la institución santiaguista, así como la realidad socioeconómica imperante.
  
Manuel Maldonado Fernández
Revista de Feria, Guadalcanal, 2015