Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio
que nos identifica 1/3
Resumen.-
Este artículo intenta resaltar el interés que revisten las manifestaciones
de la religiosidad popular andaluza como testimonios de un patrimonio que nos
identifica, y que es exponente tanto de un modo común de expresión del pueblo
andaluz como de los sugerentes matices que aporta nuestra propia pluralidad
sociocultural.
Unos elementos entendidos desde sus raíces tradicionales,
adaptados, y por tanto vivos, en su reproducción cultural actual. Sólo
atendiendo a esos modos particulares de vivir la religión puede llegarse al
entendimiento global y no objetual de esta parte de nuestro patrimonio
cultural.
Uno de los factores culturales más complejos del pueblo andaluz
son sus expresiones de religiosidad popular. Un concepto -religiosidad popular-
que indudablemente no se circunscribe a un sector de la sociedad, ni a las
clases iletradas, ni al mundo rural, etc.; no está expresando, por tanto, la
extendida oposición culto/popular o rural/urbano, como mundos independientes y
contrapuestos, sino ese modo especial que tiene cada sociedad, cada cultura en
su conjunto, de añadir sus propias vivencias, su propia experiencia cultural, al
núcleo básico de las enseñanzas religiosas. Es, por tanto, la combinación de
los planteamientos ortodoxos con tradiciones culturales, que conducen las más
de las veces a una separación entre la expresión verbal y la conducta física,
entre la aceptación teórica de determinadas ideas y el modo observable en que se
llevan a la práctica.
Esta mezcla se presenta más o menos equilibrada, dependiendo de
los pueblos y asimismo de las épocas que se analicen, pero es innegable que en
la Andalucía actual se da un fuer te desequilibrio a favor de los componentes
tradicionales; unos elementos definidores de las manifestaciones de nuestra
religiosidad popular, que sin duda constituyen un reflejo de la cultura de la
comunidad que les da vida, siendo por tanto sentidas como un símbolo de identificación
y de pertenencia al grupo.
Ahí radica su interés patrimonial, pues sólo teniendo esto en
cuenta pueden explicarse las formas concretas de nuestra ritualidad, la
resonancia afectiva de múltiples devociones incluso en personas no religiosas,
la inevitabilidad de acudir a los lugares de origen en determinadas celebraciones,
principalmente en las fiestas patronales, o la propia mudanza de éstas a fechas
veraniegas para facilitar la participación de los emigrantes como integrantes
de un colectivo que los identifica. Igualmente explica el hecho de que los
padres inscriban a sus hijos el mismo día del nacimiento en su hermandad
patronal o penitencial para continuar la tradición familiar.
En definitiva, para transmitir unas pautas culturales, siempre renovadas
pero siempre conectadas con el sentir tradicional que las originó y las
mantiene.
Raíces
que se pierden en el tiempo.-
Para
ahondar en las claves interpretativas de la religiosidad popular andaluza, es
preciso retroceder más allá de la cristianización primitiva de la región, pues
cuando se extendieron las doctrinas católicas, ya se hallaban consolidadas en
Andalucía algunas de sus más claras inclinaciones, tal como es el caso del
culto a poderosas imágenes maternas; culto que, por encima de los posteriores y
continuos cambios de denominación (Astarté, Tanit, Artemisa, Afrodita, Diana,
Venus, Mitra...), siempre se ha mantenido como un rasgo fundamental en la
religiosidad popular de los andaluces.
A esta preferencia por las devociones marianas contribuyeron enormemente
dos culturas tan distintas como Roma y el Islam, de quienes tomamos los
sentimientos de sumisión y fatalismo ante la voluntad divina. Esto puede
provocar, en expresión de Domínguez Morano, una fuerte rebeldía, opuesta a la
sumisión, que desemboca en una ambivalencia respecto a un Dios "vivido
a niveles inconscientes como padre fatal, arbitrario y causante quizá de la
desgracia y opresión que este pueblo ha sufrido de modo casi ininterrumpido a
lo largo de su historia milenaria", frente al cual, la ya arraigada religiosidad
mariana se intensifica al ver en la figura materna la protección y el consuelo
necesarios frente al Dios-Padre.
Ese mismo atributo de mediación entre la autoridad del padre, por
lo general ausente de la casa, y los hijos es, sin duda, una de las notas más
definitorias de la madre andaluza tradicional. De esta forma, el modo andaluz
de sentir las relaciones familiares se traspasa al terreno religioso, haciendo
"bastante comprensible la atracción de los andaluces por ese símbolo
tan querido e idealizado por ellos en la vida cotidiana".
De hecho, no puede descartarse que la Iglesia intuyera esta
afinidad psicológica con algunos patrones familiares en su esfuerzo por que la
cristiandad fuera acrecentando esta devoción, dejando de considerar a María
únicamente como Madre de Dios, alejada de los asuntos humanos, y haciéndola
entrar en la dinámica de mediación ante la divinidad.
En Andalucía, además, se dio la circunstancia de que a medida que
avanzaban las tropas cristianas, la falta de santos en los territorios hasta
entonces musulmanes se va supliendo directamente con imágenes de la Virgen, a
la vez que coincidió la revitalización del cristianismo en nuestro territorio
con una época de máximo despliegue de manifestaciones religiosas populares, que
en seguida la Iglesia misma propició en las doctrinas tridentinas.
Así, desde la época barroca el culto a la Virgen es el predominante
en Andalucía. Baste recordar cómo la "Tierra
de María Santísima" defendió y festejó la proclamación de las bulas de
la Inmaculada Concepción en el siglo XVII. Desde entonces la superioridad de esta
devoción es indiscutible. Un recorrido por las ermitas y santuarios de nuestro
territorio atestigua sobradamente la hegemonía del culto mariano, en
correspondencia con las numerosas Vírgenes erigidas como patronas de una
localidad. Del mismo modo, en una celebración tan específica como la
conmemoración de la Pasión de Jesús, el pueblo andaluz ha ido acrecentando
progresivamente el protagonismo de las Vírgenes Dolorosas, hasta el punto de
que, en general, parece que el sufrimiento de la madre que ve a su hijo maltratado
hasta la muerte, atrae mucho más la atención que el propio dolor de los
Cristos.
Lógicamente, esta preferencia se halla materializada en la
imaginería sacra, tanto de altar como procesional, así como también en
elementos de acompañamiento como insignias, emblemas, banderas y muchos otros. Incluso
la iconografía de los retablos callejeros demuestra que el tema religioso más
extendido es el de Nuestra Señora, desde sus orígenes en el siglo XVI hasta la
actualidad
Pero también la afición a los santos está muy presente en
Andalucía, puesto que la definitiva supremacía mariana no significa que se
ignoren antiguas devociones. Por eso son mucha las poblaciones que cuentan con
santos patrones, a quienes dirigen sus cultos, fiestas y romerías. Y ello sin
olvidar tampoco el apego a las reliquias que se conservan en cualquier lugar de
culto o que acompañan las procesiones penitenciales.
Los santos siguen siendo eficaces protectores, cada uno
especializado en el remedio de un determinado mal o en la consecución de un
determinado bien, actuando por tanto como mediadores específicos.
Bien es cierto que el avance de la técnica, al erradicar muchas
plagas y epidemias y ofrecer soluciones científicas a antiguas incógnitas, ha
hecho perder su razón de ser a la mediación milagrosa de numerosos santos
especialistas, pero los más enraizados sobrevivirán a este declive.
En la encuesta que el Ateneo de Madrid realizó en 1901 sobre las
costumbres del ciclo vital en España, pueden hallarse algunas respuestas de
enorme interés en este sentido. Así, se testimonia claramente la fe depositada en
San Antonio de Padua a la hora de encontrar novio: en Badolatosa las jóvenes se
encomiendan al santo "con rigor, quitándole el niño, volviéndole contra
la pared, poniéndole boca abajo y hasta zambulléndole en el pozo"; o
la confianza hacia San Francisco de Paula en el trance del parto: en El Coronil
le encienden una vela y "se ponen también un cordón bendito del mismo
Santo".
Estamos ante una de las características más sólidas de nuestra
religiosidad popular: el mecanicismo o visión utilitaria de los personajes
celestiales. En el fondo, lo que se busca es la personalización de las relaciones,
otra de las características más evidentes de la cultura andaluza. Ante las
abstracciones y los complicados e inescrutables misterios teológicos, el pueblo
necesita buscar los cauces para conseguir el acercamiento de esas figuras a un
plano más humano, más cercano a su realidad, a sus pasiones y sentimientos, a
los que poder solicitar su intermediación ante la lejana divinidad. Una
práctica que la Iglesia ha atacado cuando la ha considerado reflejo de
creencias paganas, mientras que otras veces ella misma la ha propiciado. ¿De
qué otro modo puede interpretarse la inacabada costumbre de depositar exvotos a
los pies de las imágenes como reconocimiento a los favores personales
recibidos? ¿O cómo entender si no el sinfín de advocaciones marianas que las
convierten en personalidades diferentes y hasta rivales en la devoción,
cuando sólo hay una única madre de Jesús?
De hecho, la elección de una determinada advocación o de un santo
concreto como patrón de una comunidad, responde al deseo de individualizar su
celo protector, de no compartir su atención para que pueda ocuparse de modo
exclusivo en procurar el bien de sus habitantes.
Esther
Fernández de Paz
Departamento
de Antropología Social
Universidad
de Sevilla