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sábado, 30 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 7


CONSTRUCCIÓN

            De tipo barroco, del siglo XVII. La iglesia muy espaciosa, está construida con una nave y crucero que adoptan forma y cruz latina, cubriendo las bobeadas de medio cañón con lunetos y cúpula

FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DEL ESPÍRITU SANTO

 

En 21 de julio del año de 1511, los visitadores se personaron en el hospital que en la villa edificaba don Benito Garzón, clérigo, del hábito del Espíritu Santo, al que presentaron la carta de poder extendi­da por el maestre y en especial la cláusula relativa a la inspección de ermitas y hospitales, según la cual estos estaban facultados para im­pedir la construcción de edificios religiosos o benéficos que no tuviesen licencia expresa otorgada por la autoridad suprema de la Orden. En cualquier caso, la visita debería emitir una información detallada sobre las condiciones, necesidades y fines de tales edificaciones.

Tras haber puesto en conocimiento del referido don Benito Garzón los extremos precedentes, los visitadores le exigieron el correspondiente título, a lo cual alegó que poseía licencia del maestre condicionada al informe que sobre las características de dicho hospital instruyera la presente visita.

De igual modo, a tenor de lo dispuesto en la mencionada cédu­la, los inspectores santiaguistas deberían dar información sobre si oca­sionaría algún perjuicio a los diezmos y primicias de la Orden en caso de conceder lo solicitado, fundación que, a juicio de estos, lejos de ser gravosa, la tuvieron por obra de caridad que honraba el merecido pres­tigio de este Instituto religioso-militar. Idéntico parecer había instruido el provisor don Pedro de Riaza cuando con ocasión del capítulo que la Orden celebró en Valladolid presentara la solicitud e informes a instan­cias del instituidor, quedando pendiente, en virtud de resolución allí acordada, de la bula pontificia que autorizase la erección del centro benéfico, la que debería ser exhibida ante el maestre, a quien -según las declaraciones de los interesados- en dos ocasiones le había sido presentada en Madrid, pronunciándose reiteradamente por la expresa­da información que remitiera esta visita.

Al serle requerida la correspondiente licencia para que en la capilla del centro se oficiara misa y se tañeran las campanas, como a la sazón se estaba haciendo, el patrono alegó que no disponía de ella a causa del pleito que trataba con el vicario de la villa, don Juan Martí­nez, precisamente en razón de la fundación de este hospital; y añadió que estaba pendiente de sentencia definitiva por parte del Consejo de las Órdenes. En lo referente a la celebración de los cultos divinos en dicha capilla, arguyó don Benito Garzón que poseía autorización papal, mediante bulas aplicadas, y unos privilegios otorgados por don Juan Millán, vicario general, y don Andrés Martínez, cura de Usagre y provi­sor que fue "sede vacante", con el consentimiento del Clero y Concejo de esta villa. Y en lo concerniente a la administración de los sacramen­tos, declaró el fundador que siempre se ofreció se había hecho con la venia del cura de Santa Ana, a cuya parroquia pertenecía este hospital, y nunca por vía de ser considerada como iglesia de tal dignidad.

Aceptó el patrono que esta institución fuera inspeccionada por la Orden de Santiago y, una vez más, aprovechó para solicitar de sus representantes la oportuna aprobación, conforme a los fines de aquélla cuyos eran el auxilio de los pobres desvalidos y la salvación de las almas, como testificaron Juan de Aregaga y Lope González de Madri­gal, vecinos de la villa.

En virtud de la facultad antes señalada, los visitadores pidieron a don Benito Garzón que les mostrase las dependencias del edificio destinadas a albergue, a lo que éste se excusó diciendo que aún no las tenía debidamente amuebladas por hallarse a la espera del fallo que en el pleito sobre este asunto se seguía, como quedó dicho. Agregó que para este efecto tenía en su casa doce camas con sus correspondien­tes enseres.

En vista de ello, los visitadores exigieron que se les entregase la posesión del edificio y rogaron a don Benito Garzón y a Juan Vizcaí­no, su padre, que lo abandonasen. Pidió el patrono una tregua para tomar consejo sobre el caso, pues que se declaró iletrado; pero la al­ternativa de la visita fue la de apremiarle aún más al abandono del lo­cal, apercibiéndole de la pena de 5.000 maravedíes. Insistió en su petición y nuevamente le fue denegada. Al fin, salieron de la casa pa­dre e hijo e inmediatamente fue clausurada por los visitadores, los cua­les entregaron las llaves de la misma a los alcaldes don García Sán­chez de Alanís y don Juan Sánchez de Bonilla, de lo que fueron testi­gos Gonzalo Martín Monte-Gil, Lope González de Madrigal y Gonzalo Vanes de, Pero Vanes. Las autoridades locales fueron advertidas de que el hospital no podría ser visitado ni ocupado por persona alguna sin autorización real, los cuales, para cumplimiento de ello, solicitaron de la visita carta de poder en forma legal.

Acto seguido fue requerida la presencia del cura de Santa Ana para que trasladase el Santísimo sacramento a su parroquia, como se hizo.

Al día siguiente los visitadores otorgaron escritura de poder a favor de don García Sánchez de Alanís y don Juan Sánchez de Bonilla ante el escribano del Cabildo municipal Francisco de Bonilla, por la que se les nombraba celadores de la clausura ejecutada en el hospital.

Por últimos, los visitadores sometieron a la consideración de S.M. todos estos hechos y pormenores, el cual respondió en los si­guientes términos:

"EL REY

Visitadores de la provincia de león de la orden de santiago cuya administración perpetua yo tengo por abtoridad ap)osto)lica. Vi v(uest)ra. letra de veynte e tres de jullio q(ue). me escrvistes sobre lo del hermitorio de guada/canal y esta bien lo q. en ello aveis proveído y en lo demás placiendo a nro. señor yo mandare proveer como conven­ga a la d(ic)ha. orden. De dueñas a cinco de agosto de qui(nient)o e honze años, yo el rey. por madado de alteza, miguel peres de luiagan". (sic)

Para la custodia y observancia de la presente cédula las auto­ridades de la Orden comisionaron al Concejo, Justicia y Regimiento de la villa, a los que se confirió poder para sancionar con 100.000 maravedíes, para la Cámara y Fisco reales, a los que contravinieran este precepto.

ERECCIÓN DEL CONVENTO DEL ESPÍRITU SANTO.

             Como los demás conventos de religiosas que en Guadalcanal fueron, también el del Espíritu Santo se debe a otro hijo de esta villa afincado en las Indias, para cuya erección destinó de su hacienda la cantidad de 80.000 pesos.

            Tomó este nombre el nuevo cenobio precisamente por levantarse junto al hospital que con la advocación del Espíritu Santo fundó -pese a los impedimentos con que tropezó, el presbítero don Benito Garzón.

            La capilla que aneja a este convento se erigió, aunque ha sufrido algunas reformas, aún conserva huellas del tiempo de su creación especialmente en el altar mayor, en cuyo banco se halla el retrato patrono y la leyenda ESTE CONVENTO FUNDO Y DOTO ALÓNSO, GONZÁLEZ DE LA PAVA A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE BENDITA  SU  BENDITA MADRE...DE NOVIEMBRE SIENDO PATRONO JUAN GONZÁLEZ DE LA PAVA. AÑO DE 1635. Y el retablo se decorará las pinturas de Pentecostés, la imposición de la casulla a San Ildefonso, Santa Clara, la   Coronación de Nuestra Señora, la Natividad Señor y la Natividad de la Virgen.

            La capilla es de planta de cruz latina, con bóveda de cañón y lunetos y media naranja en el crucero. Del tiempo fundacional prevalece también un patio de ordenación toscana en el interior del que fue convento de clarisas y posteriormente de las Hermanas de la Doctrina Cristiana.

            El fundador de este convento, don Alonso González de la Pava. tras haber dado plenos poderes para otorgar su testamento a don Francisco de Rojas Bastida, alférez mayor de la villa y administrador de las minas de la Orden de Santiago; a don Diego de Ortega Ramírez, regidor, y a don Diego García de la Rubia, presbítero, de 22 de no­viembre de 1620 hizo comparecer ante sí al escribano público de Guadalcanal don Cristóbal de Lobos para proceder al nombramiento formal del patrono de dicho convento, en virtud de la facultad que para ello se había reservado por una de las cláusulas de la escritura funda­cional del mismo.

            Recayó, pues, el patronazgo -de cuya competencia era la admi­nistración de la hacienda y propios del convento-, en Isidro González de la Pava, sobrino del instituidor, hijo legítimo de Francisco Ramírez de la Pava y de María de la Torre, su mujer; y después de la muerte de, éste pasaría a su hermano Juan González de la Pava y sus descen­dientes, con preferencia de los primogénitos, al modo como se heredan los mayorazgos de Castilla.

            Comoquiera que por estas fechas ambos hermanos vivían en América fue tácitamente declarado que para dar cumplimiento a la de­signación y ostentación objeto de la presente escritura, éstos deberían venir a residir a Guadalcanal, a los que en concepto de salario-beneficio se les asignó una renta anual de 500 ducados, con cargo al fondo del convento, siendo de 300 para los patronos que les sucedie­sen.

            El escudo cardenalicio que aparece en el frontal de azulejería de uno de los bancos de la capilla mayor de Santa María, ya descrito, sin pertenecer a los hermanos don Cristóbal y don Francisco Freiré de Gálvez, ambos de la Orden de Santiago, cura de esta iglesia y más vicario general de la provincia de León, el primero, y prior del convento de San Marcos y capellán de S.M. el segundo; pues a por el testamento de éste, otorgado en 19 de marzo de 1632, que estos hijos ilustres de Guadalcanal labraron una capilla a su costa sitio de referencia.

            Fundaron también estos señores un vínculo y mayorazgo por escritura que pasó ante don Juan Márquez, el 30 de enero de 1624, siendo testigos Cristóbal Yanes de Gálvez, alférez mayor; Juan Heredia, Cristóbal Rebusco, vecinos de Guadalcanal. La dotación comprend­ía 60.000 reales del principal de un censo impuesto sobre las alcabalas de Almendralejo; otros 40.000 reales sobre el Ayuntamiento Villafranca de los Barros, y una casa con molino de zumaque y un huerto en la calle del Castillo.

            E, igualmente, instituyeron una capellanía a la que impusieron obligaciones, entre otras, de repartir diferentes cantidades de dinero entre las doncellas huérfanas de esta villa en concepto de dote, entre los ancianos pobres y entre los hospitales de la Caridad y de los iros; así como una misa cantada la festividad de San Juan Bautista en el altar de esta advocación de la iglesia de Santa Ana.

            Fueron patronos de esta obra pía el cura párroco de Santa María el guardián del convento franciscano de La Piedad.

            Por una real cédula fechada en Madrid el 9 de enero de 1642 se ordenó aumentar el curato de la iglesia parroquial de Santa María de esta villa, a petición de su párroco, don Fabián de Olmos.

 

Hemerotecas

  

sábado, 23 de noviembre de 2024

Las expediciones de Pedro de Ortega Valencia 1


Primera parte

        De entre los hijos de Guadalcanal que fueron a las Indias Occidentales ávidos de fama o de esplendor, merece capítulo aparte la figura del conquistador don Pedro de Ortega Valencia, que, reinando Felipe II, descubrió, pacificó y anexionó a la Corona de Castilla, entre otras. la isla a la que "por ser de “allí natural llamó Guadalcanal” del archipiélago de Salomón, en el océano Pacífico, al parecer así nombró porque se creía que era de él de donde este monarca bíblico llevó los tesoros que decoraban su famoso templo.
        Con sus 6.500 km2, la isla de Guadalcanal es una de las de mayor extensión del grupo de que forma parte. Su relieve es muy accidentado, con una elevación máxima de 2.700 m. El núcleo de población más importante se halla en Honiara, capital del archipiélago. Du­rante la Segunda Guerra Mundial, el 1942, la ocuparon los japoneses, que construyeron el aeródromo de Hernderson, al norte de la isla. El 7 de agosto del mismo año, al comenzar las operaciones norteamericanas en Guadalcanal, se apoderan del aeródromo, siguiendo una larga lucha de desgaste que terminó, en 9 de febrero de 1943, con resultado favorables para estos, produciendo 6.066 bajas en las filas japonesas.
        No sabemos de Pedro de Ortega Valencia antes de su partida al Nuevo Mundo. Ni siquiera nos ha sido posible hallar su acta de bautizo en el Archivo Parroquial de Santa María -en que se encuentran englobados los de las tres parroquias-, pues el libro más antiguo que de este trámite eclesial se conserva data de 1552, y este personaje, a juzgar por ciertas informaciones que él mismo instruyó ya en el caso de su vida solicitando mercedes de Felipe II, de 1520. Ignoro, de otra parte, qué razones asistan a los que han sostenido que se bautizara en Santa María. Y no es que yo refute esta información, pero ¿no será más lógico pensar, dada la tradición aún viva de la casa donde naciera, que este insigne guadalcanalense recibiera en Santa Ana las aguas bautismales? Téngase en cuenta que la casa de referencia pertenecía entonces a la collación de esta parroquia. La búsqueda, en fin, de este precioso documento ha inquietado a más de un curioso o interesado por la historia local, desde los tiempos del erudito don Antonio Muñoz Torrado, hasta algunos miembros de la comisión Organizadora del homenaje que las Marinas española y norteamericana y su pueblo natal tributaron a este preclaro hijo de la villa, en 6 de septiembre de 1964, acontecimiento el más grandioso que se registra en Guadalcanal en estos últimos tiempos.
        Sabemos que sus padres fueron Jerónimo de Ortega Valencia y Ana María de Ortega, y casó -ignoro si antes o después de su partida a América- con doña Isabel Hidalgo, de quien tuvo un hijo Jerónimo, que tomó los apellidos de su padre.
        Todas las noticias que poseemos del que andando el tiempo llegara a ser maese de campo y mariscal de la Armada, van, pues referidas a su estancia en las Indias y a los viajes y descubrimientos que desde aquel continente realizó.

PRIMERAS ANDANZAS.

        Según todas las probabilidades, fue el mismo Cristóbal Colón, quien, al iniciar las formas institucionales indianas, acordó con caciques de la isla Española, implantar un tributo que todos los indios comprendidos entre los catorce y setenta años había de satisfacer a la Corona de España. El pacto otorgaba facilidad para que los naturales contribuyesen con especias, según las regiones.
        Andando el tiempo, la norma tributaria de Colón fue perdiendo su originario sentido, pues fueron los españoles los primeros descontentos de la misma, como se vio por las sublevaciones que algunos realizaron.
    Este estado de cosas llevó al ánimo de los gobernadores, corregidores y adelantados españoles -con Roldan a la cabeza- la idea de repartirse los indios en condiciones de trabajo, la cual llegó a convertirse en costumbre. También en el propio almirante tuvo eco de sistema de repartimiento de indios, que hizo otro tanto, si bien desde el punto de vista cristiano así él como los Reyes Católicos no pudieron ver con agrado tal determinación. Tan es así que la Reina Isabel comisionó al gobernador Juan de Ovando para que llevase a cabo la libertad de todos los indios, sin perjuicio de poderlos emplear en cualquier trabajo que fuera debidamente remunerado por los españoles.
        La nueva directriz careció asimismo de éxito, pues los indios marcharon a los lugares estériles, a fin de liberarse de las faenas agrícolas. que apenas conocían, y rehusaban todo contacto con los españoles.
        El Rey Católico, en vista de ello, dirigió una carta a Diego Colón (1509) facultándole a realizar repartimientos de indios entre los españoles. De este modo, pues, nacieron las encomiendas, sobre cuya licitud se sucedieron luego muchos debates. Se revocó todo lo dispuesto sobre la materia cuando gracias a la cooperación de Fray Bartolomé de las Casas se promulgaron las llamadas Leyes Nuevas.
    Estas Leyes Nuevas -que fueron publicadas en 1542- originaron una serie de insurrecciones por parte de los encomenderos, como la que costó la vida al virrey Blasco Núñez Vela. Esta legislación, en efecto, perjudicaba grandemente los intereses de los encomenderos, lo cual, por ser una seria cuestión, no sería tanto si a esto no se uniera el poco tacto con que el virrey trató de imponer las referidas Leyes, Así las cosas, los encomenderos, para defender sus beneficios, no ven camino sino levantarse contra el representante real, los cuales eligieron como gobernador general a Gonzalo Pizarro, que lo era a la sazón de la ciudad de Quito. Los rebeldes, en 1546, ofrecieron batalla a Núñez Vela en Añaquito, quienes resultan vencedores y dan muerte, como se ha dicho, al propio virrey.
        No se tenía aún conocimiento en España de estos episodios, cuando ya Carlos V había destacado al sacerdote Pedro de la Gasea a fin de resolver los problemas que se ofrecían en el Perú. El éxito de La Gasca estribó, sobre todo, en la promulgación general en virtud de la cual se perdonaban a los insurreccionados, con lo que éstos se pusie­ron del lado de la Corona y persiguieron a Gonzalo Pizarro hasta Cus­co, en cuyas proximidades se dio la célebre batalla de Xaquiaxahuana, en 1548, en que vence La Gasca y Pizarro es ajusticiado.
        Vuelto La Gasca a Panamá, de cuya Audiencia era presidente, como trajera más de tres millones de pesos de oro, llegaron a esta ciudad los Contreras, seguidos de gran número de soldados, con in­tención de asesinar al presidente y apoderarse del mencionado tesoro.
        El agregado de la Audiencia Pedro de Ortega Valencia, cono­cedor del plan de los Contreras, se reunió con el capitán Martín Ruiz de Marchena y decidieron desarticular el bandidaje. Propagaron entre los vecinos una especie de cruzada y pronto juntaron un grupo numeroso, se puso en armas. La batalla fue llevada a cabo, que dio como resulta la destrucción de los Contreras y sus seguidores
        Otro tanto ocurrió con la insurrección de Francisco Hernández Girón, también en el Perú, en que Ortega se asoció al licenciado Hernando de Santillán en la campaña de persecución del mismo, que fue alcanzado en Pucará, donde sufrió la derrota. Poco después fue aprisionado en Jauja, decapitándosele en 1554.
        Estos son los primeros hechos sobresalientes que acometió Pedro de Ortega Valencia. Su nombre comienza a sonar prestigiosamente en el Perú, con lo que se gana la confianza de aquellos gobernantes e inicia una línea ascendente de celebridad a través de los cargos que fue desempeñando y desde los que pudo realizar las hazañas que le dieron la fama de que es merecedor.

DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS

"Fue con el (con Mendaña) por capitán del
vn pedro de hortega alguacil mayor de Panamá
ques vn hombre de mucha confianca"
"Gobernadores del Perú", 
de Lavilliar. Tomo III, pág. 261. (sic)

        Carta del Ledo. Castro a Felipe II, en 2 de septiembre de 1551 Residiendo Pedro de Ortega Valencia en la Ciudad de Panamá al tiempo que se aviaba una armada, por iniciativa del Gobernador estos Reinos, licenciado Lope García de Castro, para el descubrimiento y conquista de unas supuestas islas occidentales, éste ordena a Ortega asista a los referidos descubrimientos y le encomienda, asimismo la selección de la gente que había de llevar a dicha armada.

Hemerotecas

sábado, 16 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 6


La Iglesia de Santa Ana

1.Introducción. –
    Como es de todos conocido, la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal, sometida a un proceso de restauración a lo largo de los últimos años, es edificio de gran interés arquitectónico, pero de poco conocida historia, habiendo sido muy mermado su primigenio patrimonio artístico a raíz de los desgraciados sucesos de la Guerra Civil.
    Siguiendo nuestra línea de puesta en valor del elenco monumental de la localidad queremos trazar en esta ocasión una visión panorámica de la historia y el arte de este templo, engarzando una serie de datos sobre sus vicisitudes históricas con la descripción de sus valores arquitectónicos y la evocación de las piezas artísticas desaparecidas que ornamentaron su hoy vacío interior, que a pesar de todo constituye una destacada muestra de la arquitectura medieval de la comarca de la Sierra Norte.

2. Descripción arquitectónica. -
    Tal como ha llegado a nuestros días, la arquitectura de la iglesia de Santa Ana expone elocuentemente las diferentes fases por las que atravesó su construcción y los estilos en boga en cada una de ellas, en un largo proceso que partiendo de la Baja Edad Media se introduce en el Renacimiento y el Barroco, dando como resultado la combinación en el templo de una serie de elementos de diferente fecha y estilo, cuya secuencia ha sido analizada, precisamente a raíz del reciente proceso de restauración del templo, por Miguel Ángel Tabales Rodríguez y Carmen Romero Paredes, cuyas conclusiones sintetizaremos en estas líneas (1). Aunque la tradición local identifica una mezquita en el emplazamiento del templo, las excavaciones arqueológicas realizadas en el edificio cuando las obras de restauración no han arrojado materiales anteriores al siglo XV ni han puesto al descubierto vestigios islámicos anteriores a la iglesia, aunque las transformaciones sufridas por el edificio en épocas posteriores han podido eliminar las huellas del edificio musulmán.
    Entre el siglo XIII y la primera mitad del XV se acomete la construcción de un ambicioso templo, comenzando la obra por un ábside poligonal muy arcaico, del que sólo ha perdurado la cimentación, flanqueado por dos dependencias de planta cuadrada, y que vendría a unirse a una nave preexistente - ¿resto de la mezquita almohade? - que se pensaría derribar para levantar en su lugar otra nueva en consonancia con la cabecera y por tanto más acorde con los cánones estéticos del arte cristiano medieval.
    Sin embargo, la falta de medios económicos retrasó la conclusión de este proyecto constructivo hasta los últimos años del siglo XV, época a que se remontan las 'noticias documentales más antiguas que conocemos. En efecto, el informe de la Visita Canónica de 1494 señala que el templo estaba sin abovedar, ni siquiera la capilla mayor, cubierta su nave con madera tosca con cañas y teja encima, abriéndose a la entrada de la iglesia un portal con arcos de cal y ladrillo, techado igual que la iglesia (2). El resultado final de estas obras fue por tanto un templo de nave única, de gran anchura, dividida en cinco tramos por medio de arcos transversales apuntados de gran luz, cubierta con armaduras mudéjares de par y nudillo decoradas con estrellas de ocho puntas, menados moldurados y elementos florales policromados, uniéndose a una cabecera constituida por un ábside de menores dimensiones que el primitivo (al perder espacio en beneficio del primer tramo de la nave) unido a su vez a las dos dependencias laterales antes citadas, convertidas en capillas, dedicadas en el futuro a San Ignacio de Loyola y la Virgen del Carmen, a izquierda y derecha respectivamente del presbiterio. A los pies de la nave comenzaba a levantarse, con gran lentitud, la torre campanario sobre el muro testero, aprovechado del edificio primitivo, levantándose delante del muro derecho o de la Epístola un pórtico articulado por tres arcos ligeramente apuntados encuadrados por alfices que arrancan de pilares ochavados, de características típicamente mudéjares (3).
    Este esquema de nave única articulada por medio de arcos transversales apuntados y cubierta con techumbre de madera es muy representativo no sólo de la arquitectura medieval de la comarca, sino también de otras zonas vecinas, como la Baja Extremadura y las sierras de Huelva y Córdoba, teniendo en Guadalcanal otra buena muestra del mismo modelo en la parroquia de San Sebastián, de la que nos hemos ocupado en otra ocasión en esta misma revista. De construcción rápida y barata por los materiales empleados mampuesto, ladrillo y madera, este modelo de templos serranos, todavía mal estudiados y que parecen ponerse de moda a partir de 1400, se va a extender a otras zonas; como las comarcas levantinas y las tierras del reino de Granada, zona esta última donde a raíz de la reconquista y bajo la iniciativa de los Reyes Católicos se van a levantar iglesias de estas mismas características.
    Otro elemento muy habitual en este tipo de templos de la Sierra es la torrefachada, cuyo fuste o caña arranca sobre el ingreso situado a los pies de la nave, componiendo un imafronte de gran verticalidad de líneas al unir visualmente con gran sentido ascensional la entrada y el campanario. La de la parroquia de Santa Ana corona su esbelto fuste con un cuerpo de campanas en el que se abren arcos de medio punto con baquetoncillos apilastrados enmarcando los vanos, siendo el remate un chapitel de tipo piramidal.
    En el paso del siglo XV al XVI se acometen otras intervenciones en el templo, adosando nuevos espacios a la nave o reformando lo recientemente levantado. En esta época puede encuadrarse la torre comentada y la construcción, a los pies de la nave, de la actual Capilla Bautismal, de planta cuadrada y cubierta con falsa bóveda de ladrillo sobre pechinas y solada con pavimento de olambrillas. Otras dos capillas se levantan adosadas al muro izquierdo o del Evangelio, ambas de planta cuadrada y comunicadas con la capilla abierta con anterioridad al brazo del crucero. El interior de la iglesia adquiere un nuevo aspecto gracias a la reforma de las cubiertas (que en algunos tramos incorporan armaduras de par y nudillo con ladrillos sobre las alfarjías), y al programa decorativo gótico a base de pinturas murales al temple, que representan escenas aisladas sobre un fondo general blanco, de las que se han podido identificar una imagen femenina con nimbo y túnica roja, San Cristóbal con el Niño Jesús, y la Virgen y un abad entronizados con un fondo de cortinajes rematados por una crestería y caracteres góticos no descifrados. Ya entrado el siglo XVI se emprenden otras obras de menor consideración, como el pórtico lateral antes comentado, y el coro, que en 1575 se apoyaba sobre un pilar grande de piedra (4)
    De esta forma, el templo había llegado a su plenitud funcional, al disponer de todos los elementos espaciales y estructurales para atender las necesidades religiosas de la comunidad, habiendo culminado el proceso de reformas en su interior. La iglesia resultante es de nave única articulada por arcos transversales y cubierta con armaduras mudéjares, contando además con torre fachada y escalera de caracol, varias capillas laterales, unos pórticos laterales en las zonas más afectadas por la lluvia y una relativamente rica decoración pictórica recubriendo los paramentos interiores.
    Sin embargo, la llegada del Barroco no se resistió a dejar su huella en la iglesia de Santa Ana, máxime al contrastar su austero interior gótico - mudéjar con la riqueza del nuevo estilo, que comenzaba a enmascarar las viejas construcciones medievales con los sinuosos ropajes ornamentales de la nueva estética. De esta forma, a mediados del siglo XVII la ornamentación mudéjar dio paso a un programa pictórico más colorista y dinámico, al decorarse los pilares con roleos y molduras, y representarse en la entrada de la capilla del Carmen las figuras de San Pedro y San Pablo. Se van a levantar nuevas bóvedas vaídas o semiesféricas en las capillas colaterales al presbiterio, ya dedicadas a San Ignacio y la Virgen del Carmen, respectivamente, al tiempo que las portadas exteriores adoptan programas decorativos clasicistas a base de pilastras que encuadran arcos rebajados y sustentan frontones partidos con hornacinas y remates piramidales. Y finalmente se acomete la gran reforma esperada desde mucho tiempo antes: la sustitución de la primitiva cabecera gótica, todavía en pie y en malas condiciones, por un nuevo presbiterio o capilla mayor de planta cuadrada, de grandes dimensiones y cubierta por una gran bóveda semiesférica. A partir del siglo XVIII se acometerán otras intervenciones de menor cuantía, como la erección de la tribuna a los pies de la nave, reformas en las cubiertas y pavimentación, etc.

3 El desaparecido patrimonio artístico.
    La antigua parroquia de Santa Anafre cobijando entre sus muros un completo patrimonio artístico integrado por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayoría destruidos en los lamentables sucesos de 1936.
    Ya desde los mismos días de la construcción del templo, la Orden de Santiago se fue preocupando de dotarlo del correspondiente ajuar litúrgico. Así, la Visita Canónica de 1494 nos proporciona un minucioso listado de vasos sagrados y ornamentos, al tiempo que se señala la existencia de varios altares: el mayor, presidido por la escultura de Santa Ana tríplex, es decir, la representación de la Abuela de Cristo siguiendo aquella vieja fórmula iconográfica de raigambre medieval que muestra a la Santa llevando en brazos a su Hija y ésta a su vez al Niño Jesús; el de la Virgen con el Niño; el de Santa Brígida, con imagen de esta advocación; el de San Bartolomé, con efigie y pintura de este santo, más una tabla pintada con el tema de la Santa Cena; y otro de la Virgen con el Niño, acompañada por la figura de Santa Lucía. Debajo de uno de los arcos del coro se situaba una viga sobre la que descansaba un grupo escultórico del Calvario (5)
    Ya en el siglo XVI se anotan algunos encargos de obras para esta iglesia. En agosto de 1571 el entallador Antonio Florentín concierta la hechura de un retablo, cuya realización se retrasó varios años, motivando un pleito con otro artista, Hans de Bruselas, que no se zanjó hasta cuatro años después, cuando Florentín se compromete a ejecutar una imagen de la titular de la iglesia (6)
    Por desgracia las obras mencionadas en estas noticias documentales han desaparecido, como todas las que se repartían por los muros del templo que nos ocupa; destruidas en su mayoría en 1936. Aunque en la posguerra se repusieron algunas piezas aprovechando elementos de retablos desaparecidos, en la última restauración se han redistribuido entre otros templos de la localidad. Gracias a un inventario de 1924 (7) a los trabajos de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho s podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.
    Presidía el presbiterio el retablo mayor, con la imagen de la Titular, flanqueada por San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, situándose en el ático un Crucifijo y las imágenes de San Cayetano y Santa Rosalía. Ya por la nave seguían, por el muro izquierdo o del Evangelio, el altar de San José y la capilla de San Ignacio de Loyola, en cuyo retablo se veneraban, junto al fundador de la Compañía de Jesús, la Virgen de los Dolores, San Antonio y un valioso Crucifijo de marfil, al que después nos referiremos. A continuación, las capillas del Cristo del Socorro, con pintura de Cristo Crucificado y una imagen de talla de la Virgen; y la de la Virgen de Gracia, en la que además recibía culto el Cristo de los Desamparados. En el pilar que separaba ambas capillas se situaba el retablo de las Animas. Al final de la nave se ubicaba el coro, con sillería compuesta por veintiún asientos, facistol y dos banquetas. Pasando al muro contrario o de la Epístola, se encontraban en primer lugar dos altares: el de San Marcos, con las imágenes de dicho Evangelista yolas de San Joaquín y San Bartolomé; y el de la Virgen de Belén, con "valiosísimo cuadro representando a la Santísima Virgen dando de mamar al Niño Jesús", atribuido a Alonso Cano en el inventario de 1924. Seguía la capilla del Sagrario, cuyo retablo presidía la Virgen del Carmen, acompañada por San Juan Bautista y San Miguel, situándose sobre una mesa el Cristo de las Misericordias. Y próximo al presbiterio; el altar de la Purísima, con la Titular y San Andrés y San Juan Nepomuceno, situándose no lejos una urna con la imagen de San Joaquín.
    En la sacristía se conservaban algunas piezas de orfebrería de los siglos XVII y XVIII, como una custodia procesional, un viril, un cáliz y una cruz parroquial, y algunos ornamentos de igual cronología, como varias casullas y dalmáticas.
    Como antes señalamos, en la posguerra se recompusieron varios retablos con elementos de otros desaparecidos, especialmente con los restos del mayor de la parroquia de San Sebastián y el de San José de la de Santa María. Desmontados a causa de las obras de restauración, sólo restan en el templo, como elementos destacables, la lápida situada junto al presbiterio, con inscripción alusiva al enterramiento de Juan de Castilla y sus herederos; la pila de agua bendita, realizada en barro, con interesantísima decoración mudéjar de motivos vegetales; la pila bautismal, igualmente mudéjar, realizada en piedra con forma hemisférica, y el púlpito, en hierro forjado, del siglo XVIII. Los fondos documentales del archivo parroquial de Santa Ana se conservan integrados - junto con documentación procedente de San Sebastián - en el de la parroquia de Santa María, arrancando su cronología desde el siglo XVI (9).
    En la misma parroquia se conserva un interesante Cristo de marfil, obra ejecutada en Flandes en la segunda mitad del siglo XVII, que estuvo expuesta en la Exposición Iberoamericana de 1929 (10), como elocuente testimonio de las riquezas que albergó esta histórica iglesia de Santa Ana, cuyo recuerdo hemos querido traer a estas páginas.

Notas.-
(1) (TATABES RODRIGUEZ, Miguel Ángel — ROMERO PAREDES, Carmen: " Investigaciones arqueológica en la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal", en Anuario Arqueológico de Andalucía (1996). Sevilla, 2001. Págs. 486 — 505; " La Iglesia mudéjar de Santa Ana de Guadalcanal (Sevilla). Análisis constructivo ", en Actas del V Congreso de Arqueología Medieval Española (Valladolid, 22 a 27 de marzo de 1999). Junta de Castilla y León, Valladolid, 2001. Págs., 879-895. (2) MUÑOZ TORRADO, Antonio: " Visitas hechas a los pueblos de Andalucía, León y Extremadura de la referida Orden (de Santiago) ", en Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, tomo IX, n ° 47 (1925), Pág. 97; FLORES GUERRERO, Pilar: El arte del Priorato de San Marcos de león de la Orden de Santiago en los siglos XV y XVI: arquitectura religiosa. Universidad Complutense, Madrid, 1987. Vol. I, pig. 483.
(3) HERNANDEZ DIAL, José — SANCHO CORBACHO, Antonio — COLLANTES DE TERAN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, Vol. IV. Sevilla, 1955. Pág. 218; V.V. A.A.: Guía artística de Sevilla y su provincia. Diputación Provincial de Sevilla, 1981. Pág. 581; Inventario artístico de Sevilla y su provincia. Madrid, 1982. Vol. I, Págs. 156 - 157; HERNANDEZ DIAZ, José: "'Informes, propuestas sobre monumentos andaluces (I) `'l, en Boletín de Bellas Artes, XV (1987), Págs. 245— 246; V.V. A.A.: Edificios de tradición mudéjar en Andalucía. Consejería de Cultura, Sevilla, 2000. Págs. 87 — 88; ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV. Ayuntamiento de Sevilla, 1983. Págs. 130 y 157.
(4) FLORES GUERRERO. Pilar Op. cit., pág 483.
(5) MUÑOZ TORRADO, Antonio: Op. cit., Págs. 94-95; MENDEZ VENEGAS, Eladio: " Una Visita de la Orden de Santiago al Provisorato de Llerena de la Diócesis de Mérida — Badajoz: aspectos artísticos en ella señalados ", en Memoria Ecclesiae, vol. XVII (Arte y archivos de la Iglesia, II). Oviedo, 2000. Págs. 452 —453. Ç
(6) SOLIS RODRIGUEZ, Carmelo: " Escultura y pintura del siglo XVI ", en Historia de la Baja Extremadura, vol. I1. Badajoz,1986. Págs. 596-597; FLORES GUERRERO, Pilar: Op. cit., Pág. 483.
(7) ARCHIVO GENERAL DELARZOBISPADO DE SEVILLA, sección IV. (Administración General), serie Inventarlos, legajo 693. 8 HERNANDEZ DIAZ, José — SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937. Pág. 129. 9 V.V. A.A.: Catálogo de los archivos parroquiales de la provincia de Sevilla. Banesto, Sevilla, 1992. Vol. I, págs. 561 — 574.
(8) ESTELLA MARCOS, Margarita: La escultura barroca de marfil en España. Las escuelas europeas y las coloniales. C.S.I.C., Madrid, 1984. Vol. I, págs. 89 — 90.
(9) V.A.A.: Catálogo de los archivos parroquiales de la provincia de Sevilla. Banesto, Sevilla,1992. Vol. 1, págs. 561— 574.
(10) ESTELLA MARCOS, Margarita: La escultura barroca de marfil en España. Las escuelas europeas y las coloniales. C.S.I.C., Madrid, 1984. Vol. I, págs. 89-90.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2003

sábado, 9 de noviembre de 2024

El poeta tinajero

 


La voz tinajera de Guareña

 LUIS CHAMIZO (1894-1945) “-

¿Quién te jizo campesino, desgraciao?
¿Quién te trujo pa estos cerros?
Güervete pa tu Sanroque deseguía,
güervete pa tus tinajas, tinajero?”

           Luis Chamizo -como nos decía el académico Ortega Munilla en el prólogo de -El miajón de los castúos- es ocasionalmente poeta y fundamentalmente tinajero. Es decir, que su verdadero oficio en la sociedad, es construir, allá en sus talleres de Guareña, recipientes para el aceite y para el vino. El poeta tinajero ha querido contar cosas de su raza, en el estilo de su raza, con el decir de los rudos extremeños. Luis Florencio Chamizo Trigueros nace en Guareña, provincia de Badajoz, el 7 de noviembre de 1894.

            El padre de Chamizo comenzó su vida pobremente y trabajó porque la tinaja ventruda se estilizase. El padre de Chamizo, el inventor de la tinaja cilíndrica, fue un revolucionario de la alfarería. A muy temprana edad Chamizo compone sus primeros versos. El poeta de Extremadura se traslada a Madrid, donde cursa el bachillerato, que finaliza en Sevilla, donde prosigue los estudios de Perito Mercantil.

            En los veranos de estudiante frecuenta Guareña y realiza visitas a la finca de su padre en Valdearenales. También visita la finca de Valdelapeña, donde se relaciona con varias familias de pastores. A los veinticuatro años termina la licenciatura en Derecho y vuelve a su pueblo natal y se dedica a la venta de tinajas, especialmente en la provincia de Ciudad Real. Posteriormente se colocó de pasante en la notaría de Victoriano Rosado Munilla.

En 1913 escribe la poesía “En el remanso”, en lengua castellana, que es la primera de la que se tiene noticia del poeta.

            Posteriormente escribe Vibraciones, libro que permanece inédito, y en el que se aprecia la influencia de Rubén Darío y de otros poetas modernistas. Colabora en el periódico La Semana en Don Benito. En 1921 marcha a Guadalcanal, provincia de Sevilla, donde conoce a Virtudes Cordo Nogales, con quien contrae matrimonio al año siguiente. Tuvieron cinco hijas. En 1924 es elegido, circunstancialmente, alcalde de Guadalcanal, en ese mismo año, es designado miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Durante los primeros meses de la guerra civil provocada por la rebelión militar del 18 de julio, Chamizo estuvo escondido en Guareña en uno de los hornos de cocer conos, protegido por los obreros de su alfarería, y pasó el resto del periodo de la guerra en Guadalcanal con su familia. Terminada la guerra civil marcha a Madrid y trabaja en el Sindicato de Espectáculos. Luis Chamizo muere en Madrid, el 25 de diciembre de 1945.

            El cadáver fue trasladado al cementerio de Guareña, conforme al deseo expresado por el poeta. El poeta tinajero, mientras sus máquinas laboran, allá en un cuartito de su casa escribe. Escribe copiando la manera de hablar de los trabajadores extremeños. Y viaja el poeta para vender sus tinajas, y anda por las montaneras y por las dehesas, y pernocta a veces en chozas pastoriles, y se satura del espíritu racial en la conversación de los mercados. Y luego, de todo este caudal de ideas, de sentimientos y de frases expresivas, él realiza el empeño noble de convertir en páginas perdurables lo que de otra suerte quedaría en el olvido. Y además dignifica, ennoblece, cubre de gloria esas maneras de la actividad del pueblo extremeño.

            Chamizo, en frase de Zamora Vicente, representa para la región extremeña “la mejor voz del terruño”. Chamizo contactó con el movimiento modernista a través de Salvador Rueda, Villaespesa, Carrere, Amado Nervo, etc. Coetáneo de la generación del 27, Chamizo siguiendo la línea de Gabriel y Galán y de Vicente Medina, cultivó el localismo en dialecto popularista. Su obra poética dedicada a cantar el terruño materno comprende Poemas extremeños y El miajón de los castúos (Rapsodias extremeñas) (1921). En 1942 apareció su poema épico Extremadura. También es autor como hemos dicho de un drama rural, Las brujas (1932). En 1967 se editó en Madrid una antología poética con el título de Obra Poética Completa. Todavía permanecen inéditas una zarzuela andaluza, Gloria, y una zarzuela extremeña, Flor de Luna. El poeta Chamizo tiene el secreto de la expresión brava. Tiene también el secreto de la expresión tierna. El feliz tinajero de Guareña posee dos cualidades eminentes y dominadoras: la originalidad y la vehemencia expresiva. Y ha acertado recogiendo del ámbito extremeño sus dos modalidades: la energía y la delicadeza. En unos poemas de extrema sencillez, Chamizo supo captar el espíritu extremeño.

            Según un estudio de José Luis del Barco, profesor de la Universidad de Málaga, la autenticidad es para Chamizo el rasgo antropológico fundamental como se desprende del título de su obra más conocida,

            El miajón de los castúos. Luis Chamizo utiliza frecuentemente el término “castúo”. Así, en Compuerta, habla del “miajón que llevan los castúo por bajo e la corteza”. En Consejos del tío Perico, de “una raza / de castúos labraores extremeños”. En El porqué de la cosa, una mujer dice a su esposo, llena de alegría que habrá de darle un hijo que “será campusino mú castúo”. En El Chiriveje se refiere a los “muchachos castúos de tu tierra”. Expresiones parecidas aparecen en La viña del tinajero, donde habla repetidamente de “los castúos labraores”.

            Otras semejantes se pueden hallar, en fin, en diversos lugares del poema dramático Las brujas, así como en el poema Extremadura. Luis Chamizo nos ha enseñado que en las montaneras extremeñas hay un hálito espiritual maravilloso. Y él nos lo ha entregado. La queja extremeña late en la profundidad de su poesía:

 Semos probes, hija mía, porque icen
que son probes los que no tienen dinero:
semos probes, semos probes,
¡que sé yo! eso icen de nusotros, icen eso”.

            Pero su bellísimo poema La viña del tinajero es una prueba excelente de que el hombre puede sobreponerse a las circunstancias y de que su voluntad es un atributo poderosísimo para vencer los obstáculos sin abdicar de sí mismo como “ser que siempre decide lo que es”:

“Era sangre d’otras épocas su sangre;
sus agallas parecían d’otros tiempos;
era un hijo de estas tierras, de la raza
de castúos veteranos extremeños.
Y trunfó de lo que tanto se burlaron,
y trunfó de los que tanto se riyeron,
y las cepas dieron uvas
remojás con el süor del tinajero”.
Y es que, como dijo el poeta “mú castúo”:
“¡Qué saben d’estas cosas
los señores aquellos!”

Francisco Arias Solís

La Comunidad

sábado, 2 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 5


Convento de la Concepción

          Convento de Franciscanas según un texto o Clarisas según otro, el de la Concepción, fundado por legado testamentario del indiano guadalcanalense Álvaro de Castilla y Ramos, otorgado el 11 de septiembre de 1641 en Guanajuato (México). Su apertura se produjo en 1649 con 11 monjas venidas del convento de la Concepción de Mérida del que tomó su nombre. Este Convento debió tener una enorme extensión, abarcando desde la actual Iglesia hasta el que se llamó Paseo de la Cruz, actualmente Avenida de la Constitución. A este respecto todavía recuerdo haber visto, hace unos cuarenta años, como las dependencias que daban a esta calle eran transformadas en garajes para camiones de gran tonelaje de la familia Gálvez. Parece de lo que antecede que es de este Centro religioso del que tenemos menos noticias y fuentes documentales.

            Aparte de los tres indianos mencionados en lo que antecede Julia Mensaque nos informó, en su trabajo citado, de la existencia de Teresa de Morales, guadalcanalense, vecina de Panamá, que legó 3.000 ducados para establecer una capellanía en la Iglesia Mayor de Santa María. Otras Capellanías fundadas por emigrantes guadalcanalenses a Indias han sido exhaustivamente documentadas por el investigador sevillano del CSIC Javier Ortiz de la Tabla Ducasse que enumera las siguientes personas como fundadores de estos legados: Alonso Bonilla, Alonso López de la Torre, Diego Ramos Gavilanes, Diego Ramos el Rico, Fernando Rodríguez Hidalgo, Juan Bonilla Mexías, Jerónimo de Ortega Fuentes, Luis Ortega Suárez, Antonio de la Bastida y Cristóbal de Arcos.   

            De los datos anteriores llama poderosamente la atención el contraste entre la religiosidad interna de los guadalcanalenses de los siglos precedentes, particularmente los que habían hecho las Indias, que estuvieron muy preocupados por la salvación de sus almas, con cuyo fin fundan los monasterios y capellanías en su pueblo natal, y la actual vivencia externa del hecho religioso, que se manifiesta en la Semana Santa y Romería, y que algunos sociólogos de guardia llaman “marcadores de identidad”.

            Llegado a este punto creí oportuno, con vistas a rellenar las enormes lagunas existentes, hacer una investigación en la Biblioteca Cardenal Cisneros de Madrid de los PP. Franciscanos, donde fui atendido amablemente por su director Padre Hipólito. La búsqueda en este Centro concluyó que no había nada relacionado con nuestro pueblo, pero dicho fraile tuvo la amabilidad de facilitarme la dirección de dos Centros regidos por su Orden, y otro de los Dominicos de la Provincia de Filipinas que tienen en Valladolid una Biblioteca que contiene fondos procedentes de la Desamortización de Mendizábal. Lamentablemente, en ninguno de los cuatro Centros me pudieron facilitar datos que completaran los anteriores. En cualquier caso, quiero agradecer desde estas líneas las amables respuestas que recibí de los Padres Franciscanos Hermenegildo Zamora del Santuario del Loreto (Espartinas), Jesús España del Santuario de Regla (Chipiona) y el Sr. C. Mielgo de la Biblioteca Estudio Agustiniano de Valladolid.

Concluyo estas líneas animando a los historiadores guadalcanalenses, profesionales y aficionados, tanto nativos como foráneos, a que hurguen en esta parcela de nuestra historia con el fin de completar la documentación existente y aportar las fuentes correspondientes que aún no han sido citadas.

FUNDACIÓN DEL HOSPITAL Y CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN.

             A principios del siglo XVII vivía en las Indias un individuo llamado Pedro de Ledesma, el cual envió cierta cantidad de dinero para fundar en Guadalcanal, donde había nacido, un hospital y otras obras pías, nombrando por albacea a don Álvaro de Castilla.

            Llegada una suma de 40.000 ducados, juntamente con el testa­mento, a poder del consignatario Rodrigo de Castilla, hermano del cita­do albacea, como transcurrido algún tiempo y conforme a la voluntad del testador, ni dicho capital se había impuesto a renta, ni tampoco se había comenzado la erección de dicho establecimiento, en 10 de enero de 1613 un tal Francisco Torres recurrió ante el fiscal de la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla, a fin de que se ejecutase lo dis­puesto por Pedro de Ledesma en su testamento.

            Esta Audiencia comisionó, pues, a Cristóbal Chamorro para que viniera a Guadalcanal e investigara en el caso. Resultó, en primer lu­gar, que el denunciante no existía. Por declaración que hicieron ciertos testigos, se supo que don Álvaro de Castilla había marchado a Améri­ca, y por la que ofreció doña Isabel de Castilla, hija de don Rodrigo, pudo averiguarse que "en su poder hay treinta y cuatro mil ducados, enviados desde Indias por don Álvaro, y que Pedro de Ledesma hace diez y ocho años que vino de Indias a casa de Rodrigo de Castilla, su pariente".

            Añadió Chamorro en el instrumento que redactó que "esía gente (la familia de Castilla), que es tan poderosa y de tanto dinero", había tenido sospecha de que el albañil Juan Bautista Ruiz Callejón había sido el verdadero delator, quien, a su vez, por denuncia que contra él había presentado en el Juzgado de esta villa Baltasar Gómez Tamayo. fue encarcelado y preso en la cárcel de Cazalla de la Sierra.

            El 26 de febrero de 1613, el comisionado de la Audiencia de la Casa de la Contratación solicitó de uno de los alcaldes ordinarios de Guadalcanal hiciera las oportunas gestiones para que se le entregasen el prisionero y los autos correspondientes, a lo que se negó la autori­dad local. Les fueron entonces demandados por la propia Audiencia, obedeció puntualmente.

            Nada más sabemos de estos extraños incidentes. Consta documentalmente, en fin, de cuentas, que este año de 1613 se comenzó a labrar el hospital, "en la plazuela que sale a la calle Olleros", según lo sitúa una de las escrituras fundacionales, y así lo cita don Antonio Mu­ñoz Torrado en su pormenorizada y bien urdida historia de la Cofradía y santuario de la Virgen de Guaditoca.

            Como queda dicho, el albacea testamentario del instituidor de este hospital, don Álvaro de Castilla, emigró a las Indias y allí consiguió reunir una gran fortuna. Por su testamento, otorgado en Guanajato (Méjico) el 17 de septiembre de 1614, ordenó la fundación de un con­vento de religiosas, junto al recién construido hospital, a las que impuso la obligación de asistir a cuatro enfermos acogidos en el mismo, para lo que les asignó una renta anual de 500 ducados. Nombró por patraña a su mujer, doña María de Loja y Meneses y dispuso que a la muerte de ésta pasase el patronato a su hija Agustina Bermúdez de Meneses y sus descendientes, en cuyo defecto lo ostentaría su otra hija Leonor y sus herederos.

            Muerto don Álvaro de Castilla, su viuda otorgó una escritura el 19 de abril de 1616, en nombre propio y en el de sus hijas, como tutora y curadora de ellas, por la que mandó eximir a las religiosas del conven­to la obligación de curar y asistir a los pobres del hospital anejo y dero­gó la cláusula del documento fundacional según la cual las monjas de su linaje quedaban exentas de tributar a la comunidad.

            Doña María de Loja dotó la iglesia del convento -que ya se em­pezó a llamar de la Concepción- de la primera capellanía que en ella existió, para cuyo desempeño nombró al presbítero don Francisco de Sotomayor, según escritura de 19 de enero de 1619.

            El 17 de agosto de 1622 entraron en la clausura las religiosas sor Josefa Moreno, abadesa nombrada; sor Leonor del Espíritu Santo, sor Inés de San Gregorio y sor Olalla de Santiago, oriundas del con­vento de la Concepción de Mérida.

            Según el "Memorial" de 1646, "hay en el convento algunas reli­giosas que tratan de mucha virtud, oración y mortificación; tienen todo el año ejercicios eremíticos y otros ejercicios que un religioso de esta santa provincia de los Ángeles les dio, con que se recogen grandes medros espirituales en este nuevo jardín".

            Algunos indicios quedan hoy día de este convento (patios, arca­das, etc.) en casas inmediatas a la iglesia, que, afortunadamente y muy i a pesar de su abandono, se conserva en pie todavía.

            Esta iglesia, que posee una extraordinaria elevación, es de una sola nave, cubierta por bóvedas de cañón y lunetos y media naranja en el presbiterio. En el altar mayor labraron un retablo de yesería, que recuerda un tanto el estilo plateresco, y cubrieron su frontal y gradas azulejos sevillanos de cuenca, probablemente de acarreo, pues i de época muy anterior a la de la erección del templo.

            Pero lo que más destaca del edificio es la soberbia portada -hoy cegada- de la calle Concepción, de corte clásico, bien conservada.

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sábado, 26 de octubre de 2024

En la memoria

Luis Castelló Pantoja 1881-1964

            Breve reseña de este pundonoroso militar español y masón, perteneciente a la Gran Logia Ibérica Unida, cuyo caso fue uno de los más dramáticos de nuestra guerra civil, que desarrolló parte de su carrera militar en África, donde obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando.

            Su fidelidad al gobierno republicano le hizo ocupar varios cargos de responsabilidad antes y durante la guerra civil, formó parte de las Juntas de Defensa en la II República, al iniciarse la Guerra Civil se hallaba al frente de la Comandancia Militar de Badajoz y jefe de la 2ª brigada de infantería con el grado de general.

            El 20 de febrero de 1933 fue nombrado Subsecretario de Guerra por Manuel Azaña, cargo que desempeñó en varias ocasiones, se mantuvo leal a la República, desempeñando el cargo de Ministro de la Guerra, en el gabinete de Giral, nombrado el 20 de Julio de 1936, hasta el 7 de agosto del mismo año, pasando a ocupar la Jefatura de la I División hasta octubre.

            El prestigioso historiador Ramón Salas, analiza su breve paso como máximo responsable del Ministerio de Guerra, “Castelló vio pronto que no pasaba de ser un ministro nominal, también allí había llegado la revolución y el poder lo ejercía en el Ministerio un comité constituido por el teniente coronel Hernández Saravia, los comandantes Hidalgo de Cisneros, Chirlandas y Mezquita, los capitanes Codón, Núñez Mata y Freire y el teniente Martín Blázquez”, pero lo cierto es que, trató de imponer su honestidad e hizo lo humanamente posible para poner orden en aquel caos sin conseguirlo.

            La salida apresurada de Badajoz, dejando allí a su mujer y a sus dos hijas y posterior detención y prisión de las mismas y la muerte de su hermano y su sobrino, fusilado por las milicias anarquistas en Guadalcanal, le hicieron entrar en una profunda depresión nerviosa y tuvo que ser ingresado en el sanatorio psiquiátrico de Leganés, terminando así su carrera política y militar y su participación en la contienda.

            Después de unos meses de internamiento en este centro se refugió en la embajada francesa, en la primavera del 37 consiguió salir de España, exiliándose en Francia, donde desarrolló actividades cívicas y culturales, siempre supeditado por su estado de salud, al no poder superar su salida de España y la pérdida de sus seres queridos.

            Fue detenido por los alemanes durante la II Guerra Mundial en 1942 en su exilio francés y devuelto a España, donde se le sometió a consejo de guerra y condenado a muerte, siendo indultado y puesto en libertad tres años después por las autoridades del régimen de Franco. Según comenta el historiador Cristóbal Zaragoza, más tarde se le otorgó el retiro y terminó sus días en Guadalcanal (Sevilla), donde todavía le quedaba familia.

Rafael Candelario Repisa

Fuentes. - Hemeroteca de ABC, Centro Estudios Turolenses y Reseñas del profesor Cristóbal Zaragoza

domingo, 20 de octubre de 2024

Guadalcanal Monumental 4

 

CONVENTO DE SANTA CLARA

             La sensible despoblación que Guadalcanal sufrió en el siglo XVI a causa de la emigración ya que muchos de sus hijos emprendieron a las Indias, perjudicó grandemente los intereses de esta villa, proporcionó en cambio, notables beneficios en el orden espiritual, como se vio por la larga serie de fundaciones de obras pías, instituciones religiosas y mandas para ayuda de los necesitados que efectuaron gran número de guadalcanalenses enriquecidos en el Nuevo Mundo.

            El convento de Santa Clara de Guadalcanal fue consecuencia devota y benemérita de estos hechos.

            El capitán Jerónimo González de Alanís, natural de esta villa, había pasado a las Indias hacia el año de 1538. Habiendo reunido una fortuna decidió hacer testamento el 19 de abril de 1584 ante Francisco Pliego, en la Plata (Perú) -debajo del cual murió veinte días después-, y por él ordenó que de su hacienda se tomasen 30.000 pesos de plata para la fundación de un convento de monjas de la observancia regular de Santa Clara en Guadalcanal, adscrito a la provincia de los Ángeles. Instituyó también la capellanía de dicho convento y un pósito, ajeno al mismo.

            Una vez el dinero en esta villa y en poder de la hermana del testador, doña Catalina López de Alanís, a quien nombró por patrona, se compraron 582.953 maravedíes, los cuales se impusieron sobre las alcabalas de Guadalcanal, Llerena y Azuaga, con autorización real, otorgándose la escritura correspondiente ante Agustín de Binaldo, en 19 de marzo de 1589.

            Por la escritura de fundación -que se leyó en esta villa en la escribanía de Fernando de Arana, el 4 de noviembre de 1589- cono­cemos ciertas normas por las que según la voluntad del instituidor había de regirse este convento. Consta en ella que la dotación de la capellanía sería de 400 pesos de principal, equivalente a 108.000 maravedíes, cuyo cargo ostentaría el clérigo pariente más cercano del fundador residente en Guadalcanal. A falta de parientes, pasaría la prebenda al sacerdote secular que nombrase el guardián del convento de la Piedad de esta villa, que lo era a la sazón Fray Antonio Delgado, quien en principio no hubo de usar esta facultad, pues fue primer cape­llán del nuevo cenobio don Juan López Rincón, hijo de la mencionada doña Catalina López de Alanís y de Cristóbal Muñoz, su marido. Se especifica asimismo en la escritura de referencia que el capellán debe­ría ser previamente examinado por el guardián del convento francisca­no de esta localidad de "ciencia y loables costumbres".

            Establecíase también que el patrono tendría una consignación anual del orden de los 100 pesos, equivalentes a 27.000 maravedíes, con obligación de dar al guardián de la Piedad 300 reales, así para gastos de ornamentos como para atención de las necesidades propia de la comunidad.             Por voluntad del testador, el patronato pasaría asi­mismo a un pariente suyo en la villa, siéndolo, tras la muerte de doña Catalina López, Diego de Fuentes.

            En cuanto a la entrada de las religiosas en la clausura, en fin, las parientes del fundador tenían derecho a abonar sólo la mitad de la dote.

            Pasaron algunos años.

            El 4 de marzo de 1591 llegó la licencia del Consejo de las Ór­denes para la erección del convento, en cuya fecha el Cabildo munici­pal, el entonces provincial del distrito angélico, Fray Diego de Espinosa, y los párrocos de las iglesias, juntamente con el guardián de San Fran­cisco y doña Catalina López, acompañados de otros religiosos y mucha gente principal de la villa, procedieron a la colocación de la primera piedra del edificio conventual, al que se llamó de San José, sito en la actual calle de Santa Clara, en casas que se compraron a Cristóbal Muñoz y a Hernando Rodríguez. Dio testimonio del acto el alcalde ordi­nario don Juan González Hidalgo.

            Concluida la construcción y dotación del edificio, el provincial de los Ángeles, que a la sazón lo era Fray Juan del Hierro -hijo preclaro de Alanís-, comisionó a Fray Alonso de Aspariegos para que fuese al convento de San Juan que las clarisas tenían en Belvis y trajera las monjas fundadoras, que fueron: Isabel del Espíritu Santo, abadesa nombrada; Juana de la Cena, vicaria; María de la Columna, María de la Transfiguración, Dionisia de la Encarnación y María del Pesebre.          

            El licenciado don Fernando Sánchez Duran, con autorización del provisor de Llerena, llevó el Santísimo Sacramento en solemne procesión al sagrario que en la capilla del convento se había deputado, entrando las religiosas en la clausura el 28 de abril de 1593.

 

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